AL PRINCIPIO NO TE DAS CUENTA, Y ESE PRINCIPIO PUEDE DURAR MUCHO TIEMPO
Pensás que “simplemente” vas a cruzar otra frontera, a conocer otro país, a hacer lo que viniste haciendo los últimos años.
Eso pensás, pero la verdad es que ninguno de estos momentos es como cualquier otro momento tomado al azar de los últimos 2 años.
Tampoco se compara en nada al comienzo del viaje, porque al principio, uno es consciente de lo que está por venir; una consciencia a medias, porque nada te preparara para lo que estás a punto de vivir, pero consciencia al fin.
Volver a casa es diferente.
Primero porque crees que lo vas a sentir fuerte, pero no lo sentís. Uno no se dá cuenta que está volviendo hasta que volvió, hasta que vió los campos de su tierra y abrazó a la gente, aquel abrazo que se postergó años, disfrazándose de videollamadas y mensajes cariñosos. Aquella calidez que ningún sticker de corazoncito puede suplantar.
Volver es revivir un poquito, estando ya vivo de antemano.
Volver es revivir un poquito, justo cuando creías que estabas más vivo que nunca.
EL AEROPUERTO DE MIAMI
Nos despedimos de nuestros amigos, aquellos que nos llenaron de dicha los últimos 2 días de nuestro viaje pisando tierras extranjeras, los mismos que nos prestaron su hogar para esperar la hora del vuelo, y nos subieron a un Uber deseando volver a vernos, asi como nosotros a ellos.
El Aeropuerto de Miami es grande, pero después de haber estado en el de Denver, no hay tamaño que aterre.
Es de noche, y nosotros buscamos el mostrador para tramitar el equipaje, mientras cargámos con más petates que nunca: las dos mochilas, la mochila pequeña, la mochila que ganamos en un sorteo de Instagram, y la valija que nos regalaron en Montevideo (Minnesota). Todo va lleno, mayormente de regalos (especialmente regalos que nos hicieron a nosotros, durante estos últimos 3 meses).
Y por supuesto, tomemos en cuenta que nos pusimos mas ropa de la necesaria para poder llevar todo. Básicamente somos unos teletubbies andantes.
Es una situación especial, así que le pido al grupo de chicos adelante nuestro en la fila si pueden sacarnos una foto. Por su acento, pienso que podrían ser Mexicanos. La sonrisa suya se refleja en nosotros, y el momento queda inmortalizado.
Dejamos la valija y la mochila de Wa en manos del personal del aeropuerto, confiando en que las tarjetas de identificación sean suficientes. Cargamos las demás, aquellas que se nos permite llevar a bordo, y buscamos la puerta de embarque D3.
Los aeropuertos me recuerdan mucho a los shopping (o mall, como le dicen en otros lados); suelen ser grandes explanadas, con tiendas a los costados, escaleras mecánicas, gente vestida de traje, techos altos, y mucho color plateado alrededor.
A nuestro nos cruza un chico con una acompañante que quita alientos al pasar. Un señor y una señora con ropa que me parecen de tripulación van adelante nuestro, con valijas muy genéricas en color negro. Niños corretean y juegan en las cintas transportadoras. Hombres de maletín apuran el paso, mientras una señora camina con mirada ausente.
Los aeropuertos tienen una mezcla de sentimientos tan grande y variada, que si existiera un aparato para medir emociones, estoy segura que ahí adentro se volvería loco.
Luego de atravesar gran parte del aeropuerto, llegamos al sector donde está nuestra puerta de embarque.
El corazón da un vuelco… acaban de anunciar el vuelo a Montevideo por altoparlante.
La voz habla en inglés, pero pronuncia Montevideo como nosotros, con una “e” que suena a “e” en español, no a “i”. No sabía que en los aeropuertos las ciudades anunciadas por altoparlante se mencionan en el idioma correspondiente al mismo, pero me parece excelente. Me pregunto si funcionará igual para idiomas muy diferentes al inglés o español. Me anoto mentalmente prestarle atención a eso cuando estemos (algún día) en Asia.
La voz femenina del altoparlante anuncia que podemos comenzar a subir, lo que significa mostrar previamente el test negativo de Covid, y la declaración jurada en la que damos fé que no estamos infectados. Volar en 2020 tiene algunos pasos extra.
Aunque sabemos que pesamos cada gramo y medimos cada centímetro para asegurarnos que estuvieran dentro de los parámetros obligatorios, nos da un poco de miedo que alguien considere que nuestras mochilas se ven más grandes que el tamaño aceptado como carry-on, pero nadie nos detiene el paso y abordamos olímpicos al avión.
EL PARQUE DE DIVERSIONES VOLADOR
Aunque no es la primera vez que subímos a un avión, si es la primera vez que nos esperan 12 horas en el aire, y mi naturaleza curiosa me revuelve entusiasmada, como si me estuviera subiendo a un parque de diversiones volador.
Quiero ver los asientos, mover todas las palancas y ver si se reclinan o qué hacen, ver cómo es la mesita de cada asiento, tocar todos los botones de esas pantallas que ya comienzo a ver de pasada mientras camino por el angosto pasillo, quiero ir al baño solo por vivir la experiencia y ver cómo funciona la cisterna.
Wa no da elección y se ubica en la ventanilla. Pactamos la posibilidad de cambiarnos en algún momento del viaje, sin saber entonces que ese momento no llegaría nunca.
A mi me preocupa que me toque en el medio, al lado de alguien desconocido, porque aunque afortunadamente entablamos charla y amistad con muchos desconocidos (que dejaron de serlo) en el viaje, en mi fuero interno sigo siendo un ser tímido al que le cuesta socializar en situaciones normales.
Mi asiento está sobre el pasillo, sin estar unido a ningún otro asiento.
Ambos vamos ahora ubicados sobre el fondo del avión, y no puedo evitar el comentario inoportuno “¿sabías que si el avión se parte, los primeros en marchar somos los que vamos al fondo? ¿Te acordás de lo de los Andes?”.
Wa tampoco se amedentra con esas cosas, pero quizás yo debería aprender a no compartir esos datos random que tengo en la cabeza y que suelen salir a luz cuando la situación menos lo amerita.
Las azafatas reparten almohadas, frazaditas, auriculares y toallitas sanitizantes que atesoramos como regalos de cumpleaños.
Ya llegaría el momento de usar cada una de estas cosas a su debido tiempo.
Wa está viendo por la ventana (SU ventana) así que yo miro hacia adelante.
Despliego la mesa, solo para saber hacerlo llegado el caso. Miro los circulitos arriba de mi cabeza y apreto aquellos que son botones, prendiendo luces y activando pequeñas corrientes de aire. Me aseguro de saber dónde está el baño. Dejo lo mejor para el final.
Frente a mí, la pantalla ubicada en el respaldo del asiento de adelante comienza a reproducir un video con instrucciones varias para el vuelo. El video tiene tremenda producción, y todo es muy ameno y amigable, incluso cuando te explican cómo ponerte la máscara de oxígeno en caso de desastre; de pronto siento que estoy metida en un capítulo de Black Mirror.
Estamos a punto de despegar, y para mi es el momento preciso para empezar a toquetear todas esas cosas que están debajo de la pantalla que tengo al frente.
Un control remoto adherido al asiento delantero por un cable, nos da la pauta de que en esa pantallita no solo habrán películas y series, sino también juegos, cuando al darlo vuelta descubrimos que además de ser un típico control remoto, este artilugio es además un teclado qwerty completo y un joystick.
Quizás las 12 hs de vuelo serían más variadas de lo que pensaba.
Un conector de auriculares, y otro de usb se ubican debajo de la pantalla, mientras que a un costado del control remoto, un enchufe universal permitiría conectar cualquier cosa que tengamos.
De pronto, un aviso de abrochar cinturones, una vibración, un ligero movimiento.
El despegue interrumpe mi exploración tecnológica, la cual cual continúo una vez estamos en el aire.
Pero no voy a extenderme demasiado con lo que para mi resultaron ser 12 horas de entretenimiento, solo voy a decirles que mientras Wa dormía, yo me dediqué a ver -varias- películas, jugar al tetris y a una especie de “Quien quiere ser millonario”, e intentar juntar coraje para mandar mensajes a personas random en el avión mediante el sistema de chat que traía incorporado esta “tablet” adosada al asiento delantero.
Para mi no hay tiempo para dormir, tengo que estrujar al máximo este parque de diversiones personal que tengo delante de la cara.
Sobre las 22 hs, se percibe un movimiento general en el avión, y la azafata comienza a pasar asiento por asiento empujando un carrito mientras pregunta en español “¿pasta o pollo?”.
El pollo igual venía con pasta, así como con un acompañamiento de ensalada, un aderezo en una botellita amorosa, galletas saladas, pan, manteca, queso gruyere, y un pequeño postre.
Las bebidas (sin contar el agua) vinieron por separado, y me sorprendió la variada elección: jugo de manzana, de naranja, o coca cola.
Mientras grabo un video mostrando nuestro primer almuerzo a bordo de un avión, Wa se toma la libertad de cambiarme el postre, quedándose claramente con el mejor, el que fue mío en un principio. Acto seguido, como si de espejos de colores se tratase, me regala su ensalada. Aunque el diga que me la regaló porque a el no le gusta, yo elijo creer que fue un tratado de paz.
No puedo hablar del entretenimiento a bordo sin mencionar el sistema de ubicación que viene en esta pantallita.
En cualquier momento del viaje, uno tiene la libertad de ver cuanto tiempo de vuelo lleva, cuanto falta para llegar a destino, cuántos kilómetros se recorrieron y cuántos quedan, así como consultar la hora del lugar de partida, y la del lugar de llegada.
Todo esto acompañado de imágenes en 3D donde vemos el planeta tierra, y nuestro avioncito sobrevolando los cielos, para saber exactamente que ciudad está por debajo nuestro en estos momentos.
Todo esto es una fantasía que forma parte de este parque de diversiones volador que representa para mi este vuelo.
Este parque de diversiones que me ayuda a contener las emociones y seguir inconsciente, casi ajena a lo que vendrá.
BIENVENIDOS AL PAÍS DE LA LECHE
Así dice el cartel junto al cual estamos esperando para presentar nuestra declaración jurada en la cual certificamos que no tenemos covid. Nos sentimos un poco desactualizados al ver que la fila de “certificado electrónico” avanza más rápido y es incluso más corta que la de los rezagados que llevamos el papelito en mano.
Una vez que el empleado da el visto bueno a nuestro papelito, nos dirigimos al sector de migraciones. En el camino una cámara térmica nos pinta de colores cálidos al pasar, pero no suficientemente cálidos para detener nuestros pasos.
Para intentar recordarnos que estamos en Uruguay, si no nos habíamos dado cuenta ya, las máquinas de migraciones donde debemos gestionar nuestro arribo se trancan, por lo que la espera se hace un poquito mayor de lo que debería.
No pasa nada, no hay apuro, todavía no estamos totalmente conscientes de dónde estamos.
Ahora toca ir a buscar las maletas.
Las vemos dando vueltas en la cinta, y casi enseguida veo a Wa corriendo para que una de ellas no entre por la puertita que la hará dar otra vuelta completa, pasando por una zona secreta a la cual no podemos acceder, para finalmente volver a salir por la otra puertita y volver a recorrer el bucle de cinta.
Insisto, no hay apuro, y sabemos que aunque entre por la puertita, volverá a salir por la otra, pero es esa cosa que te da cuando ves algo tuyo que se aleja… ese miedo irracional de “tengo que agarrarla antes que desaparezca por ese agujero negro que lleva a la dimensión de las maletas perdidas” aunque no sea así.
Nos cae la gota gorda, estamos deseando sacarnos esta ropa de encima, aquellos kilos que llevamos encima para no transformarlos en dinero a pagar a la aerolínea.
Pero tenemos que aguantar un ratito más.
Yo me siento un personaje de película cuando al salir del aeropuerto aceptamos un taxi de los que nos ofrecen. Arrastrando los bolsos, nos acercamos a uno y nos dejamos llevar por el conductor.
Yo miro por la ventana, intentando reconocer los carteles en el camino, y un chispazo de consciencia quiere aparecer cuando leo “Montevideo” y “Uruguay” en el nombre de tiendas o en reclames de productos nacionales.
Es cierto… estamos en Uruguay.
Escucho como a lo lejos la voz de Wa, contándole al chofer cómo nos quedamos varados en Tijuana cuando cerraron la frontera terrestre de EE.UU. Lo escucho pero realmente no. No tengo ganas de sumarme a la charla, solo quiero descubrir a través de la ventanilla, a este país que tan bien conozco.
LO DESCONOCIDO DE LO CONOCIDO
Varios minutos pasaron ya, cuando el taxi se detiene en un portón conocido.
Una persona que también conocemos sale casi corriendo. Nos abraza. No hay pandemia que pueda detener a un corazón que extraña. Ni hay, ni debe haber.
“¡Qué flaquita estás muchacha!”. ¿De verdad? Gracias.
Todo parece visto desde fuera, como si estuviera viendo una película, o uno de nuestros propios videos del viaje.
Ahora dejamos el equipaje sobre la mesa del patio en el que será nuestro refugio de cuarentena durante 14 días.
Tengo que hacer una llamada, avisarle a aquellas personas a quienes no les avisé con la esperanza de sorprenderlos personalmente, pero que los 14 días de confinamiento exigieron que sea, nuevamente, a través de la pantalla.
Gritos, lágrimas, bocas abiertas, incredulidad.
Somos casi como un personaje de ficción que se materializa en el mundo real, y ante el cual la gente, nuestra gente, necesita enjugarse los ojos para asegurarse que somos reales.
Y lo mismo nos pasa a nosotros con ellos.
No es ficción, es tiempo.
El mismo tiempo que nos alejó es el que nos acerca en estos momentos donde todo lo familiar parece irreal.
Sobre la mesa nos esperaba pascualina y pasta frola. Dudo que haya forma más uruguaya de darnos la bienvenida en idioma gastronómico (dejemos el mate fuera de juego porque en eso no parecemos tan orientales).
Conocemos esta mesa, y apenas la tocamos tenemos el recuerdo exacto de lo que sentíamos cuando nos apoyábamos en ella años atrás. Sabemos eso, pero a su vez, se siente nuevo. Coexisten en armonía la comodidad de lo conocido con la novedad de lo que el tiempo lo volvió casi desconocido, como si cosas tan opuestas fueran una misma sensación.
Es la primera vez, para ambos, que vivimos algo así.
Las personas son la excepción a la regla.
Con ellas no hay incomodidad, no hay sentimiento de desconocimiento, no hay nada que supere las ganas de estar con ellos, de no “desabrazarlos” nunca, de vivir un eterno retorno.
Las personas siempre son la excepción.
LA PURGA DE LA CUARENTENA
En ningún momento nos detuvimos a pensar qué haríamos al llegar, así que todo se fue dando naturalmente.
Nuestra cuarentena es en la casa de Wa, por lo que los primeros días los dedicamos a re-ordenar su dormitorio, pero esta vez, con la cabeza de alguien que vivió 2 años y 4 meses con lo que entraba en su mochila.
Fue así como enseguida comienzan a volar sábanas, camisas, remeras, buzos, pantalones, juguetes viejos, cientas de cosas que Wa ya no consideraba necesarias para su existencia.
Las bolsas se van llenando, mientras el dormitorio se vacía.
Aparecen cosas que no se habían tocado en mucho más que 2 años, y otras que son efectivamente nuevas, regaladas mientras Wa no estaba para recibirlas. Pero tanto cosas viejas como nuevas formaran parte del mundo de alguien más.
A mi me da un poco de cosa.
Entiendo eso de desarraigarse, mucho más luego de este viaje, pero todavía me cuesta incorporar ese desapego que Wa parece tener ya adquirido.
Algunas cosas tienen recuerdos invisibles pegados a ellas, como aquel gorro de rana con el que Wa se subió al ómnibus cuando teníamos alrededor de 25 años y unos chicos del fondo se empezaron a reír al verlo.
Algunas pocas cosas se quedan, pero de otras se guarda únicamente una foto, para mantener ese recuerdo que reacciona únicamente ante el contacto visual.
He de reconocerlo: yo sufro más que él cuando veo que saca la sábana que usaba desde niño, pero entiendo que no debo interferir y me limito a inclinar las cejas hacia fuera.
También sé que ese momento me llegará a mi también, y sé que no podré lograr una purga tan vasta como la que está haciendo Wa. Pero sé que la necesito.
Pero no son solo cosas materiales las que se purgan: también se eliminan deseos que teníamos dormidos desde hace tiempo.
Una tarde y a pedido de Wa, nos traen una bolsita con galletas de “El Trigal” y alfajores Portezuelo.
Merendamos café con galletitas de miel y sentimos que no probamos mejores galletas en ningún otro lado (ese pensamiento nos zumbaba con cada paquete de galletitas que comprábamos alrededor del mundo).
Volver se percibe con todos los sentidos. Un día un sonido que no recordábamos que conocíamos, otro día una comida que habíamos olvidado que nos gustaba, o un aroma característico de nuestros barrios.
Nos parece raro escuchar voces con nuestro mismo acento, y notamos que nuestra “Y” y “LL” perdió un poco de esa fuerza que caracteriza la forma de hablar de nuestro país. Y no es solo el acento el que se difumina; Wa me hizo reír cuando usó la palabra “carro” mientras hablaba del auto con su papá, y me reí todavía más cuando este le preguntó “¿qué carro?”.
Cada día redescubríamos algo que ya conocíamos, y aún así, el viaje continuaba presente.
Algunos días se escucha el chiflido del afilador, y a veces el aire se llena con el olor del humo mezclado con el de la carne cocida, y aunque fueron varios los países en los que se asa la carne, el de acá tiene el aroma característico de domingo.
Un domingo que solo puede sentirse así en nuestro Uruguay.
La cuarentena pasó entre tartas saladas y dulce de leche, entre besos atrasados y palabras no dichas.
Los encuentros familiares se fueron completando cuando los 14 días pasaron.
Las lágrimas volvieron a brotar, las bienvenidas seguían resonando en el aire.
Yo corroboré que no hay cama más cómoda que la propia, que no hay ducha más caliente que la de nuestras casas, y que no hay corazones más felices que los que resultan de un reencuentro.
Que aunque viajar es una pasión que viene para quedarse, y que podemos sentir afecto desde y hacia desconocidos, no hay viaje que llene más el alma, como aquel que te lleva a casa.
Vi que han vuelto a viajar, pero es una pena que tengan tan desactualizado y abandonado el blog, los relatos están buenos pero es un pena que no actualicen ni siquiera la parte donde se describen porque no creo que la chica que por lo que veo es la única que escribe aunque sean 2 sigas teniendo 28 años de por vida.
Saludos.
¡Hola! ¿Cómo estás?
Cierto, hace mucho que no actualizamos por acá.
Aunque volvimos a viajar recientemente, todavía no estamos en constante movimiento ya que esta vez comenzamos de forma diferente.
Pero ya irán cayendo muy poco a poco los post al blog.
Por el momento este blog sigue siendo para nosotros una especie de diario que compartimos con el mundo, por lo que siempre nos da gusto que haya personas como vos ahí fuera que lo leen y que les guste lo que ven, por lo que se agradece tu comentario y que sigas acá.
También es cierto que el hecho de que sea algo personal compartido con el mundo sin retribución ni obligación de fuera (al menos por ahora) hace que podamos llevarlo a nuestro ritmo, el cual a veces es mas rápido y a veces es mas lento, dependiendo de muchos factores.
Esperamos volver pronto (de hecho, hace unos días que estamos en eso), y que lo que leas siga resultandote tan interesante como antes.
¡Un abrazo!