Nuestra próxima parada luego de Valparaíso, era el Valle del Elqui. A mi me interesaba particularmente, porque según habíamos leído, en esa zona se daban ciertas condiciones geográficas y climáticas que facilitaban muchísimo el avistamiento estelar, lo que hizo que se llenara de observatorios, algunos dedicados completamente a la investigación, y otros que apuntaban además al turismo, realizando tours con charlas y la posibilidad de ver las estrellas, vía láctea, galaxias y planetas, a través de un súper mega enorme telescopio.
VALLE DEL ELQUI
Haciendo dedo nos llevó un señor que podía dejarnos en La Serena, es decir, bastante cerca de nuestro destino, el Valle del Elqui.
El viaje con el fue increíble, porque además de la buena conversación, este señor nos compró dulces de esos que venden en la ruta unas señoras vestidas de blanco a quienes se les llama acertadamente palomas, y por si esto fuera poco nos llevó a un parador de estos donde suelen comer los camioneros (súper salvaje, con gallinas y pavos reales corriendo alrededor), y nos compró un almuerzo a cada uno. Fue la primera vez que probamos «cabrito».
Luego que aterrizamos en La Serena, un lugar famoso por sus playas y donde se respira ambiente de balneario en todos lados, seguimos haciendo dedo y nos levantó un señor que vivía precisamente en San Isidro, que era a donde nosotros teníamos que llegar. Incluso esperó a que nos abriera el portón la chica que nos estaba esperando, porque estaba indignadísimo de no conocer quien era cuando se la mencionamos, ya que aparentemente el conocía a todo San Isidro.
San Isidro es un pueblito pegado a Vicuña, el pueblo principal desde donde salen las excursiones y todo el turismo de la zona confluye ahí durante el día para alimentarse, hospedarse, y demás.
San Isidro me recordó mucho a un país en el que nunca estuve: México. Sus angostas callecitas de tierra, sus construcciones de barro, y ese aire latino inconfundible me hicieron viajar anticipadamente al país de Speedy González y sentir que estaba en dos países a la misma vez. O a lo mejor en tres, o cuatro, porque capaz no era México y era Perú o Bolivia, o todos a la vez.
Wa no podía entender cómo ni por qué me gustaba tanto, pero así fue, y la sospecha que tuve al llegar, se convirtió en certeza después de dar unas vueltas en bicicleta (que nos prestaron) al costado de las viñas, con las montañas de fondo, saludando a los campesinos que pasaban con sus boinas calzadas, respirando aire de cosecha, de valle, y llenándome los ojos de verde, azul, amarillo y rojizo.
Me atrapaba el encanto de esa vida tranquila, en un lugar donde nadie tranca la puerta y donde los caballos caminan por el sendero de las personas, donde el alumbrado público es escaso y a la noche ilumina sólo una aureola alrededor del poste y el silencio diurno se veía interrumpido por el sonido de alguna chicharra.
Ese San Isidro me encantó.
Si le sumamos que es un lugar donde se aprecia mejor el cielo nocturno, con todos los encantos que ellos conlleva, mi amor solo podía aumentar.
Si tuviera que mencionar algo «no positivo» del Valle del Elqui, diría que es la burocracia que gira en torno a los fines turísticos de los observatorios.
Más concretamente, al observatorio Mamalluca, que fue el que intentamos realizar.
LA BUROCRACIA DEL OBSERVATORIO MAMALLUCA
Según habíamos averiguado, existía un tour gratuito en uno de los observatorios del valle llamado «La Silla», pero para poder realizarlo había que llenar un formulario agendándose para el siguiente día sábado (acá pueden acceder al formulario, en caso que estén interesados), que son los días que se realizan estas excursiones. El tema es que nosotros nos iríamos antes del sábado, por lo cual visitar ese observatorio no era una opción.
Como plan B, averiguamos sobre otros tours, y encontramos que el más accesible, económicamente hablando, era el Mamalluca, que es el único observatorio exclusivamente turístico de la zona.
Cuando nos dirigimos a la agencia de turismo para consultar por los precios y reservas, la información que obtuvimos fue la siguiente: si teníamos vehículo en el cual dirigirnos hacia el observatorio, el costo del tour era de 7000 pesos chilenos. Sino, podíamos abonar 10.000 pesos chilenos, y una camioneta nos recogería en el centro de Vicuña y nos trasladaría al observatorio.
Como nosotros no teníamos auto, preguntamos si podíamos elegir la opción de 7000 pesos chilenos, y llegar por nuestros propios medios, es decir caminando, al observatorio.
Nos dijeron que eso no era posible, porque si nosotros confirmábamos, ellos nos dejarían anotados en la lista de participantes, pero nosotros tendríamos que ir media hora antes del tour al centro de Vicuña y pagar el importe en ese momento. Eso nos dejaba, entre pitos y flautas, menos de media hora para ir caminando desde el centro de Vicuña hasta el observatorio (es decir, mas de 8 kilómetros).
¿Conclusión? De la forma en que disponían el pago del tour, es decir, necesariamente media hora antes de dar comienzo la excursión, era humanamente imposible realizarlo llegando al observatorio por nuestros propios medios, sencillamente porque para llegar al Mamalluca caminando desde el centro de Vicuña íbamos a necesitar por lo menos una hora a paso apurado, pero el pago debía realizarse incondicionalmente, media hora antes del tour.
Es decir, si no tenías auto, te «obligaban» a contratar su servicio de transporte, por un importe obviamente mayor.
Todo muy loco, pero cierto.
Para colmo de males, el padre de la familia que nos estaba hospedando a través de Couchsurfing trabajaba en el Observatorio más importante de la zona, y nos contó que el telescopio que está en el Mamalluca fue donado especialmente y con ambiciones filantrópicas para que la gente pudiera observar las estrellas, no para lucrar con el.
Pero sí, estaban lucrando con el, y de una forma que realmente le dejaba pocas opciones a quienes andamos a pie y con presupuesto austero.
Al enterarnos de eso, el vaso se llenó con la ultima gota que faltaba: en ese momento nos sentímos plenamente felices y conformes con no dejar nuestro dinero en un lugar que opaca tanto las buenas intenciones de otras personas que donan algo con fines desinteresados y académicos hacia el pueblo.
Así que nos quedamos arriba del cerro Mamalluca, pero afuera del recinto del observatorio, observando las estrellas, que competían con las luces de las casitas del Valle del Elqui, pero completamente por nuestra cuenta, con los telescopios incorporados con los que nacimos.
Si bien no pudimos ver muy bien las estrellas porque la luna estaba casi llena, nos llevamos grabada en el recuerdo la luna mas brillante que vimos en toda nuestra vida.
Habíamos cargado una linterna, porque tendríamos que volver caminando a través de la ruta, a las 00:00 de la noche, pero imaginen como sería la luz que emanaba éste satélite blanco, testigo de tantas promesas de amor, que en toda la noche no tuvimos que encender la linterna ni una sola vez.
Si al final de cuentas no estábamos tan solos, teníamos una carilinda luminosa acompañándonos.
QUE BONITO!