Este no es un post guía sobre “lugares que visitar de Uruguay”. No. Pero ni de cerca.
Este es un post en donde contamos algunos de los lugares que visitamos ya sea juntos o separados, en modo “paseo familiar” o no, ya sea bien paseando como tal o bien haciendo mandados, durante nuestra extendida estancia de vuelta en nuestro país natal, mientras esperábamos para continuar viajando.
No son absolutamente todas las salidas que hicimos durante nuestro año y medio en Uruguay post-viaje por las Américas, pero son de alguna manera las más destacables.
Cierto es que normalmente no sería muy acorde a nuestros posts del blog, ya que puede considerarse que uno no está viajando mientras está en su propio país, pero al volver de un viaje largo a veces pasa -evidentemente- que sentís que sos turista en tu propio país y te dan ganas de ver cosas que a lo mejor siempre tuviste al alcance y nunca las visitaste o no las viste con los mismos ojos.
Además, queremos que sea un post bisagra para los relatos de la continuación del viaje, ahora sí, por países que no son Uruguay.
Este post no es un separador, sino una unión en sí; Uruguay es nuestra tierra pero también fue por un rato un país casi desconocido, tiempo durante el cual se mantuvo en un extraño limbo dentro de nuestra brújula interna.
KIYÚ
Desde nuestro retorno, Kiyú fue el primer destino al que fuimos a pasear fuera de la capital.
Ubicado en San José, se necesitó de un ratito por ruta para llegar a este balneario con el grado justo de distancia entre él y la capital, el suficiente para sentirte alejado pero no tanto.
Una sensación a caballo entre la melancolía y la alegría nos atravesó cuando vimos, allá en aquella ruta, el punto donde hicimos dedo por primera vez en la vida, aquel día de Octubre en el año 2016 mientras nos encaminábamos a Ushuaia para probar si eso de que moverse por miles de kilómetros subiendo a autos de desconocidos era algo posible, sin dejar la vida entera en ello.
Vislumbramos exactamente el lugar donde aquel primer camión se detuvo, aquel que nunca supimos si paró por nosotros o porque tenía un desperfecto que debía reparar (podría insertar acá un chiste fácil sobre las incertidumbres e inseguridades de las primeras veces en la vida, pero mantengámonos enfocados por favor).
Cuando dejamos atrás Montevideo (cosa que obviamente no demoró mucho en suceder) comenzamos a vislumbrar campos de soja y sorgo, así como vacas pastando, el típico paisaje de las rutas uruguayas.
Poco a poco apareció agua a los costados, las casitas comenzaron a aparecer más juntas y los carteles de “Inmobiliaria El Grillo” se veían cada dos por tres: habíamos llegado al balneario Kiyú.
La zona donde ahora reposa este balneario tiene una pequeña historia detrás, en la cual la visión de una sola persona fue la que permitió la creación de este lugar de descanso a día de hoy.
En el año 1954, el contador Julio César Moreno, trabajador en un reconocido banco de la zona (hoy extinto) fue asignado como administrador de la estancia Ordeig, la cual fue adquirida con el fin de fraccionarla.
Gracias a la invitación del casero de la estancia, este contador y su esposa pudieron visitar la estancia y admirar el entorno. Según cuenta el casero, al ver el paisaje, Julio César expresó que ese lugar era hermoso pero desconocido, que se habla mucho de Acapulco, pero no somos capaces de valorar lo que tenemos.
El contador se fue con la idea fija de convencer a los directivos del banco de que convirtieran ese lugar en balneario, porque el potencial para esto era enorme.
No fue tarea fácil pero eventualmente logró mover algunos contactos y salirse con la suya… o al menos un poquito: le dieron una franja de la costa para que llevara a cabo lo que hasta entonces parecía un capricho. Pero Don Julio ni desalentado ni perezoso y como estudioso de la lengua guaraní utilizada por los nativos que habitaron esa zona tiempo atrás, eligió 5 posibles nombres en este idioma, y le dio la elección final a su esposa, quien se decantó por “Kiyú” alegando que cuando el sol caía, el sonido que hacían los grillos en aquella zona era apabullante.
¿Te acordás que más arriba mencionamos que es muy común ver carteles de “Inmobiliaria El Grillo”? Con estos datos, es fácil imaginar qué significa “kiyú” en guaraní ¿verdad?
El balneario disparó cifras impresionantes, vendiendo más de 200 solares en menos de 8 horas, y el “capricho” del contador Julio César pronto lo convirtió en visionario.
A día de hoy, Kiyú es un balneario que se siente tranquilo, y aunque nosotros no tuvimos ningún inconveniente, fuentes cercanas nos han comentado que el lugar ha experimentado un poco de inseguridad (dentro de los grados de inseguridad de un balneario) durante los últimos años.
También dio un poco de qué hablar cuando en 2020 dicen haber encontrado restos del caparazón de un Gliptodonte, un animalito que aparentemente pisó nuestras tierras hace más de 10.000 años, que venía a ser algo así como una mulita pero gigante, para que nos entendamos así entre vos y yo.
Nosotros lo recorrimos más sobre ruedas, pero sería muy desconsiderado de nuestra parte no permitirnos disfrutar de una merienda en esa estructura de madera relativamente nueva, que nos prestó además un lugarcito para contemplar un atardecer digno de postal.
Pero antes de eso, nos dio tiempo para acariciar perros callejeros (o domésticos pero que salen a pasear solos, como suele ocurrir en varios balnearios), admirar los lugares aventajados que eligen los horneros para hacer su casa, con vistas al mar, y posar un poco con la naturaleza del lugar y las estructuras creadas por el hombre.
MINAS
Ella es de mis consentidas, no te voy a mentir.
Y es que Minas tiene algo que la hace especial, pero aun así no es de esas ciudades de las que más se habla. Para mí es como el alumno tímido que no llama la atención y queda opacado ante sus compañeros populares, como la elegante Punta del Este, o la coqueta Colonia, pero cuando empezás a hablarle te das cuenta que tiene cosas super interesantes que compartir.
Así es Minas para mí.
Lo que ahora conocemos como Minas resulta que muchos años atrás estaba habitada por guaraníes, un poco después por charrúas, y más adelante, allá por el 1700 y pico, pasó a habitarse por personas provenientes de Asturias y Galicia (España), momento en el cual, con 40 casitas de piedra pasó a conocerse como “Villa de la Concepción de Minas”, siendo en aquel entonces un poblado, y fue acá donde nació el General Lavalleja, que más tarde comandaría a los 33 Orientales y un poquito más tarde sería presidente.
Pero en 1837 el poblado subió de nivel y pasó a reconocerse como departamento, hasta 1927 cuando se decidió que le quedaba mejor el título de ciudad y que al departamento sería mejor ponerle el nombre del hombre que fue clave para la independencia del país (sí, estoy hablando nuevamente de Lavalleja).
De todas formas a día de hoy en la ciudad de Minas se conserva el “Estadio de Villa Concepción” a modo de homenaje a aquel poblado que alguna vez fue.
Si no queda claro por el nombre, bastante sugerente, lo aclaro: la ciudad de Minas debe su nombre debido a la cantidad de yacimientos de piedras y minerales de la zona. De hecho, se cuenta que en el pasado la corona española autorizó a los habitantes de las zonas aledañas a explotar libremente la zona, ya que un aventurero francés que había estado por allá, envió a España muestras de lo que el consideró era oro y metales preciosos. La corona española se embaló y dio carta blanca para picar a ver si alguien encontraba algo de esto; lo que se descubrió después fueron grandes yacimientos sí, pero de cuarzo.
¿Y el oro? Según dicen, sí que se encontraron yacimientos de oro, pero estos eran tan pequeños que no dieron para mucho y ahí se terminó la fiebre del oro de Minas.
Si disfrutar el paisaje verde veteado por irregulares trozos de piedras grises no te parece suficiente excusa para visitar esta ciudad (a mi si, pero cada quien con sus gustos) te doy otro motivo que quizás te interesa más y que visitamos el pasado 2021 en nuestro regreso a Uruguay: la estatua ecuestre más grande del planeta… después de la de Gengis Kan.
Ok, déjame vendértela de otra manera: la estatua ecuestre más grande de las Américas se encuentra acá, en el departamento de Lavalleja, al noroeste de la ciudad de Minas.
Lo cierto es que hasta hace poco esta fue la estatua ecuestre más grande del planeta, con sus 10 x 9 metros (sin contar la base), pero en 2008 fue destronada para dejar el primer puesto a la enorme estatua de Gengis Kan, que en medidas la supera con creces.
La estatua de Artigas se encuentra ubicada sobre un cerro a 280 metros sobre el nivel del mar (ay, nuestras alturas disparatadas, qué bárbaro) antes conocido como Cerro Ventura y posteriormente rebautizado -por motivos obvios- como Cerro Artigas.
No sé cómo se sentirá estar al lado de la estatua del ex líder Mongol, pero al menos podemos asegurar que estar justo debajo del prócer de nuestro país en tamaño XXXL es una experiencia que vale la pena tener, y además, es gratis.
En cuanto a la ciudad en si, pudimos ver en ella ese encanto de ciudad del interior del país, tranquila, limpia, manteniendo el clásico formato de plaza central alrededor de la cual se levantan los edificios de Estado y demás construcciones importantes… o bueno, casi.
Minas es una excepción en una cosa: la catedral.
La Catedral de la Inmaculada Concepción no se encuentra justo sobre la plaza como suele pasar en todas las ciudades de nuestro país como claro legado europeo, sino que se ubica un poquito más separada de ella, siguiendo un amplio callejón. Si, se puede ver desde la plaza, pero no está exactamente sobre la plaza.
Estando allí en nuestro paseo sobre ruedas, bajamos a comer en un restaurante y como nos pasó ya varios años atrás pudimos volver a comprobar que por algún extraño motivo comer en un restaurante de Minas sigue siendo una excelente idea. Claro, con 2 únicas experiencias no se puede generar un criterio muy convincente, pero para mí ya es algo positivo.
Lo más memorable de este almuerzo, además de la comida en sí, fue la presencia de un perrito callejero, de estos que hay en las ciudades del interior, que son callejeros a medias porque toda la ciudad lo conoce y les da de comer.
Este personaje se acercaba a las mesas de los restaurantes, y estratégicamente buscaba a quien estuviera comiendo carne para acto seguido situarse a su lado, sentarse, y apoyar una de sus patitas delanteras en su falda, mientras te observa con ojos de anhelo.
Hablame de manipulación o de gatito de Shrek, sí claro.
Yo con estas cosas no puedo, y como era de esperarse, tuve que donarle los huesitos que tenía en el plato, previamente roídos por mí (la verdad es que el pobre conmigo no tuvo mucha suerte en ese sentido).
Uno de los lugares que vale mucho la pena visitar en el departamento de Lavalleja es el llamado Salto del Penitente, y aunque muchos lugares están cerrados con motivo de la pandemia, éste era uno de los que permanecía abierto.
Al bajar del auto, una señora se acercó para cobrarnos 50 pesos por persona (poco más de 1 dólar cada uno) siendo este aparentemente el costo para visitar el mirador, una plataforma de madera desde la cual se ve la roca que da nombre a este lugar.
Si bien hay leyendas que pululan en internet contando un tipo de historia ya conocida (los enamorados cuyo amor estaba prohibido que al final se tiran desde la roca al río, etc), la explicación oficial (la que ofrece una placa en el mirador) es referida a la forma; se dice que el lugar se llama “el salto del penitente” porque la roca alta sobre el río tiene forma de manos en posición de rezo (como las de un penitente rezando).
Allá abajo en el río podía verse gente refrescándose en el agua, y apenas un poco más abajo se escuchaban apenas unas pocas voces, mientras el aroma a pescado frito invadía un poco la zona (el piso del mirador es el techo del restaurante).
En algunas zonas podía verse una cuerda que atravesaba el paisaje sobre nuestras cabezas, porque antes de la pandemia, tirarse en tirolesa era una de las actividades que este lugar ofrece. Para la fecha que nosotros estuvimos allí, con la pandemia aún presente y viviendo sus últimas épocas fuertes, lo único abierto al público era el mirador y el restaurante.
El Salto del Penitente se encuentra a 300 mts sobre el nivel del mar. Sí, estamos en Uruguay.
En algún momento de este paseo rutero terminamos dentro de un parque donde había animales, una reserva natural de la cual desconozco el nombre. Pasamos brevemente por allí, el suficiente para poder sacar algunas fotos, realizar algunos intentos infructíferos de comunicación con algunos animales, y no mucho más.
COLONIA
Yo sé que no entraste a este blog buscando clases de historia, y créeme que no es la intención ni me considero yo la persona idónea para hacerlo correctamente, pero es que cuando me puse a buscar sobre la historia de Colonia, una parte en particular me parece tan llamativa que no quiero dejarla pasar y me gustaría contártela.
Si bien son hechos que se dan de forma bastante habitual en los anales de la historia en general, creo que no deja de generar ese efecto casi incrédulo en nosotros en el cual ponemos los ojos en blanco y decimos “¿¡otra vez!?”. Si querés entender por qué digo eso, quédate a leer esta parte del relato. Eso sí, intentaré resumirla lo más posible y contarlo de forma sumamente sencilla, distendida y coloquial, cuasi humorística, para que sea lo menos pesada posible para todos (incluso para aquellos que no les gusta la historia pero les picó el bichito de la curiosidad).
De todas formas si les interesa el tema les invito a buscar más información al respecto y no quedarse con mi versión, ya que como simple mortal intérprete de los registros históricos, puedo equivocarme (y aunque pueda parecer obvio, lo advierto porque internet es un mundo cruel y una tiene que atajarse).
Una breve e informal introducción histórica
Colonia estuvo habitada por los chaná-timbués, uno de los grupos étnicos de los charrúas (ahora sabés de dónde viene el nombre del café Chaná) exterminados por las enfermedades traídas de España en la época de la conquista y por la crueldad de algunos humanos. Si bien algunas mujeres y niñas sobrevivieron un poco más por ser tomadas como esclavas y sirvientas, no llevó demasiado tiempo cuando los charrúas fueron completamente borrados del mapa.
Hasta acá esto no es novedad para ningún uruguayo, pero lo que quizás no sabías es que Colonia fue tan reiterativamente disputada y pasada de mano en mano, al punto que yo no podía dejar de sorprenderme a medida que leía (“no de nuevo decía”… perdón, soy millenial… creo).
Te lo cuento muy a grandes rasgos: en 1680 la corona portuguesa mandó a construir allí la Fortaleza siendo el primer asentamiento europeo en Uruguay, justo en frente a los asentamientos españoles de Buenos Aires (separados por el Rio de la Plata).
El problema acá es que tanto españoles como portugueses afirmaban que esa zona les pertenecía, despertando así un montón de trifulcas.
Bajo el control portugués, se bautizó a la zona como Colonia do Santísimo Sacramento, primera ciudad fundada en territorio uruguayo.
Pero les duró poco la alegría a los portugueses, porque ese mismo año las tropas españolas tomaron la ciudad.
Como consecuencia se hizo el tratado de Lisboa, que en 1683 le devolvería estas tierras a la corona portuguesa, al gobernador de lo que hoy sería Rio de Janeiro, volviéndose a bautizar la zona, esta vez como NOVA Colonia do Santísimo Sacramento (se mataron con el nombre nuevo).
Pero otra vez poco les duró, porque en 1704 vuelven a perder la zona a mano de los españoles, y la vuelven a recuperar en 1715 con el Tratado de Utrecht, momento en el cual se convierte a sabiendas de todos (en aquella época) en una zona de contrabando británico y portugués (y probablemente también francés y holandés). Los corsarios, esos piratas con autorización de la corona, iban y venían haciendo de las suyas, y la Nova Colonia do Sacramento era una de sus paradas (y probablemente blanco de muchos saqueos también).
A esta altura los portugueses estaban ya con la paja en el ojo pensando que en cualquier momento venían de nuevo los españoles a sacarles la ciudad, así que construyeron un fuerte “alto” (insisto, estamos hablando de Uruguay) en Montevideo para vigilar los movimientos al otro lado del Rio de la Plata (no te olvides que justo en frente a Colonia estaban los asentamientos españoles en lo que sería Buenos Aires).
También te digo que de mucho no les sirvió porque esto lo construyeron en 1723 y en 1724 los españoles de Buenos Aires fueron desterrados, pum, para afuera, ¿y ahora a quién vigilamos?
Pues parece que igual no era mala idea estar atentos, porque en 1726 el español Bruno Mauricio de Zabala (si, el de los caramelitos) recupera el control del contrabando y fortifica Montevideo para que los portugueses no se adueñaran de la Ribera Oriental del Plata.
Es ahí cuando esa zona fortificada da origen a San Felipe de Montevideo, que luego se abrevió en Montevideo así a secas, adquiriendo el estatus de ciudad, siendo Zabala su fundador (¿o te pensabas que su dibujo está en los caramelitos solo por el tremendo pelazo que tenía?).
Bastante les duró la alegría a los portugueses esta vez, porque fue recién en 1750 cuando el Tratado de Madrid les sacó las tierras de Colonia para dárselas de nuevo a los españoles a cambio de lo que hoy sería Rio de Janeiro pero en 1763 se firmó el Tratado de Paris devolviendo las tierras a la corona portugesa.
Nuevamente, en 1777 cayeron los españoles con 9000 soldados y volvieron a tomar esas tierras como propias (es que la cosa funcionaba así, lo quiero, voy y te lo saco a la fuerza… ¿será que conjugar el verbo en pasado en esta frase es realista?).
Después, a mi no me queda muy claro, pero parece que sobre el 1800 y pico los británicos intentaron quedarse con tierras de por allá, pero al final no les salió la jugada (Artigas ya andaba en la vuelta).
En 1818 Portugal volvió a tomar la zona, hasta 1828 donde se la volvieron a arrebatar de las manos, pero OJO CUIDADO, que esta vez no sería a mano de la corona española, no señor; párense y pónganse las manitos en la espalda mientras miran al horizonte con solemnidad, porque esta vez, las tierras quedaron bajo la soberanía del Estado Oriental del Uruguay, y así continúa a día de hoy.
El Casco Histórico no se restauró hasta 1968 donde comenzaron proyectos de recuperación que poco a poco convirtieron la zona en un lugar turístico.
Colonia hoy
A día de hoy la ciudad que alguna vez fue Nova Colonia do Sacramento es un trozo de historia en sí misma, al punto que la UNESCO la reconoció como Patrimonio de la Humanidad.
Aunque hay actividades que realizar en la ciudad, como visitar el acuario o coordinar visitas guiadas, consideramos que solamente caminándola es algo que ya de por sí vale muchísimo la pena. El solo hecho de saber que vamos pisando las mismas piedras que se colocaron cientos de años atrás cuando la ciudad pasaba de mano en mano tiene un valor bastante impresionante.
A eso le sumamos que cada rincón de Colonia parece una postal esperando ser descubierta, más aun si te esperás al atardecer. Las construcciones portuguesas antiguas se las ingenian para dar el marco perfecto, y los farolitos, distintivos de la zona, mejoran el paisaje.
Nosotros llegamos primero a la playa La Arenisca, donde bajamos a ver a Buenos Aires al otro lado del rio y nos transportamos a la época en la que esto era una amenaza constante para los portugueses que intentaron proteger la ciudad creando la fortaleza que hoy visitamos como atractivo turístico.
En esa playa sucedieron dos cosas memorables.
Primero, nos recibió un perrito galgo que no sabemos de dónde salió pero contagiaba la alegría con sus saltitos convulsionados y el movimiento de esa cola semejante a un tallarín.
Segundo, avistar la torre que aunque en principio despertó ilusiones de cuentos de hadas y Rapunseles en lo alto, después nos vinimos a enterar que era el lugar donde se fabricaban los ladrillos para la Plaza de Toros ubicada en el centro de la ciudad de Colonia.
No sé si lo más memorable fue haberla visto, o el hecho que tuvimos que dejarnos devorar por miles de mosquitos que salieron de entre los pastizales, cual soldados orgullosos a defender el territorio a medida que nos acercábamos para sacar una foto.
Luego de toda esta actividad previa, llegamos a la ciudad en sí, donde la única actividad extra que realizamos allí (además de admirar los alrededores y sacar fotos) fue tomar un helado, justo antes de descubrir los atardeceres sobre la rambla de la ciudad.
El hecho de haber ido en día de semana y en una época donde la normativa de pandemia aún estaba presente hicieron que pudiésemos apreciar la ciudad en su vida cotidiana, con una tranquilidad posiblemente envidiada por muchos Montevideanos (y eso que Montevideo no es una ciudad ajetreada si la comparamos con otras capitales del mundo).
Hay aspectos en Colonia que te permiten desprenderte del mundo actual y transportarte a otras épocas, aspectos que comienzan con su arquitectura restaurada pero visiblemente de otros tiempos, pasando por las cachilas estacionadas en las callecitas empedradas, los farolitos que en algún momento tuvieron velas en su interior (suponiendo que alguno se mantenga), y una plaza de toros propia de una cultura que con el tiempo fusionamos con la propia y forjó la actual.
Pero hay aspectos que nos vuelven al siglo XXI y nos hacen agradecer el momento en el que estamos, disfrutando de estos lugares al darnos cuenta de la paz que reina a nuestro alrededor, una paz que probablemente no era posible en épocas de corsarios e invasiones y tomas de territorio, donde nunca sabías cuándo llegaría el próximo soldado (sea de donde sea) a reclamar tierras como propias arrasando todo a su paso.
Seguramente Colonia siempre fue linda, pero podría decir sin temor a equivocarme, que la paz le queda mejor.
CANELONES Y MALDONADO
Los Canelones no son de Canelones
Lamento tener que empezar esto así, pero alguien tenía que decírtelo. Si alguna vez pensaste que la exquisita comida tenía relación con este departamento, déjame romper tus ilusiones, pero sustituírtelas por otras, porque a mí también me da curiosidad todo este tema de la etimología y el origen de los nombres, e hice los deberes por vos.
Resulta que este plato bastante típico de nuestra cultura tiene un nombre proveniente del italiano “cannelloni” que significa canalón, es decir, el caño cilíndrico como el que ves colgando en los altos de las casas, por donde se va el agua de lluvia que quedó acumulada en el techo.
Ahora, con el nombre todo bien, pero en cuanto al origen de este plato, la cosa está un poco más complicada.
No hay dudas de que surgió en Italia, pero a día de hoy no se sabe a ciencia cierta si surgieron en 1924 gracias al chef Salvatore Coletta de Amalfi, o si todo comenzó con un plato similar (los paccheri) que preparaba Vincenzo Corrado en el siglo XVIII.
Lo que si se sabe es que a pesar de ser una invención tana, actualmente los canelones son más consumidos en España, más concretamente en la zona de Cataluña donde es un plato típico.
De hecho es muy probable que haya sido de manos de españoles que llegó a conocerse en nuestro país, si bien es cierto que nuestra gastronomía es una mezcla mayormente de España e Italia (que no exclusivamente, claro está) debido a la conquista y posteriormente a la migración.
Pero entonces… ¿por qué la ciudad de Canelones se llama Canelones? ¿Se comen muchos canelones ahí?
Si te estás preguntando eso, es porque tu cerebro funciona más o menos como el mío, como cuando le pregunté, completamente convencida, a un camionero tucumano si su apodo era “Tucu” porque le gustaba mucho el tuco (quienes dicen que solamente el cerebro sirve para pensar se equivocan, yo a veces pienso con el estómago, evidentemente).
Lamento desilusionarte, pero no vas a encontrar el monumento al canelón ni va a ser este el plato principal de cada día en esta ciudad.
Canelones se llama así por un árbol muy presente en los arroyos de esta zona. Cuando nació este árbol sus papás lo bautizaron como Rapanea laetevirens, pero el nombre para los amigos es Canelón.
Así que hoy aprendiste que la palabra canelón puede ser el tubo de las aguas pluviales, un árbol indígena de América del Sur, un plato de comida italiano más popularizado en España, y la raíz del nombre de una ciudad uruguaya. De nada.
Nuestro breve paso por Canelones
El paseo más breve que hicimos fuera de Montevideo probablemente fue este, pero lo agrego para no quitarle el mérito que también se merece, que al final de cuentas también fue un lugar que visitamos en 2021.
En una oportunidad, visitamos el departamento para pasar un par de días con amigos festejando un Halloween atrasado en Noviembre, en el balneario de La Floresta, donde nos centramos en disfrutar de largas charlas, alguna película y caminatas por la playa (en mi caso disfrazada, ya que la única ropa que me llevé fue un disfraz porque sólo estaríamos un par de días celebrando ese Halloween atrasado).
En otra oportunidad lo visitamos brevemente en auto, como de pasadita, casi sin paradas.
La ciudad de Canelones en su parte céntrica quizás sea lo más parecido a Montevideo, la que más se nota su cercanía. A lo mejor por eso o porque simplemente se dio así, nuestra pasada por el centro de la ciudad de Canelones fue fugaz. Almorzamos en un restaurante del centro, le dimos la vuelta a la plaza 2 o 3 veces, y luego nos dedicamos a recorrer algunas calles secundarias hasta salir a la ruta nuevamente para encaminarnos al verdadero lugar que estábamos buscando cambiando de departamento.
Las Grutas de Maldonado que no pudieron ser
Bueno, técnicamente no es que las grutas no sean, es que por motivos de pandemia, estaban cerradas al público.
Las Grutas de Salamanca se encuentran en el territorio del Parque Municipal de Salamanca, de acceso gratuito, donde hay zonas de camping, parador, baños, y demás amenidades muy dadas a este tipo de parques.
Si bien mientras íbamos en camino ya había yo buscado información en internet, rauda y veloz, y descubierto que probablemente estaría cerrado, el coche continuó rodando… ya saben, la esperanza es lo último que se pierde.
Y llegamos, sí, pero hasta la entrada porque efectivamente, el parque estaba cerrado, de hecho, no había vida a la vista más que la de las aves que sobrevolaban las formaciones rocosas altas, y algunos caballos salvajes pastando a lo lejos.
Pero no poder entrar al parque no me impide a mi buscar información de las grutas, así que si te lo estabas preguntando (o si te estabas extrañando de que todavía no te había salido yo con el sermón del significado del nombre) el origen del nombre Grutas de Salamanca proviene de la palabra Salamanac, que en guaraní significa “sitio de culto”. No encontré mucha más información al respecto, pero esto deja a entender que a lo mejor este era un sitio ritualístico para las tribus indígenas que habitaron la zona años atrás.
También hay una leyenda extendida en Maldonado, que dice que había un señor conocido como “el matrero Lemos” de quien no se sabe si era un militar que peleó en la guerra del siglo XIX en Uruguay, o si era un fugitivo que asesinó y se ocultó en el campo.
Ésta última versión es la más aceptada, y se dice que aprovechando el relajo de la guerra, el matrero Lemos mató y robó, ocultándose luego en las grutas de Salamanca, las cuales además de ser las más grandes del país, esconden ahora el tesoro del matrero Lemos, de quien nunca más se encontró su cuerpo (así como tampoco su tesoro).
De Maldonado nos despedimos luego de haber recorrido sus campos y también sus pueblos, descubriendo tradiciones que hoy entiendo provienen también de Europa (más específicamente reflejadas del Norte de España) como los banquitos de piedra al costado de la puerta de las casas (que adoro), y acariciando animalitos de los cuales no tengo fotos pero si certeza de que los lectores que me conocen van a creerme.
PIRIÁPOLIS
Creo que lo mencionamos antes en algún otro post, pero este es probablemente nuestro balneario favorito, al menos de los “grandes” del país.
A veces los favoritismos son complicados de explicar, y aunque con Piriápolis parece fácil encontrar motivos para que a alguien le guste, lo cierto es que también obra en nosotros ese encanto que no se puede explicar y que corre el riesgo de brillar solo ante los ojos de quien lo ve de esa manera.
Si bien esta vez nuestro pasaje por este balneario fue sumamente breve teniendo muy poco material actual al respecto, sin duda tenemos intención de volver en otro momento por más tiempo. Cuando eso se dé, seguro que le dedicaremos un post entero con detalles sobre el misticismo que esta ciudad esconde (supuestamente, porque nada está al 100% comprobado sino que son interpretaciones) que es además una de las características que, en lo personal, me hacen poner a Piriápolis en el podio de mis balnearios favoritos de Uruguay.
Tengo mucho material al respecto (incluso un post a medio redactar) y me encantaría poder chequear cada cosa en persona algún día, y compartirlo en el blog.
De momento podemos decir que mientras estuvimos allí en 2021 aprovechamos a subir el cerro desde donde se puede obtener una hermosa panorámica, ya sea de día o de noche.
También vale mucho la pena recorrer la rambla de Piriápolis descubriendo a los pescadores o simplemente viendo el sol esconderse detrás del agua (siempre atardeceres).
PEDACITOS DE MONTEVIDEO
Aunque uno sea de Montevideo y le resulte quizás más exótico y como tal memorable visitar otros departamentos, lo cierto es que la capital del país tiene también muchas cosas interesantes para ver, ya sea como turista o como local con ojos de turista (o de local con ojos de niño, ¿por qué no?).
Fue así como un mandado a una feria de vegetales en Punta Espinillo que resultó estar cerrada fue la excusa perfecta para desviarnos en el camino y terminamos en la playa del Cerro, donde vimos un barco encallado a lo lejos y juntamos piedritas del suelo.
Cierto que quizás no es la playa más linda de los kilómetros de costa que tenemos para elegir en el paisito, pero la arena sigue siendo envidiable en comparación con otras playas que hemos visitado.
Además, si no sos tan de la playa como esta humilde servidora, siempre podés entretenerte en las hamacas que cuelgan de algunos árboles de la zona (¿ah, que era para los niños me dicen?).
Pero una visita al Cerro no está completa si no te vas para arriba.
La Fortaleza del Cerro de Montevideo fue mandada a construir por el ya mencionado Zabala (si, el de los caramelitos de nuevo) para proteger la zona de invasiones marítimas, instalando además un faro como cereza del postre.
El Cerro de Montevideo con su fortaleza en la punta se volvió un símbolo nacional, al punto de aparecer en el actual escudo de Uruguay.
Pero que ni el nombre ni su importancia te engañen, con sus 132 metros sobre el nivel del mar el Cerro no es ni de cerca el punto más alto del país, pero eso no le quita mérito.
A día de hoy lamentablemente varias zonas del Cerro de Montevideo tienen la fama de ser lugares peligrosos por motivos de delincuencia, pero yo prefiero quedarme con el hecho de que estar en el Cerro es como viajar por el mundo.
Las calles de este barrio son identificadas con nombres de países, y tu nacionalidad uruguaya podría ponerse en duda si nunca hiciste la broma de llamar a alguien desde el Cerro y decirle “perdoná, no te escucho bien porque estoy en Grecia” o algo así.
Casi que podríamos dudar también de tu nacionalidad oriental (es decir, de la República Oriental del Uruguay) si nunca tomaste mate en la rambla… bueno, mejor dejémoslo en “si nunca fuiste a sentarte a la rambla” *se atajaba porque ella misma nunca tomó mate en la rambla*.
Con sus 22 kms, la rambla de Uruguay es la más larga a nivel mundial, y uno de esos lugares donde da igual placer visitarlo de día o de noche, dependiendo del ambiente que quieras encontrar.
Durante la mañana la rambla es un lugar donde muchas personas van a tomarse el descanso de su trabajo, quizás apreciar la tranquilidad que suele haber a esta hora cuando el movimiento principal está entre bloques de cemento y no a la orilla del agua. Cómo será el grado de tranquilidad que una vez me tocó ver a una chica sentada a upa de su novio, realizando movimientos ascendentes y descendentes de forma reiterativa, al punto que provocaron que una señora se les plantara en frente y les dijera que “eso no se hacía en la vía pública”. Ese grado de tranquilidad podés encontrar en una mañana cualquiera en la rambla.
Durante la tarde, es el momento de los pescadores, los deportistas y las familias. Más o menos hasta las 19-20 hs es común ver un pescador cada pocos metros, con sus 2, 3 o 4 cañas dispuestas de manera que se sostengan solas y el mate a un costado. Las familias con niños pequeños son otro clásico de las tardes en la rambla, estacionando su auto en las zonas más concurridas y bajando sillas plegables, banquitos y bolsitas con empanadas y refuerzos (sándwiches) además de por supuesto, el mate.
A esta hora tenés que cuidarte de esquivar a los corredores que van y vienen de un lado a otro de la rambla, aprovechando la brisa del atardecer que les rellene un poco más los pulmones agitados.
Por último, la rambla a la noche es territorio de la juventud.
Si bien se puede ver también familias con niños pequeños, lo que más abunda son los grupos de adolescentes y adultos-jóvenes, compartiendo el mate (sí, incluso post pandemia) y poniendo música con su parlante bluetooth.
Es a esta hora cuando aparecen los patinadores: ordas de personas generalmente entre los 20 y lo 35 años patinando en rollers, esquivando a los deportistas rezagados que van quedando. Algunos van por la calle, pero la mayoría aprovechan la vereda lisita de la rambla para evitar accidentes, y muchas veces desembocan en la pista de patinaje ubicada también sobre la rambla.
La rambla es un ecosistema en sí mismo, y es parte de la personalidad contemplativa de los uruguayos. De alguna manera, define la personalidad del uruguayo de forma muy acertada.
No demasiado lejos de ahí, está el centro de Montevideo, lugar que obviamente visitamos bastante a menudo durante nuestro retorno a Uruguay, a veces para pasear y a veces para buscar algún producto en particular.
Mi parte favorita para este último menester es sin lugar a dudas la calle Tristán Narvaja, la Babilonia de la ciudad.
Al menos para mi, esta calle es conocida por 3 cosas: los libros, la facultad de psicología y la feria.
Una de mis actividades favoritas y que en ningún país lo viví como en mi tierra natal, es recorrer las calles de Tristán Narvaja en búsqueda y captura de libros usados.
Supongo que la Facultad de Psicología fue la que provocó que poco a poco esta calle se convirtiera en una seguidilla de librerías, y a su vez es la misma que a día de hoy las mantiene con vida (aunque no exclusivamente, claro).
Entre semana, caminar por Tristán Narvaja es sentir olor a páginas amarillas, es ver sombreros antiguos y señores de barba y lentes redondos en la vereda, de grafitis que hacen referencia a grandes obras literarias, de pasillos misteriosos revestidos de libros, de libertad de poder permanecer horas perdida entre páginas sin que nadie venga a vigilarte ni a apurarte, es permanecer en un espacio-tiempo aletargado del cual cuesta salir.
En cambio el domingo Tristán Narvaja se transforma para dar lugar a cuadras y cuadras de puestos con variedad de artículos, desde los bien conocidos puestos de frutas y verduras, típicos de cualquier feria (en otros países conocidos como “mercadillos”) hasta aquello que hace que la Feria de Tristán Narvaja sea famosa: los puestos de antigüedades.
Sin lugar a dudas la parte más divertida de esta feria es ir viendo todos aquellos productos que a lo mejor desechaste de tu sótano pensando que por viejos serían ya inútiles, pero que acá se venden como reliquias a precios relativamente asequibles. Claro, reliquias según el ojo de quien los mire.
Tristán Narvaja representa sin lugar a dudas el mayor Némesis para mi bolsillo, ya sea en día de semana o en domingo, pero es un riesgo que tanto mi bolsillo como yo estamos dispuestos a correr.
Muy acertadamente, justo en la esquina de 18 de Julio y Tristán Narvaja se encuentra además la Bilbioteca Pública Nacional, la cual no visité en ese año y medio que estuvimos en Uruguay y de lo cual me arrepiento, pero sí visité con anterioridad y recomendaría a cualquiera que viva la experiencia de buscar un libro allí adentro, aunque sólo sea una vez.
En general el centro de Montevideo es un lugar que hay que visitar con muchos ojos, algunos apuntando hacia arriba y otros hacia los costados, si no querés perderte nada.
Nosotros descubrimos cosas que no estaban antes de 2018 cuando comenzamos nuestro viaje, y fue muy grato poder redescubrir nuestro propio país y tener esa sensación de novedad en un lugar donde pasamos la mayor parte de nuestra vida.
Y siendo que Piriápolis es un lugar que tanto nos gusta en gran parte por su misticismo, no podemos dejar de mencionar el punto de Montevideo donde el ocultismo hace acto de presencia.
El Castillo Pittamiglio fue diseñado por un estudiante y buen amigo de Piria, siendo además compañeros de afición. Es por eso que el Castillo de Pittamiglio, ubicado sobre la rambla de Montevideo tiene formas y detalles que obedecen a los principios de la alquimia, corriente de la cual al igual que Piria, no tenemos pruebas contundentes para asociarla a el, pero los símbolos que deja en su castillo se inclinan mucho hacia ese lado.
Si bien dentro del castillo se ofrecen exposiciones y actividades de manera constante, así como una tiendita de recuerdos y mini librería, para mí lo más memorable es la arquitectura del lugar en sí. No hay que ser muy erudito en el tema para descubrir cosas que se salen de lo común, como escaleras y puertas que no llevan a ningún lado, o cuartos con forma circular.
Claro que si vamos más allá, podemos encontrar muchísima simbología referida ya sea a la alquimia o a la religión de Pittamiglio, como la presencia del número 7 y el 2 en la construcción del castillo (72 ladrillos en un arco del patio y 27 en otro, los 27 metros de altura del edificio, los 872 metros cuadrados del plano, las 72 águilas bicéfalas en el castillo, los 27 escalones hasta el piso de arriba y algún pasillo con 2,7 metros de ancho) número cargado de simbología en el Catolicismo, por ejemplo, 72 son las formas de decir “Dios” que figuran en el libro de la cábala, y también son estas las veces que Moises pronunció el nombre de Dios, según la Biblia, al atravesar el Mar Rojo.
En cuanto a la alquimia como tal, se encuentra también presente en pequeños detalles; según estos principios, toda materia está formada por mercurio, azúfre y sal, elementos que se encuentran representados en varias partes del castillo.
Pero quizás lo más curioso que se descubrió hasta ahora en el castillo Pittamiglio es el hecho de que en una parte del techo del piso superior, y únicamente el día 21 de Diciembre, el día del solsticio de verano, al mediodía la luz del sol pasa exactamente por una hendidura del techo en forma de T, que refleja una sombra en el suelo similar a la de una copa, quizás como una alusión al Santo Grial.
Y si nada de esto te llama la atención, con solo ver la construcción por fuera y admirar esa fachada que imita a un barco, o apreciar las esculturas del interior o la arquitectura misma como tal, ya valdría la pena la visita.
EN RESUMEN
Como ven, si bien no nos dedicamos a recorrer todo el paisito en este primer retorno post primera parte del viaje, tampoco es que nos quedamos quietitos sin salir.
Volvimos a Uruguay a finales del 2020, y aun en el principio del 2021 los efectos colaterales post-pandemia seguían presentes, limitando un poco algunos planes, pero no imposibilitándolos.
Estos meses fueron muy ricos en varios aspectos para nosotros, tiempos en los que reconectamos con nosotros mismos y con otras personas, reforzamos vínculos o los creamos allí donde no había nada.
Conocimos familia que apareció mientras nosotros estábamos afuera, miramos los mismos lugares con otros ojos y descubrimos rincones escondidos en nuestros propios barrios y en barrios ajenos.
Volvimos a valorar cosas que viajando las extrañábamos, a veces de forma consciente y a veces sin siquiera saberlo.
Comimos asado varias veces, y tomamos leche de vaca sin sentir que dejábamos una parte importante de nuestro presupuesto diario por ello.
También nos quejamos y deseamos que algunas cosas fueran diferentes, pero eso es algo inevitable que sucede en cualquier parte del mundo.
En resumen, durante estos meses de retorno al paisito, lo disfrutamos, lo vivimos y lo recorrimos (aunque no en su totalidad) con un trasfondo, un gustito a viajes que nos permitió ver todo con ojos nuevos. No con ojos de turistas, sino con ojos de uruguayos que retornan a su tierra por tiempo limitado e intentan atesorarla, a ella y a todo lo querido que en ella hay, con más fuerza que nunca.