Rebobinemos.
Ya habíamos recorrido los 3 pequeños países de los que nadie habla, justo encima de Brasil, y como nuestra idea era volver a Manaos para llegar a la triple frontera y seguir rumbo a Colombia, las opciones eran dos, una barata y otra cara.
La cara consistía en bajar a Brasil directamente desde Guayana Francesa hasta Macapá para luego tomar un barco en Belén y llegar así a Manaos. La barata era hacer dedo a través de todas «las Guyanas» nuevamente, pagando apenas las lanchas para cruzar algunas fronteras.
Claro que elegimos el camino barato.
Aun así, hubieron personas que quisieron encarecernos un poco el viaje, como por ejemplo el señor de la lancha que cruzaba desde Guayana Francesa a Surinam, que cuando le preguntamos el costo nos quiso clavar 50 dólares Surinameses a cada uno, siendo que nosotros sabíamos que ese era el costo por los dos, porque ya habíamos hecho ese mismo recorrido hacia el otro lado. Obviamente, el señor de la lancha, luego de escuchar que ya habíamos cruzado ese tramo antes y nos había costado la mitad, tuvo que acceder, resignado.
Mucho teníamos que caminar para salir de la ciudad y comenzar a hacer dedo en dirección a Guyana, así que allá arrancamos. La única pausa fue impuesta por un señor que se nos plantó en frente, abriendo los brazos en extraños movimientos, mientras nos preguntaba «are you globetrotters?» y sólo por usar esa palabra tan genial nos sacó una sonrisa, la cual llevó a intercambiar algunas palabras, para continuar caminando pero esta vez con la bendición de este señor.
La noche estaba a punto de hacer acto de presencia cuando todavía nos quedaba mucho por caminar, mientras pensábamos dónde poner la carpa, cuando de repente un hombrecito nos comenzó a hablar.
Comenzó diciendo «Yo iba en el bus, pero los vi caminando por la calle con esas mochilas gigantes, y tuve que bajarme para conocerlos». La conversación continuó con las preguntas típicas, que de dónde éramos y hacia dónde íbamos, y mientras caminaba a nuestro lado, las preguntas mutaron a frases del estilo «pero está por caer la noche… no les conviene seguir caminando ahora» o «¿dónde van a pasar la noche?» y desembocó en una invitación: «¿por qué no se vienen a mi casa y ponen la carpa allá? Mi casa no es lujosa, pero hay un techo para protegerlos de la lluvia y puedo cocinar algo para ustedes».
Una vez más se cumplió lo que tantas veces nos demostró el viaje, que aquellos que menos tienen son, muchas veces, los que más dan.
El hogar de este hombre era, en efecto, muy humilde, pero su corazón no entraba allí adentro.
Nos indicó el baño donde pudimos darnos un baño, y luego nos preparó pan con queso y un plato de porridge (avena) a modo de cena, con un café con leche. Por si esto fuera poco, nos llevó a una tienda para comprarnos dos botellas grandes de agua para que llevemos en las mochilas.
Conversamos mucho y nos contó que en la mañana bien temprano salía un bus que nos dejaba en un pueblo(Nieuw Nickerie) desde donde podríamos llegar al ferry que nos cruzaría a Guyana. Ante nuestra inquietud por el precio, nos dijo que éste era un bus del Gobierno y eso lo hacía muy barato, pero eso sí, había que llegar a la terminal antes de las 5 de la madrugada para conseguir lugar, ya que el bus salía a las 6:00.
A las 04:00 nos estábamos despertando… y no sólo nosotros, el señor se había levantado también temprano para acompañarnos.
Aprovecho a contarles que éste es un buen método para salir de Paramaribo, gastando muy poco dinero y sin caminar hasta que se les gasten los pies; estos buses gubernamentales parten desde la estación principal y cuestan 12,5 dólares surinameses por persona, es decir menos de 2 dólares por 4 horas de viaje, 230 kms.
Abrir en otra pestaña para ver mejor.
Eso sí, la mochila la tienen que llevar en el asiento con ustedes, y si, van a quedar encajados en el asiento como una fichita de tetris porque los espacios son bastante escuetos… pero como poder, se puede.
Cuando llegamos a Nieuw Nickerie nos enteramos de boca de la policía que el ferry que cruza a Guyana estaba roto, así que la única forma de atravesar ahora el río era utilizar unas lanchas llamadas «backtrack» las cuales son un poco más baratas que el ferry oficial, costando alrededor de 10 dólares por persona (siendo que el ferry cuesta 15 c/u).
Ok, más barato, mejor entonces ¿no?
Bueno, ni tanto eh, no te creas.
La cosa era que, por más que el ferry estuviese roto, la oficina de migraciones estaba ubicada justo donde sale el ferry, así que igual teníamos que llegar hasta allá para marcar la salida de Surinam, y después, volver todo el camino hasta el pueblo para desde allí tomar la ruta hacia las lanchas backtrack.
Para colmo, era muy difícil conseguir un auto que te lleve hasta la oficina de migraciones porque solamente iban para allí quienes tenían intención de salir del país, que generalmente son turistas que no andan en auto… o taxis, que son los que transportan a estos turistas.
Así que para hacer este tramo y el de las lanchas backtrack es muy probable que tengas que hacer lo mismo que nosotros y negociar con un taxista el precio más económico que pudiera hacerte, y acceder a esperar a que más gente quiera hacer el mismo recorrido para que viniera con nosotros y de esa forma obtener un precio más barato.
Y créanme, hicimos bien.
En todo el viaje en taxi, solamente nos cruzamos un auto y era también un taxi, así que si hubiésemos hecho dedo en aquella dirección, probablemente todavía estábamos esperando.
Las lanchas backtrack se veían mejor que otras en las que hemos subido antes, y hasta daban salvavidas a los pasajeros que quisieran aceptarlos, un lujo que créanme, no todos los servicios de lancha ofrecen (sí, cruce a Pantoja, te estoy mirando a vos).
Y como servicio extra tenían el caballito… no, no leíste mal.
Resulta que las lanchitas estaban encalladas al lado de las rocas ya que esa zona no era un puerto propiamente dicho, lo que significa que no podían acercarse demasiado a la «orilla», así que para subir sí o sí tenías que mojarte las patitas y gran parte de la pierna; por esto, las personas de la lancha se ofrecían a subirte a caballito y depositarte cual copa de cristal en la lancha.
Nosotros preferimos enterrar las patas en el agua, que al final de cuentas hacía calor y el agua se seca, pero todas las demás personas aceptaban el servicio de caballito, incluso un alemán de 2 metros de alto que prendido como una garrapata a la espalda del surinamés, fue clavado de traste adentro de la lancha.
También teníamos a la pareja romanticona donde él cargaba a ella cual novia en luna de miel, agarrándola bajo las rodillas y bajo los brazos (ubican la posición ¿verdad?).
Nosotros todavía teníamos manchas de barro en las sandalias de andar enterrados hasta el tobillo en el barro de Guayana, ¿qué inexistente rastro de delicadeza podíamos proclamar?
Otra vez Guyana
Una vez llegados a Guyana, escapamos nuevamente de las garras del engaño (o de la «viveza criolla» como le decimos en el barrio para disfrazarlo de virtud y que no suene tan feo).
Apenas bajamos de la lancha, ya estábamos en Corriverton porque a diferencia del ferry oficial, las lanchas te dejan directamente en la ciudad evitando los casi 15 kms de distancia que separan el puerto de arribo del ferry con la ciudad.
Nos revisaron un poquito las mochilas y el pasaporte, y ahí fue donde empezaron a aparecer… los taxistas.
En 2 segundos nos vimos bombardeados del internacional «taxi? taxi?» y nosotros diciendo que no mecánicamente.
Preguntamos a las personas que nos revisaron las mochilas dónde quedaba la oficina de migraciones y nos dijeron que los taxistas nos podrían llevar allí… la complicidad se olía a la legua.
Al final, caminamos para salir por nuestros propios medios y encontrar otra persona a quien poder preguntarle sobre la oficina de migraciones, pero fuimos interceptados por más taxistas, entre ellos un niño de unos 10-12 años que al decirle que no teníamos dinero para el taxi nos preguntó «¿no tienen 200?» y éste revelador comentario que únicamente podía venir de la más pura inocencia que sólo un niño puede tener fue el que nos develó el truco; 200 en dólares de Guyana es el equivalente a 1 dólar… pensemos juntos, ¿qué viaje en taxi puede costar 1 dólar?
La respuesta es sencilla: uno muy corto.
Así que, doblemente convencidos ahora de que este bombardeo de taxistas era puro timo, le pedimos al niño si podría decirnos dónde estaba la oficina de migraciones, que iríamos caminando.
El pobre nos llevó con un adulto para que nos ayudara, pero éste lo único que hizo fue reprender al niño que se acercó cabizbajo a nosotros a insistirnos preguntando si no teníamos dinero, y al decirle que no, se limitó a decirnos con tristeza «ok, tengan un viaje seguro amigos».
En ese momento es cuando uno cree oír el pequeño crack de algo que, poco a poco, se rompe por dentro… no dentro de nosotros, sino de él, de ese niño que fue reprendido por querer ayudar en vez de encubrir un truco para quitarle plata fácil a otra persona.
La seccional de policía estaba muy cerca, a unas 2 cuadras, así que decidimos preguntar allí por la oficina de migraciones.
Y la historia se repetía.
En la seccional había 2 policías, y dos ciudadanos, uno de ellos, taxista, según nos enteraríamos segundos después.
Al preguntar por la oficina de migraciones, los policías comenzaron a decir que no sabían, pero que esa persona que estaba allí, apoyada en la mesa de la seccional, era taxista, y el podría llevarnos hasta allí… por una módica suma, claro.
Nosotros empezábamos a irnos, cuando el otro ciudadano que estaba allí dijo «pero si migraciones es acá cerca, díganles dónde está la oficina», ante lo cual los policías tuvieron que explicarnos que a unas 4 cuadras, a mano derecha, estaba la oficina en cuestión.
Y así fue, caminamos 4 cuadras más, y un tanto escondida y con apariencia de cualquier cosa menos una oficina estatal, estaba la dichosa migración.
Resumiendo, parecía que toda la ciudad (menos el niño y el civil de la seccional) estaba complotada con los taxistas, y nadie quería decir que la oficina de migraciones estaba a escasos pasos de donde nos dejó la lancha, con el único fin de sacarle algunos pesos a estos turistas que seguro vienen llenos de dinero.
Seguro.
Jajaja, sí claro.
A ver, uno entiende que esto del ferry que se rompió podía ser una buena oportunidad para hacer una plata extra para la gente de la ciudad, pero no nos parece justo que no te den opciones y te hagan creer que la única forma de llegar a un edificio que está a 5 cuadras, sea en taxi.
En fin, la viveza criolla que siempre está presente en cualquier parte del globo.
Y allá en migraciones nos encontramos con el alemán, que había llegado en taxi, segundos antes que nosotros.
El muchacho estaba tratando de hacer el trámite de entrada a Guyana, y digo tratando porque a juzgar por sus palabras, era evidente que no lo estaba logrando.
Algo no convencía a los oficiales de Guyana, y pocos minutos de presenciar palabras que van y vienen nos hicieron entender que el alemán no tenía la salida de Nieuw Nickerie en el pasaporte, sino que lo que tenía era una extensión de la visa, sellada en Paramaribo.
Y en base a esto se desató la trifulca.
El chico insistía en que el pidió el sello de salida en Paramaribo y que eso que tenía ahí era la salida, mientras que los oficiales insistían en que eso no era la salida, sino una extensión de visa.
No sabemos quién tendría razón, pero la cosa es que el alemán se terminó enojando tanto que empezó a decir cosas que nunca hay que decirle a un oficial… cosas como «lo que pasa es que no te gusto porque soy blanco» o «te pensás que vengo de una familia rica y que llamo a mi casa y me mandan toda la plata que quiera», o «ya entiendo, lo que están buscando es coima».
En fin… todo lo que no hay que decirle a un oficial, él lo dijo.
Finalmente, el oficial le propuso volver a la lancha, pedirle que lo crucen a Surinam de nuevo para sellar el pasaporte, y que si él les explicaba a los conductores de la lancha que el oficial de migraciones pide que el cruce sea gratis, los de la lancha van a obedecer.
El alemán no quedó para nada convencido, pero no tenía más opciones, así que se fue a intentar lo que el oficial le dijo, y nosotros pudimos sellar nuestro pasaporte, ante los elogios del oficial «esto sí está bien sellado… este es el sello que el muchacho no tenía y ustedes sí… así es como hay que viajar» etc etc.
Una vez en Corriverton, cumplimos nuestra promesa de quedarnos unos días más con la familia que nos había acogido en su casa antes, cuando nos vieron caminando con las mochilas por la calle.
Nuevamente, presenciamos lindos atardeceres desde ese cuarto preparado para nosotros, y salimos a pasear por los alrededores y encontrar animalitos cada dos por tres.
También pasamos una noche en un boliche de la zona, donde la persona que nos llevó fue quien alegró al pueblo porque llevó un proyector en el cual se reproducían videos de música a caballo entre hindú y tropical.
Todo esto acompañado de un “Banko wine”, el vino de la zona que enorgullecía a sus habitantes pero que nosotros no podíamos tomar más de dos vasos si queríamos mantener la cordura.
Esta vez, a modo de agradecimiento intentamos hacerles alfajores de maicena, tarea para nada sencilla cuando estás en un país donde es difícil conseguir la mitad de los ingredientes, siendo el principal inubicable.
Y no, con principal no me estoy refiriendo a la maicena, sino al queridísimo dulce de leche.
Pero la necesidad hace al mago, así que buscamos en internet hasta que dimos con una forma sencilla de llevar la leche condensada a dulce de leche.
Tuvimos que conseguir también un coco, pelarlo y rallarlo, ya que no se vendía rallado, y además, conseguir limones amarillos (y no verdes, para poder rallar su cáscara) tampoco fue tarea fácil.
Como cereza del postre, la única margarina que se vende es salada, incluso la que se usa para cocinar.
Finalmente, la realización de estos alfajores fue posible, si bien el resultado no fue tan bueno como otras veces que los hemos hecho, debido a estas carencias en los ingredientes… pero bueno, que se pudo, se pudo.
Nos fuimos de la casa de Corriverton con las energías recargadas, galletitas para el camino, fotos, ropa nueva y mucho amor.
Y todo esto sería necesario como combustible para los días difíciles que vendrían.
COMIENZO DE LA DEBACLE
Pasamos unos pocos días en Georgetown, donde el camionero que nos llevó nos compró jugo de caña y banana chips para el camino.
En el camino a la capital del país, nos volvimos a encontrar con algunos pueblos de nombres muy graciosos, como por ejemplo “Catherine lust” (“La lujuria de Catherine”), “Letter T” (Letra T”), otros nombres muy alegres como “Adventure”, “Friends retreat” y “Friendship”, otros en donde Wa se sintió identificado por el hecho de que el pueblo se llamaba “Washington”, y después vino mi favorito… “Now or Never” (“Ahora o nunca”).
Hasta acá todo bien. Una mañana, bien temprano, nos dirigimos a las afueras de la ciudad para hacer dedo rumbo a Lethem, la ciudad frontera con Brasil, y de ese modo, decirle adiós al país.
Primero fue un camionero que nos dejó unos cuantos kilómetros más cerca, luego una chica manejando un auto beige que nos dejó en Linden, una ciudad a unos 120 kms de Georgetown, y a partir de allí, volvimos a atravesar la ciudad caminando para encontrar un lugar donde hacer dedo.
En el camino nos detuvo un grupo de niños que volvían de la escuela, y no podían parar de preguntarnos cosas y sorprenderse porque viajábamos «caminando».
Con ellos confirmamos algo que veníamos viendo desde hacía tiempo: que para la mayoría de las personas de Guyana, el concepto de «hacer dedo» (o «hitchhiking» en inglés) es algo completamente desconocido. A muchísimas personas que creían que viajábamos caminando, cuando les explicábamos que viajábamos a dedo, seguían entendiendo que solamente caminábamos, porque en algún momento de la conversación nos volvían a decir «¿pero van a ir caminando?». Sencillamente, es un concepto que no se maneja y probablemente se ve como algo verosímil, incluso luego de explicarles en qué consiste, simplemente porque allí no se practica.
En nuestro peregrinaje, dos señores que se bajaban de un camión repartidor de agua nos regalaron dos botellas de 1 litro cada una, y unos metros más adelante, otro señor intentó rellenar nuestra botella grande de agua por 3 dólares (lo cual, tomando en cuenta los precios de Guayana, éste estaba muy inflado).
Finalmente, los últimos metros de asfalto que veríamos en Guyana llegaron a su fin, dando comienzo a ese barro rojo que ya teníamos tan bien conocido, y del cual nuestras mochilas guardan aún visibles recuerdos.
Un pequeño camión nos acercó algunos kilómetros, a un cruce de caminos en donde solamente había una tienda (que a su vez era el hogar de la señora que allí atendía) y una casa justo al lado.
Había pasado muy poco tiempo desde que habíamos empezado a hacer dedo, cuando de la casa sale un señor de una barba muy particular y camina hacia nosotros.
Cuando nos alcanza, la primera frase que nos suelta era esperable: «hola, ¿cómo están?» (siempre en inglés, claro). Pero definitivamente no estábamos preparados para la siguiente línea de diálogo:
-Tuve una visión -dice el señor, muy serio.
-¿Una visión? -respondimos, sin saber muy bien qué decir en estos casos.
-Sí, a mí me vienen imágenes cuando me estoy por despertar, entonces después las dibujo en este cuaderno.
Acto seguido el señor abre un cuaderno que tenía en la mano y nos comienza a mostrar dibujos similares a Mandalas, algunas muy coloridas, otras no tanto.
-Ésta fue la visión que tuve hoy -nos dice mientras nos muestra un círculo azul y sobre el una especie de estrella rosada y otra verde un poco superpuestas-. El verde representa a un hombre, y el rosado, una mujer. Son ustedes dos.
Nosotros pensábamos que a lo mejor el azul sería el, porque tenía puesta una remera azul, pero el señor no dijo nada al respecto.
De repente se pone en pose con el cuaderno en mano, y hace un gesto con la otra. Le preguntamos si podíamos sacarle foto al dibujo, a lo que el responde que «¡Claro! ¡Eso es lo que les estaba diciendo! ¡Quiero que le saquen foto!».
Y con sonrisita y todo, el señor, su extraña barba métrica y su visión de nosotros dos, quedó inmortalizada en la memoria del teléfono, y más importante aún, en la nuestra.
Después de esto, el señor se despidió y se retiró a su hogar.
Al rato lo vimos andar por los alrededores con una remera de otro color, No pudimos evitar pensar si se puso la remera azul para cumplir más con la visión, pero tampoco nos parecía adecuado preguntar… no vamos a ser nosotros quienes cuestionemos sus visiones porque al final de cuentas, nosotros también elegimos creerlas.
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