ENSENADA
Sobre la noche llegamos a una ciudad, ahora sí, con todas las letras de ciudad puestas.
Compartimos techo con un muchacho que fabricaba todo tipo de objetos a partir de plástico reciclado, proyecto que había decidido llevar a cabo con un amigo hacía relativamente poco tiempo. Había dejado todo para dedicarse a aquella actividad en la que tenía puestas todas sus esperanzas.
Si ya podíamos encontrar una similitud con nosotros en ese grito de rebeldía contra el camino a seguir impuesto por la sociedad, ésta aumentó y los minutos de charla se convirtieron en horas cuando además nos contó sobre su recorrido como mochilero por varios países de Latinoamérica.
Aunque no es algo excluyente, está claro que no siempre son polos opuestos los que se atraen.
El comienzo de lo que se venía
Ensenada fue una ciudad que no nos marcó como tal.
Una ciudad de muchos complejos de vivienda privados con nombres extranjeros que daban una imagen de glamour que luego se opacaba frente a las calles inundadas por las cuales era imposible cruzar sin quedarte hundido hasta la pantorrilla.
Se sentía irónico, casi gracioso, salir a través de un portón eléctrico en cuyo costado se leía “La Toscana” para luego enterrarte de patas en el agua embarrada de la calle.
Una ciudad con cierta desprolijidad, disimulada con toques que, a nuestro gusto, no eran suficientes para elevar el promedio.
También es cierto que nosotros estábamos lejos del centro, por lo que nuestro veredicto puede resultar insensato para algunos.
Pero lo que realmente nos marcó estando en la ciudad, fue el comienzo del caos.
Cuando llegamos a Ensenada, había comenzado a correr el rumor de que EEUU cerraría la frontera por aquel virus del que se habló en diciembre del 2019 pero todos creímos que sería como tantos otros que se van tan súbitamente como llegaron.
A fecha de marzo, el caos comenzaba a hacerse palpable.
Todavía no se veía a casi nadie usando tapabocas, como la señora que vimos en aquel pueblito, pero entrar al supermercado comenzaba a ser una experiencia diferente.
Es cierto que el papel higiénico no escaseaba (aún) pero otros productos sí, y algunos carteles comenzaban a limitar los productos de consumo masivo. Era la primera vez en la vida que veíamos eso.
Cuando tomamos un bus local para movernos en los alrededores de la ciudad, me senté al lado de una señora que cada tanto tosía, y pude sentir como la mirada de nerviosismo de algunos pasajeros me atravesaba para dar de lleno en ella. Yo agradecía internamente haberme curado ya por completo de aquel dolor de garganta y tos que me agarré en San José del Cabo.
Esos pequeños cambios, sumados a las charlas que tuvimos con el chico que nos hospedaba sobre la incertidumbre que regía en la frontera y el cambio que implicaría en nuestro recorrido, marcaron de alguna manera nuestra estadía en Ensenada.
Pero no fue lo único, porque esta ciudad nos tenía preparadas algunas sorpresas.
La Bufadora
Alguien nos había dicho que no podíamos irnos de Baja California sin visitar la Bufadora, y para terminar de convencernos, nos habían mostrado videos, quitándonos todo el suspenso, pero convenciéndonos de que teníamos que seguir sus consejos.
A 35 kilómetros de Ensenada hay una zona que se llena de tienditas de artesanías y donde un bus local destina.
El motivo de este despliegue comercial es el bufón que atrae la atención de turistas y locales.
¿Bufón? ¿Dijo “bufón”?
Sí, pero antes que imagines a un hombrecito en mayas ajustadas que no dejan lugar a la imaginación, decoradas por rombos y un gorro que te recuerda a la hinchada de Boca o de Peñarol, dejame decirte que “bufón” es también el nombre por el que se conoce a las chimeneas naturales como la que puede verse en la zona de La Bufadora, mal confundida con un géiser.
Luego de atravesar todos los comercios, y habiendo probado muestras gratuitas de licuado de frutilla con tequila, licuado de ananá con tequila, o lo que sea con tequila, bajando unos escalones, llegás a una especie de balcón con vistas al mar.
Todo parecería normal… las gaviotas revolotean alrededor, el agua azul estalla contra algunas rocas, el ambiente se pinta de romanticismo y parece una excelente idea apoyarse en ese muro-balcón, plantarle cara al mar, cerrar los ojos y respirar profundo… para terminar no solo respirando agua sino que además empaparte de pies a cabeza.
Y es que si nadie te lo dice, y no ponés atención al piso mojado, el resoplido de la Bufadora puede agarrarte de sorpresa.
La bufadora es como se conoce a esa chimenea natural ubicada en un acantilado, comunicado además con una cueva.
Ésta perfecta combinación geográfica tiene como resultado un chorro de agua tan potente pero estrecho, que cuando una ola choca con fuerza contra el acantilado, ingresa a la cueva, y ésta al no poder soportar tanta presión, larga el agua por la primera salida que encuentra entre las rocas, provocando ese chorro vertical de varios metros de alto que nos puede pegar un buen chubasco si nos agarra desprevenidos.
¿Varios metros de alto?
Pues sí, el chorro que emite La Bufadora puede llegar a tener hasta 30 metros de altura, así que antes de ir pensate bien si alisarte el pelo y ponerte esas botas de gamuza que te guardabas para una ocasión especial, o mejor cambialo por un par de chancletas y máscara de pestañas a prueba de agua, porque sería una pena ir hasta allá y no dejar que la bufadora te ofrezca una lluvia privada.
Por supuesto que este capricho de la naturaleza es el atractivo principal del lugar, pero si además sos una persona bichera como nosotros, no va a ser el único.
Las gaviotas son las palomas de Punta Banda, la zona donde está la Bufadora.
Están tan acostumbradas a las personas (con todo lo malo que eso conlleva) que es normal verlas revoloteando bajito, alrededor de las cabezas de todas las personas, e incluso acercarse sigilosamente a quienes se apoyan a disfrutar del paisaje en el murito que bordea la costa.
No llegan a tener la confianza suficiente para comer un trozo de pan de la mano, pero pueden acercarse muchísimo si ven comida cerca de alguien.
Pero no son los únicos animalitos que llaman la atención de la gente, y es que si se pone un poco más de atención, y se inclina uno sobre el muro, vamos a ver que antes del agua hay pequeños espacios de tierra, en donde se aprecia alguna vegetación no demasiado exuberante y agujeros en ella.
Y donde hay agujeros en la tierra, hay un hogar… o tres, o cinco, o mil.
Cuando vimos salir la primera ardilla, no pudimos parar (sobre todo yo).
Aunque más tímidas que las gaviotas, las ardillas son la competencia directa de éstas, y no es raro verlas peleando por algún trozo de comida, o ver auténticas escenas de celos entre una gaviota y una ardilla que atrapó un maní.
Para nosotros, toda esta fauna que la rodea es un bonus track de La Bufadora.
Modelo por un día
La casa donde nos quedábamos estaba llena de máquinas que llamaban nuestra atención.
Desde impresoras 3D, que vimos funcionando en vivo y en directo con una cercanía poco habitual, hasta máquinas ensambladas con partes impresas en ella, que realizaban calados en madera, y varias cosas más.
Toda la casa invitaba a aprender cuando menos un poquito sobre reciclaje o sobre la tecnología implicada en el proceso.
Podíamos imaginarnos ayudando a ensamblar alguna pieza, o simplemente a sostener un trozo de madera mientras era calado por la máquina, pero al menos yo nunca me imaginé siendo modelo de remeras (camisetas) por un día.
Cuando el chico con el que convivimos unos días recibió un lote de remeras con el logo de su emprendimiento, y encontrándose con la contingencia de que una gran parte eran de mujer, no sin timidez se animó a pedirme un favor.
Rato después, me encontraba poniéndome una remera tras otra, y posando de las maneras más exageradas que alguna vez creí posar, mientras buscábamos fotos en Google que pudieran sernos de ayuda.
Ni el fotógrafo se dedicaba a la fotografía, ni yo al modelaje, así que nos sentíamos bastante torpes al respecto. A eso sumale la timidez de la situación, porque sí, todos los allí presentes teníamos un buen porcentaje de introversión.
Mientras Wa sacaba fotos y filmaba la situación, el muchacho me daba ideas sobre como colocar los brazos y de dónde tirar para evitar una arruga. Llegué a sentirme un monito que no sabía cómo disimular el hecho de no tener gracia alguna.
Lo bueno es que las fotos serían únicamente del torso, lo que facilitaba las cosas.
Se hizo lo que se pudo, algunas fotos pudieron ser rescatadas y hasta publicadas, mientras que otras quedaran para siempre en alguna carpeta virtual.
HACIA LA FRONTERA DE TIJUANA
El camino a dedo desde Ensenada a Tijuana no tuvo grandes complicaciones ni momentos memorables, más que el camión Deluxe que nos llevó gran parte del trayecto.
Era definitivamente la cabina más espaciosa que habíamos visto, con 2 camas, de las cuales una de ellas se colapsaba para dejar más espacio, una pequeña heladerita (como la de los cuartos de hotel), una mesa que se podía plegar contra la pared, recovecos con cortinas para guardar cosas, y agárrense… una televisión.
Definitivamente, el chofer de semejante camarote con ruedas no necesitaba nunca quedarse en cuartos alquilados.
Nos dejó a las afueras de Rosarito, una ciudad a menos de 20 kms de Tijuana, kilómetros que sorteamos gracias a una señora que paró para llevarnos en su coche.
Creía que éramos norteamericanos, así que nos hablaba en inglés hasta que le dijimos que veníamos de Uruguay.
Nos contó que ella trabajaba al otro lado de la frontera, y que con el tema del virus la cosa se estaba complicando porque tenía miedo que le cerraran la frontera.
TIJUANA
“No me gusta Tijuana” nos dijo alguien en la ruta, y no fue el único.
No lo compartimos de forma tan drástica, pero lo entendemos perfectamente.
Un patrón común que suelen tener, hablando en rasgos generales, las ciudades fronterizas es que no son tan lindas como uno pensaría que deberían ser.
Suena bastante coherente esperar que cuando llegues a un determinado país, éste te reciba con un lugar agradable, una ciudad que, con solo verla, el visitante se sienta bienvenido.
Bien, Tijuana lo hace… o al menos lo intenta.
Esta ciudad suena a transición, a lugar muy latino para un estadounidense pero muy estadounidense para un latino.
A pesar de que se intenta mostrar la cultura mexicana, uno siente que se hace de la forma más plástica posible; los mariachis caminan por las calles esperando que les pidan fotos y las taquerías redoblan los anuncios, pero aun así, casi todos los carteles están en inglés, y a veces los precios se leen en pesos y en dólares.
Algo similar sentimos en Cancún, pero en Tijuana estaba más marcada esa fuerza por resaltar lo más cliché de lo típico, aquello que un turista espera encontrar en México, algo que no lo defraude y llene su expectativa de “México Disney World”.
Así con todo, durante la noche el ambiente puede cambiar un poco, y la cercanía de la frontera, tan tentadora para aquellas personas con la ética ciega pero los bolsillos grandes, puede hacer que caminar por algunas calles de la ciudad cuando el sol ya no alumbra, no sea la mejor de las ideas.
Por todo esto, entendemos que haya personas en México que, a pesar de amar su país, no les guste Tijuana.
Atractivos de la ciudad
Durante nuestros días allí, visitamos los lugares que el virus nos permitió.
En efecto, muchos eventos que usualmente están abiertos al público permanecían ahora cerrados para evitar las aglomeraciones de personas.
Es por eso que no pudimos visitar el Museo de Las Californias, uno de los lugares que tan prometedor parecía; tuvimos que conformarnos con ver la espalda de las maquetas que, según nos habían contado, representaban la historia de Baja California, y con una galería de arte ubicada en el primer piso porque esa zona no estaba cerrada (aún).
Las actividades gratuitas del lugar, tales como clases de baile o gimnasia, estaban siendo canceladas, pero fuimos invitados a ver dos películas en el Imax.
El Imax es exactamente lo que el nombre dice: algo maximizado, en este caso, un cine.
Desde afuera era una pelota gigante, bastante imponente, todo hay que decirlo.
Por dentro, resultaba ser un cine circular.
En medio de la sala se veía una pelota blanca (que recordaba a algún planeta) la cual se encargaba de enviar la imagen a la pared y parte del techo del cine, haciendo sentir a quienes nos sentábamos en medio, como si estuviésemos metidos en la película.
Ninguna foto le haría justicia, así que simplemente los dejo con la imagen que la mente del lector pueda crear de estar sentados en medio de una pelota gigante, en cuyas “paredes” y “techos” se proyecta una película.
En cuanto al centro de Tijuana, los atractivos son casi meramente comerciales, y aunque varias tiendas ya estaban cerradas, la mayoría permanecía abierta.
Alguna que otra galería ofrecía gorros de paja y productos tejidos, además de los clásicos imanes, posavasos, postales y artilugios de venta al extranjero de paso. Algunas estaban casi exclusivamente dedicadas a la comida, sobre todo dulces artesanales y productos naturales.
Como era de esperarse, los precios de algunas cosas eran bastante accesibles, no así los de los restaurantes de la calle principal, donde sus mozos trataban de captar a la mayor cantidad de gente rubia de ojos celestes que se cruzara en su camino.
¿Nosotros? Terminamos comiendo en el puestito de una calle secundaria, donde éramos los únicos clientes, y podíamos comer 6 tacos y un vaso de infusión de Jamaica por 60 pesos (U$S 2,5 aprox) y donde la señora que los cocinaba era también quien servía la comida y sonreía.
Ninguna construcción arquitectónica llamó demasiado nuestra atención, y nunca conseguimos entender qué representaba ese arco gigante que termina siendo lo más característico de la ciudad.
Momento… ¿dije que el arco era lo más característico de la ciudad?
¿En qué estaba pensando?
El famoso muro
Algunos de nuestros días en Tijuana los pasamos en una zona llamada “Playas de Tijuana”… y sí, como su nombre lo indica, estábamos muy cerca de las playas, así que la visita a la costa cayó un día por nuestros planes.
Sería hipócrita decir que solamente queríamos ver la playa, porque sabíamos que ahí, bien cerquita había algo más, algo que lamentablemente terminó convirtiéndose en lo más emblemático de la ciudad.
Sí, les estoy hablando del muro.
La verdad es que yo había visto fotos al respecto hacía poco, como parte de una exposición en Guadalajara, pero no dejó de chocarme verlo en persona.
Lo primero que sorprende, es que al llegar allá uno no se encuentra con el típico muro de ladrillos impenetrable que espera ver.
Lo que hay es una reja de barrotes cuadrados y gordos, no tan alta como uno creería pero con alambre de púas arriba del todo, que no se ve tan difícil de atravesar… hasta que te das cuenta que detrás de ella, unos metros más allá, hay otra reja igual, con la única diferencia que esa no está pintada, y que la vigilancia es 24/7, soldados y armas de fuego incluidas.
Sí, el muro del que tanto se habla es una reja.
Fue cuando entendimos que lo que le da la denominación de “muro” no es el material con el que esta barrera fue construida, sino el efecto que genera en su entorno, en la gente que la ve.
Es curioso como una reja puede hacernos sentir más encerrados que un muro.
Quizás el factor de poder ver al otro lado genera esa sensación de “tan cerca pero tan lejos”.
Quizás la construcción del muro en formato reja tiene un significado que vá más allá de lo que podemos imaginar.
Un pájaro que vivió toda la vida en una cajita, no puede saber qué se pierde si no lo ve, en cambio, un pájaro que vive en una jaula puede ver perfectamente el mundo del cual está siendo privado.
Aunque no sabemos si en alguna parte de la frontera el muro de rejas se convierte en cemento, y no podemos saber tampoco, a ciencia cierta, si nuestras pesquisas sobre las intenciones de la reja son acertadas o no. Ni siquiera podemos saber qué sensaciones experimentaríamos si el muro fuese de ladrillos en lugar de barrotes, si nuestros pensamientos se verían modificados o no, pero lo que sí sabemos es que ya sea en forma de protesta o en busca de la paz, ésta frontera fue pintada con cientos de murales de colores, que disimulan y dan paso a la admiración, no solo por el arte en las manos de los pintores, sino por las intenciones que los llevó a hacer esto.
Después de todo, se podrá encerrar a un pájaro, pero no se puede evitar que cante.
EL COMIENZO DE LA PANDEMIA MUNDIAL
Pero no, no fue el muro el que detuvo nuestro pasaje al vecino país, sino algo invisible con más fuerza de la que podíamos esperar: algo que en los medios llamaron “pandemia mundial”.
Nuestro plan inicial era pasar apenas unas 2 o 3 noches en Tijuana para luego cruzar a Estados Unidos, pero el futuro tenía planeado algo diferente para nosotros, porque al día siguiente de nuestra llegada a la ciudad, las fronteras terrestres se cerraron, dejando pasar únicamente a personas estadounidenses o a aquellos mexicanos que trabajasen al otro lado de la frontera (lo cual se daba bastante más de lo que uno creería).
Siendo la última quincena de marzo del 2020, las únicas noticias que se veía en los medios masivos de comunicación eran las estadísticas con la cifra oficial sobre la cantidad de personas infectadas o en circunstancias aún peores.
En el centro ya se veían varias personas usando cubre bocas, y ciertos productos, como el alcohol en gel y las vitaminas C, ya no podían conseguirse en ninguna tienda ni farmacia.
Los supermercados de Tijuana tenían góndolas que se veían como las fotos de Venezuela que bombardeaban las noticias desde hace unos años atrás; productos como enlatados, fideos, arroz, y por supuesto, papel higiénico, eran casi inexistentes.
Parecía que la moda de las series y películas de zombis habían generado en las personas esa sensación de abastecerse por si el día de mañana no pudieran volver a salir de sus casas.
Quien diría que tan erradas no estaban.
Total, que no fue el muro el que nos impidió pasar, aunque de alguna manera, los sentimientos involucrados en ambos bloqueos fueron los mismos.
El muro que nos detuvo nuestros pasos era tan diminuto que no podía verse, un muro invisible.
El miedo se apoderaba poco a poco de la población, mientras nosotros, intentando no toser (ni aunque nos atragantásemos con agua) para no ser mirados con desprecio donde sea que estuviésemos, intentábamos recalcular nuestro futuro cercano.
Quedarnos en Tijuana no era una opción demasiado tentadora. Los alquileres eran bastante económicos, pero seguían siendo un gasto importante con el que no contábamos, y nadie podría hospedarnos gratuitamente por tanto tiempo. De hecho, casi nadie quería recibir viajeros en su hogar, por miedo al virus, y acampar en una ciudad tan grande y por tiempo indeterminado no era una buena opción.
Afortunadamente, lo mejor que nos regaló ésta forma de viaje es la gente, y al final de cuentas, habiendo conocido tanta gente linda que se preocupó por nosotros, no nos sorprendió tanto cuando, luego de anunciarse el cierre de la frontera y sin nosotros decir nada al respecto en ningún medio público, en nuestro celular comenzaron a llover mensajes ofreciéndonos lugares donde quedarnos (no solo en México, sino en otros países donde habíamos estado antes), y aunque nos hubiese encantado aceptar todas las propuestas, tuvimos que elegir una.
Dando marcha atrás, nos encaminamos a la que sería nuestra casita durante tiempo indeterminado.
No sabemos que pasará en el futuro, pero por ahora el viaje no termina, simplemente, está en pausa.
Hermoso!! Gracias por dedicar el tiempo en compartir su viaje! Me encanta. Los sigo hace poco y lo que más me gusta es su simplicidad con la que viajan, sin aires de superación con respecto a muchos viajeros que conozco que a veces cansa.
Sigo muchas cuentas de viajes, pues mochilera frustrada, y siempre encuentro un halo de actitud superadora con respecto al resto que no se animó/pudo/quiso dejar todo y salir a viajar, sumado al misticismo que le meten a todo, tan intenso que relaja. En cambio ustedes me encantan, cuentan cómo se metieron en la Guyana en una ruta embarrada como si lo hicieran todos los días. Sumado a wa que se nota que ni le importan las redes, ni salir en las fotos. Me encantan. Agradezco mucho a que ustedes comentaron un posteo de la Guyana a acróbata del camino y ahí los empecé a seguir y me gustan un montón como viajan y por dónde andan. Saludos desde Córdoba! Silvina.
¡Hola Silvina! ¡Qué lindo leer tu mensaje!
Primero porque nos pone muy contentos saber que hay gente que disfruta con nuestros relatos; siempre es un shot de ánimos cuando alguien nos escribe un mensaje como el tuyo. Por más que nos guste hacer lo que hacemos, resulta reconfortante saber que de alguna manera más personas pueden disfrutarlo también, y es una parte muy importante de nuestro objetivo.
Segundo, nos gusta saber que nuestras características personales y estilos de narración, que pueden resultar tan «poco atractivas» para el mundo de hoy, fueron tan positivas ante tus ojos.
Los agradecidos somos nosotros por tener gente que nos lee y les gusta lo que hacemos y cómo lo hacemos (¡gracias!).
Un abrazo grande, y si se pudiera también le mandaríamos un abrazo a Córdoba, una parte de Argentina que nos quedó pendiente y seguro visitaremos algún día.