Tanzania para nosotros fue un país de esos que pasan sin pena ni gloria.
Cierto es que no recorrimos mucho y culpamos un poco a Kenia por eso, que nos agotó con la insistencia de sus vendedores y los intentos de cobrar todo mucho más caro al extranjero, entre otras cosas. Salimos agotados de Kenia y Tanzania pagó por eso.
Teníamos acordadas varias estadías en el país, todas en Dar es Salaam, y a medida que pasaban los días, menores eran nuestras ganas de buscar anfitriones en otras ciudades.
De hecho, Dar es Salaam se nos hizo un poco larga para el jugo que pudimos sacarle (insisto, en ese momento no estábamos en nuestro mejor estado anímico y eso probablemente influyó).
Como resultado, ésta ciudad fue lo último que vimos de Tanzania.
CONTRACTURADOS PERO BIEN ACOMPAÑADOS EN DAR EN SALAAM
La llegada a Dar es Salaam fue un poco caótica.
Cuando tomamos el bus en Tanga decidimos llevar las mochilas grandes sobre nuestro regazo para evitar perderlas de vista. Además, el viaje era corto, unas 7-8 horas.
Ahora bien, la posición inalterable y con un peso muerto encima nos dejó acalambrados y con ganas de aterrizar en una cama.
Lástima que cuando el bus se detuvo en la terminal de Dar es Salaam, todavía no habíamos llegado a destino.
Para llegar a destino, tuvimos que tomar no uno, sino dos buses mas (el clásico trasbordo).
Pagando dos ticket en una casetita azul de la terminal y por menos de un dólar, podíamos atravesar la ciudad para llegar a la casa donde nos esperaban.
Dos ticket significa dos buses interurbanos, buses comunes y corrientes, como el 125 o el 522 de Montevideo. Ese tipo de bus. Mejor que los mini bus, sin duda, pero igualmente complicado con una mochila grandota a cuestas… y más aun si además de vos se suben 30 personas más.
El primero iba tan lleno que yo iba aplastada contra la puerta (que ya tenía el vidrio reventado) y el pobre chofer me pedía cada dos por tres que me corriera a un costado porque no le permitía ver el espejo. Terminé acomodándome en posiciones circenses, cruzando los dedos por que el bamboleo del bus no me tire al piso, mientras intentaba no perder de vista a Wa que iba machacado entre un tumulto de gente.
El segundo bus fue un poco más vacío (menos mal).
Llegamos de noche a un edificio donde nos recibieron dos anfitriones con nombres de dibujos animados, y mucha simpatía.
Yogii era un chico indio que no hospedaba viajeros desde 2011 pero quiso hospedarnos a nosotros, y su compañero de piso, Jerry, tenía muchas historias de caza que compartir, además del secreto de la eterna juventud oculto en alguna de las botellas de vino con la que nos convidó apenas llegar.
Nuestra primera noche cenamos con Jerry mientras nos contaba anécdotas de sus jornadas de caza en situaciones que estuvo a punto de espicharla, mientras sacaba diferentes cajas de vino de su dormitorio y nos alentaba a tomar más (cosa que no pudimos porque no somos buenos tomadores). Jerry tenía 69 años pero aparentaba 50, y hablar con el se sentía como compartir un momento con un viejo amigo o un abuelo de esos que tienen un recuerdo para todo. Los días que nos quedamos allí, el siempre estaría para recomendarnos como llegar a tal o cual lugar o para insistirnos en que comamos algo antes de salir.
Pero esa noche no salimos. Esa noche disfrutamos de la conversación y nos fuimos a dormir contentos de estar en casa de nuevos amigos.
LA ZONA COSTERA
La casa de Yogii y Jerry tenía un balcón que daba a la zona del ferry de Dar es Salaam, y después de haber dado un paseo nosotros mismos por allí, adquirimos un nuevo hobbie: observar el asedio de los vendedores hacia los turistas que bajaban del ferry, desde la impunidad del balcón.
Dar es Salaam es visitada por miles de turistas cada mes, mayormente por la posibilidad que ofrece de cruzar en ferry a la isla de Zanzíbar, famosa para algunos por ser un lugar paradisíaco, y por otros por ser el lugar que vio nacer a Freddie Mercury, vocalista de Queen.
Cuando nos aventuramos a caminar por la zona donde se aglomeran los vendedores ofreciendo el cruce descubrimos que sería también la última vez que pasaríamos por allí.
En determinadas partes la historia de Kenia se repetía, algunos nos perseguían por cuadras ofreciendo productos que no íbamos a comprar, otros nos ofrecían el cruce a la isla por U$S 42 por persona (y otros 42 para volver, haciendo un total de más de 160 dólares entre los dos).
Alguien nos dijo que podía llegar a conseguirse por un poco menos, pero nuestros ánimos de conocer la isla no eran tan grandes como para gastarnos el dinero que intentamos gastar en -aproximadamente- 3 semanas, en apenas un día. Al menos no para conocer algo que no nos interesaba tanto conocer. Quedará para otra oportunidad con más ganas y mayor presupuesto.
Por esa zona está también el mercado de pescado, otro atractivo turístico quizás mas sorprendente para turistas europeos, ya que para nosotros era algo muy similar a lo que ya habíamos visto en otros países de Latinoamérica, como el mercado de pescado en Campeche, por ejemplo.
Uno de los puntos que sí disfrutamos en Dar es Salaam fue probablemente la rambla (que no se llaman rambla pero para nosotros es la rambla).
Caminamos a un costado de la costa, parando de vez en cuando para apreciar un pájaro abriendo sus alas sobre una piedra, mientras tomábamos un refresco que vino con dátiles de regalo en honor al Ramadán.
Claro, no te conté eso.
Un gran porcentaje de la población de Tanzania, y sobre todo de Dar es Salaam, pertenece a la religión Islam. Nosotros caímos precisamente en pleno Ramadán, por lo que muchas personas realizaban ayuno (lo que ellos llaman “fasting”).
En Tanzania es muy común ver mujeres usando velo, así como hombres usando el gorrito cónico que más adelante compraríamos por un precio ridículo en un supermercado de barrio, a modo de recuerdo tanzano.
Muchas columnas de la calle lucían carteles de campaña política con la foto de la actual presidente usando su velo.
Si bien con el pasar de los años esta situación a comenzado a cambiar, Samia Suluhu es a día de hoy una de las pocas mujeres que llegaron a la presidencia en África, siendo al momento en que estuvimos en Africa, la única mandataria. Su foto está presente alrededor de toda la ciudad, acompañada de una frase que aunque busca ser reconfortante a nosotros nos da vibras de Gran Hermano: “Nani kama Mama” (que literalmente significa “la que es como una madre”).
En Dar es Salaam vimos por primera vez los apartamentos jaula, como los recordaríamos después, lo que nos hace saltar a la conclusión de que quizás los lugares en donde estas jaulas hacen aparición no sean los más seguros para caminar, al menos durante la noche (pensamiento reafirmado por la presencia de oficiales de policía deambulando por allí).
Los carteles de “Fujifilm” y letras gordas que anunciaban agencias de viaje sin fotos como parte del marketing nos transportaban 25 años atrás, o incluso más, a épocas que nunca vivimos.
Así con todo también tenías las zonas embajadoras del siglo XXI, con sus edificios altos de vidrio y sus semáforos con botoncito.
Si algo estamos aprendiendo de las ciudades africanas, es que normalmente presentan una mezcla única entre modernidad, nostalgia y ese toque que sólo África puede transmitir, dado más por escenas que por construcciones.
Por ejemplo, podés estar caminando entre edificios azules que reflejan los rayos del sol con formas afiladas que se estiran hacia las nubes, ver un cartel de revelado de fotos de Fujifilm si bajás un poco la vista, y si mirás al costado ver a una señora con una cesta llena de frutas en la cabeza y un señor vendiendo huevo duro en un balde.
Y todo es África. Y todo es único.
MBEZI: NO SERÁ ZANZÍBAR PERO TOCÓ PLAYITA
Nos despedímos de Yogii y Jerry, aceptando entre agradecimientos y quejas amistosas los regalos que nos dieron: dos jabones hechos de leche de camello, talco (espero que no haya sido un mensaje subliminal) y más plata de la necesaria para que nos paguemos un bus a nuestro próximo destino. Pero lo más importante, nos fuimos con la sensación de haber compartido lindos momentos de ambos lados.
Mbezi está lejos del centro, en una zona que se siente más balneario que ciudad.
Mientras esperábamos a la persona que nos hospedaría, sentados sobre el murito de una estación de servicio, una moto se detiene y un hombre se saca el casco.
Nos pregunta si necesitamos algo y le explicamos que estamos esperando a alguien. Fue entonces cuando todo preocupado nos dice “no confíen en ninguna persona negra que les ofrezca ayuda” y con esta frase lapidante se alejó en su moto, dejándonos con un consejo que duele agradecer.
En Mbezi nos hospedó un chico que nos enseñó a jugar a algo similar al legendario “WAR”, en una partida que perdimos indefectiblemente.
Volvimos a caer en el mismo error que sufrimos en algún país latinoamericano en el pasado, comprando kétchup en lugar de salsa de tomate, y por ende, preparando un tuco asqueroso. De verdad, si tuviera que advertir a los viajeros del mundo sobre un peligro universal al viajar, ese sería el de comprar kétchup en vez de salsa de tomate. Parece obvio, pero las apariencias a veces engañan y “salsa de tomate” es un término que puede variar mucho de un país al otro (siempre presten atención a la presencia de las “tomato paste” queridos padawanes, ahí puede estar la clave).
Si ya de por si la crisis de la salsa de tomate era catastrófica, la situación se remató cuando nuestro anfitrión nos dijo que nos habían cobrado 3 veces más caro de lo normal (la historia de nunca acabar en África).
Por más que sea algo repetitivo y pueda resultar cansino para el lector contar las veces que nos cobraron de más o las veces que lo intentaron, lo hacemos porque fue uno de los motivos que hizo que este viaje nos desgastara tanto y tan rápido (y eso que apenas contamos las veces que nos dimos cuenta que nos cobraron de mas, y además, las que recordamos, que seguro son menos que las que nos sucedieron realmente).
Puede sonar tonto, pero si a otros motivos que hacen que África pueda ser cansador, se le agrega el hecho de tener que andar siempre preguntando el precio con antelación antes de comprar algo, o teniendo que negociar, digamos que todo suma. Y si bien esto nos sucedió también en Latinoamérica (donde en muchos países somos confundidos por Europeos) nunca nos sucedió tanto y de forma tan descarada como en África.
Y acá se cuenta lo lindo y lo feo, qué se le va a hacer.
Ahora vamos con algo lindo.
Bueno no, todavía no.
En Mbezi tenés una playita que podés visitar… siempre y cuando no te estrese demasiado ver basura en la arena.
Cuando le expresamos nuestro ánimo de conocer la playa a nuestro anfitrión se limitó a decirnos “no es muy buena idea… no es linda, está muy sucia”.
Haciéndonos los latinos experimentados a los que no podían asustarles un poco de basura en el piso, le dijimos que no había problema y allá fuimos.
Tatito.
No solo había basura en la arena (en algunas zonas más que en otras) sino que además gran parte de esta eran envases plásticos y hasta botellas de vidrio rotas, es decir, probablemente de los peores tipos de basura que podés encontrarte en una playa (una por la contaminación y peligro hacia los animales del mar y otra por peligro a tus propios pies).
Fue en esta playa donde vimos a los masai vendiendo chancletas chinas colgadas de un palo, el mismo palo que caracteriza a esta tribu por ser su herramienta de trabajo en el arreo de vacas, el oficio por el que son más conocidos. Acá, con el mismo palo, arreaban chancletas en vez de vacas.
No los conocimos en sus aldeas, pero sí tuvimos la chance de ver varios masai viviendo en la ciudad, y si bien muchos mantienen su vestimenta tradicional y marcas en la piel (tales como el espiral en las mejillas y la tela roja) la mayoría de ellos escuchaban música con un celular, vendían billeteras chinas en la calle, o compraban en supermercado.
La escena más extraña que presenciamos, protagonizada por un masai, fue toparnos de frente con uno de ellos saliendo de un supermercado grande, vistiendo la clásica tela roja y portando en una mano su palo para arrear vacas, mientras con la otra empujaba el carrito metálico.
Por supuesto que no hay quejas al respecto, son personas adaptándose a los tiempos y al lugar que les tocó vivir, pero es el tipo de escenas que quita el romanticismo que muchos turistas “buscan” cuando viajan a África, y nos muestran que no todas las realidades son como las que a veces vemos en la tele, sino que hay un amplio abanico de ellas, y algunas se quedan a caballo entre una y otra (en este caso, entre tradición y modernismo).
Una vez habíamos recorrido la zona, volvimos a la playa de Mbezi, y para la segunda visita compramos nuestro ya clásico menú, barato y llenador, en un puesto callejero (te doy unos renglones para que lo adivines).
Los cuervos comenzaron a rodearnos y si conocés a quien escribe sabés lo que eso significa.
Al poco rato estábamos hablando con las aves (en la medida en que esto es posible) y compartiendo papas fritas mientras veíamos pasar lanchas cargadas de pescadores, que nos devolvían efusivamente los saludos, con los dos brazos agitándose en el aire.
En resumidas cuentas, Mbezi es uno de esos lugares a donde ir si querés pasar un rato alejado de la vida citadina, donde podés disfrutar de un ambiente más relajado y de una playa tranquila, con escasa presencia de vendedores y de gente en general pero resistiendo el impulso de ponerte a juntar basura del suelo (o no resistiéndolo).
KARIAKOO – LA FERIA PERMANENTE
Nuestro concepto de feria es diferente al concepto que se tiene de ella en otros países.
Para nosotros, la feria es esa seguidilla de puestos de venta que se levantan de forma momentánea y desaparecen después de un tiempo determinado que puede ser unas horas, unos días o una temporada.
En otras personas, una feria es un parque de diversiones.
Para algunos, una feria puede fusionar ambas cosas, como fue el caso de la feria de Navidad de Vigo.
Para nosotros, y apegándonos al primer concepto, Kariakoo era una feria eterna, rompiendo un poco el concepto, pero no pudiendo darle un término que la defina mejor.
Desde el piso 14 donde estabamos, podíamos ver a las personas como hormiguitas gigantes caminando a los lados de los cuadrados de colores que identificaban los techos de cada puestito.
El zumbido de la vida urbana no se callaba nunca en esta zona donde nadie parecía detenerse del todo.
El apartamento donde nos estaban hospedando era algo que podíamos identificar como Pent House, un último piso amplio con una televisión gigante y el aire acondicionado prendido todo el día.
Una viajera china estaba quedándose desde antes que nosotros, por lo que ella ocupaba el mejor lugar para dormir, que básicamente era el sillón del living frente al aire acondicionado y a la tele.
A nosotros nos tocaba otra zona de la casa separada por dos puertas, donde si bien había aire acondicionado, tuvimos que tomar prestada la cama del perro e improvisar un lugar para dormir con unos almohadones gigantes, aprovechando que en esos momentos el Firulai estaba en el veterinario por unos días. Teníamos nuestras colchonetas inflables, pero la cama del perro era un poco más cómoda, la verdad.
Como quizás ya sepan, esto no representa ningún problema para nosotros, pero había un pequeño detalle que nos obligó a fabricar una especie de barricada en las ventanas.
¿Te acordás del nombre de aquel señor que nos contó historias de caza apenas llegamos a Dar es Salaam? Bueno, digamos que él fue una señal del destino.
La premonición de Jerry
Terminamos de aprontar nuestra camita en el piso y acababa de salir del baño cuando Wa me dice “vi un ratón”.
Podrán imaginar mi reacción ante estas palabras.
Como toda persona normal le dije a Wa algo así como “¿un ratón? Que lindo ¿dónde? Lo quiero ver”. No, no es sarcasmo.
La emoción de ver un ratoncito se me empezó a ir cuando me acordé que a veces los ratones pueden morder, aunque sea sin mala intención, y que pueden ser transmisores de enfermedades. Y que además, estamos en África, donde la atención médica no siempre brilla por su efectividad. Y que estaríamos durmiendo en el piso, el mismo piso donde vive el ratón.
Dejando de lado el amor a los roedores, empezamos a tapar los huecos por los que creíamos que podían entrar ratones. Fue cuando descubrimos que una de estas ventanas/puertas de vidrio no cerraba del todo, por lo que pusimos bolsas y botellas vacías que encontramos por ahí para taparle la entrada al ratoncito.
Tapamos también los agujeros de un mueble, por si a Mickey se le había dado por esconderse ahí.
Después, llamamos a nuestro anfitrión para comentarle, con la esperanza de que tuviera algo que los ahuyentara.
Su respuesta fue una risita seguida de un comentario “¿les dan miedo los ratones?”.
Por más que uno le explicara que si por mi fuera me lo llevo de viaje en la mochila, le pongo de nombre Jerry y me saco fotos con el en la Torre Eiffel, pero que simplemente no queríamos arriesgarnos a que nos pudiera morder, me parece que no nos creyó. Su consejo fue “no le tengan miedo, no hacen nada, lo que pasa es que suben por los caños del edificio”.
Cuando descubrimos que la basura del apartamento estaba toda desperdigada por el balcón entendimos que no era solo por tomar el atajo de los caños que los ratones estaban allí.
También entendimos que tener un pent house no significa que todo sea color de rosas, y volvimos a experimentar esa dualidad africana, donde es difícil encontrar algo que se adapte al 90 o 100% a nuestros estándares de comodidad o de limpieza.
No debe ser tomado como una crítica, sino más bien como un factor de shock cultural. Muchas de las personas que nos ayudaron durante este viaje estaban en este tipo de situaciones que para nosotros pueden ser un tanto incomprensibles, pero eso no significa que no nos hayan ayudado o que no valoremos lo que hicieron por nosotros. Simplemente son cosas a las que uno debe aprender a adaptarse, cosas que te pueden gustar o no, o con las que podés estar de acuerdo o no, pero nada de eso quita que estemos agradecidos con todas esas personas.
Al final, Mickey (o Jerry) se portó bien. No pasó más allá de algún ruidito nocturno fácil de ignorar y nunca nos mordió las patas.
La feria gigante
Recorrimos parte de las calles abarrotadas de puestos en Kariakoo en más de una oportunidad, y la experiencia puede ser tan interesante como estresante a partes iguales.
En su defensa hay que decir que no experimentamos allí el nivel de insistencia keniata. Los vendedores dejaban caminar sin insistir demasiado, lo cual resultó un alivio. Quizás lo estresante del paseo puedan ser las zonas donde hay más gente, donde es mejor cuidar los objetos personales y estar siempre atentos (nada que no pase en otros mercados o ferias abarrotadas de gente en otros lugares también).
La feria de Kariakoo tiene zonas donde predominan un tipo de producto u otro; por ejemplo, justo debajo del apartamento donde nosotros estuvimos quedándonos estaba la zona de cosméticos. Eso implica ver muchas pelucas, que a diferencia de lo que uno está acostumbrado, al menos en esta zona de África es un elemento cosmético popular y normal.
Sobre las 19 hs, los puestitos de comida preparada recién comenzaban a armarse, pero la otra chica que estaba quedándose en el apartamento estaba acostumbrada a comer temprano, por lo un día fuimos los tres a buscar algo rico.
Compramos una bandeja de arroz con estofado y verduras (con unos 2 pedacitos de carne) por un costo menor a 2 dólares. Si bien era mayormente arroz, el precio fue económico y aunque no lo sabemos con certeza, no sentimos que nos hayan cobrado de más.
La chica china nos contó que se le hacía difícil conseguir platos con arroz, por lo que la señora a la que le compramos fue una de las pocas que ella encontró en la zona que lo vendiera (recordemos que el acompañamiento más popular acá sigue siendo el ugali.
En otra oportunidad compramos huevos y las chicas que nos los vendieron no sabían inglés. Fue hasta tierno verlas reírse y haciendo gestos con las manos para indicar las cantidades y precios.
Si algo notamos en Tanzania, que recuerda un poco a Egipto y que probablemente venga de la mano con la religión, es que varias de las chicas jóvenes pertenecientes al islam (lo sabemos porque usan velo) son más tímidas ante los extranjeros. Quizás la historia sería diferente si el trato fuera solo conmigo y no estuviera Wa cerca.
Guía rápida y fallida para un partido de fútbol en Tanzania
Viniendo de un país futbolero, Wa no iba a dejar pasar la oportunidad de ver un partido en África, y menos uno importante (a nivel nacional), así que cuando se jugaba el clasico entre los equipos locales por excelencia de Tanzania, nos propusimos asistir.
El partido coincidió con nuestra estadía en el país así que el día indicado caminamos hasta el estadio para ver jugar al “Young Africans” contra el “Simba”, o sea, el Nacional-Peñarol de Tanzania.
Durante la caminata que duró una hora por zonas completamente fuera de cualquier circuito turístico de la ciudad nos encontramos con hinchas que comenzaron a hablarnos por curiosidad y terminamos intercambiando palabras de aliento para el partido.
Cuando llegamos a la zona del estadio nos encontramos con el caos.
La cosa era así: para obtener tu entrada al partido como un simple mortal (sin ningún tipo de membresía, ni compra online, ni ningún beneficio de estos) tenías que comprarlo a las personas que estaban paradas en la calle con un POS en la mano, en las inmediaciones de la cancha.
Pero además, tenías que tener una tarjeta en la que el vendedor te carga la entrada.
Por ende, también había vendedores de tarjetas desperdigados por ahí.
Algunos vendían las tarjetas a TZN 1000 (medio dólar) y otros a TZN 2000 (U$S 1).
La entrada al partido costaba TZN 6000, haciendo un total de TZN 7000 por persona si comprabas la tarjeta barata (o sea, U$S 4 en total).
El problema residía en que la conexión entre los POS y vaya a saber qué servidor al que se conectaban, no estaba funcionando, por lo que las ventas de entradas estaban trancadas, y por ende, las de tarjetas también.
Todo esto se dice fácil, pero entender todo el procedimiento en ese momento, en medio del caos de gente intentando conseguir sus entradas fue un poco desalentador.
Después de deambular entre grupos que esperaban alrededor de alguien con un POS en la mano, o con un manojo de tarjetas, cambiar de grupo con la promesa de “a aquel si le funciona el POS” y volver nuevamente con la cola entre las patas, dimos con alguien que nos dijo que podía darnos entradas pero que solamente quedaban las VIP, que costaban más caras.
El mix entre el caos, el hecho de que los POS no podían procesar la compra, y que la única manera iba a ser pagar una entrada más cara (y aun así sin seguridad de que la compra quedase confirmada) hizo que después de estar como una hora intentando finiquitar la transacción, emprendiéramos la retirada poco antes de que comenzara el partido, sin entradas, y con un bidón de jugo caliente que pensábamos tomar sentaditos en la platea pero que ahora tomaríamos en la caminata de vuelta a Kariakoo.
Al menos horas más tarde nos enteraríamos que ganó el Simba 2 a 0, cuadro que era claramente por el que hincharía yo si hubiésemos podido asistir (solo porque significa “león” en suajili y me recuerda al Simba que el 99% de nosotros recordamos).
Dos noches de catarsis, desconexión y entradas ilícitas en nuestra habitación
La persona que nos hospedaba en Kariakoo nos había asegurado 4 noches en un principio, pero la otra chica que se estaba quedando allí decidió extender su estadía y con ese motivo el chico tuvo que acortar la nuestra (eso nos lo avisó el mismo día, un poco antes de nosotros llegar a su casa). El problema era que teníamos todas las fechas coordinadas en Dar es Salaam, y si el nos cancelaba dos noches, tendríamos que encontrar otro lugar donde pasar esos días antes de ir a la casa de nuestro próximo anfitrión.
Como no pudimos conseguir nadie más que pudiera hospedarnos durante esos dos días, la única opción que tuvimos fue terminar en un hotel en Kariakoo.
Hay un dicho que dice que las cosas se dan por algo, y en este caso creo que encaja.
Luego de negociar el precio y cambiarnos de habitación porque en la que nos habían dado no funcionaba la cisterna, terminamos en una habitación bastante cómoda donde todo pintaba muy bien. Quizás tendríamos acá la desconexión que estábamos necesitando, y aunque dos días puede que no sean suficientes, preferíamos verle el lado bueno a la situación.
Para cuando llegamos a Dar es Salaam teníamos una mezcla de emociones dentro, que al menos a mi me daba mucha rabia que llegara cuando recién estábamos comenzando este viaje. Sabíamos que África podía ser agotador, pero ¿realmente podía agotar tanto en menos de 3 meses?
Pues parece que para algunos de nosotros sí, sí que puede.
No es la idea explayarnos al respecto en este post, pero digamos que necesitábamos mucho un descanso de todo lo que implica estar en África, y esas dos noches imprevistas de hotel (y de un hotel con comodidades, además) nos vinieron bien para recuperar fuerzas y continuar.
Una de nuestras cenas se basó nuevamente en papas fritas callejeras, que venían en originales empaques hechos de hojas impresas con documentos de algun hospital.
A nosotros nos tocaron las papas fritas con el parte médico del señor Makabe, por ejemplo.
Así con todo, es difícil zafar de África estando en África y tuvimos algunas situaciones extrañas y un poco preocupantes.
En primer lugar, en nuestro segundo día (primera noche) mientras ambos hacíamos cosas en nuestras computadoras, la chica de la limpieza golpeó nuestra puerta. Abrimos, y aunque le dijimos que no era necesario limpiar ni cambiar sábanas ella insistió, por lo que la dejamos hacer (quizás era su obligación y no queríamos complicarla).
Se limitó a cambiar las sábanas y limpiar un poco el baño. Luego se fue.
El mismo día pero durante la noche, la puerta de nuestro dormitorio (a la que no habíamos pasado llave) se abre y aparece la limpiadora nuevamente. Apenas nos ve, recula y cierra la puerta, por lo que yo me dirijo a la puerta, la vuelvo a abrir y le pregunto si necesitaba algo, a lo que ella me contesta que se equivocó de habitación. Bueno, puede suceder.
Al día siguiente (nuestro último día) estábamos nuevamente en el dormitorio sin haber pasado llave a la puerta, pero manteniéndola cerrada.
De repente, vuelve a abrirse y un chico entra al dormitorio. Reaccionó recién cuando ya estaba parado en medio de la habitación siendo foco de nuestras miradas.
Pidió disculpas y se retiró.
No queremos desconfiar de nadie, y preferimos creer que ambos casos fueron por error humano, además de que quizás uno tenía que haber trancado la puerta, pero luego del segundo suceso comenzamos a pasar la llave, aun estando nosotros despiertos dentro.
Un hotel para descansar pero no precisamente para dormir
Aunque pudimos descansar un poco de varios aspectos de este lado de África, lo que no pudimos hacer muy bien en el hotel fue dormir.
Cuando el primer día que llegamos allí escuchamos a las 00:00 hs el canto de la mezquita, nos causó algo parecido a la nostalgia, recordando nuestros días en Egipto o incluso los gritos de la iglesia de Etiopia.
Cuando ese canto continuaba repitiéndose a las 2 de la madrugada, la cosa nos dejó de dar gracia. Y más cuando era de forma constante hasta las 3:00 para retomarse luego a las 4:30.
Durante la primera noche nuestro sueño fue fraccionado en ciclos de 2 o 3 horas, lo que hizo que no pudiéramos descansar bien. Para la segunda noche y por algún motivo feliz que desconocemos, los rezos no hicieron acto de presencia durante la madrugada. Esa noche nos propusimos dormir hasta lo más tarde que pudiésemos para recuperar la falta de sueño del día anterior, así que nos pusimos el despertador a las 9:30, dejando apenas media hora para subir a desayunar y hacer el check out del hotel a las 10:00.
Lo que nos sorprendió esta vez fue el servicio de desayuno en la habitación.
Por algún motivo, si bien nuestro primer desayuno (incluido) en el hotel lo habíamos consumido en el comedor, como normalmente se hace en los hoteles, para nuestro segundo y último amanecer allí el personal del edificio decidió agasajarnos llevándonos el desayuno a las 7:45 de la mañana.
Wa se levantó a abrir la puerta al chico del personal que traía sonriente una bandeja cargada de brebajes y comidas rápidas, dejándola sobre la mesita, mientras yo intentaba no perder el hilo del sueño.
Esas dos noches en el hotel nos sirvieron para relajarnos un poco de algunos aspectos de África, y sin duda, una habitación con aire acondicionado y baño privado es de agradecer muchísimo por estos lados.
Pero no podemos decir que nos fuimos descansados físicamente del lugar.
Igual no importa, seguro que en el próximo lugar donde nos hospedaríamos podríamos descansar tranquilamente ¿verdad?
Yo no pondría las manos en el fuego.
NUDISMO O NO NUDISMO
Al salir del hotel para encontrarnos con nuestro próximo anfitrión, el chico nos avisa por mensaje que la única forma en la que va a poder hospedarnos en su hogar es si nosotros nos adecuamos a las reglas de su casa… la cual es nudista.
Le explicamos que no estaríamos cómodos desnudándonos ante él, pero que no teníamos inconvenientes si el quería practicar nudismo en su casa mientras estábamos allí (la verdad es que no sabíamos si eso nos incomodaría o no, nunca nos sucedió, pero creíamos poder soportarlo). El chico nos explicó que, si nosotros no estábamos desnudos, el tampoco estaría cómodo, por lo que para cumplir su promesa de hospedarnos y no cambiar nuestros planes, se ofreció a pagarnos dos noches en un hostel. Nosotros habíamos pagado dos noches en un hotel para hacer tiempo hasta que llegara el día en que pudiésemos hospedarnos con el y conocerlo, pero en vistas que eso no sería posible (por el tema del nudismo) aceptamos su propuesta. Pensamos que a lo mejor en el nuevo hotel podríamos al menos dormir mejor, algo que no habíamos podido hacer en el anterior.
Cuando llegamos al hotel que el chico nos reservó nos dimos cuenta que quizás nos habíamos hecho ilusiones tempranas, pero a caballo regalado no se le miran los dientes.
En este nuevo lugar, el baño era compartido y en nuestra habitación no podían abrirse las ventanas por la cantidad de mosquitos que pululaban en el jardín. El ventilador de techo funcionaba unos minutos y se detenía, por lo que durante las noches era casi imposible dormir por el calor. Alrededor de las 4 de la madrugada un centenar de pájaros y/o cuervos cotorreaban en la ventana haciendo un ruido que, junto con el calor del cual el ventilador no podía defendernos por su mal funcionamiento, hacía difícil poder conciliar el sueño.
Pensar que hemos dormido en estaciones de servicio con camiones arrancando a cada rato… quien diría que seríamos vencidos por el calor y un cotorrerío nocturno.
Será que nos estamos haciendo viejos para estos trotes.
Por supuesto que no podemos poner pegas a un lugar que se nos fue ofrecido gratuitamente, pero con la falta de una buena noche de descanso que veníamos arrastrando, casi deseamos por un momento haber vencido la vergüenza y encuerarnos en la casa de nuestro anfitrión.
Irónicamente, el lujoso hotel “Holiday Inn” ubicado justo en frente del nuestro, nos refregaba la señal de wifi con contraseña en la cara cada vez que intentábamos cazar algún wifi gratuito desde la habitación de nuestro hotel (spoiler: no lo conseguimos).
Yo me duchaba en el baño de los hombres mientras Wa me hacía campana en la puerta, porque por un lado en el baño de mujeres siempre venían a golpear la puerta a cada rato, y por otro, el de los hombres estaba mucho más limpio que el de las mujeres, además que las duchas tenían cortina, cosa de la que carecía el baño de mujeres.
Finalmente pasamos los 2 últimos días en Tanzania caminando por algunas zonas céntricas de Dar es Salaam, buscando un imán que oficie de souvenir oficial del país.
Una noche en la que fuimos a comer a un restaurante local, de esos baratos donde come la mayoría de la gente, nos dimos cuenta que la zona donde estábamos era algo así como un barrio Indio, lleno de tiendas y restaurantes de India (atendidos también por indios). Las iglesias con Shiva en su interior y las mujeres vendiendo las clásicas flores blancas nos hacían sentir por momentos que habíamos cambiado de continente.
La vez que Wa venció a un vendedor ambulante
En nuestra última noche en el hotel regalado, salimos a comer a uno de esos restaurantes locales y baratos, uno que nos pudiéramos permitir.
Apenas salir un señor nos interceptó para ofrecernos visitas guiadas al Kilimanjaro.
Su risa y alegría hacían que fuera difícil enojarse con su insistencia, pero de todas formas queríamos dejarle claro que no tenía sentido que perdiera su tiempo y energía con nosotros.
El vendedor nos siguió por varias cuadras mientras le explicábamos que no teníamos interés en visitar el Kilimanjaro (ya lo habíamos visto y eso era suficiente para nosotros) y que además no podíamos permitirnos un safari ni nada de lo que el estaba ofreciendo.
Luego de algunas cuadras, desistió el vendedor, para interceptarnos nuevamente cuando horas después volvíamos al hotel. Lo peor es que esta vez se dio cuenta que estábamos quedándonos en un hotel, y sería imposible que nos creyera que esa estadía había sido gratuita (creería que era una mentira para hacerle ver que realmente tratamos de gastar poco).
Fue entonces cuando Wa metió cuarta, y en un segundo que el vendedor se tomó para respirar, disparó: le dijo que no habíamos hecho ningún safari, que no habíamos subido el Kilimanjaro, que no fuimos siquiera a Zanzíbar porque el bote era muy caro, y que en Sudamérica, además de tener precios más baratos que en Tanzania (en general), no ganamos tanto dinero como la gente de Norteamerica.
Después de semejante discurso, el vendedor se apuró a darnos su bendición y hacernos chau chau con la mano. Nunca más insistió.
Fue la primera vez que vencimos a un vendedor de África.
POSIBLES COMPLICACIONES PARA ANDAR EN TREN EN TANZANIA
Hacía tiempo que le teníamos ganas a andar en un tren de esos en los que tenés compartimento, como los que se ven en las películas antiguas.
Tanzania era nuestra oportunidad porque aparententemente, un tren atraviesa el país y llega hasta Zambia, además de no tener precios eran elevados.
Fue así que días antes de nuestra salida del país, comenzamos a averiguar por todos los medios posibles (internet, teléfono e incluso el boca en boca) y nos topamos con una complicación de nivel religioso contra la que poco podíamos hacer: los compartimentos no son mixtos y además, son para 4 personas. Las únicas excepciones son las familias, es decir, parejas casadas (con o sin hijos, pero que demuestren que están legalmente unidas en matrimonio).
Eso significaba que la única manera de tener nuestro propio “cuartito” en el tren era compartiéndolo con 3 desconocidos del mismo sexo, por separado.
Sin desalentarnos, buscamos teléfonos, nos comunicamos con agentes de la estación de trenes por whatsapp y finalmente terminamos hablando por llamada telefónica con una vendedora de billetes. Nos explicó que únicamente quedaba una cabina disponible, completamente vacía, para el día en que nosotros queríamos viajar, y que la única manera de ir juntos, siendo hombre y mujer no casados, era comprando los 4 asientos de la cabina.
Si bien los asientos no eran muy caros, el presupuesto se nos iba demasiado si teníamos que pagar los 4 asientos, por lo que tuvimos que declinar la oferta y olvidarnos de la idea de viajar en un tren de cabina en Tanzania.
Para salir del país, optamos por un bus de los grandes pero baratos. Pero para eso teníamos que buscar donde quedarnos unas horas más en Dar es Salaam ya que éste salía la madrugada del mismo día que dejábamos el hostel que nos habían pagado.
Y salía desde Kariakoo.
OTRA VEZ KARIAKOO
Fue el chico del Pent House con ratoncitos quien respondó nuestro mensaje en el que le pedíamos si podíamos pasar unas horas en su casa mientras esperábamos que se hiciera la madrugada para ir a tomar el bus que nos sacaría de Tanzania.
La idea era no pasar toda la noche y parte de la madrugada con las mochilas dando vueltas por la calle, por lo que las opciones que teníamos era o bien acudir al chico de Kariakoo nuevamente, o bien encontrar un restaurante que fuera 24 horas y pasar todo el tiempo allí, con la mínima consumición (tarea que ni siquiera sabíamos si podríamos cumplir).
Afortunadamente este chico dijo que podíamos esperar en su casa. Aprovechó la oportunidad para disculparse con nosotros por haberle hecho caso a la chica china y cancelarnos la mitad de la estadía a nosotros sin siquiera conocernos, y hasta se interesó más por la forma de vida de Uruguay y por nuestro viaje, y entre él y sus amigos nos prepararon algo riquísimo de cenar.
Cuando llegaron las 3 de la madrugada, dejamos la casa y caminamos por las calles oscuras de Kariakoo rumbo al lugar desde donde salía el bus.
Nos sorprendió descubrir que esta zona de la ciudad nunca duerme; habían personas sentadas en la vereda, probablemente muchas de ellas fueran cuidadores ya que los puestos callejeros seguían allí con sus productos, si bien un poco cubiertos de nylon y lonas, pero no lo suficiente como para evitar robos.
Vimos incluso mujeres sentadas en la vereda y todo esto nos dejó tranquilos, a pesar de estar caminando por las calles de Dar es Salaam a las 3 de la madrugada con 2 mochilas enormes.
Cuando llegamos a la calle desde donde salía el bus, esperábamos encontrarnos con un coche de lujo, como prometía el ticket con la palabra “Deluxe” incluída. El precio no ameritaba lujos, es cierto, pero tampoco era lo más económico del mercado. Fue lo que pudimos conseguir para ese día. Según los vendedores, era un bus de lujo y muy cómodo, lo cual nos reconfortó, sabiendo que teníamos casi 2 días de viaje sobre él.
Mientras esperábamos, dos buses estacionaron frente a nosotros: uno con luces azules, asientos impolutos que se veían a través de sus ventanas limpias, y aire acondicionado anunciado en su exterior, además de wifi. Estábamos casi convencidos que ese sería el nuestro, por tener la palabra “Deluxe” en el ticket.
El otro estaba pintado casi enteramente de negro, como los coches de los secuestradores, y no se veía el interior por la oscuridad que reinaba dentro, y la mugre de sus ventanillas.
Dicen que no se puede juzgar a un libro por su portada, pero a lo mejor a un bus sí.
Durante las siguientes 43 horas vivimos algunas de las experiencias mas inolvidables de nuestro viaje por África… tan así, que se merece un post aparte.
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