Después de que nuestro nuevo amigo, el pastor presidencial de Kenia, facilitara nuestro trámite migratorio y arreglara el precio de un mini bus para nosotros, empezó el camino hacia una ciudad cuyo nombre daba una imagen un tanto perturbadora (en cierta forma) a nuestra cabeza hispano-latina.
Todo el tema de la misa había sido genial, una experiencia de la que no nos arrepentimos y estamos muy agradecidos por haberla vivido, pero también es cierto que había atrasado nuestros planes de llegada a Tanzania. Fue así que nos encontramos al otro lado de la frontera en Lunga-Lunga y con la intención de recorrer los 400 kms que distaban de la capital, cuando el sol ya amenazaba con ocultarse (situación que no recomendamos para nada).
El mini bus se llenó rápido: una chica con velo se sentó justo de frente a nosotros y nos estudiaba con curiosidad a través de los cristales de sus lentes, recordándonos que en Tanzania muchas personas pertenecen al Islam. Un chico se subió con un cubo de pintura que perfumó el ambiente con un intenso aroma a pescado (aparentemente esto era muy popular en la zona de Lunga Lunga, como nos lo demostraron la cantidad de personas que vimos a través de la ventanilla del mini bus, cargando baldes de pintura en sus cabezas).
Otras cosas eran ya calcos repetidos de Kenia, como los puestitos de venta en la calle donde sobre un tabla se ofrecían 3 artículos, con 5 hombres semi tirados a su alrededor tomaban y charlaban a la espera del cliente, mientras las mujeres pasaban con los baldes sobre la cabeza, y algunas también con niños de la mano o colgados de la espalda o el pecho.
Entre sudores y miradas curiosas llegamos a la ciudad por la que pensábamos apenas pasar pero que nos tuvo que hospedar por una noche, y que se convertiría en una de nuestras favoritas probablemente de toda la parte de África que recorrimos.
PASANDO UNA NOCHE EN TANGA EN ÁFRICA
Llegamos a Tanga, lugar donde destinaba el mini-bus que por cierto demoró unas 3 horas en recorrer 75 kms (nada nuevo, ya habíamos aprendido cómo eran los tiempos de los mini-buses en Kenia, y aparentemente en Tanzania no nos llevaríamos ninguna sorpresa).
Cuando el mini-bus llegó a la terminal y la puerta corrediza de la van se abrió, esperamos a que todos bajaran primero. Afuera veíamos un grupo de hombres ofreciendo taxi. Esperaban a que alguna de las personas que bajara solicitara sus servicios, pero cuando uno de ellos nos vió ahí sentaditos esperando, abrió los ojos como platos y empezó a alertar a los demás “¡muzungu! ¡muzungu!”, ya saben, la forma de decir “viajero” o “blanco” o “vagabundo” en suajili, los conceptos difieren pero la idea es la misma: turista a la vista.
Ante el grito de llamado, una ola de hombres llegó gritando un mensaje personalizado para nosotros: “TAXI MUZUNGU TAXI”. Se acompañó de manotazos cuando tuvimos que bajar.
Esta atención focalizada en los muzungu permitió al resto de la gente caminar con tranquilidad pero a nosotros nos dificultó la tarea de salir de allí caminando, y sin perder la paciencia.
Se suponía que llegaríamos a Dar es Salaam ese día, pero en vistas que no podríamos, estando en Kenia (mientras teníamos internet gracias al chip de Safaricom) yo había buscado un hotel barato en Tanga para pasar esa noche (aunque nunca hice la reserva).
La idea de pasar unos días en Tanga nos parecía interesante (que raro suena) pero al no haber encontrado nadie que nos hospedara allí, ni ser un lugar apropiado para tirar la carpa en cualquier lado, y considerando el bajo presupuesto con el que intentamos movernos, pagar un hotel por varias noches no era una opción. Sí acaso una noche para sacarnos de un apuro, pero no más que eso.
Una vez cruzar la frontera, el internet nos había abandonado, así que basándonos únicamente en una captura de pantalla de Booking donde se veía la dirección del hotel junto con la foto de la fachada, y un puntito marcado en el mapa del teléfono comenzamos a caminar hacia las afueras de la ciudad, hasta llegar a una zona donde habían algunas casas desperdigadas pero no mucho más.
Elegí ese hotel por ser el más barato que encontré, y la verdad es que nunca dudé de nada.
Pero a veces se gana y a veces se pierde.
EL HOTEL FANTASMA
Hay dos formas de titular esta historia; una es la forma misteriosa y sobrenatural. La otra es la realista y amarga. Ya ven ustedes cual fue la elegida, pero ambas habrían encajado a la perfección.
Al bajarnos del mini-bus comenzamos a caminar buscando coincidir nuestro puntito azul con la banderita del mapa (una forma muy siglo XXI de decir “llegar a donde teníamos que llegar”).
Una vez que estos coincidieron fue cuando la cosa se empezó a poner un poquito preocupante.
Para tener algo que picar cuando encontrásemos el dichoso hotelito, pasamos por un almacén (probablemente el único en kilómetros) y compramos algo de comer y tomar. Chismosa en mano seguimos buscando.
Ninguna fachada coincidía con la del hotel así que pasamos al plan B, el de los viejos tiempos y que muchas veces es bueno aplicarlo como primer plan: preguntarle a la gente.
El único problema es que, más allá de la gente que dejamos atrás en el almacén, no veíamos a nadie más alrededor. Caminamos hasta que las pocas casas fueron desapareciendo y sólo quedó una zona bastante descampada.
En un cruce algunos carteles anunciaban un lodge a unos kilómetros de distancia, pero no era el hotelito de mala muerte que buscábamos.
Sobre una construcción grande y descuidada, vimos asomar a un uniformado que rápidamente volvió al interior. Fue entonces cuando dije “voy hasta ahí a preguntar a los militares”.
Me acerqué a la construcción y mientras más me acercaba más abandonada parecía, aunque ya sabíamos que no era el caso.
Una puerta entreabierta dejaba ver un pasillo largo a la izquierda y otra puerta un pasillo largo a la derecha. En ambos pasillos se veían telarañas entrelazadas entre los marcos de las muchas puertas. Ya te digo que si esta situación hubiera sido en plena noche cerrada, lo mínimo que me saltaba ahí era la llorona.
Podía escuchar voces a lo lejos, así que a la antigua manera de las casas de campo latino, golpee las manos esperando que alguien acudiera al llamado.
Cuando la única respuesta que obtuve fue la brisa moviendo las telitas de araña, me metí un poco en uno de los pasillos y golpee una puerta, para volver enseguida al punto de partida.
Al ratito un muchacho uniformado apareció y con un inglés muy básico me dijo que quizás era el hotel que había a pocos metros de allí, e indicándome más o menos cómo llegar nos despedimos con un saludo seco y cordial.
El hotel nunca apareció, así que aplicamos plan C: volver a la zona donde había alguna que otra casa y golpear puertas.
Así fue como dimos con un señor que después de haberme inspeccionado por la ventana se apersonó en la entrada de su casa para intentar socorrernos. Al rato apareció su hijo adolescente que chapuceaba un poco más de inglés (y de confianza porque hasta agarraba mi teléfono y lo manejaba el, a pesar de insistirle que no tenía internet y lo que podía mostrarle era únicamente una captura de pantalla).
Les pedí si podían compartirme su internet para chequear en la web de Booking si se podía hacer algo, a lo que accedieron pero sólo sirvió para confirmar que ese anuncio de hotel se trataba probablemente de una estafa.
Las casi nulas recomendaciones eran poco creíbles (mal yo por haberme confiado demasiado) y no había mayor información, ni en booking ni en ningún otro lado del mundo virtual.
Ese hotel no existía.
Es probable que utilizaran Booking para intentar estafar a la gente mediante reservas prometiendo lugares que no existían, y digo “es probable” porque quiero creer que la página se hace cargo de estos casos, eventualmente.
Tuvimos que parar un mini-bus en la ruta, negociar el precio que ya habíamos consultado de antemano al señor que nos ayudó antes (y que obviamente el chofer del bus intentó incrementar) y dirigirnos al centro de la ciudad, a donde llegamos de noche y con la tarea de buscar un hotel barato para dormir.
Me calcé la mochila y la responsabilidad sobre los hombros una vez más (al final de cuentas yo había sido la culpable de encontrar un hotel que no existía) y guiándome nuevamente por el mapa del celular, nos dirigimos a una zona donde en teoría había varios hoteles.
En el primero que consultamos nos espantó el precio: U$S 40 la noche era excesivo para nuestro presupuesto, y por más que le pedí si podía dejarnos en una habitación de una cama de una plaza, los precios de estas habitaciones eran de U$S 30 por lo que también escapaba a nuestro presupuesto.
Pero esta vez la suerte estuvo de mi lado, porque al segundo intento apareció el salvador… aunque al principio no lo pareciera.
Según el puntito en el mapa, ahí había un hotel, pero nosotros veíamos un bar. O más bien, una especie de tugurio; afuera las motos estacionadas con mesas llenas de gente que tomaba y se reía a los gritos. Adentro, la luz tenue tirando a rojiza iluminaba mesas de pool rodeadas de personas con botellas de cerveza en la mano.
Nos arrimamos al mostrador y entre las papas fritas visualicé la cabeza de alguien que atendía.
Al preguntarle por el hotel, llamó a otra persona y nos pidió que lo siguiéramos.
A la vuelta de la esquina pero en el mismo edificio, una escalera empinada llevaba a un hotelucho, donde una señora que casi no hablaba inglés nos recibió con el lenguaje universal de la sonrisa.
Como pudo nos hizo entender que la habitación para dos costaba TSH 20.000 (U$S 7) y teniendo en cuenta que a una cuadra el precio era muchísimo mayor, me aseguré que ese precio fuera por toda la noche. No solo lo era sino que no me supo decir una hora de salida, lo cual me dejó tranquila y nerviosa a la vez.
Pero epa, 7 dólares la noche se ajusta más a lo que estábamos buscando así que firmé el libro de visitas. Fue allí donde vi que otros huéspedes habían pagado TSH 15.000 (es decir, TSH 5000 menos que nosotros). Quise creer que esas personas venían solas y que habían pedido habitación de una cama simple. Al entrar en nuestro dormitorio entendimos que eso era poco probable, pero tampoco quería discutirle el precio a la señora, mucho menos tomando en cuenta que, si ganaba la pulseada, apenas estaría ahorrando poco más de un dólar en un día donde las energías ya no daban para negociar más (recuerden que este día comenzó haciendo dedo en Ukunda, con todo lo que eso implicó).
La cosa ahora era ver si los 7 dólares tenían un motivo terrorífico detrás. Digo, no es que nos fuésemos a echar para atrás, dadas las circunstancias, pero habiendo tenido ya la experiencia de Moyale sabíamos que pagar un hotel en África podía ser una ruleta rusa, y que no necesariamente asegura tener comodidad (al menos, no las básicas que uno puede esperar de un hotel que estás pagando, por barato que sea).
Con suspenso abrimos la puerta. Prendimos la luz.
Lo que nos encontramos detrás de ese marco fue difícil de creer.
Al otro lado de la puerta había un dormitorio prolijo.
Y no solo prolijo: limpio, ordenado, con ventilador, mosquitero en la cama, y baño privado.
Me gustaría decir que casi lloramos de alegría, pero sería una mentira (no somos tan dramáticos por ahora). Lo que si puedo decir es que nos sorprendimos.
¿Te acordás cuando dije que era difícil que a ese hotel fuesen personas solas?
Eso es porque lo que no nos sorprendió tanto fueron los 3 preservativos (sellados) que encontramos en el escritorio. Evidentemente, este era un hotel destinado a las artes amatorias, cosa que explicaba varias características, entre ellas el hecho de estar ubicado sobre un bar ruidoso de luces rojizas con movimiento nocturno, y los bajos costos.
Es barato, es cómodo y encima tenemos baño privado y ventilador.
Señoría, no pedimos nada más.
MUJER CAZANDO WIFI EVITANDO SER CAZADA EN EL INTENTO
Mentira.
Había algo más que pedíamos pero no había.
Lo primero fue agua.
La señora se había puesto una red en el pelo y miraba comedias (telenovelas) cuando le contamos qué el agua no salía en el baño (ellos, pidiendo lujos por U$S 7 la noche). Giró una llave metálica y ese tema quedó solucionado.
Con lo que no pudo ayudarnos la señora fue con el wifi.
Necesitábamos tener conexión para avisar a la persona que nos esperaba en Dar es Salaam que no íbamos a poder llegar ese día sino al siguiente.
Es cierto que el costo de este hotel nos podía haber permitido quedarnos quizás un día más en Tanga sin dilapidar tanto el presupuesto semanal, pero no queríamos ser desconsiderados con quien nos estaba esperando que además no podía recibirnos días más tarde porque luego recibía otras visitas. Comprometerse a quedarse con alguien en fechas fijas, como todo en la vida, tiene sus pro y sus contras.
Fue entonces donde comenzó la operación “búsqueda de internet”.
En Tanga.
De noche.
Sola.
¿Por qué sola dirán?
Por elección.
Wa estaba con la energía drenada, así que luego de una ducha bajé al restaurante a comprar un par de porciones de papas fritas a modo de cena (las cuales estaban a un dólar cada una).
Respondí rápidamente las preguntas de otro extranjero que se acercó a curiosear con una cerveza en la mano (y evidentemente otras más en el estómago) y luego de subir a la habitación a cenar con Wa, volví a salir, esta vez a la caza de wifi, con la promesa de no demorar mucho ni irme muy lejos.
A pesar de ser lunes, las calles tenían un ambiente muy de sábado a la noche: grupos de chicos tirados en la vereda conversando y tomando, el bar lleno, gente sentada en la puerta de sus casas. Así con todo, por algún motivo no lo sentía inseguro. Yo lo sentía más como el centro de un pueblo del interior de Uruguay en un fin de semana, pero en África, es decir con un ambiente un poco más “salvaje” por decirlo de alguna manera.
Unos muchachos me vieron pasar medio perdida, alternando entre mirar lo que me rodeaba y mirar la pantalla del teléfono (buscando algún wifi gratuito en el camino) y me llamaron.
Me acerqué y me empezaron a preguntar qué buscaba y si podían ayudarme así que les conté la situación. Uno de ellos era el dueño de una tienda de ropa que permanecía con las luces encendidas a través de la puerta de vidrio, así que me hizo pasar y volvió a preguntarme qué necesitaba. Finalmente me dijo que no tenía wifi pero me pidió el teléfono para conversar, a lo que le dije que no tenía chip de Tanzania y evadiendo la insistencia me despedí agradeciéndole la intención de ayudar (que al final no está claro si la intención era esa, pero quiero creer que al menos lo fue en un principio).
Caminé luego en otra dirección rumbo a un supermercado donde tenía la esperanza de encontrar wifi.
En el camino, un grupo de chicos me llamaban desde la vereda de en frente, pero esta vez no me acerqué y me limité a saludar desde lejos. No quería perder más tiempo en algo que no me diera seguridad en lograr mi objetivo, ya se estaba haciendo tarde.
Me detuve en una esquina donde había una heladería para chequear el mapa en mi teléfono, cuando el chico que atendía me empezó a llamar. Esta vez sí me acerqué, al final de cuentas una heladería tiene más posibilidades de tener internet para sus clientes.
Le expliqué la situación al chico y dijo que podía conectarme al wifi de la tienda sin necesidad de comprar nada. Puso la contraseña en mi teléfono e intenté enviar algún mensaje… digo intenté porque el chico de la heladería no paraba de hacerme preguntas. Y ojo, lo entiendo, porque al final de cuentas me estaba ayudando, lo menos que podía yo hacer era ser cortés y responder a sus preguntas.
De todas maneras me pareció justo comprarle algo, así que le pedí dos palitos (lo más barato que ví) de un sabor que me parecía desconocido, para probar algo nuevo (que al final era de tamarindo, cosa que ya probamos en Perú.
Los dos helados costaron menos de medio dólar (¿muy codito capaz?) pero al menos sentía que ahora estábamos más a mano.
El chico me invitó a tomarlo allí pero excusándome en que si me quedaba el otro helado que no era mio se me iba a derretir me empecé a alejar dándole las gracias repetidamente.
Me pidió que pasara por allí al día siguiente a lo cual le respondí de forma cordialmente evasiva, algo así como un “vamos a ver” y remató con la frase “you look very nice, you are cute” (“te ves muy bien, sos linda”) por si no me había dado cuenta de por dónde iban los tiros.
Lo que el pobre no sabe es que esa frase halagadora generó el efecto contrario y apuró mi partida, no por miedo ni nada de eso, sino porque no buscábamos exactamente lo mismo.
Yo buscaba wifi. El creo que buscaba conectar otras cosas.
Definitivamente, salir a la calle sola siendo extranjera es un mundo aparte.
LO LINDO DE ANDAR EN TANGA
Sabrán perdonar estos títulos cachivachescos, pero entenderán que resulta sencillamente imposible no jugar con el doble sentido del nombre de esta ciudad.
Si bien el ruido del bar no fue impedimento para un buen descanso en aquel hotelito de Tanga, también es cierto que durante la noche sentí un poco de picazón en las piernas. No estoy segura si se trataba de los piquetes que me llevé de recuerdo de la última casa que estuvimos en Kenia, Ukunda o si se trataba de diminutos inquilinos que nos acompañaron en la cama del hotel pero que no pagaron por compartirla.
Así con todo pasamos buena noche y a la mañana siguiente salimos a buscar la manera de llegar a Dar es Salaam, lo que nos dio la oportunidad de caminar un poco en Tanga (no, no puedo ni quiero parar).
Definitivamente no era esta una ciudad acostumbrada a ver turistas, y eso podías deducirlo por la mirada de algunas personas.
La ciudad se nos hizo linda, de esas que podés imaginarte eligiendo si uno tuviese que vivir en Tanzania.
Tanga es tranquila, pausada, con mucho verde y pisos mayormente limpios (al menos en las zonas que estuvimos caminando).
Nos encontramos con lo que quizás sea uno de los pocos atractivos medianamente turísticos (si podemos considerarlo así). Se trataba de un reloj ubicado en una torre no tan alta pero con vistas al mar.
Las señoras barrían las calles y los señores se reunían en la plaza a conversar.
Todo se sentía ameno, con esa paz tan propia de una ciudad no abarrotada de gente y a la que se le puso cierto cariño en su mantenimiento.
La biblioteca de la ciudad se veía prolija y solemne, con su construcción grandilocuente y antigua.
Todo en Tanga se sentía bien.
O también podríamos decir que se siente bien andar en Tanga.
Volvimos a optar por tomar un bus que nos dejara sin falta en Dar es Salaam; no podíamos arriesgarnos a demorar más la llegada y después de las mil vueltas de ayer a Wa no le quedaban ganas de hacer dedo tampoco, así que una vez encontramos la terminal de buses comenzó una nueva travesía en bus para recorrer los 330 kms que nos separaban de la capital del país.
Dar es Salaam nos esperaba con mejores personas que lugares por conocer.