Y como les conté en el post anterior (sútil mi marketing ¿eh?) estando en Ibarra nos pegamos una escapadita al país vecino para ir a ver un Santuario.
No se pongan nerviosos, ya les dije que sí, más adelante vamos a ir a Colombia para recorrerlo «de verdad», pero como pensamos entrar por el Norte, y el Santuario está muy al Sur, preferimos hacerlo desde Ecuador.
Y ésta fue la experiencia.
TULCÁN Y SU CEMENTERIO PITUCO
Para cruzar a Colombia desde Ecuador, lo mejor es hacerlo por Tulcán, porque de esa forma pueden visitar el cementerio municipal.
Hago hincapié en el hecho de que sea municipal porque lo hace todavía más impresionante.
Y hablando de impresionante, qué es lo que hace tan especial a este cementerio, se preguntarán.
No, no son las estatuas de marfil, ni los panteones pomposos, ni es que haya alguien hiper famoso internacionalmente allí enterrado (al menos, lo desconocemos).
El cementerio de Tulcán es famoso, básicamente, por su estética.
Y cuando digo estética, me estoy refiriendo exclusivamente al excelente trabajo que realizó el jardinero.
Caminar por el cementerio te hacen olvidar dónde estás parado, asemejándose más a un laberinto, o el Wonderland al que se va Alicia.
La vegetación está hábilmente recortada de formas muy interesantes, ya sean rostros, o seres enteros y rechonchos que parecen ser los centinelas del lugar.
No pude evitar tener sentimientos encontrados en algunas cosas, por ejemplo, ¿le gustará a la familia de las personas que están allí que todos los días hayan turistas recorriendo el cementerio en plan «paseo divertido», mientras ellos visitan a sus seres queridos?
Pero a su vez, por otro lado, me parece, en cierta forma, un honor descansar eternamente en un lugar tan lleno de arte.
Disputas internas existenciales aparte, el cementerio resulta todavía más impresionante cuando te enteras que es un cementerio público, es decir, que el estado financió todo lo que ves y que no tenés que ser Einstein ni Juana de Arco para que te entierren ahí. Eso gana puntos extra.
De más está decir que la entrada es libre y gratuita (no así los baños en su interior, que cuestan 25 centavos de dólar por persona).
Es, sin duda, el cementerio más artístico y extraño en el que hemos estado hasta ahora.
IPIALES
Después de pasar por Tulcán, parada necesario en el camino hacia Colombia, toca hacer trámites migratorios.
Nosotros hicimos esto un domingo, y nos encontramos con una larga fila de gente, mayormente venezolanos, esperando para sellar su pasaporte al igual que nosotros. Luego nos enteraríamos que esto no era normal, que no solía haber tanta gente… no sabemos si fue por el día en cuestión (domingo) o cuál fue el motivo para semejante concentración anatómica, pero así fue la cosa.
Tip: en la migración Ecuatoriana, tenés 45 minutos de internet gratis (wifi)… aprovéchenlos con sabiduría pequeños padawan.
La cola para marcar la salida de Ecuador era tan larga que salía fuera del recinto, y una vez nos acercamos a la puerta, el guardia hacía que cada persona dejase su bolso/mochila/maleta afuera, y de esa forma podía entrar a seguir haciendo fila, pero esta vez bajo la bendición tecnológica llamada «aire acondicionado».
Lo malo, es que como somos muy perseguidos, teníamos que salir a cada rato a junar si las mochilas estaban bien… o sea, si estaban.
El trámite en la migración colombiana fue más rápido.
Una vez realizada toda la tramoya y cuando ya estábamos finalmente legales en Colombia, teníamos que ver cómo llegar hasta Ipiales, que es la primer ciudad de Colombia, luego de la frontera.
Allí mismo, afuera del edificio de migraciones de Colombia, hay varios coches compartidos y taxis, dispuestos a llevarte a la ciudad por no demasiado dinero (entre 4 y 8 dólares son los precios que suelen manejar).
Una vez en Ipiales, hay dos plazas importantes, y en una de ellas se consigue wifi gratis también, más específicamente en la plaza 20 de Julio.
La ciudad muestra todas las características de las ciudades fronterizas, es decir, mucha movida comercial, y poco atractivo visual.
Se empiezan a ver las famosas arepas, en puestitos callejeros que se dedican únicamente a ellas.
Y aunque el café no pudo olfatearse en el ambiente, como uno creería de Colombia, sí que es cierto que se puede conseguir café a precios de broma.
Nos habían dicho que, contrario a lo que todo el mundo cree, el café de Colombia no es el mejor porque el que está a la venta suele ser el de segunda mano, mientras que el de mejor calidad se exporta, pero en nuestro, por ahora breve, pasaje por el país cafetero, tenemos que discrepar con esto.
A nuestro parecer, el café más barato de Colombia no deja de ser rico. Nosotros compramos 250 gramos de café molido (el de filtro) por un dólar y medio, precio de risa, y déjenme decirles que nos pareció de todas formas bueno. No será la octava maravilla, pero no era malo. Claro, tampoco somos unos baristas, pero como aficionados al café, nos creemos, aunque sea un poquito aptos para emitir un juicio al respecto. He dicho.
Igual, ya les comentaré más al respecto cuando hagamos nuestra vuelta por Colombia más extensa y tengamos más experiencia en el tema.
Como les mencioné más arriba, la ciudad vive y suena gracias al comercio; mucha chinada, mucha ropa, mucha venta que evidentemente resulta el negocio fronterizo entre Ecuador y Colombia.
Lamentablemente, esto hace que se le quite un poco de importancia a lo estético, es decir, no hay realmente puntos «bonitos» para ir a visitar en la ciudad.
Pero claro, con semejante majestuosidad como el santuario de Lajas cerca, como que tampoco importa mucho.
Pero antes de llegar a él, déjenme contarles algo que nos llamó mucho la atención y quizás les sirva a tomarlo en cuenta: nos costó muchísimo encontrar verdura en Ipiales.
Nos recorrimos el centro, nos caminamos todo el mercado (feria) callejero, preguntamos en muchas tiendas, y finalmente, dimos con el puestito ambulante de una señora que vendía algunas verduras.
O sea, no es imposible conseguirlas, pero tampoco es fácil.
Puede sonar a algo sin importancia, pero seguramente sea un dato interesante para personas que basen su alimentación únicamente en verduras y frutas, así que ahí les va.
Ahora sí, pasamos al punto estrella de este post: el Santuario de Lajas.
SANTUARIO DE LAJAS
Este lugar tiene todos los pro mochilero low cost: se llega de forma super barata, no se paga entrada, es majestuoso, hermoso, grandioso, y todo lo que termine en «oso» y sea bueno, y encima, tiene wifi gratis.
Pero vamos por partes.
¿Cómo llegar al Santuario de Lajas?
Para llegar hasta allá tenés que tomarte un simple bus local en Ipiales.
Para llegar a la parada del bus, tenés que caminar dos cuadras, desde la plaza 20 de Julio, en dirección a la terminal. A medio camino (o sea, a 1 cuadra de la plaza) vas a encontrarte con vendedores que intentarán llevarte a Lajas en autos o mini buses, que según nos enteramos luego, cuestan alrededor de 3000 pesos colombianos (1 dólar aproximadamente) por persona. Podés aceptar, pero va a ser más caro que si tomás el bus local.
Si seguís caminando la otra cuadra, llegás a una esquina en donde pasa el bus que te deja muy cerquita del santuario.
El mismo tiene un costo de 1200 pesos colombianos (Unos 0,40 dólares).
Lo mejor es que le pidas al chofer que te avise en la parada para ir a Lajas; en nuestro caso, aunque no le pedimos e íbamos guiándonos a puro GPS, el chofer paró y esperó a que nos desayunásemos que teníamos que bajar ahí… se ve que la pinta de turistas no la podemos ocultar con nada.
Al bajar, hay que caminar una distancia corta, por un caminito muy pintoresco, y si tenés suerte, quizás hasta te encuentres con amigos en el camino, como fue nuestro caso.
Cuando llegás a una especie de camino pavimentado, muy prolijo, con banquitos a los costados, empezas a sentir que te vas acercando, cada vez más, a un lugar lleno de magia.
Vas a encontrarte con la estatua en homenaje a un señor, Manuel Ribera, el cual siendo ciego, donó el dinero de la recolección de limosnas para continuar la construcción del Santuario, el cual fue construido en varias partes, comprendidas como primer, segundo, tercer y cuarto templo. La foto se las debo, nos colgamos leyendo la placa y nos olvidamos de la tecnología.
De pronto, empezas a ver muchísimas placas dispuestas en la pared al costado del camino, expresando gratitud hacia la virgen de Lajas.
Y apenas unos pasos más son necesarios para encontrarte con ella, con toda su majestuosidad y ese arte bien asentado en la superficie del cañón bajo el cual corre el río Guáitara.
Dejame contarte la leyenda, que a mi estas cosas me encantan.
Leyenda sobre la creación del Santuario de Lajas.
La protagonista de esta historia es María Meneses de Guiñones, una mujer descendiente de indígenas que habitaba cerca de la zona en donde hoy se irgue el santuario aludido.
Esta buena señora solía sortear todos los días el camino que la separaba entre su pueblo y otro vecino, y para ello tenía que cruzar el puente sobre el Rio Guaitara.
Uno de esos días, se le vino el chaparrón justo cuando caminaba sobre las lajas (piedras planas) del puente, así que ella, asustada por la bestialidad de la tormenta, corrió y se metió a una cueva cercana, para acto seguido comenzar a rezarle a la Virgen del Rosario.
En ese momento, sintió una mano que le tocó el hombro, pero cuando se dio vuelta a ver quién podía ser el energúmeno que estaba ahí adentro con ella y la andaba toqueteando, se dio cuenta que no había nadie, así que patitas para que te quiero y salió corriendo hasta llegar a su pueblo.
Unos días más tarde, Doña María andaba caminando por los mismos lados pero esta vez acompañada de su hijita, la cual todavía no sabía hablar.
En un momento dado, se sienta en una piedra a descansar, y oh casualidad, que por ahí cerca estaba la cueva en la que ella se había refugiado durante aquella tormenta. Y a ver si adivinan a quien se le dio por asomarse a la cueva.
Sí, adivinaron.
De golpe y porrazo, María escucha que su hija le habla, y además de la sorpresa por oírla hablar por primera vez y de forma tan perfecta, su cara expresó también miedo cuando sintió que lo que su hija le decía era que veía a una señora blanca con un niño en brazos, dentro de la cueva.
Pero lo atemorizante de todo, es que María no veía lo mismo que su hija evidentemente estaba viendo.
Se puso a su niña sobre los hombros y patitas pa´que te quiero, huyó a Ipiales, donde le contó a su familia lo sucedido.
Más tarde, mientras volvía a su pueblo, pasó nuevamente por la entrada de la cueva, y en ese momento, su hija gritó que la señora de blanco la estaba llamando.
A María le bajó un frío por la espina dorsal y salió disparada con su hija en brazos; u
na vez en su pueblo, contó allí también lo sucedido.
Días más tarde, la hija de María desapareció de casa.
Claro que el primer lugar que se le ocurrió revisar, fue la famosa cueva donde estaba la señora blanca.
Al llegar, no sólo su niña estaba allí, sino que esta vez ella sí pudo ver que jugaba con un niño, mientras una señora muy blanca los miraba.
La señora blanca era la Virgen.
María y su hija comenzaron a frecuentar la cueva llevando velas y flores, y sus vidas transcurrían felices hasta que un mal día, la niña enfermó gravemente y falleció.
María llevó el cuerpo inerme hasta la cueva y pidió a la virgen un milagro, el cual le fue concedido: su hija volvía a la vida.
Contentísima, María se fue hasta Ipiales y contó a todos sus conocidos lo ocurrido; las campanas de la iglesia sonaron, y mucha gente en procesión se acercó a la cueva sobre el Rio Guaitara, para observar brillantes luces que emanaban de su interior, y sobre la pared de piedra, se dibujaba la imagen de la Santísima Virgen.
UN ENTORNO DE ENSUEÑO
Y si bien, el santuario es impresionante, lo que enmudece al corazón es el conjunto, ese contraste de alguna manera en extraña sintonía de ver una iglesia gótica construida en medio de la naturaleza más salvaje y hermosa.
Además, por si el verde que la rodea, la altura, y el cauce del río fuese poco, a unos pasos de la iglesia cae una cascada, la cual fue construida artificialmente para honrar todavía más la belleza del lugar. Hay además un pequeño mirador, desde donde se tiene una vista de costado de la iglesia, mientras las gotitas de agua te salpican la pantalla del celular, como diciéndote “dejá de mirar esa pantalla y mirala a ella”.
Tip: Hay wifi gratuito en la zona de la iglesia.
Frente a la entrada de la iglesia, nos encontramos con el puente, el cual es también una pieza de arte en sí mismo; ángeles con una gran variedad de instrumentos (y no sólo la típica arpa) forman un cortejo de belleza sublime, y allá a lo lejos, un angelito más pequeño observa su hogar sonriente.
Al extremo opuesto de la iglesia, un altar brilla, encendido por la luz de decenas de velas que los fieles dejan allí cada día.
Y por debajo del puente, en cada una de sus columnas, hace presencia un nuevo ángel, protegiendo los pilares que sostienen al santuario, y vigilando el cauce del río
También puede visitarse el interior de la iglesia, el cual, si bien es también muy lindo, queda opacado ante su belleza exterior… Tatito, qué comentario tan superficial acabo de hacer… no apliquen esto en su vida niños, la verdadera belleza se encuentra siempre en el interior, no en su aspecto exterior.
A menos que seas la iglesia de Lajas, claro.
Y como justo agarramos la misa del pueblo, les dejo un videíto con la música que sonaba en su interior, y las caras de la gente que pasaba con cara de watafak.
¿LAJAS O DISNEY?
Nosotros quisimos quedarnos hasta las 18 hs, momento en el cual, según nos habían informado previamente, la iglesia brillaba en muchos colores.
Y no, no es una forma metafórica de decirlo, la iglesia, realmente se enciende.
Y como no estamos en Inglaterra, la puntualidad latina hizo que Wa estuviese como 15 minutos con el celular filmando hasta que finalmente, a eso de las 18:15, las luces se encendieron en todo su esplendor. Bueno, en todo su esplendor no, porque como todavía había luz solar, la magia se veía opacada por un foco más poderoso llamado señor Sol, pero al ratito, todo empezó a agarrar ese aire Disney.
No sé que opinan ustedes, pero para nosotros era algo así como «verlo para creerlo» porque es la primera vez que sabemos de una iglesia que expone semejante espectáculo lumínico, y encima, de colores.
Por un momento, sentímos que habíamos viajado en el espacio y estábamos frente al castillo de Disney World, esperando ver salir a Campanita de entre las ventanas del campanario.
Campanita no salió, pero eso no fue motivo de escasez de magia.
El simple hecho de estar allí viendo como esa iglesia que hacía minutos era blanca con negro, mutaba como un camaleón hasta convertirse en un juego de colores, fue simplemente mágico.
Y todo esto me recuerda a una frase que ví alguna vez escrita por ahi: «como es adentro, es afuera».
Yo lo entiendo de una manera algo rebuscada quizás, pero me gusta verlo de esta forma: la luz que este santuario guarda en su interior, toda esa bondad y fé metaforizada en luz divina, o simplemente en luz como producto de las buenas intenciones y esperanzas de quienes la visitan, se exterioriza, y no en pálida luz blanca, sino en forma de luz de colores, como imagino que debe ser nuestra luz interior, llena de matices y tonalidades.
Y no me refiero a un tema específicamente religioso, sino más bien espiritual (que no tienen que ser precisamente lo mismo).
Pero como siempre, estos son divagues míos, y es probable que la explicación sea mucho más simple… es más, es probable que no haya explicación tan compleja, y las luces sean un método marketinero de atraer a la gente… ¡como si no fuera ya suficiente con ver el santuario «al desnudo»!
Una vez visitado el Santuario de Lajas, sentimos que nuestra misión en Colombia estaba cumplida (por ahora) así que emprendimos retirada, rumbo a Ecuador nuevamente.
Nuevas experiencias nos esperaban, y aunque las que estaban por venir no hayan sido 100% positivas, técnicamente hablando, de todo nos llevamos enseñanzas y gente linda para recordar.
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