RUTA 40 EN INVIERNO … ¿ES POSIBLE?
Gobernador Costa fue el pueblo que nos recibió luego de horas de ruta 40, allá sobre las 18 hs.
Bueno, en realidad “recibió” es quizás demasiado decir.
Gobernador Costa es un pueblo que, como bien dice Wa, recuerda al lejano Oeste, pero no ese de Clint Eastwood en donde predominaba el marrón, sino uno más bien grisáceo, aunque con la misma cantidad de polvo y paisaje desolador. A los costados de la calle podían verse cientos de árboles, todos de la misma especie… pero pelados. Todos estaban como recortados antes de llegar a la copa, como si hubieran pasado por la peluquería del servicio militar.
Nos ubicamos a la salida del pueblo, la cual estaba prácticamente dentro de el, y comenzamos a hacer dedo una vez más, para ver si podíamos seguir viaje y quedar aunque sea, en algún otro pueblo que nos resultara más vivo. No nos malinterpreten, no es que no valoremos a Gobernador Costa, pero simplemente no era el tipo de pueblo que a nosotros nos invitara a quedarnos, al menos no por su apariencia. Pronto descubriríamos que muy diferente eran los sentimientos que nos generaría su gente.
En vistas de que la noche asomaba y seguíamos esperando el alma caritativa que nos trasladase, decidimos que lo mejor sería armar la carpa por esa noche y volver a empezar al día siguiente.
Lo primero que teníamos que hacer era buscar provisiones para la noche (vieron como es, en algún momento hay que comer) así que nos dirigimos a un almacén para comprar pan y fiambre. La muchacha que nos atendió, no sólo se interesó por nosotros, preguntándonos de dónde éramos y qué andábamos haciendo, sino que además, nos regaló casi el doble de lo que pedimos de fiambre, y también nos regaló unos gramos de unas papas chips sueltas que también habíamos pedido. Como adelantamos antes, no importan las apariencias de un pueblo, lo que realmente importa sigue siendo lo mismo que en todos lados: la riqueza del alma de sus habitantes.
Acto seguido, teníamos que buscar un buen lugar donde pinchar la carpa. Nos pareció que el mejor lugar era cerca de los gendarmes, que quedaban a la salida del pueblo, así a la mañana siguiente podíamos levantarnos y seguir haciendo dedo ahí nomás, y además, íbamos a estar en cierta forma protegidos durante toda la noche.
Luego de pedir su consentimiento para acampar cerca de la caseta, un nuevo desafío tuvimos que enfrentar. Al lado de la ladera donde nos íbamos a ubicar, sólo había piso de piedras… y no sólo piedras chiquitas, piedras, piedritas, pedruscos… pura piedra.
Después de barrer las que pudimos con los pies, acomodamos la lona y la carpa como pudimos, y rezando para que no se nos pinchara ni la carpa ni las colchonetas, cenamos nuestro banquete semi-regalado y acto seguido, luego de muchos movimientos para encontrar acomodo, conciliamos el sueño.
O algo así…
Nos despertamos bastante duros, la verdad. Habíamos dormido incómodos, y encima, en la madrugada había refrescado tanto que sentímos un poco de ese frío entrar por debajo, subir por nuestras colchonetas, y calarnos los huesos hasta despertarnos en más de una oportunidad.
Finalmente, a las 9:30 hs, comenzamos a desarmar la carpa.
Dos oficiales del turno de la mañana, un señor y una señora, vinieron a ver quienes eran esos muchachos que habían armado campamente cerca de su área de trabajo. Luego de contestar algunas preguntas típicas (de dónde somos, a dónde vamos, etc) les explicamos que nos habían dado permiso sus colegas para pasar allí la noche, y con una sonrisa y una frase sútil nos invitaron a irnos: “ah bien, pero ¿ya se están yendo no?”.
Bordeando la Ruta 40 una vez más, comenzamos con nuestro ritual del pulgar. No pasó mucho tiempo cuando una 4×4 gris frenó y un señor mayor nos decía que nos podía llevar, pero que él sólo estaba yendo unos 25 kms más adelante, a su chacra. Le agradecimos la invitación, pero no nos servía ya que nosotros necesitábamos avanzar más, y en realidad del lugar donde estábamos era bueno para hacer dedo, no nos convenía tanto subir por tan pocos kilómetros sin saber si el lugar donde quedaríamos sería mejor o no.
El señor entendió, pero antes de seguir su camino nos preguntó de dónde éramos. Cuando le dijimos que éramos uruguayos, su mirada cambió y mientras abría los ojos como dos platos, repitió nuestras palabras, visiblemente sorprendido “¡¿Uruguayos?!… vengan, suban al auto”.
LA ESTANCIA DE DON GUILLERMO
Ante semejante seguridad, no tuvimos más opciones que obedecer al señor que nos invitaba decididamente a acompañarlo.
Don Guillermo nos llevó a su chacra, y sin dudarlo un momento nos invitó a comer con su cuadrilla. Entró al comedor de los peones del campo, y ordenándoles que pusieran carne y platos también para nosotros, nos llevó en su camioneta a conocer la chacra mientras la comida se preparaba.
Unos minutos después estábamos sentados en largos bancos de madera rústica, a los costados de una mesa grande como la de la Ultima Cena, y con una estufa a leña gigante en un extremo, que también servía para cocinar o calentar agua en otras ocasiones, y rodeados de trabajadores del campo. Algunos no emitieron palabra durante toda la comida, otros hablaban de trabajo con Don Guillermo. Ninguno nos hizo sentir como que no pertenecíamos a ese lugar, simplemente nos recibieron como uno de ellos. Comimos capón y tomamos jugo.
Más adelante, preguntando, me enteraría que capón es como la gente del campo le llama a la oveja macho que se descarta para la crianza. Al no ser seleccionado para la reproducción, lo capan y lo asignan como potencial alimento, llegado el momento.
Don Guillermo nos contó que el y su esposa adoran Uruguay, de hecho, van todos los veranos, y hasta estaban pensando en irse a vivir a Piriápolis. Cuando escuchó que nosotros veníamos de allá, se le hizo imposible no ayudarnos. Tanto el como su esposa tienen muy buenos recuerdos de la gente uruguaya, y están encantados de ayudarlos siempre que puedan. Aún así, luego nos enteraríamos que la benevolencia de Don Guillermo no es teledirigida a un solo país, ya que en más de una oportunidad alojó extranjeros en su chacra, y los ayudó a reponer fuerzas para el camino, independientemente de su nacionalidad.
Con la panza y el corazón llenos, volvimos a la ruta, no sin antes agradecerle a Don Guillermo, y aceptar su invitación de “cruzar a tomar un café” en caso que nadie nos levantara.
La ruta 40 se ganó su fama de ser de las más difíciles -para hacer dedo- del mundo por algo.
Estuvimos esperando cerca de 4 horas a que alguien nos levantara. Cada una hora teníamos la visita de Don Guillermo, que cruzaba en su 4×4 a chequear que estuviéramos bien, darnos unas palabras de aliento y volvía luego a su chacra.
Cuando el sol comenzó a bajar, Don Guillermo apareció por última vez. Esta vez, nos pasaba a buscar. Según el dispuso, esa noche iríamos a cenar a un restaurante con el, y luego nos podíamos quedar a dormir en su casa, ya que tenía habitaciones libres, y varios colchones que podían usarse.
Luego de disponer nuestras mochilas en el que sería nuestro cuarto, fuimos en la camioneta al restaurante más famoso de Gobernador Costa.
El lugar estaba desierto, pero era sumamente prolijo, confortable, y acogedor. El dueño y cocinero del lugar, nos informó que la entrada era una sopa de verduras con arroz (¿entrada? ¿o sea que había más?), seguido de un trozo de carne con papas. A mi en particular, me llamó la atención el hecho que no hubiera menú. Allá la gente entraba, preguntaba que había de comer, y te servían la comida del día. Al menos, así lo entendí yo.
Cuando pensé que no podía comer más, Don Guillermo ofreció que eligiéramos postre, el cual, dado las condiciones en que viajamos (donde no es algo muy común darnos el lujo de un postre) y nuestro amor por lo dulce, no pudimos rechazar. Y por si fuera poco, un rico café de filtro remató el paquete.
Toda la velada fue acompañada de gratas charlas, rememorando lugares y situaciones de Uruguay. Hablamos de los planes que Don Guillermo tenía a futuro, y de los nuestros también, de las ventajas y desventajas de tener una chacra en el Sur Argentino, y de cómo podía Uruguay mejorar la calidad de vida de nuestro anfitrión.
Una vez de vuelta en la chacra, nuestro anfitrión nos explicó que el agua caliente funcionaba con una caldera a leña, que como había sido mantenida en la tarde, ahora tendríamos agua caliente para poder bañarnos. Aún así, nos indicó que la electricidad era suministrada por un generador que se alimentaba de combustible, el cual se apagaba por el “capataz” de la chacra, a las 22:30 hs, asi que nos quedaba poco más de media hora de luz eléctrica, la cual aprovechamos para ducharnos (aunque igual, nos quedamos sin luz a mitad de la ducha, sobre las 22:20 hs, lo que no le quitó funcionalidad y le sumó encanto al lugar).
RUTA 40… NOS VOLVEMOS A ENCONTRAR…
A la mañana siguiente, luego de desayunar con Don Guillermo, volvimos a la ruta 40, esta vez con un paquete de galletitas que él nos dio, para no perder la fuerza. Además, nos acompañó a hacer dedo un rato. No fue mucho, porque enseguida un camión de matrícula chilena se detuvo.
Luego de despedirnos de nuestro amable salvador, y habiendo ya intercambiado teléfonos, nos prometimos mantener el contacto y volver a vernos algún día en Uruguay.
Don Guillermo fue uno de esos casos que te encontrás en el camino y son imposible pasar por alto. Cuando una persona te abre las puertas de su casa, y ofrece todo lo que tiene sin haberlo uno pedido, es cuando te das cuenta que allá afuera está lleno de gente con ganas de ayudar, y que no son la excepción.
Obviamente no es la única forma de ayudar, la señora del almacén que nos dio fiambre de más también nos ayudó, los policías que nos dejaron acampar allá también, y también los que vinieron a pedirnos que nos fuésemos de manera educada. También hay gente buena que no hace nada de esto, y no dejan de emanar bondad, que uno puede percibir en una simple conversación, o en algún simple gesto. Son todas distintas formas de demostrar que la gente generosa siempre está ahí, sólo hay que saber (y querer) verla.
REANUDAMOS LA RUTA 40
Si bien la primer espera, frente a la chacra de Don Guillermo fue breve, la segunda espera que fue en Rio Mayo, fue bastante tediosa. Estuvimos más de una hora esperando, hasta que finalmente un gracioso camionero de Rancagua, una ciudad a 90 km de Santiago, nos llevó hasta el próximo pueblo.
Gobernador Gregores era un pueblo que mantenía esa invasión de cemento que ya habíamos visto en Gobernador Costa, pero de alguna forma algo más prolija, y además, era evidentemente más grande. En resumidas cuentas, un pueblo menos pueblo, con más aires de ciudad (pero en tamaño mini).
Al ser un lugar más grande y por ende, con más vida nocturna, y luego de comprobar que la estación de servicio de la zona cerraba en la noche, tuvimos que buscar un lugar económico donde poder pasar la noche. Eran casi la 1 de la madrugada y no era sencillo encontrar un buen lugar gratuito donde dormir, así que buscando en el mapa, dimos con un hostal que de afuera parecía una casa…y por dentro también.
Golpeamos la puerta, y al segundo intento, nos abre una señora en pantuflas y bata de dormir, semi translúcida. Confundidos, sin saber bien si pedirle disculpas y salir corriendo, optamos finalmente por preguntarle si allí era el hostal, y entre dormida nos dice que sí, y nos deja pasar. Nos explica que unos muchachos que se quedaron el día anterior no la dejaron dormir porque volvieron de madrugada, y por eso ese día se había acostado temprano. Después de cobrarnos lo que nos pareció una suma más allá de nuestro presupuesto, nos indica nuestro cuarto, y se va a dormir. Nosotros hacemos lo mismo.
Al día siguiente, luego de darnos una ducha, y despedirnos de la señora (que seguía en pantuflas y bata semi translúcida) nos dirigimos a las afueras del pueblo para seguir haciendo dedo.
Luego de caminar algunos kilómetros, pueblo afuera, encontramos un lugar que parecía apropiado, y acompañados -como siempre- de un perrito callejero y una bolsa de pan, empezó la espera.
Vimos que muchos autos pasaban, pero la mayoría nos indicaban que iban “allá nomás”. El tema era que unos 500 metros había una escuela técnica, y al parecer, todos los autos que salían del pueblo y pasaban por allí, era para ir a esa escuela, por eso nadie nos llevaba. Aún así, nosotros esperábamos…suponíamos que al menos una persona habría que no fuera a la escuela.
Pero el tiempo nos quería dar la contra, y seguía pasando sin compasión.
De pronto, un auto se detiene, y un muchacho nos explica desde la ventanilla, que tenemos que caminar un poco y pasar un puente que hay más adelante, porque ahí donde estábamos, nadie nos iba a llevar porque todos iban a la escuela. Luego de decirnos eso, le agradecimos, y el comenzó a arrancar. No entendimos bien por qué teníamos que pasar el puente, pero le hicimos caso y comenzamos a caminar.
De repente, vemos que el auto vuelve a frenar, y el muchacho baja la ventanilla de nuevo “dejen las mochilas en el maletero, yo los llevo hasta el puente”.
La distancia era corta, pero se agradeció el acercamiento.
Una vez allí, entendímos por qué el chico nos aconsejaba cruzar: resulta que el famoso puente, era del ancho suficiente para que pasaran 3 o 4 personas juntas, una moto quizás, pero de ninguna manera podía un auto pasar por ahí. Es por eso que era imposible que un auto nos llevara; ningún auto que planeara seguir hacia la ruta 40 pasaría por allí, porque el puente le cortaría el paso.
Del otro lado, descubrimos un camino empinado, que bordeaba la colina, y una vez arriba, un árido desierto de tierra. Justo al costado, aparecía la ruta 40.
El viento era implacable, y nos sentamos en el piso, con las mochilas a las espaldas para que nos protegiera de las corrientes, mientras esperábamos.
Sabíamos que era en esta parte donde teníamos que armarnos de valor. Sabíamos que esta era la Ruta 40 de la que se hablaba, la desértica y empolvada Ruta 40.
El frío no perdonaba, y luego de unos minutos decidimos que era mejor mantenernos cerca para luchar contra el, así que nos quedamos así, abrazados en el piso, con las capuchas puestas, las manos enguantadas y los ojos entrecerrados, resistiendo al frío y el polvo, preparados para pasar horas en esa posición.
Luego de unos minutos, un auto pasó, y si bien nos levantamos y sacamos la capucha en tiempo récord, no fue suficiente para impresionar al conductor, que no se detuvo.
Volvimos a nuestra posición de resguardo, y pasaron algunos minutos más, no demasiados, cuando otro auto apareció a lo lejos. Nuevamente, a la velocidad de la luz nos pusimos en posición, y esta vez obtuvimos resultados: una pareja suiza que iba precisamente a El Chaltén, aceptó llevarnos con ellos.
PERO ENTONCES, LA RUTA 40 EN INVIERNO… ¿SE PUEDE?
Claro que sí, ¿alguna vez lo dudaste?
De hecho, para nosotros fue más sencilla de lo que pensábamos, pero no sé si fue suerte, si fue que teníamos expectativas demasiado desalentadoras y por eso al final no nos pareció tan difícil, o si la Ruta 40 se está haciendo viejita y ya no anda con muchas ganas de asustar a la gente, pero la verdad es que no fue tan maquiavélica como la considerábamos.
Es cierto que en invierno, puede volverse algo complicado pasar largas esperas al costado de una ruta empolvada y ventosa por la que pasan pocos autos (más aún en temporada baja), pero no es algo que no pueda enfrentarse con un abrigo adecuado. Además, también comprobamos que mientras menos autos pasen por una ruta, mayor probabilidad hay que uno de esos pocos te levante.
¿Consejos? Tengan siempre abrigo adecuado, provisiones de comida y agua para soportar largas esperas, usar lentes y protector solar puede ayudar (por el sol, que en horas pico y aunque haga frio puede llegar a irritar) y por supuesto, tener una carpa, en caso que tengan que quedarse allí. Aún así, nuestro consejo sería que, en vista de que la noche se acerca, vuelvan al pueblo más cercano. Si por algún motivo esto no es posible, buscar un lugar resguardado del viento donde poder acampar, que dado que los árboles escasean en varios tramos de la ruta, puede ser entre dunas o al pie de alguna colina segura (no esas que parece que se van a caer en cualquier momento).
En conclusión: poder, se puede. Siempre se puede. Solo hay que tener algo de paciencia, enfrentar los posibles miedos, e intentarlo.
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