Luego de dejar el lago Atitlán y Antigua (dos bastiones del turismo guatemalteco), nos dirigimos a la región de Quiche, para luego alcanzar Petén, donde se encuentra Tikal, siendo éste el único lugar que habíamos marcado para visitar obligadamente en Centroamérica, incluso desde antes de empezar el viaje.
SALIENDO DE ATITLÁN
Teníamos 2 opciones, la primera era seguir la ruta más transitada y turística o tomar el camino por la región de Quiche para llegar a Cobán, pero este segundo camino alternativo tenía fama de ser intransitable; una persona que conocimos en Milpas Altas nos dijo que esa ruta estaba llena de piedras que tapaban el pasaje, que incluso había conocido viajeros que tuvieron que desviar su ruta por no poder pasar por allí.
Con semejante panorama, la elección del camino era obvia: tomamos el camino alternativo, supuestamente intransitable; queríamos tener un encuentro más cercano con la cultura local, no con el turismo, y allá arrancamos.
Resultó ser que un solo un tramo (100 km) de esta ruta estaba jodida, y bastante, pero no al punto de ser intransitable. Sí se veían derrumbes en el camino, pero era posible pasar, incluso con un vehículo grande, como el camión doble cabina que nos llevó durante ese tramo… pero no nos adelantemos, volvamos al camino desde que dejamos el Lago Atitlán.
Salimos de San Juan la Laguna hasta las afueras bien temprano, esperando poder llegar hasta la ruta nacional lo antes posible, ya que el tráfico ahí es abundante y se supone que deberíamos llegar hasta el desvío a Cobán en breve.
Luego de unos 40 minutos, una camioneta nos lleva de camino a la ruta, pudiendo ver durante este tramo, algunas de las mejores vistas de Atitlán que recordamos, ya en la ruta la cosa se complicó bastante y después de estar esperando casi una hora, decidimos caminar hasta el desvío que lleva a Cobán pasando por la región de Quiché.
Todavía estaba el sol de la tarde, y la noche empezaba a asomar, hay que recordar que en estos países comienza a anochecer sobre las 5 de la tarde, siendo prácticamente de noche para las 5 y 30.
La camioneta de un muchacho que hacía reparaciones a electrodomésticos, nos alcanza hasta Chichicastenango, donde pudimos ver su famoso arco colonial que pasa sobre la misma ruta, el cual tanto nos recomendaron conocer, una vez en Chichicastenango, ya siendo cerca de la noche, caminamos hasta las afueras a buscar alguna estación de servicio, para intentar colocar la carpa y pasar la noche allí… fue un bajón cuando nos negaron poner la carpa en la única estación que había en el camino a la ciudad de Quiché, por lo que decidimos seguir caminando más fuera de la ciudad buscando alguna casa donde preguntar para poner carpa.
En eso estábamos, caminando sobre la ruta buscando dónde preguntar, cuando una camioneta blanca nos pasa y se detiene justo delante nuestro; el mismo muchacho de las reparaciones que nos había llevado antes, grita desde adentro “suban, vamos a Quiché”, y ya que no teníamos ningún plan mejor, tomamos ruta nuevamente.
Era obvio que para cuando llegásemos a Quiche, ya iba a ser de noche, y no es que nos agrade la idea de llegar a una ciudad en la noche y empezar a preguntar dónde poner carpa porque la oscuridad siempre aumenta la desconfianza de las personas.
Una vez que llegamos, y al ver que Quiché era una ciudad grande, lo primero que hacemos es averiguar con un policía dónde se encontraban los bomberos para pedirles refugio por esa noche.
Nos dice que hay 2 bomberos, los municipales y los voluntarios, y aunque estaban más lejos (casi al otro lado de la ciudad), preferimos ir hasta los voluntarios porque sentimos que por esa sola característica del voluntariado, podían estar también más predispuestos a ayudarnos.
Llegamos y una vez ubicado el encargado, preguntamos:
—¿Podemos poner la carpa para pasar la noche?
—Es sólo por esta noche ¿verdad? —nos dice el señor con cara de desconfianza.
—Sí, solo por hoy, mañana seguimos viaje hacia Cobán.
—Bueno, pasen al primer piso, allá pueden armar la carpa.
Esa noche en los bomberos fue casi como haber entrado a un hotel 5 estrellas para estos dos mochileros que solamente esperaban un techo bajo el cual descansar; lo primero que nos ofrecieron fueron las duchas, y no solo eso, sino que además nos llevaron a un baño del segundo piso donde había agua caliente, para que el procedimiento de eliminar las impurezas no fuera solamente práctico sino además placentero.
Luego de eso nos dijeron que podíamos quedarnos viendo la tele (con servicio de cable) en el living, cómodamente tirados en los sillones, y que podíamos además tomar café y comer pan que tenían en la cocina.
Para rematar, como si todo eso no fuera ya suficiente, una vez terminamos de armar la carpa nos ofrecen los dormitorios de ellos, ya que tenían muchas camas libres que podríamos usar. Al principio no quisimos aceptar porque al encargado le habíamos dicho que armaríamos la carpa, pero en el transcurso de un par de horas, mientras veíamos la tele, nos insistieron tanto que terminamos cediendo.
Dentro del cuartel vimos por primera vez a un bombero en acción, bajando por el famoso caño hasta la planta baja, cuando sonaba una alarma jaja.
Incluso hasta les pedimos nos hicieran una demostración de esa técnica legendaria en la que se abraza románticamente al caño, como despidiendo al amor de la vida, para luego desaparecer en el agujero que conecta esas dos dimensiones, entre la emergencia y la paz.
No sabríamos especificar si la magia se intensificó o se rompió cuando nos contaron que a veces bajaban por el caño incluso con la taza de café llena (manteniéndose llena), y no únicamente cuando había emergencias.
A la mañana siguiente, bien temprano, partimos hacia Cobán, esperando llegar en el día.
Una pareja joven con su bebé nos lleva desde Quiché hasta Sacapulas, un pequeño y lindo pueblo en el valle del río Chixoy. Apenas 10 minutos después un grupo de veteranos nos alcanzan hasta Uspantán, un pueblo más adelante ya sobre las montañas, donde aprovechamos a comer algo callejero en la caótica feria del pueblo.
Luego del “almuerzo”, el cual comimos semi escondidos entre los pastizales crecidos de un parque abandonado y con la compañía interesada de dos perros callejeros que esperaban pacientemente su parte, nos fuimos hacia la ruta, a seguir “dedeando”, entre charlas con diversos personajes, siendo el más llamativo un borracho prolijo de camisa metida en el pantalón, hebilla tamaño XXL en el cinturón y botas blancas (un poco de aire a ranger de Texas) que nos juraba que ese día cumplía años, y nos saludó con un señor estrechón de manos, únicamente comparable al de los guardias militares de El Salvador.
Un camión que iba hasta el desvío final de Cobán nos salvó de la verborragia del borracho ranger de Texas.
LA NO-RUTA HASTA COBÁN, EL TRABAJO Y EXPLOTACIÓN INFANTIL
El tramo que hicimos con el camión fue realmente una odisea porque esta ruta no solamente no tiene asfalto, tampoco tiene ripio ni nada parecido, solo vas haciendo 4×4 hasta que llegas.
En el camino nos tocó ver algún que otro asentamiento, y algunas de las imágenes más lamentables y duras de Guatemala (y del viaje entero hasta ahora); nos referimos a niños siendo explotados por sus padres para que pidan dinero a los autos y camiones.
Íbamos filmando la ruta, con el fin de mostrar la dificultad de la misma, cuando frente a la lente se cruza la que sería probablemente la imagen más cruda que veamos en toda Latino América: una niña de unos 5 años sacaba escombros de la ruta a puro pico y pala, bajo el rayo del sol, mientras su madre descansaba cómodamente a la sombra de un arbusto. Con esa excusa pedían dinero por el “mantenimiento” brindado, con algún cartel de peaje muy dudoso y claramente clandestino.
La niña se detuvo cuando vio el camión acercarse, y se secaba la transpiración con una mano, cuando sentimos una vocecita del lado de nuestro asiento.
La voz solamente repetía “billete” con un tono lastimero. Lo repetía sin parar, una y otra vez.
Obviamente, dejamos de grabar para decirle que no podíamos darle dinero, pero no le explicamos por qué; no le explicamos que no queremos fomentar que esto siga sucediendo, que no queremos que lo sigan explotando, que el debería estar en la escuela, que debería estar siendo niño, que no es justo nada de esto.
Luego de un rato de insistencia, el niño se bajó gritando con rabia insultos hacia nosotros, y algunas frases como “¡esa vieja iba sacando fotos!”.
Descubrimos que esa ruta de la que tanto nos habían advertido, no debe ser temida por la dificultad al transitarla, ni por la vegetación exuberante, ni siquiera por los derrumbes de roca; el verdadero temor reside en la posibilidad de encontrarte con estos latigazos en el corazón, que no podemos siquiera catalogar de diferencia cultural.
El camionero además nos explicaba que algunos, si uno no les da nada, te apedrean el auto, o lo que sea. Hay que hacer notar también, que la zona de Quiche es indígena, por lo que las reglas y leyes típicas que corren para la mayoría de ciudadanos y zonas del país no rigen allí.
Ellos pueden (y de hecho lo hacen) incinerar a una persona cuando lo agarran robando, o situaciones de ese tipo, situaciones que pueden ser de difícil probatoria o cuestionables para algunas personas, algo similar a lo que ocurre en muchas zonas de Perú y Bolivia.
Ya más alejados de esta zona, una vez ingresamos al departamento o región de Baja Verapaz, volvemos a las rutas asfaltadas y a la “normalidad”, solo hizo falta un auto más para llegar hasta Cobán, nuestro destino.
COBÁN
Cobán es una ciudad ya un poco más grande de las anteriores nombradas, donde estuvimos prácticamente descansando y conociendo lo más típico. Es bastante “local” con pocas atracciones turísticas, mas que nada, mercados y ferias.
Néstor, un maestro de Cobán, nos acompañó y nos invitó unos Atoles, Tamal y Chuchito en uno de los mercados, donde podía verse a las señoras modelando vasijas y tallando maderas que tomarían formas de cuencos y recipientes.
En toda la región de Quiche y Baja Verapaz, pero acentuado en Cobán, vimos carteles que ponían “Se abrió paca” en todas las tiendas de ropa de aspecto más humilde, y no entendíamos ni quien era esta tal Paca, ni cómo hacía para tener tantos locales.
Mas adelante nos explicaron que “paca” es como se le llama al paquete que contiene la ropa usada de segunda mano que llega desde EE.UU. La misma suele ser donada, y vendida luego a precios de risa (como, por ejemplo, prendas por 5 quetzales, equivalente a unos 80 centavos de dólar).
Y aunque estos locales de ropa estadounidense abundan en la ciudad, lo más normal es ver a las mujeres con la vestimenta típica, el huipil, que ya habíamos conocido en el Lago Atitlán, con la diferencia de que aquí la parte superior solía consistir en una camiseta de tirantes con una prenda calada por encima que deja ver la de abajo. Las más clásicas vestían la camisa blanca con decoraciones cargadas de cuentas o flores en algunas zonas.
En cuanto a los hombres, muy pocos mantenían las vestimentas típicas y era más común verlos luciendo camisetas compradas en las tiendas de ropa americana y cinturones con hebillas gigantes.
Esta mezcla de vestiduras entre hombres y mujeres trae como consecuencia el extraño contraste de los huipiles tejidos a mano, entre remeras de “Texas” y “Hawaii Volcano National Park”.
Buscando lugares memorables en Cobán, llegamos a la Capilla del Calvario, y habiendo subido los millones de escalones que conducen a la iglesia (haciendo entendible eso de “calvario”, sobre todo para aquellos que no estamos en forma) pudimos tener acceso a una amplia vista de la ciudad, aunque difícilmente fotogénica.
Partimos de Cobán bien temprano, sin especular sobre cuál sería el pueblo o ciudad en la que nos tocaría pasar la noche de camino a la isla de Flores, desde donde pensamos hacer base para conocer Tikal, la joya maya que reside en tierras Guatemaltecas.
Hola muchachos!
Que tal se encuentran?
Que raro que un pais de pleno Centro America oscurezca tan temprano a pesar que el «invierno» de por alla es de otro estilo, pero bueno supongo que seran cosas de puntos cardinales, etc, etc, esas cosas que no sabemos bien a menos que seas un/a estudioso/a del tema, jeje…
No se si sera porque al ser de aca una se acostumbra aunque ellos les debe pasar lo mismo cuando escucha nombres de lugares fuera de su pais a escuchar los nombres propios de nuestros barrios, pueblos, etc pero por lo menos para mi escuchar (bueno en este caso leerlos) me resulta muy comico escuchar nombres como ese Sacapulas, jeje…
Realmente un nombre unico en su especie seguro y que amerita a que te saque alguna risita la primera vez al escucharla y asi con muchos otros.
Bueno como les decia la otra vez por aca en otro post, un hecho lamentable que sigue existiendo en muchos rincones de nuestro continente y en resto del mundo.
Jajaja me encanto esa descripcion de la vestimenta masculina «tipica» de esos lados…
Bueno espero que se encuentren muy bien.
Abrazo muchachos.
No habíamos pensado lo de Sacapulas! Jaja, será que ya nos estamos acostumbrando. Pero si, hay varios nombres de origen náhuatl que a veces nos suenan cómicos y otras veces complicados de pronunciar, a veces incluso para los lugareños. Tal es el caso de Ocozocoautla, que le dicen «Coita» porque ta, más cortito jaja.
Un abrazo para vos también!