Cuando el sonido de las motos empezaba a predominar por sobre el canto de los pájaros dejamos aquel hotelito con el baño del terror.
Por suerte la cama no guardaba relación alguna con el resto de las instalaciones y nos brindó una buena noche de descanso, necesaria luego de las 14 horas en el mini bus desde Adis Abeba hacia Moyale.
La caminata fue breve, pero apenas visualizado el cartel de “Bienvenidos a Kenia” un señor se acercó a ofrecernos transporte o cambio de moneda, el combo clásico de las fronteras.
Para entrar a Kenia y viajando con pasaporte europeo como es nuestro caso fue necesario sacar una visa, trámite que puede hacerse online (también es necesaria con pasaporte uruguayo). Con eso en mano el trámite migratorio fue sencillo y en poco tiempo estábamos oficialmente en tierras keniatas.
Lo primero era buscar un transporte que nos dejara en la capital. Esta fue una de esas oportunidades donde acordamos no hacer dedo, pero el hecho de que el transporte nos buscara a nosotros hizo que estuviésemos a muy poco de empezar a preguntar a los camioneros estacionados alrededor si podían llevarnos en modo autostop.
Los vendedores nos perseguían, tirando precios al aire para convencernos, así como ofertas de tiempo “el mío sale en una hora”, “el mío en media”, y así.
No teníamos dinero de Kenia y queríamos encontrar un cajero antes que nada; además, nunca nos gustó que nos persiguieran intentando convencernos de comprar algo (ni en África ni en ningún lado) por lo que el simple hecho de buscar un cajero y posteriormente un ticket de bus se convirtió en uno de esos martirios que tan habituales serían en el este de África.
Entendemos que este es el trabajo de muchas personas, y por ende no vamos a faltarles el respeto, pero no por eso disfrutamos el proceso y en algunas oportunidades la insistencia se nos hace excesiva, rozando la sensación de acoso.
Algunos vendedores nos persiguieron hasta el cajero y esperaron a que saliésemos para seguir insistiendo.
Finalmente una oferta y compramos los ticket de un bus que teóricamente salía en media hora.
Mientras esperábamos en la vereda, un chico estacionó su moto detrás nuestro y de esta manera se ganó un saludo y un recuerdito de Uruguay.
Lo gracioso es que se veía tan confundido el chico cuando le dimos el recuerdo y le decíamos que éramos de Uruguay, que nunca nos quedó claro si el realmente era admirador de este lado del Cono Sur o simplemente había comprado una moto que ya vino así y listo.
Como sea, nos sacamos sonrisas mutuamente y eso es suficiente.
Luego vimos mucha gente corriendo en una dirección, junto con gritos de mujeres y auto de policía. Algunos hablaban de un niño desmayado, otros de una pelea callejera. Lo que haya sido duró poco. porque a los 10 minutos las polvorosas calles volvían a tener esa cuestionable paz de las ciudades fronterizas.
Cuando la prometida media hora de espera se había transformado en una hora y se empezó a ver movimiento para subir al bus, un señor intenta ayudarnos para meter las mochilas en la parte baja del bus. Le explicamos que queríamos llevarlas encima con nosotros, a lo que nos dice que solo podemos llevar una mochila chica cada uno en los asientos. Entonces insistimos en que nosotros podíamos guardar las mochilas, que no era necesario que lo hiciera el, pero este señor agarró nuestras mochilas y la metió sin hacernos caso. Nos escoltó arriba del bus y puso nuestras mochilas chicas en la zona de bolsos arriba de nuestros asientos. Hasta acá todo parecía un acto de amabilidad memorable, pero acto seguido, pidió dinero por el equipaje.
Le explicamos que ya habíamos pagado el ticket y que el equipaje estaba incluido pero el se presentó como el chofer del bus y repitió que teníamos que pagar (sutil forma de decir “vas a estar bajo mis manos en este viaje así que mejor dame la plata”).
Como no estábamos convencidos, el señor bajó del bus, y volvió con un ticket expedido por la empresa de buses que decía que tenía que cobrarnos KSH 200 a cada uno por el equipaje, haciendo un total de 400. La verdad es que era poco dinero, apenas unos 3 dólares y algo (aunque no tan poco para un par de mochileros que intentan gastar un promedio de USD 7 diarios entre los dos) pero nos parecía un poco raro que no le haya cobrado eso a nadie más en el bus ni haya ayudado con los bolsos a nadie más, siendo que mucha gente viajaba con equipaje enorme.
Sí, el ticket era expedido por el empleado que nos cobró los ticket pero entonces ¿por qué no nos cobró el equipaje al abonar nosotros el ticket a pesar que nos vio con las mochilas grandes? ¿Por qué no nos dio ese ticket con el costo del equipaje junto con el ticket del pasaje?
Podemos estar equivocados, pero digamos que había grandes posibilidades de que estuviésemos ante uno de los tantos episodios de “cobremosle todo más caro al turista” que se volvería un clásico de África. Para no tener problema extendimos un billete de 500 al señor chofer y esperamos el vuelto. El señor sonríe, se da media vuelta y cuando estaba por irse, le preguntamos por el cambio (debía devolvernos KSH 100) pero lo que obtuvimos por respuesta fue “yo los ayudé con los bolsos ¿no? Es mi propina”.
Si existe la cara de póker, nosotros éramos la definición misma de la expresión en ese momento.
Un dudoso “impuesto al equipaje” y una propina auto-cobrada ante la ayuda que negamos apelando que podíamos acomodar los bolsos nosotros mismos. Todo en 5 minutos.
Hola Kenia.
RUTAS DE KENIA, UNA LIGERA MEJORÍA
Las 14 horas de viaje en bus fueron más llevaderas de lo que creíamos, en parte gracias a una característica que no esperábamos: había wifi. Y no solo eso, también habían enchufes.
Me parecía rarísimo que el enchufe fuera uno común y corriente (nunca mejor dicho), como los que tenés en la pared de tu casa pero con la conexión que usan en Kenia, podías enchufar incluso una laptop.
Cada asiento tenía 2 enchufes contra la ventanilla, uno para cada uno de los dos asientos.
En un momento del viaje una mano aparece ante mí, con un cargador en ella. Aunque me quedé un momento cortada (no todos los días se te aparece una mano de la nada) pronto entendí que el pasajero del asiento de adelante me estaba pidiendo que enchufara su cargador en mi enchufe (suena mal, pero limítense a interpretarlo literalmente por favor).
Probablemente el suyo no funcionaba o lo habría ocupado con otra cosa, y aunque no tuve inconveniente en hacer el favor porque uno de nuestros enchufes estaba libre, confieso que me hubiera gustado aunque sea un “hello” en aquel momento, o un “thank you”, incluso un “asante” (“gracias” en Suajili, el idioma oficial de Kenia) cuando al terminar el recorrido, la mano volvió a aparecer exigiendo su cargador.
Durante el recorrido pudimos ver como el entorno ahí fuera fue cambiando algunos aspectos con respecto a Etiopía, por ejemplo, algunas iglesias tenían la palabra “Bismi llāh” pintada en su fachada, la cual probablemente conocés por la canción Bohemian Raphsody de Queen. Bismi llāh significa “en nombre de Dios” en árabe. Esto es porque en Kenia la religión musulmana hace acto de presencia, si bien no tanto como en Tanzania, por ejemplo.
En Turbi, una de las aldeas ruteras que cruzamos, vimos casitas hechas con retazos de tela, pero sólo más adelante aprenderíamos que ese era el lugar donde los aldeanos (muchos de ellos pertenecientes a la etnia Masái) refugian a sus animales al llegar la noche. En el mismo terreno de estas casitas solían haber chozas circulares de barro con techos de hierba donde viven las personas de la aldea.
Fue en este viaje donde descubriríamos también una de las más típicas comidas callejeras de Kenia: el huevo duro.
La primer parada donde presenciamos el desfile de vendedores de huevo duro y frutas fue en Marsabit, otro pueblo sobre la ruta donde los comerciantes ambulantes esperan la llegada del bus para invadirlo ofreciendo sus productos, cosa que pasaría a lo largo de todo el viaje. Aunque la fruta es otro clásico, los baldes llenos de huevos duros nos llamaron más la atención. Aquellos que los compran los comen así nomás, como si de otra fruta se tratase y probablemente se gana el primer premio a snack más saciador, barato, sano y fácil de preparar (aunque no apto para veganos, pero estamos en África, donde el veganismo sigue siendo algo tan habitual como los camellos en Uruguay).
También mirando por la ventanilla vimos más que antes ese paisaje ocre tan asociado a África, aunque todavía no era el paisaje clásico que se te viene a la mente cuando pensás en el continente sin haberlo visitado.
Algunos camellos comían de los arbustitos perdidos al costado de la ruta, y me di el gusto de ver fugazmente uno de los animales que más quería ver en África: el dik dik, un pequeñísimo antílope con una cara muy graciosa (parece que se hubiera operado la nariz unas 5 veces).
La verdad es que fue todo tan rápido que no puedo asegurar que efectivamente fuera un Dik Dik, pero quiero creer que sí, déjenme vivir en mi ilusión.
También comenzamos a ver personas vestidas con grandes mantas rojas sobre sus espaldas, quienes luego entendríamos pertenecían a la tribu de los Masaii, una de las más importantes de este lado de África.
El alumbrado publico sobre la ruta era algo mucho más presente que en las de Etiopía, así que podríamos decir que el nivel de seguridad para viajar durante la noche podía ser algo superior.
A medio camino de este recorrido descubrimos que los cajones de Coca Cola que tanto rompían los cocos cuando alguien quería bajar del bus eran para que se sentara la gente cuando éste se llenaba: se colocaban en fila sobre el pasillo, y los pasajeros “extra” iban ahí sentaditos, haciendo el bamboleiro como buenamente podían, agarrándose de los asientos a su alrededor.
Y ya no solo escuchábamos las voces en suajili y los ruiditos plásticos de los cajones arrastrados por el pasillo, ¿sabés qué otro sonido era común en los buses de Kenia?
Algo que solo aquellas personas que hayan vivido la adolescencia o adultez en los 2000 entenderán: los tonos polifónicos.
Aquellos bellos soniditos MIDI que nos recordaban a los juegos de la NES o del Megadrive eran la musiquita habitual en este bus hacia Nairobi (y lo serían por mucho tiempo más).
Claro que algunas personas tenían teléfonos grandes con pantalla táctil y demás, pero muchas continuaban usando los teléfonos que en Uruguay usábamos allá por el 2006 y poco más.
Las explicaciones difieren: hay quienes dicen que es por seguridad, otros por un tema de costos, y otros porque simplemente no se entienden con las nuevas tecnologías.
Como sea, no puedo ocultar la satisfacción nostálgica que me daba cuando escuchaba estos soniditos MIDI a mi alrededor.
NAIROBI, CAPITAL DE KENIA
Asi entre soniditos de pirirí y huevos duros llegamos a Nairobi, la capital de Kenia… casi a la medianoche.
No nos gusta llegar de noche a una ciudad, menos aun si es una capital grande, y muchísimo menos si a donde llegamos es un punto oscuro y alejado de la casa donde nos vamos a hospedar. Viajar en bus tiene esos contratiempos que no suele tener el viajar a dedo, así que uno cosecha lo que siembra.
Utilizamos una app de taxi para no andar caminando solitos con clara apariencia de extranjeros por una gran ciudad durante la madrugada, y aunque la idea era tener un viaje seguro y tranquilo, pronto se convirtió en una de esas situaciones que te dan ganas de tirarte de los pelos (o tirárselos a alguien más).
El chofer alegó ser de otro país de África y con eso excusó el hecho de que “se perdió” en más de una oportunidad, metiéndose por lugares que alargaron el camino, y por ende el precio, a pesar de que Wa iba con el mapa indicándole por dónde debía ir y dónde debía doblar con suficiente antelación. En más de una oportunidad, cuando Wa le decía “la próxima esquina doblá a la derecha” cuando estábamos llegando a la esquina y manejando despacito el chofer le decía “¿en esta?” a lo que Wa respondía con un claro “SI, ESTA A LA DERECHA” y el señor seguía de largo y decía “uy me pasé” lo que a veces conllevaba a un recorrido de más de 5 minutos hasta poder llegar a la siguiente calle donde se pudiera doblar.
Esta secuencia se repitió varias veces en el viaje hasta hacerse evidente lo que la primer persona que nos hospedó en Nairobi nos dijo luego: los pasearon.
Esta persona nos contó que era muy común que los taxistas le hicieran eso a los turistas para cobrarles de más y guardarse la plata en su bolsillo. Y claramente, el chofer nos cobró casi el doble de lo que la aplicación a través de la cual lo habíamos contactado indicaba.
La verdad es que la sociedad de Kenia no nos estaba dando la mejor bienvenida del mundo, pero esto recién empezaba y era muy pronto para asustarse… ¿o no?
UN CUMPLEAÑOS SORPRESA ENTRE ARCOS, FLECHAS Y STRIPPERS
Nuestro primer huésped en Kenia fue un extranjero, un chico de Emiratos Árabes que nos mimó como si fuésemos de su familia.
Gracias a el conocimos tanto lugares como comidas que de otra manera serían prohibitivos para nuestra forma de viaje, pero lo más importante es que conectamos enseguida. Este chico era una de esas personas con la que es muy fácil entablar una conversación, y aunque nuestras personalidades fuesen opuestas en algunos aspectos, ninguno de estos impedía una buena relación y que disfrutásemos mucho su compañía.
Apenas llegar, de hecho nuestro primer día en Nairobi (es decir, el día justo después de la noche del taxista) nos llevó a conocer a sus amigos, con la gran suerte de que justamente aquel sábado festejarían un cumpleaños sorpresa.
Fue así como terminamos primero en la casa de un guitarrista stripper, otro chico súper simpático que además hablaba español, y más tarde en casa de otro de sus amigos donde finalmente se festejó el cumpleaños sorpresa.
Aquella fiesta fue probablemente la más multicultural en la que hayamos estado nunca. Esa noche hablamos con personas de Alemania, Emiratos Árabes, Marruecos, Francia, Rusia, Egipto, y más.
Además, la cosa mutó bastante; en un momento estábamos comiendo carne asada, como de repente estábamos tirando con arco y flecha, como de pronto escuchando cantar en karaoke o viendo como un stripper le hace un baile en la silla a la cumpleañera.
Todo muy loco. O bueno, al menos así se sentía para dos personas más bien introvertidas que no acostumbran ir a fiestas, díganme ustedes queridos extrovertidos si esto es lo normal.
La fiesta terminó en una especie de pub aparentemente popular, donde a determinada hora de la madrugada apareció una persona que alborotó el rancho. Aunque esta señora era reconocida en Kenia, mayormente por sus obras de beneficencia, la gente del lugar parecía conocerla más por su gran PECHOnalidad, y parece que sacarse una foto al lado de sus pe… digo, al lado de ella, era algo así como una tradición.
Cuando nuestro amigo empezó a notar que ya habíamos sobrepasado con creces el nivel de fiesta por el día que podemos tolerar (nuestro límite no es muy alto) nos llevó a la casa.
Pobrecito, un santo, a partir de ese día siempre nos decía “voy a ir a una fiesta pero si no quieren ir no pasa nada, sé que no son muy fiesteros, ustedes son geeks”.
De verdad que es uno de los grandes amigos que nos dejó África.
EL CENTRO DE NAIROBI – La difícil tarea de caminar
Entre cosas y cosas tuvimos que esperar algunos días para recorrer la ciudad de la manera que nosotros disfrutamos, y aun así cuando el momento llegó, la ciudad se esforzaba en no dejarnos hacerlo.
Cuando llegamos a Nairobi la ciudad estaba en un momento alborotado porque habían protestas que podían adquirir matices violentos, por lo que la primera vez que intentamos caminar hasta el centro no llegamos lejos: nuestro anfitrión nos escribió para recomendarnos que volviésemos porque podía ser peligroso.
No es que fuera más arriesgado que una protesta grande en nuestro propio continente, nada que no conociéramos ya, pero en Kenia somos forasteros y no sabemos bien cómo funciona la sociedad como para arriesgar más de lo necesario, por lo que reculamos hacia la casa, todos los comercios cierran cuando hay protestas.
Durante algunos días estuvimos conociendo la parte glamorosa de la ciudad gracias a nuestro anfitrión que nos llevaba a comer y recorrer zonas comerciales en las que evidentemente se respiraba un estatus social elevado, una especie de burbuja alejada de las protestas violentas de otras zonas.
Quizás por cosas que sucedieron en el pasado de la historia a veces nos incomodaba un poco el sentir que algunos de estos lugares parecían estar hechos pura y exclusivamente para turistas / extranjeros, ya que la gran mayoría de los comensales eran claramente extranjeros (y cuando digo “claramente” lo digo en varios sentidos) mientras que el personal de servicio se constituía únicamente por gente de raza negra. Obviamente, es un trabajo honrado, y es normal que la mayor parte de los puestos de trabajo estén ocupadas por personas negras en un continente donde son mayoría, pero la realidad es que a veces no podíamos evitar sentirnos incómodos con esa situación, y más de una vez me dieron ganas de ponerme a servir mesas en vez de ser la persona servida.
Quizás no esté bien sentirse así porque sería traer a flote un pasado que si bien no debería olvidarse, tampoco debería generar ni diferencias ni culpas a día de hoy, pero por el momento no era fácil sacarse estos pensamientos de la cabeza ante ciertas situaciones.
De todas formas disfrutamos mucho de los lugares que conocimos, de las personas que conocimos y de las cosas ricas que comimos.
Cuando las protestas comenzaron a mermar, le empezamos a dar a la patita.
Algunas zonas de Nairobi nos resultaron agradables de caminar, pero cuando finalmente llegamos al centro casi deseamos no haberlo hecho.
El centro de Nairobi es una ciudad grande como probablemente puedas imaginarla. Salvando algunas diferencias, no era muy diferente a lo que uno viene acostumbrado de Latinoamérica.
Zonas empresariales, con altos edificios llenos de vidrio, calles especializadas en tiendas de electrónica, tiendas de ropa con vidrieras llamativas, etc.
Las calles en la zona céntrica estaban limpias, libres de papeles en las calles, y cada tanto alguna plaza o parquecito llenaba de verde un rincón.
El idioma oficial de Kenia es el suajili, pero el inglés está muy extendido al punto de que muchas personas suelen mezclar ambos idiomas al hablar, especialmente en Nairobi donde es muy difícil encontrar a alguien que no hable inglés.
Todo fue bien… por unos pocos minutos.
Aunque Disney nos preparó para el país de los safaris enseñándonos un poco de vocabulario en suajili, estando allí aprendimos rápidamente que si alguien te llama por el nombre del simpático mono chamán (Rafiki, que significa “amigo” en suajili) con el dolor en el alma te digo, lo mejor es salir por patas.
Y es que ni el Rey León pudo prevenirnos acerca de los depredadores más temibles de las calles de Nairobi… a día de hoy casi prefiero enfrentarme a Scar y no a un vendedor de safari.
Uno entiende que hay trabajos que no son agradables de realizar, y también es entendible que es la forma en la que estas personas se ganan el pan. De hecho, uno también estuvo al otro lado y no sabemos si volveremos a estarlo algún día.
Pero al mismo tiempo es innegable que cuando la insistencia llega a cierto nivel, la paciencia de la “presa” puede verse mermada y hasta sentirse molesta.
No es casualidad que en algunas zonas de Chile a quienes captan turistas se las llame “hunters” (cazadores), porque muchas veces así se siente la interacción mientras dura el proceso.
En el centro de Nairobi un señor se acercó para lo que parecía una simple charla por curiosidad, mientras caminaba a nuestro lado por la ciudad. Pero lo que empezó como una conversación amigable se convirtió en una publicidad andante: quería vendernos un safari.
Cuando se enteró que veníamos de Uruguay, nos ofreció precios más económicos porque según sus palabras “si fueran de EE.UU., les cobraba mucho más caro porque esos si tienen mucha plata, pero a ustedes que son de América del Sur les voy a hacer un buen precio”.
Por mucho que negamos, el señor continuó insistiendo durante varias cuadras hasta que al fin nos dejó un folleto y se alejó, para volver unos segundos después a insistirnos un poco más.
No fue el primero, no sería el último, ni tampoco el más insistente.
Varias fueron las ofertas de safari que tuvimos esa tarde por el simple hecho de caminar por el centro de la ciudad, pero el más destacado (y el que hizo que después de ese día intentásemos esquivar el centro) fue aquel señor que estaba sentado en una plaza.
Pasábamos ya intentando alejarnos de las vidrieras en un intento de esquivar posibles agencias de turismo para no ser carnada de los vendedores que deambulaban a su alrededor, cuando de repente un señor, que en apariencia descansaba tranquilamente en la plaza, nos ve y como expulsado por un resorte se para y viene hacia nosotros.
Después de las preguntas de rigor sobre nuestra nacionalidad y “¿cuánto tiempo van a estar en Kenia?” comenzó a ofrecernos safaris varios, con distintos precios y actividades.
Más de una vez le explicamos que no teníamos intención ni dinero para hacer un safari, pero eso solo lo animaba a ofrecernos paquetes más económicos. También se encargó de señalar el folleto que yo tenía todavía en la mano de otro de los vendedores (craso error, eso me hacía parecer interesada en los safari) y decirnos que el ofrecía mejor servicio y mejor precio.
Nada nuevo hasta acá ¿verdad?
Entonces ¿por qué fue éste el señor que convirtió al centro de Nairobi en un lugar repelente para nosotros?
Por el simple hecho de que él nos siguió por más de 15 cuadras.
Más. De. Quince. Cuadras.
Quince cuadras durante las cuales el ofrecía y nosotros negábamos. Quince cuadras de querer disfrutar del paseo y prestar atención a nuestro alrededor pero sin poder hacerlo con soltura.
Quince cuadras en las cuales intentamos todo tipo de técnicas respetuosas para disuadirlo pero ninguna funcionó, desde la sinceridad hasta la oportunidad, desde el “no podemos pagar un safari” hasta el “bueno, cualquier cosa si llegamos a poder te llamamos”.
El señor no se iba.
En un intento desesperado, nos metimos en un restaurante chiquito, de esos que van los trabajadores a comer, y que era económico, según los precios indicados en una pizarra.
Entramos y hablamos con la camarera, le pedimos recomendaciones y nos decantamos por un plato típico que pensábamos compartir. Hicimos incapié en el precio, consultándole varias veces si era el indicado en la pizarra; incluso le señalámos el número pegando el dedo en la pizarra y ella siempre respondía que sí, que ese era el precio.
Fue esta la primera vez que probamos Ugali, el acompañamiento clásico de Kenia y gran parte de África con leves variaciones en su preparación y variaciones más grandes en el nombre.
Al pedir la cuenta, el ticket indicaba una cifra un 25% más cara del precio indicado en la pizarra.
Quise creer en un error de tipeo o algo así, y me dirigí al mostrador para preguntarle a la camarera sobre esa diferencia.
Le mostré el ticket y le dije que el precio indicado en la pizarra era otro, a lo que ella responde “no no” y da por terminada la conversación.
Y esto es algo que quizá tengamos que repetir varias veces en este viaje pero no se trata de la cantidad sino de la actitud. No se trata de qué tanto dinero de más le cobren a un extranjero… se trata del hecho de tener esa “viveza” de cobrarle más al extranjero por el mero hecho de ser extranjero.
Pero pronto descubriríamos que en Kenia esto no se remite únicamente a los vendedores de tiendas independientes, quienes pueden poner el precio que quieran a quien quieran, sino que el gobierno aplica políticas similares en sus servicios, y estos sí, están protegidos por la ley.
Ah, y si te lo estabas preguntando… sí, el vendedor que previamente nos siguió por más de 15 cuadras estaba afuera del restaurante esperando que saliésemos para seguirnos por unas cuadras más, a ver si la panza llena nos había despertado las ganas de hacer un safari.
TURISTA = EL MISMO PRECIO, PERO MULTIPLICADO POR EL 100%
Sí, decir “el mismo precio” es una ironía, pero es que no hay forma seria de decir esto.
Como sabrán (o no) intentamos viajar con un presupuesto muy bajo, lo que implica que muchas veces nos perdamos actividades o lugares, salvo aquellas excepciones que de antemano sabemos que no queremos perdernos y que por lo general son contadas con los dedos de una mano.
Pero normalmente en las grandes ciudades hay oportunidades a precios asequibles, incluso para nuestro bajísimo presupuesto.
Normalmente dije.
Nadie dijo que Nairobi fuera normal.
Como siempre, consultamos con personas locales o residentes sobre lugares económicos que pudiéramos visitar, y uno que siempre salía a colación era el Museo Nacional de Nairobi, el cual nos dijeron que costaba alrededor de 4 dolares por persona e incluía un museo y un reptilario.
Allá fuimos, decididos a pasar una tarde en el museo aprendiendo sobre la historia del país.
Llegamos a la entrada, donde un policía nos hace firmar un libro de visitas, e ingresamos al predio del museo, decorado con estatuas que nos daban la bienvenida.
Cuando llegamos a la caseta donde debíamos abonar la entrada, nos ponemos a leer el cartel de los precios, el cual indicaba lo siguiente: nacionales KSH 200 (USD 1.5), residentes KSH 600 (USD 4.4), extranjeros KSH 1200 (USD 8.8).
Sí, el costo de entrada para los extranjeros era de 6 veces el precio que pagaban los nacionales, y el doble de los residentes.
Además, solamente podía pagarse por medios electrónicos, no en efectivo.
Y repito: si bien para nosotros pagar casi 9 dólares cada uno es demasiado cuando se trata de una actividad que no estaba entre nuestras mayores expectativas, esto no se trata del precio, sino del hecho de que el precio al extranjero sea tan despegado del resto.
Podemos entender que a los nacionales se les cobre menos, para incentivar la cultura local y también entendemos que el poder adquisitivo de muchos turistas es muy superior al de muchos locales (si bien no de todos)… pero que la diferencia sea tan abismal hace que nosotros prefiramos no pagarlo y por ende no visitarlo (tratándose de un lugar que no está en nuestra “lista de imprescindibles”).
Si bien desconocemos como procederemos en viajes futuros, así es como nos manejamos hasta ahora.
Pero espérate que todavía hay más.
Si a vos como a nosotros te pareció que esa diferencia era alta, es porque todavía no te contamos los precios del Parque Nacional de Nairobi, al que ni siquiera nos acercamos.
¿Por qué hablarte de un lugar al que no fuimos?
Fácil: porque es el lugar donde podés hacer el safari más barato de todo Kenia.
De entrada, nosotros no pensábamos hacer safaris en África mayormente por el costo que estos suelen tener.
Fue así como hablando con locales y con otros viajeros alguien nos comentó sobre el Parque Nacional de Nairobi, al cual se puede ir con vehículo y hacer un safari sin alejarte demasiado de la ciudad y sin necesidad de pagar a un guía o un tour.
De hecho, sabíamos de viajeros que se paraban en la entrada del parque y le hacían dedo a los autos de los turistas que iban por su cuenta; de esta manera podían hacer un safari con otros viajeros, únicamente abonando la entrada al parque.
Claro, tenías que encontrar un alma caritativa que consintiera llevarte en su auto y hacerte parte de su safari privado, pero si estás hace tiempo en este blog ya habrás visto que almas caritativas hay por montones en el mundo.
La idea resultaba tentadora, no solo por el safari en sí, sino también por el desafío, por el hecho de hacer algo que normalmente es muy caro, por un precio muy accesible.
El único detalle es que no contábamos con esa diferencia de precios tan abismal que hay en los lugares gubernamentales de Kenia para los extranjeros.
Cuando vimos los precios del parque en el sitio web, nos dimos cuenta que si bien como único costo para un safari sigue siendo muy barato, no estábamos dispuestos a contribuir con esa diferencia de precios tan grande, sobre todo teniendo tanto África para recorrer aún, y por ende, más oportunidades.
El costo para residentes y nacionales era de KSH 400 (USD 3) mientras que el costo para extranjeros era de USD 40, es decir, más del 1000% más.
Y esto solamente en temporada baja (de marzo a junio) pero si vas en temporada alta el costo pasa a ser KSH 500 (USD 3.6) para residentes y nacionales y USD 60 para extranjeros, es decir, un 1666% más caro.
Es cierto, no deja de ser una buena opción si lo que buscás es un safari barato y éste entra en tus posibilidades, pero como más adelante conversaríamos con otros viajeros que andaban viajando por África y tenían más experiencia en safaris, si todavía vas a visitar otros países más al sur, a lo mejor te sirve evaluar otras posibilidades antes de tomar una decisión precipitada.
En cuanto a nosotros, estas diferencias de precio en Kenia nos tenían sorprendidos, pero todavía había un detalle más que hacía las cosas un nivel más complicadas. Quizás no es algo que pudieras esperar si tomás en cuenta las ideas preconcebidas que uno suele tener de África (y que nosotros tuvimos que ir deconstruyendo poco a poco).
LO MENOS EFECTIVO ES EL EFECTIVO
Si una palabra es omnipresente en todo Nairobi (y hasta me arriesgaría a decirte en casi todo Kenia) esa es “M-Pesa”.
Podías ver esto escrito en cualquier puestito de comida ambulante, cualquier tablita apoyada sobre dos ladrillos con 3 grupitos de 5 limones cada uno, cualquier tienda del centro, y cualquier taxi.
M-Pesa es una forma de pago que se realiza a través del teléfono.
Básicamente te hacés una cuenta de M-Pesa y “recargás” tu cuenta de dinero para poder utilizarlo luego sin necesidad de salir con efectivo. Según entendemos, las recargas pueden hacerse tanto en tiendas autorizadas como en locales de Safaricom, la compañía telefónica por excelencia de Kenia, pero quizás hayan mas formas que desconocemos (seguro que a día de hoy hay alguna forma de pasar dinero de forma virtual sin acudir a ninguna tienda).
M-Pesa llegó a Kenia en el 2007 y a día de hoy, año 2023, es la forma de pago más utilizada del país.
Y ahora te estarás preguntando lo mismo que yo… pero ¿no era que mucha gente solamente tenía teléfonos de esos que solo tienen tonos polifónicos? ¿Cómo realizan pagos con estos teléfonos a los que no se les puede instalar aplicaciones de terceros?
No te preocupes porque las pensaron todas: mediante mensajes de texto.
Cada tiendita por chica que fuera tiene un cartel que dice “M-Pesa” seguido de un código numérico.
Según nos contaron, una de las formas de pagar con M-Pesa es enviando un sms donde figure el código de esa tienda y el importe a abonar. El pago llega automáticamente al vendedor.
Y después hay gente que se pregunta si en Africa hay teléfonos… no solo hay, sino que en algunas cosas fueron adelantados a muchos de nosotros.
Como será la cosa que algunos lugares solamente aceptan pagos a través de medios digitales y si filtramos aún más, otros establecimientos aceptan UNICAMENTE pagos a través de M-Pesa, como es el caso de la agencia de tren que te lleva a la costa.
Nosotros sobrevivimos a Kenia sin abrir una cuenta de M-Pesa, pero a través del chip de celular de Safaricom el trámite era sencillo (damos fé porque otros viajeros nos contaron).
Y es que aparentemente cualquier persona con una cuenta de M-Pesa puede tanto pagar como cobrar, así que no era de extrañar ver al vendedor de huevo duro con su balde lleno de mercadería y un cartelito fuera con un número sin más explicación.
Es fácil caer en la tentación de romantizar y pensar que estos aspectos que parecen de mundos opuestos, entiéndase la venta ambulante con los pagos virtuales, no van de la mano, pero no sería la primera vez que veíamos algo así (la primera probablemente fueron las chicas en las calles de Colombia, ofreciendo sus servicios amatorios mientras revoleaban un POS inalámbrico) ni creemos que sea la última.
Y si te llama la atención que esto funcione así en un país de África… no te preocupes, nosotros también tuvimos que deconstruir estereotipos allá, como también lo hicimos en Latinoamérica y tanto más. Al final de cuentas, y para nosotros, esta es una de las mejores partes de viajar… ver las cosas por nosotros mismos; poder generar un criterio propio basado en lo que vivimos, y no tanto en lo que alguien nos contó o lo que dijeron en la tele.
Por suerte África es buenísima para deconstruir estereotipos.
CITY PARK: LA ACTIVIDAD TURÍSTICA MENOS TURÍSTICA DE KENIA PERO GRATIS
Cuando nuestros planes empezaron a caer uno por uno porque todos los lugares que nos interesaba visitar cobraban entrada cumpliendo con ese régimen de “el turista paga mucho más” tuvimos que buscar alternativas.
Ir al centro a caminar ya no era disfrutable desde el día que lo visitamos y los vendedores de safari nos perseguían por cuadras y cuadras, así que tuvimos que buscar alternativas.
Los shopping (centros comerciales) estaban muy bien, pero no es un paseo que aporte demasiado, si bien son nuestros grandes aliados cuando necesitamos wifi, resguardarnos de la lluvia, o un descanso del clima, de los vendedores o incluso un descanso físico cuando sentarte en el banco de una plaza implica tener 5 personas alrededor intentando venderte algo.
Deambular por los alrededores sin llegar al centro nos llevó a aprender detalles interesantes, como el hecho de que hay una gran población de personas de la India viviendo en Nairobi, que predominaban en el rubro de la electrónica. Si ibas a una tienda de tecnología, había altas probabilidades de que te atendiera una personad de India.
Hablando con el chico emirati, nos enteramos que cerca de su casa había un parquecito llamado “City Park” donde podían verse monos.
La verdad es que ya habían aparecido monos en la terraza de la casa de nuestro anfitrión, pero estos no se acercaban a nosotros, más bien nos tenían miedo.
No tenía grandes esperanzas porque ¿qué tanto pueden querer los monos estar en medio de una ciudad grande y llena de gente como lo es Nairobi? Seguro se asustan y no se dejan ver.
Con estos pensamientos en mente pero sin mejores ideas y aun así con ese entusiasmo que siempre saco cuando se trata de acercarme a algún animalito nos encaminamos al City Park.
El lugar como tal resultó ser uno de los pocos parques abiertos de la ciudad, y curiosamente de los pocos gratuitos, por lo que había muchas personas claramente en situación de calle que estaban durmiendo allí, mientras que otros parecían estar simplemente descansando de una jornada laboral, o vaya uno a saber. Lo cierto es que ninguno estaba prestando atención a ningún mono… ¿no va a haber monos verdad?
El parque se extiende a un lado de la vereda, en una zona con cierto tránsito y por ende bastante ruidoso, así que probablemente los monos no solo se asustarían de la cantidad de gente esparcida por el parque sino además por el ruido de los autos… pero, ¿qué es eso que se mueve a lo lejos?
Nos acercamos a una cosita gris que se movía entre el pasto. El monito nos miró expectante.
Era mi momento: saqué uno de entre las decenas de pedacitos de nuez (entre otras cosas) que había metido previamente en mi bolsillo y me acerqué más. El mono no se iba.
Cuando estuve como a 1 metro me senté en el pasto. Él entendió que por estar ahora más cerca de su altura podíamos ser amigos y se acercó a mi lado, casi pegado a mis piernas.
Se sentó, y esperó.
Estuvimos “charlando” mientras comíamos nueces y pasas de uvas (sus favoritas) por un rato, hasta que apareció una mamá con su hijo colgando del pecho. Capaz se conocían porque medio que hubo trifulca entre ellos, hasta que la mamá se fue con su hijo (no sin antes llevarse algunos snacks). El primer monito siguió al lado mío, esperando paciente.
Estuvimos así un rato, mientras Wa miraba todo en modo espectador y sacaba fotos.
De vez en cuando algún otro mono pasaba cerca, y aunque le daba algún snack, con ninguno llegué a tener el grado de confianza que con Horacio (algún nombre tenía que ponerle ¿no?). Era paciente, no me sacaba la comida de la mano a menos que yo se la diera, no era violento, ni chillaba. Solo se sentaba y esperaba. Hasta me dejaba sacarle fotos (y déjenme decirles que era muy fotogénico).
Sé que el tema de alimentar a los animales salvajes en las ciudades es algo controversial por motivos varios, y lo entiendo, pero este es el tipo de cosas ante las cuales soy particularmente débil. No puedo no intentar interactuar con un animal cuando lo veo.
Y quizás City Park no sea el más bello, ni el más limpio de los parques de Kenia, pero hey, es gratis, y ahí está Horacio. No se hable más.
EL BUS QUE TE DICE LO QUE TE PUEDE PASAR CON SOLO NOMBRARLO: MATATU
Para vos, que te quejas del 125 a las 7:30 de la mañana, cuando vas contra la puerta y el chofer sigue gritando “al fondo que hay lugar”, ese lugar mágico que sólo ven el chofer y el guarda como si fuera la entrada a Narnia.
A vos te digo: tenés razón, es un bajón viajar así, la verdad.
Pero también te digo esto: siempre puede ser peor. Siempre podría ser un matatu.
Los matatu son los buses chiquitos, habitualmente usados por la mayoría de la población de clase media y baja en Kenia, que te permiten llegar a todos los rincones de la ciudad con apenas un poco de dinero y un porcentaje de riesgo de perder la vida asfixiado o estrujado. Una ganga.
Ahora, hablando en serio… bueno, en realidad ya estaba hablando en serio.
Bien, entonces, siendo menos irónicos… bueno, en realidad tampoco fue una ironía.
Siendo menos exagerados (ahora sí) los matatu de Kenia son fácilmente reconocibles, primero por el grito del “guarda” que anuncia la llegada antes que lo veas, o la bocina del chofer que no se detiene prácticamente nunca, pero también por los variados dibujos que hay en su exterior.
En un momento me encontré a mi misma casi coleccionando fotos de los matatu como si de figuritas se tratase (haber nacido en los 90´s tiene su precio): vimos con diseños de “El Laboratorio de Dexter”, “Zootopia”, el pato Lucas, Bugs Bunny, Pokemon (y no pude sacarle foto) y hasta algún animé más por ahí. Por supuesto que muchísimos tenían diseños de cantantes (Beyoncé aparecía en varios) y muchos otros con diseños más “malotes” de panteras enojadas o pitbulls mostrando los dientes. Incluso uno de Suarez, el jugador uruguayo.
Lamentablemente, es más fácil reconocer el personaje que tienen pintado afuera que la zona a la que se dirigen y a veces puede ser complicado tratar de llegar de A a B en matatu.
La mejor forma siempre es preguntando a la gente de alrededor, o mejor aun, al mismo chofer o “guarda” cuando el bus se detiene en algún lado (que el tema de las paradas también es relativo, porque algunas están establecidas, pero muchísimas veces paran donde encuentran gente para meter adentro).
En resumen, viajar en los matatu de Kenia es toda una experiencia donde difícilmente vas a ver extranjeros. Aunque escribiendo esto en retrospectiva podemos asegurar que las experiencias extremas en mini buses no las vivimos en Kenia, ésta se lleva un lugarcito en nuestro recuerdo por haber sido la primer ciudad de África en donde vimos este sistema de “siempre entra uno más” llevado al extremo en un bus (porque para trenes así, ya tenemos el de Etiopía).
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