Aunque compartan nombres y las alusiones a su ciudad hermana no se hagan desear, el Montevideo de Minnesota sigue siendo parte de una cultura diferente, de un país diferente.
Por eso, si bien en el post anterior te contamos qué alusiones a Uruguay podés encontrar acá, hoy te venimos a contar sobre más lugares de esta ciudad, enfocándonos en las diferencias que nos hacían darnos cuenta que éste no es el Montevideo que conocemos.
Es cierto, al principio nos esforzábamos por encontrar las similitudes, aquello que nos hiciera fantasear un rato con estar recorriendo calles que ya conocíamos, viendo cosas celestes sabiendo que no era coincidencia que ese fuese el color elegido.
Y aunque en alguna oportunidad Wa tuvo la extraña sensación de haber vivido parte de su infancia allí la verdad es que nos encontramos con más diferencias que semejanzas, cosa lógica si tomamos en cuenta que Montevideo (Minnesota) no es donde se congrega una comunidad de uruguayos ni nada por el estilo, sino simplemente una ciudad que por una serie de circunstancias atrás en el tiempo, heredó el mismo nombre que nuestra capital.
Esperar que este Montevideo sea igual al nuestro porque lleva el mismo nombre sería como esperar que Wa, debido a su nombre, hable inglés nativo y recite la constitución de los EE.UU. de memoria. No.
Y sí, ya sé que el ejemplo es malísimo, pero es para que nos entendamos.
Las tiendas de la calle principal… o las tiendas principales
Ahora, dejando de lado el tema televisivo (al cual retomaremos repetitivamente) queremos contarles sobre las tiendas de Montevideo, sobre todo aquellas que se encontraban sobre la calle principal.
Como sabrán, nosotros nos quedamos en un apartamento ubicado precisamente sobre ésta, lo cual nos permitió conocer más en profundidad la zona “mas movida” de la ciudad (y sí, lo pongo entre comillas porque ya hablamos de esto ¿no?).
La calle principal estaba dedicada casi enteramente a las tiendas (de hecho, nuestro apartamento era uno de los poquitísimos habitados permanentemente), y una de las cosas que más nos llamó la atención al respecto era lo difícil que se hacía reconocer si estaban abiertas o cerradas.
La cultura del país es muy distinta a la de los países latinos en los que habíamos estado, y tampoco es un destino turístico como tal, por lo que olvídate de la idea de dejar las puertas del local abierto, de tener personas sentados afuera o invitándote a entrar, de anunciar con luces o carteles de neón que la tienda está abierta, o de tener música lo suficientemente fuerte como para que haga notoria la presencia humana dentro.
A eso sumale carteles, cortinas o vidrios ahumados, que dificulten vislumbrar si hay vida terrestre dentro de la tienda, junto con escaparates en modo “maqueta”; aunque pudieras llegar a ver el interior, los maniquíes o los productos aglutinados sobre esa tarima con el fondo de terciopelo hacían la tarea más complicada.
Es verdad que a veces tenían carteles con la palabra “open” pero de todas formas era algo que, si uno viene acostumbrado a otro tipo de efusividad, podía pasar desapercibido.
En cuanto a las luces, durante el día a veces era difícil distinguir si estaban encendidas, y otras veces, eran las mismas que dejaban prendidas durante la noche cuando la tienda estaba cerrada, así que no siempre eran buena guía para saber si el local estaba abierto en ese momento.
En fin, que era muy difícil para nosotros distinguir si una tienda estaba abierta o no, y muchas veces la única forma que teníamos era empujar la puerta para corroborarlo (además de chequear el cartelito con los horarios que estaba presente en casi todas las puertas). Asumimos que la gente allí debe tener el ojo acostumbrado a percibir los pequeños detalles al respecto, pero al menos nosotros no estábamos, evidentemente, muy habituados a ellos.
Pero, como te digo esto también te digo algo: las vidrieras solían estar exquisitamente arregladas, y siempre con esos tonos Bordeaux-marrón que transportaban a otras épocas.
Recuerdo un momento en el que, convencida de que cierta tienda en cuestión que vendía joyas caras y cosas de decoración estaba cerrada (ilusa yo), me la pasé un rato tratando de enfocar un adorno de vidrio que me pareció precioso, y después de varias fotos y caras de concentración (esa cara cuando sacás un poquito la lengua y apretás los ojos para enfocar mejor) me di cuenta que desde adentro de la tienda un señor de bigote me miraba fijamente, intrigado, ya sea por mis caras o por la insistencia descarada en sacarle fotos a los productos en vez de comprarlos. Recordando mi rostro reflejado en el vidrio, me inclino a creer que era la primera opción.
Dentro de las tiendas de la calle principal, voy a citar algunas que para nosotros fueron de alguna manera icónicas:
*Java River: el clásico café del pueblo. Se me hace imposible no mencionarlo porque el balcón del apartamento en el que estábamos daba directamente sobre la plaza que está al lado del café, en la cual había varias mesas y bancos para los clientes del local. Ésta plaza era uno de los lugares más vivos del lugar, ya que al mediodía se juntaban pequeños grupos de gente a almorzar, y los domingos algunos vendedores locales ofrecían verduras y frutas.
*Jake´s Pizza: es curioso, porque aunque era uno de los lugares que, por su fachada, más nos metía en ese ambiente de pueblo de serie ochentosa, y a pesar de ser el local que más veíamos desde los lugares donde solíamos pasar tiempo (por ejemplo, sentados en la plaza al lado del Java River), nunca nos dignamos a entrar. También es cierto que con motivo del covid solamente trabajaban con entregas a domicilio, y que la vez que quisimos pedir una pizza para probarlas los costos nos espantaron un poco y nos decantamos por otras opciones. Pero la fachada de este local es sin duda, de las más icónicas que nos llevamos del pueblo.
*Talking Waters: y si Java River era el café del pueblo, el Talking Waters era el hermano malote, porque al primero ibas cuando querías juntarte con el grupo de literatura, o con tus compañeros de trabajo para almorzar, o para tomar un café en solitario mientras lees un libro, pero al Talking Waters ibas a tomar cerveza y reírte a carcajadas un sábado de noche.
Nos divertía ver gente que habíamos cruzado en una de nuestras tantas caminatas por el pueblo, o gente que conocimos alguna vez por ser conocido de un conocido, sentados allí, sobre la vereda, en los banquitos altos, tomando cerveza.
Y no quiero hacer conclusiones precipitadas, pero no se dejen llevar por el nombre… allá lo que hablaba aparentemente no era el agua.
*Hollywood´s: que el nombre no te engañe. Lo que nosotros pensamos que era un cine resultó ser una especie de salón de eventos donde a veces se celebraban cosas como exposición de graffitis o donde algún cantante de talla pequeña iba a hacer algún número.
Tampoco pudimos conocer mucho más porque, nuevamente, por motivo del virus sus puertas solían estar cerradas. Pero era en aquel lugar donde estaba el icónico cartel luminoso que daba la bienvenida al pueblo con su alegre “Montevideo welcomes you” en fondo azul.
*Finn´s Inn y Groats: acá englobé dos lugares en uno, primero porque son del mismo palo y segundo porque estaban uno al lado del otro (curioso, pero cierto). Si el Talking Waters era el hermano malote de Java River, estos eran los más rebeldes, los “badass”.
Ok, ya me dejo de personificar tiendas y voy al grano. “Finn´s Inn” y “Groats” eran los típicos bares que en Uruguay conoceríamos como “pub” (porque para nosotros bar es algo más parecido a un boliche, y orientado a otro tipo de gente). Nuevamente, nunca entramos pero nos consta que sí estaban abiertos, porque en más de una oportunidad vimos un camión estacionado en la entrada y algún veterano embutido en campera de cuero y apoyado al costado de la puerta, que bajo su bigote nos daba un “hey!” cuando pasábamos por al lado, mientras tomaba de una lata y hablaba con otro semejante.
*Valentino´s: esta tienda siempre me llamaba la atención. Por fuera la decoración era de un estilo muy clásico (clásico hace decenas de años atrás) pero los precios que aparecían en el cartel nos repelían automáticamente. A lo mejor la comida era exquisita, pero muy fuera de nuestro alcance, por lo que preferimos deleitarnos con las vistas de su fachada.
*Retro Review: Uno de los lugares que más visitamos. En esta tienda había toneladas de ropa usada (de la cual mucha era de reconocidas marcas) que podías adquirir a muy buen precio. Y quien dice muy buen precio dice desde 1 dólar. Las empleadas del local eran amorosas, y si algo nos gustaba de esta “frialdad” en el trato que muchas veces sentíamos en las tiendas, en comparación con países latinoamericanos, era que al momento de entrar nadie estaba encima de uno preguntando qué buscabas o siguiéndote con la mirada (sabemos que en otros países es una obligación que los vendedores deben desempeñar, y aunque no los culpamos, no podemos dejar de sentirnos atosigados cuando sucede).
En resumen: buenos precios, buena calidad, variedad por toneladas, limpieza, amabilidad en el trato y libertad para mirar, no se puede pedir más.
*Goodwill Thrift Store: y en la misma línea que la tienda anterior, la thrift store de Montevideo era otro lugar al que íbamos con regularidad, sobre todo cuando supimos que era 99% probable que después de EE.UU. volveríamos a Uruguay.
No se encuentra sobre la parte más comercial, y a diferencia de Retro Review, esta tienda de segunda mano no solo tenía ropa, sino artículos de todo tipo. Te podías encontrar con tesoros como la trilogía de “Back to the Future” en dvd por 3 dólares, pasando por un termómetro del año del jopo, un disfraz de R2-D2, un adorno de un choclo erecto por medio dólar, hasta un par de botas para la nieve por 6 dólares. Una locura… y un peligro para los compradores compulsivos y los amantes de los artículos estrafalarios.
*Imprenta: una casita que vista de afuera no denotaba demasiado lo que te ibas a encontrar en su interior nos intrigó, sobre todo después que nos dijeron “ah si, ahí está Bill. Pueden entrar, incluso si el no está en ese momento. Siempre deja la puerta abierta para que la gente entre y curiosee” que fue precisamente lo que nosotros hicimos.
La imprenta parecía más sacada de un museo (o un museo en sí misma), y aunque nunca encontramos al susodicho Bill, nos dimos el gusto de sacar algunas fotos y curiosear alrededor.
De alguna manera, se sentía como una de esas joyas ocultas de la ciudad.
*Monte News: en frente a la imprenta, un poquito en diagonal, está el edificio del diario local.
No vamos a explayarnos demasiado en eso en este post, pero podemos decirles que conocimos las instalaciones del diario por dentro cuando el redactor se interesó por nuestro viaje y nos citó para una entrevista, la cual salió en primera plana la semana siguiente.
“Monte News” es un diario local, donde se puede encontrar la información de interés del momento, así como anuncios de los próximos “garaje sales” (ventas de garaje), o anuncios que te recuerdan que estás en una ciudad más pueblo que ciudad y te llenan de amor… anuncios de índole “venga a festejar el aniversario de Beth y Josh por sus 70 años de casados” (justo antes de que las medidas del covid se estrecharan más).
*Casey´s: esta era la gasolinera de turno de Montevideo, y el típico 24 hs que, según nos dijeron, está en todas las ciudades (y me atrevería a arriesgar, en todos los pueblos) de EE.UU., variando únicamente la cadena.
Gasolinera autoservicio, como lo son ya probablemente todas en el país, y tiendita iluminada donde venden desde un litro de leche hasta una porción de pizza hecha en el momento.
Muy apañada para tener una cerca de casa, aunque la extensión horaria implique un ligero aumento de precios.
*Southtown Plaza (Cine): aunque no creo que catalogue como “tienda de la principal” quiero mencionar al cine de Montevideo, porque para nosotros fue parte de ese mundo de la gran pantalla ver el típico letrero blanco con letras negras que anunciaba las 2 o 3 películas en cartel (y no pidas más, esto no es una metrópolis). Lo curioso es que, con motivo del virus (sí, voy a repetir mucho esta frase como nos la repitieron mucho a nosotros) las películas que pasaban eran todas “viejas” porque ya casi no iba gente. Así fue como vimos toda la saga de Harry Potter en cartelera, racionalizadas en varias semanas, así como “Encantada” y “Los Cazafantasmas”.
Todavía queda mencionar una serie de locales importantes en la ciudad, pero encajarían mejor bajo el próximo subtitulo, así que allá vamos.
La comunidad latina de Montevideo
Medio enganchado con la sección anterior, quiero mencionar los supermercados latinos que se encontraban en la calle principal de Montevideo, pero me parece más adecuado separarlos en una sección aparte porque aquellos no eran simplemente tiendas, sino que iban más allá de eso; eran bases de control (o reunión) de la comunidad latina y todo lo que ello implica.
Sobre la calle principal habían dos, “La Plazita” y “El Paraíso Latino”.
Mientras que el primero era una especie de mini-mercado más convencional, en el segundo podía sentirse la vibra multifacética.
Ambos vendían tanto comidas preparadas como productos de México, Honduras, Ecuador, etc, y fue donde volvimos a reencontrarnos con viejos amigos como el plátano, los dulces de tamarindo, y hasta el dulce de leche de Nestlé (el que no es caramelo, sino dulce de leche de verdad).
Pero era también “El Paraíso Latino” el lugar donde tenías que ir a hablar si eras latino y estabas interesado en vivir en EE.UU., si buscabas una comunidad, o información sobre las casas más económicas para alquilar, así como los trabajos donde tomaban empleados sin mirar demasiado en profundidad sus papeles, digámoslo así.
En resumidas cuentas, la comunidad latina se hacía notar en Montevideo, y era fácil distinguir los puntos clave de reunión.
Fue después de una visita a la tienda cuando conocimos personas de México y Honduras y de repente en menos de 1 día, nos encontramos comiendo un asado en un rancho donde nadie hablaba inglés puro.
Si algo nos dejó con un sabor amargo de boca, fue cuando Marc, la persona que nos estaba hospedando, nos dijo con tristeza que nunca pudo integrarse a un grupo de latinos, que siempre había tenido interés, para conocer más sobre las diversas culturas, pero sentía que era muy difícil para un estadounidense poder adentrarse en ella.
Obviamente no tenemos la respuesta a ello, pero podemos conjeturar ideas; quizás las sociedades son tan distintas que ninguna se siente suficientemente cómoda en presencia la una de la otra, o quizás, todavía no se alcanzó el punto de igualdad que impida generar sentimientos de inferioridad o viceversa.
No lo sabemos, pero sí notamos mucho esa división entre latinos y nativos estadounidenses en pequeños actos como personas entendiendo perfectamente el idioma del otro pero obstinándose en hablar el suyo propio, o simplemente recibiendo o dando diferente trato. Y estas situaciones las notamos hacia los dos lados, es decir, de latinos hacia estadounidenses, y viceversa.
Así con todo, favor de tomar con pinzas estas conjeturas, porque afortunadamente no vivimos situaciones “desagradables” en primera persona; no podemos decir que nos hayamos sentido destratados por ser latinos o por parecer estadounidenses. De hecho, algunas personas que notaron nuestro acento se interesaron por nosotros, o nos demostraron simpatía con pequeños actos, y la comunidad latina nos recibió de brazos abiertos aun antes de saber de dónde éramos (aunque sí… quizás hablar perfecto español nos dejaba un poco en evidencia).
El maravilloso misterio de los Garage Sale
Y para terminar de hablar de tiendas, no podemos dejar de mencionar a los conocidos mundialmente Garage Sales (o “venta de garaje”).
Estando en EE.UU., y con esa turisteada que le viene a uno de querer hacer o ver lo que alguna vez conocimos de las películas, el deseo por ir a un garage sale era algo latente, al menos en mí, porque a Wa le daba curiosidad pero tampoco le quitaba el sueño.
Bueno, eso cambió ligeramente cuando finalmente encontramos y visitamos una de estas ventas incomprensibles.
¿Por qué incomprensibles? Ya llegaremos a eso, primero dejame contarte cómo encontrarlas, porque eso es algo que se logra medio al tun tun.
A veces en el diario local podés encontrar anuncios de ventas de garage, donde te especifican la fecha, horario y dirección. Nosotros creíamos que iba a ser tan sencillo como eso, conseguir un diario de esa semana, y ojear los anuncios.
Pero enseguida nos dimos cuenta que, si bien de vez en cuando se veían anuncios de esto, lo más efectivo era simplemente salir a recorrer y estar atento a los carteles fluorescentes.
Sí, así como los garage sale son ventas muy caseras, su difusión también lo es, y la mejor forma de encontrarlas es saliendo a su caza.
Fue así como todas las veces que asistimos a ventas de garaje fue porque vimos un cartel pegado en el poste de alguna esquina que lo anunciaba.
Como ya habíamos visitado las tiendas de segunda mano, no creíamos encontrar nada a mejor precio que en aquellos lugares, pero como teníamos mucho tiempo por delante en Montevideo, y esta actividad era un clásico del país, allá fuimos a la primera que encontramos.
Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que los precios rozaban la ridiculez, incluso más que en las tiendas de segunda mano; camperas de marcas que en estas tiendas encontrabas a 3 dolares, acá estaban a 2, zapatos por 4 dolares, artículos para el hogar a 1.
No entendíamos bien cuál era la gracia de montar un montón de mesas, pasarse toda la tarde ahí, ordenando, pegando precios, y atendiendo gente, para ganarle chirolas.
Pero tampoco nos quejábamos, por supuesto, si al final no vamos a ser como la gata Flora, no entender cuando tiran algo gratis a la calle y tampoco entender que lo vendan muy barato, no no, no nos quejamos. Es solo que estábamos tan sorprendidos que el entendimiento se dificultaba.
Además, estas ventas de garaje tenían un algo especial, algo que las tiendas de segunda mano no tenían, y era precisamente eso, que no eran una tienda. Te metías directamente en el garaje de una persona (cosa que si vienen leyendo, ya saben que tampoco era muy difícil porque siempre están abiertos) y hablabas con los mismo dueños de los productos. Tenía un poco el morbo ese de sentir que estabas escudriñando entre los objetos personales de alguien más, pero a su vez lo hacías frente a sus ojos, con su total consentimiento.
No sé, llamale fetiche si querés, pero de alguna manera las ventas de garaje tenían una magia que no encontramos en otros tipo de transacciones.
Milwaukee Road Heritage Center
Caminando por la principal, no son más de 4 cuadras cuando poco a poco las tiendas comienzan a mermar hasta que de repente puf, se terminó la “calle comercial” de Montevideo. Es entonces cuando nos encontramos con las vías del tren y aquel cartel donde nos sacamos una de nuestras primeras fotos en la ciudad.
Mirando al costado nos encontramos además con lo que a simple vista parece la caseta de la estación del tren, pero las averiguaciones que nos generó verla tan inactiva fueron las que nos llevaron a la información que hoy sabemos, y es que esa caseta no es una construcción más destinada a albergar las oficinas ferroviarias (al menos, no únicamente)… no señor, esa caseta, ese punto completo es mucho más importante no solo para la ciudad sino para el país, y lo que una vez llevó el nombre de “Minn-Kota Railroad Historical Society”, hoy lleva el nombre de “Milwaukee Road Heritage Center”, una fundación sin fines de lucro que fue fundada en 1992 por aficionados al mundo ferroviario y a la historia, con el fin de proteger la memoria colectiva del ferrocarril que permitió el desarrollo de Montevideo en el siglo XIX y principios del siglo XX.
La caseta como tal funciona como museo, donde se exhiben donaciones acordes al museo. Museo que tenía sus puertas cerradas por motivos del virus.
El fin de esta organización consiste en conservar la historia de lo que se conoce como el “Milwaukee Road”, es decir, el camino que recorría el ferrocarril pasando por grandes ciudades como Chicago, Milwaukee, St.Paul, y Pacific, alimentando a su vez en el camino a ciudades más pequeñas como es el caso de Montevideo.
En los alrededores de la estación de tren, además de verse carteles con el nombre “Milwaukee Heritage Center” se puede ver también un vagón pintado con dibujos de elementos característicos de la zona.
El punto más fotogénico de la ciudad: un banco abandonado
Imposible pasar por Montevideo y evitar desviar la mirada hacia esa construcción de ladrillos, que aunque no desentone tanto con el aire de otra época que el pueblo tiene ya de por sí (al menos ante nuestros ojos) hay algo que lo hace resaltar.
Puede ser o bien el cartel que anuncia a secas que eso alguna vez fue un banco (con únicamente la palabra “bank” en letra imprenta) al mejor estilo película del viejo Oeste, o quizás sea porque si bien por fuera se mantiene con toda la elegancia de un gran señor no es necesario asomarse a las ventanas para percibir que está abandonado.
Es como uno de estos señores de otras épocas, que aunque estuvieran destrozados por dentro no querían transparentar nada y mantener su estampa sublime.
Si, ya sé, otra vez personificando edificios.
A lo mejor el hecho de estar abandonado le da un toque más romántico, o es simplemente su fachada la que hipnotiza, pero lo cierto es que es uno de esos puntos imposibles de ignorar.
La Biblioteca generosa
Fue de los primeros lugares que quisimos visitar cuando llegamos, pero lastimosamente no era fácil hacerlo porque (ya saben lo que voy a escribir) por motivo del virus las puertas permanecen cerradas. Aun así, el personal se encuentra en su interior, y llamando por teléfono se puede coordinar una cita para ser atendido.
De todas maneras, lo más interesante de esta biblioteca para nosotros resultó ser algo de su exterior, y es que afuera, bajo su sólida construcción de ladrillos techada y sobre una mesa larga, justo al lado de los fierros para estacionar la bici, se exhibían todos los días una colección de libros y revistas de todo tipo y género literario.
Algunos días había mucha novela negra, otro día abundaban las románticas y de autoayuda, mientras que otros días las revistas científicas llenaban la mesa de imágenes de ADN y átomos.
Al principio creíamos que esos libros eran para prestar, ya que en la biblioteca había un buzón para retornar libros en cualquier momento del día (o de la noche) pero luego nos hicieron saber que esos libros eran libres de hacer con ellos lo que se quisiera.
A lo mejor es algo común en todo el país, o en varios lugares del mundo, pero ciertamente para nosotros fue una agradable sorpresa, no solo por el hecho de tener la chance de ver, leer y hasta atesorar revistas que leían los estadounidense en los 80 (que sí, eran de mis favoritas, y completaban esa imagen de pueblo de serie ochentera) sino además por el efecto que este pequeño acto puede significar en una sociedad, y ese deseo de mantener vivo el hábito de la lectura.
Luego aprenderíamos que no era necesario tener una biblioteca en el pueblo para que la gente del lugar ofreciera libros gratis. Pero esa información pertenece a otro post, y debe ser contada en otro momento.
Los parques de Montevideo… ¿tenemos el Prado y el Miguelete?
Ya de por sí, Montevideo es mucho más verde de lo que imaginábamos; quizás no en su calle principal, pero no había más que alejarse un poquito de ella para empezar a ver los clásicos bloques verdes, con pasto prolijamente cortado en los patios de rejas inexistentes.
A lo mejor la mayoría de las personas tenían su propio “parque privado”, ya que casi todas las casas gozaban de espacio entre ellas pudiendo disfrutar de estas alfombras verdes naturales en menor o mayor medida, pero aun así, la ciudad tenía parques por varias zonas.
El más cercano a la calle principal, nos recordó al Prado de Montevideo Uruguay, no precisamente por su extensión, sino porque a un ladito tenía un lago que no se veía tan limpio como los demás lagos que visitamos; sí, nos recordó lastimosamente al arroyo Miguelete. Fue también el único lugar de la ciudad donde descubrimos basura tirada a sus orillas, lo cual, aunque suene malo, tomando en cuenta que fue el único lugar donde vimos basura “fuera de su lugar”, el recuento no resulta negativo.
El parque probablemente más conocido por ser el que cuenta con un centro de eventos, mesitas con bancos, y hasta parrilleros (al estilo estadounidense es decir, pequeñitos) es el J.Harley Smith park (o simplemente Smith Park para los amigos), donde suelen realizarse eventos del pueblo como el punto de encuentro en festejos relacionados a Halloween, entre otras cosas.
No voy a ponerme a mencionar todos los parques de la ciudad porque como les decía, son bastantes y además de dejarme alguno en el tintero es muy probable que los aburra, pero los dejo con la idea que era muy común salir a dar una vuelta y encontrarte con un parquecito perdido en cualquier lugar, por diminuto que sea.
Lutero al poder
Otra cosa que pudimos ver estando en Montevideo fue algo que no te voy a mentir, nos sorprendió un poco. A lo mejor no es novedad para muchos, pero a nosotros nos llamó la atención no sólo encontrar muchas iglesias en la zona, sino además saber de la existencia de la gran cantidad de personas que ejercían la profesión de pastor (hombres y mujeres) e incluso conocer a algunos de ellos.
Muchas personas van a misa de forma que podríamos considerar habitual, y no me estoy refiriendo únicamente a personas de varias generaciones atrás.
Sí, ya sé que están pensando… ¿cómo va a sorprendernos eso si venimos de recorrer Sudamérica, Centroamérica y México? Bueno, precisamente por eso.
Uno venía con la idea de que la religión está muy presente en la vida de los latinos, y podría imaginarse lo mismo en las comunidades latinas de EE.UU. pero no sabíamos que la religión estaba además tan presente en la sociedad estadounidense.
También es cierto que Minnesota es un estado donde la mayoría de sus habitantes vienen de un ámbito de campo, donde no sólo se conservan más las tradiciones sino también las religiones, y por otro lado, en un país con tantos habitantes (y tan multicultural), es natural que hayan muchas personas de todo tipo de creencias religiosas y que mantengan sus costumbres.
Pero no sé, de alguna manera esto era algo que no creíamos que estaría tan presente.
En cuanto al tema de las iglesias en sí, es cierto que en Montevideo no vimos templos de religiones islámicas, por ejemplo, como sabemos existen muchas en otras partes del país, o incluso asiáticas (que no quiere decir que no existan, pero nosotros no las vimos en esta ciudad) pero sí vimos muchísimas iglesias luteranas, algunas evangélicas, otras católicas, y otras pocas anglicanas.
La mayoría tenían aspecto de casa “normal” con algún rasgo distintivo como un techo alto en punta con la cruz encima. Otras tenían los nombres completamente en español. Otras ni siquiera sabíamos que eran iglesias (o templos, en caso que esté usando mal la palabra) hasta que alguien nos pasaba el dato.
Así con todo, también es cierto que, si bien conocimos a muchas personas de la zona, con los nativos estadounidenses no se sentía el “fanatismo” que sentimos en algunos países latinos. Si alguna vez se tocaba el tema de la religión, siempre se tenía buen cuidado de no usar frases como “supongo que ustedes son creyentes ¿verdad?” como sí nos pasó en algunos países de Latinoamérica, y si se hablaba de religión siempre se sentía muchísima libertad al respecto.
Un Montevideo sin pasión por el fútbol
Ya lo sé… nunca creyeron que la palabra “Montevideo” podía estar en la misma frase junto con “sin pasión por el fútbol”… pero en la dimensión paralela del Montevideo esdrújulo todo es posible.
Dejando de lado las bromas, a sociedades nuevas costumbres nuevas, y así como en Uruguay incluso a la gente que no es futbolera le viene diarrea viendo un partido de la selección en el Mundial (no sé de donde habré sacado yo esa información) los habitantes de Monte tienen un deporte muy particular, y no, no estoy hablando de béisbol… estoy hablando de Disc Golf.
El deporte, que se juega con un freesbe y una especie de canasto con cadenas, consiste, muy a grandes rasgos, en lanzar el plato desde una distancia cada vez mayor, con la finalidad de embocarlo en el canasto.
Nuestro anfitrión Marc era un gran seguidor y practicante del deporte, pero no nos percatamos de la importancia del mismo en el pueblo hasta que vimos canastos destinados al Disc Golf en algunos parques, y comprobamos que tener “kit” de canastos y discos en casa era algo bastante popular entre los habitantes de la ciudad.
Además, acá vamos a inflarnos como un ruiseñor porque podemos decir que tuvimos el honor de conocer en persona a un campeón mundial de Disc Golf de las ligas juveniles; nada menos que el hijo de Marc (quien también jugaba disc golf de manera muy profesional) había obtenido el premio pocos años atrás.
¿Nosotros? Apenas lo intentamos una vez, en el sótano de una casa, y los resultados no son plausibles de mención (ni mucho menos).
Thunder… Thunder… Thunderhawks!
Nuevamente, con motivos del virus no tuvimos la oportunidad de asistir a un partido y poder confirmar si la hinchada hace el canto de los Thundercats pero utilizando la palabra “Thunderhawks” como yo quiero creer (nadie me lo dijo, pero yo lo fantaseo) pero lo que sí pudimos visitar desde afuera fue el colegio, el cual cumple la función de “sede” del equipo de basquetball de Montevideo, los Thunderhawks (traducido literalmente como “halcones del trueno”).
Pero podemos asegurar que la carita del halcón violeta está por todos lados, desde carteles clavados en el frente de las casas, pasando por banderas, y terminando con muchísima ropa en las tiendas de segunda mano, con el logo del equipo (y cuando digo muchísima ropa me refiero a ropa de todo tipo, desde musculosas de secado rápido hasta camperas Nike y Adidas).
Wa quería una remera original del equipo, e intentó realizar un truque de su remera de Uruguay por la camiseta del cuadro local de basquetball, en un acto sublime… pero sublime en el fútbol, por lo que no era algo tan entendido por aquellos lados donde el “soccer” no es algo tan popular, y fue por esto que el trueque se vio truncado.
De todas maneras, la hija de Marc, fiel seguidora de los halcones del trueno, nos regaló algo muy apropiado para estos tiempos que corren, y que saciaría nuestras ganas de llevarnos algo “oficial” (del colegio) de este cuadro: un tapabocas estampado con el logo de los Thunderhawks.
Camp Release Monument
Habiamos leído sobre un monumento “estilo obelisco” en Montevideo, así que un buen día nevado partimos a su encuentro.
Este monumento no es solo muy significativo en la historia del estado de Minnesota sino además un símbolo de libertad, un llamado a no olvidar.
Para poner en contexto sin extenderme mucho, años atrás se libró una guerra interna contra los que se conocían como los indios Sioux (del Este), comenzando ésta precisamente a orillas del Río Minnesota en 1862, pocos años después de que Minnesota se declarara como estado.
Esta fue conocida como la Guerra de Dakota (entre otros nombres) y como suele suceder en este tipo de enfrentamientos, hubieron varios secuestrados.
Este monumento recuerda a aquellas personas que fueron cautivas de los indios Sioux del Este, y liberadas posteriormente en el punto donde se construyó el obelisco que hoy podemos ver, conocido como “Camp Release” (“Campo de Liberacion” en español) que en aquel entonces era donde estaba situado el campamento militar del coronel Henry Sibley. Según cuenta la placa que allí se irgue, fueron 269 personas las liberadas en aquel lugar.
Y de momento vamos a dejar el relato de hoy, no sin antes recordar que este es recién el segundo de nuestros post sobre Montevideo (Minnesota) y que todavía queda mucho, mucho más por contar sobre el lugar que fue nuestra casa por casi 3 meses de viaje.