Quizás sea por venir de un país donde los trenes están casi extintos, o quizás por el romanticismo de vivir esta experiencia en un lugar como África, pero si algo teníamos claro era que queríamos tomar el tren que va de Nairobi a Mombasa, la costa de Kenia.
Lo que nunca imaginamos, mucho menos de un continente tan “despreocupado” en algunos aspectos, fue que este viajecito sería casi como ingresar de visitante en una estación de la NASA. Y todo empezó con la compra de los boletos.
EL TREN NAIROBI – MOMBASA: ¿Y ESTA BUROCRACIA DE DONDE SALIÓ?
Empezando por los boletos
“Para comprar el boleto de tren tenés que tener M-Pesa”.
Ese fue el primer obstáculo con el que nos encontramos cuando intentamos comprar el boleto de tren en la página web, donde para poder finalizar la compra, uno de los campos obligatorios a rellenar es el de tu numero de M-Pesa.
Buscando en la web, encontramos que otra posible opción era a través de un sistema llamado “Paybill” que también pertenece a M-Pesa, por lo que seguíamos dando vueltas alrededor de lo mismo.
Según el sitio web oficial, los pagos a través de tarjeta de débito y crédito llegarán pronto en la compra online, pero al menos al año 2023 todavía no había sucedido.
Lo que si hemos leído (pero no corroborado en persona) es que si te dirigís al mostrador de la terminal de Nairobi es posible pagar con tarjeta de débito o crédito.
En teoría decidieron sacar la opción de pagar en efectivo porque, según las personas que toman estas decisiones, esto no afectaría a los pasajeros que de todas formas realizan la mayoría de las compras de boletos de forma online.
Tomando en cuenta únicamente a los locales esta decisión probablemente no afecte dado que se utiliza M-Pesa para todo (la mayoría de Keniatas tienen cuenta en este sistema). Pero desde la perspectiva de un viajero, sí se dificulta un poco el proceso. Podemos entender que la decisión se tome basándose en quienes más utilizan el servicio (los locales) pero quienes venimos de fuera podemos extrañar tener al menos un método de pago online que escape a M-Pesa.
Optamos por darle el dinero a nuestro amigo anfitrión y el utilizó su cuenta de M-Pesa para comprar los ticket online. Estos eran bastante económicos tomando en cuenta la distancia recorrida: la tarifa económica nos costó KSH 1000 cada uno, U$S 6 dólares por persona.
Nosotros tomamos el Express que es el que va más directo. Lo curioso es que según el sitio web, la otra opción que había para elegir (Inter-Country) costaba lo mismo, por lo que al final nos quedamos con la duda sobre cuales serían las diferencias entre uno y otro.
Llegar a la terminal de Nairobi también tiene trampa
Para llegar a la Terminal de tren de Nairobi la distancia era considerable, y tomando en cuenta que estamos en una capital, había que elegir entre bus o taxi.
Como íbamos con las mochilas grandes y llegar a un lugar donde tomar el bus implicaba caminar un rato, para luego ver si entrábamos con las mochilas y sabiendo que tendríamos que negociar el precio, optamos por tomar un Bolt, que es uno de estos autos privados que se utilizan mediante una aplicación en el celular (como Uber por ejemplo).
En el camino hablamos un poco con el chofer, a quien le contamos que estábamos yendo a tomar el tren. En un momento dado, el muchacho pregunta “¿express?” y nosotros creyendo que hacía referencia al tren, que era de lo que estábamos hablando, le respondimos que sí, ya que nuestros boletos eran para el tren Express.
Cuando pasamos por unas casetas de pago, lo que nosotros conocemos como peaje, el chofer nos pidió dinero para pagarlo. Nos pareció raro pero pensamos que quizás no tenía cambio y nos lo descontaría luego del importe final.
Error.
Resulta que cuando el chofer nos preguntó “¿express?” se estaba refiriendo a si quería que tomásemos la ruta express que es más rápida pero hay que pagar peaje, mientras que la otra ruta es más lenta pero gratuita.
De hecho, no nos dimos cuenta de esto hasta que hablándolo con alguien más adelante nos explicó lo que había sucedido.
Así que ya sabés: si el chofer del taxi te pregunta “¿express?” se está refiriendo a la ruta a tomar y no al tren (y si elegís la express, te va a salir más caro).
¿Ingresando al Madaraka o a una estación de la NASA?
Apenas llegar a la terminal lo primero que hay que hacer es separarse en dos filas, una de hombres y otra de mujeres.
La fila es para llegar a una zona que parece un galpón grande, en cuya entrada hay un policía hombre y una policía mujer (cada uno encabezando la fila correspondiente).
Estos policías son los toquetones.
El policía te cachea todos los rincones del cuerpo (a mi me hicieron sacar cuanto bolsito colgando tenía por fuera y por debajo de la ropa). En el caso de las mujeres, hacen énfasis en las bubis y los muslos, supongo por si llevás cosas escondidas en la ropa interior.
A nosotros estas cosas no nos molestan porque al final de cuentas es un procedimiento de seguridad, pero hay quienes no les hace mucha gracia el toqueteo… que querés que te diga, si hace tiempo que estás solito despreocupate y disfrutá el momento (tremendos consejos daba).
Después de eso ya podés pasar al galpón donde te esperan más policías acompañados de algo que me alegró la vista: perritos.
Ahora es cuando hay que dejar las mochilas y los celulares sobre una tarima larga de metal, y esperar a un lado, como a un metro de distancia, por lo que entre la fila de gente y la tarima queda un pasillito.
Una vez estuvieron todos los bolsos de los pasajeros allí dispuestos, pasa por este pasillo un policía con un perro ovejero. Éste último va olfateando los bolsos de las tarimas a velocidad luz, y unos pasos más atrás, otro policía con otro perro más chico. El cachorro estaba evidentemente aprendiendo del primero, lo cual se notaba no solo por el tamaño, sino por la actitud dispersa; se distraía con la gente y parecía estar jugando en vez de “trabajando”.
Tenía unas ganas tremendas de ir a darle palmaditas en el lomo para animarlo pero probablemente no hubiera sido apropiado.
Después de eso, cada persona agarra su bolso y lo apoya sobre una cinta transportadora que pasa a través de un escáner grande, igualito a los que hay en los aeropuertos.
A mi me hicieron sacar la computadora y una bolsa con monedas. Luego de pasar la mochila por segunda vez por el escáner me preguntaron si podrían haber más monedas dentro, pero no me hicieron revolver más (por suerte, porque si tenía que sacar monedas quien sabe por dónde podrían haber sueltas).
Recién ahí podemos dar por terminada la primer parte del procedimiento de seguridad requerido para entrar a la estación espacial de la NASA… digo, para ingresar a la terminal de trenes de Nairobi.
Uno más, vamos que se puede…
Como último paso para poder subirnos al tren quedaba ahora hacer fila delante de unas maquinitas (hoy más conocidas como “totem”). Allí ingresamos el número de teléfono de la persona que realizó la compra con M-Pesa así como un código que llega por sms a este mismo teléfono y que a nosotros nos enviaron previamente como captura de pantalla porque como saben, no utilizamos nuestro teléfono ya que no teníamos M-Pesa (este sistema va asociado al número de teléfono Keniata).
Luego de esto la máquina nos dio 2 hermosos tickets celestes, y con ellos nos precipitamos a través de una puerta que nos acercaría un poquito más al tren, puerta en la cual un chico del personal verificaba que los datos del ticket coincidieran con los del documento de identidad de los pasajeros (que en nuestro caso fue el pasaporte) para dejarte pasar.
Al pasar, apenas unos pasos más adelante hay otro chico que vuelve a verificar el pasaporte, pero éste se encarga de chequear el sello de entrada al país (así que quizás este control sea para los turistas que son demasiado evidentes).
Luego hay que pasar nuevamente por otro escáner “tipo aeropuerto” pero esta vez sin sacar los electrónicos, sino solamente tirar las mochilas encima de la cinta transportadora y esperar que salga al otro lado.
O sea, uno dice “solamente” pero después de tanto control medio que ya estábamos un poco podridos de tanto chequeo, te digo la verdad.
Después de eso llegamos a una sala de espera bien grande, donde una vez más nos chequearon el ticket del tren (no de nuevo, decía) y una vez conseguimos un asiento nos vinieron a ofrecer menú ya sea de comidas o de cafetería, los cuales declinamos amablemente.
Nuestro tren partía a las 15 hs y 14:30 hs comenzaron a abordar aquellos que tenían clase prioritaria, pero quienes teníamos la tarifa más económica comenzamos a subir 14:35.
Por 5 minutos no nos quita el sueño tampoco.
Para abordar, un empleado de la terminal de trenes rompió nuestros tickets. Casi me sentí mal por el hecho de romper algo que tanto trabajo había dado.
Los restos del ticket están aún bajo nuestro poder a modo de recuerdo físicos.
Los recuerdos intangibles te los cuento ahora mismo.
A bordo del Madaraka
Los asientos iban de a 3 y de a 2, enfrentados y con una mesita en medio (es decir, un asiento para 3, una mesita y al otro lado otro asiento para 2, mirando a la cara a los del asiento de adelante).
Nos tocó ir justo frente a una mamá musulmana con 2 niños chicos que fueron todo el viaje saltando, gritando y correteando por el tren. En algún momento una tapita de Coca Cola me golpeaba la cabeza, en otro un niño me miraba fijamente a 2 cms de la cara… cosas así.
Yo iba leyendo, y les respondía con una sonrisa, o devolviéndoles su tapita de Coca Cola. No podemos culpar a los niños porque, primero que nada, son niños y es normal que jueguen y que sean curiosos, pero era evidente que estaban molestando a varios pasajeros. Me daba mucha gracia el hecho de que por el altoparlante del tren sonaba a cada rato un aviso que decía “madres y padres, se ruega que cuiden a sus niños y que los mantengan bajo control”. Mientras escuchaba esto veía a la madre de estos dos niños estirada en el asiento durmiendo la mona, mientras ellos iban por ahí pidiéndole Coca Cola a las personas que veían con una botella en la mano, o trepándose en los asientos.
El papá de las criaturas iba despierto pero estaba entretenido con el paisaje.
Ahora bien, hablando de paisaje, el tren atraviesa varias zonas dignas de prestar atención a las ventanas, por ejemplo cuando pasa a través del parque nacional de Tsavo Occidental y donde la emoción de los niños fue equiparada a la de los adultos cuando a lo lejos pudimos ver elefantes.
Fue un detalle muy lindo por parte del personal el hecho de que cuando el tren está por atravesar el parque, la voz de los altoparlantes lo anuncia, proponiendo a los pasajeros que miren por las ventanas ante la posibilidad de ver animales.
Los horarios del tren son exactos.
Partió a las 15 hs en punto, y arribamos a Mombasa a las 20 hs, por lo que nuevamente, si bien podemos encontrarle pelos al huevo como la imposiblidad de pagar en efectivo y que los controles previos pueden ser demasiado engorrosos, hay que decir que en general el servicio del Madaraka es bastante bueno.
El tren está limpio, los asientos de la clase económica si bien no son reclinables tampoco son malos, hay mesita, es puntual y económico. No nos dimos cuenta si había aire acondicionado, aunque sospechamos que sí, porque no sentimos excesivo calor ni frío dentro del tren.
Te diría que el servicio es muy bueno considerando que estamos en África, y todo esto realmente es así ya que al ser una inversión del gobierno chino, el mismo es administrado por ellos.
LLEGAR A LA COSTA
Si algo nos hizo gracia ni bien pusimos una pata afuera del tren en Mombasa fue el comentario que una muchacha le hizo a alguien apenas salir del tren: “ufff, al fin un poco de aire fresco”.
Nos hizo gracia porque el aire fresco nosotros todavía lo estamos esperando.
Apenas salir del tren nos envolvió una ola de calor que en vez de salir de algo parecía que nos estábamos metiendo en otra cosa, algo como un sauna por ejemplo.
Mombasa tiene ese estilo de calor costeño que nos recordó mucho a Cartagena en Colombia, ese tipo de calor agobiante donde cuesta respirar.
Al salir de la Terminal Mombasa, enorme y bastante icónica, tuvimos que esquivar a muchísimos conductores de taxi que no dejaban de rodearnos para ver quien nos llevaba primero. Nos excusábamos diciendo que no sabíamos la dirección porque nos vendría a buscar alguien, pero nadie nos creía. Lo peor es que era la verdad.
Teníamos un transporte arreglado, porque por más que le insistimos a la persona que nos iba a hospedar para que nos diera su dirección y nosotros intentaríamos llegar por nuestra cuenta, no hubo manera de convencerlo y nos puso en contacto con este amigo suyo que tenía un taxi y que además vivía en su mismo edificio.
Lo bueno, es que el conductor sabía exactamente a dónde íbamos. Lo malo es que nos cobró un poquito más caro que otros servicios de taxi (como por ejemplo, Bolt).
Tuvimos que esperar alrededor de 30 minutos a que este chico del taxi apareciera y mientras tanto lo más difícil fue tolerar las burlas de otros taxistas a los que les habíamos explicado “una persona va a venir a buscarnos”. Pasados 10 minutos, estos conductores que habían venido a nosotros antes, se acercaban ahora y nos decían “¿y su amigo dónde está?” con una sonrisa burlona en la cara. Tal fue el “acoso” que tuvimos que llamar por teléfono al chofer, rodeados de otros 5 o 6 taxistas que esperaban como buitres bien pegaditos a nosotros, y así se quedaron, pululando a nuestro alrededor hasta que nuestro taxista apareció en el campo visual, haciéndonos señas.
El “taxi” en cuestión era un mini bus con otras 10 personas en su interior y una televisión que transmitía un concierto de música religiosa. También había wifi dentro del mini bus.
Llegamos a una estación de servicio, donde los únicos que quedábamos éramos nosotros y una señora más. Según nos indicaron, bajamos del mini bus y nos subimos a otro vehículo, esta vez un auto oscuro con puertas que se abrían solas sin necesidad de tocarlas, un golpe bajo para quienes crean que en África no hay siquiera electricidad.
Lo gracioso de todo es que no teníamos ni idea de a dónde íbamos, solo sabíamos que el chofer conocía a nuestro anfitrión y que nos llevaría a su casa. Suficiente.
Finalmente llegamos a destino y todo fue bien, sobre todo porque en el living que dormimos esa noche había ventilador.
MOMBASA Y SU PLAYA SOBREVALORADA
Muchas cosas buenas habíamos oído sobre la playa de Mombasa, así que fue eso lo primero que visitamos al día siguiente de haber llegado.
La impresión que nos llevamos, si bien no fue mala, no fue particularmente buena.
La marea estaba súper baja, dejando muchísimas algas a la vista y mientras Wa empezó a caminar buscando un lugar donde el agua le pasara los tobillos, yo me quedé ensimismada viendo como la marea subía a velocidad luz, cosa que nunca había visto de esa manera.
Me paraba en un punto a unos 5 o 6 metros del agua y al cabo de 2 o 3 minutos el agua ya estaba tocándome los pies. Me parecía mágico. En mi cabeza era como si tuviera algún tipo de superpoder de aceleración del tiempo, como si estuviera viendo el mundo a cámara rápida.
En cuanto a Wa… apenas logró, caminando mucho, que el agua le llegara a la cintura, pero se volvió enseguida porque tendría que alejarse demasiado para poder nadar un poco.
Mientras caminábamos por la playa despachamos a varios vendedores ambulantes con los interminables “no, thank you” y alguna que otra conversación sobre Uruguay en el mundo del fútbol.
Pero ninguna de estas personas estaban en la condición en la que estaba aquel camello, que de tan cansado dejaba caer la cabeza sobre el arena, mientras esperaba al próximo turista que se le subiera a la joroba para dar un paseo por la playa.
Para nuestra segunda noche en Mombasa, la electricidad de la casa donde nos estábamos quedando decidió irse a freír espárragos y el calor que pasamos sin ventilador fue increíble.
Mirá que yo soy del equipo verano, pero esa noche casi me desaparezco, derretida.
El problema principal (para mi) se basaba en que, si bien la malaria es una de las enfermedades más temidas de África, este temor se acentúa en zonas de costa donde las posibilidades de proliferación son todavía mayores, por lo que dormir destapada no era para mí una opción coherente, a menos que hubiera un ventilador que espantara a los mosquitos. Ventilador que no teníamos esa noche.
Para taparme agarré lo único con el tamaño adecuado que tenía a mano para eso: el sobre de dormir DE PLUMAS, para temperaturas frías.
Wa no se hacía mucho drama, durmió destapado y que sea lo que sea.
Para colmo de males, estábamos durmiendo en el sillón del living, así que me quedé con la camisa y la calza puestas; no podía encuerarme ahí corriendo el riesgo que en algún momento, estando yo dormida, se me cayera el sobre de dormir quedando en ropa interior en el medio del living de una persona que nos conoció ayer y que podía aparecer en cualquier momento.
Ella, derretida pero pudorosa.
No debería extrañar a nadie entonces si digo que a la mañana siguiente, cuando me saqué la camisa justo antes de lavarla, al retorcerla caía agua (sudor) en pequeños chorritos.
Tampoco debería ser necesario explicarte el calor que pasamos (en especial yo) aquella noche.
En cuanto al corte de luz… duró 15 horas.
Y aunque acá todavía no lo sabíamos, pronto aprenderíamos que quizás no fueran cortes de luz esos repentinos episodios donde la electricidad se mandaba mudar.
BELLA CIAO, CIAO, CIAO
Luego de un par de días, cambiamos de locación dentro de Mombasa y nos fuimos a un apartamento que una persona nos ofreció durante 2 noches (sin costo, claro).
Tenía todo lo necesario, y el dormitorio estaba ubicado justo debajo de un ventilador gigante, cosa que agradecimos como si fuera el último vaso de agua del desierto.
El apartamentito estaba ubicado en una zona muy local, alejada del turismo, sobre una calle de tierra donde podíamos apreciar la vida keniata desde la comodidad de nuestro balconcito.
Caminamos un poco por los alrededores, vimos masái con sus ropas típicas vendiendo billeteras chinas en la calle, y compramos algo de comida en un pequeño supermercado para prepararnos cena esa noche. Pasamos la tarde bajo el ventilador, disfrutando de ese aire que la noche anterior habíamos extrañado (con qué poco…).
La escritura fue la actividad principal del día hasta que llegó el momento de preparar la cena.
La primera noche transcurrió tranquila. Disfrutamos una buena noche de sueño como no habíamos podido disfrutar la noche anterior, donde nos despertábamos a cada rato por el calor.
Al día siguiente, nuestra segunda y última noche en el apartamentito también estaba siendo provechosa y disfrutable (gracias al ventilador) y ni siquiera nos desanimó la festichola que se armó justo bajo nuestro balcón apenas se ocultó el sol. Al contrario, poníamos atención a la música que sonaba a todo volumen para saber qué escuchaba la gente de Kenia en 2023.
Todo iba bien hasta que a las 23:00 hs el ventilador dejó de girar y nos quedamos a oscuras.
A oscuras y muertos de calor.
No de nuevo, decía.
Nos arrimamos a las ventanas, y aunque en algunos edificios la oscuridad era absoluta, en otros las luces todavía brillaban, al igual que los parlantes aun sonaban en la calle.
No entendíamos nada.
Bueno, algo sí entendíamos… que otra vez nos tocaría pasar una noche en un sauna Keniata.
Esta vez tenía una sábana y no había nadie más en el apartamento, así que nada superaría aquella noche en camisa y calza, cubierta con un sobre de dormir de plumas mientras en el ambiente había una sensación térmica de más de 40° y una humedad que podía acobardar a cualquier pez, pero tampoco es que fuera una situación ideal.
Nos quedamos tirados sobre la cama, en forma estrella de mar, deseando que el pequeño frigo bar mantuviera el agua fría, mientras veíamos los reflejos de las luces de colores y oíamos la música de la fiesta atravesando los vidrios de la ventana a nuestro lado.
Era muy raro que el corte de luz fuera en zonas específicas, así que usando el poco internet que tenía en el teléfono, busqué información al respecto.
Según leí en algunos sitios web, en Kenia sucedía mucho que a veces se rompía un generador que abarcaba cierta zona en particular, y como los generadores son viejos y no hay mucha gente capacitada para repararlos, simplemente se dejan así hasta que alguien de la compañía de electricidad pueda solucionar el tema, ya sea reparándolo o sustituyéndolo, cosa que podía demorar hasta semanas.
Leí muchos comentarios de usuarios enojados, acotando que no tenían electricidad desde hacía meses, y que lo único que tenían eran promesas que nunca se concretaban.
Empecé a perder las esperanzas.
Cierto es que sólo estaríamos allí dos noches, pero con el calor que hacía y la imposibilidad de abrir las ventanas para prevenir la entrada de los mosquitos (que igual afuera hacia calor así que tampoco sería una solución) hacían que la situación distara mucho del íntimo refugio de descanso que pensábamos que tendríamos.
Y puede sonar tonto, pero de la forma en la que viajamos, estas oportunidades no se dan seguido.
Ahí nos tenías, yaciendo sobre la cama mientras el dormitorio vibraba al ritmo de “Bella Ciao Ciao Ciao”, como si alguien estuviera dedicándole una canción a la mismísima electricidad.
A la mañana siguiente una chica que se encargaría de la limpieza llegó al apartamento, pero primero se llevó un aparatito que estaba en el living y que llamaba mucho mi atención. Había notado que cuando la luz se había ido, en ese aparatito empezó a titilar una luz roja que casi podía jurar no haber visto antes, pero al desconocer para qué servía, no le di vueltas al asunto.
Cuando la chica volvió, el aparatito tenía una luz en verde, y la electricidad había vuelto.
Fue así como aprendimos que la electricidad en muchos hogares de Kenia (y luego veríamos, en varios países de África) es prepaga, es decir, se recarga como si fuera el saldo de un celular, cosa que luego nos explicó el dueño del apartamento entre mil disculpas por habernos dejado sin luz el segundo día. Convengamos que tampoco podíamos quejarnos de nada ya que esta persona nos ofreció ese lugar completamente gratis, y a caballo regalado no se le miran los dientes.
Todavía nos quedaban unos días más en la costa, que a su vez serían los últimos en Kenia, y también en los cuales viviríamos algunas de las experiencias más interesantes de nuestro viaje por África.