La salida de Chinchiná llevó un largo rato de caminata hasta encontrar un lugar idóneo en la ruta donde poder hacer dedo.
Nos cruzamos con varios mini éxodos de personas de Venezuela, con sus grandes bolsos a cuestas llenos de esperanza de una mejor posibilidad de vida.
Finalmente, encontramos un buen punto, que además tenía sombra, a escasos metros de unos obreros que, en teoría, arreglaban algo en la ruta, aunque sólo los vimos descansar acostados sobre el pasto así que a lo mejor los agarramos justo en el descanso.
Una vez más, luego de una hora y un poco más, se detuvo una camioneta negra, y el conductor desplegó toda la simpatía Paisa de la que tanto nos habían hablado.
Al ritmo de una playlist de reggaeton que se repetía cada aproximadamente 40 minutos, viajamos durante unas 4 horas los kilómetros que nos separaban de Medellín.
Cada tanto, el bajaba el volumen de la música, y de la misma forma que un locutor, nos preguntaba algo, y una vez solventada la duda, volvía a subir el volumen.
Habiéndole explicado nuestros escasos gastos diarios, se sorprendió cuando le contamos que alguien nos estaba esperando en «El Poblado», porque dijo que ése era el pueblo más lujoso e importante de Medellín, siendo el lugar a donde siempre van los turistas y por ende, el más caro para conseguir hospedaje… por eso su sorpresa fue más grande todavía cuando le explicamos que nos quedaríamos allí de forma gratuita.
UNOS DÍAS EN LA CIUDAD DEL TANGO URUGUAYO Y ARGENTINO, VIVIENDO
CON UN JAPONÉS, EN COLOMBIA.
Shohei nos recibió en su apartamento, al cual ingresamos luego de sacarnos los zapatos, como era de esperarse.
Nuestro cuarto tenía un futón en el piso y baño privado. Además, en la cocina habían palitos en lugar de cubiertos occidentales.
Nos cayó la ficha de lo extraña que era esa situación… nos estábamos quedando en una ciudad Colombiana donde se escucha mucho tango oriundo de Uruguay y Argentina, en la casa de un japonés Tokiota que había viajado alrededor del mundo por 10 años.
La ensalada cultural era importante.
Shohei se convirtió en uno de esos personajes del viaje; una persona con un sentido del humor claramente diferente al que uno está acostumbrado en Occidente, y que nos proporcionó muchísimos ratos de risas, de esas que te tenés que agarrar la panza para seguir riéndote.
Además, había viajado tantísimo que tenía muchos consejos e historias que contar, algunas disparatadas y otras no tanto.
De vez en cuando, yo intentaba hacer despliegue de mi escaso conocimiento de japonés, impartido por la cantidad de series de animé que vi en lo que va de mi vida (y que aún miro… o mejor dicho, miramos) pero la mayoría de las veces me daba vergüenza, así que solamente largaba algún tímido “mata ashita”, “arigato gozaimasu” o “do itashimashite”.
Lo que no faltó fue la clase de japonés, donde Shohei me enseñó a escribir mi nombre… y donde aprendí también, que si lo escribo en Kanji, no salgo para nada favorecida, pudiéndoseme confundir o con una mujer hueca, o como una redundancia andante ya que mi nombre se escribiría con el kanji de «mujer» y el de «hueco»… que tampoco me hacía mucha gracia, la verdad.
Me quedó claro que la mejor forma de escribir mi nombre en japonés, es en hiragana, y que no se diga más.
EL SÍNDROME DE PARÍS, PERO EN MEDELLIN
– LO MALO DE TENER ALTAS EXPECTATIVAS –
¿Conocen el síndrome de París?
Ese es el nombre que se le dio al estado de ánimo en el que entraban las personas, principalmente de origen japonés, luego de haber visitado París habiéndolo idealizado por tanto tiempo.
Básicamente, veían que no era la imagen que habían sacado de las películas y los libros, y se deprimían al punto de llegar a precisar terapia y pastillas anti-depresivas.
Y es que quizás fue eso, a lo mejor nos habían pintado tantas cosas lindas de Medellín, que nuestras expectativas estaban ya por las nubes, pero la verdad es que no encontramos el encanto del que todos hablaban cuando nos la recomendaban.
Tampoco nos deprimimos, ojo al piojo.
Con esto no digo que sea una ciudad fea o que no valga la pena, porque no es así; Medellín es una ciudad con mucho verde, y zonas muy pintorescas y prolijas.
Se nota que se depositó mucho dinero en su infraestructura, y que a día de hoy la mantienen con artilugios como bicicletas de uso público totalmente gratuitas, y sumándose a la moda reciente, monopatines de uso también gratuito a través de una aplicación en tu teléfono (que me quedé con ganas de probar, dicho sea de paso).
Pero tiene una cara B, que no es la que se suele conocer, y en ella podríamos incluir el centro.
En el centro de la ciudad, y como todos los demás, se caracteriza por haber muchísimas tiendas de todo tipo, junto con alguna construcción pintoresca de fondo que vale la pena observar.
Es en la Plaza de Botero donde se encuentra la mayoría de las esculturas realizadas por este artista del cual ya habíamos visto sus cuadros en el Museo de Botero de Bogotá.
Ese edificio tan particular, con esos cuadraditos blancos y negros, es el Palacio de Cultura de Rafael Uribe y éste pintoresca construcción tiene una historia tragicómica detrás ya que el principal arquitecto de la obra, un tal Goovearts, la dejó a medio construir, o mejor dicho, a un cuarto de construir, por problemas burocráticos (entiéndase: dinero de por medio) sobrevenidos por la crisis económica del 29.
Los nuevos arquitectos que vinieron, tuvieron que seguir trabajando con un prespuesto bastante menor del deseable, y aún así, volvió a interrumpirse su construcción unos años más tarde.
En 1970 fue cuando, finalmente, el Palacio terminó de construirse, aunque no se parecía en casi nada a lo que Goovearts planeó al principio.
Pero también se ven cosas de las que nadie te habla, y que están a escasas cuadras de estos lugares, como la zona a donde Shohei nos llevó en busca de un horno de cocina.
No recuerdo el nombre de esa zona en particular, pero sé que en unos pocos pasos, conocimos la cara más lastimosa de la población Colombiana, aquella que les dejó una fama negativa a nivel mundial y que a día de hoy luchan por quitarse; el narcotráfico y la drogadicción.
Ésta calle donde estuvimos estaba completamente tomada por personas que, en un claro estado de indigencia, consumían todo tipo de drogas a plena luz del día (estamos hablando de las 2 de la tarde) y negociaban con todo tipo de estupefacientes, como si se trataran de tomates.
¿Qué si era peligrosa? ¡Claro que lo era! Probablemente la zona más peligrosa de todo Medellín, y me atrevería a decir, una de las más peligrosas del país, y de lejos, la más peligrosa en la que estuvimos en el viaje hasta ahora.
Nosotros estuvimos allí solamente para averiguar los precios de algunos artículos de cocina profesional que se fabricaban especialmente en esa calle, lo que significa que no íbamos a curiosear sino a meternos directamente en estos comercios, pero estoy segura que en otras circunstancias, la cosa hubiera sido muy distinta.
De hecho, tenemos una foto que, luego de tomarla, alguien nos advirtió que guardásemos inmediatamente el celular porque si nos veían, eran capaces de matarnos para sacarnos el teléfono, porque sí, ya había pasado antes, y en más de una oportunidad… no hay que olvidar que son personas que ya no son ellas mismas, sino que responden a los efectos de las drogas, y nadie quiere que los vean así.
Conocer ésta otra cara de Medellín nos dejó con sentimientos encontrados y una impotencia incontrolable, además que no podemos nunca catalogar a esta ciudad como una maravilla luego de ver esa otra cara que no es la que se muestra. Nos parecería hipócrita decir que Medellín es una ciudad perfecta, si hay tanta gente allí viviendo es ese estado casi inhumano.
Sabemos del sufrimiento por el que pasan los Colombianos cuando le preguntan a alguien de otro país qué es lo que sabe de Colombia, y en vez de responderles algo sobre el café o la amabilidad de su gente, les responden «Pablo Escobar, narcotráfico, drogas».
Hace ya tiempo que el pueblo de este país está intentando erradicar este pasado oscuro que los marcó tan fuerte, y que provoca hasta que se les haga más difícil entrar a prácticamente cualquier país, o que los paquetes que llegan a otro lado con remitente Colombiana, sea enviado primero al escuadrón anti drogas antes de realizar el procedimiento natural de cualquier otro paquete; pero ésta tarea se les dificulta cada vez más con la emisión de series televisivas que sólo buscan mostrar el mundo de los narcotraficantes, o la vida de Pablo Escobar, dejando en la mente de las personas una imagen bastante negativa de Colombia.
No se puede negar su pasado, es cierto, y si bien aún podemos encontrar calles completamente tomadas por personas en estado de drogadicción, como ésta que visitamos en Medellín, tampoco podemos crucificar la integridad de un país que poco a poco está recuperándose de un pasado que a día de hoy los continúa marcando.
Y aclaro todo esto porque lo último que queremos al mencionar esta calle donde reinaba el vicio, es contribuir a fomentar esa mala imagen del país. Hoy continúan los problemas, como claramente pudimos ver, que les dieron la mala fama años atrás, pero el pueblo está luchando con claras mejorías contra esto, como la disminución de las bandas parmamilitares que antes reinaban en tantas zonas, y sería justo darles una segunda oportunidad para limpiar su imagen, pero sin cerrar los ojos ante las situaciones que aún continúan sin erradicar.
Quizás de esta forma, este tipo de situaciones logren desaparecer por completo.
Otra cosa que, ante nuestra mirada, le restó puntos a la ciudad, fue la cantidad de gente en situación de calle que pedía incansablemente dinero, tabaco o refresco a todos los que caminásemos a su alrededor, y si se nos notaba lo turista, esto era sinónimo de dólares y por ende, la insistencia aumentaba.
Llegamos a caminar cuadras donde en cada una aparecían 2 o 3 personas diferentes pidiéndonos algo: ya sea tabaco (que no teníamos porque no fumamos), dinero, o el refresco de turno que estuviésemos tomando.
Leímos ojos sedientos de vicios en muchos de ellos, ojos rojos y aliento de alcohol.
Y es que si alguien pide comida, es porque realmente necesita (de hecho, ayudamos de ésta forma a algunas personas), pero desde el momento en que lo que nos pedían era cigarrillos o refresco, entendimos que pocas veces el acto de pedir era para cubrir una necesidad básica, sino más bien un acto ya mecánico en donde era más importante alimentar los vicios que el cuerpo.
Contribuir a esto nunca va a ser una buena idea para la sociedad, además de la parte obvia (esa que nadie te confiesa para que no lo juzguen o lo tomen por insensible, cosa que no tiene nada que ver) que es que a nadie le gusta caminar siendo perseguido por una persona que insiste en que le dejes tomar de tu botella de Coca Cola (que dicho sea de paso, en Colombia es baratísima así que nos dimos el gusto en más de una oportunidad) o que con ojos rojos y ademanes exagerados, claramente influenciados por agentes externos, te pide dinero o tabaco.
Insisto, no quiero sonar dura, pero no es lo mismo el caso de aquellas personas que piden para comer, a quienes sí ayudamos en la medida de lo que podemos, tanto en Colombia como en otros países que hemos estado, que aquellos que piden para alimentar vicios que los sigan autodestruyendo.
Y si bien en otras partes de Colombia habíamos visto con positiva sorpresa que las personas que pedían en la calle eran mucho más educadas y amables que en otros lugares, que no insistían ni te perseguían si te negabas, en Medellín esto no se cumplía tanto.
La antítesis de los vendedores persecutas son los viejitos que ofrecen servicio de transcripción: especialmente sobre una cuadra, es común ver señores, en su mayoría de edad avanzada, sentados sobre la vereda con una pequeña mesita y una máquina de escribir sobre que ella, que en algunas oportunidades se trataba de una máquina eléctrica, pero sobre todos los más mayores preferían la clásica Olivetti que no necesita enchufe de ninguna índole para cumplir eficientemente su función.
El trabajo de estos señores era ese, transcribir textos a máquina.
Uno pensaría que es algo en desuso, pero a juzgar por la cantidad de personas que vimos ofreciendo este servicio, nos complace reconocer que aún es un trabajo con cierta vigencia.
En la foto que sacamos, sólo se vé claramente un señor, pero si se mira con más detenimiento, se pueden descubrir 3 puestitos de máquinas de escribir, únicamente en éste trocito de calle que logramos fotografiar.
Y dejando un poco de lado la parte social, en cuanto a la ciudad se refiere, si bien encontramos partes lindas como El Poblado, Guayabal, la zona del Shopping El Tesoro desde donde se tiene una hermosa vista de la ciudad, etcétera, también tenemos que decir que el centro, además de contar con estas zonas y situaciones caóticas, tampoco nos pareció un lugar muy lindo de visitar.
Ahora, en cuanto a eso que nos decían que en Medellín la gente era más cálida y amable… tenemos que ser sinceros: sí, eran cálidos y amables, pero no más que en Manizales, Cota, y hasta Bogotá; si bien en ésta última ciudad se nota a la gente más estresada, a nosotros nunca nos trataron con menor amabilidad que en Medellín… quizás sí más insistentes en lo que a vendedores se refiere, pero no menos amables.
Así que no podemos decir que hayamos notado un mejor trato en la gente de Medellín, sino que, al menos para nosotros, hasta ahora la amabilidad y un notorio nivel cultural, son características propias del pueblo Colombiano en general.
PERO… ALGO BUENO DEBE TENER ¿NO?
Claro que sí, con esto no estoy diciendo que Medellín sea una ciudad fea, simplemente digo que para nosotros no fue especialmente más linda que otras en las que hemos estado (siendo aún nuestra favorita, Manizales).
Como cosas positivas, hay que destacar la cantidad de pasto y árboles que hay en sobre las veredas, como punto claramente superior que Bogotá, a la cual llaman «la jungla de cemento» por una razón.
También se nota una limpieza y cuidado a nivel general, y una cultura que cuida este aspecto (si bien la mayoría de los bebederos que vimos estaban ya rotos).
Además, Medellín contó con cierta ventaja los días que estuvimos, ya que en Agosto se celebra la Feria de las Flores, siendo el segundo evento más importante del país, y con este motivo, varios lugares estaban decorados de forma más alegre de lo habitual, como un shopping que nos sorprendió por sus decoraciones florales y mariposas gigantes (fabricadas con algo que imitaba flores) que movían sus alas.
Y ya que menciono un shopping, no puedo hablar de Medellín sin recomendar la vista que se tiene desde lo alto del Shopping El Tesoro, sobre todo al atardecer o a la noche.
Visitamos también el Pueblito Paisa, pero estaba en remodelación así que muchos caminos estaban cerrados.
De todas formas pudimos recorrer un poco, y si bien era demasiado turístico para nuestro gusto, no dejar de ser un punto a visitar para juzgar por uno mismo.
Nos quedó pendiente la Comuna 13, donde según nos dijeron se ven muchos graffitis, y están las famosas escaleras mecánicas públicas; de hecho, alguien nos comentó que la idea de poner escaleras mecánicas en los barrios de bajo estrato social (o con menor poder adquisitivo) fue basado en un estudio psicológico en el que se dice que si a una persona que recibe pocos ingresos, le das un lujo como ese, ésta persona va a esmerarse por mantenerse a la altura de aquello que la rodea, superándose a sí misma.
Desconocemos qué tanto acierto haya en esta afirmación, pero lo cierto es que si querés ver escaleras mecánicas públicas, contrario a lo que uno creería, tenés que irte a los barrios pobres de la ciudad.
De todas formas, nosotros vimos una escalera mecánica callejera en el barrio de Envigado, que según entiendo no es un lugar precisamente pobre… así que ahí lo dejo para que cada cual juzgue con su propia lupa.
Y ya que toqué por ahí el tema de los graffitis, si bien la meca de esto en Medellín es la Comuna 13, es cierto que se pueden encontrar obras de arte decorando varias paredes de la ciudad, allá donde estés, porque el arte es algo que caracteriza también a la ciudad.
Todos los grafitis se caracterizan por tener muchísimo color, y además, estar muy bien hechos, y muchos de ellos tienen elementos que caracterizan el país o la zona, por ejemplo, las aves.
También encontramos, cómo no, mucho tango alrededor; los bares de viejitos, como le llamamos nosotros, por suerte todavía subsisten también en esta ciudad, y escuchar tango saliendo de ellos era una apuesta segura.
Y buscamos la “Plaza Gardel”, bien cerca del aeropuerto, y si bien en esos momentos la encontramos un poco ajetreada porque se estaba montando un escenario para compartir música en la feria de las flores, lo que sí que vimos fue un cartel enorme dentro del aeropuerto con una foto donde figuraba Gardel. Además, algunas personas estaban bailando tango, ahí mismo dentro del aeropuerto.
A modo de curiosidad, no dejamos de sorprendernos con alguna señal de tránsito que nos causó gracia, e incluyó una nueva palabra a nuestro vocabulario, y que estamos deseosos de utilizar en cualquier conversación cotidiana.
Señoras y señores, les presento el verbo “culebrear”.
En cuanto al tema de seguridad, fuera de aquella calle que mencionamos más arriba, nosotros no nos sentimos especialmente amenazados en Medellín, pero la gente que vive allí desde hace ya un tiempo nos ha contado de varias experiencias de robo y hasta rapiña por las que pasó en cortos períodos de tiempo.
Pero, repito, no podemos decir que nos hayamos sentido especialmente en peligro (si bien tampoco nos regalamos caminando por la calle a las 3 de la madrugada).
EN CONCLUSIÓN, ¿MEDELLÍN NO, O MEDELLÍN SI?
¡Pero que pesaditos que se me ponen eh!
Sí gente, sí, Medellín SÍ.
Con este abanico de claro-oscuros no queremos dejar mal parada a una ciudad que sin lugar a dudas tiene mucho que ofrecer, simplemente expresamos nuestra opinión sobre las cosas buenas pero también las malas que descubrimos por allá, y que hicieron que no cubriera las expectativas que nos habíamos hecho previamente.
También hay que tener en cuenta que el valor que uno le pone a una ciudad depende de los criterios de cada uno y es una opinión personal; por ejemplo, en El Poblado hay varios lugares de todo tipo para «salir de rumba», como le dicen acá, y eso puede elevar la imagen que alguien tenga de la ciudad, pero como nosotros no somos amantes de «salir de rumba», no podemos contar esto como algo que sume puntos desde nuestra perspectiva, porque además, desconocemos que tan buena es realmente la ciudad en éste ámbito, ya que no lo experimentamos en carne propia.
Y como este ejemplo, podría poner miles, pero creo que queda entendido el punto.
Así que ya sabés, si bien para nosotros no fue la meca que esperábamos, Medellín no deja de ser una ciudad de visita recomendada en Colombia.
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