Hasta ahora, la hospitalidad egipcia nos tenía impresionados.
Saludos, sonrisas, invitaciones, todo sin segundas intenciones. La cultura árabe nos estaba dejando sin palabras, y aunque después de un tiempo podía ser un poco cansador ser el centro de atención (aunque fuera con buenas intenciones), Egipto estaba dejando una muy buena impresión en nosotros; confiábamos en que los precios que nos cobraban eran los correctos, y ya no dudábamos de nadie que nos ofreciera ayuda porque sabíamos que era un acto desinteresado y de buena fé.
Hasta que llegamos a Luxor…
EL COMIENZO DE LA DEBACLE
Apenas poner una patita en Luxor empezamos a sentir la opresión con los gritos de “taxi” alrededor, pero no nos dejamos acobardar (esto recién empezaba) así que seguimos caminando, en busca del ferry que nos llevaría al que sería nuestro hogar durante los próximos días.
Andabamos buscando un lugar para quedarnos al otro lado del Nilo, el mismo quedaba lejos del centro, al otro lado del Nilo, en la parte más tranquila de la ciudad, alejada del ajetreo turístico.
Esto implicaba tener que cruzar el Río Nilo, para lo cual debíamos valernos de un ferry que según nos explicaron, nos costaría 5 EGP por persona, aunque los locales pagan 3. Ya empezábamos con ese panorama que podía ir dando pistas de cómo se trata al turista en la ciudad de Luxor.
El ferry que debíamos tomar es el público, ya que hay también transportes marítimos privados que te cruzan al otro lado y por supuesto cobran más, aprovechándose del despiste del turista de turno para hacerle creer que su transporte es el único disponible o el más conveniente.
La verdad es que el cruce en el ferry público es un ameno viajecito de 10 minutos que no tiene complicación alguna, así que no hay excusa que valga.
Aunque el sol pegaba fuerte, no era problema para nosotros esperar un rato… pero ahí estaban los conductores de taxi y los vendedores de tour en lancha para poner a prueba nuestra paciencia y convertir una simple espera en un pequeño martirio.
EL CLÁSICO PUEBLITO EGIPCIO
La casita donde nos quedamos era prácticamente un mono-ambiente con lo básico ubicado en una zona un poco aislada, donde para comprar víveres teníamos que caminar un buen tramo hasta llegar al pueblo.
El pueblo en cuestión se parecía a esos paisajes de colores tierra que se ven en las novelas árabes (o de ambientación árabe), con casitas de construcción precaria y techos con vigas de tronco y paja.
De más está decir que no vimos a ningún turista más durante nuestros paseos por estos pueblos, y que los niños nos miraban sorprendidos y saludaban hasta perdernos de vista, a unos 20 km. de Luxor, ya uno estaba a salvo del acoso al extranjero.
Un día salimos más allá del pueblito y caminamos por la ruta hasta llegar a la zona “mas céntrica” cerca de donde estábamos, es decir, un cruce de caminos donde habían unas 3 o 4 tiendas, siendo un par de ellas autoservicio, una especie de mini supermercado.
Caminando por la ruta una moto de esas que tienen carrito atrás se detiene y se ofrece a llevarnos. Creyendo que se trataba de un servicio de taxi le explicamos que iríamos caminando, que no teníamos dinero para pagar el transporte, pero el conductor inisistió en que nos quería llevar gratis. Wa fue conversando con el mientras yo filmaba, acomodada en el carrito de atrás con el viento en la cara y la sonrisa en la ruta que nunca defraudaba.
Al llegar a la zona de las tiendas, nos metimos en ese pequeño supermercado, no muy abastecido, pero donde encontramos aceite y alguna cosa más. Mientras buscábamos lo que queríamos llevar, y viendo que nos estábamos tomando nuestro tiempo, el señor ubicado detrás de la caja registradora se acerca y en un inglés básico nos pregunta si necesitábamos llevar algo más porque el se tenía que ir a rezar.
Al final, como no estábamos decididos y el se tenía que ir, cambiamos los planes y terminamos comprando unas verduras en una tiendita más precaria.
Así dando vueltas pero en el pueblito más cerca de nuestro apartamento temporal fue como encontramos una de las tienditas más cercanas. Llegamos a ella metiéndonos por callecitas angostas, cuando ya caía la noche y apenas podíamos ver el camino.
No era más que un ambiente de 3×3 metros con productos básicos y apenas poco más. La primera vez que visitamos esta tienda una señora era la que atendía.
Todos los productos tenían una fina capa de polvo, cosa que no es de extrañar en lugares con calles de tierra, y sabiendo que al otro lado del Nilo estaba una de las mecas del turismo en el país creímos que los precios estarían un poco inflados (ya nos estábamos aclimatando a Luxor, lamentablemente).
Para nuestra sorpresa, cuando agarramos todo lo que queríamos, la señora hace la cuenta y anuncia una cifra muy generosa, el precio “normal” en cualquier tienda egipcia de las que habíamos frecuentado hasta ahora (mayormente supermercados para asegurar los precios correctos). Cuando llama al marido porque ella no tenía cambio, el marido aparece y para que nos quedemos mas tranquilos, empieza a sacar cada producto de la bolsa y a sumarlos en la calculadora de mi teléfono.
No había duda, nos estaban cobrando el precio normal, y por un momento creímos que Luxor no sería, después de todo, lo que creímos que era. Por un momento creímos que la honestidad seguía intacta.
Pero duró eso, un momento. Ya llegaremos a eso.
En una de nuestras caminatas a la tiendita, una especialmente tarde donde el sol se había ocultado hacía ya bastante rato, nos perdimos.
Mientras buscábamos la calle, pasamos por estas calles angostas llenas de niños y adolescentes jugando, levantando miradas, saludos y expresiones de admiración en cada uno de ellos (en serio, te sentís re famoso). En una de ellas doblamos a la izquierda para escuchar gritos de “la la la” detrás nuestros. Ya teníamos suficiente tiempo en Egipto para saber que eso no era un tarareo aleatorio, sino que alguien nos estaba advirtiendo de algo, con un enfático “no no no” a nuestras espaldas, y enseguida entendimos por qué: nos acabábamos de meter en un callejón sin salida.
Al voltear hacia el lado del que venían los “la la la” nos encontramos un grupo de niños y chicas adolescentes haciéndonos señas a unos metros de distancia, y acto seguido aparecieron algunos adultos que llegaron a nuestro encuentro. Un circulo de unas 12 personas se formó alrededor nuestro: los más chicos querían curiosear a los extranjeros, las adolescentes querían estudiarnos, y los adultos querían ayudarnos a encontrar el camino a casa.
Miraban el mapa en nuestro teléfono y uno de ellos empezó a decir que conocía a alguien que nos podía ayudar, pero nosotros intentábamos explicarles que podíamos encontrar el camino, que no tenían que preocuparse.
Finalmente logramos hacernos entender y dejamos atrás el callejón cerrado y el grupo de personas todavía confundidas con estos dos turistas que se metieron caminando por cualquier lado.
Cuando llegamos finalmente a nuestro refugio en aquella orilla alejada del turismo en Luxor, nos entretuvimos un rato viendo la televisión local que puede ser bastante curiosa de vez en cuando.
LA CIUDAD DE LOS REYES PENSADA PARA REYES
Luxor está llena de atractivos para el turista de turno, de hecho te diría que está hecha para el turista.
Las calles mezclan autos con carros tirados por caballos, todos ofreciendo sus servicios de transporte a los extranjeros que pasan caminando.
A mi no me hacía mucha gracia subirme a un carro, ya de por sí pesado, con 3 personas en su interior, todo tirado por un único caballito al que además se le veían las costillas, pero tengo que decir que un conductor en particular ofreció un precio tentador con un despliegue de encanto tan particular que difícil fue decirle que no. Alí empezó a hablar y además lo hizo en español con tanto carisma que aunque estuviera intentando vendernos un paseo en carro, daba gusto escucharlo hablar. El precio de 1 dólar cada uno por 1 hora de paseo tampoco estaba mal, pero poco sabía él que lo último que yo quería en ese momento era ser un peso extra para el pobre caballo que esperaba bajo el rayo del sol, así que le regalamos una carta de Uruguay, y con su teléfono guardado en el mío, nos despedimos.
Nuestras caminatas por Luxor no resultaron demasiado agradables.
El atosigamiento del que éramos víctimas era tan apabullante que llegó un momento en el cual casi no teníamos lugares por los que caminar donde pudiésemos vernos libres de ofrecimientos de tours, taxi, productos, y un largo etcétera, así como de los niños que nos perseguían por cuadras pidiendo dinero.
Recorrimos algunos bazares, esos paseos típicos que si no viste ninguno casi que no fuiste a Egipto (dice la gente).
El despliegue de colores dorado, papiros, artesanías, y la infaltable compañía de al menos un niño pidiendo dinero al lado de cada turista eran factores en común de estos lugares turísticos disfrazados de tradición.
Fue saliendo de uno de estos bazares donde un muchacho se nos acercó y con una sonrisa nos dijo “¿no se acuerdan de mi? Nos vimos en el hotel” y nosotros reprimiendo la risa le dijimos “¿hotel?” a lo que el muchacho insitió “sí, nos conocimos en el hotel”.
Entendiendo que no podíamos tirar más de la piola le explicamos que no nos quedamos en ningún hotel en Egipto, y el muchacho fresco como una lechuga y haciendo caso omiso a que había quedado en evidencia, siguió hablando sin parar, ofreciéndonos un restaurante donde podíamos comer a precio local (sí claro) y una tienda de recuerdos por si queríamos comprar algo. Nos persiguió por varios metros a pesar de nuestras reiteradas negativas, hasta que finalmente pudimos dejarlo atrás.
En un momento en el que intentábamos escapar de las persecuciones, nos refugiamos en una zona más solitaria de la “rambla” de Luxor, y nos sentamos en un murito bajo intentando pasar desapercibidos.
De alguna manera funcionó, porque cuando otra pareja de turistas apareció, aparentemente buscando lo mismo que nosotros, cometieron el error de quedarse parados contemplando el agua.
De la nada un muchacho apareció, pasó a nuestro lado como si no existiéramos, y yendo derecho a ellos empezó a ofrecerles un tour. La pareja que parecía estar disfrutando mucho de la vista, cambió de actitud enseguida y con gestos claramente enojados, se fue caminando a paso rápido, dejando al vendedor de tour atrás.
Puede sonar a tontería, pero que no puedas siquiera apreciar el paisaje durante unos minutos en tranquilidad es bastante agotador, y podemos entender la frustración de la pareja.
Sabiendo el costo de los refrescos por haberlos ya comprado en supermercados previamente en el país (nuestro capricho y gusto viajero cuando podemos, junto con el café) nos dirigimos a una tienda a comprar uno de 2 litros. Sabíamos que el precio rondaba los 20 EGP, poco más poco menos.
Cuando acercamos la Pepsi al chico que cobraba en la caja y preguntamos el precio casi nos dejamos la mandíbula en el piso del local: 80 EGP.
No sería ese un precio disparatado en otro país, pero habiendo ya comprado esto en Egipto en más de una oportunidad y en diferentes ciudades, sabíamos bien que ese precio estaba sumamente hinchado, y así se lo hicimos saber al comerciante, quien alegó haber pagado 45 EGP por esa Pepsi.
Medio entre risas nos fuimos de la tienda, entendiendo por qué un turista podría irse con una idea más negativa del país si únicamente visita los puntos más turísticos.
El hechizo que aprendimos tarde
Fue en Luxor donde aprendimos la técnica que nos ayudaría a minimizar considerablemente el acoso al turista, o al menos reducirlo al menor tiempo posible, y fue el siguiente.
Antes decíamos “la la shukran” que significa “no no, gracias” y no viendo grandes resultados, decidimos seguir el consejo de alguien que no recordamos exactamente quien fue, que nos recomendó decir “la la yalam” alegando que significa algo así como “no no, no tengo”.
Al comenzar a aplicar esta frase, de alguna manera muchos de los que comenzaban a ofrecernos algo quedaban cortados en seco al escuchar esta frase, parados en el lugar sin decir nada más, ni siquiera atinar a perseguirnos.
Cómo será la cosa que en un momento Wa, que normalmente tiene menos piedad a la hora de rechazar a alguien insistente, me preguntó “¿estaremos diciéndoles algo muy malo? ¿por qué se quedan tan cortados?”.
Aunque según nuestras fuentes, lo que estábamos diciendo era algo así como “no no, no tengo”, después buscando en internet encontramos que «yalam» puede significar «¡ayuda, oh Dios!» lo cual explicaría por qué la gente se quedaba de piedra y no insistía más luego de escucharnos decir eso.
Claro que de esto nos dimos cuenta después de dejar el país y habérselo dicho a cuánto vendedor se acercaba en Luxor y Cairo (o sea, a muchos).
Los pobres pensarían que estábamos super paranoicos, pidiendo auxilio cuando se acercaban a ofrecernos algo.
Al menos cumplió el cometido y no nos insistían demasiado luego de oír esto.
Los lugares imperdibles que nos perdimos
Luxor es famoso por ser un lugar repleto de ruinas, todas ellas de gran atractivo turístico. Todo aquel que va a Luxor visita el Templo de Karnak, El Valle de los Reyes, el Templo de Luxor… mínimo.
Bueno, nosotros por bichicomes no fuimos a ninguno de esos lugares.
No es que no veamos la importancia o el atractivo que puede haber en estos lugares, y tampoco es que fueran excesivamente caros, pero habiendo visto ya el Templo de Dendera y quedando maravillados con el, sentimos que nuestra sed de ruinas egipcias estaba ya saciada.
Entendemos que cada lugar tiene su encanto y su importancia, pero para continuar nuestro viaje con un presupuesto acotado, y no sintiendo la necesidad imperiosa de visitar más ruinas egipcias de momento, decidimos que en Luxor veríamos únicamente un lugar de los muchos que hay para visitar.
Uno solo para darle un poco de pimienta a nuestros días en la ciudad, pero nada más.
Fue así como intentamos llevar a cabo nuestro tip ratita, y entramos al Templo de Karnak con una tarjeta en la que figurasen nuestros nombres, para hacerla pasar por tarjeta de estudiante (truco aplicado en Alejandría).
No fomentamos que hagan esto ya que no es lo “correcto”, pero dejamos el dato ahí y ustedes hagan lo que les parezca.
Afortunada o desafortunadamente, el truco no funcionó ya que en este lugar (y en todos los demás en Luxor) la única tarjeta de estudiante que aceptan es la internacional, cosa que nuestra tarjeta claramente no era, así que nos retiramos del lugar.
Aun así, caminando por Luxor es fácil ver algunos de los lugares turísticos por fuera, por ejemplo, el Templo de Luxor.
Digo, no será lo mismo que verlo de adentro, mucho menos de noche con las luces y cosas que le ponen para que quede más pituco, pero bueno, algo es algo.
También está la avenida de las esfinges, algo relativamente nuevo que está aun en construcción pero accesible al publico, donde podés ir por un camino que va desde el Templo de Karnak hasta el Templo de Luxor, cortejado por esfinges a ambos costados.
Esto podés hacerlo siempre y cuando hayas entrado a uno de los dos lugares, ya que la entrada a este camino no es accesible desde fuera, aunque si es visible.
Mucha gente que lo ha hecho opina que no vale la pena ya que es un camino sin mayores atractivos que las esfinges, las cuales están, en su mayoría, destruídas.
Pero nuevamente, eso va a criterio de cada cual.
Con este plan frustrado en el Templo de Karnak (y si te soy sincera, una Joy un poco desilusionada porque tenía la esperanza de que el truco iba a funcionar) cambiamos de destino y fuimos a otro de los lugares turísticos que Luxor tiene para ofrecer, la que probablemente es la ruina menos visitada de la ciudad.
Y ahí volvimos a comprobar que los tiempos dorados de viaje por Egipto, aquellos donde podíamos confiar en la hospitalidad y la bondad sin intereses de la gente, habían quedado atrás.
EL VALLE DE LOS NOBLES, PERO SIN NOBLEZA
En la ciudad de Luxor, a un lado del Rio Nilo está la zona más turística donde están por ejemplo el Templo de Karnak, el Templo de Luxor, los restaurantes, los bazares, las tiendas de recuerdos, etc.
Al otro lado del Nilo, en su orilla Oeste, la ciudad se convierte en pueblo. Fue también ésta la zona que eligieron algunos egipcios para descansar eternamente, dando como resultado un lugar que a día de hoy se convirtió en atractivo turístico: Valle de los Reyes, Valle de las Reinas y Valle de los Nobles.
Un día de mañana, partimos rumbo al complejo de tumbas menos visitado de los 3 conocidos, y yéndonos lejos del pueblo llegamos a una zona desértica (o al menos visiblemente más desértica) donde buscamos una taquilla para obtener las entradas, la cual está alejada de los complejos de tumbas a visitar.
Mientras comprábamos, un señor se acercó para ofrecernos servicio de taxi, lo cual declinamos cortésmente explicando que pensábamos continuar caminando.
El señor insistió diciendo que no era una distancia corta para caminarla, y nosotros insistimos explicando que estamos acostumbrados a caminar grandes distancias.
Como el señor no daba el brazo a torcer y no se despegaba de nosotros, Wa se alejó con un seco “la la yalam”, nuestra frase mágica, dejando al señor clavado a unos metros de distancia y a mi entre medio de ambos.
El señor, claramente disgustado, me miraba a mi buscando piedad, y yo le repetía “thank you” y “shukran” (o sea, lo mismo) mientras lentamente me acercaba a Wa, en esa lucha interna por apoyarlo a el pero intentado no ser muy cortante con el señor (por mucho que su actitud insistente tampoco fuera la más correcta).
Finalmente nos alejamos caminando, con el señor aun ofreciendo su taxi a nuestras espaldas (con la única diferencia que ahora solo se dirigía a mi).
Vimos algunas postales hermosas en el camino, casitas de colores entre las dunas desérticas, y nos preguntamos si realmente viviría alguien allí.
La supuesta “distancia larga” para la que según el señor necesitábamos ir en auto, resultó ser una caminata de 10 minutos.
El Valle de los Nobles es conocido como el complejo de tumbas tebanas en donde fueron enterrados aquellos trabajadores que participaron en la construcción de otras tumbas de gran importancia, así como de empleados de altos cargos para la corte egipcia, sacerdotes, etc. Es por esto que muchas de sus pinturas representan escenas de la vida cotidiana o del trabajo que estos trabajadores realizaban en vida.
Dentro del Valle de los Nobles hay distintas agrupaciones de tumbas que podés visitar. Nosotros elegimos la de Al-Medina, que es la zona dedicada a las tumbas de los artesanos.
No vamos a entrar en detalles de las tumbas pero podemos afirmar que algunas de las que allí se ven son bastante impresionantes, aunque para ser 100% honestos, nos chocó un poco ver que los dibujos de muchas de ellas estuvieran repasados con pintura relativamente fresca (es decir, sin la pintura original).
Nobleza: un valor perdido en pleno Valle de los Nobles
Nuestro plan era recorrer las tumbas sin ningún tipo de guía.
El primer ofrecimiento llegó por parte de el señor que sellaba nuestro ticket, a la entrada de la primer tumba, a lo que negamos amablemente y entramos, alegando que no queríamos guía. Aun así, este señor entró con nosotros.
Le ofreció a Wa un trozo de cartón para abanicarse por el calor sofocante que se sentía dentro de las tumbas y le pidió una “propina” por venir con nosotros, a pesar de nuestra negativa anterior. Luego de que el le dijera que no, el señor se excusó diciendo que iría a buscar otro cartón para que yo también pudiera abanicarme pero no volvió más.
Nadie más estaba dentro de las tumbas por lo que podíamos sacar fotos y filmar con total libertad (en ese momento no estábamos seguros si estaba permitido o no).
Luego entramos a la segunda cámara, donde también de la nada apareció un señor que sin previa consulta nos empezó a guiar por las distintas tumbas.
Este señor parecía muy simpático y nos explicaba algunas características de los dibujos que podían verse alrededor. Nosotros todavía teníamos el recuerdo del policía del Templo de Dendera muy fresco, así que no desconfiamos mucho y realmente creímos que este era un acto de buena fé, o que incluso estaba incluido en la visita, ya que el señor nunca nos dio la opción de ir con el como guía o no.
Cuando llegamos a una de las partes emblemáticas de ésta cámara, el señor se quitó el trapito que le rodeaba el cuello, y haciendo una especie de bollito (turbante) se lo puso en la cabeza a Wa y ofreció sacarnos una foto juntos, Wa y yo, con mi teléfono.
Luego de esto continuó explicando algunas cosas sobre los dibujos, y casi enseguida comenzó a escucharse voces de otras personas que estaban entrando, por lo que habiendo estado ya un ratito ahí dentro, nos dispusimos a salir de la tumba.
No tengo que explicar que las puertitas de las tumbas eran pequeñas (había que agacharse para entrar) por lo que una persona puede bloquearla fácilmente.
Pues eso fue lo que hizo el señor.
Para mi, que vi todo desde mi postura de tercera persona en la escena, el cambio fue brutal, casi terrorífico.
La sonrisa hasta ahora perenne del señor desapareció de golpe, y bloqueando la entrada, con claro nerviosismo, se pegó muchísimo a Wa, con la mano en forma de cuenco y empezó a decirle cosas como si estuviera realizando alguna especie de rezo sectario en una voz que se acercaba más a un murmullo “money, money, tip, money” (dinero, dinero, propina, dinero).
Fue todo muy rápido y pude ver que Wa no atinó a reaccionar de otra manera más que buscando alguna moneda y dándosela, claramente incómodo. Visto de afuera fue una escena muy turbia porque se pudo ver la transformación de este hombre, donde pasó a ser una persona sumamente simpática y amable a convertirse en alguien sombrío y serio, cegado por la ambición del dinero.
Luego de esa escena, cuando entramos a la tercer y última tumba, le repetimos varias veces al señor que apareció allí que no íbamos a darle dinero, y de esa manera desistió prontamente en entrar con nosotros más allá de la primer escalera de la tumba.
LOS COLOSOS DEL CAMINO
Emprendimos retirada del Valle de los Nobles con un sabor amargo. Si bien, por el precio las tumbas habían valido la pena, esa sensación de que el Egipto que nos había embelesado con su gente simpática, con la ambición de ayudar o al menos compartir una sonrisa de forma desinteresada, se estaba desvaneciendo.
Éramos conscientes que es el precio a pagar en las zonas turísticas, pero no queríamos aceptarlo.
Así, debatiéndonos entre la decepción y la indignación caminamos rumbo a nuestra casita transitoria, y afortunadamente el paisaje nos levantó un poco el ánimo en aquella caminata de casi 9 kms que teníamos por delante.
Primero nos cruzamos con uno de los típicos paisajes de Egipto, donde pueden observarse las dunas desérticas al fondo, en contraste con los verdes campos sembrados, producto de uno de los tantos canales del Nilo.
Algunos campesinos nos saludaban a lo lejos, y si no fuera porque somos más bien tímidos y porque ellos estaban trabajando, más de una vez nos dieron ganas de ir corriendo a conversar con ellos, como para recargar la barrita de “confianza” que se nos había vaciado un poquito.
El paisaje fue cambiando hasta que continuamos caminando al costado de la ruta y no pasó mucho tiempo cuando los vimos a ellos, los Colosos de Memnón.
Varios turistas que aparentemente habían bajado de un bus se adelantaban unos a otros para sacar una foto libre de seres humanos. Yo hice lo que pude.
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Estas estatuas son probablemente uno de los pocos atractivos turísticos de la zona para el cual no se necesita pagar entrada, ya que están ahí, sobre la ruta.
En otros tiempos se creía que estos enormes gigantes de piedra, la representación de Amenofis III, producían música mágicamente, cuando en realidad el truco estaba en el sonido que provocaba el viento al pasar entre algunos de sus recovecos.
Lamentablemente, a día de hoy nada de eso puede escucharse ya que con motivo de algunos desastres naturales que las dejaron muy malogradas.
Continuando con nuestra caminata, recorrimos un largo trecho donde pocas cosas relevantes sucedieron: un niño nos pidió dinero, y dos muchachos montados en una moto que se detuvo a nuestro lado nos ofrecían llevarnos con ellos (no sé cómo porque en esa moto no entrábamos 4 personas, al menos de forma segura).
Pero lo más relevante fue cuando un auto nos adelantó, y frenando justo delante nuestro, el chófer bajó de su asiento y colocándose de frente a nosotros gritó “finally!” (finalmente).
Se trataba de el egipcio con quien estuvimos hablando durante un tiempo y que nos ofreció quedarnos en su lugar, la casita al otra lado del Nilo había llegado a Luxor.
Compartimos un café (el mejor que probé en el viaje), y esa misma noche nos llevó a comer algo típico a un restaurante local para luego dejarnos en el embarcadero del ferry para que pudiésemos cruzar al otro lado del Río, y continuar nuestro viaje a la siguiente ciudad, a la cual llegaríamos en un bus que salía en medio de la noche.
Nos hizo mucha gracia ver que cuando el ferry ni siquiera había parado del todo, las personas comenzaban a bajar y subir por las “ventanas”, y como el refrán ordena “allá donde vas haz lo que ves” nosotros también entramos por la ventana.
Atravesar el Nilo durante la noche es, si cabe, más mágico que hacerlo durante el día. Las lucesitas al otro lado de la orilla, junto con esa magia que tiene cualquier medio de transporte que se mueva en la penumbra, nos hizo sentir que estábamos en el mejor lugar que podíamos estar en ese momento.
Una breve caminata citadina durante la noche nos hizo descubrir también que uno de los mejores momentos para recorrer Luxor es durante la noche, de preferencia, de un día de semana (en este caso era domingo, el equivalente árabe a nuestro lunes).
La “rambla” estaba llena de personas dedicadas únicamente a disfrutarla, no a ofrecer tours a los transeúntes. Algunos adolescentes aprovechaban a llevar sus cámaras y hacer algunas sesiones de fotos, y algunos turistas caminábamos con la tranquilidad de que podríamos avanzar mas de 1 cuadra sin tener que negar el ofrecimiento de nadie.
Sin dudas, Luxor de noche es algo completamente distinto a lo que es durante el día.
Pero si creíamos que la debacle de Egipto empezaba y terminaba acá, era solo porque todavía no habíamos llegado a Cairo.
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