Zambia fue el primer país donde comenzamos a notar cierta mejoría en aspectos de infraestructura con respecto a los países del norte (exceptuando Egipto). En cuanto al factor social, si bien mejoraba el tema de la insistencia al turista, todavía quedaban cosas por pulir para sentirnos cómodos, como nos lo demostró el primer día que recorrimos la capital, donde conocimos la corrupción africana de la que tanto se advertían los viajeros entre ellos y de la cual no habíamos visto ni rastro hasta entonces.
Visto en retrospectiva nuestro primer día completo en Zambia fue probablemente uno de los más agotadores, mentalmente hablando, porque fue en el que tuvimos que enfrentar corrupción y burlas como nunca nos había pasado en ninguno de nuestros viajes hasta ahora.
Este post, compila ese primer día en el cual, lamentablemente, los focos recaen esta vez en las malas experiencias.
PRIMER ENCUENTRO CON LA CORRUPCIÓN AFRICANA
Después de una reparadora noche de sueño que curó la posición de 90 grados a la que tendía nuestro cuerpo con motivo de pasar 43 horas en un ómnibus maltrecho, salimos a recorrer la capital de Zambia, con un poco de esa emoción que se experimenta cuando comenzás a conocer un país nuevo. Y digo “un poco” porque África nos estaba drenando rápidamente ese entusiasmo que en otros destinos comenzamos a perder mucho más adelante y por motivos probablemente más relacionados al cansancio físico, independiente de la zona que estemos visitando.
Nos gustaría contarte que el primer impacto de la ciudad fue positivo, que vimos cosas lindas y que nos dejaron una buena primera impresión, pero la verdad es que el primer día en Lusaka coincidió con la primera vez que nos topamos con la tan famosa corrupción Africana de la que tanto habíamos oído hablar.
La clásica “el precio del boleto es X x 3”
La casa donde nos estábamos hospedando estaba a las afueras de la zona céntrica, por lo que para llegar teníamos que tomar un mini bus que pasaba cuando quería.
Nuestro anfitrión nos había alertado “no paguen más de 10 porque ese es el precio correcto”.
Con esta información, salimos a la calle a buscar el bus, que interceptamos gracias a que él nos acompañó a donde sería “la parada” (sin ningún tipo de señal que la marcase como tal).
Pagamos al chico que cobraba con un billete de 50, quien nos indicó que nos sentásemos. Esperamos el vuelto durante varios minutos, creyendo que quizás no tenía cambio ya que recién comenzaba el viaje en esa dirección y el bus venía vacío. A medida que fueron subiendo más personas y pagando con billetes de a 10, comenzamos a preguntarnos si sería el cambio lo que estaba esperando el chico que cobraba, o si sencillamente planeaba no darnos el vuelto o lo había olvidado.
Habiendo pasado un tiempo prudente y muchos billetes de 10 por sus manos, nos acercamos y pedimos el vuelto, a lo cual nos devolvió 20 en lugar de 30, cobrándonos 15 en vez de los 10 que todos pagaban. Lo sabíamos, pero esta vez no dijimos nada… por esta vez.
La foto prohibida
Después de haber caminado un poco por la ciudad, tuve la genial idea de decirle a Wa “uy, voy a sacar una foto porque no he sacado ni una en todo el día”.
Íbamos a mitad de cuadra cuando saqué el teléfono y apunté hacia la calle, por donde pasaban los autos.
Apenas saco la foto, un señor que venía caminando delante nuestro en dirección contraria (es decir, estábamos cara a cara) nos pone ojos como platos, se da media vuelta y le hace señas a unas policías que estaban en la próxima esquina, cruzando la calle.
Aunque vimos esto, nunca sospechamos que esos gestos hubieran sido por nosotros.
Cuando llegamos a la esquina, una de las policías se nos para en frente y dirigiéndose a mí, se dio más o menos este diálogo
-¿Qué hiciste?
-¿Perdón, qué?
-¿Qué acabas de hacer?
-Ah, nada, saqué una foto a la calle.
-Pero acá está el Banco Nacional, y está prohibido sacar fotos al Banco Nacional.
-Ah no, pero yo saqué la foto hacia el otro lado, hacia la calle. No quería sacarle al banco.
-Mostrame la foto
Yo, que todavía iba con el teléfono en mano, prendido de un dedo por una argolla que uso a modo de prevención ante caídas y robos, extendí el aparato hacia ella mostrándole la foto, y al ver que ella intentaba agarrarlo y no podía porque yo lo tenía enganchado en la mano, tuve la genial idea de sacarme la argolla del dedo y entregárselo. Craso error.
La policía miró la foto y otro diálogo, aun más inverosímil, volvió a desarrollarse:
-En la foto se ve la esquina del Banco, eso no se puede hacer.
-Pero no se ve el banco, es la esquina de en frente.
-No se puede, no puede aparecer en la foto.
-Bueno… puedo borrar la foto.
-No es suficiente, porque las cámaras de seguridad ya te captaron sacando la foto -dijo, señalando unas cámaras ubicadas de forma tal que filmaban esa misma esquina donde estábamos hablando, aunque no apuntaban hacia donde estaba yo cuando saqué la foto, es decir media cuadra atrás.
Seguí intentando razonar con la oficial de policía mientras ella seguía sosteniendo mi teléfono.
-Bueno, pero puedo borrar la foto en frente a las cámaras y ya está.
-No, las cámaras ya te captaron, tenemos que retener tu teléfono. Vení para acá.
Y me llevó con su compañera, que apoyada contra la pared del edificio de la esquina recibió mi teléfono y colocando las manos en su espalda lo sacó de mi alcance. Acto seguido nos dijo que nos colocásemos a la vuelta de la esquina, curiosamente, donde las cámaras de seguridad no podían enfocarnos. De esta manera, mi cara quedaba muy cerca de la nuca de esta segunda oficial, pero mi imagen no era tomada en las cámaras. En ese momento yo creí de todo corazón que estaban haciendo eso para poder saltarse el “procedimiento” y darme el celular a escondidas, es decir, que la segunda oficial, la que tenía mi teléfono en las manos que estaban a su espalda, iba a pasarme el teléfono por lo bajo para no ser captada por las cámaras, y que de esta manera yo pudiera irme con mi teléfono sin problemas y que ellas no salieran mal paradas por “no cumplir con su deber”. Realmente creí su versión y creí que eso era lo que estaba pasando. Boba o ilusa, decime como más te parezca, creo que me lo merezco.
La conversación continuó con la nuca de la otra policía, mientras la gente pasaba a nuestro lado y no se inmutaba de nada.
La segunda oficial habló por primera vez:
-Podés pasar a buscar el teléfono dentro de una semana, el próximo lunes.
Mis ilusiones de estas oficiales caritativas que no querían hacerme pasar por un engorroso procedimiento burocrático para recuperar el teléfono se habían esfumado en un segundo.
-Pero no vamos a estar tanto tiempo en la ciudad -dije, sabiendo que había chances de que estuviésemos aún allí el próximo lunes pero sin intenciones de dejar el teléfono con ellas ni un solo día, y acercando más mi cara a su nuca le dije -no vamos a estar el próximo lunes.
-¡Atrás! -dice ella, nerviosa, al sentir que mi cara se asomaba a la esquina, y por tanto, quedaba al alcance de las cámaras de seguridad -Esto lleva un procedimiento, sólo va a estar listo el próximo lunes.
-Pero ¿no podemos hablar con alguien para que sea más rápido?
Ese era el Abracadabra que estaban esperando. La desesperación, la imploración, el “debe haber algo que podamos hacer” dicho con las palabras que sean.
-Sí, podemos hablar con la encargada para que ella te entregue el teléfono hoy mismo.
-Ah, sí claro, muchas gracias. ¿Dónde podemos hablar con ella? -dije, recuperando mi fé en la humanidad y tomando cartas en el asunto.
Unos segundos de silencio incómodo después…
-¿Cuánto están dispuestos a pagar?
-¿Cómo?
-¿Qué cuánto dinero están dispuestos a pagar para tener su teléfono en el día?
Una vez más, las ilusiones de bondad se habían esfumado. Dos veces en menos de 3 minutos era más de lo que podía soportar, y mi cabeza, que recién se estaba dando cuenta que nos estaban intentando coimear, intentaba descifrar a mil por hora la elección de palabras correctas. Y es que nosotros no éramos el tipo de turista al que quizás las oficiales estaban acostumbradas, aquel que prefiere arreglar todo con dinero y salir del paso rápidamente, por muy injusta o corrupta que sea la situación. Nosotros íbamos a dar pelea. Además, aunque no es usual verme “saltar” ante algo y ponerme firme con una negativa, es en estas situaciones de “injusticias” donde yo me cierro y me niego en rotundo como aquella vez en Belice.
Suelo ponerme firme, sí, pero esta vez todavía estaba débil ante la sorpresa de la coima, y aunque no iba a dar el brazo a torcer, sólo atiné a hablar con tono de gatito de Shrek:
-Pero no podemos pagar… no gastamos mucho dinero.
-Si no pagan, no podemos hacer nada.
Acá fue donde Wa, que hasta entonces no había participado en el diálogo decidió intervenir con un comentario breve pero muy acertado, y tomando esa actitud firme y decisiva de la que yo no fui capaz esta vez, iba a llegar mucho más lejos que mis balbuceos implorantes.
-No hay problema, lo arreglamos con la policía. Voy a la policía.
Y se alejó rápidamente, dejándome con las oficiales que aunque enseguida dijeron que no y atinaron a detenerlo para que no se fuera, el fue más ágil y desapareció entre la gente.
En ese momento entendí cual era el plan, y me puse en el papel que debía haberme puesto desde un principio. Sin dudas la decisión de Wa y esta nueva actitud que adquirí fueron clave para dar vuelta el tablero. No es que yo sea muy buena actriz, pero tenía que intentar serlo ahora, así que activé una actitud despreocupada cuando la primer oficial que me habló se acercó y olvidándose de las cámaras me dijo:
-¿El es tu pareja?
-Si, es mi pareja.
-¿A dónde fue?¿Qué fue a hacer?
-Ah nada -dije, mientras me miraba las uñas con aire despreocupado- fue a buscar a un oficial de policía o a hablar con la embajada de nuestro país, para ver qué podemos hacer sobre esto…
-¡No no! -se desesperó la oficial- ¡Que no vaya! Llamálo por teléfono, decile que vuelva.
Fue entonces cuando ella cometió un error, el mismo que yo había cometido minutos atrás: sacándole mi teléfono de las garras a su compañera, me lo entregó, a la vez que me ordenaba que lo llamase.
Una vez con el teléfono en la mano, continué:
-Pero el no tiene chip de Zambia… no puedo llamarlo.
-Llamalo, llamalo… -dijo ella, sin querer entenderme, pero no sin antes advertirme algo- pero no borres la foto.
-Bueno… lo voy a intentar.
Disqué su número de teléfono uruguayo sabiendo que no tenía sentido alguno, no sin antes borrar inmediatamente la foto de la discordia. Cuando la operadora me informó que esa llamada no podía realizarse fue justo cuando ella me preguntó ansiosa si había podido comunicarme con él.
-No, no pude. No tiene chip de Zambia, así que no puedo llamarlo.
-Pero no borraste la foto ¿verdad?
-Ah si, aproveché a borrarla -dije muy suelta de cuerpo, como si hubiera hecho algo beneficioso para todos.
La oficial se puso aún más nerviosa.
-¡No! ¿Qué hiciste? Ahora si tu novio viene con un policía vamos a quedar como unas mentirosas, porque la foto no va a estar.
-No te preocupes, puedo decirle que fue un malentendido -dije, mientras por dentro pensaba “nada de esto hubiera pasado si no hubieran intentado coimearnos”.
Ella insistía que eso no iba a funcionar, y con los nervios a flor de piel vimos aparecer a Wa entre la muchedumbre, en un tiempo que duró no más de cinco minutos, pero que se sintió mucho más largo (sobre todo para ella).
Para su tranquilidad, venía solo.
En el segundo que demoró ella en estar a su lado, el me dijo en español que no había encontrado la policía, pero enseguida lo tranquilicé diciéndole que tenía el teléfono.
La oficial se acercó y me pidió que le mostrara la galería de fotos, para corroborar que realmente había borrado la foto. Esta vez no solté el teléfono y no saqué la argolla de mi dedo.
Habiendo corroborado que no había foto, la oficial nos dijo que recordemos que no se puede sacar fotos a edificios estatales, y nosotros, afirmando con una sonrisa indisimulable en los labios, nos despedimos de ella y continuamos nuestro paseo por Lusaka.
Victoriosos y todo, nos quedó un mal sabor de boca durante el resto de la jornada que no me dejó tomar fotos con tranquilidad (de hecho, apenas tomé alguna) y preferí esquivar la acera del Banco Nacional por varios días más.
CORRUPCIÓN APARTE… ¿QUÉ ONDA CON LUSAKA?
Como se mencionó anteriormente, Lusaka fue probablemente la primer ciudad Africana en la que sentimos que podíamos caminar un poco más libremente sin preocuparnos demasiado por ser atosigados con vendedores (pero cuidando de no sacar fotos a entes estatales, ni cerca de oficiales de seguridad de ninguna índole).
Todo en la ciudad se sentía un poco más familiar, una comodidad que en cierta manera recordaba un poco a algunas zonas de Sudamérica.
Fue acá donde vimos por primera vez el que sería uno de nuestros grandes amigos en el centro-Sur de África, y probablemente el de cualquier mochilero de bajo costo: el supermercado Shoprite.
El mejor amigo del mochilero
Ya mencionamos que comprar en supermercados es la mejor manera que encontramos de asegurarnos pagar el precio justo y no “precio turista”, por lo que cualquier supermercado se convierte automáticamente en nuestro compinche y buen amigo en África, pero el Shoprite sería uno de los más económicos y que veríamos de Zambia hacia abajo.
Además, pronto descubriríamos que si bien la comida preparada no igualaba los precios callejeros (normalmente más bajos) ni probablemente el sabor, aseguraba una comida medianamente decente por el mismo precio que cualquier ciudadano africano pagaría, es decir, ni nos iban a cobrar de más por ser extranjeros, ni sería un precio desorbitadamente más caro ya que muchos trabajadores compraban su almuerzo allí, por lo que los precios no podían ser extremadamente elevados.
Hicimos nuestras clásicas comparativas del precio del agua y la Coca Cola, y descubrimos una vez más que Uruguay sigue siendo el país con el agua más cara que hemos visto jamás: en Zambia al año 2023 un litro de agua costaba 6 Kwacha, es decir menos de 20 centavos de dólar (unos 8 pesos uruguayos a 2023) mientras que los 5 litros costaban 28 kwacha, poco más de 1 dólar.
En cuanto a la Coca Cola, con un dólar podías comprar 2 litros.
Calles de Lusaka
Dicho lo dicho, las calles de Lusaka no fueron algo particularmente memorable, más allá de esa tranquilidad inesperada y agradable de la que gozábamos al caminar por sus calles.
En cuanto al resto, nada que no hayamos presenciado ya en Kenia o Tanzania: vidrieras con celulares que parecían traídos del 2010, carteles de brujos ofreciendo dudosos servicios, mujeres con baldes en la cabeza y un manejo envidiable del equilibrio, siempre bien combinado con un movimiento de caderas que desafía cualquier norma de la gravedad, puestitos callejeros con productos esperables y otros no tanto como aquellos gusanos que intenté comprar pero el precio me pareció excesivo (ya volveremos a ellos más adelante en el blog).
La calle de las tiendas de automotoras fue quizás de las más interesantes que visitamos por ser algo que uno nunca espera estar recorriendo mientras se está de viaje (sin vehículo propio, claro está). De alguna forma uno se siente mimetizado con la sociedad. Aquellos que regentaban las tiendas nos ofrecían “el precio correcto” a los gritos, pero sin insistir; evidentemente que una persona claramente extranjera pague “el precio correcto” es tentador por la rareza que hay en ese acto, y ellos lo saben.
No hay realmente nada más que contar sobre la ciudad de Lusaka que haya resultado especialmente llamativo en nuestros paseos por ella… salvo aquel bus en donde fuimos objeto de burla.
OBJETOS DE BURLA
Y, aun así, seguimos insistiendo en que “Zambia fue mejor que Kenia y Tanzania en cuanto a atosigamiento”. Esto te puede dar la pauta de cómo sería el nivel de estos dos países en ese aspecto.
Luego de nuestro primer día en Lusaka, aquel donde comenzamos con un cobrador de bus que no nos quería dar el vuelto y que cuando lo hizo nos cobró de más, siguiendo por una oficial de seguridad que no quería devolvernos el teléfono a menos que desembolsáramos algunos billetes, hubiera sido casi surrealista no terminarlo con una situación similar.
Deseable, claro que no. Esperable, probablemente.
Mientras dimos con un lugar donde tomar un bus que nos sirviera para volver a donde nos quedabamos, aprendimos el nombre del barrio que debíamos mencionar para preguntar a los conductores de bus.
Cuando finalmente encontramos un lugar donde los mini buses se detenían a levantar pasajeros, consultamos con el chico cobrador y nos dijo que sí iba hasta allí, y que costaba 15 kwacha cada uno (mientras que nosotros sabíamos que el “precio correcto” era 10).
Le dijimos que sabíamos que el precio era 10, pero insistió con los 15. Cedimos, ni me preguntes por qué, no lo sé.
Resulta que a veces te hacen subir y luego el chico cobra a todos los pasajeros juntos, y eso fue lo que sucedió esa vez, por lo que nos sentamos adelante del todo, y esperamos, mientras observábamos que todas las demás personas pagaban 10.
Cuando llegó nuestro turno, pagamos con dos billetes de 20, por lo que debíamos recibir 10 de vuelto (bueno, si pagásemos la tarifa que todos pagaban tendría que haber sido suficiente con un billete de 20, pero ya saben…). El chico cobrador acomodó los billetes de 20 en el montón de billetes de 10 que tenía en la mano, y continuó cobrando a otros pasajeros. Fue Wa el que reaccionó primero, solicitando el vuelto. Al igual que su colega del mini bus de aquella mañana, este muchacho también parecía haber “olvidado” que nos tenía que dar dinero de vuelta, a pesar de tenernos a menos de un metro de distancia frente a frente y con una mano llena de billetes de 10.
El chico le respondió a Wa (en inglés siempre) que el boleto costaba 20, aumentando aun más el precio ya de por sí aumentado que nos habían dado antes. Porque sí, porque ¿por qué no?
Fue acá cuando vi de forma más impulsiva que nunca la transformación de Wa Jekyll en Wa Hyde.
Sin mediar más palabra, arrancó los dos billetes de 20 de la mano del cobrador, y le dijo que detuviera el bus que nos íbamos a bajar, porque ese no era el precio que nos habían dicho.
El muchacho puso los ojos como platos. Quizás no solo no esperaba esa reacción, sino que creo que no concebía la idea de un turista que no aceptara sumisamente pagar más de lo debido y que “luchara” por lo que le correspondía, en vez de elegir el camino fácil de la sumisión, aquel que ya habíamos elegido al aceptar pagar 15 en lugar de 10.
Y si bien nosotros llevamos un presupuesto apretado, en estos casos lo que hace enojar no es tanto la diferencia de dinero, sino esa actitud de cobrar de más a los turistas por el simple hecho de no conocer los precios locales o considerar que “si están turisteando no les va a importar pagar más”.
Un tema de ser justos, básicamente.
Puedo entender que arrebatar el dinero de la mano y pedir para bajarse pueda sonar exagerado, pero poniéndose el lector en contexto no solo de esta situación aislada del bus (que ya sería suficiente para reaccionar de esta manera) sino además de los antecedentes que habíamos tenido ese día en Lusaka, creo que no es difícil de comprender.
Luego de que Wa le arrebatara los billetes de la mano, el chico se rió nerviosamente y luego de buscar aprobación en la mirada de los pasajeros que observaban lo sucedido con atención, dijo que “ok, ok 15”, por lo que el dinero volvió a su mano y el vuelto esta vez sí apareció en la mano de Wa.
Si esta situación ya podía ser suficiente para sentirnos incómodos durante todo el viaje, la cosa se puso aún peor.
El muchacho cobrador, además de cobrador tenía alma de stand-up, y se pasó gran parte del viaje haciéndole burla a Wa con el gesto de quitarle los billetes de las manos, a la vez que hablaba en el idioma local de forma notoriamente burlona. No es necesario saber un idioma para entender cuando alguien se burla de vos.
Además, esta burla quedaba clara cuando hacía el gesto de arrebatar los billetes mientras comentaba algo que no podíamos entender, y todos los pasajeros se reían. Aquellos sentados adelante volteaban entre risitas a ver a Wa que iba sentado en medio del bus haciendo caso omiso.
Esta escena se repitió varias veces durante el viaje.
La cosa empeoró cuando vimos que el bus no iba por donde nos habían dicho que iría, y no estaba llegando a la zona que nosotros teníamos que ir, a pesar que el chico nos había dicho que sí llegaba hasta allí.
Fue así que dejando de lado el orgullo y luego de más de 20 minutos de viaje, le mostré el mapa de mi teléfono al chico donde tenía marcado hacia dónde íbamos, para que nos asegurase que estábamos en el bus correcto. Se mostró perdido, y consultó con una chica de aspecto tímido que iba sentada adelante. La pobre muchacha que no hablaba inglés le dijo algo al chico, que él nos tradujo como que ella nos avisaría cuando debíamos bajarnos.
Acto seguido, me pareció que lo que sucedió es que el chico cobrador le hizo alguna broma a la chica, haciendo referencia a Wa, porque escuché la palabra “money” mientras señalaba a Wa, luego nuevamente el gesto de quitar billetes de la mano, y risitas de los pasajeros, seguidos de miradas hacia el (la misma chica se dio vuelta a verlo con una sonrisa tímida, evidentemente incómoda con la situación).
Si me preguntan a mí, el chico quizás le insinuó algo así como “no tengas esperanza ayudando a este extranjero porque no tiene mucha plata, evidentemente”.
Claro que estas son puras especulaciones, pero por cómo se dieron las cosas, pareciera haber sido una broma del estilo.
En algún momento del viaje, el cobrador se sentó al lado mío y me convidó con choclo (lo cual negué dando las gracias) mientras me decía algo del mapa y de que no había sido una forma de reaccionar muy buena la de Wa, que estaba loco. Yo estaba bastante incómoda con toda la situación e intenté no darle mucha charla ni ser tampoco descortés, no iba a darle la razón, pero tampoco quería empeorar las cosas.
Finalmente llegamos al destino (la chica que nos iba a avisar se bajó antes) que resultó ser una zona oscura con unas pocas casas al costado de la ruta, y un largo trecho en las penumbras que nos separaban de la casa donde nos estábamos quedando.
Tuvimos que recorrerlo a pie, al costado de la calle, con la única luz de algunos autos que pasaban cada tanto iluminando un poco el suelo.
Esta vez sí nos sentimos inseguros, pero no había más opciones, no íbamos a esperar otro mini bus, no ese día. Ese día ya teníamos bastante de mini buses, de vueltos no dados y de burlas.
Había sido la primera vez en nuestros viajes donde intentaban coimearnos, y la primera en la que fuimos objetos de burla para una pequeña multitud. Y ambas situaciones fueron, a nuestro criterio, injustas.
Ese día queríamos confundirnos entre los locales y que nadie más notara que no éramos de ahí.
Pero ahora había que volver a la casa.
Mañana sería otro día.