¿Viste esa colita que tiene México? ¿Ese pedacito de tierra casi desprendida del continente? Bueno, eso es Baja California, y después de Guadalajara, era nuestra equis en el mapa.
La curiosidad de recorrer ese cachito del país del que no habíamos escuchado casi nada se subsanaba visitándolo. Muchas veces habíamos oído el nombre de ciudades como “Monterrey”, “Chihuahua”, y algunas más allá arriba, al norte del país, pero realmente nadie nos había hablado de Baja California y aunque siempre valoramos las recomendaciones, queríamos conocer a la ignorada del grupo. De alguna manera, parecía diferente.
En esta ocasión, también optamos por volar.
La opción por tierra implicaba llegar a dedo primero a la zona fronteriza con EE.UU., donde “entraríamos” en la patita, de ahí seguiríamos a dedo hasta la punta, yendo al Sur, para luego volver a subir hasta la frontera nuevamente. En conclusión: nos llevaría muchísimo más tiempo y pasaríamos por las mismas zonas 2 veces (porque además, en muchas partes de Baja California solo hay una ruta).
La otra opción era cruzar en bote, pero tomando en cuenta que necesitaríamos varios días por tierra para llegar al lugar desde donde salen los botes (lo que implica gastos de alimentación), y que el precio del susodicho era todavía más caro que el precio del boleto de avión, no tuvimos que pensarla demasiado.
BAJA CALIFORNIA SUR
El manto verde que se dejaba ver desde las alturas cuando dejamos Guadalajara, era muy distinto al que aparecía debajo nuestro cuando estábamos a punto de aterrizar en el estado de Baja California Sur.
Un suelo marrón, donde los cactus casi suplantaban cualquier otra forma de vida vegetal era el paisaje que veríamos durante varios kilómetros de recorrido.
La lluvia era una visitante poco común por estas tierras, alguien a quien esperaban con ansias, pero a su vez con miedo, sobre todo en Los Cabos, pero que no pudo resistirse a nuestra presencia.
Baja California Sur va desde la puntita de la península, y llega hasta apenas unos 6 kilómetros más al Norte en línea recta (11,5 por ruta) de la ciudad de Guerrero Negro, donde da lugar al estado de Baja California.
DEL AEROPUERTO DE SAN JOSE DEL CABO, A LA CIUDAD… PERO MÁS BARATO.
Una vez bajamos del avión, nos encontrábamos en ese terreno aeropuertil todo es más caro y del cual cuesta salir sin gastarte unos pesos que no pretendías usar (y por si te lo estabas preguntando, no, la palabra “aeropuertil” no existe, me la acabo de inventar).
Pues bien, para evitar eso, salimos caminando del recinto del aeropuerto, evitando los ofrecimientos de taxi, hasta que dimos con la ruta.
Pero allá no se terminaba la historia.
Queríamos llegar a la ciudad San José del cabo, lugar que nos quedaba a unos 14 kms del aeropuerto; al encontrarnos en un terreno desértico y periférico de la ciudad, la idea era conseguir un bus local que nos transportara esos pocos kilómetros que nos separaban del centro de la ciudad.
Nos habían dicho que desde el aeropuerto salía uno que podía dejarnos directamente en el centro de la ciudad, pero costaría unos 80 pesos mexicanos cada uno (alrededor de 4 dólares por persona, en aquel entonces). Nos pareció demasiado caro, queríamos algo local. Queríamos saber qué bus se tomaba la empleada del Oxxo que estaba afuera del aeropuerto, ése era el bus que buscábamos y la tarifa que probablemente estábamos dispuestos a pagar.
Ignorando los consejos de tomar el bus del aeropuerto, nos metimos al Oxxo y con la excusa de comprar algo de tomar, le preguntamos a la chica que atendía en la caja cuál era el bus que se tomaba para volver a su casa. Nos dijo que detrás de una estación de servicio, la única a la vista, pasaban unos buses que costaban 13 pesos, y que llegaban hasta el centro.
Siempre es bueno consultar con la gente local… sobre todo la que está alrededor del lugar más obvio, la que no está intentando venderte el boleto del transporte.
SAN JOSE DEL CABO
Los Cabos es el nombre del estado más al Sur de Baja California, la punta de la colita de México, siendo San José del Cabo la cabecera municipal, aunque no el lugar más popular.
Llegamos a la ciudad sin saber nada de él, como a nosotros nos gusta, y nos encontramos con otro Cancún, pero más sosegado.
Y no solo eso, sino que en la casa donde nos quedamos durante algunos días se estaba quedando también un argentino, así que el recibimiento incluía mate, aquella infusión tan típica del Río de la Plata, pero de la cual justamente nosotros, y a riesgo de que algún compatriota nos apedree en la calle, no somos asiduos.
Aún así, tomar mate sonaba tanto a estar en casa, que aunque uno busque conocer nuevas culturas, siempre es lindo cuando algo te vuelve al hogar, aunque sea por unos minutos.
Confieso que el que tomó fue Wa, mientras yo solo sentía el olor de la yerba y rememoraba momentos en alguna cocina del paisito.
No se asusten… es gripe (creo)
Cuando llegamos a San José del Cabo, estaba terminando febrero del 2020 así que las noticias sobre el virus que más adelante boicotearía los pocos planes que tenemos (los nuestros y los de mucha gente) recién comenzaban a inundar los medios de comunicación, lo suficiente para que cualquier persona te mirase mal si tosías… así que admitir que estaba con dolor de garganta y estado febril en aquellos días era un riesgo importante.
Durante el vuelo en avión me habían empezado a doler muchísimo los oídos, cosa que aunque sé que puede suceder a determinada altura, a mí nunca me había pasado.
Al día siguiente de haber llegado a San José del Cabo yo ya tenía dolor de garganta. No era el dolor de las clásicas llagas, sino un dolor cerrado, que a veces me impedía respirar bien. A eso sumale una fiebre pasando encima de los 38°C.
La verdad es que por aquella época y en aquella zona, si bien ya sonaba el tema, estábamos todos en ese momento de no entender bien qué estaba pasando, cuáles eran exactamente los síntomas, o qué tan contagioso podía ser. Ya había un poco de “alerta” entre la gente, había menos turistas de lo normal (según nos dijeron), pero todavía no se vislumbraba bien la magnitud que más adelante se hizo evidente.
De hecho Wa siempre estuvo conmigo y no se contagió, así que no creemos que fuese más que un ataque de garganta.
De todas formas, por prevención (y porque yo no valía dos pesos) nos quedamos unos días encerrados en modo “reposo” hasta estar mejor.
Con medicamentos para bajar la fiebre en pocos días ya no tenía temperatura y con otros remedios para desinflamar la garganta, a medida que fuimos subiendo en Baja California fui mejorando (como siempre, la tos es lo último en irse).
Días después todo estalló.
Pero si estás leyendo esto ahora, o si viviste el 2020, ya sabés de qué hablo.
Solo digamos que no es la mejor época para enfermarse (y menos viajando al mismo tiempo).
El dormitorio de Los Cabos
Podríamos decir que los Cabos en general, se sentía demasiado yankee para ser México, y demasiado México si fuese estadounidense, sensación que viviríamos nuevamente en Tijuana, pero más plastificado. Pero para eso todavía falta.
Caminamos por barrios que parecían sacados de una película Hollywoodense, con sus casitas de 2 pisos y techos a dos aguas, y su jardín pulcramente mantenido por un jardinero evidentemente latino mientras los dueños de la casa llenaban su camioneta con matrícula Californiana (sí, a veces estos estereotipos también se cumplen).
Y no era cualquier camioneta la que llenaban, no no no, era un jeep, porque si algo descubrimos es que los norteamericanos que se instalan en esta zona de Baja California aman los Jeeps (y acá tenemos un punto en común).
Dejando atrás la zona residencial, a medida que nos acercábamos al centro, comenzaban a verse pequeñas estanterías de varillas de acero sobre la vereda, en cuyo interior se apilaban varios ejemplares de “Gringo Gazette”, una especie de periódico quincenal creado en Baja California pensado para aquellos que venían del vecino país.
Obviamente estaba en inglés, y mostraba noticias del estilo de “11 tips que debes seguir cuando te ves involucrado en un accidente automovilístico en México” (WTF).
En principio nos llamó la atención que estas “estanterías” estuviesen en la calle, no por el hecho de ser ejemplares gratuitos y que aún así no sufrieran vandalismo y que todos los ejemplares disponibles estuvieran en buen estado, sino por el hecho de que estas estanterías no tuviesen techo y estuvieran ahí, a la intemperie.
Cuando nos dijeron que en la zona de los Cabos llueve unos 11 días al año, todo tuvo sentido.
Eso sí, cuando llueve, llueve de verdad, y con unos vientos y un caudal para que los vestigios de esa tormenta sean recordados por el resto del año… “si va a llover, que llueva bien” dice la rosa de los 4 vientos y en complicidad con las nubes, se montan una escena para que ningún habitante de Los Cabos las olviden… hasta sería capaz de decirte que esto es algo que se da en prácticamente toda Baja California Sur.
Nos contaron de tormentas tan grandes que tiraban abajo casas, o en el mejor de los casos, apenas llegaban a destruir bancos, tirar abajo árboles, o inundar casas. Eso, si eras muy afortunado y tu casa está construida a conciencia de estos altercados meteorológicos.
Lidiar con los huracanes es el precio a pagar de parte de los habitantes de zonas tan paradisíacas para aquellos amantes de la playa.
Por su ubicación son muchos los huracanes que van a parar a Baja California, los cuales generalmente se forman en la parte oriental del Pacífico Norte, y se van moviendo al Oeste-Noroeste, hacia aguas del Pacífico. Lo malo es que a veces, alguno de estos huracanes, que van tomando fuerza en el camino, se desvían hacia el Norte-Noroeste, y acá es cuando estampan de lleno en la zona de Baja California.
De hecho, y a pesar de las prevenciones que nos puede dar la meteorología, varios fueron ya los huracanes violentos que han afectado la zona, cargando no solo afectos materiales sino también vidas humanas en su pasaje por tierras mexicanas.
Claro que la época de huracanes no sería precisamente el mejor momento para visitar Baja California, así que no queremos olvidarnos de aclarar que eso suele suceder entre los meses de Junio y Noviembre inclusive.
Y no podemos dejar de mencionar, que aunque en ésta ciudad cae agua del cielo únicamente 11 días al año, y a pesar de todavía no estar en épocas de lluvias, nuestros poderes chamánicos de invocación implícita a la lluvia, aquellos que descubrimos en Chile, volvieron a hacer acto de presencia en San José del Cabo, donde para sorpresa de los locales, nos repetían en varias oportunidades “no es normal que esté lloviendo ahora… que raro”. Nosotros nos reíamos por dentro… raro no, es nuestra carta de presentación cuando llegamos a zonas donde “casi nunca llueve”.
Llegué a la playa… ¿y ahora cómo salgo?
Eso fue lo que nos preguntamos cuando pudimos finalmente plantar pies en la playa, pero antes de eso tuvimos que buscar la manera de entrar.
Después de caminar bordeando la costa, seguíamos sin encontrar una entrada oficial que nos permitiera pisar esa arenita y esa agua azul que solo veíamos a la distancia. O había edificaciones, o había rejas, o un tejido metálico que no nos permitía ir más allá.
Cuando estábamos caminando a un lado de uno de estos tejidos, vemos a un señor que venía caminando desde la playa en dirección a la calle, y aminoramos la velocidad para ver como se las arreglaba para pasar a través de esa barrera metálica que le bloquearía el paso en breve.
No se hizo mucho problema, agachándose con cuidado, pasó entre medio de los alambres de pinchos con la agilidad de una gacela.
-Disculpe, ¿se puede pasar por acá? -preguntamos, sabiendo que obviamente, si el lugar está cercado con un tejido de púas es porque alguien no quiere que uno pase.
-Sí sí, por ahí pueden pasar -dice el señor, señalando los alambres entre los cuales el pasó, como si fuera algo totalmente lógico meterse en la propiedad privada de alguien.
Bueno, si él lo dice ¿quiénes somos nosotros para contradecir al buen hombre?
Allá cruzamos la cerca, ante la mirada de un señor que se encontraba dentro de esa “propiedad privada” cuidando caballos. Nosotros pensamos que si este hombre era el dueño de aquello y no quería que la gente pasara, le hubiese dicho algo al señor, y nos lo diría a nosotros, así que muy tranquilos pasamos caminando a su lado, y le dimos los buenos días con una sonrisa Colgate, como quien no acaba de saltar un tejido e invadir terreno ajeno.
Si estábamos haciendo algo mal, él era el indicado para avisarnos, pensamos, pero muy por el contrario, el señor nos saludó sonriendo.
Pobres de nosotros que no supimos predecir que, si había sido difícil “entrar” a la playa, también lo sería salir, pero con el punto en contra de estar al rayo del sol, y caminando sobre arena.
Igual, te digo una cosa, aunque lo hubiésemos predicho, no nos iba a detener en nuestro deseo de conocer las playas de San José del Cabo.
Caminamos por la orilla durante un buen rato, con el sol cocinándonos la piel a fuego lento, y cada tanto echando una mirada a otra de esas cosas que nos recordaban tanto a Cancún: zonas de playa “privadas”, exclusivamente de los cientos de hoteles que cubrían la costa.
En realidad, no era más que un espacio de playa delimitado por cercas a la altura de las rodillas, donde la gente se acomodaba, y veía a los que estábamos junto a la orilla como si fuésemos el último piojo en el mundo… o a lo mejor sólo era el sol que les hacía fruncir el ceño.
Después de un tiempo considerable caminando en línea recta, nos pareció buena idea salir del horno y buscar algún lugar de sombra para descansar, y acá fue cuando se nos presentó el inconveniente que da subtítulo a este escrito… ¿por dónde salimos?
Resulta que todas las salidas que veíamos implicaban meternos dentro de algún hotel para atravesarlo por dentro, o a través de su jardín y así llegar al otro lado.
La entrada clandestina del señor de los caballos estaba ya muy lejos, así que después de caminar un rato buscando desesperadamente una salida, preguntando a los mozos de los restaurantes, llegamos a una entrada que parecía ser de un hotel pero se veía desolada, así que allá nos metimos… si yo te digo que ese día nos tomamos eso de invadir propiedades privadas muy en serio (no sigan nuestro ejemplo, no queremos convertirnos en esas personas violadoras de la ley que se creen más vivos por ello, ni nada por el estilo).
No habíamos caminado ni 20 pasos cuando un chico nos llama, y con toda la amabilidad que suele tener la gente en México lindo, nos dijo que por allí no se podía salir, recomendándonos una de las 3 salidas públicas de la playa.
Sí, leyeron bien, 3.
Había solo 3 partes por las que un simple mortal, sin ser huésped en ninguno de los hoteles que se levantaban sobre la playa, podía acceder. Y estamos hablando de una playa que se extiende por varios kilómetros.
¿Pero cómo? ¿No nos habían explicado, cuando llegamos a Cancún, que el nuevo presidente había declarado que las playas eran de acceso público y no podían tener más zonas privatizadas?
Bueno no sé, andá a decírselo a los dueños millonarios de esos hoteles. Alguna cláusula descuidada en la letra chica habrá encontrado, que querés que te diga.
Sólo voy a acotar, que después de caminar por más rato del que hubiésemos querido, llegamos a una de las 3 entradas/salidas de la playa, y escapamos, para ya nunca más volver.
Paseo del Arte y las Galerías
El centro de San José no nos había parecido un lugar especialmente llamativo, pero cuando nos comentaron que los martes y jueves en la noche las calles de la zona histórica se convierten en peatonales, donde los artistas exhiben sus obras, y las galerías permanecen abiertas hasta más tarde, nos pareció considerado de nuestra parte darle una chance nocturna a la zona, y allá nos fuimos.
Vagos como somos para tomar buses, caminamos y caminamos, a una temperatura agradable que hacía el paseo más llevadero.
Nos encontramos con un panorama mucho mejor del que habíamos vaticinado, ya que habiendo visitado la zona durante el día sin encontrar mayores atractivos no esperábamos magia, pero afortunadamente, el lugar nos abrazó con una calidez inesperada.
Las luces de la plaza iluminando los cuadros, la música callejera, y las danzas típicas nos hicieron sentarnos en un banco a disfrutar con el único fin de absorber el ambiente en un momento de detenimiento.
Las conversaciones con los locales comenzaban en inglés, y terminaban sorpresivamente (para ellos) en español, y la música venía de todas partes.
Los ya clásicos banderines de colores decoraban una de las peatonales empedradas, y aunque nada de esto era nuevo para nosotros (este tipo de ambiente lo encontramos repetidas veces en este viaje) nos resultó una agradable sorpresa encontrarlo allí, donde creíamos que no estaba.
Alguien reconoció la remera de Wa, y empezó a gritarnos “Uruguay” a lo lejos, mientras Wa se daba vuelta y sonriendo saludaba como una quinceañera.
De hecho, luego nos daríamos cuenta que Baja California Sur es, aparentemente, uno de los puntos favoritos para los uruguayos que migran a México. Pero ya te contaremos de eso en la próxima entrada de la web.
CABO SAN LUCAS
Si San José del Cabo es donde los turistas Norteamericanos tenían sus casas de verano, Cabo San Lucas era donde se iban de fiesta antes de caer rendidos en sus dormitorios de la ciudad vecina.
¿Podríamos entonces decir que San José del Cabo era una ciudad dormitorio? ¿Algo así como lo que pasaba en la Laguna de Atitlán, con San Juan la Laguna y San Pedro?
Probablemente.
Estuvimos apenas unas 3 horas en la ciudad, y para nosotros, no solo alcanzó sino que sobró para verlo todo (o al menos, todo lo que pudiera verse a nuestro criterio, durante el día).
Como esta era la zona de preferencia para hacer vida social por los turistas, acá el uso del idioma inglés era todavía más chocante que en San José. Todos los vendedores nos hablaban en inglés tratando de vendernos sus productos, los carteles de los locales estaban casi exclusivamente en inglés, y cómo será la cosa que cuando quisimos conectarnos al wifi gratuito de una plaza, llenando un escueto formulario que nos permitiría unos minutos de conexión, sólo pudimos completar el proceso si en el apartado de “país de origen” poníamos U.S.A., ya que si marcábamos cualquier otro país -México inclusive- el formulario daba error y no podíamos conectarnos a la red wifi. Parecía que no sólo el idioma de los vendedores y los carteles de los locales estaban diseñados pura y exclusivamente para ciudadanos estadounidenses, sino también el wifi gratuito de la plaza.
En un momento pasamos frente a una especie de casino (o eso parecía) y uno de los muchachos en la entrada que intentaban incentivar a las personas que pasaran frente a él, intentó persuadirnos cuando nos vio venir, pero apenas pasamos por su lado de manera que el veía ya nuestras espaldas, comenzó a llamarnos en español.
La remera de Uruguay de Wa volvía a surtir efecto.
-¿Son de Uruguay? ¡Yo soy Argentino! ¿Todo bien che?
El muchacho estaba emocionadísimo de encontrarse un vecino en aquellas tierras, y aunque el diálogo fue corto, la despedida fue con abrazo incluido.
Te pongo la iguana en la cabeza
Sin lugar a dudas, el puerto de Cabo San Lucas era de los lugares donde más se concentraba el turismo, y esto es debido a los paseos en botes que llevan a los visitantes a las playas más conocidas de todo Baja California… pero ya llegaremos a eso.
La verdad es, si uno es capaz de neutralizar el sonido de las voces apabullantes de los vendedores intentando enchufarnos un tour, el paseo por el puerto es interesante. Y lo digo sabiendo que para ellos tampoco debe ser agradable ser “los pesados” del lugar, así que aunque es imposible decir que no es molesto ser aturdido con insistentes intentos de venta, tampoco los culpo.
Pero los tipos de las iguanas… los tipos de las iguanas son otro cantar.
Resulta que no solo estaban los vendedores de tour, o los vendedores de comida (los mozos de los restaurantes que extendían su tarea al rubro del marketing) sino que también estaban aquellos vendedores cuya mercadería era ofrecer una foto… con una iguana en la cabeza, en el hombro, o donde quisieras meterte la iguana (¡epa che!).
Claro, hasta acá las únicas personas que pueden encontrar este acto como abusivo para el pobre animalito son quienes defienden (defendemos) a los animales, y nos parece demasiado el tener a las pobres iguanas en ese estado de esclavitud, sobre todo luego de enterarnos que muchas veces se les dan pastillas para mantenerlas calmadas, y que por esto, la mayoría mueren prematuramente.
Pero no es el único problema en esta situación, ya que también entra en juego el factor respeto: ¿a partir de dónde tengo yo derecho a traspasar la barrera que da seguridad a una persona?
Con esto me refiero a que, si bien la mayoría de la gente que pasaba, y se encontraba de golpe y porrazo con una iguana en la cabeza como método de marketing se reía, quizás no todos pudieran tolerar esta situación con buen humor y tranquilidad.
Ah, porque no te lo conté ¿cierto?
La forma que estos señores tenían de intentar convencer a los transeúntes que sacarse una foto con la iguana dopada era una excelente idea, era poniéndoles al pobre animalito encima, cuando la persona pasaba.
Eso significaba que si sos una persona con una fobia atroz a los reptiles, podía suceder que de golpe y porrazo te lloviera una iguana en el hombro o en la cabeza.
Incluso, me arriesgaría a decir que no sería necesario darle calmantes que pongan en riesgo al reptil, si no fuera por esa forma tan invasiva de marketing, porque no es lo mismo ponerle una iguana en la mano a las 10 o 20 personas que quieran la foto, con cuidado y delicadeza (como sucede en el caso de los lugares que ofrecen fotos con serpientes donde el trato no es así de malo… o al menos eso creo, y ojalá no me equivoque) que andar revoleando al bicho por los aires, como el poncho de la Sole, depositándolo en 50 cabezas por hora.
Playas mas famosas de los Cabos
Varias personas nos habían hablado de ellas, y aunque no fuimos, no podemos no mencionar las playas que hacen que Los Cabos sea una zona tan abundante en turismo.
Entre el Mar de Cortés y el Océano Pacifico, justo en el punto de finisterre (el más meridional de Baja California, o dicho en criollo… la puntita) es donde se encuentran la Playa del Amor, y la playa del Divorcio, además de la famosa formación rocosa conocida como el Arco que a veces tiene playa y a veces no.
Playa del Amor: se trata de una playita bastante escondida, donde algunas versiones ubican el origen de su nombre por la unión del Mar de Cortés con el Océano Pacífico, como si de dos amantes enlazados se tratase, pero otras versiones hablan de una historia de desamor entre una chica y un marinero japonés, donde el padre de ella se opone y mata al japonés (por las dudas) y como suele suceder en estas historias, ella se suicida para reunirse con su amado en el más allá.
Aparentemente el atractivo de esta playa reside en su privacidad y en las cataratas submarinas que han visto los buceadores.
Playa del Divorcio: el nombre fue puesto únicamente porque al encontrarse “detrás” de la Playa del Amor, es decir, al otro lado del Pacífico, a los habitantes de la zona les pareció gracioso ponerle un nombre tan antitético como el que lleva a día de hoy.
El Arco: por último, pero no menos importante, el Arco es como se conoce a una formación rocosa que se irgue sobre el agua, allá en la puntita. Y sí, claro, tiene forma de arco.
Se puede llegar en bote, y usualmente solo se aprecia desde allí, quizás es posible subirse a las rocas como mucho, pero no más que eso.
A menos que tengas la suerte de estar precisamente en ese momento en que la playa se descubre debajo del arco.
Dicen que este suceso se da una vez cada 4 años, aproximadamente, y no puede predecirse cuando va a suceder, pero una vez sucede, puede durar unas 2 o 3 semanas como máximo.
Estamos hablando de que el agua debajo del arco se “baja” por decirlo de alguna forma, descubriendo la arena de debajo, y formando por lo tanto, una pequeña playa en la cual uno se puede colocar debajo del arco pisando firme. Eso sí, no se recomienda nadar allí porque al unirse 3 masas de agua, ésta suele ser bastante violenta.
El paraíso de los hipocondríacos
Es imposible hablar del Cabo San Lucas sin hablar de las farmacias.
Y aunque es una característica que se da en todos Los Cabos, sentimos que fue en ésta ciudad donde más se hacía notar.
Algunas fuentes aseguran que hay más de 3000 farmacias en todo Baja California, y no hay más que salir a caminar por ahí para encontrar que esta cifra no es exagerada en lo absoluto.
Podríamos decir que en una cuadra es fácil encontrar 2 o 3 farmacias, y todas anuncian en sus paredes de vidrio o en clásicas pizarras de tiza las drogas que ofrecen, que se repiten en todos y cada uno de estos locales.
Nosotros aprovechamos a entrar en algunas a consultar por algún medicamento que queríamos conseguir antes de cruzar la frontera, sabiendo que al otro lado del muro los medicamentos suelen ser caros además de difíciles de conseguir sin prescripción médica (y que esa prescripción puede costar un ojo de la cara).
No entramos más que a 3 o 4, porque enseguida nos dimos cuenta que todas las farmacias ofrecían los mismos productos, siendo mayormente analgésicos. No había mucha variedad, y las paredes, aunque llenas de estantes, se sentían vacías.
Pero había un medicamento que era, sin lugar a dudas, la estrella. Un medicamento que nunca imaginamos fuese tan prioritario para los turistas, pero que si luego te pones a estudiar la situación y ves que la mayoría de ellos son parejas mayores de 50 años, que iban a pasar un momento divertido en sus vacaciones, o que simplemente vivían parcialmente en el lugar, todo comenzaba a tener sentido.
Estoy hablando del medicamento cuyo spam en la bandeja de entrada nos dejó a todos pegados alguna vez, cuando abrimos el correo electrónico frente a un tercero y el titulo del mail no dejaba lugar a la duda, mientras nos excusábamos con frases como “¡ay, estos mail de spam siempre me llegan desde que me registré en aquella página de *inserte tema cultural sin relación con el título del mail aquí*!”.
Sí, estoy hablando del viagra.
La pastilla tenía mejor marketing que el paracetamol o el ibuprofeno, y a veces con alusiones graciosas, como ese chiquitín con la mirada llena de segundas intenciones y la alegría en pleno auge dentro del calzoncito rojo.
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