Los 6 días que nos quedamos en Guadalajara, ciudad de la cual no esperábamos mucho justamente por ser eso, ciudad (grande), resultaron no alcanzar para saciarnos de ella.
Y es que Guadalajara es un mix, un contraste lleno de variedad en sí mismo. De repente podías ver un tremendísimo shopping todo vidrio y cemento (mall en otras partes del mundo, o plaza, como son conocidos en México) como de pronto te metías a un mariposario en medio de un parque con fuente de agua natural en plena ciudad, como que cuando te querés acordar estabas admirando un pedazo de basílica con tallados a mano en piedra que te caes de traste, rebotas y te volvés a caer.
Vamos por partes porque sí, se viene un post color de rosa y no queremos dejarnos nada atrás.
GUADALAJARA, VOLVEREMOS COMO “TURISTAS” ALGÚN DÍA
Nada más empezar a caminar por el centro de Guadalajara te das cuenta de algo…te das cuenta que un día vas a volver. Y vas a volver en modo turista “típico”, habiendo ahorrado una cierta cantidad de dinerito con la finalidad de gastarla toda en darte los gustos que tu lado más oscuro y consumista te grite desde el fondo de ese baúl donde lo tenés encerrado.
No sólo es una ciudad pituca, sino que, además, es bastante barata, más aun tomando en cuenta lo atractiva que puede ser para el turismo (o bueno, quizás ese aspecto la haga todavía más atractiva… y peligrosa para el bolsillo).
Ver ropa nueva a 2 o 3 dólares, recorrer mercados con miles de productos de los cuales muchos los vas a ver solo en México y acá están a precios económicos, tiendas especializadas con precios amigables. Incluso moverte por la ciudad en transporte público puede ser un paseo económico en Guadalajara.
Caminar por el centro es sentir esa vibra laboral que recordaba un poquito a la ciudad vieja de Uruguay, un lugar con turistas mezclados con gente correteando de aquí para allá cumpliendo diligencias… no sé si es la nostalgia o qué, pero de alguna manera a mí me gusta esa mezcla.
Y digo caminar porque nosotros solemos caminar mucho, pero sino no pasa nada, porque por falta de transporte no va a ser; en Guadalajara podés elegir si tomar un bus, o un trolebús que une la ciudad de poniente a Oriente (son los que van con el cablecito en el techo, para que me entiendan), o incluso el tren por chirolas. Por eso te comentaba antes que solo pasear en transporte público por la ciudad puede ser un paseo barato e interesante (al menos para uruguayos como nosotros, que solo tenemos buses y taxis).
De hecho, en un par de oportunidades tomamos tren, y flasheabamos Japón cuando veíamos propagandas del Pokemon Go por todos lados.
Y no hay que preocuparse de comprar tarjeta para usarla 2 veces en la vida, porque justo antes de entrar a la estación de tren, hay máquinas donde podés comprar el boleto metiendo moneditas, que por 9,50 pesos mexicanos te dan el ticket con el código QR para que puedas pasar. Eso sí, te recomiendo llevar el importe justo porque las maquinitas no dan cambio.
Te digo, Guadalajara pensó en todo (ésta costumbre de personificar cosas no se quita con nada).
Y ya que tocamos el tema de Pokemon, no puedo dejar de mencionar la presencia de las ya conocidas Friki Plazas, lugares a los cuales no podemos resistir la tentación de entrar, aunque solo sea para sentirnos en un mundo que nos pertenece, donde nos camuflamos más con gorros con orejas que sin ellos.
Como siempre, se repetía el patrón de que estos lugares se encuentran al fondo, o en el subsuelo de una galería dedicaba a la electrónica. Lo bueno, en cuanto a la Friki Plaza de Guadalajara, es que esta vez no tenías que atravesar decenas de tiendas de celulares, esquivando preguntas de vendedores para llegar al Santo Grial del mundo friki, sino que en este caso la cosa estaba bien diferenciada: en el mundo exterior de luz estaba la zona de electrónica, y en el inframundo, bajo tierra, en la oscuridad, atravesando el titán que custodia la entrada al sótano, llegabas a la Friki Plaza.
De vez en cuando, nos topábamos con alguna cosa que recordaba que poco a poco nos acercábamos a EE.UU., como un museo de cera (al cual yo entraría si viniera en modo turista no mochilera rata, y Wa me esperaría afuera probablemente) donde un Donald posaba al lado de una señora con la sonrisa de Glasgow.
Y por calles no tan céntricas, allá donde están las tiendas de repuestos de autos, se veían las clásicas lonas tiradas en la vereda con 5 o 6 prendas de vestir usadas a precios muy económicos.
Así fue como entre una remera del América, uno de los equipos más populares del país, y unas pocas prendas más, encontramos una remera de Uruguay, la número 10 de Forlán, en pleno Guadalajara.
Wa, que andaba buscando una hacía tiempo, no lo pensó dos veces y consultó el precio.
Así fue como por casi 5 dólares (que probablemente hay sido precio gringo) agrandó su guardarropas mochilero, y gracias a esa remera nos llevaríamos bastantes gritos de empatía latina y futbolera más adelante, no solamente en Guadalajara, sino en los demás lugares del país en los que anduvimos.
Pero más allá de la influencia yankee que mencionábamos antes, seguimos estando en México, y eso, además del picante, significa una cosa: El Chavo del Ocho.
Me doy cuenta que hasta ahora, en nuestro recorrido por tierras mexicas, no hemos mencionado tanto a el Chavo del Ocho, siendo que es el personaje, probablemente más conocido fuera del país, y cómo no, fiel acompañante de todas nuestras vacaciones de verano cuando no íbamos a la escuela.
Con mi mejor amiga a la cual conozco desde los 7 años, llevamos recitando “El perro arrepentido” desde 1997, y no desperdiciamos oportunidad de mechar alguna frase oportuna cuando se presenta la oportunidad: “piernas de pollo” cuando usamos pollera, “¿no gustaría pasar a tomar una tacita de café?” cuando nos encontramos cerca de la puerta de casa e invitamos a la otra a entrar, “es que no me tienen paciencia” cuando no nos entendemos con alguien, y podría seguir citando muchas más.
Fue curioso que después de recorrer tanto de México, es recién en Guadalajara donde nos encontramos con algún tipo de “monumento” del Chavo, y es cuando mejor entendímos lo que muchos mexicanos nos habían dicho “el Chavo es más famoso fuera de México”.
Ok, no era un monumento como tal, sino una figura tamaño real que tenían en la puerta de un comercio para llamar, evidentemente, la atención.
Pero vaya que funcionó.
Y hablando del Chavo, personaje a quien le gustaban tanto las “tortas de jamón”, nos damos cuenta que decir México también implica otra cosa: implica que las tortas no son esa cosa dulce redonda y grande a la que le ponemos velas y se la estampamos en la cara a alguien (o la comemos, si quieren ir por una opción más pacífica), sino que acá las tortas evocan a algo completamente distinto… evocan a ese platillo evidentemente salado que el Chavo tanto anhelaba, y que nada tienen que ver con una celebración, sino que representan más bien un almuerzo cotidiano.
Precisamente, en Guadalajara, la comida más típica son las tortas ahogadas.
Te las encontrás en cada esquina, por precios que rodean los 40 pesos mexicanos (casi 2 dólares).
Ahora, tengo que confesar algo: ninguno de los dos las probó.
No sé, a lo mejor porque nos parecía caro pagar casi 2 dólares por lo que para nosotros era un refuerzo (sí, en Uruguay al sanguche de pan, el que no es de miga sino el cacho pan entero, le decimos refuerzo) o a lo mejor por la desilusión que podía representar morder una torta y que sea salada.
Porque además, a mí me pasaba que cada vez que imaginaba una torta ahogada, pensaba en un bizcochuelo bien mojadito de almíbar, algo similar a la torta “tres leches” que también probaríamos en México más adelante (tremendo viaje al futuro estoy haciendo) o a los “borrachos” de Uruguay, ese bizcochuelito rojo, bien mojado, con coco por fuera.
A lo mejor, imaginarme eso, para después probar algo salado con tomate, huevo y no sé qué más me partiría el corazón, no sé.
La cuestión es que, aunque la torta ahogada andaba por todos lados, no la probamos, y un poquito sí que me arrepiento, sabiendo que es el plato callejero estrella de Guadalajara, pero quiero creer que no va faltar oportunidad de probarlas (esta ciudad se merece un bis, algún día).
Pero probamos el lonche, que es básicamente un taco usando pan en lugar de la tortilla, así que podríamos concluir que acá el pan juega una parte importante en la comida. Igual las tortillas siguen siendo las reinas indiscutidas, por supuesto, con el Rey Chile (picante) a su derecha, también omnipresente.
Notita al margen: parece que la diferencia entre un lonche y una torta ahogada, es básicamente el hecho de que la torta va mojada en salsas, mientras que el lonche no.
13,5 SEGUNDOS
Ese es el tiempo que se demoran en el restaurante “Karne Garibaldi” en traerte otro de los platos típicos de la zona, carne en su jugo.
No sé si hablar más del restaurante o del plato en sí, porque ambos son geniales.
Y no, nadie nos pagó para hablar de este lugar, créeme, no lo necesitan.
Karne Garibaldi es un restaurante inmensamente conocido en el país desde que entró en el récord Guinness mundial por ser el restaurante más rápido del mundo.
Sí, leíste bien, ni de México, ni de América… del mundo.
Y está ahí, en esta Guadalajara que no deja de sorprendernos.
La persona que nos invitó a comer allí nos lo contó antes de llegar, pero no terminábamos de creerlo hasta que lo vimos con nuestros propios ojos.
Nada más entrar, una chica nos acomoda en una mesa, y un mozo nos trae, sin pedir nada, una fuentecita con cebollitas asadas, otra con porotos pisados, y las infaltables tortillas, mientras aprovecha este momento para darnos el menú.
La verdad es que, si bien es el más rápido del mundo y nadie puede quitarle eso, todo hay que decirlo: el plato principal como tal es uno solo, la carne en su jugo, que además, es una sopa, así que me imagino que tendrán un olla tamaño termotanque, llena de sopa, de la cual sirven todos los pedidos, agilitando la cuestión.
Básicamente, lo único que uno debe elegir es el tamaño de la porción, así que el menú se vuelve un tanto sin sentido, salvo que lo uses para elegir alguna otra cosa como vino o algo algún acompañamiento, o postre.
Después de haber ordenado dos porciones chicas y una mediana (como nos estaban invitando no queríamos abusar pidiendo platos grandes), no llegue ni a agarrar una cebollita cuando ya nos habían traído los 3 platos con el jugo de Jamaica pedidos.
De hecho, iba a comenzar a filmar un video para dejar constancia del tiempo de demora, pero es que ni eso pude, ni desbloquear el teléfono (y tampoco es que tenga una clave de 2213 dígitos ni nada así).
Ok, el tema de la rapidez, aun ante la escrutadora mirada de que solamente ofrecen un plato, te lo concedo.
Ahora, hablemos de la comida en sí.
No solamente esta sopa de carne (porque es la mejor manera de describirla) estaba deliciosa, convirtiéndose en uno de nuestros platos favoritos de México, sino que además, tuvimos que pedir más cebollitas asadas porque aquello era un acompañamiento ideal.
Yo tengo mucha fé en la comida callejera, pero no sé si las tortas ahogadas podrían superar algo así.
ESTATUAS Y MONUMENTOS
Aún así, lo más atractivo del centro de Guadalajara era verlo todo como un conjunto; un todo lleno de detallitos artísticos que saltaban acá y allá, y que por suerte, a veces representaban personalidades de diversos ámbitos no tan comunes de ver en otros lados, por ejemplo, nos encontramos con un busto de Beethoven, semi escondido en un parquecito, o una Minerva con escudo y lanza, toda empoderada ella.
Y hablando de empoderamiento femenino, varias son las esculturas de mujeres que pueblan la ciudad. Una de las más importantes es la de de Beatriz Hernández, una mujer que a pesar de circular diversas versiones en su historia, todas apuntan al mismo punto común: dado que Guadalajara intentó establecerse en 3 lugares y oportunidades distintas, ésta mujer que participaba del Cabildo, en un momento dado se cansó de tanto ir y venir y clavó un grito de “acá me quedo” que hizo que finalmente Guadalajara esté ahí donde lo conocemos hoy.
Y podría seguir citando estatuas, como la de la cara de la mujer que dá la bienvenida a la ciudad, sobre la calzada de Lázaro Cardenas, una de las principales calles de la ciudad, o la fuente de los niños traviesos, también conocidos como “los niños Miones” por tirarse pipí (agua) uno al otro, y muchas más.
Porque todos estos detallitos desperdigados por la ciudad son parte de su encanto.
Pero no todas las personas memorables son estatuas, muchas de ellas están ahí, en el día a día de todos, pasando desapercibidas, pero formando parte del atractivo de la ciudad, de su escencia… tal es el caso de los boleros.
LOS BOLEROS QUE NADA TIENEN QUE VER CON EL TANGO
Algo que ya venimos viendo en todas las ciudades de México, y que no deja de llamar nuestra atención, son los limpiadores de zapatos, también conocidos como “boleros”, y Guadalajara no sería la excepción.
No es que hayamos visto más en esta ciudad, pero después de verlos por todo el territorio mexicano que hemos recorrido, decidimos que ya era hora de investigar un poco más sobre este oficio que para nosotros estaba casi extinto, pero para el pueblo Mexicano parece ser primordial.
Boleros de zapatos
O también conocidos como “limpiadores de zapatos”, estas personas pueden verse, a día de hoy, en plazas de cada ciudad mexicana, así como también en espacios especialmente diseñados para ellos, donde cuentan no solo con su típica silla metálica sino también con variadas herramientas de trabajo.
El oficio de bolero surgió en el México de los años 30, pero tuvo su mayor auge 10 años después, siendo la época en donde surgieron la mayoría de ellos.
Según leímos, a día de hoy continúa siendo, en su mayoría, un trabajo prácticamente heredado, así que cuando vemos a un limpiador de zapatos, podemos suponer con una gran probabilidad de acierto, que su padre, su abuelo, y probablemente sus tíos, se dedicaban al mismo oficio, haciéndolo rodar de generación en generación.
La mayoría de ellos disponen de una silla de metal con escaloncitos, muy a lo trono, aunque a mí me recuerda más a la sillita del ginecólogo, con los soportes para apoyar los pies y toda la parafernalia.
Pero dejando las comparaciones extrañas de lado, que no quiero que aquellos que frecuentan la silla de este noble oficio se pongan a pensar cosas extrañas a partir de ahora, lo cierto es que estos asientos son perfectos para brindar comodidad a ambos, cliente y trabajador. Además, suelen tener techito individual (al menos aquellos que no están ubicados bajo un techo comunal) que cubre cuando menos al cliente de las adversidades del clima… y de los popó de pájaro, asumo, porque muchas veces los boleros se ubican en las plazas.
Aquellos limpiadores de zapatos que trabajan de forma “ilegal”, es decir, sin realizar los aportes correspondientes, no suelen tener semejante artilugio que los dejaría en evidencia, por lo que suelen andar con un simple cajoncito el cual cargan de aquí para allá, y realizan su oficio de forma más ambulante (aunque tampoco es exclusivo que aquellos que utilizan esta herramienta estén necesariamente “ilegales”).
La gran mayoría de los limpiadores de zapatos son hombres, así como también lo son la mayoría de sus clientes; de hecho, en los 40, lustrarse los zapatos era más importante de lo que podemos pensar hoy en día, ya que tener los zapatos lustrados podía significar ser el afortunado que lograra bailar con la chica más linda del baile. A día de hoy, las cosas se invierten y ya nadie se lustra los zapatos para ir a una fiesta, sino todo lo contrario, lo hacen para ir a una reunión laboral importante, o a cumplir la jornada diaria laboral.
Y aunque la clientela sigue siendo mayormente masculina, a día de hoy pueden verse cada vez más mujeres que van a lustrar sus botas o zapatos de taco en alguno de estos puestitos.
Aunque los lustradores de zapatos sean parte del atractivo de Guadalajara para el ojo del turista, no es algo exclusivo de esta ciudad, ya que como les contábamos, es algo que hace acto de presencia en cualquier otra zona de México, pero en esta ciudad que es un poco de todo, nos pareció ocurrente mencionarlos para que no pasen desapercibidos.
MERCADOS QUE DE GRANDES QUERÍAN SER SHOPPINGS (MALLS)
Si querés darte una panzada de comida típica, comprar verduritas y frutas para la noche, y prenderle una vela a todos tus santos mientras te comes la fruta, y te embutís en una frazadita tejida a manopla, no te preocupes, podés adquirir todos los menesteres mencionados en los mercados enormes y laberínticos de Guadalajara.
Mercado Libertad (mas conocido como San Juan de Dios)
Aunque el mercado más grande del mundo se encuentra en Bolivia es éste el que se gana el premio como el mercado techado más grande de Latinoamérica. Nada más entrar te das cuenta por qué.
Con sus 4.000 metros cuadrados y más de 3000 puestos, una vez estás adentro sentís que no te van a alcanzar dos ojos para ver todo lo que hay… y no solo eso, tampoco te va a alcanzar una nariz para oler esa mixtura a frutas, con fritura, con saumerio, con yo que sé cuánta cosa más. La que te perdés Voldemort.
Mirar el mercado es como ver uno de esos jueguitos de super Nintendo (family para los amigos) donde tenías que ir subiendo escaleritas, saltando enemigos y juntando cositas hasta llegar arriba del todo y entrar por la puertita que te llevara al siguiente nivel.
En el piso 1, el de abajo del todo, tenés las frutas, verduras y artesanías, lo cual está genial porque ver esos colorinches verdes, rojos y amarillos desde arriba le dan una apetitosidad mezclada con arte que no sabés si querés bajar a comprarte algo o quedarte arriba sacándole fotos.
También es acá, donde ya de entrada la nariz te dice “hasta luego Maricarmen” y termina internada en el Saint Bois, porque no solamente son frutas las que podés encontrar en esta zona, sino también los puestitos de herbolaria, inciensos, y hasta varios puestos esotéricos.
En el segundo piso, la nariz se te vuelve a enloquecer, pero le manda señales al estómago que empieza a rechinar, porque es donde están mayormente los puestitos de comida preparada… ¿que también están los vendedores que te plantan el menú delante de la cara y poco más te agarran el brazo para llevarte a un asiento? Sí, también, pero bueno, nada es perfecto en la vida y al final de cuentas se están ganando el pan.
Y en el tercer piso por fin el olfato y el gusto pueden tomar un descanso, pero los ojos van a seguir moviéndose en todas direcciones y el cerebro no va a parar de hacer cálculos porque es donde vas a ver montones de ropa y artículos electrónicos baratos, así como vas a encontrarte también con la meca de lo trucho, como decimos en Uruguay; cuanta cosa pirata quieras, acá la vas a conseguir. Y si no está, no me sorprendería que la fabricasen en el momento.
Igual te digo una cosa, aunque la mayoría de las tiendas se disponían de esa manera, de todas formas podían verse puestos de películas pirateadas, o de esotéricos en el piso de las verduras, y cosas así… siempre va a ser mejor recorrer toda la feria para buscar algo en particular porque podés encontrarlo en el rincón más inesperado.
*Mercado Corona
Este mercado fue construido por orden del gobernador Ramón Corona en 1888, pero para cuando terminó de construirse, en 1891, éste había sido asesinado. Fue por esto que, en su honor, bautizaron a la nueva construcción como “Mercado Corona”.
Lo cierto es que el pobre mercado así todo lujoso como lo vemos hoy, tuvo un pasado bastante sufrido; sobrevivió a 4 incendios importantes, el primero en 1910, luego 1919, 1929, y finalmente, después de un descanso de unos cuantos años, el último y peor fue en 2014, donde se destruyó de forma tan masiva, que no se encontró mejor solución que reconstruirlo de cero, perdiéndose así la construcción original, y adquiriendo un tono más moderno, casi como un shopping, siendo el primer mercado latinoamericano que visitamos con escaleras mecánicas.
UN AIRE MÁS URBANO, CON TOQUES FUTURISTAS
Ahora, como en todas las ciudades latinoamericanas que hemos recorrido (obviando casi todo el cono Sur) es sabido que en ellas se da esa mezcla de urbanidad con un toque que se siente más pueblo, este último dado con los mercados, y la primera dada con los shoppings, los malls, o plazas como son conocidas en México.
En Guadalajara está el que es conocido como primer centro comercial de América Latina, y gracias al cual estos lugares comenzaron a ser conocidos con el nombre de plazas, ya que se trataba de una agrupación de tiendas alrededor de una plaza.
Me refiero a “Plaza del Sol”, el cual se encuentra en una zona fifí de la ciudad, rodeada de hoteles caros y todo lo que ello conlleva.
Pero, aun sabiendo su importancia a nivel nacional, nosotros entramos únicamente a un shopping, el conocido como “Plaza Patria”, de cierta importancia igualmente para los tapatíos ya que hace poco fue remodelado y convertido en una zona bastante agradable para pasear. Además, cuenta con cosas exclusivas, como un supermercado con muchos productos importados (no te digo yo que nos vamos acercando a EE.UU.), una terraza desde donde se tienen buenas vistas de la ciudad y donde hay un cúmulo de cintas rojas colgando de un techo para aquellos instagramers que quieran sacarse fotos “artísticas” perdidos entre los penachos.
Eso sí, nos enteramos que en 2019 ante una fuerte lluvia el techo del shopping tenía pérdidas, por lo que todo el lugar comenzó a inundarse poco a poco… ¡pero momento! ¡Que algo así no detenga el humor de los mexicanos! Una banda que estaba dentro del lugar en ese momento, ante la inundación no tuvo mejor idea que comenzar a tocar la canción insignia de la película Titanic (“My heart Will go on”).
Pero volviendo a nuestra experiencia dentro del Plaza Patria, a nosotros nos llamó la atención un centro de videojuegos, que parecía más bien un laboratorio de criogenia, todo oscuro con tenues luces azules y sillas tipo asientos de cohete espacial, al cual asomamos el cogote a chusmear, pero no más que eso… no sea que nos cobrasen.
Parecía el paraíso gamer, es cierto, pero lo vacío que estaba y lo caro que se veía lo poco que había en su interior (entiéndase pantallas, sillas, joysticks, torres de computadoras y consolas) nos espantó.
Algún día centro de juegos… algún día, cuando vengamos como turistas no mochileros.
LOROS, MARIPOSAS, VEGETACIÓN… ¿ESTO TAMBIÉN ES GUADALAJARA?
Pues resulta que sí.
Si bien Guadalajara es linda como ciudad, es agradable recorrerla mirando sus estatuas, su arquitectura, disfrutando los olores, tiene un detalle que no hace más que volverla más linda todavía: la naturaleza.
A pesar de ser una ciudad tan señora ella, también tiene zonas donde se puede ir, en medio del cacho cemento, a disfrutar de estar rodeado de árboles, respirando polen, con los ojos cerrados, casi aislados del sonido del motor de los autos para dar paso al melodioso sonido de… los loros cotorreando a los gritos.
Sí, eso es lo que vas a escuchar casi desde el momento que ponés una pata en el Parque Agua Azul, al cual, digamos de pasada, la entrada es gratuita, y podes ir todos los días de 9 a 19 hs.
¿Y por qué?
Bueno, porque en este parque, además de un Orquidiario y un mariposario, a los cuales se puede entrar en determinados horarios con visitas guiadas gratuitas, también hay un aviario enorme, al cual también se puede entrar y siguiendo el mismo modus operandi.
Para quienes los conozcan, diré que el aviario era similar a la jaula de los monos del Parque Lecoq.
Y la cosa no se termina ahí, porque ahora viene lo bueno.
Nosotros llegamos justo después de que había empezado una visita guiada, así que nos quedamos sin entrar a la inmensa jaula llena de guacamayos, y demás aves de porte importante y chillidos que son como música para mis oídos.
Un cartelito en la jaula gigante se reía en mi cara: «Recorridos guiados del aviario, lunes, miercoles, jueves y viernes a las 11:30 y a las 15:00 hs. Sábado y domingo, 11:30, 13:00 y 14:30 hs».
Ese día era miércoles, a las 15:10 hs.
Mientras Wa me confortaba dando la vueltita al aviario, para que al menos viera a los plumíferos desde fuera, tomamos un caminito que nos llevó a otra parte del parque en donde empezamos a oír nuevos cotorreos, pero esta vez más cerca.
Mi cara de felicidad fue un poema cuando veo, a pocos metros de distancia, en el piso, no uno, sino más de 10 guacamayos, picoteando las hojas y diciéndose vaya uno a saber qué en su idioma loril.
Una muchacha se acerca, y a los curiosos que estábamos llamando a los loros como si fueran perritos, nos empieza a explicar; ese lugar era el centro de rehabilitación de aves, en donde cuidan a aquellos loros que están de alguna manera heridos, hasta que son capaces de valerse por sí mismos.
Había guacamayos verdes, que son autóctonos de aquella zona (Jalisco), así como algún ejemplar azul que vienen más del lado de Brasil y alrededores, y los clásicos guacamayos rojos.
También vimos reptiles (en jaulas) que también se encontraban en recuperación.
En algún momento, Wa encuentra una plumita roja, cosa que siendo sinceros, venimos buscando durante todo el viaje, para tener un recuerdo de estos hermosos ejemplares que tantas veces vimos en Latinoamérica, sin hacerles daño, ya que solamente queremos una pluma de las caídas, las que ellos mismos se sacan con el pico para renovar su outfit plumaje.
Cuando la chica del centro de rehabilitación lo vió, corrió hacia el con la desesperación pintada en la cara, y sin preámbulos le sacó la plumita de la mano, sonriendo nerviosamente mientras le daba las gracias, y Wa se quedaba con cara de “¿qué está pasando?”. Ella explicó que es ilegal llevarse plumas de allí, ya que son utilizadas para realizar estudios y determinar así la salud de las aves.
Todos los días se aprende algo nuevo.
Museo de Paleontología
Fue gracioso, porque estuvimos parte de la tarde buscando la salida del parque, de manera que nos quedara de pasada al museo de paleontología; en eso que vemos un murito con rejas y un buraco por el que parecía podíamos pasar. Ahí estábamos, con una pata al otro lado del muro, para pegar el saltito con el cual cruzaríamos a otra parte del parque que creímos nos acercaba a una salida, cuando un señor nos ve y se arrima a hablar.
Nos reconoce extranjeros, y ahí en esa escena con las patas abiertas a un lado y otro del muro, nos pregunta si queríamos llegar a algún lado en particular (o sea… ¿tan obvio era? ¿no puede ser que uno se mete por buracos en las rejas de los muros por puro deporte?).
Nos cuenta que el museo de paleontología queda ahí dentro mismo del parque, y precisamente en la dirección de la cual veníamos.
Terminamos nuevamente hablando con la chica del centro de rescate de aves, y ella nos indica la dirección.
Y sí, ahí dentro del Parque Agua Azul se ubica el museo de paleontología.
La entrada es gratuita, y es un lugar bastante interesante. Se nota que está pensado de forma que no resulte aburrido ponerse a leer los carteles explicativos, y tratan de darle toques visualmente atractivos a todo.
Por ejemplo, había una zona dedicada a los perezosos, donde podían verse alusiones a Costa Rica, y además, a perezosos “famosos” como el buen Flash de Zootopía y el Pokemón basado en uno de estos animalitos.
De todas maneras, lo más memorable, y aunque sean representaciones y no huesos reales, son los esqueletos del mamut y el gato sable.
NO ES CIUDAD GÓTICA, PERO…
Hay que decirlo.
No solo no puede evitarse, sino que el mundo debe saberlo.
Guadalajara es, hasta ahora, la ciudad mexicana donde vimos las iglesias más lindas, arquitectónicamente hablando. Como podés imaginar por el título, el estilo predominante es el gótico y neogótico.
Y no hay que ser muy vivaracho para entender por qué, basta una mirada a la Iglesia del Expiatorio para quedarte atragantao con la torta ahogada (que nosotros no nos comimos) atravesada en la garganta.
Y por allá empezamos.
Templo Epiatorio del Santísimo Sacramento
Nada más verlo de lejos ya sabés que a cada paso que das te vas muriendo un poco, como si esa construcción te fuera arrancando un cachito de vida hasta dejarte sin aliento cuando pisas los escalones.
Siendo la mayor representante del estilo gótico y neogótico, esta iglesia se empezó a construir en 1897 y se terminó 75 años después, guerra Cristera de por medio.
Tiene una mezcolanza de nacionalidades tal, que uno pensaría que a lo mejor eso le dio ese toque tan especial, tan yo que sé que hace que quieras mirarla sin parar. De alguna manera, es una iglesia muy multicultural.
Diseñada por un arquitecto italiano, con vitrales creados por artistas franceses, y mosaicos hechos en las fábricas del Vaticano, esta iglesia es de piedra cantera tallada a manito.
Las esculturas que se ven, fueron diseñadas por un escultor mexicano.
Además, una de las cosas más llamativas de ella, es la torre del reloj, la cual fue donada por un médico y filántropo alemán, y que con sus 25 campanas puede tocar la melodía de más de 20 canciones religiosas y populares (como “Las Mañanitas” por ejemplo).
Además, si te quedás viendo la torre del reloj cuando dá las campanadas de las 9:00, las de las 12:00 o la de las 18:00, vas a poder ver las figuritas de los 12 apóstoles desfilando, saliendo por una puertita y yéndose por otra.
En la entrada de la iglesia, justo al subir los escalones, hay una estatua que conmemora una de las visitas del Papa Juan Pablo II al país, y una vez estás adentro, los vitrales junto con los techos infinitamente altos son hipnóticos, de esas cosas que te quedás viendo en trance, hasta que te das cuenta que si seguís caminando hacia un lado podés visitar una especie de patio interior al costado de la iglesia.
Definitivamente, visita obligada para quienes quieran apreciar un tremendo pedazo de arquitectura.
Iglesia de Zapopán
Ésta se encuentra en Zapopán, zona considerada una extensión de Guadalajara, y segundo municipio más poblado del estado de Jalisco.
La iglesia de Zapopán se encuentra derechito siguiendo una peatonal por la que, durante la noche, mucha gente se junta para practicar distintos tipos de danzas; vimos desde una pareja bailando salsa, hasta un grupo de muchachos en sus veinte, con un parlante bluetooth bailando agarrados de las manos, ellas con amplias polleras largas y ellos con zapatos brillantes, arrastrando los pies al ritmo de Elvis.
Unos chorros que salían del piso hacían de entretenimiento de los mas chiquitos, que jugaban a esquivarlos (y no tanto), y sobre l fondo, se divisaba la Basílica de Zapopán, imponente, con su muro protector y una puerta que seguro vió muchas cosas pasar debajo de ella.
Esta Basílica, de estilo dórico colonial mezclado con gótico, comenzó a construirse en 1690, en honor a la Virgen de la Expectación (o de la Inmaculada Concepción), y en aquí donde termina la peregrinación más grande de la zona, luego de pasar por otros puntos religiosos de importancia.
La virgen es también conocida como Zapopanita, y cuentan que en 1609, el santuario donde la tenían protegida se derrumbó por desastres naturales, y aunque todo quedó reducido a polvo, lo único que permaneció sano y en pie, fue esta virgen que a día de hoy es venerada por muchísimos devotos que aseguran haber visto sus pedidos cumplidos gracias a ella.
Se dice que la iglesia tiene un pequeño museo donde se exhiben artesanías y pinturas de indios michoacanos, pero nosotros no lo vimos, a lo mejor ya era muy tarde cuando llegamos.
DURMIENDO EN LA CIMA DEL CAÑÓN
Por último, y habiendo rendido el merecido homenaje a la ciudad, queremos mencionar un detalle no menor en nuestros días por Guadalajara: durante algunos días nos quedamos en una casa vacía que sus dueños nos prestaron para disfrutar de las tranquilidades de la periferia.
Ah, y del semejante cañón que teníamos en el patio.
A lo mejor en las fotos no se distingue mucho porque quería sacarle jugo a la vista completa que teníamos desde la ventana de la casa (que dicho sea de paso, la casa era 60% ventanas) pero allá, justo debajo del balcón, había pura vegetación, un río, y un cañón que lo atravesaba.
La periferia de la ciudad se sentía más pueblo; un auto cargado de dulces de repostería pasaba en la tarde y vendía pastelitos y panes dulces a 3 pesos mexicanos, cualquier almacén por chiquito que se viera vendía desde jabón de lavar ropa hasta chorizos, y los pequeños altares en las entradas de las casas no eran algo tan exótico.
Es cierto que estábamos bastante lejos de casi cualquier parte medianamente céntrica, pero en una ciudad donde el transporte público es abundante y barato eso no era problema.
Y definitivamente, ver atardeceres rosas por la ventana, al pie de un cañón, lo valían con creces.
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