Aún estando en Castro, recibimos un mensaje por Couchsurfing que nos dejó estupefactos (para bien), alguien en Puerto Montt (nuestra próxima parada), nos ofrecía vivir en su hogar durante 10 días, mientras el se iba de vacaciones por las fechas patrias, y luego, quedarnos algunos días más a su regreso para compartir con él.
Para nosotros, esto significaba una especie de desconexión dentro del viaje, significaba tener total control del día a día sin guiarse por nadie más ni pedir permiso a nadie, significaba, a final de cuentas, unas vacaciones dentro de las vacaciones. Y nos caía en el momento justo ya que teníamos cosas que escribir para el blog, videos que terminar, en fin, cosas para las que se necesita pasar varias horas seguidas concentrados.
Obviamente que nos gusta conocer gente durante el viaje, de hecho, es uno de los aspectos más lindos de esta travesía, pero también es cierto que estar en contacto permanente con tantas personas, y quedándonos en casas ajenas, por más permisivos que sean, no da la misma libertad que estando solos. El intercambio cultural y social que surge es hermoso, pero de vez en cuando uno necesita desconectar de esa conexión social, para conectarse con otras cosas.
Además, algo que convertía esta situación en algo aún más mágico, era comprobar nuevamente la confianza que las personas somos capaces de sentir en alguien que no conocemos, brindando su hogar entero al cuidado de alguien que nunca vieron en su vida. Todavía queda esperanza.
CHAMIZA
La casa quedaba a unos kilómetros de Puerto Montt, y luego de varias vueltas buscando la forma de llegar, dimos con una micro que nos dejaba en el barrio Chamiza, nuestro hogar durante los próximos días.
Nuestro anfitrión (¿o debería decir “nuestro casero”?) nos estaba esperando para ir a comprar comida y tomar once, así que luego de dejar nuestros petates en la que sería nuestra habitación por los próximos días, lo acompañamos a uno de los almacenes de la zona.
Chamiza es un lugar muy tranquilo, con caballos que se cruzaban a tu paso como si fueran un transeúnte más, montón de perros sueltos y muchas casas construidas recientemente, y varias más en proceso de construcción. Se nota que es una zona que dentro de unos años va a estar bastante más poblada que ahora. Y si tomamos en cuenta que cada casita se levanta en un promedio de 3 meses (según nos dijo nuestro anfitrión), el aumento poblacional no va a demorar mucho.
La once que preparó Sebastián no sólo llenó la panza, sino también el alma y las ganas de seguir conociendo mundo, porque entre café y pancito hallulla nos contó tantas experiencias de sus viajes que daban ganas de conocer todos los países de una. Además, Sebastián viajó de forma muy similar a la nuestra, entonces podía realmente ver todo a través de nuestros cristales, por ejemplo, entendía lo que era viajar gastando lo mínimo indispensable, y tener que dormir en el suelo llegado el caso.
La charla duró hasta la madrugada, y Wa y Sebastián cerraron la noche jugando un partidito en el «International Superstar Soccer Deluxe«, en la Super Nintendo que había en la casa (sí, una verdadera reliquia, sobre todo para unos frikis como nosotros).
Yo me puse a leer, y no me quise meter mucho en el asunto, pero por las risas y abucheos, entendí que tácitamente se pactó una revancha, para dentro de unos días, cuando Sebastián volviese.
COMO EN CASA
Al principio se sentía raro. Después se empezó a sentir más cómodo. Después, demasiado cómodo, casi normal. Hasta que finalmente parecía que nos habíamos vuelto a acostumbrar a la vida estable, a tener una casa a la cual volver, un lugar donde cocinar, una heladera llena. Nos empezamos a preguntar cómo íbamos a hacer para volver a calzarnos la mochila sin sentirla muchísimo más pesada de lo que en realidad estaba.
La comodidad nos estaba tragando, como a nuestros antiguos «yo», como a tanta gente.
Aun así, esos casi 10 días que pasamos solos en la casa de Sebastián nos sirvieron muchísimo, tanto desde un punto de vista físico (nuestro cuerpo agradeció el parón) como desde la practicidad de quien escribe un blog y no se detiene el tiempo necesario para llevarlo al día.
Además, el no tener internet en la casa de alguna manera nos obligaba a hacer esas cosas que pueden ser fácilmente relegadas ante la tentación de navegar por la web.
Nos pusimos al día. Wa con cosas suyas, yo escribí todos los posts que tenía pendientes y también se editaron algunos videos.
Incluso cayó el cumple de Wa en el medio, y tuve tiempo de preparar un regalo muy casero que no implicó gastos económicos, pero requería tiempo y dedicación.
Disfrutamos al máximo detalles que pueden parecer normales en otras situaciones pero que para nosotros eran la gloria, como una ducha caliente, una comida de olla, privacidad total, mantener el fuego de la estufa a leña encendido, hacer una maratón de películas, e incluso la nostalgia de soplar los casettes de Super Nintendo.
Aún así, con la excusa de «que se secara bien» dejamos la carpa extendida en el piso del living por varios días… uno dice que era por eso, pero yo creo que implícitamente era un recordatorio que nos miraba todas las mañanas y nos decía «no se acostumbren mucho, no se olviden que su verdadera casa ahora, soy yo».
Porque sí, si bien necesitábamos unos días así, también es cierto que cuando ya habían pasado varios días, después de la etapa de mucha comodidad, comenzaron a picar de nuevo los pies… ese cosquilleo que se siente cuando les empiezan a crecer las alitas, y ya no se aguantan quietos.
Y CHILE SE VISTIÓ DE BANDERITAS
Las fiestas patrias nos agarraron en mitad de nuestra estadía en la ciudad.
El 18 de Setiembre Chile se viste con miles de banderitas para celebrar la independencia (si bien, luego aprenderíamos que no era tan así la cosa), y con este motivo, la mayoría de los ciudadanos gozan de casi una semana entera de vacaciones, a pura chilenidad.
Y lo de las banderitas no es broma; nos contaron que si no ponés la bandera blanca azul y roja en tu casa durante esta fecha, te pueden cobrar una multa que asciende a cifras que asustarían al mismísimo Tío Rico Mac Pato (y digo «puede» porque aún así hay zonas donde el control gubernamental no se toma esto tan en serio y hace la vista gorda).
Pero ¿realmente esta fecha conmemora la independencia de Chile? ¿Por qué nos encontramos con personas que no festejaban la Chilenidad el 18 de Setiembre?
LA BIPOLARIDAD CLIMÁTICA DE UNA CIUDAD QUE SE LA PASA LLORANDO
Volviendo al siglo 21, te sigo contando qué pasaba con estas dos personitas que vivían temporalmente en una casa de Puerto Montt, durante las fiestas patrias de Chile.
A pesar de que teníamos toda la intención de presenciar una fiesta típica, lo cierto es que la lluvia nos espantó, obligándonos a quedarnos dentro de la casa viendo películas… y es que Puerto Montt no para de llorar.
De los 15 días que estuvimos en esta ciudad, solamente hubo uno en el cual no llovió; el resto fueron una intermitencia constante de agua cayendo.
Justamente el tema climático de la zona fue lo que más nos sorprendió; cuando íbamos al almacén que quedaba a sólo 5 minutos de la casa, teníamos que salir en remera, pero llevar la campera, abrigada y con capucha, porque sabíamos que íbamos calcinados con el sol y volvíamos congelados y empapados. Así de loco es el clima primaveral en Puerto Montt. Estoy segura que si esta ciudad fuera una persona, el psicoterapeuta ya le habría recetado remedios para la bipolaridad y la depresión.
PUERTO MONTT
A pesar de todo, y como queríamos conocer la ciudad, nos aventuramos bajo lluvia y tomamos la micro (asi le llaman acá a los buses) que iba desde Chamiza hasta el centro de Puerto Montt.
Y ahí la vimos.
Y todo lo que nos contaron sobre ella era cierto…
Sí, la verdad es que el monumento a los enamorados que rendía homenaje a la canción de nuestros compatriotas uruguayos “Los Iracundos” titulada “Puerto Montt”, no era algo que llamara la atención precisamente por su belleza.
Pero ya conocen el dicho «sobre gustos, colores». Además, tenemos que acotar a su favor que, según nos contaron, la municipalidad tiene la paciencia y constancia de retocar la pintura de este monumento de forma muy asidua, para mantenerla a salvo de los eventuales graffitis y rayones, manteniéndose siempre impecable. Al menos en tema de pintura.
Y a pesar de quedarnos apolillando el 18 de Setiembre, tuvimos el gusto de ver bailar Cueca, el baile típico de Chile, unos días antes. Acá nos dimos cuenta que realmente, las diferencias entre nuestro pericón y la cueca chilena no eran demasiado abismales, de hecho, hasta la vestimenta era similar. Coquetas damas en vestidos amplios con delantal, y gauchos de sombrero desfilaban alrededor mientras hacían alarde de pintorescos pasos de baile, y revoleaban pañuelos al son de la música típica.
ISLA DE TENGLO
Mientras paseábamos por la ciudad, dimos con un pequeño muelle desde donde salían barcazas en dirección a una pequeña isla, a pocos metros de tierra firme, a través del Canal de Tenglo. Como la tarifa era barata (500 pesos chilenos) no la pensamos dos veces y nos subimos a bordo.
La isla Tenglo es un trocito de tierra flotando muy cerca de la ciudad, y si recorrer las callecitas de tierra admirando las casas y saludando a los lugareños no te alcanza, podés subir el cerro del mirador de la cruz.
Llegar arriba requiere de una caminata de unos 20 minutos, para nada complicada. Una vez allá, se puede ver una iglesia protegida por un cuadrilátero de rejas y varios Jotes custodiándola desde las puntas más altas de la construcción. Un poco más allá, se irgue una enorme cruz blanca, colocada luego de la visita del Papa Juan Pablo II, y que se ve desde la ciudad de Puerto Montt. Y como cereza del postre, desde acá arriba se obtienen hermosas vistas panorámicas de la ciudad.
CHINQUIHUE, EL ESTADIO MAS AUSTRAL DEL MUNDO
El regreso de nuestro anfitrión trajo consigo muchas días llenos de charlas sobre lugares lejanos acompañados de fotos que ilustraban las anécdotas.
Pero no todo fue relacionado a los viajes, también fueron largas las sesiones de partidos de fútbol en la NES, donde yo podía adivinar el resultado solamente escuchando los gritos, que provenían del living, mientras me duchaba, y donde la madrugada descubría a Wa y Sebastián jugando la revancha de la revancha de la revancha.
Además, probamos la malta con huevo, el salmón más rico que hemos comido hasta ahora, y las galletitas Vino pero que no tienen vino.
Y por si todo esto fuera poco, Sebastián nos llevó a conocer Chinquihue, conocido como el estadio más austral del mundo.
Ese día jugaba el cuadro local “Deportes Puerto Montt” contra “Copiapó” y Wa y yo, sentados entre medio de Sebastián y su padre, ambos hinchas aguerridos de la selección de la ciudad, sentíamos un poquito de presión, ya que nos contaban que en los partidos que habían ido a ver antes con otros viajeros de Couchsurfing, Deportes Puerto Montt había salido siempre victorioso. Encima, este partido tenían que ganarlo porque sino corrían riesgo de bajar de categoría. Ni perder ni empatar… había que ganar.
Ésa sería la primera pero no la única que vez que asistiríamos a un partido de fútbol.
Wa y yo hicimos toda la fuerza que pudimos para que la cábala del viajero se cumpliera una vez más, y entre globos volando, gritos, insultos y quejas muy chilenizadas que no llegábamos a entender, Deportes Puerto Montt apuntó los dos goles que lo llevaron a la victoria, mientras para nuestra sorpresa todo el estadio cantaba la canción de Los Iracundos, acompañados con el bombo de la banda de la hinchada.
Respiramos aliviados.
No habíamos roto la cábala.
ANGELMÓ
El único día que los nubarrones negros se tomaron vacaciones y no cayó una sola gota sobre Puerto Montt, Sebastián aprovechó para sacarnos a pasear nuevamente, esta vez el destino era la pintoresca zona de Angelmó.
Este barrio se caracteriza por los muchos puestitos que venden artesanías y por la zona de los mariscos. Pero vamos por partes.
La zona de las artesanías es muy pintoresca, y es cierto que hay cosas para ver, pero la verdad sea dicha, no es menos cierto que después que ves dos o tres puestitos, ya viste todos. Realmente pocos tenían artículos que pudieran destacar del resto; además, la mayoría de ellos habían perdido gran parte de esa “artesanía” como tal y se habían convertido en un revoltijo de producciones en masa, donde poco quedaba de la mano de obra artesana (podía rescatarse algunos botines tejidos en lana de vicuña, o algún articulo grabado en madera o cuero, pero no mucho más).
De todos los puestos que vimos, quizá el mas interesante fue el de un carpintero que confeccionaba todo tipo de artículos para el hogar, juguetes, e incluso muebles, de forma ahora sí, completamente artesanal.
Nos llamaron la atención la cantidad de puestos donde vendían “merchandising” proveniente del Perú, e incluso podíamos ver adornos típicos peruanos donde les habían escrito algo así como “Puerto Montt – Chile” .
Además, si vas a Angelmó, tenés que meterte en las ferias de mariscos y demás productos del mar.
El muelle de Angelmó reboza de botecitos, y algunos tienen muchas ganas de viajar.
Al costado del muelle se arma una feria donde podés encontrar varios tipos de mariscos, ya sea cocidos o crudos: desde el típico ceviche de salmón (recordemos, todo lo que sea ceviche implica cocción en limón), pasando por un exquisito salmón ahumado que además tenían el gesto de dejar un platito para degustarlo gratis, hasta pirorocos vivos moviendo sus antenitas.
Salmones para elegir.
También se puede ver como los vendedores realizan la extracción de algunos mariscos ahí mismo, en los mostradores. En nuestro caso, vimos como sacaban las llamadas “lenguas de erizo” del cuerpo pinchudo del animal.
Erizos de mar
Y como broche de oro, sobre el muelle suelen haber lobos marinos, esperando que los turistas le tiren un pescadito por caridad.
Pero como a mi me gusta ir siempre más allá, no les ofrecí un pescadito… les ofrecí mi propia carne. Dejen que les cuente.
En mi mente, un lobo de mar y una foca eran prácticamente lo mismo, y como las focas me parecían simpaticonas pensé que no iba a haber mucha diferencia entre ellas y estos enormes lobos marinos, así que mientras la gente se aglomeraba sobre la baranda de la bajada al muelle, yo no entendía por qué nadie bajaba al muelle mismo, donde estaban estos amigos, y les daba de comer de cerca. Pronto iba a entender por qué.
Lobos marinos esperando su ración.
Con mucha soltura, bajé la rampa, pasé por al lado de los perros (terrestres) que les ladraban sin pausa a los lobos marinos, y me intenté acercar al que estaba más cerca… pero sólo fue eso, un intento, porque antes de llegar, otro lobo marino emergió del agua y lentamente fue subiendo al muelle. Yo lo esperé, porque pensé que venía a acercarse a mi en son de paz.
En son de paz.
Ja.
Resulta que el enorme animal me empezó a perseguir como alma que lleva el diablo, y mientras los perros le ladraban sin parar, me escabullí sin ninguna rapidez, mientras Wa y Sebastián me gritaban desde arriba que subiera.
Unos segundos luego, me enteraría que los colmillos del animal prácticamente rozaron mi pantalón, a la altura de mi rodilla pero del lado de atrás.
De esta forma, mis queridos lectores, me enteré que los lobos marinos son animales territoriales.
Y no se dejen engañar por esa forma de babosa con aletas, esos bigotitos adorables y esos eruptos ultrasónicos… los lobos marinos son rápidos, y les gusta morder piernas.
Los días pasaron y luego de aplazarla un par de veces, la despedida se hizo inevitable.
La última noche en casa de Sebastián, la aprovechamos jugando al dominó cubano, traído directamente de uno de sus viajes y riéndonos mucho.
A la mañana siguiente, nos despedimos, prometiendo volver a encontrarnos algún día, en alguna parte del mundo.
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