Para sorpresa de muchos -locales- salir de Asiut nos costó un poco.
Significó dejar atrás las veladas de cenas conversadas con Crissy y las noches de películas independientes, así como las caminatas por calles perdidas donde los 3 manteníamos la capacidad de sorpresa ya que éramos nuevos en el país. Significó dejar el sentimiento de ser “roomies” (compañeros de piso), cosa que hasta ahora solo los viajes nos permitieron experimentar en algunas ocasiones. La cosa es que cuando empezás a agarrarle el gustito es cuando tenés que ir pensando en irte, ya sea porque la visa empieza a chillar, o porque tenés que auto-obligarte a moverte para evitar echar raíces.
Aunque tampoco viene mal, en viajes tan largos, poner las patitas en agua y echar unas raíces chiquitas de vez en cuando.
LA TRANSICIÓN DE LO LOCAL A LO TURÍSTICO
Quena es una pequeña ciudad cercana a algunos de los puntos turísticos mas famosos de Egipto, lo que le da un carácter de bisagra que pocas veces se nota tan claramente.
Hacia el sur tenés Luxor y un poco más allá Asuán, mientras que al este tenés Hurgada que es la zona costera de Egipto donde se puede conocer el mar rojo y hacer snorkel. No es de extrañar que mucha gente pase por alto esta ciudad que para nosotros fue la que nos ofreció el mejor lugar “turístico” de todo el viaje.
Pero primero vamos a hablar de Quena como ciudad, porque aunque quede opacada por sus vecinas a nosotros nos parece que se merece un poco más de merito del que tiene.
Apenas llegar nos metimos por una feria llena de colores y olores, donde una vez más apreciamos algunos clásicos de Egipto, como las maquinas Singer (o similares) puestas sobre la calle, donde de vez en cuando detrás de ellas la figura de un hombre se inclinaba hacia adelante mientras cosía un trozo de tela.
Si venís de nuestras tierras, quizás te pase como nosotros y al principio te resulte raro ver que casi siempre detrás de estas máquinas hayan hombres en vez de señoras pero en Egipto es el pan de cada día.
Lo mismo pasa con otras profesiones que uno acostumbra ponerles cara femenina, como por ejemplo, las tiendas de planchado.
Si ya sé, son estereotipos, pero si están ahí es por una razón y es que en Latinoamérica este tipo de profesiones suelen ser desarrolladas mayormente por mujeres así como la mayoría de obreros siguen siendo hombres y un largo etcétera de ejemplos (aunque este tipo de situaciones cada vez estén equilibrándose más).
Pero no es solo el tema del género lo que llama la atención, sino el hecho que existan tantas de estas tiendas en sí y que se dediquen exclusivamente a eso: planchar.
Confieso que aunque los egipcios nos saquen fotos de forma descarada, a mi me costó mucho armarme de valor para pararme frente a una persona e inmortalizarla en mi teléfono y aun así cuando comencé a hacerlo no podía evitar deshacerme en agradecimientos y sonrisas luego. Afortunadamente, a la mayoría de la gente no le molestaba y hasta parecía disfrutar que uno los eligiera para las fotos. Lástima que recién se me empezó a ir la vergüenza cuando ya nos quedaban pocos días en el país.
Quena es una ciudad con cierto fetiche por las luces, el cual explota durante la noche.
En el centro llaman la atención las callecitas en modo pasillos, completamente iluminados y llenos de tiendas de ropa donde los burka se exhiben como si hubiera demasiada diferencia entre ellos más allá del color o algún bordado.
Estos lugares se sienten casi como un shopping a cielo abierto.
Caminar por la calle sigue siendo un clásico, como sucede también en varias zonas de Latinoamérica, solo que como ya saben, en Egipto los autos y las personas pertenecen a la misma especie y aunque de forma caótica viven -de alguna manera- en perfecta armonía.
La explosión lumínica no solo está en las tiendas sino también en templos como iglesias y mezquitas, haciéndolas todavía más pintorescas con destellos verdes, anaranjados, o azules recordándonos más a un pub que a un centro religioso, pero volviéndonos a la realidad cuando, en lugar de expulsar repetitivas notas punchi punchi, por los parlantes que cuelgan de sus altas torres se emite un canto que convoca al rezo.
Las calles de Quena tienen algo diferente a otras ciudades egipcias en las que estuvimos, un equilibrio acogedor entre cultura local y atractivo turístico y aunque según nos dijeron en estas zonas la gente es más conservadora, vimos más cabellos femeninos al aire en lugares como Quena y Asiut (producto del cristianismo) que en Alejandría.
Aun así, la mayoría de las vidrieras exhibían maniquíes cubiertos con burkas y velos, y fue en esta ciudad donde fuimos huéspedes de una familia musulmana típica y con ella llegaron choques cultures de primera mano, así como explicaciones que ya se hacían desear.
Nacer siendo un diamante
La persona que nos hospedó y que además nos acompañó en algunas caminatas nocturnas (que es cuando más se aprecia el encanto lumínico de Quena) detectó la atención que le dedicábamos a las vidrieras que exhibían burkas y se ofreció a explicarnos por qué en el islam las mujeres usan velo: “para nosotros la mujer es como un diamante, algo valioso que hay que cuidar, por eso preferimos que use el velo, para no exponerse”.
Le pregunté si era obligatorio que las mujeres usaran velo, y si quienes determinaban el uso del velo eran ellas mismas o sus maridos o los hombres de su familia en general, a lo que el me respondió algo que no voy a olvidar: “no es obligatorio, es una elección de la mujer. Ellas pueden elegir si usarlo o no, pero si no lo usan es porque claramente hay algún problema en ellas que deben resolver”.
Ninguno dijo más nada pero nos quedamos pensando dónde está la libre elección en ese enunciado. Era evidente que aunque fuese “una elección”, la sociedad islámica percibe a las mujeres -islámicas- sin velo como algo incompleto, algo fallado, una persona que debe trabajar en sí misma porque, “claramente”, algo no anda bien en ella.
Quizás por un motivo similar nos llamó tanto la atención que cuando saliésemos a pasear con nuestro anfitrión su esposa y sus hijas nunca fueran con nosotros.
Aún más llamativo fue cuando al volver al hogar, una amiga que la había visitado fue inmediatamente invitada por ella a retirarse, como si la esposa sólo pudiese disfrutar del tiempo con sus amigas mientras está sola (o únicamente con sus hijas, pero no frente a su esposo y/o invitados).
Nos preguntamos cuánta elección de su parte había en estas situaciones.
Obviamente todas estas son percepciones personales desde culturas diferente como lo son la nuestra como occidentales y la musulmana, y quizás dejándome llevar por estos pensamientos fue que al despedirnos de esta familia, sentí un pedido de auxilio en el abrazo de esta mujer.
Casi no habíamos hablado desde que estábamos allí porque ella se limitaba a dar vueltas por la casa sirviendo comida y té o limpiando, pero al despedirnos me dio un fugaz abrazo que me tomó desprevenida y su mano quedó apretando mi brazo por algunos segundos, como en un intento de aferrarse a una realidad a la que ella no puede optar.
Un diamante sigue siendo bello mientras se mantenga preservado en su estuche, impoluto y a buen resguardo.
No dudamos que estos aspectos de la religión musulmana sean llevados a cabo desde la buena intención de ambas partes, hombres y mujeres.
También respetamos que una persona elija dedicarse enteramente a su hogar, siempre y cuando sea eso, su elección.
Pero como occidentales y aun respetando las diferentes culturas, es imposible que algunas cosas no nos atraviesen de vez en cuando y nos piquen en nuestra idiosincrasia.
TEMPLO DE DENDERA
Como nos pasa muchas veces viajando, nos enteramos de la existencia del Templo de Dendera gracias a la persona que nos hospedó allí, sino no teníamos idea de su existencia.
Y no es que seamos tan despistados (¿o quizás si?) sino que realmente no es uno de los lugares más conocidos de Egipto, cosa que puede percibirse apenas entrar, cuando te das cuenta que vas a estar casi en soledad recorriendo semejantes ruinas, detalle no menor en un país donde el turismo es atraído en hordas a visitar el legado de la antigua civilización egipcia.
No queremos que este post sea otro texto con un montón de datos que podés encontrar en una web de egiptología o alguna enciclopedia, pero a su vez estamos tentados de mencionar algunos datos que son muy interesantes, así que vamos primero con nuestra experiencia completamente libre de toda influencia enciclopédica (que fue como visitamos el lugar), y después te tiramos algunos datos que averiguamos post-visita.
Primero lo primero: el camino al Templo
Como ya saben somos muy afines a caminar grandes distancias por sus claros beneficios a la salud y al bolsillo y además así es como muchas veces suceden las cosas inesperadas.
En eso estábamos, patita adelante patita atrás a medio camino ya del Templo de Dendera, cuando llegamos a una calle donde había una oficina policial.
Al vernos, el oficial de turno que tomaba el fresco afuera nos hace señas para que nos acerquemos y nos pregunta de dónde somos, y hacia donde vamos. No era fácil para el entender cómo un par de turistas planeaban llegar al Templo caminando, así que nos retuvieron unos minutos hasta que el oficial nos indica con un gesto de cabeza que sigamos a un muchacho que había empezado a caminar hacia un auto: “el los va a llevar” dice. Nos subimos al auto todavía asombrados por este autostop repentino, a pesar que no era la primera vez que nos pasaba en Egipto y que en el fondo sabíamos que es parte de este cuidado extremo hacia el turista (“la sharía turística” como lo bautizamos nosotros) a modo de cuidar los intereses del país. Como sea, nosotros estábamos felices de vivir otra ayuda espontánea, sea cual sea su motivo.
Al llegar al templo, el muchacho que nos llevó nos extiende un billete equivalente al importe casi total de dos entradas, y aunque le insistimos en que no era necesario, el billete terminó en nuestras manos y acto seguido en las del vendedor de tickets del lugar.
Caminar por un templo lleno de historia, sin saber nada de su historia
Negligencia o sacrilegio para algunos, pérdida de dinero para otros (especialmente para los guías).
La verdad es que fuimos al Templo de Dendera sin saber nada al respecto mas que lo que su nombre indicaba: es un templo. Suficiente.
Una vez dentro, luego de un video de 7 minutos explicando en inglés algunas cosas sobre el templo, de lo cual no llegamos a captar casi nada porque el audio se oía un poco fulero, llegó la hora de comenzar el recorrido.
Primero recorrimos las construcciones alrededor del templo que claramente era el principal para dejar lo mejor para el final.
Y aprendimos algo…
Tener conocimientos de un lugar quizás pueda potenciar su impacto, pero el no tenerlo no impide maravillarnos ante su belleza, cuando ésta es imposible de obviar.
Este fue el caso de cada una de las construcciones que vimos en todo el recinto del Templo de Dendera.
Desde puertas gigantes que parecían hechas para dejar pasar titanes, hasta grabados que contaban una historia de principio a fin, cada lugar nos maravillaba más que el anterior. El hecho de poder entrar y caminar casi solos ayudaba a ampliar esa sensación de magnificencia.
Por supuesto que reiteradas veces intentamos interpretar los dibujos tallados en piedra, y aunque en algunas oportunidades sentimos que estábamos dando en el clavo, en muchas otras nos divertíamos imaginando situaciones disparatadas (uno se divierte barato).
Fue así como encontramos botellas de vino sobre la cabeza de algunos dioses y bubis creciendo de la axila de otros (la naturaleza es sabia, le da imaginación al que no tiene conocimiento).
Las columnas más gordas que vimos en la vida se coronaban con la cara de la diosa honrada en el templo, y siguiendo más arriba llegamos a ver el cielo… o lo que se supone representa al cielo (esta era fácil de intuir porque estaba pintado con un manto de estrellas, siendo esto último algo que vimos ya en otros recintos).
Daban ganas de quedarse mirando todos los grabados uno por uno intentando descifrarlos.
Continuamos avanzando dentro del templo, recorriendo todas las cámaras, admirando sus grabados y viendo con tristeza que algunas estaban clausuradas, como el acceso a las catacumbas y una misteriosa escalera que daba a una puerta en la pared a la cual no había forma de acceder si no era con la escalera metálica que no habían colocado los antiguos egipcios sino el personal que se encarga del cuidado del templo pero que en estos momentos era atravesada por una cinta a modo de “no pasar”.
Luego de unas 2 o 3 horas de estar deambulando entre trozos de historia, nos encaminamos hacia la puerta del templo con intenciones de irnos, cuando vemos que un policía (siempre habían algunos dando vueltas) nos hace señas para que lo sigamos. Un poco asustados, quizás intimidados por el rifle que le colgaba al lado derecho del cuerpo, lo seguimos en la semi penumbra, hacia adentro del templo.
¿Acaso habíamos violado alguna norma sin saberlo?
Diez palabras y un rifle: nuestro guía armado.
El oficial nos hizo entrar a una de las cámaras en las que ya habíamos estado antes y comenzó a señalar figuras talladas en la piedra, a la vez que nos decía sus nombres y nos alentaba a sacar fotos.
Pensamos que a lo mejor esa cámara era importante y al vernos deambular sin guía que nos explicara nada, quiso contarnos él quienes eran los protagonistas de los grabados antes de salir, pero eso sería solo el comienzo.
El policía nos llevó a varias cámaras más, y con un inglés muy escueto, extendía el dedito señalando figuras y usando nombres de dioses y palabras básicas como “fruit” y “wife”.
El miedo de que un policía armado te pida que lo sigas hacia un recinto poco iluminado (aunque este sea una cámara de cientos de años de antigüedad) ya había pasado, pero había dado lugar a otro miedo igual o peor: ¿nos querrá cobrar después de esto?
Hasta ahora Egipto nos había sorprendido para bien. Nos había demostrado que la mayoría de su gente simpatizaba con el extranjero y que su simpatía solía ser genuina sin intereses ocultos detrás de sus actos, pero todavía a veces nos quedaban reminiscencias del miedo a la propina autoimpuesta.
Intentamos relajarnos y confiar en la hospitalidad egipcia que hasta ahora no nos había decepcionado, así que no opusimos resistencia y seguimos a nuestro guía improvisado a través de los diferentes recintos.
De pronto habíamos llegado a uno de los lugares misteriosos: la puerta alta en la pared, con la escalera clausurada.
El guardia miró hacia afuera, y luego de asegurarse que no venía nadie, quitó el precinto de seguridad de la escalera y me indicó que subiera.
-¿Seguro? -pregunté, con muchísimas ganas de hacerlo pero creyendo que con esto la propina no solo sería inminente sino que además debería ser elevada.
Pero ya estábamos en el juego así que ahora había que jugar. Subimos los dos mientras el policía hacía campana abajo.
La escalera llevaba a una pequeña cámara donde se representaban grabados, y no había nada más dentro. Nada más y aún así estaba lleno, lleno a desbordar,
lleno de esa adrenalina que sentís cuando hacés algo que no deberías estar haciendo. Pero no pasaba nada, nuestro cómplice vigilaba desde abajo y ¿qué mejor cómplice que aquel que debería encargarse que no hagas lo que estás haciendo?
Como si eso no fuera suficiente, nuestro guía armado nos llevó a otra cámara donde por primera vez apareció otro hombre perteneciente al personal del Templo. Nos miró a nosotros, luego a el, y le dijo algo que sonó a rezongo.
El policía esperó a que éste hombre se fuera para señalarnos otra escalera clausurada, pero que esta vez iba hacia abajo. Quitó el precinto y nos dijo “go go”, mientras asomaba el cogote por la puerta.
Esto era otra cosa… ya no era una mini-cámara en la pared, a la vista… era la entrada a un túnel subterráneo, estrecho y poco iluminado, es decir… ¡me encantaba!
Me adentré en el túnel, pero sabiendo que el pobre hombre estaba afuera arriesgando su puesto por nosotros, no me fui muy adentro (quien sabe si no terminaba encontrándome alguna momia si seguía avanzando). Wa apenas llegó a la entrada, desde donde me sacó una foto fugaz y me apuró para que no me embalara demasiado y me fuera hasta el inframundo (un poco me conoce).
El recorrido siguió hasta volver a la azotea, donde nos explicó que aquello que habíamos pasado sin pena ni gloria era un reloj construido a modo de lugar de culto, y también nos indicó algo que habíamos pasado por alto y que aparentemente es de las cosas más únicas y misteriosas del templo: el horóscopo tallado en el techo de una de las cámaras exteriores.
Gracias a este señor, descubrimos figuras humanas donde antes no había nada para nosotros, y detalles de historias talladas en piedra que no habíamos podido discernir.
En algún momento volvió a aparecer el señor que lo rezongó antes para volver a hablarle por lo bajo con el ceño fruncido, pero ya luego no aparecería más en escena.
Finalmente, tuvimos que terminar el recorrido de forma más súbita de lo que nos hubiera gustado porque la persona que nos hospedaba en Quena nos había pasado a buscar y no queríamos hacerlo esperar.
Y aunque te parezca un sinsentido después de habernos quejado del “miedo” que nos daba que este señor nos quisiera cobrar, nos pareció que teníamos que darle algo por las molestias que se había tomado. Al final de cuentas, es cierto que nos dejó entrar a lugares clausurados.
Podés estar pensando “eso es lo que el quería desde un principio, que les diera pena el hecho de que el no pidiera dinero por lo que había hecho, y valiéndose de esa pena le dieran algo por voluntad propia”.
Sí, es una posibilidad que no podemos descartar.
Pero sinceramente luego de darle apenas un naipe de Uruguay (pequeño recuerdo simbólico que damos a quienes nos ayudan) y el importe correspondiente a menos de 1 dólar, y ver su amplia sonrisa y su enfático agradecimiento, entendimos que detrás de su guía no había segundas intenciones, o al menos no eran estas su objetivo principal. Nadie que haga algo con interés puramente económico es capaz de sonreír ante una propina materialmente tan escasa, así que francamente creemos que él pudo ver el agradecimiento implícito que había detrás de ese naipe simbólico de Uruguay.
¿NOS PONEMOS TÉCNICOS?
Habiendo narrado nuestra experiencia desde una perspectiva subjetiva y completamente vacía de conocimientos sobre este templo, pasamos ahora a darte algunos datos un poco más técnicos, con conocimiento post-visita que adquirimos en internet. Nada que no encuentres en otras webs o en una enciclopedia, con excepción quizás de alguna salpicadita de nuestras propias ocurrencias intercaladas para hacer la lectura un poco más amena (y porque es la forma que a uno le sale escribir, qué se le va a hacer…).
¿Quién es Dendera?
Dendera no era quién sino qué. Este era el nombre de la ciudad capital del nomo VI del Alto Egipto, así que el nombre del templo es meramente geográfico.
Pero lo que vos querés saber realmente es quién es Hathor.
La diosa de todo lo que está bien
Los dioses egipcios pueden ser un poco turbios a veces, como pasa con los griegos, los romanos y tantos otros, pero parece que Hathor era una muchacha de las buenas.
Su nombre, aunque suena feo, significa “La casa de Horus” por ser ella su madre y… también su esposa (bueno si, algo turbio sí que había).
Pero Hathor no es únicamente conocida por ser “la madre de” o “la esposa de”, sino que es además la diosa del cielo, de la danza, de la alegría y de la música, además de ser la protectora de la maternidad y tener poderes sanadores.
No puedo evitar imaginarme a Hathor en una entrevista de trabajo, respondiendo fácilmente cuales son sus 3 virtudes pero quedándose en blanco al intentar nombrar 3 defectos.
Gracias a las muchas cualidades de esta diosa con todas las letras, muchas personas, mayormente mujeres, iban en procesión hasta su templo, en Dendera.
¿Por qué deberías visitar el Templo de Dendera si vas a Egipto?
No somos quién para decirte qué hacer y qué no, pero si tuviésemos que recomendarle solo una cosa a alguien que vaya a Egipto, sin dudas sería este templo. Convengamos que no visitamos muchas ruinas egipcias y nos perdimos las más famosas, pero hablando con un egiptólogo, el mismo nos dijo que el Templo de Dendera era de los lugares más importantes del país y no es tan conocido como se merece, así que si no nos crees a nosotros, ahí tenés las fuertes declaraciones de un experto en la materia. No podemos asegurarte que sea el mejor, pero sí que hay cosas que sólo las vas a ver en este templo y en ninguno más de los muchos templos antiguos del país.
El Templo de Dendera tiene algo único, y es que además de estar muy bien conservado, es el único lugar de entre todas las antigüedades egipcias, que conserva la pintura original. Esta se salvó gracias a que el Templo estuvo enterrado en arena por muchísimo tiempo.
Además, es el único templo enteramente visitable, al punto de poder subir incluso a la azotea.
Y vaya que te conviene subir a la azotea…
“Envíe la palabra HATHOR al 112233 para recibir su fortuna”
La azotea es uno de los lugares donde vimos dos de las cosas más importantes de todo el recinto y que además dejan evidencia del gran conocimiento astronómico que tenía la civilización egipcia antigua.
Nada más subir te encontrás con la capilla a la diosa Hathor, que además es un reloj (hecho con columnas de piedra, claro). Unos pasos más adelante llegas a una cámara en cuyo techo está representado un mapa estelar, algo nuevo para la época, con las constelaciones del zodíaco representadas y 2 eclipses mencionados en el, uno lunar en el 52 a.C. y uno solar en el 51 a.C.
Lo malo es que este mapa es una representación, ya que el original se encuentra en el museo Louvre.
Además, como ya se vió en otras culturas, en el templo de Dendera también encontramos otros aspectos astronómicos más “clásicos”, como que las puertas principales del templo apuntan a 2 estrellas importantes, Thuban y Sirio, estando esta última asociada a la diosa Isis quien a su vez está asociada a Hathor.
Una mezcla de civilizaciones, culturas y religiones
Según los anales de la historia, el templo de Hathor fue construido con ayuda de los ptolomeos, mandados por Cleopatra (la alianza consecuente del amor entre ella y Julio César), decorado por los romanos, y destruido -en teoría- por los cristianos.
Se dice que los gobernantes griegos y romanos aceptaron el culto religioso de los egipcios para tener el aval de la población y mantenerse en el poder.
Caminando por las afueras del templo te vas a dar cuenta que hay simbología cristiana, especialmente en una zona en particular.
Se dice esta zona es donde estaban los mammisis o “casas del nacimiento divino”. De hecho en este templo está el mammisis más antiguo, el de Nectanebo I.
Esta simbología cristiana aparentemente pertenece a las primeras iglesias coptas construídas en la zona, más específicamente una basílica cristiana que data del siglo V.
También se dice que los seguidores del cristianismo copto fueron quienes destruyeron las caras de la diosa Hathor que se ven todas picoteadas en las columnas del templo.
El templo de Dendera se mantuvo enterrado en las arenas por muchísimos años, lo que facilitó su conservación y que hoy día podamos verlo con sus pinturas originales.
RELAX EN EL PATIO DEL PRÍNCIPE
Nuestro anfitrión nos prometió llevarnos a un lugar que nos iba a gustar mucho.
Habiéndonos maravillado ya con el Templo de Dendera no sabíamos qué podía esperarnos tras esa promesa, pero aceptamos gustosos la invitación.
El auto se metió por callecitas rodeadas de palmeras bananeras donde el camino era apenas una huella de neumático hundida en el barro hasta desembocar frente a un portón que se abrió ante nuestra llegada.
Una casa grande, de varios pisos, era el fondo de un ostentoso patio que tenía como piscina privada un trozo del Río Nilo.
Si eso no era ya de por sí pista suficiente, nuestro anfitrión nos aclaró un poco la situación; aunque nos perdimos un poco en los pormenores de hablar un idioma que no es el materno y no nos terminó de quedar claro, la cosa es que esa casa pertenecía o bien a un príncipe o al hijo de un príncipe.
Cómo conocía nuestro anfitrión a dicho príncipe es algo que no llegamos a captar, pero ahí estábamos, en una casa perteneciente a la realeza de Quena, disfrutando de un pedacito de Nilo privado.
A partir de ahora y a efectos prácticos, vamos a referirnos a este lugar como “la casa del príncipe”.
Un señor vestido con túnica y turbante en la cabeza nos recibió con cierta parsimonia. No sabemos si él era el príncipe en cuestión, pero su apariencia dejaba traslucir un estatus social más elevado que el promedio.
Aun así, la autoridad que transmitía no nos hizo sentir incómodos, todo lo contrario, podíamos sentir esa vibra de distinción, pero su sonrisa emitía cercanía.
Nos hicieron pasar a uno de los balcones de la casa donde nos esperaban sillones de mimbre y mesas con café y té a elección, así como otra mesita con refrescos varios y agua fría. Todo estaba dispuesto para una merienda al aire libre.
Allí conocimos además a una familia compuesta por un egipcio egiptólogo con una chica noruega y sus dos hijas en común.
Cuando se enfrascó en una conversación en árabe con nuestro anfitrión y el señor del turbante, nosotros nos quedamos conversando con la chica de Noruega, con quien empatizamos enseguida por ser los únicos turistas.
Ella no tenía filtro, y aunque intentaba amortiguar sus palabras el alivio que le daba hablar con otros extranjeros era evidente cuando empezó a sincerarse con nosotros: “¿no les parece que hay demasiada mugre en las calles?”.
Durante un buen rato estuvo contándonos sus anécdotas de cómo la gente se paraba a su alrededor para pedirle fotos, mientras nosotros asentíamos sintiéndonos identificados en su relato. Nos contó que a su mamá, que es más rubia que ella, una mamá egipcia le pidió que sostuviera a su bebé para sacarle una foto con el, como si se tratara de alguien famosa.
Nos recomendamos lugares en Egipto y en nuestros respectivos países, y entre cafés y refrescos se nos fue la tarde.
Pero antes de que el sol se ocultara en el horizonte, bajamos a disfrutar del patio con vistas privadas al Rio Nilo. Más abajo, unos pescadores esperaban que la tanza se tensara y un burrito descansaba la mandíbula mientras los miraba.
Este paisaje parecía completamente despegado de la realidad que vivíamos sobre las baldosas decoradas y los delfines de piedra tallados en la baranda que nos separaba del agua, pero supongo que Egipto puede ser también eso, un juego de contrastes difícil de predecir pero unidos por esa veta de vida que atraviesa el país y lo identifica.
Después de tanto desear verlo de cerca, en ningún momento de nuestra estadía en Egipto imaginámos que terminaríamos disfrutando de un trozo privado de Nilo, desde el patio de un príncipe.
1 comentario