Si venís del post anterior es probable que te estés preguntando “¿para qué fueron a Miami si ya sospechaban que no iba a gustarles mucho?”.
Una respuesta válida sería decir que queríamos darle una oportunidad, que nunca se sabe hasta que se está ahí (ya tuvimos la experiencia de Cuenca en Ecuador) y demás frases pre-armadas.
Pero la verdad acá es otra.
Después de 2 años y 4 meses de dar vueltas por las Américas, este viaje estaba llegando a su fin.
Con la imposibilidad de pisar tierras Canadienses (ya saben, año 2020, fronteras cerradas) una vez cumplido el tiempo límite en EEUU era menester movernos hacia otro lado, y tomando en cuenta que cuando salímos de Uruguay la idea era recorrer Sudamérica y ahora estábamos en Norteamérica, sentíamos que ya era hora de pegar la vuelta y juntar energías para retomar la aventura más adelante.
Todo esto en medio de una pandemia, claro está.
La situación sanitaria actual hace que sea ciertamente más complicado cada paso que das en tierras extranjeras. Las cosas más sencillas pueden tener un nuevo protocolo que cumplir, uno al que debemos adaptarnos lo más rápido posible.
LANZAMIENTO ESPACIAL
Entre los cientos de experiencias que este viaje nos ha brindado, una de ellas fue la de visitar un centro espacial en Guayana Francesa. Lamentablemente, en aquella oportunidad no pudimos quedarnos para presenciar el lanzamiento de un cohete, cosa no tan extraña en aquellas latitudes.
Pero el viaje nos tenía preparada una sorpresa antes de volver a casa.
Un chico italiano nos recibiría en su hogar en la ciudad de Miami, donde pasaríamos los últimos días lejos de casa.
Antes inclusive de que llegásemos nos sugirió dos actividades para realizar una vez estemos allá: una consistía en ir a un bar con sus amigos y la otra consistía en ir a ver el lanzamiento de un cohete espacial.
¿Es necesario aclarar cual opción elegimos?
SpaceX lanzaría el Falcon 9, un cohete reutilizable con una cápsula dragón tripulada por 4 personas, que más adelante se acoplaría a la Estación Espacial Internacional de la NASA, cuya tripulación estaría lista para recibirlos.
El lanzamiento estaba agendado para el día sábado 14, pero por dificultades meteorológicas, se pospuso un día más.
Eso significa que aquel domingo nos subimos al auto del chico italiano y junto con su amiga Mexicana, comenzamos a recorrer los 354 kms que nos separaban de Cabo Cañaveral, donde se ubica la estación espacial Kennedy, desde donde sería lanzado el Falcon 9.
El lanzamiento no sería sino hasta la noche, y salir con tiempo nos dio la chance de parar en el camino a comer algo en Subway. Para ese entonces ya habíamos conversado mucho con la muchacha de México sobre nuestros respectivos viajes (ella trabajaba en cruceros) y no pudimos retrucar su insistente invitación de pagarnos la comida: “yo los invito para que ahorren y sigan viajando” decía.
Dentro del auto blanco, las conversaciones surgían en 3 acentos diferentes.
De vez en cuando podía oírse un “ta” al final de alguna frase, quizás un “está muy padre” después de mencionar algo bueno, o un “ma che cazzo?” cuando no encontrábamos donde estacionar.
Llegamos con muchas horas de anticipación al lanzamiento, así que pasamos la tarde en la playa. Esta vez tuve compañía en la arena, ya que el chico que nos hospeda fue el único que se aventuró a las aguas frías, según constatamos minutos más tarde con su rápido regreso y visibles chuchos de frío.
Mientras los demás se echaban una siesta intentando captar los suaves rayos de sol de aquel día parcialmente nublado, Wa y yo nos entreteníamos con los alrededores.
Algunas garzas perseguían hasta el cansancio a los pescadores que tiraban la red una y otra vez sobre el agua, con la esperanza de obtener alguna recompensa por su paciencia (por no decir “insistencia”). A pesar de estar observando un buen rato, ni vimos peces salir de las redes de los pescadores, ni mucho menos uno entrando al pico de la garza.
Un poco más tarde, una pareja vestida de forma casual pero demasiado prolija para que aquello fuese solo un paseo por la playa, apareció caminando de la mano, sonriéndose tímidamente de tanto en tanto.
Unos pasos más atrás, una chica con una cámara de fotos enorme los seguía mientras no dejaba de disparar. Luego desde adelante, después “dense un beso”. Luego ella se desenreda el vestido de los pies (ya les dije que no parecía ropa de caminar por la playa).
La sesión de fotos nos mantuvo otro rato entretenidos, a intervalos con las garzas, hasta que llegó la hora de acercarnos a una especie de plataforma desde donde se rumoreaba que podía verse el despegue de forma bastante aceptable.
Aquella plataforma servía también a algunos pescadores habituales y algunos otros que parecían estar aprovechando el acontecimiento para ver si picaba algo.
Podían diferenciarse por las herramientas, el conocimiento de las zonas y los horarios, y hasta la actitud, bien sea alerta o más bien descansada. O al menos, esa fue la forma en la que creí diferenciarlos.
Nuestra celeridad nos permitió ubicarnos en la mejor parte, la “punta” de la plataforma, desde donde podía verse lo más cerca posible (en términos de aquel lugar donde estábamos) y con un espacio más cómodo.
A medida que la hora se acercaba, más gente llegaba a donde estábamos, y tuvimos la suerte (o quizás fue simplemente una buena elección de lugar) de que un señor con una tablet se posicionó justo detrás nuestro cuando faltaban pocos minutos para el lanzamiento.
En la tablet se estaban trasmitiendo los preparativos para el despegue, así que poco y como quien no quiere la cosa, nuestros estiramientos de cogote se fueron volviendo cada vez menos disimulados, hasta que terminamos al lado del señor, todos juntos mirando los preparativos del despegue y conversando al respecto.
El tipo era experto en la materia. Hacía años que presenciaba los despegues que se realizaban y siempre llevaba su cámara especialmente preparada para fotografiar las naves. Podía predecir los pasos que se realizarían en los preparativos del despegue antes incluso de que ocurran. Sin lugar a dudas, un aficionado de los que hacen los deberes. Siempre da gusto conocer gente apasionada por algo, porque sin importar que sea aquello que les apasiona, siempre se las ingenian para contagiar ese entusiasmo.
Finalmente, la cuenta regresiva comenzó a escucharse por los pequeños parlantes de la tablet (sí, ese nivel de silencio expectante había en la plataforma) y una estrella comenzó a ascender en la lejanía.
Confieso que creí que se vería diferente, aunque eso no significa que estemos desilusionados. Tanto Wa como yo esperábamos algo no sólo más rápido, sino también con más forma. Creíamos que iba a ser posible distinguir, aunque sea la silueta de la parte baja de la nave, pero lo que vimos en todo momento fue el destello de luz.
Daba la sensación de estar viendo una de esas escenas de animación, donde algún personaje deja el mundo mortal, convirtiéndose en una luz en forma de orbe que asciende al cielo.
Era como si estuviésemos viendo el alma del cohete ascender.
La luz apareció sobre el agua, y subió lentamente, mientras nosotros aguantábamos la respiración, como si un ligero soplido lo fuera a sacar de su trayectoria.
Durante más de 1 minuto, el cielo tuvo dos lunas hasta que una de ellas se difuminó entre las nubes.
ESE PALITO QUE TE METEN POR LA NARIZ…
Tres días nos separaban de un nuevo viaje, uno distinto… uno que no hacíamos desde hacía casi 2 años y medio.
Con motivos de la pandemia, hisoparse era un requisito obligatorio exigido por la aerolínea. Sin un resultado negativo, subirse al avión era imposible.
En Miami hay lugares donde realizan el hisopado de forma gratuita a cualquier persona, pero los resultados demoran unos 5 días, un poco menos si había suerte.
Lamentablemente, no podíamos arriesgarnos; la aerolínea nos exigía un hisopado con menos de 72 horas de realizado.
Buscando en internet y preguntando a conocidos y no tan conocidos, dimos con una clínica donde el resultado demoraba entre 24 y 48 horas, y cuyo precio no era tan elevado como en otros lados (U$S 75 c/u, contra el precio base de U$S100 por persona que pedían en otras clínicas).
No era necesario agendarse previamente, y los resultados se enviaban al correo electrónico, así que el procedimiento en sí era bastante sencillo.
Pero siendo la primera vez que un microorganismo dominaba nuestro futuro, quisimos pasar por el Consulado Uruguayo en Miami, no solo para consultar si contaban con algún servicio de test gratuito para compatriotas (con preguntar no perdíamos nada) sino además para consultar qué podía ser lo peor que podía pasar, y cómo actuar en caso de que sucediera.
Sí, a lo mejor nuestras averiguaciones eran un poco dramáticas por demás, pero nuestro vuelo partía el día 18 de noviembre, y el 19 vencía nuestro plazo de estadía legal en el país… ¿qué pasaba si teníamos el virus y no podíamos subir al avión ni tampoco permanecer en el país legalmente?
No buscábamos ser pesimistas, sino precavidos.
Básicamente la respuesta que obtuvimos fue: llegada esa situación, tendríamos que comunicarnos con ellos nuevamente y verían qué podían hacer.
Como imaginarán, no era precisamente la respuesta más tranquilizadora del mundo, pero fue la única información que se nos brindó al respecto.
En cuanto al test gratuito para uruguayos… nada remotamente cerca a eso existía, así que aquel 16 de noviembre nos encaminamos a la clínica, aquella que ofrecía el precio más económico en el menor tiempo posible, y si vienen leyendo desde el post anterior, no les sorprenderá saber que la misma se encuentra ubicada en el barrio Little Haití, una de las zonas con precios más accesibles de Miami.
Una fila de unas 5 personas antecedía el mostrador donde solicitaríamos el estudio, así que esperamos pacientemente.
Las esperas en las clínicas tienen altas probabilidades de no ser una experiencia amena en todos los casos.
Primero, un llanto desesperado de un niño nos llegaba directamente en la oreja izquierda, a menos de 2 metros de distancia del mostrador principal.
No quise mirar. No solo me daba pena por el niño, sino que además -aunque no le tenía miedo al hisopado- en momentos como ese uno se acuerda de los videos que no vio pero que le comentaron de gente a la que le insertan el dichoso hisopo por la nariz y se mueve convulsivamente por la sensación desagradable que le provoca, o de aquellos que dicen que sienten como si les tocaran el cerebro (que aunque seamos conscientes de lo exagerado que eso suena, no deja de hacernos ruido cuando estamos a minutos de tener un cuerpo extraño de 15 cms de largo dentro de la cavidad nasal).
Ya con apenas 2 personas delante, un grito resuena justo detrás nuestro.
Un chico que había entrado medio tambaleándose por la puerta se quejaba de algo prácticamente a grito pelado.
Finalmente, la chica del mostrador nos saluda y ante nuestra solicitud, nos explica que el test de covid se realiza fuera de la clínica, en la parte de atrás, donde un chico con una carpeta nos toma los datos para luego darnos paso a donde se realiza la prueba.
En efecto, el chico esperaba sentado en los escalones de una casa, frente a la parte trasera de la clínica. Nos pregunta nombre, y pide ver nuestro pasaporte. Toma nota del número de identificación y nos indica que el test se realiza bajo aquel toldo que se ve en la vereda.
Resulta que el puestito de los test estaba ubicado de manera que aquellas personas que iban en auto pudieran hacérselo sin necesidad de bajarse, así que esperamos que la fila de vehículos pasara antes de acercarnos.
Ahora sí, el momento había llegado.
A diferencia de Wa, desde que esto de los test PCR comenzó, yo nunca quise ver ningún video de esos que circulan por la web; sabía que esto era el futuro de los viajes (al menos durante algún tiempo) y que eventualmente nos tocaría a nosotros también, y siempre me gustaron las sorpresas… hisopo, sorprendeme.
“¿Quién va primero?” preguntó en inglés el muchacho, y di un paso al frente.
Sacó el palito flaco con puntas de algodón de dentro de un sobrecito de papel y nylon, e intuitivamente comencé a tirar la cabeza hacia atrás, pero él me dijo que no era necesario, que solo me quedara mirando al frente.
Desconozco si todos los hisopos son iguales, pero éste era tan finito, que la cosa iba mas o menos así: se introducía en la nariz de forma perpendicular al piso, y al chocar contra el interior de la nariz, el palito se dobla y el muchacho lo direcciona hacia arriba.
Quizás así son los que están pensados para hacerlo a la gente que va en auto y no pueden tirar mucho la cabeza hacia atrás debido al asiento. O quizás son todos así, y le estoy dando demasiadas vueltas al asunto.
Lo importante acá es que tener una nariz espaciosa (por decirlo de forma amable) sirvió de algo por vez primera (o así quiero creer): no sentí prácticamente nada.
Para que te hagas a una idea, ¿viste cuando tomás agua y se te va por la nariz? Bueno, prefiero hacerme un hisopado antes que eso.
El caso de Wa fue similar, aunque a el le lloró un poquito el ojo y le dio un leve ardor mientras el hisopo estaba dentro, pero ambas fueron sensaciones tan insignificantes que no valían los nervios previos ni las caras de asco cuando imaginábamos la cuestión.
Supongo que las sensaciones pueden variar según la persona, pero al menos nuestra experiencia no fue ni remotamente tan dramática como imaginábamos.
El resultado fue enviado al correo electrónico 2 días después de haber sido realizado, y con la palabra “negativo” sobre el papel no teníamos motivos para preocuparnos.
Solo restaba seguir disfrutando el tiempo que tuviésemos por delante antes de cambiar de viaje.
Y para eso, un par de personitas vinieron al rescate.
VIEJOS-NUEVOS AMIGOS
La Crisis económica que atravesó Uruguay en 2002 hizo que muchas personas dejaran el país en busca de un futuro más prometedor en tierras lejanas.
Para algunos esto fue de alguna manera un retorno, volver a aquellas raíces españolas e italianas que muchos Orientales llevamos dentro y que contribuyeron a forjar el país como lo conocemos hoy.
Para otros, significó llegar a tierras completamente desconocidas, más remotas si se quiere.
Ese fue el caso del mejor amigo de la infancia de Wa, quien cuando éstos eran apenas adolescentes dejó el país con su familia estableciéndose en Puerto Rico.
El contacto se perdió durante mucho tiempo. En aquella época, aunque existían, no era tan común el uso de mensajerías online que facilitaran tanto la comunicación como sucede hoy día y el concepto de correspondencia escrita no era algo muy viable para dos muchachos entrando en la adolescencia, parados sobre una especie de puente entre el mundo tangible y el intangible que internet comenzaba a abrir en aquellos tiempos.
Así con todo y desde hacía un par de años, gracias a la magia que ese mundo intangible es capaz de brindar, ambos se habían reencontrado en el cyber mundo y cada tanto intercambiaban palabras.
La casualidad (¿o causalidad?) quiso que éste muchacho estuviera viviendo en Miami junto con su novia, justo en el momento que nosotros estábamos allí, así que el encuentro era tan deseable como obligatorio.
Esperábamos ansiosos, en un shopping de Miami, sin saber cómo se desenvolverían las cosas: ¿nos daría vergüenza? ¿Les daría a ellos? ¿Y si tanto él como Wa habían cambiado tanto que ya no se reconocían el uno al otro (no físicamente, sino en cuanto a formas de ser y gustos se trataba)? ¿Se habían convertido en completos desconocidos? ¿Si yo no le caía bien a la novia?
Finalmente, se reconocieron de lejos, y las sonrisas sustituyeron los saludos, mientras que un abrazo contaba todo lo que no se contaron durante tantos años.
Sabemos que en pleno 2020, darse un abrazo era casi como violar una ley implícita, pero es que no había otra forma. A veces un abrazo puede decir lo que las palabras nunca podrán.
Fue desde ese momento que no paramos de hablar, y lo que es aún mejor, de reír.
Wa rememoraba anécdotas con su amigo, sorprendiéndose de ellos mismos en el trayecto, mientras que su novia y yo descubríamos que podíamos “fangirlear” de libros juntas (con él también, ya que ambos eran bilbiófilos).
Cuando el amigo de Wa dijo “ahora a dónde quieren ir, ¿a una calle llena de graffitis o a una librería?” mis ojos brillaron tanto cuando oí la última palabra, que -siendo además un claro 3 a 0- Wa no tuvo más remedio que sucumbir ante la democracia (aunque la elección había sido concedida únicamente a nosotros dos).
Y no es que no me gusten los graffitis, no es eso, pero… realmente, en mi mundo, pocas cosas pueden competir con la palabra biblioteca o librería.
Mi ratón de biblioteca interior claramente vence a mi turista-promedio (que aunque escondido y muy pequeñito, también está por ahí en algún lado… creo).
Mientras ella y yo nos paseábamos ojeando palabras impresas, ellos dos se encargaban de ir esparciéndolas, conversando sin parar unos pasos detrás nuestro.
Me parece perfecto; la absorción de frases que nosotras realizábamos con los ojos se veía recuperada con el desparramo verbal de ellos dos. No hay dudas que somos un buen equipo.
Las horas pasaban tan rápido que enseguida sentimos que el escaso tiempo que nos separaba del pájaro metálico que nos dejaría de nuevo en casa no iban a ser suficientes, ¡teníamos tanto de que hablar!
“Bueno, entonces mañana, su último día en EEUU, nos volvemos a juntar ¿sí?”.
Así fue como nuestros últimos días en Miami no los pasamos tomando bebidas fuertes y de extraña procedencia, bailando al ritmo de alguna canción disco o surfeando en las olas de la playa (bueno, a decir verdad, ni los últimos ni los primeros ni los del medio) sino que hicimos algo mucho mejor que eso, y que irónicamente, sólo Miami podía brindárnoslo: pasamos tiempo de calidad, con personas que nos recordaron que la amistad puede llevarse puesta, como un anillo, como una segunda piel. Que la distancia puede enfriar, atemorizar y hasta avergonzar, pero no necesariamente eliminar. Que hay personas con las que se conecta al instante, y no necesitamos de años para poner las manos en el fuego por ellas.
Quizás esta ciudad sea sinónimo de superficialidades, de relaciones fugaces, de sentimientos inconexos, de apariencias y ostentosidad de bienes materiales.
Si esto es así, entonces nuestros últimos días en Miami fueron lo menos Miami que te puedas imaginar, y vamos a atesorarlos como unos de los mejores del viaje.
Y así, con los sentimientos blanditos como estábamos, nos subimos a aquel avión, aquel que después de 2 años y 4 meses marcaría el final de una etapa, y por ende, el comienzo de otra.
Con el papel impreso en la mano y algunos bolsos desparramados por el suelo, lo leímos una última vez antes de subir: vuelo AA989 – Sin escalas – Destino Uruguay.
Tienen buenas historias y se extrañan las nuevas.
Saludos.
¡Hola!
Muchas gracias, nos alegra que te guste lo que lees por acá, y que nos lo hayas hecho saber a través de este comentario. Siempre es lindo saber quehay gente leyendo al otro lado.
Hace poquito publicamos un nuevo post recopilatorio de nuestro tiempo «de espera» en Uruguay. Seguirán viniendo nuevos.
Un saludo también para vos.