Nuestros días en Perú estaban llegando a su fin, y es un hecho que a medida que nos acercábamos a Ecuador, hacer dedo en Perú se tornaba más y más sencillo cada vez.
Nuestras esperas eran cada vez más escuetas, lo cual se agradece tomando en cuenta que el calor se intensifica a medida que nos acercamos a la mitad del mundo.
CASTILLA Y SUS ARDILLAS (rima y todo)
Sólo la gente local nos supo explicar que Piura y Castilla son cosas diferentes. Mientras que Piura es la capital del Departamento (de Piura), Castilla es un distrito dentro de este departamento. Asímismo, están regidos por distintas Municipalidades.
De hecho, Piura y Castilla están separadas por el Río Piura, haciendo su identificación más sencilla.
Nosotros pasamos primero unos días en Castilla.
La zona en la que nos quedamos estaba tachada de peligrosa, sobre todo si tenés que atravesarla en la noche, con dos mochilas enormes y prácticamente un cartel en la frente que decía «turista».
Aun así, este barrio no nos recibió con sustos ni mucho menos, sino que lo hizo con miradas de sorpresa y niños jugando en la calle que nos saludaban al pasar.
Niños que más adelante nos regalarían muñequitos de plástico y buscarían ardillas con nosotros.
Nuestra estadía en Castilla fue muy tranquila; a veces sentíamos que estábamos atrapados en otra época, tiempo atrás, en donde todos se conocían, y donde todos los niños del barrio jugaban juntos a las bolitas, el fútbol y el manchado en la calle, hasta las 00:00 hs, mientras sus padres charlaban con los vecinos sentados en la puerta.
Y amamos este retroceso temporal que avanza en el alma.
También tuvimos que volvernos más tolerantes al calor (cosa que hasta ahora no nos viene saliendo) porque la temperatura en esta zona es considerablemente más alta de lo que veníamos acostumbrados. De hecho, nos comentaban que allí no hay invierno prácticamente… un día muy frío puede ser de 15 o 20 grados.
De hecho, durante toda nuestra estadía en el Norte Peruano, no dimos con una sola ducha que tuviera agua caliente. Total, nadie la necesita.
Me divertía imaginando que la gente de la zona no debe tener la ropa de invierno al fondo del ropero y tener que moverla hacia adelante en invierno, o guardar la ropa de verano en caja… de hecho, no tienen ropa de invierno, punto.
Un buen día nos comentan que en esa zona había muchas ardillas, a lo que nosotros no pudimos evitar muchas preguntas al respecto: «¿ardillas de verdad? ¿Ardillas de cola larga que comen nueces? ¿Ardillas como Chip y Dale (aunque ellas no tengan colas largas)?”.
Cuando las respuestas a todas estas preguntas fueron positivas, preparamos la expedición y nos fuimos en busca de las ardillas.
A ver, voy a hacer un paréntesis acá para explicar que tanto Wa como yo queríamos ver ardillas, en vivo y en directo, desde hacía muchísimo tiempo, pero creíamos que íbamos a tener que esperar hasta EEUU para poder hacerlo.
A mí me interesaba porque me gustan y porque con el pasar del tiempo, mucha gente me ha llamado ardilla, por una cosa o por otra (larga historia) así que en cierta forma, era como reencontrarme con mis antepasados… supongo.
Y a Wa le interesaba porque desde el momento que él también me comparó con una ardilla, comenzó a generar simpatía por estos animalitos… ¿extrapolación de sentimientos quizás?
Así que una tarde salimos con nuestros amigos Castillanos, a dar vueltas por las plazas de la zona buscando a estos simpáticos roedores, mientras ellos, además, le tiraban bombitas de agua a las damas (aparentemente una costumbre típica de la zona, sobre todo en fechas cercanas al carnaval… lo que no significa que todas las damas se lo tomen bien, claro está).
Y si bien los primeros intentos no dieron resultado, cuando ya creíamos que todas las ardillas de la zona se habían ocultado especialmente de nosotros, vemos algo moverse entre las hojas de un árbol.
Una mirada arriba bastó para encontrarnos con ellas y sus simpáticas colas, saltando de rama en rama y de árbol en árbol.
No pudimos quitarle la vista de encima por varios minutos.
Nos contaron que la ardilla fue un animal impuesto, es decir, traído desde otro lado, y al haber tantos árboles de almendras en la zona, las pequeñas aprovecharon para convertir el lugar en su hogar.
De hecho, su pelaje está bastante adaptado a la zona cálida como es el departamento de Piura, ya que no se trata de esas ardillas de exuberantes matas de pelo y colas que duplican el tamaño de su cuerpo, sino que, las ardillas de esta zona y Castilla son esbeltas y finas, con colas largas y no demasiado frondosas.
Y claro, como todas las ardillas, son hermosas.
PIURA
Los días nos llevaron hacia Piura, capital del Departamento.
En este lugar dimos con un simpático muchacho que no sólo nos llevó a recorrer varias zonas emblemáticas de Piura, desde un punto de vista histórico (como, por ejemplo, el Colegio al que asistió Mario Vargas Llosa), sino que además nos hizo probar muchísimas comidas riquísimas; picarones con mermelada de higo, anticucho tipo brochette (corazón de vaca en un palito), cremolada, y unos dulces exquisitos acompañados de chicha morada. Sí, todo esto el mismo día… casi morimos de diabetes… pero felices.
Por si esto fuera poco, un día preparó pizza casera y nos llevó a comprar carne para que pudiésemos preparar un asado uruguayo, o lo que más pudiera acercarse utilizando los cortes de carne de Perú, en casa de su mamá, y esa fue la primera vez, en meses que volvimos a asar carne.
También disfrutamos de largas sesiones de videos musicales, conociendo artistas peruanos que nunca habíamos escuchado, y terminando la velada con un sinfín de videos bizarros (mayormente facilitados por quien escribe, vuestra humilde servidora).
En conclusión: nuestros días en Piura estuvieron llenos de risas, conversaciones variopintas, y comida exquisita. Una combinación que nunca falla.
UN DÍA LLENO DE SORPRESAS
Luego de Piura, el dedo nos llevó hasta Máncora.
Dudamos si quedarnos allí unos días, acampando en algún lugar permitido (porque en la playa, según nos dijeron, no se podía).
Máncora es un lugar en donde se respira más turismo que gente local, desde las personas que caminan por la calle, hasta los dueños de los café y hostales de la zona.
Muchos ojos celestes, muchos cabellos claros, muchos acentos mezclados.
El ambiente despreocupado junto con alguna palmerita desperdigada por ahí, invitaban a la despreocupación.
Así con todo, preferimos continuar camino.
Atravesamos toda la ciudad caminando, y ya pasado el mediodía, entramos a un almacén para comprar pan, lo que sería nuestro almuerzo del día.
La pareja de veteranos que nos atendió, nos dijo que sólo les quedaba pan de ayer, a lo que respondimos que no importaba, que lo llevábamos igual.
La señora vació dos bolsas de pan en una, y nos lo dio.
Cuando preguntamos el precio, nos dijo que no era nada… que de todas formas era pan de ayer.
Por más que le insistimos, no quiso cobrárnoslo, y tanto él como su esposo nos desearon un buen viaje, mientras les regalábamos una sonrisa que expresaba mucho más que el tímido «gracias» que logramos articular.
Caminamos un buen rato hasta dar con un lugar apto para hacer dedo.
En el trayecto, nos llamó la atención un mochilero que andaba con un equipaje que parecía armado a último momento, con lo que pudo encontrar. Nos saludamos con un gesto de la cabeza, en esa especie de empatía típica entre mochileros, y seguimos caminando.
Al rato de estar haciendo dedo, nos levantan dos hombres en una camioneta grande, estilo van.
Cuando entramos, vemos al mochilero que habíamos visto antes, quien nos sonríe a modo de «hola de nuevo».
Conversando, nos enteramos que era un venezolano que había escapado de la actual realidad de su país buscando mayor seguridad, pero, como si fuera una especie de castigo, le habían robado la mochila en Colombia, por lo que su equipaje era algo improvisado con lo que fue recolectando en el camino.
En cuanto a los conductores de la camioneta, si bien al subirnos nos habían dicho que podían llevarnos a Tumbes, una parada en el camino les cambió los planes, dejándonos a unos kilómetros, en otro pueblo un poco antes de Tumbes, llamado Zorritos.
Nosotros estábamos de todas formas agradecidos por habernos adelantado tanto, pero evidentemente los conductores sentían culpa por no cumplir su palabra inicial, así que optaron por regalarnos 5 soles a cada uno de nosotros, explicándonos que el bus que nos deja en Tumbes vale eso.
Era la primera vez que nos regalaban dinero en el viaje, y no sabíamos cómo reaccionar.
Esta vez, el pulgar detuvo un auto de policía que nos llevó sin preguntar nada.
La que tuvo que preguntar fui yo, cuando emocionada por subirme por primera vez a un auto de policía, y viendo los artilugios y las lucecitas, le pregunté muy inocentemente a uno de los policías «para qué era ese soporte negro del techo», a lo que él me responde que era para llevar ese rifle que se veía ahi.
¿Rifle?
En efecto, sobre el soporte, había un rifle en el cual yo no había reparado.
Ahora sí, me sentía oficialmente, en el auto de la policía.
Aunque también es cierto que me sentí un poco rara al salir del auto, en pleno centro de Tumbes, y saludando con toda simpatía a los policías, mientras sentíamos las miradas cargadas de interrogantes que nos clavaban los lugareños.
LOS MANGLARES DE TUMBES
Nuestros amigos de Castilla nos habían contado algo que había dejado a Wa inquieto…
Resulta que Wa siempre quiso visitar un manglar, por ser éste un paisaje que atrapa mucho su atención, pero estaba convencido que para eso tendría que esperar a viajar a Asia.
Pero ya saben que dice el refrán… Si Wa no va al manglar, el manglar va a Wa.
Nos habían comentado que en Tumbes había manglares, y podían verse o bien abordando una lancha que iba entre medio de ellos (pagado, por supuesto, el precio correspondiente), o bien desde la costa de una desconocida playa pequeñita, de acceso un tanto desconocido.
Creo que ya saben qué camino elegimos.
CÓMO VISITAR MANGLARES EN AMÉRICA DEL SUR, Y GRATIS
Al día siguiente, partiendo bien temprano en la mañana, nos fuimos derechito a Zarumilla, un pueblito bien cercano a Ecuador, a 4 kilómetros de Aguas Verdes, que es la ciudad limítrofe con este país.
Zarumilla es un pueblo bastante chico pero prolijo, y para encontrar el camino que nos lleve a donde queríamos ir, no hay más que buscar los carteles que indican el camino hacia «El Bendito», el pueblito desde donde se puede acceder a los manglares.
Desde allí hasta el pueblito en cuestión, sólo hay que recorrer 5 kilómetros, que, si bien no es mucho, no hay que olvidar que luego hay que volver.
Como nos sobraron unos soles, negociamos el precio para que una mototaxi nos arrimara hasta allá.
El Bendito era un pueblo bastante aislado, con apenas unas 20 o 30 casitas, todas hechas de cañas, sin ventanas propiamente dichas.
Los pocos habitantes de la zona, podría decirse que estaban todos afuera, sentados en el frente de las casas, mirando con expresión de no disimulado asombro en sus ojos, a estos dos turistas que habían descubierto el camino hacia su playa oculta.
Tomamos el camino que llevaba a la playa, pero no fue necesario llegar a ella para ver lo que estábamos buscando.
Y llegados a este punto, Wa quiso aventurarse un poco más, cruzando un intento de puente que llevaba directamente a las entrañas mismas del manglar.
Les voy a dejar el testimonio de su travesía, y atentis, que como siempre, Wa y sus crocs son inseparables… ya no solo escalando montañas, sino también saltando puentes improvisados.
Según su testimonio, en esa especie de «isla» conformada por esta vegetación tan particular, había nada más ni nada menos que una pequeña casita.
Es entonces cuando surge una respuesta y una incógnita; sabemos ahora por qué había un «puente» que llevaba al interior del manglar… pero entonces, si alguien vive allí ¿significa que una persona cruza diariamente ese puente?
Una vez saciadas las ganas de conocer manglares, emprendimos la retirada, y como nos quedaba el dinero justo para volver en mototaxi, esperamos que pasara una. Esto significa que teníamos que esperar que alguien de Zarumilla fuera hasta allí, y que luego esa mototaxi retornara a Zarumilla para que pudiera llevarnos.
Cuando eso sucedió, el chofer se apiadó de nosotros y en vez de llevarnos hasta el pueblo de Zarumilla, nos dijo que nos iba a dejar todavía más cerca de la frontera con Ecuador.
Cuando nos da señales de bajar, nos vimos en medio de una especie de suburbio, como el escenario tras bambalinas de una feria… y no se veía nada bien.
Pero decidimos acallar esa vocecita que nos decía «esto no se ve nada seguro» y caminar la distancia que nos separaba hacia Ecuador, cuando, mientras nos acomodábamos la mochila, un policía viene a nuestro encuentro.
Nos explica que ahí donde nos dejó el chofer es una zona muy peligrosa, y nos indicó por dónde podíamos salir de forma un poco más segura.
De todas maneras, para mayor tranquilidad (suya y nuestra) nos acompañó unos metros.
Siguiendo luego sus instrucciones, no vimos caminando por una feria rodeada de verde, llena de ropa donde sus precios rezaban precios menores a 10, y donde la gente gritaba «jugos a dólar».
Ecuador nos estaba dando la bienvenida.
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