Previamente habíamos pegado una vuelta hasta Seis de Octubre, y cuando alguien nos hablaba de vos le respondíamos “no, al Cairo no… lo estamos evitando”. A eso seguía la cara sorprendida de la persona de turno diciendo “pero las pirámides… la pirámide de Giza…” y nosotros afirmando “sí, están ahí, pero no está en nuestras prioridades ver las pirámides”. La gente nos miraba como si estuviésemos locos.
Y a vos, sobre todo a vos… quisimos esquivarte pero igual terminamos acá, siendo parte de tu enredo, de tu caos, de tu bochinche y tu fama. Y de ellas.
CAMBIO DE RUTA A ÚLTIMO MOMENTO
Cuando ya íbamos como por la mitad de Egipto nos pusimos a investigar sobre la visa para ir a Sudán (sí, recién ahí) el país que seguía en orden de Norte a Sur y al cual planeábamos llegar por tierra.
Fue cuando nos dimos cuenta de dos detalles que cambiarían mucho las cosas: la visa es carísima (unos U$S 200 por persona) y es uno de los países que pueden dificultarte la entrada a EE.UU., al menos de la manera fácil (que en nuestro caso es aplicando a la ESTA).
Tomando en cuenta que en algún momento nos gustaría volver a EE.UU. y que además muchos vuelos de conexión hacia Uruguay pasan por Miami, no quisimos cerrar las puertas a este gigante Norteamericano así que tuvimos que quitar un pedazo de la ruta y comprar un boleto de avión que vaya desde Egipto hasta Etiopía.
No hay ruta terrestre por la cual se pueda llegar a Etiopía sin pasar por alguno de los “países prohibidos” para EE.UU. (hacia un lado está Libia, y al otro lado está el Mar Rojo) así que no había muchas opciones.
Y claro… el vuelo salía desde El Cairo, aquella ciudad a la que le escapamos mientras pudimos.
LA PEOR INTRODUCCIÓN DE EGIPTO
Agradecidos estamos de haber conocido tantas otras ciudades antes que la capital… hubiera sido una entrada bastante decepcionante. Ahora sabemos que Cairo y Luxor son excepciones a la regla, y las primeras impresiones del país, que suelen ser importantes y a veces determinantes, fueron muy buenas.
Además, no caer de entrada en Cairo o Luxor nos ayudó a confiar más en la gente de Egipto durante la mayor parte del viaje (si hubiera sido al revés, quizás desarrollábamos desconfianza hacia las personas del país y no hubiésemos vivido ninguna de las experiencias lindas que tuvimos gracias a haber confiado).
Tanto Cairo como Luxor son ciudades acostumbradas a ver turistas, y eso hace que muchas personas tomen la oportunidad para hacer prosperar su negocio a fuerza de insistencia, o aumenten sus precios según el país de procedencia del comprador.
Alguien en Egipto nos advirtió de antemano: “en Cairo no confíen en nadie” y aunque por aquel entonces nos costaba creer que fuera así, luego entendimos.
Nada nuevo, pero después de tanta ayuda desinteresada, después de tanta hospitalidad y curiosidad genuina, encontrar esta otra cara del país fue un poco duro.
Claro que cuando llegamos a Cairo luego de Luxor ya lo teníamos asumido: este no fue el Egipto que aprendimos a querer, y teníamos bien claro que esto no es Egipto, sino una pequeña parte de el.
EXPERIENCIAS EN LAS CAÓTICAS CALLES DE CAIRO
Las escasas dos noches que pasamos en la ciudad nos permitieron darle una probadita a ese caos que tanto se le atribuye a la ciudad, y fue donde nos dimos también algunos porrazos de esos que no queríamos creer que podían ser ciertos (aunque Luxor se esforzó por demostrarnos que no era imposible).
El primer día que salimos a caminar, un señor se acercó a nosotros mientras esperábamos para cruzar una calle recomendándonos poner mucho cuidado. Nosotros le agradecimos aunque ya nos sentíamos ranitas expertas en el último nivel, pero el señor continúo hablando. Quiso saber de dónde éramos, qué habíamos visto en Egipto, si nos estaba gustando… y nosotros realmente le creímos, creímos que el quería saber todo eso.
En un momento dado, nos muestra una tarjeta y nos dice que tiene una tienda de venta de papiros, justo cerca de donde estábamos (que casualidad) y sin darnos tiempo a dudarlo prácticamente nos arrastró a ella, donde su hijo apareció detrás de una cortina y con un mejor nivel de inglés empezó a hablar sobre el arte del papiro.
Nos llevó varios minutos salir de la tienda sin ser demasiado descortéses, pero finalmente logramos, con la tarjetita de la tienda en mano.
A partir de ese suceso, volvimos a colocarnos el chip Luxor e intentar ignorar cada intento de interacción con los transeúntes, cosa que nos provoca bastante tristeza porque nunca sabés si te estás perdiendo a esa persona que realmente está interesada en conocer otra cultura por esquivar a aquellos que solo buscan vender productos o servicios.
Y en cuanto a rarezas, fue en Cairo donde vimos un auto con un sticker de una mujer dándole una patada en los cataplines a un hombre. Bastante revolucionario para una sociedad islámica.
También vimos cosas clásicas, cosas que de tanto verlas ya casi no nos llamaban la atención, como por ejemplo, el Corán dentro de casi cualquier auto que nos cruzábamos.
Aunque no visitamos los que tienen fama turística fue inevitable cruzarnos con algún que otro bazar, donde las lámparas de Ramadán anunciaban que pronto llegaría marzo, el mes donde la mayoría de los ciudadanos del país realizan un ayuno total (comida y líquidos) desde que sale el sol hasta que se oculta.
Y claro… la omnipresencia del presidente de la Nación también estaba ahí, como un Gran Hermano que todo lo ve.
Desconocemos las regulaciones que puedan afectar a los vendedores en el país, pero podemos intuir que estas no son tan estrictas desde el momento que es común ver autos con el maletero abierto, convirtiendo su interior en un puesto de venta de café improvisado, donde en el mejor de los casos no faltaban incluso algunas sillitas afuera para comodidad del cliente.
Los mercados, incluso en una ciudad tan ajetreada, seguían siendo la mejor opción local a la hora de adquirir alimentos de todo tipo.
No somos vegetarianos, pero hemos de reconocer que impacta un poco ver cabezas y colas de vaca colgando, gallinas vivas a elección con opción de que te las maten en el momento, cabras que corren la misma suerte, e incluso mesas llenas de conejos, patos y palomas, todos vivos… pero no por mucho tiempo.
Fue también en Cairo donde desvelamos un misterio que nos vino intrigando durante toda nuestra estadía en el país, para ser resuelto apenas un par de días antes de salir de el: ¿por qué muchos egipcios tienen una especie de cicatriz en la frente?
Cuando finalmente nos atrevimos a preguntárlo, nos dimos cuenta que no podía haber mejor persona para formularle esta pregunta; el señor en particular era doctor, y nos explicó que al rezar, los hombres se arrodillan y bajan la cabeza hasta tocar el suelo con la frente repetidas veces, como ya les habíamos visto hacer en plena calle. Por este repetido roce entre la piel de la frente y el suelo (o la alfombra que estén usando) muchos de ellos desarrollan una variedad de dermatitis en esa zona que es lo que provoca esa “cicatriz” que vemos en la frente. Se la conoce como “izbiba”
Otro misterio egipcio resuelto.
El anti-turismo
Aunque la mayor parte de las veces Egipto cuida al turista, hay un factor que no siempre pueden controlar: los niños del Cairo.
Cairo es todo intenso, y los niños pidiendo plata en la calle no son la excepción.
Aunque habíamos experimentado ya cierta insistencia por parte de algunos niños pidiendo en las calles de Luxor, nada se compara con los del Cairo, sobre todo por un factor determinante: las piedras.
Fue mientras caminábamos por algunas calles alejadas del centro donde un grupo de niños de entre 4 y años se tiró sobre nosotros pidiendo dinero.
Una de las niñas me abrazó por la cintura, y pedía que le diera mis anillos, mientras con una mano se aferraba a mi y con la otra intentaba sacármelos.
Yo no tuve la fuerza (de voluntad) suficiente para “desprendérmela” así que Wa tuvo que venir al rescate y separarla de mí, mientras a su vez forcejeaba con otros niños que intentaban prenderse a el también.
A paso apurado intentamos dejarlos atrás, pero en venganza por no haberles dado lo que buscaban, los niños comenzaron a tirarnos piedras.
A veces es duro ponerse firme ante estas situaciones, pero sabemos que el dinero que puedas darle a estos niños no suele ir destinado a buenas causas, y aunque así lo fuera, sería promover una situación muy triste por la que ellos no deberían estar pasando.
Fue la primera vez que vivimos una experiencia tan intensa con niños que pidan dinero en la calle, y deseamos con todas nuestras fuerzas que fuese también la última. No solo por nosotros… también por ellos.
PIRAMIDES GRATIS
La verdad es que no pensábamos visitar las pirámides.
Si, ya lo sabemos: las pirámides son el símbolo de Egipto e ir hasta allá y no verlas seria un sinsentido para la mayoría de las personas.
Bueno, a decir verdad, a nosotros no nos quitaba el sueño, pero una vez que estuvimos en el Cairo, Giza quedaba a la vuelta de la esquina así que nos armamos con agua y un día salimos a paso firme hacia la zona piramidal (¿?).
La caminata nos llevó algunas horas hasta que comenzamos a ver las puntitas entre los bloques de hormigón de las calles, porque sí, aunque en las fotos que encontrás por internet parece que estuvieran en medio de un desierto alejado de la civilización, la realidad es que están ahí, en medio del ajetreo de la ciudad.
Nuestra idea era acercarnos lo más posible dentro de los límites de la gratuidad, y en este intento terminamos viendo las pirámides desde varias perspectivas.
Primero pasamos un control policial en plena vereda, donde dos señores sentados bajo un toldito se aseguraron que no tuviésemos una ak-47 metida en la riñonera y luego de comprobarlo, pudimos continuar caminando.
Lo difícil, llegado este punto, fue esquivar a los vendedores de tours.
Algo típico en lugares turísticos de africa, son los falsos vendedores de tickets, falsos policias, asi que siempre hay que andar con cuidado y asegurarse de ir al lugar correcto, preguntar de antemano e ir con certeza ante los estafadores.
Uno nos empezó a gritar desde la vereda de en frente indicándonos la entrada al recinto para ver las pirámides, y medio a los gritos le explicamos que queríamos verlas gratis, desde fuera. El mismo nos propuso entrar a un estacionamiento que hasta cierto punto no había problema, pero para eso teníamos que cruzar la calle y llegar hasta donde él estaba.
Hasta ahí todo bien, cruzamos, entramos al estacionamiento (escoltados por este señor que no nos perdía pisada) y desde ahí las vimos.
Pero con el vendedor de tours al lado y habiendo aprendido la lección que Cairo nos había dado, sabíamos que la cosa rara vez termina ahí.
Mientras intentábamos absorber la imagen con los ojos y con la cámara del teléfono a la vez, el señor a nuestro lado comenzó a insistir en que tomásemos un tour con el.
Fue entonces cuando comenzamos a huir del lugar, en búsqueda de otra perspectiva de las pirámides donde pudiésemos al menos verlas de forma más calmada, sin vendedores insistentes a nuestro lado (spoiler: no se puede).
Pero estábamos en Giza, el lugar más turístico dentro de una de las ciudades más turísticas de Egipto.
Atravesamos nuevamente el control policial ante la mirada sorprendida de los policías (la nuestra debió ser la visita a las pirámides más corta de la historia) y nos encaminamos en la búsqueda de otra perspectiva.
Luego de ser interceptados en el camino por un vendedor de esencias para hacer perfumes que hablaba español y ofrecernos su tarjeta por si queríamos importar esencias a Uruguay, llegamos finalmente a una zona que parecía ser otro punto caliente para el turismo.
No solo lo decían la cantidad de tiendas de recuerdos con imanes de las pirámides a 4 dólares, o los carruajes tirados por caballos buscando turistas cansados, sino que había otra cosa, algo que hasta ahora no habíamos visto desde tan cerca a pesar de estar en el país donde encontrarlos no debería ser difícil: camellos.
En esta zona de Giza los camellos se utilizan también como una manera de atraer al turista cholulo que quiere dar una vuelta en dromedario con las pirámides de fondo (¿más cliché egipcio no había no?).
Yo estaba encantada con ver camellos desde tan cerca, y me consolaba saber que al menos los hacían cargar una persona por vez, no un carruaje entero como a los pobres caballos, pero tenía miedo de acercarme demasiado… no por los camellos, obviamente, sino por los señores que los “conducían”, no sea que empezaran a insistirme para que pagara una vuelta o que quisieran cobrarme por acercarme o sacarles una foto.
A estas alturas tenía Cairo impregnado en todos los poros y sabía a qué atenerme.
Al final, encontramos unas vistas decentes de las pirámides, pero a través de unas rejas de lo que parecía ser también un estacionamiento. Se veían un poco más lejos que desde nuestro punto anterior, pero también era una vista gratis.
Nos retiramos de Giza esquivando vendedores una vez más, y decidimos que con eso teníamos suficiente de las pirámides, al menos en este viaje.
El futuro dirá si volveremos a cruzarnos con el ícono de Egipto o no, pero por ahora estamos conformes con las vistas que conseguimos.
A la vuelta tomamos el metro, y si bien sabíamos que en algunos países existen los vagones para mujeres, no dejó de ser llamativo verlo en persona. Cuando el metro paró, vimos que los vagones estaban bastante llenos y nos subimos al más vacío que vimos. Una vez que había comenzado a andar, empecé a mirar alrededor y me di cuenta que todas las personas alrededor nuestro eran mujeres… menos Wa, claro está. Me le pego un poco y le digo «me parece que nos metimos en el vagón de mujeres». Muchas nos miraban de soslayo hasta que una se animó y nos dijo que, efectivamente, ese era el vagón de mujeres, así que en la siguiente parada nos bajamos y cambiamos de vagón a uno mixto, en el que únicamente vimos una mujer (además de mi).
EL VUELO QUE CASI NO FUE
Los buses que desfilaban delante de nuestras narices en la terminal no prometían demasiado, con ventanas sostenidas con cinta adhesiva y una capa de polvo en la que podías hacer dibujitos obscenos con el dedo, pero mientras llegaran a destino nos daba igual si teníamos que ir sentados arriba de las ruedas.
Preguntando a los empleados de la terminal supimos qué número de bus teníamos que tomar para llegar al aeropuerto, pero por si acaso preguntábamos al chofer de cada bus que paraba si iba al aeropuerto, y cada vez que lo hacíamos nos convertíamos en psicópatas con sed de sangre.
Resulta que aeropuerto en árabe se dice “matar”, entonces cada vez que un bus se detenía y abría sus puertas, nosotros nos asomábamos y repetíamos “matar, matar” hasta que el chofer negaba y cerraba sus puertas (no lo culpo, yo haría lo mismo).
Finalmente, un chofer respondió afirmativamente a nuestros instintos asesinos y subimos al bus.
No sabíamos el costo del boleto, así que hicimos como siempre: nos sentamos en un asiento cerca del fondo y observamos cuánto pagaban los demás.
Esto es posible en los medios de transporte donde la gente pasa el dinero hacia adelante (como es el caso de los mini-bus) o cuando el chofer pasa a cobrar asiento por asiento (como era el caso de este bus).
Vimos que la gente no pagaba más de 10 EGP, precio que se vio confirmado cuando el señor que cobraba llegó a nuestro asiento y nos dio un boleto que indicaba claramente “10 EGP”. Le dimos un billete de 50 y esperamos el cambio, el cual no debía ser un problema porque la mano de este señor estaba llena de billetes de pasajeros anteriores. Pero el tipo siguió cobrando a los demás pasajeros, así que cuando volvió a pasar a nuestro lado tuve que llamarlo para pedirle el cambio. En vez de devolvernos 30, nos devolvió 25. La dejamos por esa… no íbamos a hacernos mala sangre el día que dejábamos el país… o eso pensábamos, porque el aeropuerto nos tenía preparada una sorpresa.
Correr en el aeropuerto no es algo sólo de Hollywood
Wa es de esas personas a las que le gusta llegar con tiempo de sobra al aeropuerto, así que 3 horas antes de que el vuelo despegara nosotros estábamos ahí, haciendo fila para el check in (en este caso no podía hacerse previamente online como preferiríamos). El vuelo despegaba a las 13 hs y en ese momento eran las 9:40, teníamos tiempo de sobra para hacer el trámite y despachar las mochilas ya que nuestro vuelo permitía equipaje de bodega, lo que hacía que el trámite de check in fuera un poquito más largo pero nos permitía viajar más cómodos. Al final de cuentas, teníamos tiempo de sobra ¿no?
Yo no soy tan precavida, pero he de reconocer que en los aeropuertos ser como Wa es algo que te puede dar una ventaja importante ante cualquier imprevisto, cosa que quedará comprobada a continuación.
Llegamos al mostrador para hacer check in, siendo de los primeros en hacerlo. La chica que nos atiende nos pide el pasaporte y comienza a teclear en la computadora. Luego nos pide la visa para Etiopía, la cual habíamos adquirido previamente online.
Todo iba bien hasta que llega a mi visa y después de unos tecleos, se queda congelada.
Minutos después nos explica lo ocurrido y nos pide que esperemos fuera de la línea, ya que debe pedir autorización a sus superiores de la compañía aérea para ver si mi visa puede ser aceptada y por ende, si me puedo subir al avión o no.
¿Qué había pasado?
Cuando hicimos la visa online habíamos acordado que pondríamos como fecha de entrada el día 2 de Marzo, pero Wa se equivocó y puso 1 de Marzo, mientras que yo puse 2. Eso significa que Wa podía entrar a Etiopia desde el día 1 y yo desde el día 2.
El problema era que el vuelo llegaba a Etiopia el día 1 de marzo a las 23:55 hs, es decir, cinco minutos antes del día 2… y ese era mi problema.
Nosotros ya sabíamos que el vuelo aterrizaría en Etiopía a las 23:55 hs del día 1 de marzo, pero aun así habíamos acordado hacer la visa a partir del día 2 porque calculábamos que mientras el avión aterriza, y toda la gente baja, para cuando llegásemos a la oficina de migración en el aeropuerto, ya sería el día 2 de marzo (a efectos oficiales la entrada al país comienza a contar desde que hacés el trámite de migración).
Mal pensado, por querer salvar un día más, casi nos quedamos sin subir al avión.
Esperamos 40 minutos. Yo me sentía enormemente culpable, y Wa viendo la preocupación en mi cara intentaba darme ánimos diciendo “si no podemos subir vemos que hacemos, nos vamos a otro lado”. El lo intentaba, pero nada disminuía mi culpa.
Finalmente una empleada de la aerolínea se acercó para informarnos que no había problema, pero que debía procurar ser la última en bajar del avión e ir caminando lento a la oficina de migraciones para dejar pasar esos cinco minutos que nos separaban entre el aterrizaje y el día 2 de marzo.
Sobre las 11 hs y ya aliviados, volvimos al mostrador de la chica que nos atendió en un principio, quien con una sonrisa nos volvió a dar la bienvenida diciendo “ahora sí, todo listo”. Pobre inocente…
Continuó tecleando, con una sonrisa ella y una sonrisa nosotros hasta que escuchamos su pregunta: “¿ticket de salida?”. Ticket de salida… ¿qué ticket de salida? No habíamos visto que lo pidiera ni el país ni la aerolínea así que insistimos en que no era necesario. Pues aparentemente sí necesitábamos un ticket de salida de Etiopía para subir al avión.
Entre los nervios previos y el avance del reloj que comenzaba a apretarnos el tiempo nos costó tomarnos las cosas con calma, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo.
No pasa nada, tenemos 2 horas para reservar un pasaje de salida de Etiopía en alguna compañía de transporte… podemos hacerlo, tenemos un chip de Egipto con conexión a internet. Podemos hacerlo, claro que sí… siempre y cuando el internet funcione, cosa que no estaba sucediendo.
Le dejamos nuestros pasaportes a la chica y despatarramos las mochilas al lado de unos asientos. Yo entré en modo turbo: el mundo a mi alrededor se detuvo y empecé a mover los deditos sobre la pantalla del teléfono, conectando y desconectando los datos móviles, intentando entrar en páginas web de compañías de buses. Mientras tanto Wa yacía en el asiento a mi lado, desplomado. Yo no me daba cuenta de nada más, tan ensimismada estaba buscando cómo reservar pasajes que no veía más allá de la pantalla del teléfono.
Luego de repetidos intentos de que el internet funcionara sin demasiado éxito, me levanté y comencé a caminar por el aeropuerto esperando encontrar un wifi gratuito. Al no encontrarlo, pedí ayuda a los empleados de la aerolínea de nuestro vuelo, quienes me permitieron conectarme al teléfono del supervisor y usar su conexión, pero lamentablemente, esta tampoco funcionaba bien (la conexión a internet en Egipto no siempre funciona bien, y precisamente éste estaba siendo el peor día).
Cuando volví al asiento al lado de Wa, sobre las 11:30 hs, lo veo todavía semi despatarrado con la mirada perdida. Cuando entro en su campo de visión me dice “casi me muero”.
Aparentemente, mientras yo me movía de acá para allá e intentaba hacer funcionar cuanta conexión a internet había ido encontrando, a Wa le había venido un bajón de presión de los nervios y casi se desmaya. Había empezado a sudar copiosamente al punto de empaparse el pantalón allá donde tenía apoyados los brazos, y se sentía muy débil… yo no me había enterado de nada, metida en mi burbuja de “no me rindo y meto turbo”. Para cuando volví, lo peor había pasado y ya se sentía un poquito mejor.
Te digo, por un lado está bueno tener la capacidad de sacar fuerzas y meter turbo cuando surge un problema, pero por otro lado, qué peligro… te puede dar un patatús al lado mío que no me entero.
Como el tiempo pasaba optamos por el plan de emergencia: nos contactamos con la primer persona que nos hospedó en Egipto, que fue también quien nos regaló el chip con internet y alguien con quien hicimos clic enseguida (si por el fuera nos quedábamos a vivir en su casa).
Lo llamamos principalmente porque confiamos en el y además, al tener una empresa de viajes podía saber qué hacer en estas situaciones.
Lo bueno es que aunque la conexión a internet no daba para entrar a la mayoría de paginas web, sí daba para enviar mensajes por whatsapp, y además podíamos realizar llamadas de teléfono.
A el también le extrañó que nos pidieran ticket de salida así que a través de mi teléfono terminó hablando con una de las empleadas de la aerolínea quien de mala gana le dijo que teníamos que tener ese ticket y que además, debía ser ticket de avión, no de bus, y dio por terminada la conversación.
Nuestro amigo dijo que no nos preocupásemos, que el se haría cargo y nos volvería a llamar.
A todo esto ya iban a ser las doce, y como no quería quedarme solo esperando, intenté entrar a una de esas páginas donde por una suma de dinero muchísimo menor a la de un pasaje de avión, te reservan un vuelo real que dura 48 horas y luego lo cancelan.
Después de muchos intentos y recargar la página una y otra vez llegué a la parte de realizar el pago del servicio, el último paso, pero ya no pude avanzar, el internet no daba más. Cuando dieron las 12:20 ya estabamos entregados, dejándolo todo en manos de nuestro amigo y cruzando los dedos.
Sobre 12:25 me envía una reserva de avión al whatsapp (que menos mal continuaba funcionando) y con eso en pantalla voy corriendo al mostrador de check in. Faltaba casi media hora para que el avión despegara y nosotros no habíamos podido hacer nada de todo eso que se hace al menos 2 horas antes del vuelo: ni el check in, ni el despacho de las mochilas, ni migración, ni los controles de seguridad… nada.
En el mostrador no estaba la chica que nos había atendido (y la que además se había quedado con nuestros pasaportes) y la chica nueva decía que no había ningún pasaporte en su mostrador. Justo al borde del colapso, a la chica se le ocurre preguntar a la chica del mostrador de al lado, que justamente fue la persona que había hablado por teléfono con nuestro amigo y efectivamente, ella tenía nuestros pasaportes y obviamente estaba al tanto de la situación, así que fuimos con ella.
El único inconveniente que teníamos ahora era que estábamos detrás de una familia de 4 personas, despachando un carro con 5 bolsos, para un vuelo al que, evidentemente y a juzgar por su tranquilidad, no estaban llegando tarde.
Frente a nosotros una pantalla con la hora parecía reírse en nuestra cara… 12:27… 12:28… 12:29…
Wa que me decía “no llegamos… no vamos a llegar”.
Yo con mi infinita paciencia le retrucaba “llegamos, llegamos”.
Después de unos minutos donde toda la casa de la familia de delante de nosotros fue empaquetada y despachada, al fin nos tocó pasar.
La chica detrás del mostrador puso los sticker a las mochilas, las mandó por la cinta sin chequear demasiado, y miró el ticket de avión que le mostré en la pantalla de teléfono. Le hizo zoom, y frunciendo un poco el ceño exclamó un escueto “ok”.
Nos devolvió los pasaportes, nos dio los pasajes, y solo dijo una palabra: “corran”.
Y ahí nos tenés, igualito que en las películas, corriendo con las mochilas chicas a cuestas, el pasaporte en una mano, el teléfono y más papeles en la otra, esquivando a las personas que en otro momento fuimos nosotros, con todo el tiempo del mundo.
Corríamos buscando la zona en donde debíamos pasar por un control de pasajes y pasaporte. Llegamos a una fila bastante larga pero que avanzó ligero (aunque para nosotros nada era suficientemente rápido).
Quedaban 25 minutos para el despegue.
De ahí corrimos a la zona del control de seguridad, donde tuvimos que ubicarnos en dos filas distintas, una para hombres y otra para mujeres. Nos sacamos los zapatos y también sacamos ciertas cosas de la mochila para pasar todo eso por el escáner de forma separada… todas esas cosas que hacen perder aún más el tiempo.
Quedaban 20 minutos para el despegue.
Apenas me dio tiempo a guardar las cosas en la mochila, y por supuesto que no me alcanzó para ponerme las botas otra vez (Wa sí porque usa el calzado sin atar pero yo que uso botas 2 números más grande que mi talle, no puedo darme ese lujo).
Ahí nos tenías, otra vez corriendo por el aeropuerto, yo descalza con las botas colgando del hombro y un agujero en el talón de la media derecha, con menos de quince minutos para hacer el trámite de migraciones.
Llegamos a la sala con cintas que delimitaban la fila casi inexistente (por suerte). Corrimos siguiendo el zigzag que marcan las cintas (la técnica del juego de la viborita) y una pareja mayor delante nuestro al vernos llegar corriendo se hizo a un lado para dejarnos paso en la fila (no había que explicar que estábamos con el tiempo en contra). Sin dejar de correr les gritamos un “thank you” y llegamos detrás de unos chicos jóvenes, los siguientes en ser atendidos por el control migratorio.
Wa les pidió si podía dejarnos pasar ya que nuestro vuelo despegaba pronto, a lo que afirmaron con énfasis y pudimos hacer el trámite migratorio rápido. Quedaban 15 minutos para el despegue.
Ahora tocaba la última corrida y la más larga.
La puerta de embarque estaba en el extremo opuesto del aeropuerto, así que tuvimos que correr lo más rápido que pudimos y ahora sí, la escena de película de Hollywood estaba completa; corriendo muy a contrarreloj, yo descalza con las botas colgadas del hombro golpeándome la espalda, Wa adelante mirando las señalizaciones.
Llegamos en algún momento entre las 12:50 y las 12:55 y la chica que nos esperaba en el mostrador para abordar el avión fue la primera que nos atendió aquella mañana en la aerolínea, cuando teníamos 3 horas por delante y creíamos que íbamos a tener que inventar algo para matar el tiempo en el aeropuerto.
“Finally!” (finalmente) dice, como si fuésemos el final feliz de la película, mientras toma nuestros pasaportes y revisa los ticket rápidamente, tiempo que aprovecho para calzarme las botas pero sin atarlas.
Faltan menos de cinco minutos para el despegue.
Casi corremos por el túnel que lleva al avión, y solo respiramos cuando pasamos la puerta metálica y la azafata nos da la bienvenida a bordo.
Ese fue el primer vuelo de todos los que tomamos hasta ahora que se atrasó. El avión despegó con 15 minutos de retraso.
BAJANDO REVOLUCIONES EN CATAR
Las últimas horas en el aeropuerto habían sido el cierre perfecto, no puedo pensar en una despedida más acorde a una ciudad tan caótica como Cairo que esas últimas horas de estrés y corridas que vivimos aquel día.
El avión hizo escala en el aeropuerto de Doha, donde nos dedicamos a esperar sentados al próximo avión que saldía 2 horas después. Estábamos muy cansados para recorrer, aunque confieso que estuve chiveando un poco con unos tótem en los cuales ponen computadoras con internet de libre uso para la gente, y que también fui al baño para ver cómo eran.
Vimos hombres con la típica vestimenta que hasta ahora no habíamos visto en persona, largas túnicas blancas y turbante haciendo juego, con la tela roja alrededor y un corto velo cayendo sobre la espalda.
El tiempo pasó rápido y volvimos a subir a otro avión, que esta vez despegó en hora.
Hay que decir que la aerolínea compensó los nervios con algo que no esperábamos: una comida en cada vuelo.
En la primer escala Cairo-Doha nos sirvieron almuerzo, y en la segunda escala Doha-Adís Abeba, aunque no había pasado mucho tiempo desde la última comida (quizás por temas de diferencias horarias) nos sirvieron también cena. Ambas comidas estaban muy ricas y venían acompañadas del mejor postre que probé hasta ahora en un vuelo, y el clásico café para acompañarlo.
Bajamos con la panza llena, ya respirando un aire mas humedo y la tranquilidad de no haber perdido un vuelo que casi nos hace repensar todo el viaje por África.
Es ahora cuando el África subsahariana da comienzo.
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