Nos vamos a Barcelona.
Eso le dijimos al señor de la aerolínea cuando llegó el momento de tomar la decisión.
El vuelo con destino Madrid, aquel que en principio tomaríamos, seguía casi sin asientos disponibles y una lista de espera considerable.
Volar en stand-by genera estas situaciones tan ambivalentes, de tan cambiante interpretación según a quien le toque vivirlas; para otra persona esto podría ser motivo de molestia y enojo, mientras que para nosotros (y en esta situación) fue una oportunidad para conocer otra ciudad que quizás ni se nos hubiera ocurrido visitar. Era dejar de ver una cosa pero para ver otra distinta.
Asi que un par de horas después pasábamos de la seguridad de llegar a una ciudad donde teníamos arreglado un transporte que nos llevaría a nuestro principal destino en España (Galicia) a estar a bordo de un avión rumbo a una ciudad de la cual no sabíamos qué esperar, sin hospedajes, ni idea de cómo o cuándo iríamos desde allí hasta Galicia.
Solo sabíamos que en unas cuantas horas estaríamos pisando Barcelona, y eso de momento era suficiente.
OTRO VUELO, OTRO VIAJE EN EL TIEMPO
Como suele sucedernos en los viajes de avión largos, Wa osciló entre escuchar música y dormir, mientras que yo dediqué la primer mitad del tiempo a jugar “Plantas vs Zombies” en la pantalla interactiva del asiento delantero. No sabía qué esperar de este juego, y cuando descubrí que básicamente era un “defense tower” me dí cuenta que no iba a poder parar.
Luego de unas 5 horas de juego, miré alguna película hasta que las luces del avión se encendieron levemente y las azafatas comenzaron a circular por los pasillos empujando carritos con infusiones y repartiendo snacks: el desayuno había llegado.
Se sentía muy raro estar desayunando en ese momento pero era entendible, ya que si bien nuestro reloj marcaba las 00:30 hs en realidad eran las 06:30 hs por estar sobrevolando territorio Español.
Lo que pasa es que para nosotros seguían siendo las 00:30… ya saben, los pormenores de viajar en el tiempo.
Quizás lo más emblemático del viaje, incluso más que haber descubierto que “Plantas vs Zombies” es un defense tower, es el hecho que fue la primera vez en que entré al baño de un avión, y lo hice únicamente con fines de investigación.
Que Wa haya ido antes me sirvió para evitar el ridículo, cuando me avisó que la puerta se abría empujándola del medio ya que es una puerta acordeón. Una vez dentro todo es tan compacto como puedan imaginarlo. Más allá de eso, nada sorprendente.
¿Acaso esperaba otra cosa?
LA BÚSQUEDA DESESPERADA
Nuestras primeras pisadas en tierra europea fueron sobre el suelo del aeropuerto de Barcelona, que enseguida se convirtió en el suelo del bus que llevaba a los pasajeros del avión hacia la entrada del aeropuerto (esto parece trato especial pero es lo normal en aeropuertos grandes).
Una vez bajo techo teníamos una misión: encontrar la forma de ir desde Barcelona a Galicia. Como ya explicamos en otro post, hacer autostop para movernos distancias grandes no era la opción que elegimos en esta etapa del viaje, pero volvería a entrar en juego más adelante.
Fue así como primeramente nos dedicamos a buscar la sucursal de una agencia de vuelos de bajo costo dentro del aeropuerto y ante filas excesivamente largas, optamos por realizar la compra por internet, aprovechando el wifi del aeropuerto.
Una vez adquirido nuestro boleto de ida de Barcelona a Vigo (Galicia) cuatro días más adelante, nos comenzó a caer la ficha que estábamos en medio de una ciudad sumamente turística, con fama de ser muy cara, con muchos bolsos a cuestas que apenas nos permitían caminar (no olviden que cargábamos con muchos regalos para nuestra familia en Galicia) y sin hospedaje.
Primero lo primero: buscamos un lugar un tanto apartado de las muchedumbres, donde tuviésemos asientos en los cuales acomodarnos y que la señal de wifi nos alcanzara. Una vez localizado, comenzó la operación hospedaje, para la cual elegimos primero acudir a Couchsurfing, ese sitio web en el cual la gente abre las puertas de su casa para recibir viajeros sin esperar nada más a cambio que un intercambio cultural bilateral (aunque siempre está bueno poder contribuir también ayudando con la limpieza de la casa, compartiendo alguna comida, o ayudando en lo que el anfitrión necesite).
No nos gusta acudir a este medio en una situación como la que estábamos, es decir, con solicitudes de última hora (usualmente cuando utilizamos Couchsurfing enviamos solicitudes con días de antelación a nuestra llegada) pero este cambio de destino había sido muy repentino, y lamentablemente no teníamos muchas opciones a nuestro alcance.
También averiguamos el costo de estadías en hoteles y hostales, así como en habitaciones de Airbnb, que si bien no es algo tan rico en cuanto a intercambio cultural como lo es Couchsurfing, también entendíamos que una solicitud de ultimo momento tampoco era lo más apropiado, por tanto, no podíamos poner demasiadas esperanzas en esta opción (y con razón).
Las horas fueron pasando, y yo no me despegaba del teléfono, leyendo perfiles, escribiendo mensajes, y enviando a la mayor velocidad que mis dedos permitían, pero los pocos mensajes que llegaban en respuesta a nuestras solicitudes eran para decirnos que no podían recibirnos.
Comenzamos a aplicar otras técnicas: publicamos una historia en Instagram contando nuestra situación y quedando a disposición de aquellos que quisieran/pudieran recibir a una pareja de viajeros en Barcelona. A su vez, al otro lado del océano teníamos un ángel guardián siempre dispuesto a ayudarnos y que estaba muy atento a nuestra situación; sí, Luis de Jujuy movía sus cientos de contactos para conseguirnos alguien que pudiera hospedarnos en Barcelona.
Cuando comenzaba a caer la tarde, la magia de Luis había logrado que tuviésemos alguien que pudiera hospedarnos las 2 últimas noches que estaríamos en Barcelona, así que nuestra estadía en el aeropuerto se veía ahora reducida a 2 noches.
Una esperanza apareció en Couchsurfing cuando alguien respondió que “quizás” podría hospedarnos a partir de esa misma noche pero se derrumbó más tarde cuando nos escribió diciéndonos que al final no iba a poder.
Lo malo es que para cuando nos dijo eso, nosotros ya habíamos rechazado otra posibilidad por aceptar la de este muchacho, así que ahora volvíamos a quedarnos sin lugar donde hospedarnos durante las 2 primeras noches en Barcelona.
El aeropuerto no parecía un lugar tan malo para vivir durante dos días, después de todo…
VIVIENDO EN EL AEROPUERTO DE BARCELONA
El aeropuerto sería nuestro hogar en los días venideros, así que lo primero era ponernos cómodos.
El rinconcito que habíamos encontrado era ciertamente muy bueno; no pasaba mucha gente por allí, tenía asientos (aunque con apoyabrazos), quedaba justo en frente a una enorme pared de vidrio por lo que no se sentía muy claustro, la señal de wifi gratuita llegaba perfectamente, y teniamos un baño cerca donde además había un enchufe en el cual podíamos cargar nuestros teléfonos.
No se podía pedir más, teníamos lo básico y más para sobrellevar las 2 noches que teníamos por delante en aquel aeropuerto enorme.
El único obstáculo podía ser quizás el tema de la alimentación, ya que si bien en el aeropuerto hay lugares que venden comida, un pequeño bocado tiene un costo tan excesivo que aunque hubiésemos decidido comprarlo, seguro que nos caía mal de solo saber lo que había costado (un sandwich chiquito costaba en aquel momento 14 euros).
Afortunadamente teníamos algunos snacks que habíamos ido guardando: semillas de girasol, galletitas que nos habían regalado en Uruguay, paquetitos de granola y brownies miniatura del avión, y algunas golosinas y snacks compradas en el free-shop de Argentina, justo antes de volar a Miami.
No sería el alimento más abundante ni el más saludable, pero con eso podríamos sobrevivir dos días, engañando un poco al estómago, comiendo algo pequeño cada cierto tiempo. El hecho de que las semillas de girasol fuesen con cáscara hacía que durasen aun más, lo cual era buena estrategia.
En cuanto a bebida, teníamos una botellita de agua que nos habían dado en el avión y varios dispensadores de agua potable gratuita en el aeropuerto, por lo que eso no era problema.
Dormir quizás era lo más complicado. Si bien teníamos colchonetas y sobres de dormir, no queríamos desplegar todo allí en el suelo del aeropuerto porque si bien había gente durmiendo en el piso en algunas partes, no vimos a nadie que hubiera levantado un campamento con colchonetas y sobres de dormir, y teníamos miedo que si lo hacíamos nos echaran de allí, así que preferimos quedarnos en los asientos, e intentar dormir sentados.
No hay que olvidar que al menos en mi caso, había estado todo el viaje de avión jugando y viendo películas, por lo que esa noche no había dormido nada, y si bien suelo tolerar muy bien el no dormir durante 24 hs, cuando nuestro primer día de aeropuerto estaba llegando a su fin y ya iba unas 38 hs sin dormir comencé a notar un cansancio incómodo.
Hicimos una barricada con las mochilas que nos servían de apoyapies, y medio turnándonos íbamos durmiendo de a pocas horas cada uno. Si bien la madrugada era el mejor momento para dormir porque había menos movimiento, también es cierto que uno dormía cuando podía, un par de horas ahora, una horita después, y así.
Como se imaginarán luego de la primer noche en el aeropuerto, las ojeras nos llegaban hasta el mentón más o menos.
Para cargar el teléfono había que ir al baño, y quedarse esperando allí frente al espejo porque ahí estaba el enchufe.
Al segundo día ideamos un plan para comer barato y calentito: en el aeropuerto habían dos terminales, siendo cada una un edificio enorme conectados por un bus gratuito que se la pasa yendo y viniendo constantemente entre ambas.
En cada una de las terminales hay un Burger King, pero en la terminal que nosotros estábamos éste estaba ubicado al otro lado del control de seguridad, zona a la que solo se puede acceder con un ticket de vuelo reservado para ese día (cosa que no teníamos) por lo tanto, el único Burger King al que podíamos ir era al de la otra terminal.
Según habíamos visto, si nos registrábamos en la aplicación había una promoción en la que teníamos una hamburguesa de regalo con la compra de algo por valor de al menos 2.5 euros, así que la idea era que uno de nosotros fuera hasta la otra terminal, comprase algo de 2.5 euros para tener acceso a la hamburguesa de regalo, y luego volver a la otra terminal donde teníamos nuestra barricada para comer juntos allí.
Esperaríamos a la nochecita para llevar a cabo el plan, pero al final este momento nunca llegó por motivos que explicaré en breve, y continuamos alimentándonos a base de galletitas, semillas de girasol, y caramelos. De todas formas, lo comento acá por si a alguien le sirve el dato.
Estando en este limbo del aeropuerto compramos la tarjeta T-Casual, que es la que recomendamos en caso que quieras moverte por Barcelona. Ya te hablaremos de ella más adelante, pero podríamos decir que gracias a esto nuestra estadía en el aeropuerto tuvo alguna utilidad.
Cuando el segundo día estaba comenzando a convertirse en noche, recibimos un mensaje de Aurora, una chica que conocimos en la casa de Luis en Jujuy, diciéndonos que consiguió alguien que puede hospedarnos en Barcelona por esa noche.
Nosotros, ya resignados a pasar una noche más durmiendo como un Metapod, no podíamos creer lo que nos estaban diciendo.
Finalmente, sobre las 19:30 dejábamos aquel aeropuerto que se convirtió en nuestro hogar durante 2 días y una noche, rumbo a la casa de la amiga del hermano de una viajera que conocimos en casa de Luis.
Informando a nuestros seres queridos (Luis incluido) y agradeciendo de mil maneras tanto a Aurora por conseguirnos este contacto, como a la chica que nos hospedaría esa noche, agarramos nuestros bolsos y mochilas y mediante una escalera mecánica que llevaba a la superficie, dejamos el aeropuerto de Barcelona para tener nuestro primer contacto con Europa en el mundo exterior.
PRIMER CONTACTO CON UNA CIUDAD EUROPEA
Justo antes de salir a la superficie consultamos con un policía en el aeropuerto sobre cómo podíamos llegar a la estación desde donde tomaríamos un tren hasta la casa de la chica que nos recibiría esa noche.
El policía dijo algo así como “caminen unos 10 minutos a paso de gracia, y enseguida van a ver la estación de tren”.
Mientras salíamos del aeropuerto, debatíamos sobre cual sería la velocidad adecuada para caminar “a paso de gracia” si correspondería a dar pasos largos o pasos cortos. Estábamos convencidos que esta era una expresión para referirse a una cierta velocidad al caminar, pero grande fue nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta que “PasEo de Gracia” era la calle sobre la cual quedaba la estación de tren.
Si sabe lo que es un “facepalm”, puede usted insertarlo aquí.
Ahora bien, el primer contacto con el mundo exterior fue… indiferente.
No es que esperásemos nada en particular, nada que llamara nuestra atención en una gran ciudad, nada… hasta que vimos la casa Batllo.
Desconocíamos que un lugar de gran interés turístico estaba precisamente en la misma calle donde está la salida del aeropuerto, pero toparte de lleno con semejante obra de arquitectura como primer contacto con Europa es una buena técnica de marketing, un buen shock inicial. Es como salir y decir “acabo de llegar a Barcelona y no sé que pensar ¿PERO QUÉ ES ESA COSA TAN LINDA?”. Automáticamente y sin que te des cuenta, tu idea sobre la ciudad empieza con puntos a favor.
La casa Batllo fue creada por Gaudí, el arquitecto que tanto daba que hablar cada vez que dibujaba sus futuras creaciones y quien es además autor de varias obras más dentro de Barcelona. Está ubicada en la que en un tiempo se conoció como la Manzana de la Discordia, porque varios arquitectos que competían por premios urbanísticos en la ciudad tenían sus obras en esta zona. A día de hoy, la casa Batlló es Patrimonio de la UNESCO y admite visitas pagando una entrada que va desde los 35 a los 45 euros (a precios de 2022), y aparentemente dentro de esta casa hay salas temáticas sobre Gaudí, tiendas, visitas guiadas, etc.
Una de las interpretaciones que se le da a la fachada de la Casa Batlló está relacionada con San Jordi el santo patrono de Catalunya: cuenta la leyenda que fue el quien con su espada mató al dragón que tenía secuestrada a la princesa y aterrorizaba al pueblo. Según esta interpretación, el tejado escamoso de la casa representa la piel del dragón, mientras que la cruz que está sobre una torre hace referencia a la empuñadura de la espada de San Jordi, y el interior lleno de arcos altísimos representan las costillas del dragón.
Otras interpretaciones afirman que la idea de Gaudí era representar una imagen onírica y fantasiosa referida al mundo marítimo, por el relieve en forma de olas, y los diseños que recuerdan a “Los nenúfares” de Monet.
Sea cual sea la interpretación que quieras darle, la casa Batlló puede gustarte o no, puede parecerte demasiado cargada o simplemente perfecta, podés pensar que es un mamarracho o que es una obra innovadora, pero lo que es seguro es que no deja indiferente. Está ahí y se hace notar.
Volviendo a nuestras andanzas por Barcelona, luego de una breve admiración a esta pieza arquitectónica, continuamos caminando rumbo a la estación de tren, momento que aprovecho para contarte más detalladamente sobre la tarjeta T-Casual, la que adquirimos en el “estanco” del aeropuerto y que tan bien nos vino para movernos esos días por la ciudad.
Tarjeta de transporte T-Casual
La venden en pequeños puestos que le llaman “estancos” que es como se conocen en España a los lugares donde venden cigarrillos y demás artículos de rápido consumo, lo que sería un quiosco para nosotros.
La tarjeta es personal, por lo que debe obtenerse una por persona, y a Agosto de 2022 su costo es de 11.35 euros, válida por 10 viajes ya sea en tren o en bus.
Si te estás preguntando qué tan conveniente es, te diría que depende de cuántos transportes pensás tomar en la ciudad, pero para que te hagas una idea, el costo de un boleto de bus sin la tarjeta es de 2.5 euros, y el costo de un boleto de tren es de 5 euros. Eso significa que si pensás tomar más de 2 trenes, la tarjeta ya te compensa. Lo mismo si pensás tomar más de 4 buses.
Luego descubriríamos que mucha gente hace trampa al subir al tren, pasando la tarjeta una vez por el lector y enseguida pasando dos personas pegadas, es decir, pagando un boleto para dos personas… pero ese es un riesgo que queda a criterio de cada uno correr o no (también vimos vigilantes que detenían a gente que atrapaban haciendo eso y los “rezongaban”).
Nosotros solo vamos a decir una cosa al respecto: quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Catorce timbres, solo uno correcto
Luego de tomar el tren, nos tocó una pequeña caminata, hasta dar con el edificio donde vivía la chica que nos hospedaría por esa noche.
Lo que no nos dimos cuenta hasta que estuvimos allí, es que teníamos el número de puerta del edificio pero no el numero del apartamento, así que tuvimos que hacer lo que cualquier persona en su sano juicio y sin internet ni saldo en el teléfono haría en nuestra situación: tocar todos los timbres preguntando por el nombre de la persona que buscábamos hasta dar con ella.
Después que habíamos apretado ya unos 4 timbres y hablado con 3 personas (en uno de los apartamentos nadie respondió) de las cuales dos no nos entendieron y el otro no conocía a la chica, llegó una persona que vivía en el edificio y al ver la situación se ofreció a ayudarnos. Con un portuñol improvisado delatando su nacionalidad, la señora nos pidió el teléfono de nuestra conocida, lo discó en su celular y habló ella primero para luego pasarnos el teléfono a nosotros. A los pocos minutos, Mercedes aparecía en la puerta de su apartamento y nos hacía señas para que pasásemos.
Luego de una breve conversación, una ducha y una comida, nos fuimos a disfrutar de la noche de descanso que tanta falta nos hacía, esta vez, sobre un cómodo colchón.
LA BARCELONETA
A la mañana siguiente, dejamos la casa de Mercedes con ella, acompañándola a su trabajo que quedaba en la zona más turística de Barcelona: la Barceloneta.
Dejando las mochilas en su lugar de trabajo, salimos a caminar.
La cantidad de turistas era abrumadora, y entre la muchedumbre improvisamos un juego: adivinar la nacionalidad de las personas con que nos cruzábamos, o cuando menos la zona de su país natal, pudiendo verificar nuestro acierto o error cuando pasaban hablando a nuestro lado, mediante la identificación del idioma.
Jugando a eso estábamos cuando vimos pasar un señor en una bicicleta: iba vestido con una túnica beige, larga hasta los tobillos, un turbante enroscado en la cabeza, y una barba frondosa le tapaba la mitad de la cara.
Uno de nosotros comentó “este es fácil” y justo en ese momento, para completar el cuadro y que no nos quedaran dudas, este señor detuvo su bicicleta, giró la cabeza como buscando a alguien entre la gente, y gritó “¡Alí!”.
Esta partida fue tan fácil que durante un rato no se nos borró la sonrisa de la cara.
Aunque nosotros utilizamos el abundante turismo de la zona como un entretenimiento, a algunos de los habitantes de La Barceloneta no les parece divertido ya que era muy común ver grafitis y carteles anti-turistas. Los más radicales los grafitis que decían “los turistas son terroristas” o “turistas váyanse a casa”, mientras que los carteles eran un poco más sutiles y apelaban a la buena convivencia y urbanidad, pidiendo a los turistas que fueran silenciosos durante la noche ya que allí vivía también gente que tenía que salir a trabajar cada día y no estaban de fiesta.
Viendo el movimiento que hay allí durante el día e imaginando lo que debe ser durante la noche, no es difícil entender que a algunos vecinos les resulte molesto el constante sonido de voces y gritos, bocinas de autos y motos, risas estruendosas y música alta de forma crónica.
Una de las atracciones turísticas de la Barceloneta es su playa, la cual se moja con las aguas del mar más famoso del país, el cual dio nombre tanto a dietas como a poemas y canciones.
Será porque mi niñez sigue jugando en tu playa…
Quisieramos tener más que decir sobre el Mar Mediterráneo.
Nos gustaría decir que pudimos admirar su belleza, que pudimos mojar nuestros pies en el, lavarnos la cara y sacar fotos utilizándolo no solo como fondo sino como protagonista principal de la imagen.
Quisieramos rendirle el homenaje que se merece por haber sido la musa de tanto arte.
Nos gustaría, sí, pero la verdad es que lo vimos sobre la rambla, sin siquiera bajar a a la arena; la cantidad de gente en la playa era tal, que preferimos admirarlo de lejos.
Aún así, como una pareja de ex – amantes que se encuentran entre el gentío y solamente atinan a cruzar sus miradas, prometiéndose un segundo encuentro esta vez más significativo, de igual manera nos miramos con el Mediterráneo.
Hasta que nos volvamos a ver, en lugar o circunstancia más apropiadas para un contacto más cercano.
BARCELONA RANDÓMICA
Recorriendo Barcelona varias cosas llamaron nuestra atención, algunas con razón (es decir, que podrían llamarle la atención a muchas personas) y otras que quizás se debían por ser este nuestro primer contacto con Europa.
Callecitas estrechas
Aunque es posible encontrarlas en Latinoamérica (la colonización dejó su huella) las callejuelas finitas por las que caminamos en Barcelona nos parecieron una novedad, sobre todo porque en muchas de ellas podés ver y palpar una antigüedad que sobrepasa con creces los 500 años en esos muros que dan la sensación de que se te vienen arriba mientras caminás entre ellos.
Enseguida le agarramos el gustito a ir caminando por una peatonal, y desviarnos hacia una calle de apenas el grosor de un auto (a veces menos) donde si justo pasaba uno en el momento que ibas por ahí, tenías que achatarte contra una pared y cruzar los dedos para que no se le zafara el volante de las manos al conductor (si yo hubiera tenido mamas exhuberantes, capaz se las dejaba estampadas en el parabrisas, de lo finito que pasaban los autos).
Es fácil imaginar los carruajes de tracción a sangre circulando por estas callejuelas años atrás, o poniéndonos un poco más hollywoodenses, pactos ilícitos a la escasa luz anaranjada de un cigarrillo encendido debajo de un sombrero inclinado.
Supongo es una de esas cosas que dejan de llamar la atención con el tiempo, pero mientras el tiempo sea corto, seguiremos dejándonos encantar por estas callecitas.
Mirá para arriba, oooh, mirá para abajo, oooh.
Un poco por la novedad, otro poco por ser un lugar con tantos años de civilización y por ende muchas construcciones centenarias y hasta milenarias, otro poco porque el grado de seguridad europeo o el limitado vandalismo lo permite (suponemos), y otro poco porque Barcelona es una zona turística, ir caminando sobre todo por el casco histórico y las peatonales es sinónimo de encontrar detalles llamativos a la vista del desacostumbrado.
Sin saberlo en ese momento, caminamos por el barrio gótico, cosa que daría una muy lógica explicación a algunos arcos sumamente detallados uniendo algunas edificaciones de veredas enfrentadas.
Bueno, la explicación es lógica a medias, porque si bien el Puente del Carrer de Bisbe imita el estilo gótico, pertenece verdaderamente al estilo contemporáneo.
La zona gótica de Barcelona tiene en realidad muchos puntos atractivos, algunos que pasan desapercibidos tratándose de callecitas como las que mencionamos anteriormente, y otros son imposibles de ignorar.
Un claro ejemplo de esto es la Catedral de Santa Eulalia, fiel representante del estilo (ahora sí) gótico, con sus terminaciones en pico, sus miles de detalles en relieve, su anuncio gigante de Samsung, su color… un momentito… algo acá desentona.
Y aunque ese pedazo de marketing clavado en una obra de arte que además representa un templo de culto religioso puede sorprender de forma negativa (e incentivar el sacar conclusiones poco favorables para la imagen de la iglesia), hay otras cosas que lo hacen de forma positiva.
Ir caminando con la vista levantada por una ciudad tan llena de arte está muy bien, pero es que además es también un lugar en donde se toma en cuenta a las personas tímidas, aquellas que van siempre mirando hacia abajo, porque allá a ras del suelo también podés encontrar alguna que otra cosita.
Y no podemos dar por finalizado este breve batiburrillo de pasos al azar por Barcelona sin mencionar a uno de los personajes aparentemente emblemáticos de la zona, alguien que si existiera en la vida real no te gustaría invitar a cenar (al menos no si la cena es un guiso de porotos).
No es que lo fuimos avistando en distintos lugares, sino que directamente vimos una tienda especialmente dedicada a el, para luego verlo representado en varios lugares más.
Este señor defecando es tan popular acá que no solo había tiendas dedicadas exclusivamente a vender sus estatuitas siendo estas un típico recuerdo de la ciudad, sino que además las habían con la forma del personaje que se te ocurra: desde el clásico hombrecito con la boina roja, pasando por Batman, Ironman, jugadores de futbol famosos, e incluso R2D2 (representando su excremento con un tornillo).
En la era del emoji del popó feliz la fama de este señor defecando tuvo que cotizar bastante en bolsa.
La tradición exige que coloques uno de estos muñequitos escondido en el pesebre para atraer la buena suerte (no hacerlo puede darte justo lo opuesto) para que luego los más chicos se diviertan buscándolo.
Mientras no huela de manera acorde a su forma, no le veo inconveniente ninguno.
Ramblas sin agua
Si sos de Uruguay y alguien te menciona una rambla, probablemente te imagines algo muy distinto a lo que en Barcelona se conoce con el mismo nombre.
Acá las ramblas son, dicho mal y pronto, un choricito de vereda en medio de la calle con una longitud de un kilometro y pico, que va desde la Plaza Catalunya hasta el puerto antiguo.
Aunque se la conoce indistintamente de forma singular o plural, La Rambla tiene un nombre específico según a qué sector de ella te quieras referir (para poder especificar mejor la ubicación de las cosas): por ejemplo, está la rambla de los Estudios también conocida como la rambla de los pájaros, cuyo nombre fue puesto porque es donde estaba antiguamente la Universidad y el mercado de pájaros, o la rambla de los capuchinos, cerca del Parque Güell y la Plaza Real.
A lo largo de La Rambla hay puestitos con productos varios, artistas que exhiben su trabajo, y más o menos lo que te imagines que puedas ver en una zona dedicada exclusivamente a los peatones, de los cuales muchos de ellos son turistas.
Nosotros caminamos un ratito por ahí, pero no duramos mucho; había mucha gente y no nos llamaba demasiado la atención los puestitos callejeros que habían, pero podemos entender el atractivo turístico de este senderito citadino.
TEMPLO EXPIATORIO LA SAGRADA FAMILIA
Saben que no solemos tener muchas cruces marcadas en nuestro mapa (con excepciones), pero habiendo llegado a Barcelona ésta era una de las pocas que figuraban.
La Sagrada Familia es un templo religioso construido por el ya mencionado arquitecto Gaudí, quien una vez más se lucía con una construcción llena de arcos catenarios (le encantaban a este hombre) que además fue una revolución arquitectónica.
A ver, pasa que este templo puede apreciarse, dentro del plano material, de dos maneras: una es admirándolo sin saber nada sobre su construcción, y otra es admirándolo sabiendo algo de su construcción. La última opción lo hace todavía más impresionante.
Nosotros lo vimos sin saber nada de su arquitectura, y aún así sentimos que tenía que haber algo más allá.
Estar al lado de este templo, que es mucho más grande de lo que podés imaginar en las fotos, hace que te des cuenta que no es una construcción detallada del montón, que no son solamente las miles de figuritas talladas, el grado de detalle artístico, la altura o la extraña forma en picos que pareciera ser neo-gótico pero tampoco.
Este sentimiento de grandeza aumentada me hizo querer buscar más al respecto y de esta forma terminó pareciéndome todavía más impresionante, y entendí por qué estando al lado y sin saber nada al respecto sentía que tenía que haber algo más que me estaba perdiendo.
No soy profesional en la materia así que busqué información que me lo explicara fácil y lo entendí sólo de forma básica, por lo tanto así intentaré transmitirlo: hasta el momento, las grandes construcciones que tenían arcos en su estructura, necesitaban de pilares que pudieran aguantar esos arcos para que los muros debajo no se “abrieran” y toda la construcción se fuera a la flauta. Incluso a veces necesitaban más muros (contrafuertes) y pilares (con arbotantes en medio y hasta pináculos) para sostener los pilares que sostenían a su vez los arcos (un ejemplo de esto podría ser Notre Dame).
Todo un lío que a veces terminaba en una construcción exageradamente ancha. No es que sea algo malo como tal, de hecho por fuera estas construcciones tenían mucha majestuosidad, pero era cierto que se gastaba muchísimo material, y una de las metas que persigue la arquitectura es lograr conseguir estabilidad con la menor cantidad de material posible.
Gaudí llegó para revolucionar esta técnica, juntando un poco su afición por las campanas y otro poco con la ayuda de Robert Hook, un señor que ya muchos años atrás había descubierto que la forma de catenaria invertida se aguantaba bien por si sola sin necesidad de poner columnas y columnas a los lados. Lamentablemente en su época medio que nadie le dio mucho corte hasta que apareció Gaudí años después, tomó sus ideas y las hizo realidad, agregándole además más cosas así un poco locas para la época (revolucionarias vamos a decirles) que terminaron siendo parte de lo que hoy se conoce como la geometría Gaudiana.
Gaudí empezó a meter catenarias invertidas en todos lados. Cuando las ponía en la parte más alta no había problema porque no tenían que soportar nada encima, la cosa se complicó cuando quiso empezar a meter cosas sobre estas catenarias sin que se vinieran abajo. Fue entonces cuando descubrió que la forma de lograrlo era convertirlas en parábolas.
Si un arco tenía forma de parábola, podía soportar muchísimo peso encima, y de esa forma podía Gaudí poner arcos con forma paraboloide en los pisos inferiores, soportando el peso de los pisos superiores. Y ahora sí, Gaudí empezó a meter arcos como loco.
Y no solo arcos, porque el tipo era muy afín de las hiperboloides, una construcción con forma como de papa Pringles, para que te hagas una idea. De hecho, utiliza esta forma en el interior de La Sagrada Familia, pero como no entramos, no la pudimos ver.
Habiendo hecho esta sumamente simplificada explicación arquitectónica (porque así es como me la aprendí yo también) mechamos ahora información de interés: ¿se puede entrar de forma gratuita a “La Sagrada Familia”?
Lamentablemente la respuesta es: no.
El costo de la entrada general a este templo estaba en 26 euros a Agosto de 2022, pudiendo verse un poquito reducida esta cifra si tenés carnet de estudiante, si sos menor de 30 años o si sos jubilado (aún así, la tarifa no baja de 21 euros). Los menores de 11 años pueden entrar gratis, así como las personas discapacitadas y sus acompañantes. Los precios además aumentan un poco en caso que prefieras hacer la visita con audioguía.
Y aumentan todavía más si además querés entrar a las torres, donde el precio general sube a 36 euros, y si querés visitar el museo Gaudí, otra nueva entrada que oscila entre 4.5 y 5.5 euros sin audioguía.
Para chequear los precios actualizados, recomendamos visitar la web oficial
LAS CALLES SE VISTEN DE CARNAVAL
Nuestra llegada a Barcelona coincidió con la llamada Fiesta Mayor de Gracia.
La chica que nos hospedó nuestra segunda noche en Barcelona nos comentó de la existencia de estas fiestas sin entrar en detalles, por lo que no esperábamos nada en particular.
En nuestro último día entero en Barcelona, cuando buscábamos llegar a otra de las famosas obras de Gaudí, el Parque Güells, nos cruzamos con algunas calles por las que parecía que había pasado un carnaval: cuerdas atravesando las calles de las cuales colgaban cientas de serpentinas, lámparas de papel, globos, muñecos sobre las veredas, luces de colores, cartelería, música.
Luego de pasar varias calles así nos dimos cuenta que eran parte de las Fiestas de Gracia, solo que al ser de día la fiesta no estaba en su punto más álgido.
Tras fracasar en el intento de ver el Parque Güell porque la entrada costaba 10 euros nos dedicamos a recorrer algunas de estas calles decoradas para la Fiesta de Gracia.
Luego nos enteraríamos que si hubiésemos vuelto al Parque un poco más tarde probablemente hubiésemos podido entrar, porque los domingos suele ser gratis la entrada si vas cerca de la hora de cierre (a partir de las 17 hs) y si quedan cupos.
Muchas calles en Barcelona, tenían decoraciones con motivo de las Fiestas de Gracia, y a veces podíamos ver a alguien retocando algún muñeco, o colgando mas serpentinas.
Por lo visto, las calles estaban decoradas de forma temática, por ejemplo, reconocimos fácilmente una en la que predominaba el color rojo cuya temática era la de la famosísima serie española “La Casa de Papel”.
Otra particularidad de estas fiestas y que le dan un toque distinto es el hecho de que en cada calle decorada se colocan mesas y sillas, y aparecen puestitos de venta de comida callejera, y pequeños escenarios, todo muy “rudimentario” por decirlo de alguna forma, y esto es porque quienes se encargan de la propia decoración y actividades de cada calle son los propios vecinos de la zona (obviamente estas calles se convertían en peatonales durante los días que dura esta festividad).
De hecho, indagando un poco en sus orígenes, estas fiestas tienen su origen en lo que antes era la Villa de Gracia, un pequeño pueblo conformado mayormente por obreros y campesinos que con el tiempo fue integrado a la gran urbe en que se convirtió Barcelona. Incluso después de esta unión, la Villa de Gracia mantuvo sus costumbres y festividades, siendo la primer fiesta de Gracia registrada en 1817, en donde los vecinos preparaban un fiesta llena de tradiciones populares, manteniéndose hasta nuestros días.
En cuanto a sus motivos, hay quienes dicen que se debe al día de San Roque y otras fuentes afirman que se debe a la Asunción de la Virgen ya que la villa está bajo la advocación de la Virgen de Agosto. Como sea, el motivo parece ser de una u otra forma religioso, como la mayoría de las festividades Españolas.
NUEVO AMOR: LA GALERA
Si me preguntan cuales fueron las cosas que más me gustaron de Barcelona, el Museo Marítimo sin dudas estará en esa respuesta.
Uno de esos (2) días en los que caminábamos sin rumbo fijo por la ciudad de Barcelona, la lluvia nos sorprendió forzándonos a buscar el refugio más cercano que afortunadamente fue el Museo Marítimo (la verdad es que es probable que fuésemos a entrar lloviera o no pues es gratis, pero quiero ponerle el misticismo que le da creer que la lluvia llegó para que entrásemos allí).
Si el submarino de madera REAL de la entrada no te convence, déjame decirte que pronto vas a ver cosas que sí lo harán.
Más allá de las típicas fotos viejas donde te muestran junto a textos explicativos la historia de la marina Española y su evolución, hay además muchas maquetas de naves que hasta ahora sólo habíamos visto en dibujos de libros de historia, entre ellas por supuesto las del señor Colón, con su características cruz que algunos asocian a la Orden del Temple mientras que otros lo hacen con la Orden de Cristo.
Hay también objetos como escafandras, telégrafos de órdenes, sextantes de diferentes épocas, timones, armas, cofres y hasta grúas reales (no en tamaño maqueta).
Y aunque lo más llamativo suelen ser las naves y artículos de épocas pasadas, también hay en el museo una zona donde pueden verse cosas más modernas.
Todo en este museo es interesante, pero hay algo en particular que se lleva todos los aplausos. De hecho, nunca supe lo mucho que me gustaban las galeras hasta que la vi a ella.
En el centro del museo se levanta esta galera a tamaño real la cual podés ver desde 3 alturas: a ras del suelo siendo algo totalmente imponente que te hace sentir una pulga, a nivel de cubierta donde sentís que vas a hacerte a la mar en cualquier momento, o desde arriba para que puedas apreciar las dimensiones interiores de la misma y si todavía no te quedó claro lo enorme que es, podés ver cuánta gente podría entrar desde ésta última perspectiva.
No quiero decir que el tamaño importa (no entremos en temas de debate) pero ver una réplica de una embarcación antigua a tamaño real con semejantes dimensiones me dejó sin palabras. Claro que ante mi gran sorpresa de repente aparecía Wa y me decía “pero mirá que hay más grandes”. No importa, yo no salía de mi asombro y mientras más la rodeaba más me sorprendía.
Y es que esta réplica de “La Real”, la galera que utilizó Don Juan de Austria en la batalla de Lepanto, no era impresionante únicamente por su tamaño, sino también por su arte, otra cosa que me tomó completamente por sorpresa.
Si vemos las embarcaciones de las películas de piratas por ejemplo, vamos a distinguir una sirena tallada en el mascarón, quizás un dragón, o una representación de Poseidón. Pero es que esta réplica de galera tenía cuadros en sus lados, figuras talladas al lado de cada cuadro, en los arcos del castillo de Popa y en prácticamente cualquier parte que mirases, tres linternas doradas que podemos imaginar iluminando las oscuras aguas nocturnas, etc.
La galera toda es una obra de arte flotante.
Y ante tal magnificencia yo no podía parar de pensar si esos cuadros no se estropearían al entrar en contacto con el agua.
En su proa tiene 59 bancos con sus respectivos remos, que no pude meter en una sola foto, cada uno diseñado para ser ocupado por 4 remeros que debían mover un remo de 250 kilos cada uno, lo que se traduce como un total de 236 personas dejando la fuerza de sus músculos para que esta nave surcara los mares.
La visita a este museo podía haber valido la pena si sólo hubiera estado ella, pero intentando dejar mi -hasta ahora desconocido- amor por las galeras de lado, intentaré ser objetiva y decir que es un lugar que vale la pena visitar por todo lo que podemos ver en su interior (encima, gratis).
CIUTADELLA PARK: UNA JOYA INESPERADA
Dejamos para el final uno de los primeros lugares que vimos de Barcelona y el que además nos sorprendió mucho para bien, quizás porque uno no iba con la idea de encontrar un parque de esta característica y tamaño en una ciudad como Barcelona.
Entramos como moscas atraídas por el azúcar, viendo un poco de verde y apurando el paso, pero lo que encontramos fue todavía mejor: no había solo “un poco de verde” sino también un espacio enorme repleto de belleza natural mezclada con esculturas que representaban mayormente seres de la mitología tanto griega como romana.
La idea era descansar los pies, cosa que Wa realizó sabiamente, pero yo no me aguanté quieta: me acerqué a la puerta del zoológico que se encuentra dentro del mismo parque para huir espantada por el precio (más de 20 euros) pero encantada por haber escuchado loros a lo lejos, me perdí por los caminitos del parque mientras sacaba fotos a estatuas, saludé gente de otros países a quienes les parecí exótica (aparentemente), vi un mamut de mentira, y más tarde de lo que calculaba volví a encontrar el banco donde Wa esperaba sentado (menos mal).
Cuando al fin me digné a quedarme quieta fue el momento justo en el que comenzó a pasar algo raro: empezamos a ver señores vestidos de civil que abrían las alcantarillas del parque y sacaban bolsas de adentro de ellas, o de entre los matorrales del parque.
Al principio nos pareció sospechoso pero poco a poco descubrimos que se trataba de vendedores de pañuelos que desplegaban sus lonas sobre los caminos del parque, siendo la mercancía el contenido de las bolsas misteriosas.
La curiosidad duró poco rato, pero nos mantuvo entretenidos hasta que decidimos que era hora de marcharnos del parque.
Y pronto fue también hora de marcharnos de Barcelona, esta vez a un destino mucho más cercano, no solo en términos de distancia sino también más cerquita del corazón.
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