Linda si. Llena de turistas, también. Antigua es esa ciudad turística por excelencia, la París, la Nueva York, la Cusco de Guatemala.
Igual claro que no nos tomó desprevenidos, ya sabíamos que esta era la ciudad más turística del país. Si algo positivo tiene esta carcateristica, es que uno puede mezclarse un poco más con las personas y dejamos de ser un bicho raro.
Lo que seguimos siendo es gringos, y ya van dos veces que pasa el muchacho con el carrito cargado de frutos secos y nos ofrece repitiendo como loro «buen precio, buen precio» y nosotros, como haciéndole competencia de cotorras, repetimos «no gracias, no gracias».
La plaza está llena, pero sentados en la periferia zafamos un poco más y a veces hasta nos creemos por unos minutos que no hay mucha gente.
Un señor se acerca a un grupo de turistas que están sacando fotos, y a sus espaldas empieza a tocar la flauta. Los turistas se dan vuelta por unos segundos, lo miran y siguen tomando fotos. El señor se aleja, entendiendo que no va a obtener nada de ellos.
Ahora una niña indígena se acerca. Pero la miro y dudo si es realmente niña.
La altura coincide. La ropa es típica y colorida, la voz tímida, casi imperceptible. Todo coincide menos su mirada.
Su mirada de mujer que obligaron a crecer rápido, confirmada por la bandeja llena de pulseritas e imanes que nos ofrece sin demasiada insistencia, porque no, ella no piensa en la inflación y el costo-ganancia de lo que vende, ella probablemente esté pensando en qué juguete le gustaría ver bajo el arbolito de Navidad el mes que viene.
Diez minutos después, dos niños más pequeños se acercan a nosotros saludándonos con infinitos «hola».
Ella tiene un vestido típico y el cabello duro, el la cara llena de mocos con trozos de comida pegada en ellos.
Se esconden detrás de nosotros, y hablan un idioma infantil ininteligible para nosotros.
Nos preguntamos cuánto tiempo más podrán seguir siendo niños… ¿Un año más? ¿Dos quizás?
Ahora somos nosotros los que los saludamos, en un intento de participar de su juego y hacerles sentir que vale la pena seguir jugando.
El trabajo infantil es algo a lo lamentablemente estamos acostumbrados a ver desde Sudamérica, y acentuado a medida que vamos subiendo en el globo.
Hay personas que pueden justificarlo, alegando que si esos niños no estuvieran vendiendo, quizás estarían en peores situaciones. O que las plantaciones no prosperarían si no fuera por los niños.
A nosotros ningún fundamento nos termina de convencer.
Quizás sea porque uno vivió la infancia, y logró valorarla a costa de recuerdos.
A lo mejor, la necesidad hizo que los padres y madres de estos niños vivieran la infancia de la misma forma que sus hijos, y no encuentran nada inusual en que ellos la vivan igual. Al final de cuentas, los valores que uno cultivó toda la vida, pueden ser diferentes en otras culturas, y está en uno ser suficientemente abierto para entenderlas (o al menos, intentarlo).
Y así con todo, no podemos evitar sentir impotencia cuando vemos niños trabajando.
Porque aunque las costumbres digan una cosa, sus ojos dicen otra.
ANTIGUA DE GUATEMALA
Y con este lobby duro y sin anestesia, abrimos el telón de otra ciudad colonial en nuestro camino.
Y nunca mejor dicho, «en nuestro camino», porque luego nos daríamos cuenta que, por el contrario de lo que suele suceder con este tipo de ciudades, Antigua fue para nosotros la excusa para visitar otros lugares muchísimo menos conocidos, pero más atractivos a nuestros ojos.
¿Estamos diciendo con esto, que Antigua no es atractiva?
Nada más lejos de la realidad.
Antigua es la porrista rubia de ojos celestes que salta con la gracia de una gacela entre las gradas del estadio, mientras nosotros miramos de cotelete y con hilito de baba cayendo a la chica de trenzas oscuras y lentes gruesos que lee un cómic en el rincón más oscuro.
Pero centrémonos por ahora en la porrista.
Antigua de Guatemala fue la anterior capital del país, antes de Ciudad de Guatemala, y permaneció en el podio durante 200 años.
¿El motivo del cambio? Un terremoto que destruyó gran parte del pueblo, decretandolo como un lugar no tan seguro para ser llamado capital.
Y es que, si se quedan un poquito más en el blog, van a descubrir que los cambios de capital se debieron en su mayoría a fenómenos tectónicos, cosa que no resulta tan sorprendente en el país de los volcanes… o podría decir en el continente de los volcanes.
Antigua no nos tomó por sorpresa en ningún aspecto; por un lado, esperábamos las hordas de turistas caminando en masa por las calles, y por otro lado, el estilo colonial ya hace rato viene siendo una figurita repetida (con sus diferencias sí, pero colonial al fin).
Con esto, insisto, no estamos diciendo que sea un lugar aburrido, cuanto menos feo.
Porque no, Antigua es un lugar que endulza los ojos apenas verlo.
Cada rincón tiene un balcón con flores colgando, o un paredón que se cae amorosamente a pedazos.
Por si fuera poco, todo esto tiene como fondo el volcán de agua que decora el fondo de casi cualquier punto céntrico de la ciudad.
Si algo llama la atención apenas llegar es ver la chorrera de motos estacionadas a los costados de las calles, convirtiéndolas por momentos en la imagen que se nos viene a la cabeza si pensamos en la Italia de los 60.
Las callecitas empedradas que nos hicieron rebotar cuando llegamos a la ciudad montados en la caja de una camioneta pick up, se convierten en ese obstáculo que genera doble moral en las féminas que gustan de lucir tacos altos para resaltar la figura; por un lado las odian, porque caminar en semejantes zancos manteniendo el glamour es prácticamente una misión imposible sobre la superficie despareja y pedregosa, pero por otro lado, son precisamente las calles de Antigua las que aportan un alto porcentaje de esa belleza colonial que todos buscan.
También forman parte de la fachada que, por ley, no puede alterarse, motivo por el cual las construcciones y superficies se mantienen tan bien.
Aunque cada rinconcito de la ciudad tiene su encanto y su motivo para torcer el cuello, uno de los lugares más famosos es el Arco de Santa Catalina, el cual debemos confesar, nos costó una segunda visita a la ciudad para darnos cuenta de su existencia (así de turistas modelos somos). Lleva ese nombre porque pertenece al convento de Santa Catalina virgen y Martir, donde estaban las monjas reclusas.
Y aunque para nosotros no fue algo tan imponente de ver, fue la historia que leímos después la que particularmente me resultó simpática.
Es curioso el hecho de que las cosas más llamativas o importantes las vimos en nuestra segunda vuelta por la ciudad, cuando pasamos más rápidamente que la primera.
De hecho, estábamos yendo a un pueblo más lejano que Antigua, a donde ya habíamos ido un par de días atrás, cuando Wa ve algo justo cuando pasabamos por la mitad de la ciudad, y le hace señas al conductor de la camioneta que nos llevaba para que nos baje allí.
Lo que Wa vio a lo lejos no fue nada más ni nada menos que las ruinas de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, que viene a ser algo así como la esfinge de Antigua.
Con sus columnas talladas y esa majestuosidad que ni siquiera los 3 terremotos que la azotaron pudieron desvanecer, las ruinas de lo que alguna vez fue una de las catedrales más majestuosas de la época colonial continúan siendo de los puntos más emblemáticos de Antigua.
Y aunque nosotros buscábamos cosas gratuitas para hacer en esta ciudad tan famosa, lo que equivalía a algo así como encontrar la piedra filosofal de Flamel, lo único que encontramos de ésta índole, no lo hicimos.
Me refiero al mirador de la Cruz, desde donde se puede ver la ciudad, y por supuesto, una cruz.
Pero claro, no tenemos foto porque nos dio demasiada pereza subir a un lugar donde de lejos ya se veía tupido de personas.
MIRAR EN 3D
Y aunque de chica me enseñaron a admirar el mundo que nos rodea hacia arriba y abajo, en Antigua va a ser mejor que además, acostumbren la vista a mirar en 3D.
Con miedo de quedar opacados con semejantes catedrales y torres, casi todos los comercios de la ciudad se maquillan de diversas maneras para llamar la atención del turista, y estos comercios suelen encontrarse en los interiores de las viejas casonas que se apilanuna detrás de otra a lo largo de todas las veredas.
Fue entonces como aprendimos a ver no solo en todas direcciones, sino con profundidad.
Descubrimos restaurantes que tenían entradas dignas del Palacio de Nottingham, y que imagino, los precios serían igual de «dignos».
Estudios de arte que centraban caballetes iluminados con obras de Marilyn Monroe a medio terminar, rodeadas de cuadros a la venta.
Cada espacio interior podía convertirse en el anzuelo para un posible comprador, el más original decorando, se llevaba los clientes.
Y hablando de clientes…
PRECIOS E IDIOMAS QUE CHOCAN CONTRA
LO AUTÓCTONO DE LA VESTIMENTA DE SUS VENDEDORES
Si hay algo que nos chocó mucho de Antigua, fue esa transición concienzudamente inacabada que intentaba mezclar lo autóctono con lo new age.
En una cuadra uno podía ver varias mujeres indígenas tiradas en una manta en el piso vendiendo artesanías y hablando en idioma nativo entre ellas, mientras a su lado el cartel de una tienda rezaba «Turkish food», y al otro lado un hotel anunciaba «free rooms!».
En la zona de Antigua habian comunidades que fueron cada vez más segregadas con la llegada de la colonia, por lo que es entendible que sus descendientes continúen arraigados a sus tierras, pero no deja de ser chocante estar en un lugar donde todo intenta mostrarse tradicional, para luego llenarse de escrituras en inglés, idioma que nada tiene que ver ni con la colonia española ni con los indígenas de la zona.
Pero claro, tiene que ver con dinero.
Es decir, con el turismo.
Y acá entramos en otro tema polémico: en Antigua todo se paga.
Menos el mirador de la Cruz, claro. Pero el resto, todo.
Y no me estoy refiriendo sólamente a lo caro que es todo, sino al hecho de que todo tenía precio.
Ver casas que alquilaban el baño no fue tan sorpresivo, ya lo habíamos visto varias veces; pero acercarnos a una especie de capilla que se caía a pedazos, que ni siquiera tenía señalización ninguna y donde no se acercaban ni los perros, para preguntarle al guardia si se podía pasar y que nos responda «¡si claro! Sólo tienen que abonar la entrada» (entrada que consistía en 60 quetzales, es decir, unos U$S 7 y pico cada uno) fue demasiado.
Un estacionamiento con una iglesia en su interior tenía también una librería, donde para pasar había que abonar también una «módica suma».
Y así sucesivamente.
En resumidas cuentas, en Antigua todo se paga, y se paga caro.
Pero ya saben lo que dicen, el que busca encuentra, y el rata también.
Con la sencilla pregunta de «¿dónde come la gente local?» encontramos un rinconcito perdido de la ciudad, en donde estaba el mercado.
Y de repente, por unos minutos nos metimos por un portal que nos transportó a cualquier otra parte de Guatemala que no era Antigua.
El mercado era igual que cualquier otro mercado del país, con pasillos oscuros y algo sucios, tiendas de cachivaches, de piñatas, con un olor que mezclaba especias de colores y comida para perro.
Y entre medio de todo este cambalache, los puestitos de comida local ofrecían almuerzos por 20 quetzales (menos de U$S 3).
CIUDAD VIEJA
Nuestra cercanía con otra de las antiguas capitales del país hizo que los pies nos llevaran a ella caminando.
Nuevamente nos encontramos con la dificultad de recorrer tramos donde las veredas brillaban por su ausencia y los únicos que podían circular libremente eran los vehículos, pero finalmente logramos llegar a Ciudad Vieja, la capital a la que un fenómeno natural le cedió la corona (momentáneamente) a Antigua Guatemala.
Sí, la historia de las capitales de Guatemala es bastante repetitiva.
Si bien Ciudad Vieja no fue la primer capital del país, mucha gente la reconoce como tal, pero si vamos a los hechos, la primera fue Iximche, a mediados del siglo XV.
Poco más adelante, los nativos de la zona se rebelaron contra la colonia y éstos trasladaron la capital a una zona que fuera más sencilla de defender, decretando que el pueblo del Valle de Amolonga (hoy conocido como Ciudad Vieja) sería ideal para semejante menester.
El valle se encontraba justo a las faldas del volcan de agua, o tambien denominado Bulbuxy en la lengua Cakchiquel, que significa «de donde brota el agua».
Este nombre tuvo que haber obrado de advertencia a los habitantes de la flamante capital, pero no fue asi.
Por esto, a los 14 años de haberse establecido la nueva capital, un terremoto azotó la zona, provocando ademas un movimiento de agua donde conjuntamente arrasaron con gran parte del pueblo, haciendo obligatorio su traslado hacia lo que hoy conocemos como Antigua de Guatemala.
Si bien Ciudad Vieja no tiene la exhuberancia colonial de su predecesora, tampoco tiene los carteles en inglés ni los restaurantes de sushi, sino que en su lugar, hay pequeños puestos de snacks y dulces atendidos por los locales.
Claro que sus construcciones mantienen el estilo heredado de la colonia, pero en este pueblo no parece ser un anzuelo para el turismo.
Lo más impresionante es la catedral, la cual, si bien es evidente que tuvo restauraciones, mantiene su cartel moldeado en el cemento, donde data el año de construcción de la misma: 1534. Apenas unos años después de la llegada de Colon a América.
Y por supuesto, las iglesias se utilizan como tal, no hay carteles que exijan aflojar dólares para entrar ni guardias de seguridad vigilando las puertas.
LAS MILPAS ALTAS
La base temporal desde donde visitamos Antigua fueron las cercanías de un pequeño pueblo llamado Santa Lucía de Milpas Altas, siendo apenas uno del grupito que vamos a denominar «Las Milpas Altas».
Milpas es el nombre que se le dá a la tierra destinada al cultivo del maiz y Altas debido a que se trata de una region montañosa.
Como tenemos cierta debilidad por los pueblitos, dedicamos una tarde a recorrer la ruta que atravesaba varios de ellos, todos con las palabras «de Milpas Altas» al final.
Atravesamos Santa Lucia de Milpas de Milpas Altas, que resultó siendo el más caótico de los pueblitos que visitamos, donde una feria permanente cubría algunas calles.
A ésta le siguió Santo Tomás de Milpas altas, nuestro favorito de los 4 que visitamos.
La plaza principal se llevaba todos los aplausos y remontó su posición en nuestro ranking mental.
Después siguió Magdalena de Milpas Altas, un pueblo que nos dejó indiferentes, donde las calles se sentían más desprolijas y los niños se reían tímidamente cuando los saludábamos.
Un par de borrachos intentaron hablarnos en inglés, y la breve conversación se dió como siempre suele darse, ellos hablando en inglés, nosotros respondiendo en español.
Extrañamos mucho la típica plaza central, que en Magdalena de Milpas Altas era simplemente un conjunto de bancos alrededor de una fuente, en un rincón escondido del pueblo, y habiendo atravesado un callejón donde 3 perros callejeron intentan impedir el paso de todo transeúnte.
Por último, un punto sin nombre en el mapa atrapó nuestra atención, así que, aunque el camino era largo y teníamos que caminar varios kilómetros a través de calles poco transitadas, aceptamos el desafío de ponerle un nombre a ese conjunto de rayas desordenadas que se dibujaban en el mapa.
Atravesamos bosques que dominaban los lados de la carretera, y Wa se metió en cavernas formadas en las rocas que parecían ser, o bien un perfecto escondite para mercancías ilícitas, o bien el refugio de algún ser misterioso.
Parecían, pero no fueron ninguna de las dos, simplemente una formación rocosa que siguiendo los caprichos de la naturaleza había decidido crear refugios en sus entrañas, quizás para salvaguardar a caminantes como nosotros en caso de tormentas.
Finalmente, llegamos a San Miguel de Milpas Altas, un conjunto de casitas que suplantando el bosque se ubicaba a los lados de la carretera.
La carencias que aquí pudieran haber se opacaban ante la vista de la que disfrutaban sus habitantes.
LA PERSECUCIÓN DEL FOTÓGRAFO INSISTENTE
Muy cerca de donde nos estábamos quedando había una especie de «oasis» en la ruta, una zona comercial donde se levantaba un supermercado, el más grande de la zona, y varios locales chicos de comida rápida.
Allá fue donde descubrimos una promoción de pizza y jugo de jamaica que nos salvaba el almuerzo por pocos quetzales.
En una de nuestras idas a esta zona, un muchacho nos dió un papelito a la pasada. Cuando lo miramos, vimos lo siguiente «VALE POR 4 FOTOS GRATIS«.
No solemos aceptar este tipo de publicidad por miedo a que sea engañosa, pero estando cerca de Navidad, tengo que confesar que me dejé tentar, apelando a la bondad del espíritu Navideño.
Eso, y que el papelito tenía unos dibujos de Toy Story.
Me ilusioné.
Pensé que a lo mejor las fotos gratis eran de esas del estilo de máquina japonesa, con decorados de dibujitos alrededor y pavadas de colores que me gustan tanto, así que le dije a Wa que podíamos averiguar si realmente eran gratis las fotos que prometían, y si lo eran, podíamos llevarnos un recuerdo que, si por nosotros fuera, nunca tendríamos.
Si era algún tipo de estafa, simplemente rechazabamos la propuesta y asunto zanjado.
El chico que nos dió el papel nos explicó que eran 4 fotos tamaño pasaporte, y que serían completamente gratis. Agregó además que imprimiría también una en tamaño grande (A4) la cual SI QUERIAMOS podríamos comprarsela en 90 quetzales.
Para que se hagan a una idea, 90 quetzales son unos 450 pesos uruguayos (15 dólares más o menos, es decir, casi el doble del presupuesto que solemos gastar por día).
Obviamente que no íbamos a pagar eso por una foto, de hecho, no íbamos a pagar por una foto, así que le dejamos claro al muchacho que solamente estábamos ahí por la foto gratis. El chico insistió en que no había obligación de compra de la foto grande, que el solamente nos lo comentaba.
Accedimos.
Nos sacó la foto, lo cual fue bastante vergonzoso sobre todo porque nos pedía que juntásemos la cara como unos tortolitos, y entre mi timidez, y la dureza de Wa que ni siquiera quería estar en la foto pero vino porque el fotógrafo insistió, el momento fue un poco tenso.
Al final, las fotos salieron, nos dió las chicas, y nos mostró la grande.
Ante nuestra negativa anticipada, aquella de la cual ya le habíamos advertido antes aclarandole que no podíamos comprarle la foto grande a ningún precio, nos bajó el costo hasta llegar a 60. Ante nuestra nueva negativa que ya no sabíamos como expresar, la extorsión comenzó: «lo que pasa es que si no la vendo a mi me regañan» y yo por dentro pensaba «entonces ¿para qué carancho me insististe tanto en que no tenía obligación de comprarte la foto, cuando te dije que no podíamos comprarla, si ahora me estás tratando de hacer sentir mal por no hacerlo?«.
En fin, probablemente el muchacho pensó que podía ablandarnos y que éramos los típicos gringos adinerados que compran cualquier cosa.
Pero no contaba con Mister y Miss Rata.
Entre disculpas y agradecimientos, nos fuimos. A mi me estaba haciendo sentir tan culpable que incluso le dije si quería que le devolviésemos las fotos chicas, pero se negó rotundamente, «esas son un regalo» insistió.
Cuando ya nos habíamos alejado como una cuadra, viene corriendo otro chico y nos dice que lo mandó el muchacho de las fotos a decirnos que nos puede vender la foto grande por 30 quetzales.
Ok, convengamos que 30 quetzales eran 150 pesos uruguayos, y que aunque era mucho más barato que el precio inicial, seguía siendo más de lo que uno estaba dispuesto a pagar por una foto que no habíamos pensado adquirir.
Así que volvimos a decir que no, y ese fue el fin de la insistencia del chico de las foto, al cual tuvimos que continuar viendo los días venideros (y del cual, por supuesto, nos escondíamos).
Esta situación nos deja dos pensamientos:
1) Cuando algo es gratis, o termina no siéndolo, o si lo es, de alguna manera te van a tratar de hacer sentir mal para obtener beneficio.
Llamale «marketing extorsionista» si querés, porque engañoso sería si la foto gratis fuera una mentira (cosa que no lo fue).
2) En rata no nos gana nadie.
Hola muchachos, yo nuevamente por aqui tratando de actualizarme con sus post de a poco nuevamente, jeje
Otra lamentable realidad que sigue pasando hasta el dia de hoy en nuestro continente y en otros respecto a la explotacion cultural y creo que vaya mas de costumbres, culturas, etc.
Tratar de justificarlo por el lado de las costumbres o la cultura me parece horrible, es algo realmente esta mal y ya que los gobiernos no hacen nada, entonces deberia ser el pueblo que haga algo por estas situaciones que tienen que terminar, de alguna forma u otra se puede poner un granito de arena de cualquier forma y tipo.
Por eso personalmente pienso que tomar las diferencias culturales nuestras o de quien sea para justificar estas tristisimas situaciones no son el mejor justificativo para dejar pasar por alto situaciones asi y creer que esta bien para ellos o quien sea.
Pintorescos lugares realmente, no solo para entrar a almorzar,sino para entrar quedarte y dejar que el tiempo fluya como si nada olvidando por un rato responsabilidades,etc y disfrutar nada mas.
Muy cierto, hay que dudar siempre o casi siempre de las cosas gratuitas porque siempre hay gato encerrado de cualquier indole.
Bueno me retiro por el momento muchachos y espero no haber sonado muy enojada con mi primer comentario y opinion que obviamente no es mi intencion.
Abrazo y se me cuidan!!
¡Hola!
Tranquila por lo de «sonar enojada», creo que es una reacción natural cuando nos encontramos ante una realidad que nos indigna de alguna manera.
Es muy entendible.
A nosotros también nos pasó… O más que enojo, impotencia.
Son temas complicados, pero ojalá mejoren a futuro. Mientras tanto, se puede aportar un granito de arena, de algunas maneras, aunque uno quisiera poder aportar más que eso.
¡Un abrazo!