ARRANCANDO LA VUELTA
La vuelta a Uruguay nos llevó la mitad de tiempo que la ida, porque la hicimos medio a dedo y medio en ómnibus, ya que, como contaba en el post anterior, esta vez nos urgía llegar cuanto antes, por algunos asuntos que surgieron durante nuestra estadía en Ushuaia, y que debíamos atender lo antes posible en Uruguay.
Acá voy a resumir los 4 días y algo en un solo post, ya que los acontecimientos fueron menos en cantidad, no así en calidad, porque al igual que a la ida, conocimos personas geniales.
Luego de dejar la casa de nuestro host de Ushuaia, a las 4 de la madrugada, nos tomamos el ómnibus que partía a las 5, rumbo a Río Gallegos, sí, aquel pueblo donde habíamos pasado el amanecer más frío de todo el viaje (y de nuestra vida, hasta ahora).
La estadía en esta Ciudad a la ida había sido muy fugaz, ya que habíamos llegado de madrugada y lo único que hicimos fue armar la carpa en una estación de servicio, y a la mañana siguiente, si bien caminamos por el pueblo, nos metimos por calles un poco desconocidas con el único fin de encontrar la ruta y seguir haciendo dedo.
Esta vez, sacamos un pasaje de ómnibus que nos llevara a Comodoro Rivadavia, la siguiente ciudad, pero éste recien salía sobre las 20 hs, así que teníamos un buen rato para aprovechar a conocer mejor la ciudad que nos recibió con tanto frío.
Sinceramente, no podemos decir que nos haya gustado mucho visualmente. El paisaje era bastante “plano” y gris.
Además, los juegos en las plazas, destinados a los niños eran, en su mayoría, de carácter bélico (había tanques de guerra reales, por ejemplo) o que daban la sensación de estar en un mundo distópico, donde la humanidad había luchado y habían quedado sus restos por todos lados.
Pero como todo en la vida, hay matices, y podemos rescatar de Rio Gallegos la rambla, y el hecho de que muchas calles estaban forradas con un hermoso manto de flores amarillas.
También rescataría ese momento filosófico, cuando haciendo la cola en el súper luego de agarrar algunas cosas para comer, vi una bandeja de chinchulines entre los táper de plástico, y un paquete de fideos que, pensando que nadie lo veía, asomaba el hocico entre los tarros vacíos.
Me pregunto si todo esto será una metáfora del vacío interior que uno puede sentir si se le arrebatan las tripas… o que el vacío interior del ser es tan largo como los intestinos, pero su preocupación por llenarlo es tan efímera como puede durar frente a un italiano un plato de espagueti.
Cuando ya no sabíamos a dónde más ir, decidimos esperar el rato que nos quedaba (que tampoco era tanto) en la terminal de ómnibus.
Un amigo peludo con visible complejo de Penélope nos hizo compañía un rato.
Después de muchas horas de viaje en nuestro carruaje rectangular, y muchos intentos de conciliar un sueño cómodo, llegamos a Comodoro Rivadavia sobre las 7 de la mañana.
Salimos de la ciudad, y comenzamos a hacer dedo para encontrar a alguien que nos arrimara a la siguiente ciudad, Puerto Madryn, que tan bien nos había recibido a la ida, brindándonos nuestro primer host de Couchsurfing.
Nos levanta un camionero, con quien fuimos de charla todo el recorrido.
El nos cuenta que hay un señor de China que está dando la vuelta al mundo caminando, tirando de un carrito, y que según había escuchado, ahora mismo estaba cerca de donde estábamos en ese momento.
De repente, de golpe y porrazo, vemos una silueta a lo lejos, caminando despacito al costado de la ruta…
–¡El chino, el chino! –empezamos a decir, y rauda y veloz saqué el teléfono para sacarle foto.
En efecto, era el chino cinchando el carrito, con una bandera de su país natal.
Como estaba lloviendo, no se veía tan claramente a través del vidrio medio mojado, pero se llega a distinguir.
Nos hubiera encantado bajar a hablar con el, pero no queríamos importunar al camionero.
Sobre las 15:30 hs llegamos a Puerto Madryn. El camionero se despidió de nosotros, no sin antes regalarnos una botella con duraznos en almíbar de su propia cosecha.
Sobre la nochecita, tocamos timbre en la casa de las personas que nos iban a recibir ese día, a través de Couchsurfing.
Una simpática pareja nos abre la puerta y nos invita a pasar. Compartimos unos mates ellos, té nosotros, mientras contábamos algunas anécdotas de viajes y ellos nos cuentan sobre los suyos. La tarde se va entre té, mate y palabras, hasta que salimos a comprar pizza entre todos.
Esa noche repusimos energía durmiendo muy cómodos en cama y sofá-cama, en el living de esta casa en Puerto Madryn.
Al día siguiente, después de despedirnos de nuestros host, aprovechamos la mañana para ir a visitar el museo de la ciudad, que anteriormente no habíamos podido ver.
Tenía muchas cosas referidas al mar, dado que es una ciudad costera.
Además, descubrimos en su interior unas ventanas que nos recordaron mucho al Tetris…
Luego de un poco de cultura, seguimos atravesando la ciudad para llegar a la ruta.
Por ahí nos encontramos con una calle que rendía homenaje a mi cumpleaños… ¡qué amables, y yo sin saber nada! (Ah, re que se la creía la tipa jajaja).
Sobre la tarde, nos detenemos en la ruta para extender nuevamente el pulgar. Nos cruzamos con un lugar donde había una especie de remolque o casa rodante chiquita bautizada “El Gaucho”, utilizando bombachas y soutienes a modo de bandera… a lo mejor estaban intentando hacer publicidad de ciertos negocios perdidos en el medio de la ruta… o a lo mejor simplemente eso estaba puesto ahí pensando pura y exclusivamente en el pobre samaritano (o samaritana) que caminando por la ruta se encuentra con la incómoda situación de que un vientito le vuele las prendas íntimas, cosa perfectamente probable y normal ¿no? A todos nos puede pasar… digo…
Nos levanta un camionero muy peculiar.
Este señor, ya veterano, en escasos minutos nos contó su vida; nos contó que tiene una esposa muy buena, pero que además tiene una amante en un pueblito, porque si bien el ama a su esposa, también ama a su amante y ella lo necesita porque no tiene mucho dinero. También escuchamos algunas de sus llamadas telefónicas a esta última amada (imposible no escuchar en una cabina de menos de 2 metros cuadrados).
El nos contó que le gustaba mucho la música brasilera, y enseguida se puso a buscar entre las canciones del pen drive que, enchufado al equipo de sonido del camión, sonaba de fondo, Cuando encontró la canción que tanto buscaba, subió a tope el volumen, y nos dijo que prestemos atención a la letra, mientras el cantaba a todo trapo, acompañando al cantante original.
Una cosa es segura: imposible aburrirse con este señor.
Nosotros ya teníamos arreglado quedarnos en casa de unos host que habiamos contactado por Couchsurfing, una vez llegáramos a Río Colorado, pero pocas veces nos costó tanto desprendernos de uno de nuestros ángeles transportistas.
El señor, amante de la música brasilera, unos minutos antes de llegar a nuestro destino tuvo una discusión telefónica con la novia (la oficial no, la otra) y al cortar se lo notaba muy triste.
Nos invitó a quedarnos con el, tratando de tentarnos con unos ravioles y un trozo de carne que podía agregar a un tuco que tenía preparado. Nos dijo que podíamos comer al costado de la ruta, y después nosotros podríamos poner la carpa adentro del camión y dormir allí (es decir, en la parte de atrás que era toda cerrada) y al día siguiente seguíamos ruta con el.
Lo único que nos detuvo fue el compromiso que ya teníamos con las personas de Couchsurfing, pero realmente, nos dio muchísima pena no poder compartir más tiempo con el, ya que se notaba que la discusión con su novia lo había dejado triste, y además, si nos propuso eso es porque le habiamos caído en gracia… son esas cosas que la ruta te pone en el camino y realmente, da pena dejar pasar. Pero bueno… caminos que uno debe elegir.
Nuestros host de Río Colorado nos habían dicho que los íbamos a encontrar en un carrito de hamburguesas, en la plaza principal de la ciudad (no hay que olvidar que estas ciudades son chiquitas, como pueblos, así que no era cosa difícil dar con LA plaza principal).
Aún así, le preguntamos a un señor de una estación de servicio, que además, ya habíamos parado allí cuando estábamos yendo a Ushuaia… había sido la estación donde me había dado mi primer (y hasta ahora única) ducha de estación de servicio.
El señor me reconoció y, además de ayudarnos con el gps, nos preguntó a dónde habíamos ido y cómo nos había ido.
Una vez hubicada la plaza principal, dimos con el carrito y nuestros host adentro.
Eran como las 21:30 hs, muy poca gente en la calle, pero la seguridad en estos pueblos se respira en el aire.
Ellos, dos muchachos de aproximadamente nuestra edad, nos invitan a sentarnos en unas sillas de plástico que dispusieron para nosotros en la vereda, frente a su carrito de hamburguesas, y a dejar las mochilas ahí nomás, en la calle.
Unos perritos callejeros se arrimaron, curiosos, pero fueron los únicos seres que osaron acercarse a nuestras casas ambulantes.
Nuestros host nos dieron a elegir cualquier cosa del menú de su negocio, a lo cual elegimos una milanesa completa al pan, que después que nos la sirvieron nos dimos cuenta que era doble. Además, iba con Coca Cola.
No hubo caso… no nos dejaron pagar nada.
Despúes de compartir un poco las anécdotas del camino e intercambiar algunas ideas entre todos, pasando un muy buen momento, al aire libre en una plaza desconocida en medio de la noche, y después de dejarnos subir al carrito (primera vez en mi vida que me metía a un carrito de hamburguesas… yo parecía un nene en una juguetería) los ayudamos a cerrar todo y nos fuimos en su camioneta, sin asientos, a su hogar.
Una vez llegamos allá, conocimos a otra pareja que también estaba viajando a dedo.
Ellos eran de Argentina, y estaban recorriendo primero su país, y luego quizás recorrerían más países; hacían artesanías para vender en el camino.
Todos juntos, esa pareja, nuestros dos host, y nosotros, todos más o menos de la misma edad, nos pusimos a hablar de todo un poco. La cosa comenzó en los viajes, literalmente hablando, y terminó convirtiéndose en charlas de viajes más espirituales, de filosofía, de la vida y la muerte, etc.
Amamos esas charlas, donde no hay límite, donde el tope de un comentario es tan lejano que ni se ve, donde se puede hablar de prácticamente cualquier cosa sin miedo a ser tachado de loco, y si aún así te tratan de tal, existe la suficiente locura general y tolerancia, para reírnos de la situación.
Cuando ya estábamos todos con sueño, nos despedimos, y nos fuimos cada cual por su lado. Wa y yo quedamos en el living, durmiendo en el sillón cama.
Al día siguiente, amanecimos primero que nadie, y Wa aprovechó la soledad para agarrar la guitarra criolla que estaba por ahí, perteneciente a uno de nuestros anfitriones, y ponerse a tocar algo bien suavecito para no molestar.
A los pocos minutos, el dueño de la guitarra se levanta, se desploma en una silla, y con tremenda cara de satisfacción nos dice:
“Qué lindo, despertarse escuchando la guitarra… hacía tanto que no me pasaba esto”.
Después del desayuno, comenzamos a despedirnos, ya que teníamos que seguir viaje.
A todos les dio lástima, pensaban que nos quedaríamos un poco más, pero lamentablemente, no podíamos demorarnos.
Una vez que estuvimos nuevamente en la ruta, empezamos a hacer dedo; nuestro próximo destino era Bahía Blanca.
Al poco rato íbamos en una camioneta donde una familia nos había acomodado.
Un poco arrolladitos, Wa iba en la parte de atrás de la camioneta, mientras que yo iba entre medio de una chica de unos 14 años, y un niño de unos 11 años, ella más tímida que él, mientras sus padres manejaban el auto y la música, pasando por Callejeros, La Vela Puerca, y demás rock argentino y uruguayo.
Un buen rato después, llegamos a Bahía Blanca.
Allí habíamos arreglado con un host para quedarnos en su casa pero no teníamos aún la dirección, así que teníamos que conseguir wifi para poder coordinar. No había apuro porque según nos había dicho, el salía de trabajar a las 19 hs y era bastante mas temprano en la tarde, así que decidimos darnos un lujo y comer en un restaurante… uno chico y barato sí, pero restaurante al fin, y de paso, conectarnos al wifi para poder comunicarnos con el host y saber su dirección. Comimos, sí, pero el wifi no funcionaba, nos informó con pena la camarera, una simpática chica que aparentaba estar estrenando experiencia laboral.
Luego, estuvimos un rato parados en la entrada de una biblioteca pública, donde había wifi, pero no pudimos conectarnos.
Terminamos en una plaza, tirados al lado de un poste que rezaba que había wifi, y en efecto, había, pero nuestro host no respondía. Las horas pasaron, el sol se iba escondiendo, la batería acabándose, y seguíamos sin respuesta.
Éramos conscientes que esta ciudad, al ser más grande y poblada que las anteriores, no era tan segura como nos hubiera gustado, así que al final, cuando ya eran casi las 21 hs, decidimos que nuestro host no iba a responder y nos fuimos a la terminal de ómnibus lo más rápido que pudimos para ver si podíamos conseguir pasaje en algún transporte.
Cuando llegamos, no sabíamos que esa terminal se convertiría en nuestro hogar por aproximadamente 15 hs.
No nos quedaba suficiente dinero argentino para pagar los pasajes de ómnibus, así que consultamos si se podía pagar con pesos uruguayos. La negativa fue rotunda.
La única opción que había era esperar al otro día a las 10 de la mañana, que había un local de cambio en el centro de la ciudad, que cambiaba plata uruguaya, a pesos argentinos.
Nos arrebujamos en unos asientos fríos y duros, y así comenzó la larga espera.
Puedo decirles que luego de eso, pienso escribir un libro que se titule “1001 poses para dormir en una silla que debes probar antes de morir”, y con la compra de los mil primeros ejemplares te llevas de regalo una pastilla para la contractura… por nada en especial ya que mis 1001 métodos son completamente efectivos claro.
Afortunadamente, la terminal era muy prolija y con muchos comercios dentro, casi como un Shopping en miniatura. De vez en cuando me daba una vueltita para agarrar, al disimulo, el wifi de un local que vendía comida dentro de la terminal y chequear horarios de ómnibus y demás cosas, sin abusar demasiado ya que no me quedaba mucha batería en el teléfono.
Cada tanto nos visitaba un perrito vagabundo que lograba colarse por la puerta de entrada cuando alguien entraba.
Entre cabeceadas, dolores de espalda, y un maní cada 10 minutos para hacer durar el paquete (no teníamos más plata argentina) se hicieron las 10 de la mañana.
Wa salió disparado como alma que lleva el diablo, camino al centro para llegar al cambio, mientras que yo me quedé esperando a 4 ojos, abrazada a todas las mochilas. Sabíamos que las terminales son a veces mas peligrosas que la ruta desierta o un pueblo perdido.
Como por milagro de los dioses, Wa llegó, los pasajes fueron comprados, y sobre el mediodía partíamos en un ómnibus, rumbo a Buenos Aires.
Nuestra estadía en la capital fue breve. Cuando quisimos acordar ya estábamos partiendo nuevamente en un ferry, con destino Montevideo, abriendo la puerta de nuestra casa, tirando las mochilas y durmiendo como lirones.
No lo recuerdo claro, pero probablemente hayamos soñado con gente buena que siempre quiere ayudar, con paisajes hermosos que podemos ver y sentir sin tener que recurrir al vil metal, con obstáculos que nos hacen superarnos y aprender a desenvolvernos en muchas situaciones, y con la posibilidad de seguir comprobando que esos sueños son una realidad.
Este viaje nació con la idea de probar si realmente viajar de esta manera era tan fácil como dicen los mochileros que seguímos, y si había tanta gente buena por ahí. Hoy sabemos que no sólo es fácil, sino que es todavía más fácil, y que la gente buena es, en efecto, mayoría, y por lejos.
En realidad, acá comenzó todo, este viaje fue el que determinó lo que ya sospechábamos: que ahora mismo, es así es como queremos vivir. Queremos que cada día sea único, queremos no saber que nos deparará mañana, queremos seguir descubriendo que la gente buena es mucha más que la que no nos cuenta la tele, queremos ver hasta donde llega nuestra capacidad de improvisación, queremos preocuparnos por las necesidades básicas como humanos sin anhelar lujos, queremos meternos en distintas culturas para intentar aprender de ellas y empatizar más con el mundo, queremos sentir paisajes y animales diferentes, queremos tener la certeza que la vida es más, mucho más que una rutina que no nos llena.
Esto recién empieza.
tumma ! el chino es gardel carajo !
Por lo que supimos el chino murió poco despues que lo vimos, nos enteramos hace poco
https://www.lanacion.com.ar/2073802-recorria-el-mundo-en-su-triciclo-hacia-9-anos-y-murio-atropellado-en-santa-cruz