Nuevamente esperando en un aeropuerto, había llegado el momento de decir adiós a Europa.
La verdad es que, aunque volar tiene su lado divertido, las horas previas al vuelo no nos gustan; además aprendimos que si el vuelo es en una aerolínea de bajo costo, la incomodidad previa se intensifica (el precio a pagar por el que no pagás en dinero).
Pero si queríamos llegar a destino de forma directa desde donde estábamos, ésta era la opción más económica.
La puerta de embarque que nos aseguramos de chequear con anterioridad cambió a escasos minutos del vuelo (y menos mal a Wa se le ocurrió volver a corroborarlo) por lo que tuvimos que atravesar todo el aeropuerto corriendo para llegar a la puerta correcta, y aun así al llegar la fila era tan larga que obviamente el vuelo salió atrasado.
La fila para entrar al avión ya nos iba dando un adelanto. Digamos que si querías adivinar nuestro destino, con solo ver la gente que se subiría al avión podías acotar la lista de posibilidades, y todo por una única razón: el hiyab.
Entrada al mundo árabe
El único contacto previo que hemos tenido con el mundo árabe, fué cuando visitamos una mezquita en Guyana, la ex colonia británica en sudamerica, ya que en todo nuestro continente, la presencia del islam, no llega ni a ser anecdótica.
El primer impacto causado por este país lo percibió Wa desde el aire, cuando mirando por la ventanita del avión vio muchos canales de agua, algo que hasta ahora no había visto en otro lugar.
Aunque pensándolo bien, el primer impacto fue antes, mucho antes, cuando sin siquiera habiendo pisado el continente ya recibíamos decenas de mensajes ofreciéndonos hospedaje o ayuda a nuestro arribo. Eso era apenas un atisbo de lo que se venía.
De hecho, la persona que nos fue a buscar al aeropuerto se ofreció a hacerlo con anticipación, y con el único interés de ayudarnos y conversar. Mohammed se convirtió en lector de nuestro blog desde antes de conocernos y dejó su hogar una hora y media antes para ir a buscarnos, y otro tanto para llevarnos a la ciudad.
Una vez allí, la experiencia árabe daba comienzo.
Hola Egipto.
ALEJANDRÍA
Si bien a Wa lo primero que le llamó la atención fueron los canales, en mi caso fueron las personas (enseguida, Wa notaría lo mismo).
Una de esas cosas que notás de entrada y luego vas puliendo la idea con el correr de los días, fue el tema de la vestimenta y la diferencia entre géneros.
Mientras íbamos en auto por la ciudad observando la rambla y aun teniendo una idea de antemano nos llamó mucho la atención la gran diferencia entre hombres y mujeres: no es solo el uso del hiyab, el pañuelo que cubre el cabello dejando al descubierto solo el rostro que llevaba quizás el 95% de las mujeres que vimos en Alejandría, ni siquiera el burka, que cubre incluso el rostro dejando solo una franja para los ojos… iba más allá de eso.
Las mujeres vestían todas de forma similar, con vestidos largos y holgados en colores sobrios, mientras los hombres resaltaban muchísimo más, no tanto por los colores (muchos usaban colores oscuros) sino por el cuidado que su apariencia refleja, por ese grado de coquetería que quizás la mujer también tenga pero disimula muchísimo por el hecho de tener que usar una vestimenta discreta.
Con el pasar de los días me di cuenta a que me recordaba: a los pavos reales.
¿Vieron que en el caso de estas aves, la hembra es de un color marrón sobrio, sin cola, con una cara pequeña y bella si se la mira de cerca, mientras que el hombre tiene los colores mucho más vívidos y corteja desplegando una cola que es imposible no notar aun a la distancia?
Bueno, eso.
No es que las mujeres de acá no cuiden su imagen, de hecho van prolijas y maquilladas y en varias ocasiones es notorio el esfuerzo que ponen en dar una apariencia agradable a la vista, en verse bonitas a fin de cuentas, pero al no variar demasiado el estilo de vestimenta (por motivos culturales) son ellos los que más llaman la atención, con sus chaquetas de cuero brillantes, su barba prolijamente recortada en la barbería, sus cortes de pelo siguiendo la moda de los futbolistas, y por supuesto, una actitud mucho más abierta, un territorio más marcado.
Es algo opuesto a lo que sucede en tantos países de Sudamérica, donde la mujer suele ser más llamativa que el hombre (siempre hablando en términos generales).
No menciono esto como algo positivo o negativo, ni como una crítica a la sociedad, sino viéndolo desde un punto de vista subjetivo, libre de juicios.
Mentiría si dijera que no fue un shock cultural y que no nos llamó la atención.
Si tuviésemos que mencionar un segundo shock cultural, este sería la fama.
¿Viaje Interminable reventó loco? ¿Los leen tres gatos locos y ya flashean fama?
¿Y si te digo que en Egipto vos también serías una persona famosa?
Mientras caminábamos con nuestro nuevo amigo Mohammed la cosa fue bastante tranquila, quizás por el hecho de ir acompañados de alguien local; si bien algunas personas nos saludaban al pasar, pocas eran las que nos pedían fotos, pero la cosa empezó a escalar cuando llegamos a la playa.
Un grupo de chicas a pocos metros de distancia nos saludaban tímidamente y explotaban en risitas cuando devolvíamos el saludo.
De repente, un grupo de hombres pasó a nuestro lado diciendo “welcome to Egypt”, para luego pedirle una foto a Wa.
Cuando nos alejábamos de la playa, las chicas empezaron a saludar y alguna le gritó “I love you” a Wa, así que le propuse que las saludara aunque sea con la mano, cosa que hizo que rompieran nuevamente en grititos y risas.
Este sería apenas el comienzo.
Los siguientes días en la ciudad estuvieron llenos de fotos con desconocidos, donde no importaba la nacionalidad ni las formalidades. Algunos pedían la foto, otros las sacaban al pasar (algunos con disimulo, otros no). La mayoría querían selfies.
Aunque no les importaba demasiado la nacionalidad, sino el simple hecho de tener una foto con un extranjero, yo lo veía como llenar un álbum de figuritas, donde probablemente la de Uruguay debe ser de las difíciles, las que tienen poca tirada (apenas 3 millones y pico).
Como nuestros días en el país recién comenzaban, y habiendo tenido ya algunas experiencias de personas que intentaban vendernos cosas (aunque mucho menos de lo que imaginábamos) desconfiamos cuando un chico y una chica se nos acercaron, cámara en mano, y nos pidieron fotos posando.
Dijimos que sí, pero con cierto recelo, que se acrecentó cuando comenzaron a pedirnos que posásemos de tal o cual forma.
Les pregunté si las fotos eran para algún tipo de proyecto o página web, a lo que respondieron que simplemente era un hobbie.
Cuando escucharon nuestra respuesta después de preguntar por nuestro país de origen, el chico quedó cortado al escuchar Uruguay, porque justamente el quiere irse a vivir un tiempo allí y aprender español.
Intercambiamos números de whatsapp, y días después recibíamos las fotos tomadas espontáneamente en las calles de Alejandría. Más adelante descubriríamos que más personas hacen lo mismo que este muchacho como un pasatiempo y una forma de mejorar sus habilidades fotográficas. Nada turbio detrás.
Otra cosa que notamos en este aspecto es que las fotografías van más enfocadas al hombre, sobre todo si la foto te las pide un hombre (que es la mayoría de los casos).
En nuestra experiencia, los únicos casos en los que el interés fotográfico iba más enfocado en mi era con algunos chicos adolescentes, o con algunas chicas.
El caso más gracioso fue el de un niño que se acercó para que nos sacásemos una foto con el, pero con nuestro celular, algo así como llevarnos su imagen como recuerdo de Egipto (cosa que de hecho, hicimos).
Otro de los aspectos que es imposible de obviar, siendo probablemente el que más nos haya gustado es la hospitalidad de los egipcios hacia el turista.
La palabra ideal sería “welcoming”, no encontramos un sinónimo adecuado en español que pueda definirlo mejor.
Ir caminando por la calle (cualquier calle) significa responder a decenas de “hello” (hola) y “welcome to Egypt” (bienvenidos a Egipto).
Si vamos con la bandera de Uruguay a la vista o la camiseta, quizás darnos vuelta ante algún grito de “Uruguay” o la mención a algún jugador de la selección (los egipcios son muy futboleros, en eso nos sentíamos casi como en casa).
Si bien es de las cosas que más nos han sorprendido y marcado -para bien- en el país, todo aspecto positivo tiene también sus claroscuros, que no descubriríamos sino hasta más adelante, cuando las bienvenidas y los saludos dejaran de ser novedad.
Por ahora te dejamos con la idea de que desde el primer día que pisamos Egipto este recibimiento y ganas de ayudar al extranjero se sintieron desde la persona que nos fue a buscar al aeropuerto y nos llevó a recorrer la ciudad, hasta ese extraño de la calle que te saluda y te ofrece su ayuda, o fotos profesionales gratis.
Guiados por Mohammed, lo primero que hicimos al llegar a Alejandría fue ir a comer un desayuno típico del país.
Según nuestro nuevo amigo, el lugar al que nos llevaría no era el más barato de la ciudad, pero valía mucho la pena. Como intentamos mantener un presupuesto diario bastante acotado nos tembló un poco la voz cuando le preguntamos cuánto costaba el desayuno… y casi tuvimos que reírnos al escuchar la respuesta.
El costo de esa bandeja de comida que viste en la foto es de 50 EGP, es decir, 1,75 dólares (bebida incluida). Y ojo que según Mohammed se puede conseguir un desayuno un poco menos abundante por unos 15 EGP (o sea, medio dólar).
El mismo consistía en un poquito de varias cosas, entre ellas el falafel, una de las comidas arabes más populares, incluso fuera del mundo árabe.
Nos contó además que en Egipto el desayuno se consumía en una franja horaria que va mas o menos entre las 12 y las 15 hs (esta es nuestra clase de desayuno en el mundo).
Además este plato suele comerse con las manos, sin utilizar cubiertos.
Para nosotros, semejante bandeja oficiaría tanto de desayuno como de almuerzo y quizás hasta de cena. De hecho, no pudimos siquiera terminarlo.
El costo de este desayuno fue el comienzo de una seguidilla de sorpresas relacionadas a los precios. Para que te hagas a una idea, a febrero de 2023 un dólar estadounidense equivale a 32 EGP (es decir, unos 39 pesos uruguayos) y en Alejandría una Coca Cola de 300 cc cuesta 5 EGP, mismo precio por un paquete de snacks mediano, 15 EGP una Shweppes de 1.5 lts o mismo precio por una Coca Cola de 2 lts (productos que podés encontrar en cualquier país para comparar).
Como turista uno siempre va con la antena encendida, un poco esperando que le cobren más caro que a los locales, así que un poco para evitarlo compramos en supermercados, pero también lo hacemos porque al menos en el caso de Egipto, la diferencia de precios entre un supermercado y una tienda local no es considerable. Además, el supermercado nos permite explorar todos los productos con más tranquilidad y poder comparar.
Pero para ser justos, hay que decir que la mayoría de las veces que compramos en tiendas locales no sentímos que nos hubiesen cobrado de más (de hecho, alguna vez hasta nos cobraron menos).
Y los precios bajos no solo se ven en la comida, sino también en transporte local, donde un minibús que te lleve 200 kms puede llegar a costar 30 EGP (casi 1 dólar) y uno que atraviese la ciudad, no mas de 6 EGP.
Más adelante conoceríamos algunas excepciones a la regla, pero en general Egipto es un país muy amigable para el mochilero de bajo costo, al punto de poder llegar a disfrutar muchos “lujos” que en otros países serían imposibles de sustentar bajo un presupuesto acotado, y aunque los lujos son subjetivos, en este caso me refiero por ejemplo a tomar una Coca Cola de vez en cuando, probar snacks o comidas preparadas de forma más habitual, o utilizar el transporte público más seguido y sin sentimiento de culpa.
Así que por ese lado, si bien nunca falta el que cobra más al turista, no podemos decir que en nuestra experiencia haya sido algo recurrente… al menos no en Alejandría. Después… bueno, después las cosas cambiarían un poco.
Hablar de Alejandría sin mencionar a los amos y señores de sus calles sería no solo deshonroso para un país donde estos habitantes han marcado gran presencia en su historia, sino que sería además muy poco propio de mi persona no hacerlo.
Alejandría está llena de gatos.
Pero llena al nivel de encontrar gatos merodeando alrededor de cada contenedor, a orillas de la rambla pidiendo comida a las personas, adentro de los garitos de la playa cuando están cerrados, arriba de las mesas de los restaurantes (sí, en serio), dentro y fuera de las pescaderías y carnicerías, entre las patas de la gente mientras va caminando. En TODOS lados.
Lamentablemente, esta invasión felina si bien tiene sus pro (sobre todo para las personas que acariciamos cuanto animal se nos cruza) también tiene su lado B, y es que muchos de estos gatos están en muy malas condiciones.
También es altamente probable que, al ser prácticamente una plaga, mucha gente los trate de forma violenta, cosa que comenzamos a sospechar cuando vimos que los únicos gatos que se dejaban acariciar eran aquellos que todavía eran muy cachorros, mientras que los que tenían más experiencia de vida no dejaban que acercásemos nuestra mano a ellos, y las pocas veces que lo hicimos sin que se dieran cuenta, al mínimo contacto de nuestra mano saltaban y huían, asustados.
También hemos visto perros callejeros, siendo varios de ellos cachorros.
Lo curioso es que los perros y los gatos conviven en armonía y hasta aprenden habilidades unos de los otros, por ejemplo, hemos visto gatos sentados al lado de las personas en la rambla, con una expectativa paciente (muy canina) y también hemos visto perros durmiendo sobre el techo de los autos, demostrando una agilidad inconfundiblemente felina.
Otra cosa rara es que no se ven palomas en la ciudad (las palomas son los gatos) pero luego entenderíamos por qué las palomas no estaban en las calles… y no, no es solamente por la omnipresencia gatuna, ellos no son los únicos a los que les gusta la carne blanca.
LUGARES VISITADOS EN ALEJANDRÍA
Caminar por las calles de Alejandría podría ser suficiente como experiencia, sobre todo si como nosotros nunca habías estado en un país árabe, pero si querés ver más cosas, esta ciudad tiene para entretenerte un rato.
Aunque visitar los atractivos pagos de Alejandría no es caro y los precios parecen estar igualados en todas las atracciones (quizás por mandato gubernamental) los costos se abaratan a la mitad si presentás una tarjeta de estudiante, sin importar del país que sea.
Mientras recorríamos la rambla de Alejandría, allá sobre la línea del agua resaltaba la silueta de una edificación claramente grande que nos propusimos visitar.
La Ciudadela de Qaitbay
Conocida simplemente como Citadel o Ciudadela, esta imponente construcción tiene más fama por su pasado destruido que por la fortaleza que fue después. Fue reconstruída en el lugar donde antes estaba el Faro de Alejandría, una de las 7 maravillas del mundo antiguo destruido bajo el capricho de un terremoto que no dejó más que miguitas y utilizadas luego por el sultán Al-Ashraf Qaitbay para construir esta fortificación sobre el Mar Mediterráneo, con el fin de defenderse así de las invasiones turcas.
Pero lo que vemos hoy tampoco es lo que el sultán mandó a construir, porque aunque duró unos cuantos siglos en pie, la Ciudadela fue destruida en 1882, y reconstruida a finales del siglo pasado, convirtiéndose ahora sí, en lo que vemos hoy en día.
En teoría, se utilizaron partes del antiguo Faro que utilizó en su tiempo el sultán, así que si tocamos las piedras de esta Citadel durante nuestra visita, existe la posibilidad de que toquemos parte de una de las antiguas maravillas del mundo.
En febrero de 2023 la entrada costaba 80 EGP por persona (la mitad con carnet de estudiante) y te da la libertad de caminar por toda la Citadel, dentro o fuera.
Una vez dentro encontramos varios grupos bien diferenciados: por un lado los de adolescentes como parte de algún tipo de paseo colegial (todos ellos varones), por otro lado los grupos de monjas que caminaban bien juntitas y se deshacían en agradecimientos cuando les ofrecías sacarles una foto todas juntas.
Por último estábamos aquellos que íbamos por libre en grupos de no más de 2 o 3 personas, donde entramos nosotros y un par de chicas españolas que andaban en la vuelta, siendo los únicos turistas que nos cruzamos.
Apenas entrar, a los costados de la gran explanada donde la Citadel se centra, hay una serie de cámaras con antiguas puertas y cerrajes convertidos en baños, estación de vigilancia, y tiendita de venta de recuerdos.
La caminata más larga es por fuera, donde hay muchas escaleras que suben y bajan los muros, metiéndote por recovecos de piedra donde realmente no hay mucho para ver… quizás aprovechar algún rincón para alguna foto, o imaginar cómo sería la vida de aquellos que tenían que pasar días enteros entre aquellas murallas, vigilando el horizonte.
Pero una vez que te cansaste de subir y bajar muros, te toca atravesar la puerta más grande y robusta que vimos en la vida para meterte en las entrañas de esta fortificación, que aunque vacía, es una importante obra de la arquitectura, y más aún de la historia si tomamos en cuenta que es lo más cercano que tenemos al Faro de Alejandría.
Dentro de la Citadel fue llamativo ver que la mayoría de “vigilantes” eran señoras sentadas en una sillita, sonriéndote al pasar (probablemente la vigilancia más tierna del mundo).
Cierto es que no hay demasiadas explicaciones más que algún que otro cartel indicando para que se utilizaba la sala que estés viendo en ese momento, siendo la más destacable (sobre todo por ser el lugar que se siente más “terminado” por decirle de alguna forma): la mezquita.
Habiendo disfrutado de la tranquilidad de adentro, ahora toca responder al “salem” del guardia al dejar el lugar y salir al mundo exterior nuevamente, donde te vas a encontrar cara a cara con decenas de vendedores que van a ofrecerte todo tipo de recuerditos, desde un imán, hasta un caparazón gigante de tortuga. Todo se vale en este mercadito pensado para el turista.
En su defensa tenemos que decir que si bien saltaban como resortes si manteníamos la mirada fija en algún producto por más de 2 segundos, no insistían demasiado una vez que le decíamos que no. Hay que confesar que nos esperábamos muchísima mas insistencia por parte de los vendedores ambulantes, pero tanto Alejandría como otras ciudades de Egipto nos sorprendieron para bien en este aspecto.
Catamcumbas de Kom el Shogafa
Cuentan las lenguas populares que un burrito iba tirando de un carro cuando se cayó en una abertura en el suelo, siendo éste el descubridor oficial de la sepultura más grande de la época grecorromana.
Contrario a lo que puedas pensar, Kom el Shogafa no es ningún tipo de faraón, emperador o sultán enterrado, sino que según una variación del griego antiguo significa “montaña de los fragmentos” porque es en esta zona donde se dejaban los pedazos de alfarería rotos.
Por fuera se pueden ver algunas tumbas y sarcófagos de piedra con medusas talladas. Incluso hay una construcción a la cual se llega por un recoveco que puede pasar desapercibido para muchos (y quizás mejor que así sea para los claustrofóbicos) pero a día de hoy desconocemos para qué se utilizaba en el pasado.
Pero la cosa se pone más interesante cuando te metes a las entrañas de la tierra, bajando por una escalera de caracol donde cada piso abajo abajo sentís más la presión tibia que sólo una cámara mortuoria subterránea puede darte.
Dicen que estas catacumbas fueron utilizadas desde el siglo I d.C. hasta el siglo IV d.C., y que su parecido con las catacumbas cristianas de Roma son considerables.
Las cámaras más importantes son aquellas custodiadas por guardianes representados en estatuas, y donde los relieves cuentan historias de otros tiempos.
Las catacumbas estaban diseñadas para alguna familia en particular, pero se fueron extendiendo a cámaras más grandes llenas de nichos donde eran depositados los sarcófagos con los restos de muchas más personas.
Si bien las cámaras principales siguen siendo las que tienen más decoraciones en relieve y podría decirse que estéticamente son más agradables de ver, a mi en particular me impresionaron más las cámaras grandes con muchos nichos, probablemente porque de alguna manera se siente más como estar dentro de una tumba, mientras que las demás cámaras distraían un poco esta sensación con sus decoraciones.
Biblioteca de Alejandría
Muchas expectativas tenía. Muchas.
Una de las bibliotecas más grandes del mundo. El saber de la humanidad en un solo lugar. La biblioteca más famosa del mundo.
En resumidas cuentas: una biblioteca. Yo no necesito más para ser feliz.
Lamentablemente, y pudiendo decir que esta opinión es tanto mía como de Wa, la biblioteca de Alejandría nos decepcionó un poco.
La entrada se compra en las taquillas sobre la vereda, y con descuento de estudiante cuesta 10 EGP para los extranjeros (menos de 30 centavos de dólar). Esta entrada cubre la biblioteca, pero no los dos museos que hay en su interior, para los cuales se paga entrada aparte con el mismo costo cada uno.
El guardia de la entrada nos dijo que no podíamos entrar con comida, cosa muy lógica en una biblioteca, por lo que caminamos en la explanada de la misma empuchándonos de los pancitos que habíamos comprado minutos antes, mientras aprovechábamos a ver un reloj de sol y algunas cositas más que los exteriores de la biblioteca tienen para ofrecer al público.
Una vez dentro, hay que pasar por sensores de seguridad: dejar los bolsos y abrigos en una cinta que transporta todo a través de un escáner (igual a los de los aeropuertos) mientras uno pasa por debajo de un arco que también te escanea.
Una vez pasado todo este procedimiento, podés decir que entraste a la biblioteca como tal, y acá fue donde nos sorprendimos, aunque no para bien.
Para Wa el hecho de estar tan llena de gente es un motivo para restarle puntos. En mi caso eso no es algo que me llene de entusiasmo pero si el lugar vale mucho la pena puedo llegar a hacer la vista gorda.
Lo que rompió mis expectativas personales fue el hecho de que siendo un lugar con tantísima historia antigua, esperaba quizás una ambientación un tanto más ceremoniosa, más clásica, algo que inspirara esa antigüedad en la que uno piensa al hablar de la Biblioteca de Alejandría.
Al contrario de eso, nos encontramos con una biblioteca moderna, desde su forma exterior similar a un waffle gigante (perdón, no pude evitar la comparación) hasta su interior, donde las estanterías metálicas, algunas semi vacías, no iban acorde con la conexión que automáticamente hacemos entre la biblioteca actual y la fundada por Alejandro Magno, centenares antes del año 0.
Quiero aclarar que estas impresiones son personales, y basadas en nuestra experiencia y especialmente mis percepciones, yo que soy una persona que ama las bibliotecas antiguas y los libros con hojas amarillas, y que puedo estar dejándome llevar por mi gusto personal en estos menesteres. No es nuestra intención restarle la importancia objetiva que esta biblioteca puede tener a día de hoy a nivel mundial.
Además, esa forma que a mí me recuerda a un waffle tiene un motivo de ser: aparentemente, la fachada tiene inscripciones grabadas en varios idiomas del mundo, y la forma circular hace referencia al dios del sol (Ra) y los cristales buscan reflejar la luz del sol hacia el Mar Mediterráneo como un recordatorio del Faro de Alejandría.
Todo esto está muy bien… pero a mí la imagen del waffle no se me va de la cabeza.
Es innegable que es una biblioteca que impresiona por su tamaño, la cantidad de libros que en ella se encuentra (en diversos idiomas) y sus instalaciones de estudio, además de tener por aquí y por allá detalles que pueden atraer la atención, como algunos cuadros interesantes, o inclusive maquinaria antigua de imprenta, por lo que no podemos negar su posible importancia como base de conocimiento.
Es cierto que recuerdo haber visto estanterías un tanto vacías a mi criterio, como aquellas de filosofía donde pensaba perderme entre títulos pero me encontré con más huecos que libros. Aun así, elegimos creer que siendo un lugar tan grande y al que constantemente llega nuevo material, los espacios vacíos sean calculados con premeditación para ser completados con el tiempo.
Me llevé un chasco cuando luego de haber estado dando vueltas buscando la zona de “libros raros” (literalmente, así decía en los carteles señalizadores) y habiéndola encontrado, un señor me detiene en la entrada y me dice “esta zona está reservada para investigación únicamente”.
También hay varias instalaciones más en la biblioteca, como un planetario, bibliotecas para niños y otra para personas con capacidades distintas, museo de caligrafía, museo de arqueología, y laboratorios de restauración, pero de los lugares “extra” solo visitamos uno, y fue ciertamente lo que más nos gustó de la Biblioteca de Alejandría: el museo de caligrafía.
Fue lo que más nos gustó sí, pero también nos decepcionó un poco.
Apenas entrar al museo, luego de adquirir la entrada en una taquilla aparte dentro de la biblioteca, nos encontramos con la piedra Roseta… o mejor dicho, una réplica de ella.
Esta piedra es de gran importancia porque fue gracias a ella que pudieron descifrarse por ejemplo los jeroglíficos egipcios, descubriendo así gran parte de la historia de la humanidad.
Avanzando en el museo, el cual se encuentra bajo una tenue luz para lograr una mejor conservación del papel, encontramos varios libros con cientos de años de antigüedad increíblemente bien conservados.
Pero también encontramos muchos otros que eran réplicas del original, la mayoría en poder de la corona británica (incluyendo papiros egipcios) que fue lo que nos decepcionó un poco, ya que nuestro principal motivo para entrar al museo era para ver papiros egipcios originales.
Así con todo, fue agradable ver libros que mostraban escrituras de hace cientos de años atrás intentando descifrar el significado de todas las cosas a través de ciencias como las matemáticas, astronomía y demás.
Sin dudas, la mejor parte de la Biblioteca de Alejandría, a nuestro parecer (aunque no visitamos el otro museo en su interior).
Anfiteatro Romano
Aunque no lo visitamos desde adentro, el anfiteatro romano es algo que podés ver en cualquier caminata por la ciudad porque está ahí, casi a simple vista. Lo único que te va a separar del anfiteatro son unas rejas que no te impiden admirarlo desde fuera.
Aparentemente, este lugar fue descubierto por accidente, mientras se limpiaba la zona para construir un edificio de gobierno, y a día de hoy es de los descubrimientos más importantes del siglo XX a nivel nacional en el país.
No podemos dar más detalles al respecto ya que, si bien la entrada no era demasiado costosa (80 EGP, y probablemente la mitad con carnet de estudiante) elegimos no entrar y admirarla desde fuera, pero no queríamos dejar de mencionarlo como una parte importante entre los sitios históricos que vimos (aunque solo sea de pasada) dentro de Alejandría.
La Rambla de Alejandría
Recorrer la rambla es otra de las cosas que no podés perderte en Alejandría. Es imposible ignorarla, y aunque algunas partes están privatizadas y te puede pasar que al querer acercarte alguien te alcance y te diga “tenés que pagar para ir hasta allí” o “tenés que consumir en este restaurante” muchas otras están abiertas, como la rambla de Uruguay.
A lo largo de la rambla podés encontrar puestitos de comida rápida, siendo los de café uno de los más comunes, algunos más tecnológicos que otros llegando a tener incluso paneles solares.
Claro que corrés el riesgo de que te pidan fotos o que venga algún niño a pedirte dinero.
De todas maneras, Alejandría no sería la ciudad donde más experimentaríamos eso, y que eso no te detenga de conocer la rambla porque realmente merece la pena.
Perdete en las calles de Alejandría
Por muy obvio que suene, no podemos dejar de mencionar las caminatas por las calles egipcias como un atractivo turístico en sí mismo.
Caminar una ciudad es algo que solemos hacer mucho, para poder descubrir la vida diaria de los locales y de esta forma acercanos más a su cultura. Sentarnos a contemplar o simplemente perdernos en una feria nos enseña cosas sobre su gente.
A veces alguna de estas cosas puede resultar chocante, dependiendo del lugar de donde vengas, como nos pasó a nosotros (especialmente a mi) en la calle de las cabras.
Caminando de forma random por la ciudad nos encontramos de repente con cabras en las veredas, a ambos lados (de ahí que la bautizamos como la calle de las cabras).
Las mismas estaban a la venta, cosa que no nos sorprendió tanto, pero en un momento vi de refilón sobre la vereda, en uno de estos “puestos” de venta de cabras, la parte trasera de una cabra, patas arriba en el suelo, realizando movimiento espasmódicos, y creí que las personas de la tienda estaban jugando con ella, haciéndole cosquillas.
Desvié la vista, y apenas pasamos por al lado Wa saluda a alguien en la tienda y luego me dice “¿viste eso?” a lo que respondí que vi las patas trasera de una cabra moviéndose como que estaban jugando con ella y Wa me responde “no estaban jugando, la estaban degollando… ¿no viste que tenía el cuello abierto? Se movía asi porque estaba luchando por su vida”.
Sería la primera pero no la ultima vez que veríamos (o no veríamos en mi caso) como degollaban a un animal en la vereda, y aunque uno consuma carne, son choques culturales que no dejan de impresionar.
También pueden significar un choque cultural los estándares de limpieza, que dicho de forma sútil, suelen ser diferentes a los que uno está acostumbrado.
Vimos muchas tiendas donde el protocolo de limpieza estaba claramente ausente y probablemente sea algo en lo que los locales no reparen porque es así como están acostumbrados.
También nos ha pasado lo opuesto en otras zonas, por ejemplo en Europa sentímos que en general los estándares de limpieza están un poquito por encima de los latinos (nosotros incluídos, claro) y aunque obviamente uno está cómodo con los propios por un tema de costumbre, si tuviésemos que elegir un extremo o el otro, elegiríamos el que más se acerque a la limpieza.
Incluso en algunos pequeños restaurantes, donde por ejemplo la máquina donde preparaban masa que alguna vez fue blanca estaba prácticamente marrón, así como las paredes del lugar, o lugares donde los gatos dormían sobre la mesa donde los comensales comían.
Las ferias son otros de los lugares interesantes de ver, donde también podés encontrar cosas que pueden resultarte perturbadoras.
Algunos puestos pueden ser también un choque cultura en sí mismo, como la presencia de aquellos que exhiben patos, gallinas, conejos, y hasta palomas, donde podés elegir el que te guste para llevarlo vivo o que te lo maten en el momento, podés encontrarte con cabezas de vaca y hasta colas a la venta.
Y si andás caminando vas a tener muchas oportunidades de probar platos típicos a precios muy accesibles.
Nosotros probamos una especie de empanada chata muy rica, por menos de dos dólares, siendo esta no de las cosas más económicas la verdad, pero valió la pena.
Caminando por las calles de Alejandría fue también como comenzamos a descubrir que muchos niños piden dinero a los turistas no necesariamente porque estén mendigando, sino porque de alguna manera está arraigado en la cultura que los turistas son probablemente norteamericanos y como tal tienen dinero (y digo lo de norteamericanos porque cuando piden directamente dicen “one dollar”).
Nos ha pasado de que se acercaran niños a pedir dinero y que el padre, que atendía un bar cercano, saliera a rezongarlos de arriba abajo y luego viniera a pedirnos disculpas.
En otros casos, algunos niños que salían de estudiar al pasar a nuestro lado nos pedían un dólar (algunos nos pidió incluso 50 dólares).
Incluso niños que llegamos a conocer en un ámbito de amistad, familiares de alguien que nos hospedó por ejemplo, tarde o temprano nos pedían un dólar.
Es decir que el pedir al turista no está necesariamente atado a la necesidad sino más bien a esa creencia que el turista tiene mucho dinero y por ende pedirle es algo natural.
Así, con sus claroscuros que pueden cambiar según la persona (lo que acá escribimos es obviamente una perspectiva subjetiva) recorrer las calles de Alejandría es una experiencia que deja enseñanzas y adentra más en su modus vivendi.
Nuestro próximo destino seria un intento desesperado por evitar el caos de Cairo, y sería además una mirada a una ciudad en pañales.
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