LA ANTESALA DE LA CONTINUACIÓN
El Buquebús fue igual que siempre: rápido y lleno de gente. No nos paramos ni para ir al baño, pero picoteamos algunos alfajores que teníamos en el bolso.
El viaje continuaba, pero esta vez habría una serie de previas de las cuales la primera estaba basada pura y exclusivamente en visitar personas queridas. Y para eso, había que comenzar en Argentina, más precisamente, en Jujuy.
Una vez atracado el buque en el puerto de Buenos Aires, tuvimos que actuar rápido: teníamos muy poco tiempo para llegar a la casa de los familiares de Wa, donde nos esperaban para dejar las mochilas grandes y poder así partir hacia Jujuy. Pero como ese día no había nadie en la casa en ese momento, alguien nos iba a ir a esperar en su media hora de descanso del trabajo especialmente para que pudiésemos dejar los bolsos allí. Eso siginificaba que debíamos llegar a la casa a una hora específica y no pasarnos de esa hora porque esta persona debía volver a trabajar, y dado que el trámite post-Buquebús se atrasó un poquito, teníamos que apurarnos para cumplir con el horario pactado.
Todo fue muy rápido: bajamos del barco y gracias a una lista que había confeccionado previamente donde detallaba cada cosa que llevaría con sus respectivos pesos, apoyé los bolsos en una silla de la terminal y a la velocidad de la luz pasé cosas de los bolsos grandes a la mochila amarilla chica, la única que me llevaría en un vuelo de bajo costo donde las políticas de peso permitido en cabina son muy estrictas. Todo estaba concienzudamente pesado, todo fríamente calculado.
¿Por qué no había llevado la mochila ya lista para el vuelo y así no tener que hacerlo a las corridas luego?
Es una buena pregunta para la que seguro que tendría una buena respuesta en aquel momento que lamentablemente no recuerdo con exactitud pero al menos había confeccionado esa lista pensando en el momento de “alistarla” y ciertamente eran pocas las cosas que tenía que sumar a la mochila pequeña, que ya iba medio lista para volar. Algo es algo.
Con la nueva distribución del equipaje listo y el resto de los bolsos cargados en espalda y brazos, casi corrimos a la casa de la familia de Wa donde llegamos un minuto antes de la hora acordada, y luego… luego todo fue paz. Por esas casualidades de la vida había más personas en la casa y estarían allí por un rato más, por lo que al final no era necesario llegar a esa hora específica ni tampoco era necesario que dejásemos los bolsos grandes y que nos vayamos enseguida, haciendo que esa carrera desenfrenada en pasar cosas de un bolso a otro en la terminal de Buquebús no haya tenido sentido pudiendo haberlo hecho con más tranquilidad en la casa; pero estuvo bueno para ponerle suspenso a la situación y para poner a prueba mi lista de objetos con sus respectivos pesos.
Desde este momento hasta nuestro vuelo todavía teníamos algunas horas por delante que utilizamos para conversar y comer algo, pasando un rato ameno como siempre que visitamos a la familia bonaerense.
Más tarde volvimos a salir, esta vez rumbo al aeropuerto Jorge Newbery, donde nos esperaba un vuelo hacia Jujuy, lugar en el cual queríamos hacerle una sorpresa a alguien muy especial y que no veíamos desde hacía mucho tiempo.
LA SORPRESA MEDIO FRUSTRADA
Llegamos a Jujuy a las 22:00 hs, y de memoria (alabados sean la memoria de orientación que tiene Wa y los mapas) fuimos llegando hasta la casa donde nadie nos esperaba.
Golpeamos las manos y esperamos, pero ningún humano vino a nuestro encuentro.
Los que si vinieron fueron algunos perritos que ya conocíamos y otros que no, e intentaron darnos la bienvenida pero con el portón de madera de por medio la cosa no estaba fácil.
No era la idea, pero como no sabíamos si la persona a quien queríamos sorprender estaba en su casa o no, tuvimos que sucumbir al plan B, y entonces, marcamos su teléfono en el celular.
-¡Hola! ¿Estás en el trabajo?
-Si, todavía en el trabajo ¿por?
-Ah bueno, porque queríamos saber si estabas en tu casa para que nos abrieras la puerta.
Pocos segundos habían pasado desde que habíamos comenzado a hablar cuando un hombre se acerca y nos cuenta que el vive allí (es el jardinero) y luego que le explicásemos quienes éramos y cómo conocíamos al dueño de la casa, nos abre el portón, ya acostumbrado a que lleguen viajeros cualquier día y a cualquier hora.
Si, la llamada por teléfono podía haberse evitado, y la sorpresa podía haber sido completa, pero bueno, de todas maneras fue una sorpresa.
Cuando Luis llegó, la alegría bilateral fue tal que nos dimos un abrazo de esos que duelen, mientras los perros daban vueltas alrededor, unos viajeros preparaban la cena, y otros viajeros más que venían con él en el auto también llegaban a la casa.
Todo permanecía igual que la vez anterior: la casa estaba llena de alegría, los viajeros cocinaban mientras cantaban y conversaban, los perros jugaban y dormían. Ese hermoso caos fraternal que es la casa de Luis seguía impoluto después de años.
La única diferencia era que el mapa tenía más marcadores puestos, y el corcho de la pared rebosaba de cartas de viajeros.
Bueno, eso y la falta dada por la ley de la naturaleza de Max, uno de los perritos que alegró los días de todos en nuestra primer estadía, así como de una gatita que casi no conocimos, pero también contaba con la adición de cuatro nuevos integrantes peludos al equipo, dos canes y dos mininas.
Nuestra estadía en casa de Luis no tenía mayores objetivos que disfrutar de su presencia, así como del ecosistema de comunidad internacional que se forma en su hogar, o mejor, nuestro hogar, como ya probablemente todos los que nos quedamos allí alguna vez tenemos ya la osadía de llamarlo, y de lo cual estoy convencida que Luis apoya que así sea.
MISIONES DE JUJUY
Teníamos algunas misiones que cumplir durante nuestra visita a Jujuy, algunas muy triviales y otras no tanto.
No todas merecen mención por ser demasiado sencillas o carecer de interés ajeno (supongo), pero las mencionaré brevemente ya que formaron parte de nuestros días en el norte Argentino.
Reconocer la ciudad
Aunque ya conocíamos la ciudad de Jujuy, aprovechamos los días lindos para salir a descubrir esas cosas que se nos pudieron haber escapado en nuestra primer visita, o simplemente para revisitar lugares.
Encontramos el mismo cartel de letras de colores, pero nos llamó más la atención ver a una señora barriendo con las escobas hechas de ramas que ya habíamos visto en otros países, durante nuestro viaje por las Américas.
Las naranjas continuaban creciendo en las aceras de Jujuy, pero con la experiencia de nuestro primer pasaje por la ciudad, ahora sabíamos que no tenía sentido intentar siquiera arrancarlas porque su sabor es sumamente ácido (lo cual a su vez explica que los árboles sobre la vereda estén cargados de bolitas anaranjadas que nadie quiere).
Esta vez descubrimos algo que la vez anterior no habíamos visto, y es que los asientos de las paradas de Jujuy son bastante… minimalistas, por decirlo de forma bella.
Si tenés un sentido del equilibro más bien pobre no es el mejor asiento del mundo.
Para mi sorpresa, mientras hacíamos fotosíntesis en el banco de una plaza y jugábamos a adivinar de qué país eran esos turistas que se sentaban un poco más allá, algo sobrevoló encima de nuestras cabezas.
Cuando Wa dijo que eran tucanes, no le creí.
Unas cuadras atrás habíamos pasado al lado de un establecimiento educativo que decoraba su fachada y el árbol que crecía cerca de la entrada con esculturas de animales de la zona hechos en papel. La única que fotografié fue la del tucán que estaba sobre el árbol, en un tamaño mucho mayor que un animalito de estos en la vida real.
Fue por esto que cuando Wa dijo que había tucanes en los árboles del parque tenía que haberle creído pero no le creí del todo.
Pero como es feo no creer en las personas (sin importar cuantas bromas te hagan al respecto) incliné la mirada hacia arriba y entonces los vi.
Y no, esta vez no eran de papel.
Un tucán volaba de un árbol a otro para detenerse justo encima nuestro, pero arriba, mucho más arriba. Enseguida aparecía otro y se unía al primero.
Descubrir tucanes en Jujuy fue algo sin dudas positivo, tanto para nosotros como para la pareja de turcos con quienes coincidimos en la casa durante algunos días, quienes esperaban ver alguno después que les comentamos de nuestros avistamientos en la plaza. El deseo se les hizo realidad cuando días después estando en el patio de Luis, descubriríamos la presencia de otro tucán luego de escuchar ese ruido tan característico que hacen, como si fueran un vibra slap volador (perdón por la jerga de baterista).
En Jujuy encontramos más cosas que no habíamos descubierto en nuestra visita anterior, como una escuela que se jacta de ser normal, despertando en uno el pensamiento de si las demás escuelas son anormales.
Entramos a la iglesia, cosa que no habíamos hecho antes, y aunque no descubrimos nada que resalte de forma particular en cuanto a nivel de majestuosidad visual (aunque hay que reconocer que los vitrales en el techo tenían mérito) no pudimos dejar de sorprendernos cuando vimos que el agua bendita estaba dentro de un bidón plástico con un cartelito que rezaba entre otras cosas “el agua es un elemento utilizado en la iglesia para bendecir objetos. No lo use para beber”.
Conforme los días pasaban nos autoasignamos pequeñas misiones que nos hicieron recorrer más la ciudad, tales como visitar al zapatero, o buscar un lugar que haga gigantografías para ayudar a Luis a conseguir un nuevo mapa más grande donde los viajeros marquen su procedencia (el suyo estaba a reventar de pinchitos) o incluso salir a buscar la típica bebida boliviana API pero para preparar en casa, cuando me enteré que podía comprarse en los mercaditos de la ciudad.
Ninguna de estas cosas merecen una mención más extensa para no aburrir a nadie.
DIA DE LA PACHAMAMA
Los últimos días de Julio las calles de Jujuy se llenaron de bolsitas de nylon transparentes con un montón de cosas coloridas en su interior.
Si bien al principio no entendíamos nada, eventualmente salió en el hogar de Luis el tema que revelaría el misterio: se estaba acercando el Día de la Pachamama.
En efecto, aquellos lugares con población de origen quechua y aimara celebran el Pachamamma Raymi, que es el día en el que se agradece a la Pachamama por todo lo que nos brinda.
Pero ¿quién es Pachamama?
La palabra deriva del idioma quechua, donde “Pacha” significa espacio/tiempo/mundo/universo/lugar (sí, engloba varias cosas) y “Mamma” significa madre.
A lo mejor habías oído hablar de ella pero con otros nombres, Gaia por ejemplo que según la mitología griega representa a la Madre Tierra (y aparecía en Capitán Planeta ¿te acordás?).
Los pueblos Aimara, Quechua y Qhishwa tienen además una bandera que representa muchas cosas, entre ellas la dualidad entre Pacha-Kama (o Pachacamac) que es el dios del cielo y Pachamamma, la diosa de la Tierra. Además representa también la hermandad entre los pueblos de los Andes, y algunas cosas más.
Pues bien, en 2022 fue la primera vez que el primero de agosto se decretó como feriado nacional, y además, Jujuy es considerada como la capital de la Pachamama a nivel nacional.
Aunque no asistimos a ningún ritual en este día, nos comentaron que lo que se suele hacer es abrir un pozo en la tierra y depositar allí todo tipo de alimentos y bebidas a modo de ofrenda, un poco en devolución de todo lo que la madre tierra nos ha dado a lo largo de tantas generaciones
También nos comentaron que aquellas personas que comulgan con estas creencias suelen sahumar sus casas, recorriéndola con sahumerios consistentes en hierbas varias que queman y utilizan su humo como un medio de purificación; lo que buscan es espantar a los malos espíritus del invierno (o malos espíritus en general). Seguramente viste algo muy similar en las películas de terror, donde muchas veces los protagonistas revolean un cacho de palo santo para espantar todo aquello malo que los acecha desde las sombras. Bueno, esto es algo similar.
Ahora esas bolsitas rellenas de cosas de colores tomaban sentido.
Eran como un “starter pack” para el Día de la Pachamama, cuyo contenido serviría o bien para ofrecer a modo de ofrenda o bien para sahumar.
Nuestro querido anfitrión no realiza ningún tipo de ritual en este día, pero sabiendo que resulta algo atractivo para quien viene de afuera, sumado a nuestra curiosidad por esta festividad, nos propuso sahumar su casa con algunos sahumerios que tenía.
Por supuesto que la oferta fue muy tentadora, y cuando llegó la noche del primero de agosto usamos una especie de farolito de hierro con espacio para colocar una vela en cuyo lugar pusimos un sahumerio (que tenía la forma de esas velas chatas que se usan en los hornillos de aceite) y le prendimos fuego, ante la mirada de sorpresa del único viajero que estaba en ese momento en la casa.
Como no sabíamos si había que recitar cánticos o rezos determinados, terminamos haciéndolo de forma muy distendida, no con intenciones ritualistas reales o de purificación, medio cantando frases trilladas de expulsión de espíritus, y provocando que el viajero que estaba allí huyera disimuladamente sin decir nada.
Llegados a este punto quiero hacer un pequeño “disclaimer” como dicen en la redes: este pequeño ritual de sahumar la casa lo hicimos un poco para vivir la festividad, y otro poco en tono divertido, pero sin ánimos de ofender a quienes lo realizan de forma seria y por ende legitima.
Cuestión, que lo pasamos muy bien tirando el humo que salía del farolito por todos los rincones posibles de la casa, y aunque no sabemos nada al respecto, me gusta creer que además de perfumar el ambiente, realmente mejoramos la energía del lugar.
Y aunque sahumar la casa fue uno de los momentos a resaltar de esta pasada por Jujuy, hubo otro momento que lo fue aún más por un simple motivo…
DOS AÑOS Y MEDIO DE ABSTINENCIA
Si este no es el primer post que lees de nosotros sabrás que nuestra forma de viajar suele ser a dedo, y que esa fue la forma en la que realizamos casi toda nuestra recorrida por las Américas.
Sabrás también que el motivo principal que nos lleva a viajar así es el contacto con las personas del país que estamos visitando, y fomentar esa confianza mutua que se desarrolla en ese momento (cosa que va incluso más allá de la capacidad de permitirnos ahorrar dinero para poder seguir viajando, que por supuesto también ayuda).
En conclusión: sabrás que hacer dedo es algo que disfrutamos. Que cada vez que extendemos el bracito sobre la ruta y levantamos el pulgar un montón de sentimientos se agolpan dentro nuestro y se siente como cuando estás haciendo la fila para subirte a la montaña rusa que ya sentís los efectos de las volteretas sin haberte subido siquiera.
Si sabés todo esto, podrás intuír también que haber estado más de 2 años sin hacer dedo no fue una situación particularmente ideal para nosotros y que estábamos deseando volver a hacerlo nuevamente.
Pero entonces… ¿por qué no fueron desde Uruguay hasta Argentina a dedo?
Ay esa vocesita siempre presente.
Igual ¿sabés qué? Dicho lo dicho anteriormente tu pregunta es razonable, así que voy a respondértela.
Entre el viaje que hicimos al Fin del Mundo (Ushuaia) y el viaje por las Américas, ambos a dedo, Argentina había sido una zona que recorrimos bastante a autostop, y ahora estaríamos visitándola nuevamente pero esta vez para cumplir un par de objetivos específicos, siendo estos re-visitar a un amigo y volar en principio hacia EE.UU. en una compañía aérea que no tiene vuelos directos desde Uruguay.
Viajar a dedo hasta Jujuy hubiera significado recorrer zonas que quizás ya habíamos recorrido de la misma manera antes, y aunque hacer dedo es disfrutable por la experiencia en sí y no tanto por la zona recorrida, sentíamos que el verdadero “viaje” comenzaba (o continuaba) después, mucho después… varios meses hacia adelante.
Viajar a dedo además conlleva otros tiempos más extendidos e imposibles de predecir, y la verdad, esta vez no queríamos ni acortar nuestros días en Uruguay saliendo antes para asegurarnos llegar a alguna fecha determinada a Jujuy, ni irnos antes acortando la estadía con nuestro amigo Luis. (no te olvides que esta vez teníamos límite de fechas por las reservas de vuelo, si bien estas pueden variar ligeramente por ser en modo stand-by, en principio son fechas concretas)
Por mucho que nos guste movernos a dedo, esta vez queríamos movernos más rápido para disfrutar más de otras cosas, centrarnos más en disfrutar el destino y no tanto el traslado como tal (que es una de las cosas que te permite viajar a dedo, disfrutar más el traslado y no solo el destino).
Eso no significa que no estuviésemos deseando volver a hacer dedo, así que cuando el chico inglés que también se estaba quedando en casa de Luis quiso sumarse a nuestro plan de conocer el Hornocal, la montaña que nos quedó pendiente en nuestra anterior visita a Jujuy, le dijimos que por supuesto, podíamos ir juntos siempre y cuando no le molestara ir a dedo.
Así fue como Luis nos dejó en el mismo lugar donde años atrás habíamos hecho dedo rumbo a la frontera con Chile (fallando vilmente), y la montaña rusa de sentimientos volvió a resurgir.
Se sentía casi como una primera vez, pero no lo era. El brazo que salió expulsado hacia arriba apenas ver un auto viniendo en nuestra dirección dejó en claro que el pulgar tenía vida y decisión propia, que no era la primera vez que hacía esto y sabía exactamente cómo comportarse.
Aunque solo fuera por un día en el transcurso de varios meses posteriores, estábamos haciendo dedo nuevamente.
Y estábamos felices.
HUMAHUACA Y SU HORNOCAL
El primer auto que se detuvo abrió la cajuela trasera para que pudiéramos guardar las mochilas (pequeñitas esta vez) en medio de un cargamento exagerado de paquetes de pan de molde.
“Es que tengo un hostel” explicó el muchacho mientras atravesábamos pueblos en medio de un paisaje beige “también soy médico, pero lo estoy dejando porque no me gusta la cantidad de injusticias que hay”.
Entre charlas que luchaban por cambiar al mundo, pasábamos de vez en cuando por zonas que el conductor consideraba dignas de mención y nos contaba un poco de su historia, como el “Pueblo Volcán” un lugar que fue arrasado por un alud de tierra, es decir, una gran cantidad de barro y piedras que se desprenden y caen en forma de ola gigante, arrasando todo a su paso.
Un poco más adelante, mientras el muchacho nos contaba que se está construyendo un tren que pasará por Tilcara, vamos dejando atrás una nube blancuzca como efecto de las muchas caleras de cal que se dibujaban muy nebulosamente a ambos lados de la carretera.
Una hora después y 70 kms más adelante de haber subido al coche, nos deteníamos en Tilcara, haciendo destino para el ex médico dueño de un hostel, mientras nos dejaba en una estación de servicio y una chica rubia nos venía a preguntar si sabíamos dónde pasaba el bus hacia no sé qué ruina.
Poco más de 40 kms nos separaban de Humahuaca, y esta vez quien nos dejó allí fue una pareja intercultural: , él español, y ella argentina viviendo en Madrid hace años y visitando familia en su país.
Casualmente ella también trabajaba en la medicina, pero más en la rama de la investigación y nos contó de sus más recientes proyectos que si salen adelante podrían significar grandes mejoras para la humanidad.
Finalmente nos bajamos todos en Humahuaca, para caer en medio de un desfile de uniformados.
La policía local cumplía ese día 177 años de servicio, por lo que una montonera de gente a la que nos sumamos se reunía sobre la calle para ver pasar hombres y mujeres marcando el paso, así como distintos autos pertenecientes a la flota de la policía local, entre ellos, el auto de “policía turística” de la cual desconocíamos su existencia. Todos los días se aprende algo nuevo.
Pero la cosa no se termina acá.
Resulta que Humahuaca es el pueblito desde donde se va hacia el Hornocal, que no es lo mismo que decir que están juntos… eso significa que todavía nos quedaban kilómetros por recorrer para llegar a la famosa montaña colorida. Y esos kilómetros serían cuesta arriba.
Pasamos brevemente por una zona de camping donde se hospedaba una pareja de españoles que conocimos en la casa de Luis y habían dado previamente su ubicación al chico inglés para que los visitásemos, y coordinamos volver todos juntos a casa de Luis una vez que volviésemos del Hornocal. Luego nosotros 3 continuamos caminando, atravesamos el pueblo hasta dar con una zona óptima para hacer dedo, donde algunos árboles nos daban un descanso de ese sol que parece más seco ahí que en otras partes de la provincia.
No fue mucho lo que tuvimos que esperar hasta que una camioneta se detuvo y nos hizo señas para que nos subiésemos a la caja, con la condición de ir “bajo” porque el terreno era muy peligroso a un lado del barranco y el auto podía saltar mucho. Yo me lo tomé demasiado en serio y apenas pegué el salto adentro me recosté boca arriba; al ver que ni Wa ni el chico inglés habían llegado a tal extremo e iban traquilamente sentados, entendí que lo que los ocupantes de la camioneta no querían era que nos parásemos, pero tampoco significaba que teníamos que ir acostados… con ir sentados tranquilitos era suficiente. Me incorporé entre risas de auto-burla y comenzó la magia.
Los chicos españoles nos habían dicho que ojalá pudiéramos ir en la parte de atrás de alguna camioneta para disfrutar el paisaje, y vaya que tenían razón.
Ir en la caja siempre fue de mis formas favoritas para viajar, únicamente superada por ir sobre la carga de un camión como nos pasó en Colombia, y el hecho de que el mismo día que volvíamos a viajar a dedo tuvimos además la oportunidad de disfrutar de los paisajes de subida al Hornocal de esta manera era sin dudas la mejor para retomar el autostop.
Es cierto, nos llenamos de tierra y llegamos todos con la ropa marrón y los pelos duros, pero ¡cómo lo vale!
A medio camino nos detuvimos en un mirador, que fue el momento en el que aprovechamos para conocer a los ocupantes de nuestro metálico corcel así como de sacarnos fotos, a nosotros y a ellos.
Finalmente pasamos un pequeño puestito de cobro, una casita de barro de la que salieron 2 personas para cobrar a cada uno de los que íbamos en el auto la mínima suma de 100 pesos argentinos (alrededor de medio dólar) para poder ingresar a la zona del Hornocal. En el cartel donde especifica el precio figura también el horario en el que es posible realizar las visitas, de 10 a 18 hs a fecha de Agosto de 2022.
Enseguida la montaña de colores se hizo visible… pero no te creas que la visita se terminaba ahí.
Cuando la montaña entra en tu área de visión, podés o bien optar por verla desde donde se detienen los autos, detrás o arriba del murito que delimita la zona de estacionamiento, o bien podés acercarte todavía más bajando una cuesta que te deja cara a cara con la montaña, pero un poquito más cerca.
Ambos puntos son buenos, pero es importante saber de antemano que si decidís bajar la cuesta, la subida no va a ser fácil.
La altura del lugar (4350 m sobre el nivel del mar) y lo empinado que es el ligero camino creado por miles de pasos en la tierra hacen que la cuesta arriba pueda ser complicada para personas que sufran de asma u otras afecciones respiratorias o cardíacas, por lo que nos parece correcto dejar esto en claro. No es imposible, claro, pero está bueno tenerlo en cuenta.
Si decidís que podés tomar el riesgo, las vistas desde la parte a la que llegás al bajar la cuesta son hermosas y perfectas para la fotografía del Hornocal.
Lamentablemente si tu cámara no es una máquina super pro los colores van a ser captados de forma muy diferente, siendo más vibrantes los que pueden captar tus ojos que el lente (aunque tampoco la locura). En estos casos la edición puede acercarte más a lo que tus ojos vieron estando allí (sin pasarte para el otro lado, claro).
No podemos olvidar que mientras bajábamos la cuesta para acercarnos unos metros más a la montaña, nos cruzamos con la pareja argento-española que nos alcanzó hasta Humahuaca, donde charlamos otro ratito (aprovechando a respirar un poco ellos que venían de subida) e intercambiamos números de teléfono.
Luego de varias fotos, emprendimos la subida… solo voy a decir dos cosas: en primer lugar se notaba mucho que nuestro amigo inglés viaja en bicicleta porque fue el primero en llegar nuevamente a la zona de estacionamiento. En segundo lugar, fue necesario aplicar acá nuestra vieja y querida técnica de caminar hacia atrás, ya conocida en este blog, para poder lograr la subida de una pieza.
Fuimos testigos de varias personas que se detenían a tomar aire, al igual que nosotros, así como de palabras de aliento y risas auto-compasivas que revoloteaban en el aire. Más de una vez creíamos escuchar los pensamientos de las personas que pasaban a nuestro lado: “el lunes empiezo la dieta”… “voy a empezar a salir a correr, esto no puede ser”… “el lunes empiezo el gimnasio”… “los 10.000 pasos por día no me están funcionando”.
A la vuelta volvimos a hacer dedo pero esta vez con el Hornocal de fondo así que nada podía salir mal.
Fue un taxi el que se detuvo, y con miedo que nos quisiera cobrar nos subimos, habiendo aclarado que la idea era realizar el recorrido a dedo.
Los miedos se disiparon cuando al bajar del auto el chofer nos dio las buenas tardes y continuó andando.
Pasamos a buscar a la pareja de españoles con quienes recorrimos un poco Humahuaca mientras cumplíamos pequeñas misiones en el camino: fracasamos en la búsqueda de un buen queso para preparar la cena ese día, compramos una especie de empanada gigante en un puestito callejero y la comimos sentados en una plaza con mucho olor a basura, nos hicimos un amigo canino que nos acompañó la mayor parte de nuestra caminata buscando la salida al pueblo para hacer dedo hacia San Salvador de Jujuy nuevamente y nos defendió en zonas llenas de perros callejeros que no nos querían allí.
Todo esto se cuenta rápido pero nos llevó hora y media cuando finalmente nos dividimos para hacer dedo: cuatro de nosotros iríamos a la casa de Luis y uno tomaría un rumbo diferente, así que nos separamos en dos parejas de chica y chico y uno en solitario.
Nosotros nos colocamos atrás del todo, por lo que según el orden implícito de los autoestopistas, debíamos ser los últimos en ser recogidos por un auto, y así fue.
Primero un coche se detuvo para la otra pareja, quienes haciéndole señas al chico que estaba solo se subieron los 3. Aunque nos hubiesen querido llevar, no entrábamos todos, asi que nosotros demoramos un poco más. Finalmente un auto se detuvo y nos arrimó a Tilcara.
Una vez allí y con la noche amenazando con aparecer, un segundo auto se detuvo donde una pareja madura nos acercó a una intersección cercana a la casa de Luis, pero demasiado lejos para que sea una distancia caminable, menos aún durante la noche cerrada que ya caía sobre nosotros.
Fue así como ese último tramo tuvimos que realizarlo en bus (si bien intentamos hacer dedo mientras el bus no aparecía, pero en la penumbra es muy difícil lograrlo, y con razón).
Llegamos a casa de Luis muy cansados, pero con los ojos felices, llenos de colores.
AL CALOR HOGAREÑO
Los últimos días en casa de Luis transcurrieron entre búsquedas esporádicas por la ciudad y vida hogareña.
En nuestra estadía anterior en 2018 no habíamos llegado a ver la estufa a leña en acción pero esta vez el frío comenzaba a arreciar y la verdad es que un ápice de tembleque nos servía de excusa para hacer un fuego.
Ya de por sí permanecer junto a una fogata despierta algo en nosotros (humanos) que nos hace sentir sobrecogidos y a gusto, como un abrazo incorpóreo, pero es que además en aquella casa armada en tonos cálidos donde la estufa es el corazón del recinto, daba una sensación similar a la de colocar la última pieza del puzzle.
A esta realización hay que sumarle la búsqueda previa de piñas y ramitas en el patio, que estando tan lleno de árboles podía parecer algo sencillo pero el nivel de dificultad incrementaba si tomamos en cuenta a los 4 hermosos perros que creían que estábamos preparando el terreno de juego y siempre había que salir corriendo a alguno que se llevaba nuestro botín.
He de confesar que viví una experiencia traumática sin esperármelo, y es que en un momento que Wa y yo caminábamos por el patio de Luis simplemente disfrutando del entorno y conversando, el jardinero vino a pedirle ayuda a él, a lo cual me sumé también de atrevida.
El señor necesitaba que Wa y otro viajero tiraran de una cuerda atada a un árbol muy alto, para direccionar la caída, mientras el cortaba. Yo creí que lo que intentaba tirar era una rama bien alta ya seca, así que me sumé y empecé a tirar con ellos, que supongo que 3 pares de manos tiran más que dos.
Grande fue mi sorpresa cuando veo que a menos de 2 metros delante nuestro, el árbol entero se viene abajo, cayendo justo delante de mis ojos maximizados.
No esperaba ni que cayera el árbol entero, ni quedar medio en shock, pero así fue. Por un rato no podía sacar la vista del árbol derrumbado al cual yo había ayudado a tirar.
Más tarde, mientras Wa no dejaba de bromear diciendo cosas como “uhhh ayudaste a tirar abajo un árbol, que maldad” Luis intentaba consolarme diciéndome que ese árbol ya estaba seco, y por ende muerto.
También transcurrieron días entre cenas con postre, preparado todo entre 11 personas, noches en las que entre varios agarrábamos uno de los tantos libros de arte de Luis y nos poníamos a crearle voces a las personas de los cuadros y reírnos de nuestras ocurrencias, horas frente a un cuadro donde si lográs hacer no sé qué magia con los ojos podés ver más allá (magia que yo no descubrí pero Wa y algunos viajeros más sí), juegos grupales de sobremesa, así como conversaciones más profundas donde cada uno aportaba su punto de vista y a veces derrapábamos hasta las 3 de la madrugada contando y escuchando anécdotas de viaje o simplemente de vida mientras Luis miraba a través de su microscopio y participaba en la conversación de vez en cuando.
Hubieron también días en donde Wa y Luis miraron partidos de fútbol mientras los perros y yo pululábamos alrededor entre juegos y corridas, escritura y limpieza, conversaciones y relax
La casa siempre era un ser viviente, alimentado por la energía de todas las personas que allí estábamos, quienes a su vez nos conectamos de una forma muy particular, y creamos una especie de red de ayuda en donde todos hacemos que nuestro alrededor se mantenga en perfecto equilibrio. Nadie obliga a nadie a hacer nada, pero a su vez todos hacemos algo, y sin necesidad de coordinar, cada cual tiene una tarea que cumplir para mantener el orden y la armonía, y todo realizado con gusto y diversión, entre risas, música, corridas y juegos. Es una sensación muy extraña así como gratificante estar en casa de Luis, por toda esa camaradería instantánea e implícita que se forja entre todos los que ocupemos la casa en ese momento (Luis y mascotas incluidas).
Además de todo, pasar tiempo con Luis es sinónimo de aprendizaje. Es una persona que siempre tiene algo para contar, ya sea una anécdota o conocimiento general que le permite tocar prácticamente cualquier tema.
No vamos a olvidar aquellas noches de juegos, de charlas interminables hasta la madrugada donde a veces el se ponía a trabajar con el microscopio participando de nuestra conversación mientras observaba células en tamaño hiper aumentado, las horas intentando descifrar los dibujos de un cuadro misterioso que tiene en su hogar.
Para nuestra última noche en su hogar Luis pidió pizza y trajo a un amigo suyo que viajó a la zona donde nosotros tenemos pensado viajar en los meses venideros. El señor trajo un montón de información audiovisual de su experiencia allí y nos nutrió de cultura adelantada.
Fue un detalle muy lindo tanto de parte de Luis que fue el artífice de esta reunión, como de su amigo que estuvo dispuesto a compartir sus experiencias, fotos y videos, por pura solidaridad.
La casa de nuestro amigo jujeño tiene ese poder… es capaz de hacerte vivir un perpetuo fin de semana, unas eternas vacaciones de cuando ibas a la escuela, un sábado que no se termina jamás.
Así, entre mil recetas dulces, cenas compartidas, juegos, fogatas nocturnas y conversaciones de sobremesa, nuestra estadía en casa de Luis llegaba una vez más a su fin, y como ya sabíamos, ninguna despedida es sencilla con semejante amigo y siempre da la sensación que la alargamos lo más posible, cualquier excusa es válida para esperar hasta último minuto para irnos.
Lo cierto es que no es la casa de Luis la que se siente hogar: es Luis en sí mismo.
Esperarlo a la noche, preparando todos juntos la cena, ansiando conversar en sobremesas interminables y reírnos como si la risa no tuviera fondo.
No es su casa el hogar de los viajeros, sino él mismo. Él es el hogar al que todo viajero quiere volver.
Volamos nuevamente, esta vez en un vuelo de bajo costo hacia Buenos Aires (para nosotros es increíble que a veces volar sea más económico o igual que usar otros medios de transporte pagos) y pasamos de una tierra llena de tradiciones de culturas indígenas a la tierra del cemento y el caos.
BREVE ESTADÍA EN BUENOS AIRES
No tenemos demasiado que acotar sobre esta ciudad que visitamos ya tantísimas veces, salvo una cosa: nunca pierde su esencia.
Aunque quizás notamos un ligerísimo cambio, el centro de Buenos Aires sigue siendo caótico y variopinto. Habían menos puestos en la calle, probablemente por algún tipo de norma reglamentaria que no estaba en nuestras anteriores visitas lo que hacía que se sintiera todo un pelín menos ajetreado, pero la gente continuaba caminando a paso ligero, la cola para comprar los sándwiches en aquella rotisería seguía siendo larguísima, y los señores gritando “cambio” en la calle seguían allí. Esa sensación de sobrecarga de información también permanecía.
Es que Buenos Aires es eso, es encontrar la belleza en el caos. Si no sos capaz de lograr eso, es probable que salgas con un cansancio mental notable.
Nos dedicamos mas que nada a pasar tiempo con la familia que tenemos allí, y también con nuevos amigos que las redes sociales nos brindaron en estos tiempos.
El tema familiar lo guardamos para nosotros, pero la visita a Palermo donde comimos y tomamos algo con Dan es de carácter público (si no lo conocés es que porque no nos seguís en nuestras propias redes).
Intercambiamos ideas de viaje, medio trazamos rutas, e intercambiamos experiencias como viajeros y como “creadores de contenido”, como se le dice ahora.
Fue un rato breve pero valorable, del cual nos llevamos un par de fotos de recuerdo y lo más importante, la certeza de que no todas las personas que se conocen a través de una pantalla son únicamente un montón de pixeles.
Ya habíamos confirmado este hecho cuando conocimos en persona a Eri y Seba, una pareja de uruguayos que viajaron por gran parte del mundo y con quienes tuvimos el gusto de compartir una charla detrás de una merienda en un barcito de Montevideo.
Pero no dejen que me ponga sentimental, que tengo que terminar este post antes de que se haga eterno.
En esta pasada por Buenos Aires le puse atención por primera vez a la Casa Rosada. Sí, más de 10 idas a esta ciudad y nunca me había parado a mirar el que posiblemente es el edificio de gobierno más famoso del lugar. Hasta le saqué una foto, cosa que claro, nunca había hecho.
Tres días después de haber llegado, nos encaminamos al aeropuerto de Ezeiza para tomar lo que sería nuestro primer vuelo en modo stand-by.
VOLANDO EN STAND-BY POR PRIMERA VEZ
Si leíste nuestro post anterior sabrás que volar en stand-by no es lo mismo que volar de forma convencional; uno tiene que ser muy flexible y no dar nada por sentado. No sé a vos, pero para nosotros este es un insignificante precio a pagar frente a la notable reducción de tarifas en el costo total del vuelo. Además le pone un grado de suspenso, una incertidumbre que, si no tenés los tiempos muy acotados, es interesante.
Lo primero que hicimos fue dirigirnos a uno de los mostradores de la compañía aérea en la cual volaríamos para anunciarnos como pasajeros en stand-by y dejar que nos guiaran. Nos dijeron que podíamos esperar al fondo del aeropuerto, cerca de otros puestos de la compañía donde ya esperaban otras personas que volaban en la misma modalidad que nosotros; un empleado se pondría en contacto con nosotros cuando la hora del vuelo se acercara… lo que sería dentro de mucho tiempo, porque llegamos con horas de anticipación por si acaso.
Faltando alrededor de una hora para el momento del vuelo, un empleado de la aerolínea se acerca y nos informa que el avión está lleno y que tendríamos que esperar al próximo. Nos da la opción de volar a Nueva York, pero en esta oportunidad teníamos que llegar a Miami porque allí nos esperaba una amiga y tres días después teníamos reservado otro vuelo desde Miami en esta misma modalidad, por lo que volar a Nueva York no era una opción viable.
Recuerdo que comencé a grabar un video contando la situación, el cual tuve que cortar abruptamente porque apenas unos segundos después de que el empleado que nos dijo eso se fue, vuelve a aparecer, corriendo esta vez, llamándonos a los gritos y moviendo las manitos, a la voz de “vengan vengan”.
Nos hicieron el “check in” donde nos dieron un pasaje que decía “has sido puesto en la categoría stand-by” y nos pasaron a la parte de revisión de bolsos, escáneres, todo eso que es igual para todos.
Así que allá fuimos nosotros, creyendo que nos estábamos subiendo en el vuelo que teníamos reservado. Pasaría alrededor de una hora cuando nos daríamos cuenta que en realidad estábamos subiendo al vuelo siguiente con destino a Miami, que distaba casi dos horas del anterior, pero que para nosotros el tiempo que tuvimos que esperar a que nos llamaran para hacer el check in para el próximo vuelo porque el nuestro estaba lleno, fueron literalmente, segundos. Ya para la hora de abordaje sí, tuvimos que esperar un poco más, claro.
La diferencia fue que en la fila de revisión de bolsos y chequeo de documentación se le dio prioridad a aquellos que se subían al vuelo anterior (que era el nuestro, en un principio) y quienes nos subiríamos al vuelo siguiente fuimos un poco más demorados. De hecho esa fue la manera en que nos dimos cuenta que nos estaban subiendo al vuelo siguiente; al ver que la hora de nuestro vuelo original se acercaba y todavía no habíamos pasado la revisión de bolsos (seguíamos haciendo fila para que nos verificaran el pasaporte), preguntamos a un oficial de la aerolínea quien muy amablemente chequeó nuestro pasaje y nos informó que estábamos puestos en el vuelo siguiente, aunque la fila de revisión fuese la misma, así que teníamos tiempo suficiente.
Realmente luego que te hacen el check in en el escritorio, casi todo el procedimiento que sigue es igual al de una modalidad de vuelo común, alguien te chequea el pasaporte, los bolsos se pasan por el escáner, todo lo mismo. A partir del check-in, dejás de ser un “pasajero rarito” y continúas siendo un pasajero más, momento que se ve interrumpido únicamente cuando estás mostrando tu pasaje al personal justo antes de subir al avión, donde sustituyen nuestro pasaje de “has sido colocado en la lista de stand-by” por uno normal, con número de asiento y todo.
Y así fue como comenzó nuestro primer vuelo en modalidad stand-by y donde nos vimos zurcando una vez más los cielos rumbo a EE.UU., donde esta etapa previa a la continuación de nuestro Viaje Interminable, en la que nos dedicamos a visitar gente añorable, continuaría por algún tiempo más.
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