Curioso pensar que mientras días atrás comíamos manzanas todos los días, en una ciudad casi pueblo a orillas de kilómetros de campo, pronto estaríamos en una ciudad que de pueblo no tiene nada pero que es conocida, entre otros nombres, como “la pequeña manzana” o “mini manzana”, comparándola como la versión minimizada de New York (“la gran manzana”).
Nos habíamos encaprichado en visitar la ciudad, luego de la probada rápida que le habíamos dado apenas llegar al país, así que le comunicamos a Marc nuestras intenciones. Con motivo del virus que en aquel momento aterrorizaba a la población, hacer dedo como nos hubiera gustado no parecía la opción más respetuosa, así que teníamos un ticket económico de avión hacia Miami, ciudad a la que caeríamos porque era hora de emprender la vuelta a casa (a modo de “hiatus”) y ciertamente desde allí los vuelos son, por lo general, mucho más económicos que desde otras ciudades.
Nuestro plan era aprovechar que el avión hacia Miami partía desde Minneapolis, y quedarnos algunos días en aquella ciudad para conocer el contraste entre el EE.UU. en el que habíamos estado los últimos meses, y aquel más urbano.
Teníamos que haberlo imaginado… después de todo ya conocíamos bastante bien el corazón benevolente de nuestro anfitrión, fácilmente convertido en amigo.
Poco tiempo después de comentar nuestras intenciones de conocer la ciudad, Marc apretó botones para llegar luego con la noticia: “yo los llevo a Minneapolis, y una vez allá, nos quedamos un par de días en casa de una amiga, y además aprovechamos a cenar con mi hijo y su novia que estudian y viven allí”. El buen Marc siempre al rescate.
Habiendo empacado todo, con un poco de melancolía mezclada con esa ansiedad que genera armar la mochila, aquella que no experimentábamos hacía meses, partimos aquel día de Noviembre hacia una experiencia totalmente distinta a la que el campo de Minnesota nos había brindado.
MINNEAPOLIS, ANTIGUA CASA DE LOS INDIOS SIOUX
*Lejos dista este post de ser una guía. No esperes un recuento detallado de todo lo que hay para ver/hacer en Minneapolis, porque se te quedaría muy corto. Tomalo simplemente como la opinión subjetiva y experiencia vivida allí de un par de viajeros, en apenas 2 días.*
El mero hecho de que el nombre de una ciudad termine en “polis” lograba sacarme una sonrisa. Son buenos los recuerdos que tengo de nuestro Piriápolis, y quizás eso influyó en que le tomara cariño a aquellas ciudades que redundantemente terminan con aquel vestigio griego que deja en claro a donde estamos yendo.
Así bien, sabía que “polis” significa “ciudad” en griego, pero ¿qué pasa con “minne”?
Minne es una palabra de origen Sioux, que significa “agua”, dándole entonces a la ciudad el significado de “La ciudad del agua”, lo cual resultó fácilmente comprobable.
Pero como una matrioska, saber una respuesta abría otras incógnitas: ¿quiénes son los Sioux?
No vamos a entrar en una historia de la que ni somos expertos ni viene al caso de este post, pero como una persona que simpatiza con aquella banda de post-punk cuya cantante se hacía llamar “Siouxie Sioux” la curiosidad podía proceder desde varios puntos de vista (si no era por interés cultural o histórico, podía venir por simple fanatismo musical).
Básicamente, los Sioux Dakota era como se conocía a la población de indios que habitaba el territorio que hoy ocupa Minneapolis, hasta 1680 cuando llegaron los exploradores franceses.
A día de hoy, todavía quedan comunidades Sioux, y descendientes entre los habitantes de la ciudad.
De hecho, una de las cosas que más llamó nuestra atención de la ciudad, fue el nivel cosmopolita de la misma; por primera vez vivimos la experiencia de ver muchas personas de culturas y etnias tan diferentes conviviendo en el mismo territorio.
Es cierto que habíamos visitado lugares donde la población tenía más de una cultura diferente, en algunos lugares bastante integrados, y otros donde se notaba muchísimo la división (donde lamentablemente, esta característica significaba muchas veces eso, un motivo de división, claramente visible).
Pero nunca habíamos visto una ensalada tan variopinta, conviviendo además en aparente armonía (y agrego acá la cautelosa palabra “aparente” porque estamos hablando de una perspectiva únicamente visual, no conocemos de primera mano la interna de esta realidad, si bien estamos al tanto de algunos hechos de conocimiento internacional que no siempre transmiten esa armonía).
Más allá de tener un nombre que bien podría ganarse el título de capital, lo cierto es que Saint Paul, la ciudad vecina de Minneapolis se quedó con esos honores (tranquila, no pasa nada Minneapolis, vos seguís siendo la ciudad más poblada del estado y además, la más alfabetizada del país).
Así y todo se dice que las “Twin-Cities” (ciudades gemelas), como se conoce al área que ocupan ambas ciudades, tienen encantos distintos y dignos de ver.
Nosotros corroboramos algunos de una de ellas.
De hecho, el comentario de Marc cuando apenas entrábamos en la ciudad fue “ah… ¿ven esa casa que se ve allá? Era la casa de Prince”.
Resulta que Minneapolis, además de haber alojado a Bob Dylan cuando era parte de la movida musical de la zona años atrás, también es la ciudad que vió nacer a Prince, el famoso músico pionero de lo que se denominó el “Minneapolis sound”, una mezcla de estilos musicales que nació en los 70.
Nos contaba Marc, que no muchos años atrás, antes de fallecer, el artista todavía organizaba fiestas a lo grande en su casa, pijamadas donde cualquier persona que quisiera ir podía apersonarse incluso en ropa de dormir (único motivo por el cual no podría interpretarlo como una versión moderna de las fiestas del Gran Gatsby) y donde a la mañana siguiente desayunaban los panqueques que el mismo Prince preparaba para todos.
Pues sí, las luces de colores de EE.UU. nos estaban pegando de frente apenas haber entrado en la ciudad, pero recién estábamos empezando.
EL SHOPPING QUE QUISO SER MÁS
Creo haberlo dicho… no somos amantes de los shopping (o Malls para el resto de hispanohablantes), pero no podemos dejar de reconocer su utilidad como herramienta en varias situaciones.
Fueron nuestro cobijo bajo la lluvia o el frío, y en muchas oportunidades fueron nuestros proveedores de baño e internet gratuitos.
Poco a poco se convirtieron en esos lugares que, quién diría, visitábamos en varias partes.
Y EE.UU. no sería la excepción.
A lo mejor en esta ocasión el motivo no era tan rastrero específico como otras veces, pero seguíamos teniendo uno: visitar, en la tierra del capitalismo, uno de sus mayores representantes.
Marc encaminó su auto hacia el barrio de Bloomington, y nos hizo una pequeña recorrida por el Mall of América. Y digo pequeña porque casi no dejamos de caminar en ningún momento, apenas deteniéndonos en puntos como la montaña rusa o las esculturas de lego.
Perdón… ¿cómo dijo?
Así es, este centro comercial fue construido sobre el territorio que ocupaba el “Metropolitan Stadium” (Estadio Metropolitano) antes de ser trasladado, que era además donde jugaban los Vikingos y los Twins de Minnesota, los equipos más emblemáticos del futbol americano del estado. Esto es para que se hagan a una idea del tamaño de este shopping.
Me arriesgaría a pensar ahora, que ya no les resulta tan escandaloso que pueda caber una montaña rusa dentro (o a lo mejor solo a nosotros nos pareció llamativo).
Al “Mall America” entramos por una puerta que nos metía directamente en una tienda que parecía un batiburrillo de nombres que sonaban de cosas caras. Pasamos al lado de estanterías con escasos productos exhibidos en terciopelo rojo, donde un poco más arriba se leían nombres como “Gucci”, “Channel”, y demás marcas seguramente muy económicas (¿ironía? ¿Qué es eso?).
Parecía que cada producto que allá se exhibía podía romperse con apenas una mirada, así que sentimos alivio cuando pasamos por la puerta de salida de esa tienda, para encontrarnos con el resto del shopping.
Es cierto que las lucecitas colgantes le daban un aspecto fifí a todo el lugar y que para muchas personas caminar bajo lo que parecía un baño de diamantes puede ser una experiencia extática… pero eso porque todavía no vieron los lego (o porque todos somos diferentes).
Porque si por el hecho de que hubiese un parque de diversiones con una montaña rusa que recorría casi todo el piso no era suficiente, te dabas vuelta y te encontrabas con un Gundam gigante, que ya de por sí no es poco decir.
Pero cuando te acercabas un poquito no solamente podías comprobar que estaba hecho de lego, sino que además, había casi una ciudad hecha en estas piezas inmortales que estuvieron en la infancia (y clavadas en los talones) de casi todos nosotros.
Hasta exploradores con su globo terráqueo.
Sí, definitivamente la zona de niños podía hacernos más felices que ver aquellas estanterías forradas en terciopelo de Gucci o Channel.
No podemos decir que el Mall América nos dejó embelesados, ni que hayamos visto cosas demasiado sorprendentes (más allá de la zona de niños) ni que sus baños fueron útiles porque ni siquiera los usamos. De hecho, sólo podemos decir que por unos minutos fuimos parte de las 40.000.000 que visitan anualmente este centro comercial, dándole el récord de el más visitado del mundo.
No es algo meritorio en lo más mínimo, pero es lo que es.
LA CIUDAD DE LOS LAGOS, SÍ… PERO TAMBIÉN DE LOS PARQUES
El nombre de la ciudad nos daba la pista de que nos encontraríamos con mucha agua, lo que podía no sorprendernos viniendo del estado de los (10.000) lagos.
Pero nada, ningún significado en griego ni en Sioux nos había preparado para la cantidad de parques que aloja Minneapolis.
Según dicen, seis cuadras es lo máximo que debe caminar una persona que vive en esta ciudad para encontrarse con un parque, o dicho de otra forma: está minado de parques (siempre tenés uno cerca).
Todos ellos, así como la ciudad en general está conectada con calles exclusivas para bicicletas y demás vehículos rodados de poco calibre, que por si fuera poco, se respetan.
Lo único que faltan son excusas para no salir a pasear, si vivís ahí.
Visitamos lugares que ni siquiera sabíamos que eran parques (por muy raro que eso pueda sonar) sino hasta después, donde buscando más información sobre la ciudad encontramos que algunos de los puntos donde estuvimos parados eran precisamente parte de un parque.
Acá vamos a contarles un poquito de aquellos en los que nosotros estuvimos.
*Minnehaha Falls Park: cuando tener muchos lagos no es suficiente.
Porque aparentemente ser la ciudad de los lagos en el estado de los lagos no podría ser suficiente si no tenés además cataratas. Qué sorpresa. Y eso que todavía no mencionamos al Río Misisipi.
Si estás pensando que el nombre de este parque se parece a una risa… seguí pensándolo porque por muy surrealista que parezca, estás en lo cierto.
Ya vimos que “minne” significa “agua” en lengua Sioux, y como podías estar imaginando, “haha” significa “risa”, dándonos la traducción de “agua que ríe”.
No tengo idea por qué consideraban que el agua se reía en esta zona, pero no me quejo.
El parque tiene esa prolijidad a la que ya estábamos acostumbrados en este país, así como senderos para bicicletas (cómo no), parrillas de uso gratuito para hacerse un asadito (o mejor dicho, una barbacoa), juegos para niños, aros de Discgolf (si no saben qué es esto, les recomiendo leer este post), etc.
Como casi todos los parques que hemos visto en aquellos lugares estadounidenses que pisamos, el orden y limpieza que se ve en el Minnehaha Park es tan elevado, que uno desarrolla una lucha interna constante, donde por un lado apreciamos esa prolijidad, pero por otro lado sentimos esa melancolía, esa cosa de extrañar el salvajismo tan propio de la naturaleza que los humanos modificamos con el llamado “paisajismo” y demás inventos. Con esto no quiero dar a entender que un parque arreglado no pueda parecernos lindo.
Eso sí, la falta de basura en las calles siempre se lleva aplausos allá donde exista.
Después de recorrer los caminitos a cuyos costados algunas personas paseaban a sus bebés en cochecitos y tenían picnics, llegamos a una escalera que, junto con una leve música natural, indicaba la cercanía de las cataratas que dan nombre al parque.
No era ésta la única música presente, porque como ciudad donde el arte siempre está presente, una banda de 3 buscaba deleitar a aquellos que se acercaban al corredor desde donde se veía el agua que cae… perdón, que ríe.
Éstas se ubican sobre el “Minnehaha Creek” (arroyo Minnehaha), un afluente del Misisipi que llega hasta (adivinen) otro lago llamado Minnetonka, pero estando ubicadas a menos de 1 km con la desembocadura del río más emblemático del estado, hacía muy fácil discernir por dónde continuaría nuestro paseo.
*Mississippi River Gorge Regional Park – M-I-S-S-I-S-S-I-P-P-I
No puedo dejar de pensar en la cantidad de trabajo que debe tener la gente del sector de “Parks and recreation” (“parques y reacreación”) de esta ciudad.
Tomamos un camino un poco más espeso, si se quiere, donde se veían más parejitas arreboladas (picarones, buscando la espesura, así los quería agarrar) y más gente corriendo a modo de ejercicio.
Antes de darnos cuenta, un chanfleo en el camino y un descenso por grandes rocas nos dejó a orillas del mítico y musa inspiradora de tantas obras (sobre todo musicales) Río Misisipi.
Así con todo, lo que más quería hacer yo cuando lo tuve al alcance de la mano, fue deletrearlo. No me digan que soy la única que cuando piensa en este río se le viene a la mente esos concursos de deletrear que se ven siempre en cualquier película dominguera infantil que se precie (y con estas características, el concepto “hollywoodense” queda implícito).
El Misisipi es el mediador de paz entre las dos hermanas, siendo el que divide a las gemelas: al Oeste del río estás en Minneápolis, al Este estás en Saint-Paul.
El puente que se ve en la foto es el “Ford Bridge”, uno de los que unen ambas ciudades, que aunque grande y poderoso, no es tan emblemático (a uno así iríamos luego).
De todas formas el tipo es importante porque justo debajo tiene una represa algo modesta, con su propia torre y puertas que se elevan o bajan para nivelar el agua que fluye por debajo del puente y de esa forma permitir el pasaje de botes o barcos, según sea necesario.
No hay que olvidar que los ríos suelen tener bastantes cuerpos rocosos, y dejar pasar un barco cuando el agua está baja no sería lo más conveniente.
Si te preguntas por qué el Misisipi es tan emblemático, yo te diría que es por su nombre que suena tan simpático (y que además significa “Gran Río” o como algunos le dicen “Padre de los Ríos”) pero en realidad, este enorme cuerpo acuoso recorre 10 estados de EE.UU. y además da nombre a uno de ellos. Él solito recorre más de medio país, sólo tenemos que ver un mapa para comprobar que, lo que se dice chico precisamente, no es.
Con semejante longitud, pueden imaginar la cantidad de transacciones que se desarrollaron y continúan desarrollándose a día de hoy gracias a él, y lo que para mí es igual (o más) importante, el hogar y también medio de transporte que representa para miles de aves migratorias en su viaje a América Latina.
Y aunque sigue siendo el Río Amazonas el que se quedó con nuestro aliento y nuestro corazoncito, no podemos dejar de reconocer la importancia que el Misisipi tiene a nivel mundial.
*Minneapolis Sculpture Garden – La cucharita que estabas esperando
Es imposible pasar por Minneapolis sin ver algún atisbo artístico, en cualquiera de sus formas, y te lo dicen dos personas que estuvieron únicamente 2 días donde se dedicaron a recorrer básicamente parques.
Pero es que en cualquier parte se deja ver o escuchar arte, y precisamente el “Minneapolis Sculpture Park” (parque de las esculturas) es… bueno, es un parque con esculturas, ¿qué esperabas?
Este museo al aire libre, con grandes toques de paisajismo (otra expresión del arte) cuenta con más de 40 esculturas a día de hoy, y si no llegás a contar tantas estando allá es porque probablemente algunas se te pasaron en la cuenta, por estar algo camufladas.
Por ejemplo, una escultura del parque consiste en dos sillas de piedra, que podrían perfectamente tomarse como los “banquitos de la plaza”, si no nos damos cuenta que no hay más que 2 iguales (y que probablemente tienen un cartelito con nombre de obra).
Sin irme del tema de los bancos, también hay bancos de piedra con forma más clásica digamos, con frases grabadas… y eso es también una de las obras de arte del parque (no los bancos en sí, sino las frases).
El patrón de las baldosas en el piso de una zona también figura como una de las obras de arte del parque, e incluso un arco de metal que podría pasar desapercibido (al menos como obra de arte en sí).
En fin, que en este lugar podés encontrar obras de arte en formas que quizás ni siquiera interpretabas como arte (y que por supuesto, puede llegar a ser un tema de debate).
Pero la obra por excelencia del parque, la que no podés confundir ni ignorar, aun queriéndolo muy fuerte porque es imposible no verla sin poder volver a mirarla, es aquella por la que Minneapolis puede ser reconocida por muchas personas: “ah sí, la ciudad de la cuchara gigante ¿no?”.
Pues sí, la ciudad de la cuchara gigante que a pesar de ser también conocida como “la pequeña manzana”, tiene una cereza en su concavidad.
Permítanos hacerles un pequeño recorrido por las obras de arte que no solo ubicamos como tal, sino que además nos llamaron más la atención (que no significa que todas ellas sean las más reconocidas o significativas del parque).
*Spoobridge and Cherry: traducido al español como “Puente de cuchara y cereza” esta escultura es probablemente la más famosa del parque, y una de las más icónicas de Minneapolis (si no la más).
Fue hecha por la pareja Claes Oldenburg y Coosje Van Bruggen, siendo tanto él como su obra representantes del llamado pop-art. Claes quiso mostrar la cotidianeidad con esta cuchara-puente gigante hecha en aluminio, y Coosje le dio el toque de la cereza, que además es una fuente. Lo que ella quería representar con esta cereza es algo muy personal, ya que simboliza los momentos felices de una infancia sumida en una guerra (la Segunda Guerra Mundial).
Por supuesto que el ojo del espectador no puede llegar a comprender estos simbolismos simplemente viendo la obra, sobre todo el que respecta a la cereza, pero tampoco es estrictamente necesario para admirarla (e incluso podemos conjeturar teorías).
Como espectadores, quizás sea fácil imaginar mil obras más complejas de crear que esta, pero probablemente el impacto que genera la cuchara con cereza se debe a su tamaño en contraste con el hecho de ser un objeto cotidiano que, en condiciones normales podemos agarrar con una mano, porque seamos sinceros… no todos los días tenemos la oportunidad de ver una cuchara de 15 metros de largo… a menos que vivamos en Minneapolis, claro está.
*Hahn/Cock: o “el gallo azul” para los amigos, es una de esas obras que capta la atención casi tanto como la cuchara, pero esta vez no solamente por su tamaño sino por ser… un gallo completamente azul.
Cuando Katharina Fritsch creó esta obra, buscaba jugar con la realidad y la irrealidad, porque, aunque acabo de decir que llama la atención por su color, tampoco se puede negar que aunque un gallo es común de ver, no lo sería si tuviera (como éste) 7 metros de alto. Si a eso le agregamos que parece ser la mascota del pueblo pitufo, no hace falta dar más explicaciones para justificar la atracción a la vista del espectador.
Nos daba curiosidad saber si el color azul tenía algo que ver con Francia, sobre todo sabiendo que los exploradores franceses fueron quienes llegaron a esta zona cuando todavía estaba únicamente habitada por los Sioux Dakota, pero la artista no menciona nada de eso en la placa explicativa de la escultura.
Lo que sí deja en claro es que quiso jugar con el doble sentido de la palabra “cock” (que en inglés puede significar tanto “gallo” como el miembro viril) y representar así el orgullo, poder, el coraje y la “destreza machista”, según palabras de la artista.
En cuanto a nosotros… solo podemos decir que nos hacía sentir muy chiquitos y por unos segundos experimentar el miedo que deben sentir los gusanillos (si es que pueden sentir miedo) cuando se encuentran con uno de estos en la vida real.
Eso, y seguir conjeturando teorías que incluyan a Francia (ese azul no pasa desapercibido).
*Black Vessel for a Saint: en español “Buque negro para una Santa”, o “la torrecita” según esta humilde servidora, fue una de esas obras que de alguna manera me llamó mucho la atención sin entender bien el por qué, pero luego, leyendo sobre ella pude justificar mi curiosidad.
A simple vista es una torre negra, con una puerta de hierro cerrada que deja ver lo que hay en su interior a través de pequeñas hendiduras a modo de ventanas en ella.
Desconozco si esa puerta permanece siempre así o si se encontraba cerrada para evitar aglomeraciones en espacios pequeños por el virus, pero algo me dice que si no hubiese estado cerrada no hubiera sido igual de atractiva; de hecho, lo que a mí me daban ganas de acercarme y saber más de ella era precisamente eso, el hecho de que no podía hacerlo.
Nada nuevo, ya sabemos cómo funciona eso de “lo prohibido” (y sino, muchas obras literarias pueden ilustrarnos al respecto).
Pero precisamente como una persona que ama los libros, todo tuvo sentido cuando me enteré (y vi) que Theaster Gates, el creador de este templo circular renacentista depositó en su interior la estatua de nada más ni nada menos que San Lorenzo, el patrono de los bibliotecarios y archiveros.
El santo tenía un libro en la mano, y fue reciclado de una iglesia donde no se utilizaba, así como los ladrillos para construir la torre fueron también sobras que el artista amoldó perfectamente para crear su obra.
*Love: aunque esta escultura, llamada de una manera que seguramente no necesite traducción, no sea de nuestro favoritismo, es innegable la resonancia que tuvo en la sociedad.
Mientras Robert Indiana creaba obras a partir de palabras poderosas, como lo es en este caso la palabra “amor”, dijo que en este caso simplemente apiló las letras de la manera más compacta y económica posible.
“Love” tuvo tanta aceptación que comenzó a ser representada de varias formas, incluso en sellos postales.
Creo recordar que fue lo primero que vimos ni bien llegar al parque, y la primer foto que nos sacaron allí.
*Woodrow: quizás no sea la más popular ni tenga nada extremadamente llamativo, pero lo que hizo que incluyéramos esta obra en esta lista fue la forma en la que fue realizada porque resulta un engaño a la vista muy bien hecho, un engaño lindo.
Deborah Butterfield juntó ramas y corteza que luego fundió en bronce, y ensambló dándole la forma de uno de los caballos de su rancho. Después, aplicó un producto para imitar el color de los troncos originales, y vaya que funcionó, porque si uno no toca la obra ni lee la placa nunca adivinaría que no se trata de madera sino de un metal.
Al parecer, se trata de una técnica pictórica llamada “trampantojo”, es decir, una ilusión óptica que engaña al espectador haciéndole creer que ve algo diferente a lo que está viendo en realidad. Esta técnica no sólo fue utilizada en conocidas pinturas históricas, sino también por artistas callejeros actuales, creando dibujos de pozos en el suelo que asustaban a quienes pasaban cerca, haciéndoles creer que caerían al vacío.
Al parecer, también puede jugarse con el concepto en el ámbito de la arquitectura y escultura.
Al final de cuentas, esta obra representa una ilusión, y como tal, tiene ese efecto mágico que muchos disfrutamos.
En resumen, el arte dentro del Parque de las Esculturas de Minneapolis es variado y abundante, así que ya sea para disfrutar de una tarde sobre el pasto, como para admirar obras, sería sin lugar a dudas un lugar que recomendaríamos visitar.
Y a lo mejor, si tenés suerte hasta te toca ver un casamiento, como nos pasó a nosotros, que además de ser algo no tan fácil de atestiguar en estas épocas donde la gente evita eventos sociales (no olviden que nuestra visita fue en pleno año 2020) encima se trataba de un casamiento con toques diferentes a los que estamos acostumbrados, donde varios de sus invitados llevaban ropa probablemente típica de sus respectivas culturas, mostrándonos una vez más el carácter cosmopolita de esta ciudad.
*Gold Medal Park
Poco podemos decir de este parque, ya que lo pasamos casi sin pena ni gloria.
Lo atravesamos de pasada, en camino hacia otro, y para ser sincera, lo que más nos llamó la atención fue un auto Tesla estacionado sobre su acera (el primero que vimos en persona)… eso y los hierros rojos altísimos que resultaron ser una escultura con un cartel explicativo que poco ayudaba porque estaba completamente borrado.
Pero rebuscando luego en la web, nos dimos cuenta que el Gold Medal Park (Parque de la Medalla de Oro) tenía su importancia, como parecen tener todos los parques que pisábamos.
Por un lado, la atracción más conmemorativa es un montículo de tierra y césped sobre el cual se dispuso un sendero en espiral; esta elevación busca emular los túmulos funerarios de los indios Dakota, aquellos que habitaban exclusivamente la zona años atrás.
Aunque no vimos el montículo, fue imposible no ver la obra de Mark Di Suvero, no solo por su color sino por su tamaño.
Aparentemente, y aunque su cartel no quiso explicarnos nada, la obra se llama “Molecule” (molécula) y con sus casi 12 metros de alto termina siendo uno de los puntos más característicos de la plaza.
A mí me llamó más la atención el arco elevadísimo que se veía de trasfondo, pero lamentablemente no pude encontrar información sobre eso (desconozco incluso si se trataba de otra escultura o si era la estructura de algo más).
Lo que sí se puede especular fácilmente es el motivo del nombre de este parque, porque cerca de allí tendríamos algo que no dejaría lugar a la duda.
Es aquí donde damos por finalizado nuestro recorrido de parques en Minneápolis, pero abrimos la puerta a uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
GOLD MEDAL FLOUR MILL
Mucho más que un puñado de trigo
Caminando por las aceras de Minneapolis, sin dejar de sorprendernos por la cantidad de personas moviéndose sobre objetos con ruedas que no eran autos (entiéndase: bicicletas, patines, monopatines, skates) unos muros que se veían bastante seniles y medio destruidos nos sacaron del trance provocados por las rueditas.
Se trataba de la estructura de lo que fue el viejo molino de una compañía más grande de lo que pudimos imaginar en aquel momento (aunque el hecho de tener su propio museo y su parque debería haber encendido algunas luces).
No era mi idea aburrirlos demasiado con la historia de una empresa del Tío Sam, pero la curiosidad que me llevó a buscar lo que según yo sería “un poquito de información” para enterarme bien sobre el motivo de la importancia de este lugar, terminó convirtiéndose en varios minutos de lectura intercalados con diversos “oh” y “¡ah la pipeta!”.
Al final, terminé separando los puntos que me parecieron más sorprendentes, e intentaré contárselos de la forma más amena que me salga, para que ustedes también sepan por qué la General Mill es una de las empresas más grandes, ya no solo de Minnesota, sino de EE.UU.
La General Mill remonta sus orígenes a 1865, pero es recién en 1880 cuando surge la marca de “Gold Medal Flour” como resultado de haber ganado la medalla de oro en una competencia de molineros.
El premio les vino bien si tomamos en cuenta que apenas 2 años antes, en 1878, la empresa había sufrido una explosión de polvo de harina que dejó en ruinas el viejo molino “A” Washburn, además de cobrarse la vida de varios trabajadores y destruir edificios cercanos.
Encima de males, en 1991 un incendio casi destruye lo que quedaba de los restos del viejo molino, pero a fines de los 90´s se comienza un proceso de restauración que duró varios años y a día de hoy se conoce como el “Mill City Museum” (Museo de la ciudad del Molino”), que fue aquello que nosotros vimos a través de la pesada puerta de hierro porque en aquel momento se encontraba cerrado, probablemente por motivo del virus.
Como curiosidad, nos contaron que en el ascensor del museo se emula la explosión para hacer sentir a los visitantes una experiencia similar a la que vivieron los trabajadores de aquella época.
Ahora, ¿por qué quedé tan impresionada con esta empresa cuando leí sobre ella?
Por un lado tenemos algunos logros un tanto faranduleros, como fue el caso del lema de “Eventually… why not now?” (traducido como “eventualmente… ¿por qué no ahora?”) que se volvió tan famoso que se utilizó hasta en dibujos animados e incluso en sermones por casi 50 años (y hasta podría llegar a aplicarse como eslogan de viaje).
Pero si indagamos un poco más, vamos a darnos cuenta que General Mills no se quedó únicamente en EE.UU… General Mills está entre nosotros.
De hecho, puede estar dentro de la despensa de tu cocina en este mismo momento, o incluso en tu repisa de juguetes.
Pero… seguimos hablando de una empresa de molineros ¿no? ¿Qué tiene que ver el trigo con los juguetes?
La verdad es que nada, pero lo cierto es que la empresa creció tanto que auspició productos, shows y hasta eventos de carácter prácticamente históricos.
General Mills fue auspiciante de “El Llanero Solitario”, tanto en su versión radial como en la versión televisiva años después (sí, yo también me estoy enterando ahora que tuvo una versión radial), como también lo fue de shows y dibujitos animados como el Show de Bullwinkle y Rocky, aquella pareja de alce y ardilla que no pegaron tanto por estos lados, pero igual llegaron a la infancia de muchos de nosotros.
Pero por si esto fuera poco, General Mills colaboró de alguna manera con la NASA, cuando se dio el proyecto Mercury en 1962, donde enviaron a un astronauta al espacio junto con la hoy conocida “comida espacial” (que no fue creada por General Mills, pero ellos estaban ahí en el marketing de alguna forma).
General Mills se expandió tanto más allá de su rubro inicial que incluso compraron la empresa fabricante de Play-Doh, así como grandes cadenas de restaurantes como Red Lobster y Olive Garden (no sé ustedes, pero yo conocía la reputación glamourosa de ésta última).
La empresa tuvo incluso problemas judiciales con el creador del juego “Anti-Monopoly” porque, como se la pueden ver venir, ellos eran dueños de la marca Parker Brothers, quienes tienen los derechos sobre la idea del conocidísimo juego “Monopoly” (qué ironía que esta super empresa sea partícipe en la creación de un juego llamado “monopolio”).
General Mills firmó acuerdos con Nestlé, de hecho, los clásicos cereales Trix, los que tienen forma de frutitas que si tenés cierta edad probablemente comiste alguna vez, son creados por ellos dentro de éste acuerdo con Nestlé (entre muchísimos cereales más).
Y como creo que ya se hacen a una idea de la magnitud de aquello que empezó como un molinito movido por las aguas del Misisipi y terminó convirtiéndose en un gigante empresarial, te cuento que además de agenciarse un museo que los honre, tiene también, como no podía ser de otra manera, un parque propio en Minneapolis.
Pero ojo, que acá no se desperdicia nada.
El museo se llama “Mill Ruins Park” y está creado entre los cacho escombros de las ruinas de el molino más viejito, movido por las aguas del Misisipi.
Si bien nosotros pasamos al lado de su letrero, no bajamos directamente al parque, sino que lo vimos desde un punto bastante privilegiado.
Dando fin a un inesperado texto sobre una empresa de la que no pensaba sacar tanta información digna de ser compartida, damos paso al que probablemente sea uno de los puntos más icónicos de la ciudad.
STONE ARCH BRIDGE
El “Puente de Arco de Piedra” surgió como una necesidad de comunicar dos ciudades en creciente aumento, donde la existencia de un puente que ya se empezaba a caer a pedazos (Puente de Hannepin) no era suficiente para el caudal de personas y mercadería que debía mantenerse en movimiento.
Este puente se construyó en los albores de 1880, y a día de hoy podemos encontrarlo ubicado entre otros dos puentes más, siendo uno de ellos el Saint Anthony Falls Bridge, en honor a las cataratas (sí, más cataratas) que alguna vez fueron naturales, ahora suplantadas por plataformas y posteriormente esclusas. Sí, es en el entorno del puente de Saint Anthony Falls donde también fue construida una represa, motivo por el cual el “Stone Arch Bridge” tuvo que ser modificado por una armadura móvil para poder dejar pasar los barcos a través de la esclusa.
Pero lo más destacado de este puente es que en 1994 dejó de ser un puente ferroviario para convertirse en peatonal, así como para personas que gusten circular sobre otros pequeños artilugios rodados como patines, skates, monopatines, las infaltables bicicletas, y hasta en biciclos eléctricos.
Era pararse 5 minutos en el “Stone Arch Bridge” y ver pasar al menos 20 vehículos rodados que no entran en la categoría de automóviles. Un caudal de tránsito futurista que casi no podía ser procesado por mis neuronas, y me hacía sentir dentro de alguna película de ciencia ficción de los años 50.
A día de hoy, este puente peatonal, todavía con los rastros de las viejas vías ferroviarias, se utiliza como uno de los epicentros para diferentes festivales e incluso shows de fuegos artificiales. Para nosotros es sin duda, el puente peatonal más grande en el que hemos estado hasta ahora.
TIMEBOMB
No soy viejo, soy retro cool.
Nuestra estadía en Minneapolis se desarrolló en un barrio alejado del centro, pero igualmente cercano a tiendas, parques (cómo no), restaurantes, y demás.
Como saben, aunque fuimos guiados a través de puntos clave de la ciudad, disfrutamos mucho de recorrer barrios, y sabiendo el tipo de cosas que nos gustaban seguimos el consejo de la amiga de Marc cuando nos recomendó visitar “Time bomb”, según sus palabras “una tienda con juguetes viejos”.
Entrar ahí nos demostró que lo que había allá era más que solo “juguetes viejos”, pero siempre teniendo en común la palabra “viejo” (aunque supongo que esto puede ser cuestionable, dependiendo de la edad de cada uno). Utilicemos la palabra “retro”, que suena más “cool”, para evitar herir sensibilidades.
Nada más entrar nos encontramos con una máquina de esas que ponés monedas y te da un juguete a cambio, pero lo interesante es que los carteles explicativos de la máquina tenían imágenes de “La Dimensión Desconocida”, una serie de 1959 que veríamos una y mil veces.
Con esta bienvenida, nos internamos en un paraíso de artículos “retro”, jueguetes que no veíamos hace muchos años, algunos que ni siquiera conocíamos pero sí sus temáticas. Había incluso ropa con la que confundirse fácilmente en el elenco de “Fiebre de Sábado por la noche”, o en algún recital de Cindy Lauper o incluso en el primer festival de Woodstock.
Varias épocas se mezclaban en esta tienda, pero todas tenían algo en común: ninguna coincidía con los últimos 15 años, mínimo.
Hubo que hacer bastante fuerza para no comprar nada, aunque he de reconocer que los precios escapaban bastante de lo que queríamos permitirnos. Eso hizo las cosas más fáciles.
De todas formas reconozco que estuve a punto de llevarme fotos y postales viejas que podían comprarse por no mucho dinero.
De lo que sí me saqué las ganas fue de lo único gratis que vimos; acá pueden verme en esta foto con la escenografía que estaba al fondo de la tienda emulando el entorno de Star Wars, con el pequeño “Baby Yoda” que para aumentar su encanto a simple vista, además se movía.
Este sector era posiblemente el más “moderno”, ya que aunque la saga de Star Was sea considerada “retro”, el pequeño Yoda es una creación moderna (en “The Mandalorian”).
Cada rincón escondía cosas especiales, y por mucho que uno conozca el mundo de lo “retro”, ya sea por haberlo vivido o por simple afición o preferencia a ello, varias lograban cuando menos llamar la atención. Creo no equivocarme si digo que el sector menos esperado era el de la comida vieja (perdón, “retro”… o quizás debamos decir “super caducada”).
Sí, un sector de la tienda era dedicado exclusivamente a exponer alimentos de hace varias décadas atrás, con esas etiquetas que a día de hoy son codiciadas por coleccionistas o entusiastas del diseño gráfico de antaño. Seguro que algunos empaques estarían vacíos, pero muchos se veían cerrados de fábrica. Mejor utilizarlos de adorno y no experimentar con su sabor.
Timebomb se quedó con una buena porción de nuestro tiempo en aquel barrio de Minneapolis, y al final, no fue una simple visita a una tienda, sino un túnel a un pasado que nunca vivimos pero que sin dudarlo elegimos en más de una oportunidad.
NUEVAS BIENVENIDAS, NUEVAS DESPEDIDAS.
Aunque Minneapolis en sí resulta una ciudad muy fácil de disfrutar (con sus aspectos negativos, como en todos lados) por sus atractivos naturales, su accesibilidad, arte y cultura en general, lo que más recordaremos no tiene que ver con la ciudad en sí, sino con su gente.
La amiga de Marc no solo demostró tener su mismo corazón; también nos recibió con la misma alegría. Fran nos habló de aquella parte de su vida donde África fue su hogar, tema que nos interesaba muchísimo. Así como con Marc, conectar con ella era sencillo, y reconfortante.
Tuvimos cenas inolvidables en su patio, alrededor de una fogata hecha dentro de un sistema de protección de metal que nunca habíamos visto, pero resultaba perfecto para los patios de la ciudad.
Las ardillas de su patio que ella me mostraba porque sabía que me gustaban alegraban los días y el fuego chisporroteante rodeado de interesantes charlas alegraba las noches.
Una noche, Fran nos llevó unas pocas cuadras más allá de su casa, donde presenciamos que en Minneapolis no es necesario visitar los lugares turísticos para encontrar el arte, porque el arte viene a tu casa (o a tu barrio). Un grupo de vecinos tenían la costumbre de hacer música en vivo en una esquina del barrio, congregando varias personas que llegaban para ser testigos de estas demostraciones desinteresadas de camaradería barrial. Hasta había algún que otro auto estacionado, cumpliendo la función de iluminación del show.
Tuvimos además el placer de conocer a el hijo de Marc, quien se presentó para la cena con su novia, y con quien también tuvimos charlas sobre la universidad y sobre aventuras en distintos viajes, ya que él comparte el mismo gusto por su padre sobre conocer personas mientras viajan.
Minneapolis nos llenó los ojos de un mundo distinto de aquel al que estamos acostumbrados, pero las personas con las que compartimos allá cumplían con el mismo patrón común que experimentamos en los últimos 2 años y meses… pura empatía, amabilidad, y lo más importante, amistad que no entiende de nacionalidades.