Los días en Montevideo se acercaban a su punto cúlmine, y aunque con la pena de despedirnos de todas las personas que habíamos conocido en éste tiempo, aquellas que nos habían brindado una mano amiga cuando la necesitamos, otra parte de nosotros sentía esa necesidad de moverse, de seguir viajando geográficamente hablando, aunque fuera un poco.
Y para eso teníamos un plan, uno que orquestó el buen Marc cuando supo que queríamos visitar por unos días la ciudad en la que habíamos estado apenas unos minutos. Pero ya habría tiempo para eso, primero, había que despedirse de una hermana… una con forma de ciudad.
Montevideo puede ser pequeña, mas aun que la capital de nuestro país, pero nos brindó tantas memorias y amigos que ni la despedida sería corta ni carecería de todavía más recuerdos.
ELECTIONS PARTY – TRUMP VS BIDEN
Las elecciones gubernamentales de Estados Unidos son de esas cosas que no pasan desapercibidas. Mientras que en otros países estos eventos pasan sin levantar polvo a nivel internacional, la cosa es muy distinta cuando se trata del Tío Sam.
Aun así, aunque surgieron conversaciones y la expectativa tenía en vilo a varias personas a nuestro alrededor, el hecho de que cada uno pueda votar cuando lo desee en un período X de tiempo y no necesariamente en un día en particular daba la sensación de que las tensiones quedaban diluídas en ese lapso.
Una caravana de autos con banderas de Trump, haciendo sonar sus bocinas mientras daban vueltas una y otra vez por la ciudad fue de los pocos despliegues relacionados a las elecciones que vimos previo al día decisivo, aquel en donde se sabría quien gobernaría sobre una de las mayores potencias a nivel mundial… o al menos, eso creíamos.
La invitación nos llegó unos días atrás: Keith y Vicky nos invitaban a una “election´s party” en su granja, aquel 3 de Noviembre, día en que se realizaría el recuento de votos para determinar qué candidato a la presidencia gobernaría el país a partir del próximo año: el ya electo y polémico Donald Trump, o su rival, Joe Biden.
Ser parte de una fiesta electoral era algo completamente nuevo para nosotros, y la idea de compartir un momento que sabíamos importante para los ciudadanos de este país con algunas de las personas más entrañables que conocimos en él, era algo que no podíamos dejar pasar.
Con una bandeja de alfajores de maicena caseros preparados en dos tamaños diferentes para complacer los niveles de azúcar que cada paladar pudiera soportar, nos apersonamos en la granja que habíamos visitado anteriormente, aquella donde habíamos cosechado manzanas, alimentado caballos, aprendido como se hace tejido a partir de algunas plantas, y ayudado en la construcción de un sauna móvil.
La cena fue preparada entre todos, usando vegetales que Gwen había traído directamente de la huerta de sus padres, y la mesa se dispuso incluso con los alfajores sobre ella, como para recordar que había que dejar un huequito en el estómago para ese postre tan dulce que los viajeros uruguayos habían traído.
Y aunque, en lo que va del viaje, las opiniones sobre los alfajores han sido variadas (prevaleciendo las positivas) únicamente la presencia de un profesor de matemáticas poco convencional podía desatar lo que sobrevino a la inocente pregunta que alguien osó formular: “¿los alfajores chicos son la mitad de los grandes?”.
Solicitando una regla, Marc tomó medidas y con esa seriedad graciosa que lo caracteriza y que acentúa mi incapacidad para reconocer su sarcasmo, sus dedos bailaron sobre la pantalla del Iphone mientras emitía veredictos en inglés sobre cálculos matemáticos que probablemente yo no hubiera entendido completamente ni en español (me tiran las letras gente, sepan entender).
Finalmente se determinó que los alfajores pequeños entraban 2,2 veces en los grandes, y con esa información importantísima que con certeza nos permitiría a todos dormir tranquilamente aquella noche, nos preparamos para lo que se venía.
Sí, nos preparábamos para otra “primera vez”.
La cultura del sauna
Minnesota es un estado ubicado al Norte de EE.UU., lo que significa que sus habitantes deben enfrentarse a inviernos muy fríos, y apalear la situación creando entretenimientos que permitan sacarle provecho a la situación; utilizar aquello que podría ser un inconveniente como una herramienta hacia el bienestar o el disfrute.
Una vez entendés eso, podés llegar a comprender por qué no es raro ver un sauna en las casas de Minnesota (así como en otras partes frías del planeta).
Entre los varios beneficios que se le atribuyen a tomarse estos baños de vapor, el factor social no está ausente: estar en un sauna es una actividad que se suele realizar en grupo y se aprovecha para conversar.
A mi me recuerda mucho al bar clásico que todavía puede verse en algunas partes del mundo, pero en lugar de utilizar la bebida como excusa para compartir nuestros pensamientos con el que está al lado, acá se utiliza la relajación y el bienestar corporal.
Éste en particular era especial para nosotros, no solo por ser el primero que usaríamos, sino además por haber participado en su construcción.
Usualmente al sauna se ingresa como vinimos al mundo, en cueros, pero si la timidez puede más podés entrar de toalla.
Mientras Wa únicamente tuvo que sacarse ropa hasta quedar en short, yo me puse un traje de baño y me envolví en una toalla… quien sabe, a lo mejor el milagro ocurría y me sacaba la toalla dentro del sauna (spoiler: no).
El horno estaba ya encendido cuando llegamos, y habiendo dejado las chancletas y los teléfonos en la salita que antecede a la zona de calor (por decirlo de alguna manera) tiramos del picaporte hecho con la rama de un árbol cercano.
El calor era abrasador.
¿A dónde se había ido el aire?
¿Cómo haríamos para soportar más de, no sé, 20 segundos ahí dentro?
Los bancos estaban dispuestos en dos niveles siendo el superior el más caliente.
Marc estaba ya tirado en el segundo nivel, tan campante él, todo despatarrado, mientras nuestro cerebro iba a mil por hora intentando descifrar en qué nivel no moriríamos deshidratados.
Cuando Gwen hubo llegado el equipo se completó y la capacidad del sauna estaba en su límite; fue entonces cuando las conversaciones comenzaron a surgir.
Una de las reglas de oro es quitarse todo lo metálico que se lleve encima, ya sean caravanas, colgantes, o pulseras para evitar quemaduras. Algunos de mis diversos colgajos que tengo por todo el cuerpo no eran tan fáciles de sacar, así que hice caso omiso a esta regla, motivo por el cual de tanto en tanto pegaba un saltito en el banco, cuando alguna de las partes metálicas que me decoraban, habiendo tomado el calor del sauna, tocaba mi piel en un intento de marcarme como al ganado.
En el banco había un latón con productos de limpieza personal y un balde lleno de agua con un tarrito en su interior que Marc había comprado de segunda mano y le había acoplado un mango largo hecho con la rama de un árbol, haciendo juego con los picaportes del sauna.
Cuando tomó el balde no sabíamos exactamente que esperar, pero apenas el agua hizo contacto con las piedras del horno, tuvimos que entrecerrar los ojos.
El vapor que invadió el lugar era tal, que el calor pasó a nivel casi insoportable. Respirar se tornaba todavía más dificultoso, y durante algunos segundos nos costó aún más entender la parte placentera del sauna, aquella que hace a la gente amarlo tanto (independientemente del factor social que mueve a algunos). Afortunadamente, las respuestas vendrían pronto.
Apenas unos minutos después de este shock de temperatura que superó fácilmente los 180° F a los que estábamos (es decir, unos 82° C) le siguió la primer salida para nosotros, salida que hasta ese momento ni siquiera sabíamos que existiría porque sí, a ese nivel de desconocimiento llegábamos en lo que a saunas se refiere.
Resulta que la finalidad del sauna no es quemarse como un pollo, sino alternar frío con calor y de esa forma acelerar el metabolismo del cuerpo y la irrigación sanguínea, entre otras cosas.
Cuando Marc dijo que iría afuera y que podíamos ir cuando quisiéramos, mi cabeza estaba un poco confusa e involuntariamente vinieron a mí aquellos momentos de convivencia familiar, cuando en pleno invierno y estando una acurrucada al lado de la estufa, algún acontecimiento me hacía salir de golpe a la calle o al patio, solo para ser acribillada con frases de “¿¡cómo vas a salir sin abrigo estando calentita al lado de la estufa?!”.
No me digas que esta sería otra de esas reglas de fuego aprendidas en la juventud que debíamos violar… a la colección de mandamientos rotos en el viaje, aquellos como “no hables con extraños”, “no aceptes comida de extraños” y “no te subas a autos de extraños” ahora se sumaba “no salgas al frío sin abrigo si estabas calentita adentro”.
Con sentimientos encontrados pero dispuestos a vivir la experiencia completa, abrimos la puerta del sauna con apenas una toalla cubriéndonos partes de piel, directamente hacia el frío norteño de EE.UU.
Alivio.
¿Qué es esto? Definitivamente no lo que esperábamos.
Mientras que afuera hacía un frío que podía adivinarse en el aire que acariciaba la piel, el calor que emanaba de nuestros cuerpos era tal que anulaba completamente cualquier temperatura bajo cero y dejaba en jaque a la piel de gallina.
No solo no teníamos frío, sino que además se sentía muy bien, casi demasiado bien, lo suficiente para sentir todavía más culpa por haber roto la regla de oro de aquellos que nos quieren.
Sentados en otro banquito de madera bajo las estrellas y tomando un vaso de agua, necesario para recuperar el líquido perdido con la sudoración, compartíamos opiniones del sauna con Marc. Wa y yo coincidíamos en que, irónicamente, el mejor momento del sauna era precisamente cuando salíamos de él. Aun así, esto no debería quitarle mérito, ya que esos minutos de placer no serían posibles sin haber estado antes asándonos dentro.
Por mi parte podría alegar además, que el interior del sauna tiene un ambiente acogedor, cortesía de la madera, el fuego, la iluminación a vela, y el buen gusto de nuestro amigo.
Luego, de vuelta dentro, Marc nos enseñó la técnica de tirarse el agua encima, en vez de sobre las piedras. Esto generaba una sensación similar a la de salir al exterior frío, pero atenuada y durante un lapso mucho más corto de tiempo. Digamos que, en la escala de placeres del sauna, éste era el paso anterior a salir fuera (y en la punta opuesta, en la zona menos placentera estaba por supuesto, cuando el agua era rociada sobre las piedras y uno sentía derretirse).
Repetimos el procedimiento de salir al banquito de afuera unas 3 o 4 veces, y habiendo pasado alrededor de 40 minutos, dimos por concluida nuestra primer, única y última sesión de sauna (hasta ahora).
Un sótano bastante alejado de la idea macabra
Durante nuestra estadía en casa de Keith y Vicky se nos asignaría un cuarto donde pernoctaríamos aquella noche.
El mismo estaba ubicado en el sótano de la casa, y aunque esto sonara un poco tétrico, nada se alejaba más de la idea preconcebida que uno puede tener de un sótano (hablando en términos generales).
Éste no era ni el depósito de aquellas cosas que nadie usa, ni el escondite secreto de un asesino, sino que era la zona de juegos de la casa, donde además se encontraba el cuarto de huéspedes, que tenía su propio baño privado.
Nos llevó un rato deambular por los rincones, ojeando las estanterías llenas de VHS´s, y preguntando cómo se jugaba con aquel carrito para niños a pedal.
Una cosa llevó a la otra y cuando quisimos acordar estábamos todos sentados alrededor de la mesa de ping pong mientras Gwen y Keith hacían rebotar la pelotita de acá para allá, siendo luego Gwen suplantada por Wa, y finalmente, Keith suplantado por mí.
En lo personal nada me hacía más feliz que dormir en aquella parte de la casa, rodeada de juegos y buenos recuerdos.
Trump vs Biden
La última actividad de la noche fue aquella que le dio nombre a la fiesta.
Todos reunidos alrededor de la televisión, como en sus primeros tiempos, atendíamos a lo que las estadísticas tenían que decir, mientras comíamos el pop dulce-salado de Marc.
El sistema de elecciones en EE.UU. tiene una forma diferente a la que uno está acostumbrado, y además, no era raro que el recuento de votos durara días, cosa bastante peculiar para los habitantes de un país con 3 millones y medio de personas, donde el resultado suele obtenerse en el mismo día o al siguiente como máximo.
Probablemente fue en ese momento donde uno podía pararse a pensar en la magnitud de lo que estábamos viviendo.
Nunca fui una persona interesada en la política, lo confieso, pero estar viviendo precisamente estas elecciones de EE.UU., en una situación mundial bastante particular y luego de un presidente que provocó tanta polémica a nivel mundial, tenía que ser a fuerza una situación cuando menos memorable, y en aquel momento me caían todas las fichas juntas.
Uno a uno, los presentes fueron despidiéndose para retirarse a sus respectivos dormitorios.
¿No esperarían los ansiados resultados?
Tendrían que pasar algunos días para que nos diésemos cuenta que si hubieran esperado los resultados sin dormir, ningún cuerpo hubiera resistido, porque no se supo sino hasta días después la victoria del candidato Joe Biden que llenó las portadas de los diarios en todo el país.
El Oregon Trail, un trozo de historia hecho videojuego
Este blog debería tener una sección llamada “datos nerd que nadie pidió”, pero que sin ella faltaría un poco de la esencia de sus autores.
Durante nuestra cuarentena en Mexico, la búsqueda de un juego “vieja escuela” para distender la mente en aquellos momentos donde todo se sentía más pesado de lo normal, me llevó a encontrar un videouego de 1971 llama “Oregon Trail”.
En el juego, tomabas el lugar de un padre de familia que debía partir a Oregon en un carromato tirado por caballos, desde Missouri con la finalidad de llegar a Oregon. Con el iba su familia, y la gracia del juego era tomar las decisiones correctas y administrar bien los recursos disponibles para llegar a destino con la menor cantidad de bajas posibles.
Tenías que negociar con los habitantes de los pueblos, con los indios, alimentar a tu familia, curar a los bueyes que tiraban del carromato, atravesar ríos, etc. Acá no había cursores ni acción, sino que todo el juego se basaba en leer y tomar decisiones eligiendo la opción que considerases mas conveniente.
Originalmente, el juego fue creado en Minnesota con el fin de enseñar a los niños en las escuelas los pormenores por los que los comerciantes debían pasar en estos viajes comerciales a Oregon. Básicamente, querían mostrarles que no era un viajecito color de rosa, y que los percances de aquella época eran muy distintos a los que se enfrentarían en el momento que el juego fue lanzado. Factores como enfermedades, crecidas de rio, deshidratación y demás, eran la moneda corriente en aquella realidad que nos intentaba mostrar el juego.
Lo cierto es que durante algunos días me enganché con ese jueguito como no tienen idea, allá por Junio-Julio de 2020, así que fue una grata sorpresa cuando aquel 4 de Noviembre, luego de una buena noche de descanso (potenciada por el efecto relajante del sauna) encontramos sobre la mesa donde se serviría el desayuno, un articulo del diario dedicado enteramente a aquel videojuego que meses atrás me había convertido en un comerciante del 1800 estadounidense por un rato.
El diario se quedaría con nosotros, y la casualidad haría que juego adquiera matices todavía mas especiales de los que unas noches de distracción habían cosechado, allá en Junio de 2020.
Aquella tarde en casa de Keith y Vicky culminó con una nueva visita a los caballos que ya conocímos en visitas anteriores, y con la plantación en la que todos participamos de 16 arbolitos que cercarían la propiedad protegiéndola del viento invernal.
Aunque la intención era brindar ayuda a aquellos amigos que habían abierto las puertas de su hogar, había también en el acto una promesa implícita de retorno cargada de cariño: “tienen que venir a ver los arbolitos cuando estén crecidos”. No lo dudaríamos ni un segundo.
LAS ULTIMAS VECES
Durante los primeros días de Noviembre, todo parecía desarrollarse con una banda sonora de violines de fondo: “vamos al último garage sale”, “la última vez que recorremos estas calles”, “la última vuelta en bici antes de devolverla”.
Todo tenía el aire dramático que una ciudad que nos brindó tan linda gente (y por ende lindos momentos) inspiraba, cuando se era consciente de su pérdida cercana.
A esta melancolía podía sumársele además el cúmulo de sentimientos que generaba saber que además, no solo estábamos próximos a dejar la ciudad, sino también el país, y no solo nos movía el piso el país que dejábamos sino también el próximo al que íbamos. Los sentimientos eran similares a los que experimentábamos en cada frontera, pero intensificados por los aires del retorno.
La última vuelta en bici nos llenó los pulmones de un aire más fresco que las anteriores.
La última caminata llenó el carrete de fotos mundanas, aquellas que uno no sacaba antes porque “no es la gran cosa”, pero adquirían importancia cuando sabíamos que sería la última de aquello a lo que fotografiábamos.
Las últimas visitas se llenaron de deseos de buen retorno, de opiniones finales, de comidas típicas y de promesas para vernos nuevamente.
Nuestro último paseo en bici fue dedicado a visitar sin previo aviso a Audrey y Richard, quienes sin pensarlo dos veces se sentaron en las sillas de madera de aquella hermosa granja para disfrutar de un vaso de sidra de manzana casera con una rodaja de pan, y entre palabras en inglés y en español nos despedimos, hasta que el futuro nos volviese a reunir.
Para la última visita a los uruguayos de aquel Montevideo paralelo (los únicos en la ciudad, además de nosotros) preparamos una pasta frola con dulce de membrillo pedido por Amazon, luego de fracasar en la búsqueda entre la góndola de “productos hispanos” en el Walmart. De alguna manera, pedir dulce de membrillo por Amazon nos parece tan extraordinario como fantástico (quizás se deba al hecho que comprar comida del exterior por internet está prohibido en Uruguay y nunca imaginamos poder hacerlo alguna vez… aunque no fuese en nuestro país).
Por su parte, ellos prepararon tortas fritas con dulce de leche, cosa que tampoco fue moco de pavo porque conseguir grasa vacuna por allí (uno de los principales ingredientes de estas tortas), según ellos nos contaron, es casi imposible, por lo que tuvieron que adaptar la receta con ingredientes que pudieran comprar en su ciudad.
Incluso la ciudad pareció sentirse tan indignada con nuestra partida, que determinó que el día anterior a nuestra partida sería el más movido de toda nuestra estancia, y que esas calles vacías que estábamos acostumbrados a ver, se llenarían de gente aquella última tarde en Montevideo, como para demostrarnos que en esta ciudad tan tranquila también pasaban cosas.
Lamentablemente, los motivos no fueron buenos.
Sentados en un banco de aquella plaza cercana a la calle principal, justo después de haber sacado una foto al cartel, escrito en ingles y en español, que explicaba que los juegos para niños no estaban desinfectados el humo comenzó a aparecer tras los edificios.
-Qué raro… ¿será un incendio o alguien estará quemando hojas? Después de todo es otoño.
-Parece demasiado para ser una fogata chica…
-Y viene como cerca de la casa de Marc.
-Es cierto, es acá nomás.
-…¿Y si es la casa de Marc?
La sorpresa dio paso al susto, y empezamos a caminar en dirección del humo. Marc y Gwen estaban en la casa, y nos daba miedo que le hubiera pasado algo.
Las personas comenzaron a aparecer a medida que nos acercábamos al humo, pero en algún punto, la casa de Marc comenzó a alejarse… aunque no demasiado. A unas 2 cuadras, un garaje se había prendido fuego.
Las personas formaban pequeños grupos mientras observaban a los bomberos desenrollar la manguera. Algunos caminaban buscando un mejor punto de vista, otros incluso se sentaban en algún murito.
Escuchamos pedazos de conversaciones, y alguna afirmaba que el garaje se quemó mientras estaba vacío, así que nadie había salido herido. Eso nos tranquilizó.
Una persona que caminaba en dirección contraria a nosotros nos gritó “¡eh los uruguayos!” y reconocimos a un chico de Guatemala con quien habíamos conversado un poco durante apenas un día en los campos de soja.
Por fortuna, el incendio no había cobrado víctimas humanas y con esta tranquilidad nos encaminamos a la casa de nuestro amigo.
Marc y Gwen terminaban de preparar la cena cuando llegábamos, a las 18:15 hs, y la calle trasera nos brindó el último atardecer que veríamos desde aquella perspectiva en el Montevideo esdrújulo.
Muchachos si que también se los extraña por aquí, jeje.
Cuídense y abrazo 😀
¡Gracias!
Siempre agradecidos de saber que hay gente que le sigue gustando lo que hacemos y que nos extraña.
Y una de nuestras primeras seguidoras, nada menos ;).
Un abrazote.