En post anteriores hemos estado hablando de Montevideo (Minnesota) desde una perspectiva muy “técnica” que nunca llegaba a sentirse cercana del todo. Si bien la subjetividad siempre estaba presente, apelamos mucho a la generalización, hicimos hincapié en esas cosas que (suponemos) están en el pensamiento colectivo de aquellos que nunca habían visitado EE.UU., como nosotros.
Si bien esa perspectiva funciona para el tipo de post que queríamos lograr, había algo que se echaba en falta: las vivencias. Faltaban esas anécdotas, faltaba hablar de la gente que conocimos, de esas actividades que nos llenaron de recuerdos, de todo eso que va más allá de sentirte dentro de una película, y centrarnos más en aquello que te hace sentir en una gran familia.
Y por supuesto, esto nunca es imposible cuando te rodeas de la gente adecuada.
Así que en este post queremos hablar de esas experiencias que nos marcaron, desde una perspectiva más personal, queremos charlar de tu a tu, y contarte algunas de nuestras mejores experiencias en Montevideo.
MARC
Conocimos muchas personas dignas de mención en las tierras hermanas del Norte (y en todo el territorio viajado), pero no podemos dejar de mencionar a quien sería no solo el personaje principal de muchas aventuras, sino además nuestro mentor estadounidense, que pronto se convirtió en un buen amigo.
A Marc lo conocimos a través de Couchsurfing, una plataforma de intercambio cultural entre viajeros, donde también se puede ofrecer y buscar alojamiento a cambio de precisamente eso, el intercambio cultural, vivencias, charlas, amistad.
Estando en plena pandemia, y ante los números de casos que -según los medios- iban in crescendo decidimos que intentaríamos viajar a EE.UU. a pesar de todo, pero era menester conseguir un lugar donde hacer base por un tiempo bastante largo, ya que moverse mucho (y además a dedo) no era lo mas viable ni respetuoso para la población estadounidense en aquellos momentos, y para ello, habíamos elegido un pueblo pequeñito en el Norte, uno con apenas 5000 habitantes.
Sabíamos que no iba a ser una misión sencilla, y que existían altas chances de tomar planes B.
No fue muy alentador ver la cantidad (escueta) de personas que utilizaban Couchsurfing en Montevideo; la mayoría no se habían siquiera conectado a su perfil en meses y nadie había hospedado viajeros en los últimos tiempos.
Pero entre todo ese panorama gris, apareció un perfil que emitía luz propia, y no quisimos dejar pasar la oportunidad de escribirle a esa persona con la que parecía teníamos una conexión de alma y el mismo sentimiento sobre el aprendizaje por medio de las personas de distintas partes del mundo.
La verdad es que no teníamos muchas esperanzas puestas en una respuesta, ya que hacía tiempo que Marc no estaba activo en su cuenta.
Días después un cálido mensaje nos permitió tomar la decisión sin dudarlo más: mientras nosotros sentíamos culpa por estar “molestando”, por pedir ayuda y hospedaje a alguien que vive en uno de los países más afectados por la pandemia, ésta persona no sólo nos hizo despojarnos de la culpa en ese, su primer mensaje, sino que de alguna manera nos hizo sentir que éramos nosotros los que le estábamos ayudando a él… ¡tal era su entusiasmo por recibirnos en su hogar!
Quizás fue su sonrisa, o quizás ese abrazo ligero e irresponsable que nos dimos en el aeropuerto y nos tomó por sorpresa descubriendo un entusiasmo que no se podía controlar, pero lo cierto es que aquel 22 de Agosto fue el comienzo de una longeva amistad.
LAS AVES NOCTURNAS DE MONTEVIDEO
Fue el primer día… o debería decir, la primer noche. La timidez de estar comenzando a conocer a alguien, junto con el intento de distanciamiento social bajo un mismo techo hacían que aquella frase sonara tan extraña como tentadora:
– ¿quieren ir al parque?
Eran las 23:00 hs, y la noche cerrada acentuaba el aire de pueblo fantasma de Montevideo.
A través de la ventana la calma sepulcral evidenciaba un lunes que se acercaba.
– ¿Ahora?
-Si… si quieren.
-¡Claro!
Hace rato que dejamos de sospechar de las caminatas nocturnas que las personas que recién conocemos nos ofrecen, pero esta invitación tenía un grado de adrenalina extra cuando a través de la ventana la ciudad casi fantasma de Montevideo estaba tan quieta y silenciosa como si estuviese en otra dimensión.
Todo sumaba puntos.
El parque a las 23 hs (que por supuesto estaba vacío y apenas iluminado) fue el comienzo de una serie de caminatas nocturnas que se hicieron habituales, sobre todo durante los primeros días de nuestra estadía. Nos entusiasmaba poder caminar completamente solos por calles oscuras sin sentir ningún tipo de amenaza, e incluso llevando el teléfono con nosotros.
Aunque ya habíamos salido durante la noche en varias partes de Latinoamérica sin tener esa sensación de peligro que estigmatiza a este grupo de países, y hasta sintiendo menos miedo que en nuestro propio país, es menester confesar que la seguridad que se palpaba en el Montevideo estadounidense estaba a un nivel superior.
Uno podría pensar que eso se debía, precisamente, a la carencia de estigmas que existe en estas zonas, pero una mirada al diario local donde lo más sospechoso de la semana eran cosas como un tipo caminando por la calle principal a la medianoche con guantes violetas, el hecho de que todo el pueblo recordase un asesinato que hubo años atrás (evidenciando lo poco habituales que son por allá estas cosas), o la sorpresa ante un bidón de plástico rodando solo por la calle en la madrugada nos hacían tener la certeza de que, evidentemente, esta ciudad es muy segura.
Fue precisamente en una de estas caminatas nocturnas donde conocimos al que clasificaríamos como uno de los personajes icónicos del pueblo.
Al poco tiempo de llegar a casa de Marc nos quedamos solos durante algunos días ya que él debía cumplir diligencias fuera de la ciudad, y fue precisamente el primer día de ésta soledad donde tomamos la decisión de, por primera vez, salir de la casa dejando la puerta de calle abierta. Si leyeron nuestro post anterior sobre Montevideo ya sabrán que esto no era una práctica poco habitual en la ciudad; los garajes permanecían abiertos todo el día sin gente en su interior, los iphone descansaban solos en la vereda, y las puertas de las casas no se trancaban.
Lo que pasa es que, para uno, que creció en casas con rejas teniendo que abrir 4 cerraduras para poder entrar o salir, todo esto, si bien muy positivo, no dejaba de parecer inverosímil.
Fue así como la primer noche que nos quedamos solos nos juntamos de valor y salimos a dar nuestra caminata nocturna dejando toda la casa abierta, como era costumbre para su propio dueño.
Para llegar a la vereda, debíamos atravesar un angosto y oscuro pasillo entre el edificio y la plaza ubicada al lado, cuando de repente a nuestras espaldas, una voz grave, casi de ultratumba, hace detener nuestros pasos en seco.
-Good night.
Yo giré la cabeza y creo haber dicho algo así como un “hello” mientras que Wa dio un paso atrás y respondió con otro “Good night”.
Un hombre (que sería recordado como Bob Patiño) nos hablaba desde la comodidad de una de las sillitas de la plaza, casi a medianoche. Veíamos su silueta y aunque poco distinguíamos sus rasgos faciales, esos pelos resultaban inconfundibles: era el mismo hombre que la primer noche que salimos al parque con Marc, interceptó nuestro regreso a la casa e intercambió algunas palabras con nuestro amigo.
¿Quién era ésta ave nocturna que merodeaba la -ahora casi- solitaria noche de Montevideo?
¿Sería el “dealer” de la ciudad? ¿O aquel único asesino, aquel que llenó las páginas de los diarios locales años atrás, buscando sangre fresca?
Bob Patiño continuó hablando, y sus palabras se mordían tanto entre sí que no podíamos entenderle casi nada y respondíamos escuetamente a lo poco que pudimos discernir.
–kasdjuhkkjsa you from?
–We are from the other Montevideo, in Uruguay.
La voz de ultratumba no sonaba tan sorprendida… a decir verdad, nunca cambiaba de tono (¿rasgo psicópata quizás?).
–Oh, are you owijefoiwjfeoijioj?
–Yes yes, hehe.
En algún momento, le dijimos “bye bye” y comenzamos nuestra caminata nocturna, maldiciendo por dentro haber elegido esta noche, la única en la que un dealer-asesino serial-Bob Patiño se sienta precisamente al lado de la casa en la cual dejamos la puerta abierta, por primera vez.
Así con todo, cuando volvimos (por la calle trasera para evitar otra conversación infructuosa) la casa nos esperaba de la misma manera que la dejamos, y Bob Patiño… bueno, Bob Patiño probablemente es solo el ave nocturna del pueblo, como pudimos continuar comprobando en repetidas noches, y ya por eso tenemos algo en común así que lo despojamos de toda culpa que nuestra cabeza loca inventó para ponerle chicha a nuestra estadía en el pueblo más tranquilo en el que hayamos vivido nunca.
LOS POROTITOS DEL FIELD
Al poco tiempo de llegar a Montevideo visitamos el supermercado latino de la ciudad, y aunque temíamos que de latino solo tuviera el nombre, no solo nos encontramos con productos efectivamente latinoamericanos, sino también con personas de aquellas tierras que tanta calidez humana nos brindaron.
En aquella primera visita no imaginamos que días después terminaríamos compartiendo tanto tiempo y comiendo a la misma mesa de un grupo de latinos y “no-latinos-pero-latinos” tan variopinto como alegre.
Todos ellos cumplían tareas en lo que llaman el “field”, en esta mezcla de español e inglés que luego aprendimos se llama “tex-mex” y se habla en algunos estados sureños del país.
Minnesota es un estado con muchísima agricultura, siendo los campos de soja y maíz los más abundantes y fáciles de ver en casi cualquier tramo de ruta. Aunque los adelantos en maquinaria agrícola han avanzado sin piedad prescindiendo de muchas manos humanas, todavía existen tareas que pueden ser realizadas por grupos de personas, como es el caso de la limpieza de los surcos de algunas plantaciones por las cuales luego pasará -ahora sí- una máquina recolectando la cosecha.
Este lindo grupo de personas que conocimos venían de varias partes, algunos de Honduras, otros de Guatemala, México… y después estaban los que llamaríamos no-latinos-pero-latinos, o dicho de otra forma, aquellos que venían de Texas y Nuevo México.
Estos estados fueron algunos de los estados que no muchos años atrás pertenecían a México, por lo que es muy común que sus habitantes provengan de descendientes latinos; es por esto que no sólo conservan costumbres y comidas que nosotros habíamos experimentado en el país que nos hospedó durante la cuarentena y nos dio tanto cariño, sino que también crearon su propio dialecto conocido como Tex-Mex, la mezcla más 50-50 de inglés y español que escuchamos en la vida.
Una frase de Tex-Mex podía sonar perfectamente de esta manera: “el otro día I went to the supermercado, y compré un bread buenísimo, que además was so cheap que I couldn´t believe it”. Uno pensaría que sabiendo español e inglés entender el tex-mex sería cosa de niños, pero la verdad es que, si bien podíamos seguir el hilo la mayor parte del tiempo, a veces nos resultaba incluso más difícil que escuchar 100% en inglés, aun siendo nosotros personas que nos falta mejorar en éste idioma.
Supongo que tiene mucho que ver con eso de que cuando uno habla o escucha, de alguna manera se “pone el chip” de ese idioma para hacer más fluido el entendimiento, pero cuando en una misma frase coexisten dos lenguas, aunque entendamos ambas, el chip que tenemos en ese momento puesto colapsa y explota.
De todas formas, cuando se dirigían a nosotros solían hacerlo 100% en español, y únicamente hablaban tex-mex entre ellos, aquellos nativos de Texas y Nuevo México.
De más está decir que su acento y palabras en español eran idénticas a las que oímos en México.
Con este grupo compartimos varios y memorables recuerdos, siendo uno de los mejores aquella cena que salió de improviso y donde probamos una carne que originalmente se cocina por hasta 12 horas (aunque esta vez fue cocinada por 5) conocida como “Brisket”.
Si la mayoría de las personas que conocimos en el viaje se sorprendían porque los uruguayos cocinamos el asado por 2 horas (o incluso un poco más) ¿qué dirían entonces de esta receta Texana?
El ambiente de estas reuniones era como una teletransportación instantánea a México, porque aunque habían personas de otras nacionalidades, la sangre mexicana tenía esa personalidad exuberante que se convertía fácilmente en el alma de la fiesta, haciendo ver a las demás nacionalidades presentes (nosotros incluidos) como tímidos seres introvertidos y silenciosos… bueno, al menos en nuestro caso esto no se aleja de la realidad.
El ambiente era tan ameno que en poco tiempo estábamos riéndonos con las bromas de uno, hablando de videojuegos con el que alguna vez fue el ganador de un campeonato online de un shooter que desconocíamos, y abriendo grande los ojos en un intento de digerir mejor la información ante algunas historias, como aquella que nos contó un oriundo de Sinaloa donde luego de una pelea por una mujer le dio un palazo tan fuerte en la cabeza a su rival, que creyendo que lo había matado cavó la fosa para enterrarlo, pero cuando estaba cubriéndolo de tierra, el desgraciado se despertó y corrió despavorido; o aquella otra historia en la que luego de una borrachera sublime, se despertó en un arroyo rodeado de cocodrilos que al parecer decidieron perdonarle la vida.
También damos fe del alma de Don Juan del protagonista de estas peripecias, del que siendo la chica nueva del grupo, me habían advertido previamente, característica que se incentivaba ante la presencia etílica (aportando puntos de credibilidad a la historia del casi enterrado vivo por perseguir polleras).
No podemos corroborar la veracidad de estas historias, pero al menos fuimos testigos de los dotes de canto con el que nos deleitaron cuando el sol comenzó a caer… y el alcohol comenzó a hacer efecto.
No solamente nos íbamos con el corazón lleno de cada una de estas reuniones, sino que además en algunas ocasiones nos íbamos con las manos llenas; el chico que compartía gusto por los videojuegos, luego de descubrir que éramos de su palo nos contó que además era coleccionista. Un día, apareció con un regalo que casi no pudimos aceptar: dos consolas DS LITE y un GBA, con cartuchos de juegos incluidos (y nada menos que el Super Mario Kart).
Sé que estoy hablando chino para algunos, pero quédense con la idea de que se trata de consolas de videojuegos portátiles, y el hecho de que ninguna sea nueva es lo que las hace más especiales; una de ellas es tan clásica como inmortal y perfectamente utilizable a día de hoy, y la otra es considerada como un tesoro para muchos dentro del mundo de los videojuegos, por ser un clásico de otras épocas. En resumidas cuentas: cosas por las que dos aficionados a los videojuegos (y más tirando a vieja escuela como nosotros) se sentirían muy emocionados de tener.
Según él, nos las regaló para que nos entretengamos en las largas esperas de la ruta, allá a donde vayamos a futuro, y aunque el costo en EE.UU. es muchísimo menor que los costos que se manejan en Uruguay (en una de las DS todavía se leía el ticket de “U$S 5”, contra los U$S70 que sabemos puede llegar a costar en nuestro país) lo realmente valorable no pasaba por su costo, y si efectivamente las llevamos a futuros viajes, estoy segura que la sonrisa que jugar en ellas nos va a sacar no será por el juego en sí, sino por recordar a estas personas que cada uno a su manera nos demostraron aprecio, aquellos días en Montevideo.
MATE CON MARC
En casa de Marc había muchos tipos de hierbas y condimentos, cosa que para alguien que disfruta de la cocina, como es mi caso, eso era un paraíso en el que a veces me costaba decidir.
A pesar de este mundo infinito de frascos, nunca imaginamos encontrar entre ellos aquel paquetito color beige… bueno, técnicamente no lo encontramos, sino que Marc apareció un día con la alegría a flor de piel mientras nos mostraba ese paquetito, sabiendo que para dos uruguayos debía ser equivalente a oro puro, o al menos, a sentirnos más cerca de casa.
En la etiqueta se leía “Yerba Mate”, y como cereza del postre en letra más chica decía que su procedencia era Brasil.
Para quienes no lo sepan, la yerba mate que tomamos en Uruguay es diferente a la que se suele consumir en Argentina; la nuestra viene de Brasil y no tiene palo (tallo) a diferencia de la que se toma en el hermano país, que además tiene un sabor más suave.
Aunque no era muy frecuente, habíamos llegado a ver yerba mate en otros países, pero por lo general se trataba de marcas Argentinas; fue por eso que encontrar un estilo de yerba como el que se toma en Uruguay nos pareció todavía más especial, allá en aquel Montevideo que lucha por parecerse a su hermana menor, incluso siendo nosotros uruguayos fallados no muy expertos en el arte del mate.
De todas formas, muy de piedra hay que ser si te muestran un paquete de yerba a miles de kilómetros de casa, y el patriotismo no se te viene de sopetón metiéndose en el último poro de la piel generando una especie de ansiedad similar (creo yo) a las que pueden generar algunos estupefacientes.
Bueno, a lo mejor exagero un poco, pero no falto a la verdad si digo que apenas ver ese paquete sentimos muchas ganas de tomar mate, no solo por nosotros, sino también para mostrarle a Marc ese ritual tan estrafalario que consiste en meter una bombilla en un montón de esa yerba verde oscura y estar mojándola constantemente con agua caliente.
Era nuestra oportunidad de cumplir con el intercambio cultural en toda letra, presentando el ritual uruguayo por excelencia.
Solamente teníamos un problema…
No teníamos mate… ni bombilla, ni termo. Ok, quizás tres problemas.
Dos eran fácilmente solucionables: Marc tenía en su cocina una taza con forma similar a un mate, y aunque es cierto que no sería algo 100% típico, en honor a todas aquellas abuelas que tomaban mate en vasito (y con azúcar) yo quiebro una lanza por el mate en otro material que no sea el clásico. Y el termo sería sustituido por la jarra eléctrica. Punto.
El problema radicaba en la bombilla, porque una pajita, aunque sea de metal (que las había en la cocina de Marc) dista mucho, muchísimo, de parecerse al artilugio que nos permite pasar el líquido caliente de la yerba a la boca. Y no era solo un tema de apariencia, sino de utilidad porque una pajita nunca filtraría la yerba y terminaríamos no solo tomando, sino también “comiendo mate”.
Cierto es que el ritual del mate tuvo que esperar aquel día, pero con un servicio de entregas funcionando de manera tan excelente como es el de Amazon en EE.UU., en pocos días teníamos en nuestras manos un juego de 2 bombillas plateadas.
Con esto, los elementos para realizar el ritual estaban listos.
No tuvimos mejor idea que prepararlo una mañana en la que Marc estaba dando clases online en su laptop, y aunque el primer mate se tomó fuera de cámaras, los que siguieron no solo fueron en clase, sino que Marc presentó la bebida a su grupo, mostrando la yerba y comentando que es algo típico en Uruguay. Estaba tan o incluso más emocionado que nosotros, y ese simple gesto tan típico de él, mostrar entusiasmo por algo de nuestra cultura, son uno de los motivos por los que no podemos dejar de valorar a un amigo como Marc.
Quizás no fue así, pero a mí me gusta pensar que, al otro lado de la pantalla, sus alumnos compartían este sentimiento de sorpresa y curiosidad por esa bebida convertida casi en un ritual social, de un país tan chiquito, al otro extremo del mundo.
PAY SOCIAL
A lo largo del viaje y con la transformación climática que la ruta fue marcando, vimos la desaparición paulatina de una de las frutas más comunes en las casas uruguayas: la manzana.
Por supuesto, no es que no existan manzanas en otros países, pero notamos que a medida que avanzábamos hacia el trópico, otras frutas fueron quitándole su puesto de reina del frutero, sustituyéndola por plátanos, papayas, mangos, etc.
Hasta que llegamos a Minnesota.
Acá la manzana no solo era la reina, también era la condesa, la emperatriz, y la princesa.
Gracias a los amigos de Marc, llegamos a recolectar más de 3 cajas llenas de manzanas, y probamos al menos 3 variedades, directamente del árbol.
Pero claro, con cada acto hay consecuencias: tener 3 cajas de manzanas generaba la necesidad de comerlas, así que acá es donde los habitantes de Minnesota tienen que hacer uso de su creatividad culinaria y explotar esta fruta de todas las maneras posibles.
Fue así como todos los días teníamos a disposición deliciosos platos como “apple crisps” (crisp de manzana), “apple butter” (manteca de manzana), “apple sauce” (salsa de manzana), “coffee cake” que aunque su traducción literal signifique “torta de café” el ingrediente principal era la manzana y se llamaba de esta forma porque solía comerse con el café, etc. Hasta pudimos probar “apple cidar” que se convertiría en la sidra de manzana más natural que hayamos tomado.
Con semejante abundancia de esta fruta en la casa, el desayuno que no tardé en comenzar a preparar (aprendiendo de Marc) consistía en avena con manzana frita y canela, y por supuesto que contribuí a la causa preparando la torta de manzana estilo uruguaya.
Pero todavía queda un plato que no solo es probablemente el más clásico, sino que además muchos reconocerán de las películas, o quizás de algunos dibujos animados como “Tom y Jerry”.
¿Se acuerdan cuando la señora de Tom y Jerry ponía una tarta en la ventana de la cocina para que se enfriase rápido, y obviamente la tarta pasaba por una serie de desgracias hasta que se escrachaba contra la cara de alguien?
Esa imagen me vino instantáneamente a la cabeza cuando vi el resultado de la receta de la mamá de Marc y la magia culinaria de él: el apple pay (o pay de manzana).
El resultado es un postre muy dulce, y exquisitamente perfecto (siempre y cuando te gusten las manzanas cocidas).
Pero no se apuren, porque esta tarta puede convertirse en algo que va más allá.
Como para nosotros el mate es más que una infusión de yerba, escalando a la categoría de ritual social, para la gente de Minnesota el pay de manzana puede convertirse en un evento por el mero hecho de existir.
Fue así como, ante la elaboración de 3 tartas, Marc no dudó en realizar algunas llamadas telefónicas y coordinar un horario para lo que ellos llaman un “pay social”.
Los pay social no tienen un motivo más allá (si bien pueden tenerlo, no es necesario). Pueden darse simplemente porque cocinaste más tartas de las que esperabas, porque tenías tantas manzanas que tuviste que usarlas, porque querés tener una atención con los vecinos, o simplemente te querés reunir con alguien.
Ante cualquiera de estos motivos (y más) ya estarías en condiciones de convocar un “pay social”. El único requisito excluyente, es tener pay de manzana preparado.
Fue así como 6 personas nos reunimos alrededor de la mesa, a degustar aquel famoso postre que vimos durante tantos años a través de una pantalla, y ser parte de lo que según nos contaron es una práctica común de las personas del estado, sobre todo por supuesto, en temporada de manzanas.
Para darle el toque mas estadounidense posible, Marc puso una bola de helado de vainilla al costado de cada porción, y el contraste del frio con la tibieza del pay tomó todo el sentido del mundo.
EL DÍA QUE NOS ENTERAMOS QUE JACUZZI ES UNA MARCA
Fue precisamente en aquella reunión de pay de manzana donde recibimos una invitación para darnos un chapuzón en lo que llamarían “bath tube”.
Como nunca habíamos escuchado ese nombre, la persona que nos invitó intentó explicarnos qué era ese lugar al que nos estaba invitando (a pesar de que ya habíamos aceptado de todas formas):
–Es como una piscina chica, donde entran 5 o 6 personas, y el agua está caliente y te da masajes.
-Ah, como un jacuzzi.
-¡Exacto! Jacuzzi es una marca, fueron los creadores de los “bath tube”.
-¿Jacuzzi es una marca?
Creo que no me equivoco si digo que en nuestro país (y algunos más) muchos utilizábamos este nombre sin saber que se trataba en efecto de una marca, en frases como “este hotel tiene jacuzzi”.
Nada nuevo, lo mismo pasa con otros productos, como la coca cola (“traeme una coca cola de las baratas”), el royal (como sustituto de decir “polvo de hornear”), la cinta Scotch (cinta adhesiva), y la más común en Uruguay… los championes (derivado de la marca “Champion”) conocidos como zapatos deportivos o zapatillas en otros lados.
Cándido Jacuzzi era un tano inmigrante en EE.UU. que ante el deseo de crear un aparato de hidroterapia que pudiese tener en casa para que su hijo, afectado de artritis reumatoide, lo utilizase, creó la bomba J-300, que colocada bajo el agua lanza chorros que imitan los tratamientos de hidroterapia.
Años después, en 1968 cuando esta idea fue transformada y llevada al mercado en lo que sería el primer modelo para la venta de lo que hoy conocemos como jacuzzi.
Pero no fue sino hasta el año 2020 cuando esta pareja de mochileros uruguayos tuvo su primer (y único) encuentro cercano con uno de estos aparatos.
Cuando la luna brillaba en lo alto, y después de una sesión de depilación intensiva de la que Marc se rió porque según dijo “las mujeres estadounidenses no se fijan en eso, muchas no se depilan” nos encaminamos hacia la casa donde estarían esperandonos familiares de nuestro amigo para zambullirnos en el misterioso bath tube.
El ambiente era mucho más oscuro de lo que esperaba, pero cobraría sentido unos minutos después; lo que no cobró nunca sentido, como Marc predijo, es el hecho de haberme depilado tanto, ya que más allá de las costumbres estadounidenses, la oscuridad no me permitiría lucir mis hermosos puntitos rojos de irritación post-depilatoria en las piernas. Al santo botón.
Con un vaso de agua nos sumergimos en el líquido que borboteaba en ese cuadrado impactante, más grande de lo que imaginábamos.
La temperatura era perfecta, y las ondulaciones bajo el agua formaban asientos que acompañaban las curvas naturales del cuerpo, mientras chorros que parecían salir de la nada misma nos golpeaban sin compasión, derivando en una especie de placer sadomasoquista.
O si sos como yo, a lo mejor imaginabas squirtles, totodiles y vaporeon lanzando ataques bajo el agua.
Se nos enseñó que en cada esquina podían tenerse diferentes sensaciones ya que los chorros de agua se comportaban de manera diferente, y por eso era necesario ir girando cada cierto tiempo para que cada uno pudiese experimentar todos los masajes posibles que el bath tube tenía para ofrecer.
Una esquina en particular tenía el apodo de “el asiento del capitán” porque desde allí salía un conjunto de chorros particularmente poderosos, mientras que en su esquina opuesta varios chorros subían y bajaban recorriendo la totalidad de la espalda del beneficiado.
Lo impresionante para nosotros no fue esto, sino el hecho de que no solo esos chorros podían controlarse con un control inalámbrico con pantalla táctil, sino también la temperatura del agua, y las luces de colores que estaban por todas partes, debajo y encima del agua.
Resultó ser que el bath tube era una suerte de discoteca para sirenas, y no pudimos evitar ponernos a jugar con las luces y las intensidades de los “jets” de agua. Algunos salían incluso hacia afuera, por lo que intentar pegarle un chorrazo en la cara a alguien se convirtió en un juego en el que algunos salimos afectados… algunos por accidente, y otros no tanto.
Nos sorprendió cuando Marc se lamentó de que esa noche no nevara, así que ante la expresión en nuestros rostros nos explicó que estar relajado en el bath tube, mientras ves la nieve caer al lado, sintiendo el calor del agua contrastando con el aire frio del exterior es especialmente placentero.
El tiempo pasó muy rápido dentro de aquellas aguas calentitas, y sin lugar a dudas, ahora entendemos por qué el “jacuzzi” forma parte de los cuartos más caros de los hoteles, y definitivamente no nos molestaría para nada poder disfrutar de ellos en otra(s) oportunidad(es).
UN NUEVO CUMPLEAÑOS FUERA DE CASA
Nuevamente, otro cumpleaños se acercaba mientras pasábamos nuestros días en Montevideo Minnesota, y un cumpleaños en un lugar con tantas alusiones a nuestro país implicaba una celebración acorde.
Fue así como comenzó la búsqueda de ingredientes para preparar una cena típica uruguaya.
Cierto es que encontrarlos no fue tan difícil como en otros países (Guyana, por ejemplo) pero el desafío se presentó a la hora de conseguir el pan rallado.
Habíamos ido al supermercado local sin pensar cómo se decía “pan rallado” en inglés, y no se nos ocurría una traducción acorde en las poca cuadras que nos separaban de la tienda, así que llegados allá nos separamos para buscarlo.
Resultó que lo encontré antes, y cuando me topé con Wa estaba en la góndola del pan, con un chico rubio y alto buscando un producto descrito como “smashed bread” (pan aplastado… bastante ingeniosa la forma de describirlo de Wa, todo hay que decirlo).
Cuando revoleé el tarrito frente a sus narices, el chico dijo algo que en ese momento recordamos Marc nos había traducido antes.
–Oh! Bread crumbs!
Después de eso, Marc se encargó de conseguir la carne, la cual nos sorprendió que se conociera con el mismo nombre como nosotros la llamamos.
El último desafío lo conseguimos en Walmart, ese supermercado gigante del que todos reniegan, pero todos utilizan.
El dulce de leche apto para repostería (mas durito) venía únicamente en lata de 400 grs, y costaba tres dólares y algo. No estaba tan mal, ni de sabor ni de precio.
Finalmente, y ante la curiosa mirada de Marc, otro entusiasta culinario, la elaboración de los platos dio comienzo.
Con Marc e hija, acompañada de su mascota y su novio como únicos invitados, el cumpleaños de Wa se celebró con un buen plato de milanesa y papas fritas, culminando con los clásicos alfajores de maicena.
Todos eran sabores nuevos para nuestros invitados, y nos complacía ampliamente poder llevar otra vez un pedacito de Uruguay a su mesa y ver que eran disfrutados.
De hecho, en el caso de los alfajores, nos dimos cuenta que encajan perfectamente en el paladar estadounidense, porque según comprobamos con platos como el pay de manzana y bebidas como la cerveza de raíz, muchos tienen lo que ellos llaman “sweetteeth”, traducido literalmente como “diente dulce” haciendo referencia a que disfrutan especialmente las cosas dulces.
LAS PAPAS FRITAS NUNCA FUERON UN MISTERIO COMO ACÁ
Un día se nos ocurrió cocinar papas fritas como acompañamiento para la cena.
Cuando se lo comentamos a nuestro amigo Marc, como quien comenta algo muy natural, nos pareció raro ver sus pupilas dilatadas de sorpresa cuando, en vez de respondernos con un esperable “ok, está bien”, nos respondió diciendo:
-Pero… ¿van a HACER papas fritas?
-Sí, para acompañar la cena.
-Pero… ¿van a utilizar las papas para hacer las papas fritas?
-Ehhh… sí… con papas.
En ese momento podríamos haber hecho una competencia para determinar cual era el ganador de los sorprendidos, porque por un lado Marc no concebía la idea de hacer papas fritas desde cero, y nosotros no concebíamos la idea de que algo que para nosotros era tan común fuese tan extraño, más aun en EE.UU., el país conocido por sus grandes cadenas de comida chatarra (entre otras cosas) donde las papas fritas eran parte de cada combo imaginable.
Claro, las papas fritas eran comunes, pero lo que no era normal (aparentemente) era hacerlas partiendo de las papas.
Sabíamos que en los restaurantes mas famosos se hacían con papas que ya vienen precocidas, peladas, cortadas y congeladas, donde solo hay que sacarlas de una bolsa y freírlas, pero ante una cultura de hamburguesa y papas fritas, nunca imaginamos que fuera tan extraño intentar hacerlas desde cero.
Fue muy tierno ver a Marc posicionado justo a nuestro lado, poniendo muchísima atención en el proceso de elaboración, mientras nos contaba que recuerda haber comido papas fritas caseras una vez, en un restaurante en particular.
-¿Las pelas, las cortas y ya está?
-Sí, es super fácil.
-¿Y como las cortas tan parejas?
-A ojo… solo intentas cortarlas todas iguales.
-¿Y como sabes cuándo sacarlas del aceite?
-Por el color, cuando están un poco doraditas, las sacás.
Las papas fritas causaron tanto furor, que Marc comenzó a hablarle de ellas a sus amistades y familia, al punto que fueron varias las veces que las preparamos para compartir la alegría que causaban.
No podemos dejar de recordar la escena de las papas fritas como uno de los choques culturales más fuertes que vivimos en el país, y además, como un momento gracioso y de alguna manera gratificante y tierno que vivimos en Montevideo.
NUESTRA PRIMERA “PRIMER PLANA”.
Si algo único tienen los pueblos o las ciudades que parecen pueblos, es que el simple hecho de ser un visitante puede levantar suficiente curiosidad como para ser parte del diario local… y quizás hasta salir en primera plana.
No había pasado mucho tiempo desde que habíamos llegado, cuando un buen día nos encontramos atravesando las puertas de las oficinas del diario local, donde su personal se había reducido de 16 a 4 con motivos del covid, y sentándonos en un mullido sillón comenzamos a responder preguntas, mientras Mike, el dueño del diario, grababa nuestras respuestas a sus preguntas con un iphone, y anotaba otros datos en una libreta.
Mike no era el típico gerente que podrías imaginar al mando de un diario. No tenía puesto un traje, ni zapatos brillantes untados en betún.
Muy por el contrario, con su corte de pelo estilo “Tomahawk” y una cadena colgando del jean, hacía muy fácil imaginarlo entre las multitudes de un festival de rock 20 años atrás… o incluso ahora mismo.
Ese aspecto de su persona unido al entusiasmo que mostraba ante el viaje que estábamos haciendo, hizo que nos sintiésemos un poco más distendidos, si bien los nervios de estar por primera vez contando nuestra historia para un diario (y además en inglés), no se disiparían del todo.
En aquel momento no sabíamos en que página del diario estaríamos, pero suponíamos que sería cerca del final, en esa sección que solamente lees de forma distraída cuando estás en la sala de espera del dentista o cuando esperas que el fuego se avive antes de echarle esa hoja de diario que cayó en tus manos.
El día que el diario se publicó, nos dirigimos al supermercado local para comprarlo, pero como íbamos de pasada hacia otro lado en el auto de Marc, fui yo la única que bajó a comprarlo.
Nunca nos hubiésemos imaginado aquello con lo que me topé en el “Montevideo Market”…nuestros propios ojos me miraban fijamente desde la primera plana del Monte News, a la vista de todo el mundo en el estante especialmente dedicado al diario local.
Para colmo, éste se encontraba precisamente al lado de la caja donde debía pagarlo.
En aquel momento, agradecí internamente la mascarilla y tomando rápidamente dos diarios, los deposité boca abajo en la cinta de goma del cajero.
Claro que me invadían sentimientos de felicidad, satisfacción y hasta alivio al ver que nuestro artículo fue considerado una primera plana, pero mi naturaleza tímida impedía que levantase el mentón en aquel momento y apoyara el diario con nuestra foto hacia arriba.
Pero detrás de esa mascarilla, por supuesto, estaba sonriendo.
El artículo estaba dividido en 3 partes, por lo que era posible leerlo mientras recorrías todo el ejemplar.
A pedido de Marc, quien dijo nunca haber visto un artículo tan largo en el diario local, nuestro viaje en auto se vio acompañado por mi dudosa pronunciación en inglés, mientras leía en voz alta aquellas respuestas transformadas ingeniosamente en una amena lectura.
Es cierto que encontramos un par de errores, que achacamos a la barrera idiomática, pero nos quedamos muy contentos con haber podido ser parte de un trocito de la historia del Montevideo de Minnesota.
Los mexicanos no tomados son graciosos, pero tomados lo son más aún sin dudas, jajajajajajaja
No me sorprende que se haya sorprendido el señor de la casa con la preparación de las papas fritas de ustedes, porque hablamos del país de la cuna de la comida chatarra y pre-hecha.
Aunque lo mismo que hicieron ustedes lo hace una máquina para ellos, pero quizás un poco más parejo, pero en algún momento esas máquinas tampoco existían aún y que la mayoría aun las hacían a mano avisenle, jqjajajaj
Sí, es imposible que un mexicano no te haga, cuando menos, sonreír.
Lo de las papas fue claramente uno de esos choques culturales que quedan para el recuerdo, y nos muestran como las cosas que uno da por sentado pueden estar todas condicionadas por muchos factores (no es la primera vez que nos pasa, pero fue de esas cosas para recordar).
¡Gracias por comentar!
Estuvieron trabajando por Minesotta?, digo como eso no lo vi explicado, seria genial que contaran si es posible sobre eso para entender mejor y también que compartieran el link de la entrevista, que se que esta en inglés pero por si alguien más la quiere leer (que no estuvo mal, muy buena la verdad).
Cuídense chicos 🙂
¡Hola! Sí, hay muchos voluntariados que pueden hacerse (incluso utilizando webs como woofing, worldpackers, etc). A lo mejor un día con más experiencia en el tema podemos profundizar más.
Que bueno que te haya gustado la entrevista, va a estar enlazada al blog próximamente.
¡Un abrazo!
No, no me refería al trabajo en ese sentido.
Sino porque estuvieron trabajando si es que se puede saber, porque recordé que en algún momento hablando con ustedes no tenían planeado trabajar en este primer gran viaje de ustedes, bueno a excepción de la granja aquella que fue más por error que otra cosa y de ahí mi duda y confusión.
Bueno si, quizás si lo hicieron por voluntariado, pero se que algunos como uno de los que mencionaste los trabajos son más de intercambio de comida y techo por trabajo, pero ustedes casa ya tenían donde quedarse gracias a Couchsurfing, por eso no estaría entendiendo aún, jeje.
Lo de entrevista tampoco me quedo muy claro, si fue porque el señor se cruzo con ustedes por allí en algún momento y se percato que no eran de por allí o simplemente se corrió la voz sobre ustedes.
Sí, incluso está la opción de ayudar por comida o simplemente por el hecho de ayudar en alguna tarea a un vecino o a alguien conocido. Hay de todo. Nos permitió aprender, y conocer más la comunidad latina por allá, que es en lo que queremos hacer énfasis en este post. A lo mejor en otro momento nos extendamos más al respecto.
Sobre le entrevista, terminamos hablando con el dueño del diario (es un pueblo chico jeje) y le pareció interesante hacernos esa nota. Fue un recuerdo muy lindo, la verdad.
¡Abrazo!