En esta última parte sobre aspectos de Montevideo que nos llamaron la atención, queremos hablarte de buzones y casas embrujadas, del transporte público, de moteles de asesinatos y algunas cosas más.
Y si te perdiste las entregas anteriores, te recomiendo rebobinar para no perderte nada sobre esta pequeña ciudad, más pequeña aún que su hermana uruguaya.
¿Pueblo de escenografia, o pueblo fantasma?
Ninguno.
La respuesta es ninguno de los dos, pero eso fue lo que sentimos cuando el desfile de autos del primer día que pisamos la ciudad se hubo esfumado. De repente la ciudad se sumió en el más profundo silencio.
Pleno domingo a la tarde, y un silencio que no entendía de tiempo libre ni de que, hace apenas unos minutos atrás, decenas de personas caminaban por esas calles.
Al principio pensamos que podía ser por el virus… a lo mejor este silencio es parte de aquello que llaman “nueva normalidad. A lo mejor es porque el domingo es el día que la gente aprovecha a descansar en sus casas. O quizás, como ese día había una temperatura más alta de la que debería en esa época del año, la gente había aprovechado a irse de picnic. Yo que sé.
Pero con el correr de las semanas nos dimos cuenta que, si bien los sábados podían escucharse algunas risas y voces en la calle principal, sobre todo viniendo del bar que quedaba justo frente a nuestra ventana, y entre semana al mediodía se escuchaba lo mismo pero proveniente de la plaza del café de al lado, el estado natural del pueblo era ese… silencio, vacío.
Sí, ya sé que cataloga como ciudad y no como pueblo, pero van a tener la amabilidad de excusarme el error; es imposible que intuitivamente me salga la palabra ciudad cuando pienso en éste Montevideo, y esa es precisamente una de las cosas que nos gustan de allí. Esa sensación de pueblo a pesar de ser ciudad es una de las características -no excluyentes- que hace que nos hayamos enamorado de algunas de las ciudades que visitamos (como nos pasó por ejemplo en Campeche, México).
Pero otra cosa que nos llama poderosamente la atención, algo que probablemente sólo les pasa a aquellas personas que nunca pisaron EE.UU. y caen en un pueblo como éste.
Nos sentimos como dentro de una película o serie de hace varios años atrás.
Tenemos reciente una serie que vimos durante la cuarentena en México, la cual se ambienta en los tardíos 80, principio de los 90, en un pueblo perdido -y ficticio- de EE.UU. y a cada paso que damos por la calle principal sentimos que de alguna manera viajamos no sólo en el plano físico (nos habíamos metido en la pantalla) sino también en el tiempo.
La pizzería con ese color ladrillo, los bordes blancos y el cartel gigante “Jake´s Pizza”, el café del “pueblo” con el toldito verde oscuro y los banquitos afuera, la oficina de correos, la imprenta y el local del diario, las casitas de madera y dos pisos con frentes de pasto cuidado y buzones blancos con banderines rojos, todo parece sacado de una serie; a veces no podemos evitar fantasear con situaciones que pudieran suceder súbitamente mientras caminamos por las callecitas traseras.
Y ya que lo menciono, déjenme tomar el pie que me di para el siguiente apartado.
Los Backstreet Boys tienen sentido ahora
Nunca antes nos habíamos puesto a reflexionar sobre el nombre de aquella banda de los 90 (es que acaso ¿alguien lo hizo alguna vez?) que cautivó el corazón de tantas jovencitas, pero estando en Montevideo el razonamiento llega como una luz que nos toma por sorpresa cuando alguien nos dijo “en la calle de atrás a la principal es donde se reúnen los adolescentes… a veces toman o usan marihuana” con todo el estigma en el tono.
Pero no quiero detenerme en lo que haga la juventud en aquellas calles, sino en la calle en sí… en las “backstreets”… las “calles de atrás”, traducido literalmente.
Tenés la calle principal (main Street), y justo detrás de ella, las “paralelas” son las que se conocen como “calles de atrás” y son el cliché hecho calle.
Escaleritas metálicas en forma de Z, que salen de una puerta que parece dar al vacío y terminan en el aire, pero donde deslizando otra escalera se puede llegar al pavimento (y donde los amigos se roban besos y dejan de ser amigos).
Locales no tan decorosos como para estar sobre la calle principal, pero que todos saben que existen y aparentemente los necesitan (como por ejemplo, los depósitos que podés alquilar para meter los petates que no usas mucho y no te entran en la casa).
“Salidas de atrás” de locales que pueden llegar a urgir, como sean bares y boliches (bueno, en realidad creo que todos tenían salida de atrás).
Todas esas cosas, pequeñas y cotidianas para los ciudadanos de Estados Unidos, eran detalles reveladores para nosotros… las películas y las series se basan en la realidad. ¡Qué descubrimiento! (nótese la ironía).
Incluso las «manzanas» en zonas no comerciales de Estados Unidos son distintas a como las conocemos nosotros, en lugar de ser tan solo 4 calles, imaginense una manzana con una mini calle (backstreet) partiéndola en dos, suele ser donde se sacan la basura, se guarda el auto, se tiene el garage, etc.., las casas suelen tener 2 puertas de entrada.
La casa embrujada de Montevideo… Swensson´s Farm
Porque no hay pueblo fantasma (o ciudad que se le parezca) ni serie de misterio de los 80 que no tenga una casa embrujada, la existencia de esta granja era casi necesaria para completar el cuadro del Montevideo esdrújulo.
Corrían nuestros últimos días en Montevideo cuando se me ocurrió estudiar más detenidamente la revistita que nos dieron en el City Hall, meses atrás… fue entonces cuando la descubrí, pero no fue sino hasta que, comentando sobre la granja con nuestro amigo Marc, éste nos dijo “ah sí, ese lugar está embrujado” y entonces nuestros ojos se iluminaron. La idea de un paseo a los alrededores se volvió una obligación (comandada por nuestra sed de misterio y esos cazafantasmas que llevamos dentro).
En 1871 Olof e Ingeborg armaron maletas en Noruega, arroparon a su hijo Sven y marcharon hacia Minnesota en busca del sueño americano. Con gran labor lograron prosperar mientras la familia crecía, y entre todos levantaron la que hoy se conoce como la Granja de los Swensson.
Hoy en día, esta mansión se mantiene como un museo en el cual podemos ver el mobiliario y deducir el modo de vida que llevaba esta familia noruega en el siglo XIX.
Bueno… eso en condiciones normales, pero como ya se lo podrán ver venir (vamos, un chupito de chocolatada cada vez que leen esto) actualmente el museo se encuentra cerrado por motivo del virus.
Nuestro amigo Marc conoce a la persona que tiene la llave de la Granja Swensson, así que con un rápido llamado nos hicieron saber que aunque no podría abrirse la puerta para nosotros (tampoco es que seamos parte de la Familia Real ni nada de eso) teníamos permiso para “curiosear” por los alrededores, cuidando de no tocar nada para que no se enciendan las alarmas.
Aunque la construcción por sí sola es bastante impresionante aun viéndola únicamente por fuera (nada más imaginar una casa de 22 habitaciones, 52 puertas y 59 ventanas suena apabullante) lo que a nosotros nos mueve es la leyenda de los avistamientos extraños en su interior. Por si esto fuera poco, mientras estamos de camino nos enteramos que en el mismo terreno de la casa, además de mantenerse el granero original, podía visitarse también el cementerio personal de los Swensson.
¿Alguna vez jugaron a Los Sims? ¿Se acuerdan de la familia Lápida?
Bueno, eso mismo.
Y por si un cementerio no es suficiente, al otro lado de la calle, bien cerquita de la granja, se levanta el cementerio público de la iglesia Luterana Saron.
Dos cementerios y una casa con rumores de apariciones. El misterio está servido señores.
Declinamos totalmente la idea de ir temprano en la tarde, y la cambiamos por ir al anochecer… acá hacemos las cosas bien o no las hacemos. Ver caer el sol con una casa embrujada a tus espaldas no es algo de todos los días.
Las leyendas sobre los acontecimientos paranormales en la casa Swensson no son especialmente únicos pero tampoco escasos; desde obreros que mientras remodelaban la casa -una vez la familia había muerto- aseguran haber escuchado puertas que se abrían y cerraban para luego descubrir un revolver que minutos antes colgaba de la pared del piso de abajo, pero esta vez aparecía puesto sobre la capilla del piso superior (porque si, tenían una capilla privada dentro de la casa).
Capilla que, dicho sea de paso, se cuenta que es donde Olof ofrecía misas en noruego, pero cuando las personas dejaron de asistir a ellas, él se dedicó a llenar los bancos con piedras a modo de asistentes y continuó con su labor religiosa, con rocas a modo de fieles.
Por supuesto, muchas personas acusan el típico chucho de frío cuando atraviesan la puerta, luces que pestañean, e incluso las clásicas apariciones borrosas en fotos. Incluso una señora que vivió un tiempo en la casa, junto con su familia, informó que era común llegar y encontrarse con los objetos de la casa re organizados, y que una noche fue expulsada de su cama por una fuerza misteriosa que la propulsó hacia el suelo.
También se cuenta sobre la cruz pintada -supuestamente- de sangre que apareció en los muros del sótano en 1967 justo cuando la Sociedad Histórica Local tomó posesión del inmueble.
En cuanto al cementerio, dado que en aquellos tiempos la medicina no contaba con los adelantos tecnológicos de los que disponemos ahora, era una práctica más habitual de lo deseable que algunas personas eran dadas por muertas y enterradas cuando en realidad no lo estaban (quizás por un repentino ataque de catalepsia, o un estado de coma muy profundo). No hay pruebas de esto, pero se cuenta que fue por ese motivo que Olof mandó instalar tubos (algunas versiones dicen que eran túneles) que conectaban las tumbas con el interior de su casa, y todas las noches escuchaba a través de ellos para confirmar que ningún miembro de su familia enviáse señales de auxilio aclamando haber sido enterrado vivo.
Si bien no vivimos ninguna experiencia de índole sobrenatural mientras estuvimos en la Granja de los Swensson, mentiría si dijera que no escudriñé las ventanas con la vista, una por una, intentando ver más allá de la oscuridad… y mentiría también si dijera que no me asomé a las pequeñas ventanitas del sótano que estaban a ras del suelo, esperando que una cara apareciera sorpresivamente al otro lado del cristal (o lo que es peor, que lo atravesara).
Y eso que la mayor parte de nuestra visita cada uno estuvo solo. No fue planeado, pero mientras Wa se fue a ver el cementerio yo visité la casa y Marc el granero. Cuando Wa miraba el granero yo me fui al cementerio justo cuando la luna se hacía notar en el cielo.
Pero la verdad es que la piel de gallina y los pelos erizados fueron reacciones dadas únicamente por el frío, que lejos de ser provocado por una presencia sobrenatural, les puedo asegurar que los grados bajo cero de aquel día son un hecho perfectamente natural.
Los moteles de asesinatos son reales
Ya que venimos con temas un tanto escabrosos, voy a mencionar fugazmente que estando en Montevideo tuvimos la oportunidad de ver uno de esos moteles que aparecen en las películas, esos en donde siempre ocurren los engaños que terminan más trágicamente de lo esperado, o donde te quedas encerrado justo cuando el dueño es un asesino serial con sed de sangre.
No tuvimos la oportunidad de comprobar lo del asesino porque no nos quedamos ninguna noche, pero por tonto que sea, nos hizo ilusión ver este tipo de motel en vivo y en directo.
Buzones de dibujos animados
Y ya que estamos con las cosas de las películas, a mí en particular me hizo ilusión comprobar que esos buzones blancos con banderín rojo no eran ni invento de Merrie Melodies, ni estaban en desuso.
No solamente están por todas partes, sino que además se usan como corresponde, levantando el banderín rojo y todo. También aprendimos algo interesante: resulta que no solo se utilizan para recibir, sino también para enviar correspondencia, sobre todo si vivís en una casa alejada de la calle principal. Con esto quiero decir que además de ser en el buzón donde te dejan las cartas y paquetes que recibas (y que quepan), si en alguna oportunidad tenés que enviar algo vos, simplemente lo dejás en el buzón, levantas el banderín, y así el cartero sabrá que hay algo dentro que debe ser recogido para ser llevado posteriormente al correo y enviado.
Así que, si ves un buzón de estos con la banderita roja levantada, o tiene correspondencia recibida o para enviar.
Claro que encontramos algunos buzones que me enojaron un poco, porque después de corroborar que la mayoría cumplían con las características de dibujo animado no podía tolerar ver uno pintado de negro o de marrón, que sea más grande de los “tradicionales”, y mucho menos que sea de plástico (que también los había). Pero no me quejo… los dibujitos animados no me mintieron.
¿Trancar la puerta? ¿Por qué? – Una seguridad peligrosa
Y este me parece el momento ideal para mechar esto, porque un poco va de la mano con los buzones.
Montevideo de Minnesota probablemente fue hasta ahora la ciudad más segura en la que hayamos estado, y varios son los motivos que abalan esta afirmación.
Ya sé que me van a decir… que no tenemos que olvidar que venimos de Latinoamérica, donde la inseguridad es algo más latente, que además Montevideo es una ciudad más pueblo que ciudad, que está en zona de campo, todo eso. Bueno, sí, pero es que así con todo, acá la cosa está a otro nivel en cuanto a seguridad se refiere.
Voy a empezar tirando el bombazo: acá, las puertas no se trancan.
Y no solo no se trancan cuando uno está adentro, sino que no se trancan ni cuando te vas por horas y horas de la casa, ni cuando te vas a dormir, obviamente. No pasa nada, nadie va a entrar.
Obviamente no dudo que haya personas que sí tranquen, pero en términos generales, comprobamos que eso de pasarle llave a las puertas es una práctica muy poco común, y no estoy hablando solamente de casas en medio del campo, sino en plena calle principal de la ciudad… calle que es la ruta principal por la que pasan los autos que van a ciudades más grandes incluso.
Es cierto que durante el viaje, muchas veces nos hemos sentido más seguros que en Montevideo Uruguay (de hecho, muchísimas veces) pero esto era tan fuerte que los primeros días cuando salíamos a caminar, nos parecía tan increíble que terminábamos trancando la puerta. A la semana ya nos acostumbramos y empezamos a dejar abierta, como todo el mundo.
Sí que es cierto que al irse por días de la casa, bueno, ahí sí que la trancan, pero sino… no seas exagerada ¿qué puede pasar?
Pero esperá que la cosa no termina acá.
Obviamente que es muy raro ver una casa con rejas, pero para más inri, lo normal era ir caminando y ver cosas tiradas en la calle, sobre la vereda, arriba de una mesa en el patio (abierto) como si tal cosa. Y con cosas digo bicicletas, máquinas de cortar pasto, autos con la llave puesta, juguetes, teléfonos celulares, etc.
Perdón… ¿teléfonos celulares?
Sí señor, teléfonos celulares modelo Iphone además (porque acá todo el mundo tiene Iphone).
De hecho, no pude aguantar y saqué una foto de una mesa sobre la vereda, sin rejas ni cerco alrededor, donde dos Iphone descansaban tranquilamente, y ningún alma a la redonda más que nosotros.
De más está decir que caminar usando el teléfono, sin tener que estar mirando a los alrededores y escondiéndose para usarlo, era posible. A mí me costó más de 1 mes caminar con el teléfono en la mano sin sentir la necesidad de esconderlo mientras iba por la calle.
Para rematar, quiero mencionar una última cosa que la primera vez que lo vimos fue en el City Hall, y pensamos que no era tan raro porque allí es donde está también la policía de la ciudad y por ende, un lugar que nadie se atrevería a robar.
Pero después lo vimos en la puerta de una casa, sobre la vereda… y luego en otra puerta.
En algún momento tuvimos que aceptar que eso era normal en éste Montevideo, claramente lejos del nuestro: los paquetes que entregan por correo, quedan en la puerta de la casa, sin abrir ni adulterar ni ser robados, hasta que el dueño se digne a entrarlos.
Y si no me creen, a las pruebas me remito.
Así que, obviamente, que el contenido de los buzones no sea robado no es tampoco una rareza.
Siguiendo esta lógica no debería tampoco sorprendernos ver tantas entradas de garaje abiertas por toda la ciudad; garajes llenos de herramientas y maquinaria de todo tipo a disposición de la vista de los curiosos (o sea, nosotros, porque para nadie más era raro ver un garaje abierto) y por supuesto, sin presencia de sus dueños.
Tenemos la esperanza que hay lugares así en todos lados (queremos creer), quizás incluso en el interior de nuestro Uruguay todavía sea así, pero no dejamos de sorprendernos cuando lo vemos con nuestros propios ojos, y siempre es un placer saber que existen estas realidades.
Eso sí… así como, debido a la falta de costumbre fue difícil bajar tanto la guardia estando allá, luego cuesta volver a ser precavido cuando salís de un lugar así.
Creo que ahora entiendo un poco más a esos turistas que veía por la Ciudad Vieja con una cámara de fotos enorme colgando del cuello.
La cultura de usar y tirar
No sé cómo será en los países de las personas que nos estén leyendo en este momento, pero de donde nosotros venimos, cuando algo no se usa más y si todavía está en buenas condiciones, se intenta vender o se regala a una persona o un grupo en particular que lo pueda necesitar. Si está roto, se trata de reparar. Al menos, eso hacemos las personas que no entramos en el estrato social más pudiente.
Pero en Montevideo nos encontramos con algo que habíamos escuchado que sucedía, no sólo en EE.UU. sino también en Europa, y no podíamos terminar de creerlo hasta verlo con nuestros propios ojos.
Lo primero fue una lámpara y un árbol de Navidad grande.
En otra oportunidad, carteles que anunciaban cajas con artilugios varios (desde figuras de E.T. hasta cosmética Nuvó del año de Maria Castaña y adornos para el hogar).
Y lo más potente que vimos, fue una chimenea a leña, que de alguna manera podía arrancarse enterita, y allá estaba ahora, ofreciéndose gratuitamente en la calle, y en otra oportunidad, un sofá de 3 cuerpos en perfecto estado.
Sí, cuando alguien tenía algo que ya no usaba, lo dejaba sobre la acera a merced de quien quisiera llevárselo, sin previo intento fallido de venta.
Por supuesto que cada vez que esto sucedía había que aclararlo con un cartel que dijera “free” (gratis) porque al ser normal ver cosas tiradas en la calle, era necesario aclarar cuando éstas aun pertenecían a alguien o estaban allí esperando a que otra persona se las llevase, no sea que te lleves la bicicleta del botija que la dejó tirada en la vereda pero que sigue siendo de él.
El lugar donde caminar y el transporte público están en especie de extinción
Así vamos, una de cal y otra de arena.
Nosotros somos gente que le gusta darle a la patita… bueno, le gusta y además no les queda otra, eso está claro.
Nunca nos había pasado de sentirnos sapo de otro pozo por algo tan simple como lo es caminar… pero eso fue hasta que llegamos a Montevideo.
Ante la novelería de la ciudad, lo linda y prolija que nos parecía, y esas hormigas en el traste que solemos tener, no era raro vernos caminar las callecitas de Montevideo de pe a pa, buscando rinconcitos nuevos, o re visitando los que más nos habían gustado. Y ante el tema de la seguridad extrema latente, lo hacíamos a todas horas, de día y de noche, cuando ya todos dormían.
Lo curioso es que cada vez que salíamos a dar vueltas, sentíamos que lo hacíamos con un disfraz de Godzilla o algo por el estilo, porque no sólo los autos se detenían 1 cuadra antes de que cruzásemos las calles, sino que además, muchas veces la gente nos quedaba mirando fijo desde dentro de sus autos estacionados, o desde sus casas.
Algunas veces incluso llegamos a sentirnos como si fuésemos sospechosos de algo… y lo éramos. ¿De qué?
¡De caminar!
En EE.UU. con 16 años no solo es legal conducir, sino también tener tu propio auto, y en los pueblos o ciudades pequeñas se da mucho que la gente va en auto a todos lados. Y créeme, cuando digo todos, es TODOS lados… hemos visto gente subirse a un auto para ir 3 cuadras más allá. Y esto es algo que no se cernía únicamente a gente adulta, ya que lo vimos incluso en adolescentes con un estado físico de deportistas (acordáte, con 16 años ya podés tener tu auto y conducirlo, legalmente).
No es un tema de imposibilidad, es un tema cultural, es una costumbre.
Así como para nosotros es normal caminar, para ellos es normal no hacerlo… a veces hasta les resulta ininteligible.
Claro, después te metés a un local de venta de autos usados, y ves tremendas máquinas en perfecto estado a 500 dólares y todo te cierra.
Si a eso le sumamos los sueldos que se ganan, podríamos decir que, con trabajar 5 días y ganando el sueldo mínimo, ya podés comprarte un auto. Y con ese sueldo, mantenerlo tampoco es problema.
Obviamente estoy tomando pocos factores en cuenta en este ejemplo, y dejando fuera otros, pero lo que estoy intentando es explicar el por qué la cultura del manejar a todos lados es tan latente. Lo que para nosotros puede significar un lujo, acá es algo normal.
Nos dijeron que en ciudades como New York es totalmente lo opuesto, y eso se debe a que el transporte público es tan abundante y eficiente, que resulta mucho más sencillo moverse en él que teniendo auto propio (donde seguro te pasas más tiempo en embotellamientos que avanzando). Así que al tema cultural le sumamos un tema de locación, quizás.
Pero ya que hablamos del transporte público en New York, aprovecho para comentar otra cosa que nos llamó la atención, y que sumado a los precios de los autos y los montos de los sueldos puede contribuir a esto de “no caminar”… y es que el transporte en Montevideo Minnesota es inexistente.
Bueno, inexistente por completo tampoco, pero casi.
Una vez vimos pasar una especie de mini bus blanco, con un logo y un nombre pintado. Intentamos recordar el nombre para preguntarle a Marc qué era ese bus, y si podemos llegar a utilizarlo.
Él nos responde que, si bien en Montevideo no hay transporte público, existe un bus que suelen utilizarlo las personas mayores que no pueden manejar. El mismo te transporta a pueblos en los alrededores de Montevideo, pero la frecuencia es muy baja.
Nos maravillamos. Era mejor que nada.
El tema es que, si ya de por si la frecuencia es muy baja, un cartel en la calle que oficia de parada alertaba que, por motivos del virus, ésta sería aún menor.
Por eso, ver uno de estos buses era más o menos como encontrarte con un pokemon legendario; nosotros lo vimos unas dos veces. En una de estas oportunidades estaba vacío, regresando, y en otra estaba estacionado con las puertas abiertas, pero igualmente vacío.
Y no, nunca vimos gente esperando en la parada.
A lo mejor se te puede ocurrir proponer que entonces, a lo mejor la gente que no tiene autos (esas pocas excepciones) toma taxis.
Bueno, no dudamos que en otras ciudades así sea, pero en Montevideo existe únicamente un taxi, y la manera de tomarlo es “contratándolo” telefónicamente (el teléfono está puesto en la cartelera de anuncios del supermercado de la ciudad).
Si el bus era un pokemon legendario, ver a este único taxi era el Mew de los transportes (disculpen tantas alusiones frikis, digamos que era EXTREMADAMENTE difícil verlo).
Nosotros podemos considerarnos afortunados, porque no sólo pudimos verlo 2 veces en 3 meses, sino además filmarlo una vez. Fueron momentos épicos de nuestra estadía en Montevideo. Nos quedamos con las ganas de subirnos, pero siendo el único disponible, no podemos imaginar los precios que manejaría ese taximetrista.
Now hiring!
Anteriormente mencioné que con 5 días de trabajo a sueldo mínimo te podías comprar un auto, ¿verdad?
Bien, y es que si bien EE.UU. es un país caro, también es cierto que conseguir trabajo, al menos en los estados que nosotros nos movimos, parece ser algo bastante sencillo. ¿Por qué decimos eso?
Porque era imposible salir a caminar por los alrededores de Montevideo sin ver al menos 10 carteles que dijeran “¡Estamos contratando!”.
Cierto es que la mitad de estos carteles ofrecían trabajos con sueldos bajos, tomando en cuenta el país en el que estamos, es decir, unos 13 dólares la hora. Pero que hay posibilidades de trabajar, nos consta que las hay. Y hasta nos arriesgaríamos a decir que con un sueldo de esos, una persona puede llegar a subsistir con un promedio de vida relativamente escueto… pero ya no nos queremos meter en este berenjenal porque tampoco es que nosotros hayamos vivido la experiencia de alquilar ni de pagar las facturas de nada, así que no podríamos asegurarlo al 100%.
¿Creemos que es posible? Sí.
¿Deberían tomarnos la palabra sin dudarlo? No.
Pero ahí les dejamos el dato: al menos en el norte trabajo hay, y según comprobábamos luego en el diario local (porque viendo el cartel en la calle nomás no te enterabas de los detalles), muchos de ellos no pedían gran experiencia o demasiados requisitos.
Los clasificados más bizarros
Esta es otra de esas secciones donde la gente que vive en zonas de campo alrededor del mundo nos va a tener que disculpar, y también les invitamos a que nos digan si esto es normal en todas las zonas rurales o semi rurales del mundo, porque para nosotros fue algo nuevo y no podemos evitar que nos cause gracia.
Y es que una vez se nos ocurrió mirar la sección policial en el diario local, es decir, la sección donde se publicaban las denuncias que se habían hecho esa semana a la policía. Nos encontramos con algunas joyas que tuvimos que leer dos veces para chequear si nuestro entendimiento del inglés nos estaba causando malentendidos, o si realmente estábamos leyendo bien: desde denuncias del avistamiento de un señor caminando con guantes violetas a la medianoche por la calle principal (y ya está, no pasaba más nada), hasta dos personas que se pelearon verbalmente y en el furor de la trifulca, uno lanzó un sandwiche de pollo al otro (nueva arma blanca… no me extraña, al ser carne blanca).
También nos sorprendió (y acá nos ponemos serios) encontrarnos con noticias de suicidios, tomando en cuenta que Montevideo es una ciudad tan chica. La sorpresa se convirtió casi en misterio cuando descubrimos que habían ocurrido 4 suicidios, uno por día, en fechas casi consecutivas y todos en la misma calle. Sí, en la misma calle.
La detective privada que llevo dentro quería salir a investigar esa dichosa calle, pero para cuando leímos eso, ya estábamos a punto de irnos de Montevideo y el misterio continuó siendo eso, un misterio que esperamos a estas alturas haya quedado en el pasado sin nuevas repeticiones.
¡Adopte una autopista!
Siglo XXI, la época donde la palabra “adoptar” se utiliza ya no sólo para referirse a todo tipo de seres vivos, sino también a autopistas. Sí sí, así como lo lees, en EE.UU. podés adoptar una autopista.
Y me arriesgo a decir que es algo no solo a nivel estatal, porque lo vimos en más de un estado.
Al principio nos daba gracia ver carteles cada dos por tres en la ruta que decían “Adopt a Higway”… después, el chiste dio paso a la curiosidad, y fue cuando preguntamos a nuestro oráculo estadounidense, nuestro amigo Marc, qué carámbanos significaba eso de “adoptar una autopista”.
Marc nos explica que tanto una empresa como una familia, o incluso una persona, pueden “adoptar” un trozo de autopista, es decir, hacerse cargo ante la ley de mantener limpio un trozo de la ruta (2 millas, para ser exactos), con todo lo que ello conlleve. Tu responsabilidad para con ese trozo de carretera debe ser de 2 años como mínimo, y la cantidad de veces que tenés que ir a limpiarla varían según la zona que hayas adoptado.
Es por eso que a veces, en esos carteles, además de leerse “adopte una autopista” podía leerse además el nombre de una familia o de una empresa; era porque cuando eso sucedía era porque ese trozo de carretera ya estaba bajo adopción.
Cuando no había nombre de nada, ese trozo estaba a disposición de quien quiera adoptarla.
La explicación se vio completa un día que vimos un grupo de personas con chaleco amarillo fluorescente juntando basura al costado de la ruta.
No sólo las canchas están impolutas
Siguiendo el hilo de la limpieza, no podemos dejar de mencionar el estado en que la ciudad entera se encuentra. Las papeleras por supuesto existen, y aunque no hay una en cada calle como uno podría imaginar ante semejante pulcritud, no solamente las aceras sino además los parques, e incluso las canchas están en un estado que da gusto.
Nos encontramos, lastimosamente, sorprendidos ante las redes de los aros de basquetball que se mantenían en su sitio, los aparatos para entrenar empujones para el futbol americano con su polifón completamente sano y sin grafitear, las canchas de tenis abiertas al público que mantenían su red en perfectas condiciones.
Los canteros con flores se vieron únicamente afectados por la nieve, cuando ésta comenzó a caer en Octubre; antes de eso, nadie las arranca, nadie las destruye.
No es la primera vez que vemos este tipo de cosas en este viaje, y nos alegra decir que en varias zonas de latinoamerica, y contrario a lo que mucha gente piensa, el respeto por la propiedad publica y la limpieza es también latente, pero Montevideo de Minnesota es probablemente el lugar que se queda con el primer puesto, si existiese un ranking.
Sabemos que la mayoría de las trilogías se van degradando, y ni que hablar de las secuelas, pero esperamos que todavía no te hayas aburrido de leer sobre el Montevideo de Minnesota, porque aunque esta seguidilla de posts con aspectos que atraparon nuestra atención (para bien o para mal) termine con esta tercer entrega, todavía nos quedan varias cosas más que contarte sobre nuestro pasaje por el Montevideo esdrújulo: vivencias, personajes, comida, precios, festividades y acontecimientos vividos, y también algunas “curiosidades subjetivas” más.
De hecho, yo te diría que lo mejor que nos llevamos de esta ciudad está todavía por venir.
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