A Dangriga caímos a raíz de otra invitación, esta vez del Hotel Chaleanor, cuyos dueños nos ofrecían 3 noches de hospedaje.
Poca había sido la información que buscamos sobre la ciudad, porque preferimos dejar que nos sorprendiera.
DANGRIGA
La primera camioneta que nos sacó de Riversdale y nos acercó un poquito a Dangriga, fue la de 2 inquilinos del lugar donde nos estábamos quedando, ella una estadounidense en sus cincuenta que siempre llevaba los labios pintados, y el, un tipo que mantuvo a Wa nervioso nuestros dos días en el pueblo porque el juraba que ese señor era Klinsmann, un jugador de futbol de Alemania.
Aunque en varias oportunidades habíamos buscado las fotos del futbolista en internet tratando de compararlas con el tipo, nunca lo habíamos tenido tan cerca como la vez que nos llevó en auto, y fue entonces cuando comprobamos que, aunque el parecido era impresionante, no eran la misma persona.
La segunda espera haciendo dedo estuvo entretenida gracias al descubrimiento de la nueva habilidad adquirida de Wa: la capacidad de hablar Gallensis.
Wa se pasó todo el rato que esperábamos en la ruta, charlando muy entretenido con un gallo que estaba en la acera de en frente, y no demoraba en responderle.
La camioneta gris que se detuvo interrumpió la conversación en el mejor momento (digo yo, como suele suceder cuando las conversaciones son interrumpidas) y sus conductores canadienses nos permitieron ir en la caja.
Todos íbamos a Dangriga.
Segundos después, una muchacha se sube a la caja y se convierte en nuestra compañera de viaje.
El viento nos hacía hasta a los gritos, pero sus expresiones de asombro ante nuestra forma de viaje no necesitaban de sonido.
Dangriga nos recibe con el monumento a los tambores, bajo el cual se lee «Drums of our fathers».
Una vez allí, indagamos un poco en las revistas que la oficina de migración ofrece al entrar al país, y descubrimos que esta ciudad es la capital cultural de Belice, y cuna del Garífuna, lo cual no sólo representa un idioma sino además una etnia y cultura en particular, cuya máxima festividad se celebra en noviembre, y recuerda un poco a nuestro carnaval.
Fuera de este mes, Dangriga no es la ciudad más popular de Belice, y la mayoría de los turistas prefieren pasarla por alto, a pesar de tener fácil acceso a uno de los principales tesoros de Belice: la barrera de corales, declarada como una de las más grandes por la UNESCO.
Apenas entramos a la ciudad, comenzamos a caminar buscando el hotel que nos recibiría como invitados durante algunos días, y en el camino comprobamos que éramos los únicos extranjeros caminando por la zona, que además, era mucho más tradicional que los demás lugares donde habíamos estado, y mientras que en Belize city y Riversdale era normal ver mucha gente con rasgos Norteamericanos o europeos, en Dangriga únicamente vimos personas morenas, seguido por indios y algunos chinos, siendo estos dos últimos los que solían atender los locales (con excepción de los ambulantes y puestos de mercaditos).
La historia parecía repetirse y todo se veía como un reflejo apenas distorsionado de Guyana.
Cuando estábamos a un par de cuadras de nuestro destino, una bicicleta se acerca y un señor flaquito, moreno de barba y cabellos blancos nos ofrece ayuda para encontrar el hotel.
Ya sabíamos dónde teníamos que ir, así que el señor se limitó a acompañarnos, indagando un poco sobre nuestro país, y ofreciéndonos tours y visitas guiadas.
Cuando llegamos al hotel, el señor se sienta en los sillones de la recepción, y nos cuenta que tiene un bar en la ciudad, justo al lado del puente, así que cuando quisiéramos podíamos ir a desayunar o almorzar allí, y nos podría recomendar visitas guiadas y tours.
No sabíamos cómo hacerle entender que nosotros no íbamos a comprar nada de eso, pero le agradecimos la compañía y el ofrecimiento, y solo después de insistirnos algunas veces más, el señor se fue.
Finalmente, nos dedicamos a conversar con Karen, la chica del hotel con quien habíamos estado en contacto previo a nuestra llegada.
CHALEANOR, UN HOTEL FAMILIAR EN EL CORAZÓN DE DANGRIGA
Karen era oriunda de Honduras, motivo por el cual hablaba un español perfecto.
Luego de asignarnos un cuarto en la «zona de mochileros del hotel» nos contó un poco sobre su llegada a Belice y sobre las facilidades del hotel.
El Chaleanor Hotel es un negocio familiar, y eso es algo que se ve reflejado en la atención de su personal, siempre amigable y con atenciones dignas de un padre o una madre.
Siempre tienen chicos estudiantes de las carreras de hotelería que van a hacer sus prácticas durante 15 días atendiendo en la recepción del hotel, por lo que es normal ver que el personal de algunas zonas varíe cada poco tiempo.
Karen nos contó que siempre les gustó dar oportunidades a todas las personas, independientemente de su forma de viajar, es por eso que el hotel cuenta con 2 zonas, la parte pensada para los mochileros, donde las habitaciones son más austeras, los baños son compartidos y los precios más bajos, y la parte dedicada al turismo un poco más pudiente, donde las habitaciones cuentan con más comodidades (como baño privado, agua caliente, televisión y muebles).
A nosotros se nos dio la oportunidad de quedarnos en ambas zonas, así que permanecimos 2 noches en la zona para mochileros y una en la habitación más cara del hotel, con un costo de 137 dólares por día.
Además, en la recepción del hotel siempre hay café, agua potable (fría y caliente), microondas, y bananas para servirse libremente, independientemente de la zona en la que te hospedes.
No podemos dejar de mencionar la vista que se disfruta desde la azotea del edificio, donde se pueden apreciar los verdes azules del agua y la ciudad contrastando con semejante obra de la naturaleza.
EL FIGURETI DE DANGRIGA Y LOS CHINOS SALVAVIDAS
Todo hay que decirlo, aunque entendemos que culturalmente Dangriga represente una parte importante de la cultura del país, nosotros no pudimos encontrar el encanto que nos hubiera gustado.
A lo mejor no llegamos en la mejor época, o la constante llovizna nos aguó un poco la visión, o quizás el verdadero encanto de la ciudad se basa en el carnaval y en los tours para realizar snorkel.
Además, el clima en Dangriga nos resultó bastante cambiante, un día nos moríamos de calor y al otro casi no podíamos caminar del viento frío y la llovizna finita que pinchaba la cara.
Ya nos había dicho la muchacha que iba con nosotros en la caja de la camioneta mientras se agarraba la peluca para que no se le volara: «el clima en Dangriga es loco», seguido por «oh nooo, my wiiig!» («¡nooo, mi peluca!»).
Así con todo, cada día que estuvimos allí salimos a caminar por los alrededores, un poco para conocer y otro poco para comer.
Y cada uno de esos días se repetía la misma historia: entrábamos a alguna tienda para comprar galletas, pan o sopas instantáneas, cuando escuchábamos una voz a nuestras espaldas “¡Hey Uruguayans!» y veíamos acercarse al señor que nos había acompañado al hotel en nuestro primer día en Dangriga.
No nos hablaba mucho, simplemente nos recordaba que podíamos comer en su bar y que podía vendernos buenos tours.
No importaba dónde estuviésemos, a qué hora, o a qué tienda entrásemos, cada día, cuando menos lo esperábamos escuchábamos el grito «¡Hey Uruguayans!» y veíamos venir al señor para ofrecernos la comida y el tour.
Al tercer día, la sensación de Deja-Vu daba lugar al siguiente nivel, que sería «Día de la marmota».
Y no era que no quisiésemos comprarle comida al señor, es que habíamos aprendido que en Belice la mejor forma de sobrevivir con bajo presupuesto era comiendo sopas instantáneas y galletas en el supermercado chino, y en Dangriga en particular comprando además las hamburguesas de U$S 1,5 en un antro de mala muerte con pinta de bar de viejos, regentado también, como no, por una pareja de chinos.
En un país tan caro, habíamos encontrado el santo grial del presupuesto mochilero, y no pensábamos dejarlo ir.
Él cocina y ella atiende.
La chinita se la pasaba mirando programas chinos en su celular, y apenas me entendía cuando le decía «two chicken burguer». Él ni siquiera nos dirigió la palabra una vez.
Wa se preguntaba «¿por qué vendrán acá los chinos?» y la pregunta se basa en el poco interés que suelen mostrar, hablando en términos generales, frente a la cultura del país al que van, partiendo de la base que la mayoría de los chinos que conocimos viviendo en otros países apenas hablan el idioma del lugar en donde están, y algunos de ellos llevaban ya varios años viviendo allí.
A lo mejor hay que vivir la misma situación para entenderlo, no quiero caer en prejuicios, pero la situación resulta cuando menos intrigante.
Por el momento, las respuestas más lógicas que se me ocurren son las siguientes: migran únicamente porque las condiciones de vida del país al que van son mucho mejores que las que tenían en su país, aunque eso implique vivir en una cultura que no les interesa tanto.
Y la otra opción es que son espías.
Ya está, son las cosas más lógicas que podemos ahora mismo.
De todas maneras, un día arriesgamos nuestro presupuesto y fuimos a comer al mercado, porque le habíamos prometido a Karen que probaríamos la comida que vendía su hermana allí.
Además, siempre nos gusta comprarle algo a la gente local, aunque sea una vez, sobre todo en países donde los dueños de las grandes tiendas suelen ser extranjeros que en la mayoría de los casos ni siquiera se integran a la cultura, relegando a las personas autóctonas del país a tareas secundarias o tiendas más humildes.
Nancy era como un clon de su hermana y por U$S 3,5 cada uno nos ofreció un plato de puerco frito con ensalada y el típico e infaltable «Rice and beans».
La comida en Belice era bastante simple, y siempre pero siempre, sin importar el plato que sea, venía acompañada de Rice and Beans, que era como la baleada del hondureño, la tortilla del salvadoreño, el mate del uruguayo, el arroz del panameño, el pinto del costarricense, el plátano del ecuatoriano, la sopa del boliviano, la chicha del peruano, la palta (aguacate) del chileno… en fin, creo que la idea se entiende.
En una de nuestras caminatas por la ciudad, buscando aquello que la haga memorable, nos ocurrió algo curioso: un señor caminaba por la vereda, mientras nosotros íbamos demostrando nuestra sangre latina caminando por el medio de la calle. El señor era moreno, con barba y pelo blancos, de unos 70 años quizás, flaco y alto, y caminaba bamboleándose un poco hacia los lados.
Wa le pasa por al lado y lo saluda, como saludamos muchas veces a la gente que pasa, y como así también nos saludan a nosotros muchas veces.
El tipo se frenó en seco, y con sus ojos cataratosos que los hacían parecer celestes nos mira con fiereza y dice «¿Estás tratando de darme celos?».
Yo entendí, pero me quedé quieta y callada, mientras veía que Wa no entendía nada y me miraba buscando pistas y después lo miraba a él.
El señor repitió «¿Estás tratando de darme celos?» y yo que entendía, me pareció más sensato no traducirle nada a Wa y hacerme la desentendida; simplemente me parecía que en esta situación de suspenso lo mejor era hacerse el que uno no entendía.
Funcionó.
Wa se acercó y el tipo al ver que no entendía lo que le estaba diciendo, le preguntó de dónde era, y cuando le dijo que, de Uruguay, el señor pensó unos segundos, buscando el mapa en su cabeza y cuando recordó se sorprendió.
Al final, terminamos presentándonos, dándonos la mano, y él se despidió con la frase «pásenla bien en Belize y compren algo».
Nos quedaba todavía una parada en Belice y no podíamos imaginar que todavía teníamos experiencias tan extrañas por vivir.
Vos sabes que después de ver y leer unas historias que creo que quedaron guardadas en el perfil de Instagram de los chicos de Marcando el Polo justamente sobre la situación de los chinos en nuestro continente, más aún por estos lados latinos y aunque acá en Uruguay casi son inexistentes verlos como habitantes o comerciantes, quizás más en Montevideo en la parte céntrica que creo recordar haber visto alguno en mis idas por la capital pero probablemente aca los que hay sean contados con los dedos de las manos respecto al resto de América y he tenido alguna experiencia de entrar algún supermercado donde los dueños son justamente de dicho país, pues haber leído esas historias me hizo entrar en razón y pensar que quizás sea así su situaciones y el porque muchos son como son.
Si no las vieron les recomiendo que lo hagan y capaz que cambian un poquito de idea 🙂
Si, vimos la historia que nos comentás, hace algún tiempito atrás.
En realidad, no es que podamos cambiar de idea porque no tenemos ninguna desarrollada sobre el tema; estamos esperando conocer a alguien de alla en primera persona y poder conversar sobre este tipo de cosas y mucho más 🙂 .
O sea, como poníamos en el blog, nos genera curiosidad (mas alla de saber lo que comentaban los chicos en su historia de Instagram) pero no podemos juzgarlos porque tampoco sabemos la situación por la que están pasando.
Por eso nos limitamos a comentar cómo suele ser el trato que nosotros vivimos con ellos (hablando en terminos generales claro, que no es que todos nos hayan tratado exactamente igual) pero sin criticarlos negativamente ni nada por el estilo, sino desde una perspectiva objetiva.
Como dijimos por ahi «A lo mejor hay que vivir la misma situación para entenderlo, no quiero caer en prejuicios, pero la situación resulta cuando menos intrigante».