La distancia entre la frontera con El Salvador y Guatemala se recorre fácil, mucho más de lo que creíamos.
Alguien nos dijo que Guatemala nos recordaría a Perú, y nosotros evocamos en nuestros pensamientos, como buenos uruguayos amargos que a veces no dejamos de ser, todo lo malo del país andino. Pensamos en la suciedad, en el regateo extremo y muchas veces insuficiente, en lo difícil de hacer dedo, básicamente, en todas las cosas que no rescatamos de Perú.
Pero nos equivocamos, y nos equivocamos para bien.
De a pequeños tramos, unos 5 vehículos fueron los que nos acercaron los 120 kms que nos separaban de la capital (ciudad de Guatemala), y así como la bienvenida a Honduras nos la dio un guatemalteco en su camión transportista, hablándonos maravillas de su país, la bienvenida a Guatemala nos la dio un Mexicano que le dijo a Wa «México también les va a gustar mucho güerito«.
En una de las cortas esperas, mientras hacíamos dedo a las afueras de un pequeño pueblo, mientras algunos niños y no tan niños nos miraban desde la puerta de sus casas, con la curiosidad de cuándo alguien se llevaría a estos gringos de la ruta, un auto se detiene y Wa corre detrás.
Yo espero, mientras custodio las mochilas, y por si acaso, sigo haciendo dedo.
Cuando me giro para ver qué estaba demorando tanto a Wa, que ni venía él ni venía el auto, lo veo a los abrazos con un tipo y me quedo con cara de póker, sin entender qué estaba pasando ni por qué yo me lo estaba perdiendo.
Cuando Wa se acerca corriendo y el auto arranca, me explica: el chico del auto que se detuvo no iba en nuestra dirección, pero como quiere ser mochilero en un futuro cercano, quería ayudarnos como sea, así que nos dio 40 quetzales (aproximadamente U$S 5), que se convirtieron en nuestro primer poder adquisitivo del país.
Todavía estábamos comentando la situación, cuando un camión se detiene y ofrece llevarnos a la entrada de Ciudad de Guatemala, nuestro destino.
CIUDAD DE GUATEMALA
Un bus local nos recibió a puro Eros Ramazzoti, mostrando el videoclip en una pantalla de 20″ donde Eros, además de cantar «gracias por existir» hacía dedo en la ruta. Le siguieron Los Auténticos Decadentes, y luego podía ver, por el espejo retrovisor, que la señora del asiento de adelante cantaba La Oreja de Van Gogh.
Además, nos cobraron el precio correcto.
Definitivamente, la bienvenida de Guatemala no era mala.
Nos encontramos en la ciudad, con otro viajero experimentado, de aquellos que viajan para conocer y no para tachar países de una lista imaginaria, un señor mayor colombiano que vivió casi toda su vida por Guatemala. Él fue quien nos dijo una frase sobre la ciudad que nos quedaría grabada a fuego y que más adelante entenderíamos: «Ciudad de Guatemala no tiene nada para ver… es muy interesante».
Ese contraste que él lograba encontrar nos parecía enigmático, y podía fácilmente confundirse con un cumplido como con un insulto, la única forma de entenderlo, era experimentando la ciudad por nosotros mismos.
Así que después de muchas charlas sobre viajes, sobre África, anécdotas de las que marcan y todo eso, salimos a recorrer la capital.
Y descubrimos tanta verdad en esa frase que al principio no decía nada, que se nos hace difícil darle un enfoque a nuestros días por la capital; recorrimos tanto y tan poco, que no encontramos los subtítulos adecuados, así que vamos a hacer nuestro mejor esfuerzo.
La ciudad que, dentro de su voluptuosidad, no tiene nada.
Lo primero que notamos fue el clima, por fin después de casi un año de puro calor (practicamente desde Perú) que no sentíamos un clima agradable, aunque fuera templado.
El «árbol Gallo» era, a día de hoy, el principal punto de encuentro y guía de la ciudad; se había levantado hacía poco en conmemoración de las Navidades próximas, y además de ser un recordatorio de estas fechas, lo era también del poder adquisitivo que los fundadores de esta empresa tienen en el país.
¿Empresa?
Sí, porque «Gallo» es el nombre de la marca de cerveza más reconocida del país, al punto de ser la marca que más presencia marca en la ciudad.
Era normal ver tiendas de todo tipo, desde restaurantes hasta hoteles, en donde el cartel que los anunciaba era ocupado en un 70% por la cara del gallo, y apenas el otro 30% restante del cartel, medio apretado, se leía el nombre del establecimiento en cuestión.
Bajo el árbol gallo se rendía homenaje al elixir, cuando a la tardecita y sobre todo durante los fines de semana, se juntaban hordas de señores a tomar cerveza, alrededor de este pino ficticio que, en realidad, nada tenía que ver con renos y trineos.
Los buses que comúnmente se ven en Ciudad de Guatemala son antiguos buses escolares norteamericanos (como el de los Simpson), con una mano de pintura, bastante coloridos, que le dan un toque “latino” a tanto cemento.
Otra cosa que encontramos, para no faltar a la tradición, fue un cartel que anunciaba el concierto de una banda uruguaya, y si sos un lector asiduo de nuestro blog sabrás que me estoy refiriendo a «Los Iracundos», esa banda que mientras que en Uruguay solamente tocan en La noche de la Nostalgia, vienen pisando fuerte en casi cualquier país de Latinoamérica en donde hemos estado.
Buscando calles nuevas entre las cuales caminar, desembocamos en la que luego nos enteraríamos era la zona 8, unas calles llenas de tiendas de repuestos de autos, el clásico barrio de los repuestos y cambalaches que toda gran ciudad tiene en algún rincón, donde, además, varios señores tiraban en la calle sus lonas con partes de máquinas y juguetes viejos, y acompañados de botellas de vino vendían lo que podían.
Muchos nos gritaban «gringos«, pero a pesar de que el ambiente que se respiraba tenía claramente un tufo clandestino, nadie se metió con nosotros.
Horas después, el viajero con quien nos estábamos quedando se echaría a reír cuando le contamos que habíamos estado paseando por esas calles, y al ver nuestra cara de no entender nada, nos dice «bueno, están vivos, eso es lo que importa».
Aparentemente, esa zona era de las «no recomendadas» para los extranjeros, pero allá fuimos como siempre a meternos a la boca del lobo.
Así con todo, estábamos plenamente conscientes de otras zonas en donde no debíamos entrar debido a estar manejadas por pandillas de maras, zonas como la 18, el barrio limón, y el paraíso.
Y estos detalles ya los sabíamos desde antes de ingresar a la ciudad, cuando nos lo advirtió uno de los tantos conductores que nos llevó a dedo (o a jalón como dicen por estos lares).
La calle de las tiendas de repuestos desembocó en una especie de plan ambicioso que buscaba ser una Torre Eiffel, pero se quedó por el camino, y de cuya historia nos enteraríamos luego: se llama la «Torre del Reformador», y fue fundada en 1935 en honor al noveno presidente de Guatemala por la cantidad de obras que aportó a la ciudad.
Tiene casi 72 metros de alto, y aunque nuestra foto no le hace justicia, créanme si les digo que durante la noche y desde una buena perspectiva, esta torre se transforma en algo mucho más pintoresco.
Nuestros pasos nos llevaron a una especie de Parque Lineal, donde un día de semana a las 3 de la tarde está prácticamente desierto, lo que lo convierte en el lugar y horas ideales para pasear, en caso que tengan esa libertad.
Y así sin rumbo dimos con una estatua que ya conocíamos previamente gracias a haber visitado antes el Museo Numismático de la ciudad, y habernos encaprichado con la obtención de un billete.
El Museo Numismático de Guatemala es uno de los pocos museos gratuitos que vas a encontrar en la ciudad, de hecho, nosotros no encontramos más que ese.
Aunque ese nombre suene tan rimbombante y misterioso, lo que en su interior van a encontrar es básicamente la historia de la acuñación de la moneda guatemalteca, desde aquellos trocitos de metal con forma de huevo frito hasta la moneda como la conocemos actualmente.
Claro que también tienen muestras de billetes, y una parte interactiva en donde pueden pintar el logo del museo (que es el logo que permaneció en la moneda de Guatemala por mucho tiempo) en un papel, con la típica técnica de la crayola sobre el metal.
Mientras veíamos los billetes, desde los más antiguos (que, de hecho, eran los más grandes) hasta los actuales, nos enamoramos de un billete que tenía a un indígena nativo del país, y valía apenas 0,50 quetzales, pero para nuestra desgracia, ya no estaba en circulación, mucho menos en producción.
Pero nos gustó tanto este billete, que ni cortos ni perezosos, a la salida nos dirigimos al mostrador donde estaba la persona que nos recibió al entrar, y le preguntamos dónde podíamos conseguir ese billete.
Nos mandó a averiguar en el banco que se encontraba en el segundo piso, pero con un toque misterioso, nos susurró otra cosa más «si no pueden conseguir, vuelvan, que yo puedo ayudarlos«.
En el banco del segundo piso nos dijeron que ya no se producían más, así que no era posible conseguir ese billete.
Un poco decepcionados, volvimos con el señor del mostrador que nos había susurrado algún tipo de propuesta indecente.
Situaciones desesperadas requieren métodos desesperados.
El señor nos dijo que casualmente, él tiene un billete de los que buscábamos, y desapareció en un cuarto de esos que dicen «sólo para el personal».
Cuando volvió, traía un billete en impecable estado, con apenas un doblez en medio, como si lo tuviera guardado en una billetera, y así nomás lo extendió hacia nosotros.
En pago, le quisimos dar 7 quetzales, que eran 2 quetzales más caro de lo que nos había comentado el mismo que lo cobraban en el banco (si es que tenían alguno).
El muchacho no aceptó el dinero, dijo que no nos preocupásemos, y con una sonrisa nos dejó parados en el mostrador sin entender qué ganaba ese hombre de todo esto.
Evidentemente, ese billete lo tenía guardado en una billetera, y si, a lo mejor él tenía más en su casa (asumo), pero así con todo, el simple acto de regalarnos algo que ya no está en circulación nos enterneció el corazón, y nos fuimos casi saltando como Heidi en las montañas.
En esta racha de recorrer museos, nos fuimos en otra oportunidad al Museo Arqueológico de Ciudad de Guatemala.
El mismo tenía una fachada imponente, de esas que te acercas y ya sabés que va a tener luces bajas en el interior, vitrinas de vidrio templado, y guardias en casa esquina.
El embelesamiento se nos fue rapidísimo, apenas vimos el cartel de precios que figuraba sobre el mostrador en la entrada: «locales 5 quetzales, extranjeros 60».
¿55 quetzales de diferencia? ¿En serio?
En este caso, el precio era caro, pero lo que más nos indignó y motivó nuestra partida fue esa diferencia abismal entre locales y extranjeros.
A lo mejor es porque en nuestro país no se hacen estos precios diferenciales, y por eso nos continúa indignando, pero, de todas formas, más que la diferencia en sí, nos alarmaba lo increíblemente abusiva que era; podemos entender un descuento a los habitantes y/o nacidos en el país, para promover la cultura local, pero una diferencia de 12 veces más el precio, era demasiado.
Y ojo, a lo mejor es tremendo museo y todo, pero semejante diferencia parece casi una tomada de pelo.
Nos fuimos sin pena ni gloria, conformándonos con la foto de la estatua de un nativo, perfectamente conservada, en la entrada del Museo.
Algo similar nos pasó cuando intentamos entrar a «Kaminal Juyú», un lugar que nos habían recomendado como lugar perfecto para caminar en un ambiente natural en plena ciudad, y además observar algunas ruinas mayas en su interior.
Llegamos a la entrada, y entre las rejas vimos el cartel: «locales 5, extranjeros 50».
Otra vez una diferencia increíble.
El Kaminal Juyú nos duró poco, dando media vuelta cancelamos los planes y buscamos otras cosas para hacer en la ciudad.
Y como nos quedamos con hambre de lugar natural dentro de la ciudad, preguntando siempre a locales, encontramos el lugar ideal.
Campus universitario de Ciudad de Guatemala
Primero que nada, eso de llegar a un campus universitario a mí me sonaba a película yankee.
Nunca había estado en un campus, y como todavía tenemos una edad que puede ser perfectamente universitaria, saludando al guardia entramos sin problema.
El campus en enorme, y en su territorio hay varias universidades.
Los caminos están señalizados con carteles coloridos y simpáticos, y la naturaleza rodea todo lo que los ojos alcanzan a ver.
Se encuentran hasta lagos artificiales, con pequeñas cascadas, y las ardillas corretean entre los árboles, convirtiendo todo el paisaje en una suerte de paraíso idílico, pero, además, culto.
Estábamos en época de fin de cursos, así que, estando sentados allí, escuchamos comentarios como «Yujuuu, soy libre» y vimos, a través de los enormes ventanales de las clases, pizarrones con escrituras de despedida y deseos de una feliz navidad. Todo era tan perfecto que uno sentía que estaba metido en una película hollywoodense y en cualquier momento iba a parecer el enmascarado de Scream a matar a alguna porrista pero no, ni apareció nadie medianamente sospechoso, ni vino ninguna rubia exuberante a ofrecernos algodón de azúcar, pero sí pudimos disfrutar de un pedazo de naturaleza dentro de una ciudad que respira comercio y exhala cemento.
LOS MALL (SHOPPINGS) DE LA CIUDAD
Y si les digo que exhala cemento es por algo; Ciudad de Guatemala está plagada de malls, centros comerciales, shopping, como le digan en sus países.
Por un lado, es genial para los viajeros como nosotros, que necesitan ir cazando wifis en el camino porque somos demasiado ratas para comprar un chip (bueno, y en parte nos gusta el desafío) pero, por otro lado, estos establecimientos junto con los grandes edificios convierten a la ciudad en algo un poco menos personal, más de lo mismo.
El mall más famoso de la zona es el «Auckland mall» y no solo es enorme, sino que debe ser el que cuenta con mejor marketing Navideño en estas épocas.
Tenían hasta un contador regresivo hasta el 25 de diciembre.
Lo que nos sigue causando gracia es que las decoraciones Navideñas latinoamericanas estén plagadas de nieve, incluso en países donde no nieva (o apenas en alguna zona excepcional).
Así con todo, los malls siguen siendo una opción que solemos visitar cuando estamos en una ciudad grande, un poco para hacer uso de internet, un poco para aprovechar el aire acondicionado, y otro poco para tener un poco de tranquilidad que a veces una calle capitalina no te puede dar.
Aprendiendo de gastronomía guatemalteca
Nuestro pasaje por la capital actual del país, terminó en una zona llamada «Villa Hermosa», atravesando otra vez, como no, zonas peligrosas a pie que ni siquiera sabíamos que eran peligrosas.
En Villa Hermosa aprendimos muchísimos nombres referidos a la gastronomía local, y hasta probamos algunas cosas, como los rellenitos, el pepián (preparado con amor de madre, lo que le da un plus), los tamales de la zona, y el inolvidable (para mí) dulce de coco.
Nos llamó la atención el hecho de que por estas zonas las comidas no se acompañan del pan, como solemos hacer en el Sur, sino que se suele comer con una especie de masa líquida envuelta en hoja de maíz, que luego se hierve y queda durita. Por si sola no tiene mucho sabor, pero es buena para acompañar platos como sopas y estofados.
Otra cosa que nos sorprendió fue la existencia de la milanesa.
En Guatemala comer milanesa es algo normal, una de las comidas que siempre vas a encontrar en el menú de los restaurantes.
Y como no lo podíamos creer, preguntamos bien y hasta vimos una en persona para corroborar si se trataba de LA milanesa, la milanesa de nuestros recuerdos yoruguas, y sí, en efecto, un filete de carne apanado.
Fue la sorpresa gastronómica más feliz que tuvimos en mucho tiempo.
VOLCAN PACAYA
El volcán Pacaya es uno de los tantos que las tierras guatemaltecas tienen para ofrecer, con la salvedad de que éste se encuentra aún activo, y cada día puede verse humo salir de su cráter, y ríos de lava descender por él, si estás lo suficientemente cerca.
Es por esto que, al igual que el volcán Masaya de Nicaragua, se pueden pagar excursiones nocturnas para ver la lava correr en la noche, lo que lo convierte en un show bastante más impactante.
Nosotros fuimos únicamente durante el día.
Salimos a dedo recorriendo los 30 y pico de kilómetros que nos separaban de destino, y reiteramos algo que ya habíamos comprobado desde la frontera: hacer dedo en Guatemala es increíblemente fácil.
Dos tramos recorridos en dos vehículos fueron suficientes para que nos dejasen justo en la entrada del volcán.
Ya habíamos llegado preparados, habíamos averiguado previamente el costo de la entrada a la zona del volcán y llevábamos el dinero bastante justo.
En este caso, los locales pagaban 20 quetzales, los estudiantes 10, y los extranjeros 50.
Continuaba siendo una diferencia bastante grande, pero al menos era poco más del doble, y no 12 veces más como en otros casos que habíamos visto antes, así que era un monto razonable.
Cuando fuimos a pagar, nos avisan que, además de abonar la entrada, era obligatorio llevar un guía porque al ser un volcán activo el peligro podía desatarse en cualquier momento y por eso era necesario contar con ayuda local, llegado el caso.
En ese momento un señor muy ancianito se acercó y ofreció su servicio de guía por 150 quetzales, pero tuvimos que declinar la oferta porque ni teníamos tanto dinero, ni podíamos pagarlo ya que nosotros visitábamos el volcán únicamente porque era un precio accesible a nuestros límites.
Ya nos estábamos despidiendo de todos, cuando una de las señoras que trabajaba cobrando los tickets para el volcán nos llamó y nos dijo: «ya que llegaron hasta acá, ahora no se van a ir… les proponemos que paguen la tarifa de estudiante que corresponde a 10 quetzales cada uno, y si algún guía acepta llevarlos por 80, estarían abonando los 100 quetzales que habían planeado pagar«.
Un muchacho adolescente accedió a llevarnos por ese precio, y no solamente eso, sino que al ver que no llevábamos agua, nos compró una botella de medio litro para los dos.
Emprendimos la subida, con un caballo escoltando nuestros cansados pasos, y la esperanza de su jinete de que nos cansásemos en cualquier momento y alquilásemos su noble corcel, que, dicho sea de paso, al principio del recorrido el caballo caminó unos pasos delante nuestro y expulsó una flatulencia (con ruidito y todo) que nos dio en la cara y nos liquidó por un rato.
De hecho, ese estallido de felicidad intestinal ajena fue lo que me trajo a tierra y me di cuenta que había perdido el gorro; sí, aquel gorro de oso panda de 1 dólar que compre en alguna página china pero me duró todo lo que va del viaje, el mismo gorro que había perdido una vez y vuelto a recuperar después.
Como ya lo había recuperado una vez, mis esperanzas estaban completamente puestas en recuperarlo a la vuelta, cuando bajásemos el volcán.
Yo juraba que el gorrito iba a estar ahí, aplastado, entre las piedras del camino, con lágrimas de barro, esperándome fiel, así que con esta esperanza continuamos el recorrido.
El primer tramo es, definitivamente, el más duro de la caminata, no sólo por la subida sino por el terreno pedregoso irregular, pero una vez pasas esta parte, el resto es un poquito más llevadero, sobre todo porque te vas distrayendo viendo árboles y gusanos XXL que se cruzan en el camino para ser admirados (y temidos) por los turistas.
Conocimos el árbol con el que se construye la Marimba, instrumento típico del país.
Para quienes quieran saber cómo suena, les dejamos un video que filmamos en el centro, pero si no tienen ganas de ver ningún video, pueden hacerse una idea del sonido si se acuerdan del ringtone más típico de los IPhone (que se llama, precisamente, Marimba).
Nuestro guía apenas nos hablaba durante el trayecto, quizás por lo barato que había sido contratarlo, quizás por la juventud que no le daba experiencia, o quizás porque de todas formas nuestros pulmones no nos dejaban concentrarnos en caminar y escuchar a la vez, mucho menos hablar.
Pero en un momento nos explicó sobre unas vetas que se observan a lo lejos en el lecho del volcán, y desde las cuales sale un vapor tan caliente, que incluso hay un restaurante en la falda del volcán que cocina con el vapor natural que emana del mismo.
Personas de todas las nacionalidades se iban cruzando frugalmente en nuestro camino, y escuchando «buenos días» con más de 10 acentos diferentes, llegamos a la parte más alta del volcán a la cual estaba permitido llegar en ese momento.
Esto puede variar dependiendo de la actividad volcánica que haya al momento que uno sube. En nuestro caso, se veía la «punta» del volcán, pero no pudimos apreciar los ríos de lava, ya que en ese momento no se podía llegar más arriba (y, de todas formas, durante el día no es tan visible).
La cima del volcán representó un paisaje apocalíptico, casi desértico y oscuro… claro, esto si no fuera por los turistas que deambulaban alrededor y los militares que jugaban fútbol con un grupo de niños.
Un tímido puestito de venta de joyería era parte de la visita guiada, a donde el chico nos llevó sin siquiera preguntar, y el vendedor nos explicó sobre el arte de acuñar lava volcánica dentro de medallitas de plata y fantasía.
Desde la cima podía verse claramente la zona en donde unos años atrás, el volcán había hecho erupción, formando una especie de olla donde la vegetación ya no crecía, y contrastando este paisaje, a su alrededor crecía el pasto donde un caballo pastaba tranquilamente, indiferente a la destrucción que yacía a su lado.
La bajada fue esperadamente más rápida que la subida, y aunque mis esperanzas estaban por las nubes, descendieron rápidamente cuando llegamos a la calle y mi gorro seguía sin dar señales de vida.
Preguntamos en los locales de comida, en la ventanilla que vendía los tickets, pero nadie lo había visto.
Mi oso panda, había regresado a China.
Y se había mandado solito, por su cuenta.
Aún a intentos de no preocuparme por lo material, el regreso a Ciudad de Guatemala tuvo sabor agridulce; no es que el gorro fuese tan importante, monetariamente hablando, pero tenía tanta historia y me había acompañado tanto, que de alguna manera sentía haber generado algún tipo de vínculo con ese oso de tela, recosido a mano y manchado.
El mensaje del reencuentro
Pasó un día más en la capital, cuando un mensaje nos llega al Instagram.
Al verlo, descubrimos, como si de un secuestro se tratase, fotos del gorro de oso panda.
Esperaba encontrar un mensaje que dijera algo así como «tenemos al oso… si quieren volver a verlo vivo, háganos llegar un contenedor lleno de Nutella al puerto de la ciudad, portón 13, 5 de la madrugada».
Pero mis fantasías cinematográficas se desvanecieron cuando leímos la sencilla frase que figuraba debajo «encontré esto en el auto«.
Resulta que una de las personas que nos había llevado a dedo al volcán, había sido quien había encontrado mi gorro, abandonado en el asiento trasero de su auto (sí, soy una pésima madre osa) y como él nos había pedido el Instagram para seguir nuestro viaje por allí, pudo contactarnos.
No voy a hacerles una historia larga de algo tan simple como recuperar un gorro (por segunda vez), pero puedo resumírselos así: mi cabeza vuelve a tener protección con orejas de oso panda.
Habiendo visitado el Pacaya como última escala por la capital y sus alrededores, nos dirigimos hacia el oeste, hacia una de las zonas mas turísticas y conocidas de Guatemala, donde se encuentra Antigua (anterior capital del país) y el Lago Atitlán, otra de las joyas que ver.
Hola chicos, como se encuentran?
Que tal les lleva la cuarentena por tierras mexicanas??
Precioso relato sobre el billete, hubiese sido buena que nos compartieran foto asi tambien los lectores nos enteramos como es ese susodicho billete por el cual ustedes enloquecieron, jeje…
Que raro y extraordinario que por esas tierras hayan encontrado las clasica milanesa rioplatense, pero no supieron como la adoptaron tambien por alla?
Como me rei con el relato de las flatulencias ajenas y el reencuentro con el gorro,a la proxima a pegarlo con la gotita o algo similar la cabeza me parece mejor, jeje…
Bueno abrazo fuerte y encantada como siempre de leer sus relatos!
Se me cuidan,si??
Hola!
¡Ah el famoso billetito jaja!
Es cierto, hubiese sido buena idea una foto, no se nos ocurrió mirá.
Si, pocas veces nos encontramos con milanesas en el viaje… Me acuerdo que en Perú también la habíamos encontrado, y en Ecuador la comimos porque nos quedamos unos días con un Argentino que propuso hacerlas jeje.
Pero cuando las encontramos en otros países, suele tener otro nombre (generalmente «empanizado») y ser algo no tan común. Lo bueno es que en Guatemala era bastante normal encontrarla por ahí (y así con todo, creo que no comimos mirá vos… O a lo sumo una vez, ya no recuerdo).
Uf, ese caballo andaba mal de la panza… Y nosotros demasiado cerquita para corroborarlo.
Un abrazo!
Ahh bueno pero entonces no nos dejen con la intriga de susodicho billete, por favor!! Jejeje.