La Ruta de las Flores, con este nombre se conoce a la ruta de El Salvador que va desde Ataco hasta Nahuizalco pasando por los pueblos principales de Salcoatitán, Juayúa, Tulapa y Apanhecat.
Aunque durante el día no notamos cambio climático, es una zona donde por las noches es conveniente tener un abrigo extra, ya que la cercanía con Guatemala comienza a hacerse notar en forma de cierta frescura que excede la comodidad durante la noche.
El dedo en la ruta de las flores funciona igual de bien que en cualquier otra parte de El Salvador donde hayamos estado, es decir, increíblemente bien.
¿Y por qué la ruta de las flores lleva un nombre tan primaveral?… Lamentando sonar redundante, el motivo es la cantidad de flores que pueden verse a lo largo de estos caminos.
Es cierto que un nombre tan hippie y unos pueblos tan típicos provocaron que esta ruta sea conocida mundialmente como una zona turística, trayendo consigo ciertas cosas que en lo personal no nos gustan tanto, pero, aun así, no deja de ser un lugar que recomendaríamos a toda personal, local o extranjera.
Nosotros hicimos base durante algunos días en Concepción de Ataco, pero pasamos además por otros pueblos, visitando algunos lugares que no queríamos perdernos, y que además se ajustaban a nuestro escaso presupuesto.
CONCEPCIÓN DE ATACO
Nuestro primer pueblo de la ruta de las flores fue Ataco, las calles empedradas y las miradas curiosas de los locales nos hicieron caer en la falsa ilusión de que estábamos aún ante un Santo Grial perdido, una zona donde los turistas no llegaban con frecuencia.
Bastó una tarde de caminata alrededor de la plaza del pueblo para darnos cuenta cuan equivocados estábamos: ferias enteramente dedicadas a artesanías típicas, tiendas donde solamente vendían prendas teñidas en añil, la sustancia azul que se obtiene en estas zonas y con la cual se tiñen infinidad de telas, los carteles que ofrecían comidas en español y en inglés fueron algunas de las cosas que nos quitó la ilusión de estar en un pueblo aún a salvo del turismo internacional.
Y una especie de vehículo con forma de zapato de taco de mujer nos dio con fuerza en la cara para mostrarnos que a pesar de lo típico que pueda ser un pueblo con características típicas de antaño, estamos en el siglo XXI, la época donde no importa qué tan cómodo sea un auto, sino que tan bello y exótico pueda llegar a verse.
Claro que, en comparación con la capital, tanto Ataco como todos estos pueblos que recorrimos mantenían más tradición, ya sea a fuerza de turismo o no, por ejemplo, era más común ver mujeres cargando pesados latones en sus cabezas, y vestimentas típicas acompañadas de adornos que parecían acuñados a mano.
En Ataco Atilio Quintanilla, un exjugador de baloncesto que ejerció su profesión en una famosa liga de Estados Unidos y de la selección de El Salvador, y que por ende vivió allí la mayor parte de su vida, nos abrió las puertas de su hogar, desde donde además tuvimos la oportunidad también de conocer a su vecino, quien un día se apareció con la propuesta de prestarnos unos cuatrimotos para salir a dar vueltas por el pueblo y conocer un mirador.
Por unas horas pudimos sentirnos como turistas con plata, rebotando en las callecitas empedradas de Ataco, a lomos de una bestia motorizada roja que ni Wa sabía manejar muy bien ni yo sabía cómo sentarme en ella manteniendo algún bajo porcentaje de glamour.
En el camino a este mirador, tuvimos la oportunidad de presenciar una procesión, donde la gente llevaba una virgen sobre los hombros, y cuyo destino final era la iglesia central del pueblo.
En Concepción de Ataco probamos también una horchata de semillas, y aunque la imagen que se obtenía al comenzar a prepararlo no tenía muy buena pinta, el resultado fue sublime.
Por último, no quiero pasar por alto el hecho de que, aunque Ataco está acostumbrado al turismo, y los vendedores ofrecen sus productos con los típicos «¿qué busca?» o «¿que le sirvo?», no sentimos ese nivel de insistencia que roza el “rompecoquismo” que sí pueden observarse en otros lugares turísticos a nivel mundial (al menos dentro de Latinoamérica).
JUAYÚA
Y un día lo dedicamos enteramente a recorrer pueblos y zonas que teníamos marcadas en el mapa.
El primero, fue Juayúa, (o como nosotros siempre lo recordaremos), el pueblo de Mazinger Z.
Desconocemos el motivo de este mecha en plena plaza central, pero si la idea era llamar la atención de los turistas, lo ha logrado bastante bien.
Alrededor de la plaza se desarrolla una especie de mercado, que, aunque tiene ventas notoriamente dedicadas al turismo, se mantienen aún muchos puestos locales con frutas y verduras que simplemente variarán un poco los precios dependiendo de los rasgos del comprador (la triste realidad que uno aprende en el viaje).
Juayúa fue junto con Ataco, los pueblos que más nos gustaron de la Ruta de las Flores.
Hay algo de auténtico que se mantiene mejor en ellos que en otros que llegamos a conocer.
Además, son pueblos muy limpios, y donde es fácil encontrar rincones calmados y fotogénicos para pasar el rato, solamente hay que alejarse unos pasos de la plaza principal para tener toda la tranquilidad que busques.
LOS CHORROS DE LA CALERA
Ya apenas entrábamos en El Salvador, los señores que nos llevaron en su jeep negro, con quienes días después nos reencontramos en San Salvador, nos habían recomendado visitar este lugar, y lo mantuvimos como un puntito rojo en el mapa hasta el día que visitamos Juayúa.
Caminamos bastante, y finalmente llegamos a la entrada de un lugar en reparación, donde al entrar no podíamos creer que todo eso fuera gratuito.
Lo que nos encontramos fueron piscinas naturales, donde el agua que las rellenaba caía en forma de pequeñas cataratas (chorros) desde lo alto del muro de piedras.
Además, se podía elegir entre quedarte en la primer «piscina», donde el agua estaba ligeramente templada porque el sol daba de lleno, motivo por el cual habían ya algunas personas en su interior, o podías elegir irte a la piscina que estaba más atrás, donde la vegetación, algo más densa, cubría el agua de los rayos del sol, por lo que esta estaba muy fría.
Nosotros elegimos congelarnos a cambio de un poco de soledad.
Yo no esperaba que nos encontraríamos con un lugar donde uno podía bañarse, así que no fui preparada, pero tampoco dejé que eso me detuviera, y me metí con ropa y todo. Eso sí, mi escasa resistencia al frío y a las aguas de más de 1 metro de profundidad, hicieron que no llegase hasta debajo del chorro mismo.
En cuanto a Wa, si nos lees desde hace tiempo ya sabrás que nada de esto es impedimento para que pele la ropa que lleve encima y se dé un chapuzón en cualquier cuerpo acuático que encuentre.
SONSONATE
A este pueblo llegamos por error, cuando el conductor de un auto me dijo que se dirigía hacia allí, y yo creyendo que estaba en nuestra ruta, acepté.
Así como llegamos, nos fuimos lo más rápido que pudimos, porque fue, sin lugar a dudas el lugar que menos nos gustó de los que estuvimos, en los alrededores de la ruta de las flores.
Primero que nada, no se parecía a un pueblo sino a una ciudad.
Segundo, el ruido y la mugre (en resumen: CAOS) que había en las calles lo hacían quizás un buen lugar para ir a vivir la noche, si estás de paseo por la ruta de las flores, pero definitivamente lo alejaban de todo lo que nosotros buscamos en un lugar que visitamos, así que abandonamos el lugar como el correcaminos huye del coyote.
AHUACHAPAN
Solamente vamos a utilizar el nombre de este pueblo como excusa, ya que todas las veces que pasamos por el fue para llegar a otro lado.
Y la parte que específicamente queremos destacar, es cuando lo utilizamos para llegar a los ausoles.
Nosotros habíamos llegado hasta las afueras del pueblo, más precisamente en una zona que está muy cerca de unas aguas termales conocidas en la región, siendo el punto más conocidos entre los turistas que visitan Ahuachapán, pero nuestro destino era otro muy distinto.
Caminamos bastante, y faltando todavía unos kilómetros, viniendo de haber recorrido ya 3 pueblos, cuando escuchamos el motor de un bus que se acercaba, decidimos tomarlo. El pasaje costaba una Cora cada uno (25 centavos) y contando las moneditas llegábamos únicamente a 49 centavos, monto con el cual nos dejaron subir igual, y nos dejaron justo en la entrada del Geoparque los Ausoles.
LOS AUSOLES
Ese es el nombre que llevan los escapes de azufre en gas que salen de debajo de la tierra para tomar forma de algo a medio camino entre humo y vapor, pero con un olor muy marcado a inframundo.
Para ver los ausoles de Ahuachapán, hay dos opciones, que básicamente se resuelve entre elegir hacia derecha o izquierda.
Cuando se llega a la entrada del parque, si doblan a mano izquierda van a llegar a la entrada del Geoparque, que es la «visita oficial».
Pero si toman a mano derecha, van a llegar a un punto del camino donde se ve una pequeña entrada al costado del camino, y en la cual, si se mira por ella, se ve una casa de familia, donde probablemente haya unas señoras sentadas en el frente.
Ellas, cobran U$S 1 por persona, y les permiten entrar a una zona del terreno donde no hay ningún tipo de seguridad ni control, y desde donde pueden estar al lado de los ausoles.
Claro que las señoras advierten antes que se debe tener cuidado con los escapes de azufre y por nada del mundo tocar los gases que salen de los hoyos en la tierra.
Y es que eso son los ausoles, gases que escapan por agujeros que se forman en la tierra.
Se van adivinando mientras uno va caminando en dirección a las columnas de gas que se elevan al cielo, y va viendo el piso teñido de amarillo flúor.
Lo único incómodo de la experiencia es el fuerte olor a azufre que evoca a la Divina Comedia de Dante, después de haber olido eso, queda claro por qué el infierno no es un lugar muy recomendable para ir a pasar la eternidad.
Es probable que si hubiésemos elegido acceder a los ausoles por el Geoparque hubiésemos podido ver la gigante columna de humo que se veía más a lo lejos, que abarcaba el tamaño de un edificio, pero también es probable que hubiésemos tenido que pagar una entrada más cara, así que la entrada clandestina de las señores se adaptaba más a nuestras necesidades, y no dejamos de conocer este extraño fenómeno de la naturaleza.
ULTIMOS PASOS EN EL SALVADOR
Abandonamos el país a lomos de un patrullero de policía que a pesar de que no iba hasta la frontera, decidió desviarse un poco de su ruta para dejarnos justo a donde queríamos llegar.
Antes de eso, se taparon las caras con el pasamontaña para no ser reconocidos por nadie en los alrededores de la frontera, y en un momento tuvieron la gentileza de acomodar el rifle que descansaba en el piso del vehículo y que apuntaba directamente a mi pie derecho.
Nuevamente, extrañamos el sello de El Salvador, ya que tanto la entrada como la salida terrestre se registra únicamente en el sistema de migraciones pero no en el pasaporte, así que sin pruebas tangibles del país más que algún ticket de supermercado, nos despedimos del Pulgarcito de Centroamérica, y entramos en Guatemala, un país del que conocemos poro más que Tikal, pero que nos esperaba con tantísimo para ofrecer.
Hola chicos, nuevamente yo por aqui.
Este, yo me pregunto y las flores?, jeje pense que lo que iba abundar mas por aqui en este post eran precisamente foto de flores si es que justamente es por lo que se le conoce a susodicha zona…
Chorros de la Calera, me hicieron enamorarme de ese lugar, vi el video de ustedes sobre ese lugar y quede fascinada, se nota que es un lugar increible para conocer y no perderselo por nada del mundo.
Si, nosotros echamos un poco en falta las flores también jajaja.
O sea, si, había flores, pero no sentimos que hubiese tanto énfasis en ellas como su nombre predice. O a lo mejor no fuimos a los sitios adecuados… Será un misterio.
Uy si, esos chorritos fue de las mejores cosas que vimos en el país.
Y no son tan conocidos, así que hy que aprovechar la primicia.
¡Un abrazo!
Claro y también pensándolo mejor quizás influye que por esos momentos por allá era «invierno» y de ahí la escasez de flores probablemente, recién me percate de ese detalle jeje.