Mara Salvatrucha es como se conoce al grupo de crimen organizado que surgió a raíz de la guerra civil de El Salvador en la década del 80, y aunque se ha expandido a varios vecinos, su país de origen sigue siendo el principal punto de concentración de estas pandillas, motivo por el cual lo primero que se asocia al país son adjetivos tales como «violencia», «peligro» y «delincuencia».
Muchas son las estadísticas que se pueden ver en Internet sobre los índices de criminalidad y homicidios, que fortalecen estos adjetivos.
Todo el mundo sabe lo peligroso que puede llegar a ser el país, pero nadie te habla de su otra cara que tiene para descubrir, la naturaleza abundante que tiñe de verde todo lo que ves, ni de la calidez de su pueblo, ni que se le conoce como “la hamaca de centroamerica” por la cantidad de movimientos sísmicos que presenta, ni de su extrema religiosidad que al final de cuentas, terminan por dejar una huella muy distinta a la que uno espera antes de adentrarse en sus tierras.
De afuera no se conoce al Torogoz, ni la Ruta de las Flores, ni el buen café que se cosecha, ni la sonrisa de la gente cuando te dice asentando la cabeza «cabal», ni siquiera las famosas pupusas.
Sólo se conoce la violencia.
No podemos decir que esto sea injustificado, que el peligro es inexistente o que no es necesario tomar precauciones al entrar, pero tampoco podíamos caer en el miedo, no podíamos dejarnos tragar por ese temor paralizante que cierra los ojos y detiene los pasos.
Mucho menos después de la experiencia que habíamos tenido en Honduras, otro país con fama negativa.
En un jeep negro que nos levantó en Honduras, manejado por dos salvadoreños como mandados por el destino para ablandar las voces de advertencia, entramos a la oficina de migraciones.
ENTRADA AL PAÍS MÁS PELIGROSO DE CENTROAMÉRICA
Después de nuestro fugaz pasaje por Honduras de unos 15 dias, el trámite migratorio fue sencillo, sin necesidad de pagar extraños impuestos ni tazas migratorias.
Si algo hay que destacar es que ni al salir ni al entrar a El Salvador por vía terrestre te ponen sello en el pasaporte, sino que la única forma de obtenerlo es si viajas por aire, motivo por el cual nos quedamos sin sello de El Salvador en el pasaporte.
Todos los datos migratorios quedan en el famoso «sistema» y ya no hay pruebas físicas de que estuviste allá si entras caminando o en vehículo.
Al salir de la oficina donde nos dieron el «bienvenidos a El Salvador», lo primero que vimos fue una señora vendiendo pequeñas bolsas de galletas.
Ante nuestra pregunta, su duda al responder y el excesivo precio nos hizo seguir los pasos con el estómago vacío.
Hasta que nos detuvieron los militares.
Tenían chalecos antibalas, revolver a un costado y rifles delante del pecho.
Uno de ellos tenía además, una correa en cuyo extremo un Pastor Alemán sudaba por la lengua.
Nos pidieron los pasaportes, y uno de ellos, el más grandote, nos hacía preguntas básicas de frontera («¿de dónde son?», «¿qué hacen acá?», etc).
Yo dejé de prestar atención cuando ví que se me acercaba el Pastor Alemán.
Y acá es donde se prueba que no importa en dónde esté o qué tan tensa sea la situación, los animales a mi me alegran el día.
Mientras el perro me olfateaba, y el militar que lo sostenía no decía nada, yo acariciaba al tremendo perrazo diciendo cosas como «¡ay que lindo! ¿Qué pasa bonito?» ignorando completamente algo esencial: el perro estaba trabajando, y yo no se lo estaba permitiendo.
El perro empezó a mordisquear mi riñonera, y ante la orden del militar, abrí los bolsillos; obviamente no había nada ilegal ahí adentro, pero me resultó una situación divertida.
Mientras tanto, Wa seguía respondiendo las preguntas del militar grandote, y cuando ya se convencieron que éramos inofensivos, nos despidieron con una sonrisa y un apretón de manos que amenazó con cortarnos la circulación.
Nota mental: pensarlo dos veces antes de aceptar un apretón de manos de un militar grandote.
Empezamos a caminar al costado de la ruta, mirando de reojo los camiones estacionados mientras buscábamos un lugar para comenzar a hacer dedo, cuando de repente escuchamos una bocina que sonaba detrás nuestro, cada vez más cerca.
Un jeep negro detuvo su rodar al lado nuestro, y la puerta que ya conocíamos se abrió para nosotros, por segunda vez en ese día.
LA MAFIA DE LA BONDAD
Los dos salvadoreños que nos habían llevado primeramente en Honduras, nos contaban ahora más de ellos; se dirigían a la capital, San Salvador, y podían dejarnos justo en el desvío de la ruta que conduce a Moncagua, el pueblito al cual queríamos llegar.
Nos contaron que trabajaban en un taller de autos, y que pararían un poco más adelante para almorzar.
En el camino nos compraron agua fría, y mientras esperábamos que un embotellamiento se disolviera para continuar viaje, el chofer nos regaló latas de veneno a cada uno (con ese nombre, hacía referencia a la Coca Cola).
Finalmente, llegamos al parador Las Veraneras donde ellos se detenían para almorzar.
Nuestros planes iniciales eran aguantarnos y no comprar nada, simplemente esperarlos, pero cuando vimos los platos y los precios nos tentamos, y decidimos pedir uno solo para los dos.
Las caras de susto de las vendedoras se disiparon cuando escucharon que hablábamos español; nos explicaron en qué consistía cada plato y sus respectivos precios, y terminamos eligiendo un menú por U$S 2,50.
-La ensalada con el arroz y el pollo está bien.
-Aquí tiene un plato, ya le sirvo otro.
-No no, con uno está bien, llevamos uno solo para los dos.
-¿Uno sólo?
-Sí, así está bien, no se preocupe, no comemos mucho.
Más o menos así fue el diálogo con la señora que nos sirvió la comida, quien no muy convencida nos indicó que con el plato venían incluidas también 2 tortillas, y nos fuimos a sentar con los choferes del jeep.
Estabamos ya partiendo el único trozo de pollo para repartirlo entre los dos, cuando las puertas se abren y una chica entra trayendo un plato idéntico al nuestro, y 2 tortillas más.
Se acerca a nuestra mesa, nos planta el plato en frente, y nosotros con mirada de desconcierto y ya afligidos por tener que explicar esto, le decímos:
-No, pero nosotros solamente pedimos uno.
-No hay problema -nos dice ella- éste es cortesía de la casa.
-¿Cortesía? Pero… ¿por qué? ¿Es gratis?
-Sí, solamente van a abonar un plato, solo U$S 2,50. Aqui les dejo el ticket. ¿Se les ofrece algo de tomar?
No podíamos entender qué era lo que acababa de pasar.
Mirabamos alrededor a ver si había una cámara oculta, incluso sospechamos de los conductores del jeep, pero era imposible que hubiesen pedido un plato extra para nosotros porque ellos habían hecho su pedido y se habían ido a sentar mucho antes de que nosotros hiciésemos el nuestro, así que no supieron que habíamos pedido uno sólo sino hasta el momento que nos sentamos a su lado.
Entre risas, nos decían «¡qué suerte!» mientras nosotros seguíamos sin entender qué había pasado.
Al irnos, les escribimos un agradecimiento en el ticket y se lo dimos a la moza.
Y por si se lo estaban preguntando, no, obviamente que no aceptamos nada de tomar.
MONCAGUA
Moncagua fue el primer pueblo donde hicimos base durante algunos días.
Llegamos caminando desde la ruta, justo donde el jeep nos dejó, entre saludos, fotos, y promesas de volvernos a ver cuando estuviésemos en El Salvador.
En Moncagua recibimos una invitación para asistir a una misa, y creyendo que la ceremonia sería en la iglesia principal del pueblo, aceptamos la invitación, un poco por mera curiosidad, otro poco por el interés de conocer la iglesia por dentro, y otro poco para no decirle que no a quien nos invitaba.
La experiencia fue algo totalmente nuevo para nosotros, ya que no se trataba de una ceremonia en la iglesia principal, sino en una iglesia independiente tipo evangélica, de las que tienen instrumentos y parlantes, y cantan haciendo palmas, y rezan en voz alta.
Fuimos y volvímos en la caja de una camioneta que iba recogiendo gente en el camino, hasta que éramos como 15 y ya no entraba ni un suspiro más.
Todas las personas estaban muy contentas de conocernos, nos daban la bienvenida al país, y se interesaban por saber de nuestro país.
Nos preguntaban si en Uruguay hacía frío, si hablábamos inglés o español, si era muy diferente.
Nos despidieron con sonrisas y deseos de buenos viajes.
Nuevamente, independientemente de la inclinación religiosa o carencia de ella, el recibimiento de las personas de pueblo latinoamericano, no deja de ser una experiencia cálida y rica para el alma.
Moncagua podía recorrerse en unos minutos, que no alcanzaban la hora.
La plaza tenía una fuente con algunos deseos materializados en el fondo, y desde los bancos de alrededor, los pueblerinos nos miraban con curiosidad.
Moncagua no es el típico destino del turista. Quizás San Miguel podía ser más visitado, pero Moncagua era, definitivamente, una joyita perdida, un pueblo de esos bien locales de los que uno busca cuando visita un país, sin turistas, ni atractivos turísticos, solo el atractivo de lo local, sin hoteles donde alojarse ni nada parecido, sin carteles en inglés y posiblemente con poca gente que lo hable, donde no queda más remedio que socializar con su gente, ¡vamos! El tipo de lugar perfecto para un mochilero.
Nos quedamos unos días en una zona que tan solo un par de años atrás había sido muy peligrosa, una colonia cuna de narcos y pandillas, pero a día de hoy los niños corrían en las calles hasta muy tarde, siendo esto símbolo de la paz que hoy identificaba al lugar.
El primer día que llegamos, un señor mayor que pasaba a nuestro lado en bicicleta se detuvo para conversar con nosotros, nos contó sobre su chacra, y haciendo a un lado el machete continuó su camino, saludándonos con la mano. En otra oportunidad, un grupo de niños que salían de la escuela y caminaban detrás nuestro, cuchicheaban sobre los dos extranjeros que habían llegado al pueblo, hasta que uno de ellos, cual vocero del grupo, se armó de valor y nos preguntó de dónde éramos. La conversación se resumió a responder 3 o 4 preguntas más, y entre risitas cada cual siguió su camino.
EL CEMENTERIO MALDITO
Como tenemos cierta debilidad por visitar cementerios, el de Moncagua no fue la excepción.
Si algo caracteriza a los cementerios salvadoreños son los colores. Cada tumba está pintada de un color diferente y decorada con cientos de flores y serpentinas coloridas, una imagen muy distinta a la que uno está acostumbrado.
Generalmente, nada extraño pasa cuando visitamos estos lugares, pero aquel día sería un poquito diferente.
Cuando hacía apenas un par de minutos que habíamos entrado, Wa se tropieza y casi se cae arriba de una tumba.
Nos reímos (o quizás sólo yo me reí) y seguimos recorriendo.
Cuando salíamos del cementerio, lo primero que hace Wa es pisar bosta de caballo, fresca y suave.
Para limpiársela, se arrima a una cerca de metal y se agarra a ella con fuerza, para dar un salto instantáneo porque la cerca estaba llena de pinchos para evitar que los animales se cuelen.
Al dar el salto, hace un movimiento que provoca que la camisa se le raje en la espalda, quedándole una ventilación indisimulable.
Sí, quizás decir que el cementerio nos tiró una maldición es demasiado marketinero, pero en ese momento fue lo que pensamos.
Así con todo, no parábamos de reírnos, cuando una señora nos saludó entre los arbustos del camino, machete en mano.
RIVALIDADES Y COSTUMBRES
Fue en este pueblo donde probamos las famosas pupusas, pero acompañadas de salsa negrita, un toque exclusivo de esta zona, y uno de los motivos por el cual los capitalinos no se llevan muy bien con las personas de estos lados.
Para los habitantes de San Salvador (la capital), ponerles salsa negrita a las pupusas es prácticamente un sacrilegio, una traición a las raíces, mientras que las personas de Moncagua y San Miguel sienten que las pupusas no están completas sin esta salsa.
Otro de los motivos que rivalizan esta zona con el resto de El Salvador, es su forma de hablar.
El habitante de Moncagua y San Miguel tiende a hablar sustituyendo algunas letras por otras, dándoles un toque más «campesino» por intentar explicarlo de alguna forma (por ejemplo, la «S» la pronuncian como «Z»).
Y algo que nos llamó la atención y que luego veríamos era común en cualquier parte del país, es el uso de la palabra «hola» para decir «que» o «como».
Por ejemplo, cuando hablábamos con alguien, si no nos entendía o nos escuchaba, nos decían «¿hola?», entonces, repetíamos lo dicho.
Y algo que volvimos a escuchar en El Salvador en general, fue el típico «mande» o el “vaina”, un inesperado paralelismo lingüístico con Ecuador.
Quizás Moncagua no sea el destino típicamente turístico, pero definitivamente es una excelente opción para conocer la vida local antes de moverte a la gran ciudad.
SAN MIGUEL
Esta ciudad se encuentra apenas a 10 kms de Moncagua, y es por lo tanto, lo más céntrico y citadino que se puede encontrar en los alrededores.
A pesar de esto, su cercanía con lo más pueblo se nota por pequeños detalles como la venta de leche de cabra fresca, de la ubre al vaso, como promociona el vendedor. Desconocemos si esta leche viene cargada con el misticismo que Cleopatra supo darle en otros tiempos, y quizás su venta venía de la mano con promesas de eterna juventud, pero lo cierto es que resulta muy exótico ver a las cabras de ubres inflamadas esperando el próximo comprador.
La diferencia abismal que sentimos entre San Miguel y Moncagua fue algo que podía entenderse después que se recorren varias ciudades y también varios pueblos chicos, y es que los citadinos son menos tímidos que los pueblerinos.
Es por esto que en San Miguel no faltaban los saludos de «hello» o «hi», a veces a los gritos, a veces al pasar, contraste muy notorio al lado de los cuchicheos curiosos que apenas se escuchan en los pueblos.
Si ya veíamos la influencia estadounidense a medida que subimos en Centroamerica, en San Miguel se reflejaba sobre todo por los locales de venta de ropa americana.
Fuimos a caer a uno donde ese día estaba todo a mitad de precio, y lo que empezó como una broma terminó en la compra hiper económica de un hermoso gorro-bufanda-guantes que va a venir muy bien para el invierno Norteamericano. Y sin faltar al estilo que particularmente me caracteriza.
Y no podemos hablar de San Miguel sin mencionar, otra vez, el cementerio.
No solamente nos impresionaron, una vez mas, los colores, sino que al ser una ciudad mas grande, la cantidad de tumbas era mucho mayor, provocando un efecto visual imponente.
Un poco inquietante, claro, pero bello a su manera.
Lo que también tenía su encanto, sobre todo para dos amantes del misterio como quienes escriben, fue la antigua morgue abandonada, que se levantaba como parte del escenario de una pelicula mala de terror.
Luego de unos días, nuestros paseos por el Este del país dieron lugar al centro, allá donde se encuentra la capital.
SAN SALVADOR
El primer auto que se detuvo en la ruta fue el mismo que nos dejó casi en la ciudad (el del video). A lomos de la caja de una camioneta, en compañía de dos señores vestidos con la típica formalidad de la edad. Una vez más, agradezco que es estos países sea legal llevar gente en la parte abierta del auto, no solo porque es divertido, sino porque aumenta las chances de que levanten gente.
Nos detuvimos en San Martin, un barrio en la periferia de San Salvador, y donde luego nos dirían, era conveniente salir lo más rápido posible.
Hace no mucho tiempo atrás, una camioneta cargada de turistas había desaparecido en esta zona, siendo esta apenas una de las tantas anécdotas desafortunadas que se cuentan de este barrio periférico.
Llegamos a la capital cuando faltaba poco para anochecer, en medio de una feria local con todas las características que disparan las alertas, sobre todo si se va caminando con dos mochilas gigantes que denotan la característica de extranjero.
Por motivos de último momento, no teníamos lugar donde quedarnos ese día, y la capital del país con mayor fama de peligroso no era precisamente un buen lugar para quedarse deambulando entre callejones, muchísimo menos para plantar carpa por ahí.
Pasamos por algunas plazas (shoppings) pero no tenían wifi gratuito, así que terminamos comprando algo chico en un Burger King solamente para que nos dieron la contraseña de esta herramienta tan querida y odiada a la vez de nuestro siglo XXI.
Los hoteles costaban al menos U$S 25 por noche.
Apelamos al plan B.
Alguien nos había pasado un grupo de whatsapp donde había personas de la comunidad de Couchsurfing que quizás podrían ayudarnos, y decidimos probar suerte.
Enseguida nos respondió un chico que se ofreció a hospedarnos en su casa por esa noche, pero para eso tendríamos que movilizarnos hasta Santa Tecla, una zona de la periferia de la ciudad. Era, redundantemente, nuestro salvador en San Salvador.
Ya prácticamente era de noche, así que fuimos hasta la plaza San José, donde pasaban los buses que nos servían.
Nos ubicamos en el fondo, preparándonos para un viajecito de una media hora, y unos minutos después de haber subido, las puertas traseras se abren y siento algo metálico y macizo que me golpea la pierna con distracción: era la AK-47 de uno de los 2 militares que se subieron para velar nuestro viaje por un rato.
SANTA TECLA
-¿La Plaza San José? -dijeron los dos chicos que nos estaban esperando en Santa Tecla.
-Sí, fuimos hasta ahí a tomar el bus…
-¿Pero se fueron a esa plaza, con mochilas y todo, y casi de noche?
-Sí… ¿está mal?
Se miraron entre sí, y se empezaron a reír una risa nerviosa, como cuando salís de un susto y te reís porque es la única forma de liberar la tensión.
-Esa plaza y los alrededores están controladas por pandillas de maras. Cada cuadra es controlada por una pandilla distinta, y estas pandillas estan enfrentadas entre sí, entonces, si alguien se mete ahí, lo empiezan a seguir. A veces hasta te hacen salir.
Claro que nosotros no sabíamos nada de eso, solamente buscábamos la parada del bus.
Así con todo, también nos aclararon que a lo mejor siendo extranjero no es tan peligroso porque es evidente que no estás ahí para espiar a la «pandilla vecina» sino que estás ahi porque no tenés ni idea de dónde te metiste y estás paseando.
Menos mal.
LA TRIPLE MISIÓN DE SANTA TECLA
Nuestra caída inesperada en este barrio nos abrió las puertas a una triple misión que nos llevó toda la mañana y casi toda la tarde.
Y todo, con mochilas a cuestas.
*Misión 1: La Plaza de El Principito
Aunque su verdadero nombre es «Plaza de la Transparencia», es más fácil identificarla como la Plaza del Principito, porque ese es su principal atractivo: está llena de estatuas que representan a personajes y escenas del siempre vigente libro de Saint Exupery.
Desde el decorado de estrellitas en los tachos de basura hasta el monumento con forma de planeta y la silueta del niño que tantas lágrimas y sonrisas nos robó, en medio de la plaza, el lugar es como un parque de diversiones para los melancólicos.
Mis representaciones favoritas fueron la del elefante, por lo icónica que resulta ser a todo aquel que haya leído el libro, y la rosa, por la perfección que desprende y el capitulo que representa, a mi parecer, de los mejores del libro.
Ahora bien ¿por qué una plaza de El Principito, libro consabidamente francés, en El Salvador?
Según leímos, la chica en la que se basó Exupery para crear a su personaje estrella, era francesa pero nacionalizada en El Salvador. Su nombre era Consuelo Suncin-Sandoval y aunque ésta sea probablemente la razón por la que esta plaza se encuentra en el país, no encontramos ningún cartel que lo exlique in situ, así que simplemente confiamos en nuestras capacidades deductivas.
*Misión 2: La foto sin créditos
Hace algun tiempo atrás, la BBC se comunicó con nosotros para pedirnos permiso de utilizar una de nuestras fotos en su sitio web de noticias, a lo que nosotros accedimos siempre y cuando se mencionara nuestro blog en los créditos de la foto.
Luego que éste artículo fue publicado en la web de BBC NEWS, varios sitios web internacionales replicaron la noticia, y algunos de ellos no mencionaron el crédito correspondiente a nuestro sitio web debajo de la foto.
Uno de esos sitios, fue un diario virtual de El Salvador, y casualmente su sede se encontraba a escasas 10 cuadras de donde nos estábamos quedando en Santa Tecla, por lo que nos pareció buena idea ir a reclamar en persona.
Se notaba que nadie se esperaba que alguien reclamara los créditos de una foto en persona, sobre todo si se trataba de dos viajeros que nadie imaginaba estarían en el país.
Esta misión no tiene demasiado que destacar, salvo decir que el mismo día, nuestra foto tenía los créditos correspondientes en el sitio web en cuestión.
*Misión 3: El señor del jeep negro.
¿Se acuerdan de los señores que nos llevaron desde Honduras hasta El Salvador en el jeep negro?
Bueno, ellos nos habían pasado el nombre del local de mecánica donde trabajaban, y nosotros habíamos prometido visitarlos, así que guiándonos únicamente por el nombre que aparecía en el GPS, intentamos dar con ellos.
Cuando llegamos, nos dimos cuenta que el local ya no se encontraba allí, y fue cuando tuvimos que empezar a aplicar la técnica milenaria: preguntar a cuanto ser vivo veamos.
Rebotando de acá para allá, terminamos en una zona donde ya no se veían tiendas de repuestos para autos ni talleres de ningún tipo, y cuando estábamos a punto de desistir, paramos en una tiendita de barrio a comprar agua y de paso preguntarle a la señora sobre el local.
La señora negó con la cabeza cuando le dijimos el nombre del local, y nos preguntó qué tipo de tienda era. Cuando le explicamos que era un lugar de repuestos de autos o un taller mecánico, nos dijo que a unas pocas cuadras había un señor que tenía un taller mecánico, y nos indicó el color del portón.
Casi seguros de que no tendría relación con quien nosotros buscábamos, fuimos, solamente para dar una última oportunidad al destino.
Y vaya que el destino nos sorprendió.
El «señor que tenía el taller mecánico» era el señor que nos había traído en el jeep negro, y pasamos la tarde comiendo pan dulce y tomando café. Incluso tuvimos que rechazar un ofrecimiento de quedarnos a dormir en las oficinas del taller, porque ya teníamos donde quedarnos esa noche, pero nos fuimos contentos de haber cumplido nuestra promesa.
OTRA VEZ EN LA CIUDAD
En los días siguientes abandonamos Santa Tecla, y nos dedicamos a recorrer el centro de la capital, y un poco más allá.
San Salvador, es una ciudad bastante colapsada en materia de tráfico, muchos buses, mucho atasco, algunos recorridos super innecesarios, cuestión que moverse por la capital en transporte público lleva más tiempo del que debería.
A su vez, consiste en montones de Malls/Shoppings/Centros Comerciales, a mas no poder, de a poco, a medida que nos acercamos a Estados Unidos, la presencia de cadenas de comida rápida, malls y las largas distancias para moverse, cuestiones estas muy arraigadas a Estados Unidos, se van haciendo más evidentes.
Visitamos la Catedral Metropolitana de San Salvador, donde hay una gruta que se puede visitar gratuitamente donde está representado el Via Crucis en cuadros enormes, y tienen una réplica del Santo Sudario.
Intentamos visitar también la Iglesia del Rosario, porque según nos habían dicho, los vitrales que tenía proyectaban el sol de una manera muy especial durante la tarde, pero estaba cerrada, así que nos quedamos con las ganas.
Vivimos en carne propia el poder de la Cora, la unidad de medida monetaria no formal pero masiva de El Salvador; y es que a fuerza de no tener moneda propia, los salvadoreños quisieron darle un toque más personal a su economía bautizando como «cora» a la moneda de 25 centavos de dólar (el “quarter” estadounidense), y usándola como principal regla de medida monetaria.
Una golosina no te cuesta 25 centavos de dólar, te cuesta una cora.
Los vendedores no gritan «galletas a 25», gritan «galletas a cora».
Los mendigos no te piden centavos, te piden “coritas”.
Y cuando la tarde caía descubrimos un parque increíble donde había pasarelas para recorrerlo en altura.
Además, los bancos que había en los alrededores tenían dos niveles, uno para quienes prefieran sentarse a ras del suelo y otro para quienes gustan de sentarse como un simple mortal, en los típicos 90º.
Los bebederos de agua estaban por doquier y hasta un planetario exhibía una maqueta de una nave y algunas actividades para los más pequeños.
Finalmente, llegamos al corazón de la plaza, que consistía en un mural enorme con los nombres de cientos de víctimas caídas en la guerra civil, desde 1982 hasta 1992.
En San Salvador nos tocó vivir también 3 temblores en 4 días, entendiendo la designación de “hamaca de centroamerica” que se utiliza para dar a conocer a El Salvador.
«PROHIBIDO EL INGRESO CON ARMAS DE FUEGO»
Este texto seguido del dibujo de un revolver tachado dentro de un círculo rojo, era algo común de ver en prácticamente cualquier establecimiento de comida.
Al principio, nos parecía algo extraño… después de todo, ok, estábamos en un país que se utilizaba dólar americano, pero tampoco era Texas.
Recorrer un poco las calles de la ciudad fue suficiente para entender el motivo de estos carteles: las calles de la capital, y me atrevería a decir de todo el país, están constantemente custodiadas por personas con rifles.
Y no, no estamos hablando únicamente de los militares.
En este país, es fácil encontrar personas con poderosos rifles, desde guardias de seguridad, hasta centinelas que se paran a mitad de cuadra, sin ningún tipo de uniforme, en posición de vigilancia, que te dan los buenos días sonrientes, sin dejar de abrazar su AK-47.
Y es que algunos “modus operandi” de los narcos o maras “peso pesado” consiste en entrar a un lugar de comidas, cerrar el lugar, invitar la comida a todos los que en esos momentos se encuentran comiendo allí y sacarles el celular (mientras ellos estén allí) para luego irse y que todo vuelva a la normalidad.
Al principio, uno camina como pisando huevos, tratando de que ningún movimiento brusco alerte a estos vigilantes, y pasa por al lado del arma conteniendo la respiración, pero con el correr de los días hasta se comienza a jugar a adivinar el modelo de rifle.
Y aunque quizás no sea una característica que hable muy bien de la seguridad del país, hemos salido a pasear con gente local durante la noche en su auto, y no pudimos evitar observar que debajo de la pierna del conductor, un revolver asomaba en señal de advertencia.
MAGIA EN EL SALVADOR – A la caza de Mágico González.
Una tarde entera.
Este fue el tiempo que le dedicamos a Mágico González, el jugador estrella del país.
Mágico fue ese jugador del cual Maradona dijo que intentaba copiar sus movimientos y no le salían.
Wa lo había conocido de casualidad, en un juego de adivinar personajes, que se desarrollaba en una planilla Excel, y ahora que estábamos en el país de este poco reconocido jugador de futbol, no me iba a dar tregua hasta conseguir algo de él.
Fue por eso que estuvimos toda la tarde buscando un imán de un jugador que ni los propios salvadoreños recordaban (con algunas excepciones).
Cuando intentábamos llegar al Mercado Artesanal, preguntamos a una chica sobre qué bus tomar, y no solamente nos acompañó en el bus, sino que fue con nosotros a una tienda de recuerdos, y luego ella misma nos pagó otro bus para llevarnos a otro mercado, donde dividimos caminos.
En el Mercado Artesanal nuestra pregunta despertaba risas entre los vendedores, algunos hasta se animaron a decirnos que en todos sus años allí, nadie les había preguntado nunca por un recuerdo del Mágico González.
Terminamos el tour en el estadio dedicado a este jugador, hoy por hoy más utilizado como lugar de entrenamiento de distintas disciplinas deportistas.
En lo alto de la tribuna, se levantaba una réplica de una pirámide maya, a la cual se podía subir y tener una vista privilegiada de la ciudad.
Quizás lo más mágico de la tarde, era ver la cara incrédula de la gente cuando le decíamos que habíamos estado toda la tarde buscando cosas del Mágico González.
Y por si se lo estaban preguntando: sí, conseguimos un pequeño recuerdo para no olvidar este día.
VOLCÁN SAN SALVADOR
Nuestra visita a la capital se vio coronada con el volcán San Salvador, al cual podía subirse y ver su cráter por la módica suma de U$S 2 para extranjeros, y U$S 1 para locales.
El mismo se encuentra dentro de un parque conocido como «El Boquerón», al cual se llega muy fácilmente en bus local desde la ciudad, y una vez allí, la caminata hasta la cima del cráter no es demasiado cansada.
No podemos decir que fue el mejor volcán en el que hemos estado, pero por el precio vale la pena intentarlo.
Los caminos que llevan al cráter están bien delimitados, y tienen zonas intermedias para detenerse a descansar.
Todavía no habíamos visto la parte natural más linda del país, pero éste cráter era una buena forma de aproximarnos.
SEGURIDAD EN EL PAÍS MÁS INSEGURO
El Salvador es uno de los pocos países donde su presidente actual tiene un 96% de aceptación por parte de sus habitantes, y esto es en gran medida por el control que está manteniendo con las pandillas de maras.
No podemos hacer la cara a un costado y decir que es un país completamente seguro, porque un lugar donde hay gente que sale a pasear con revólveres bajo la pierna insinúa precisamente lo contrario.
Las pandillas de las maras siguen existiendo, controlando zonas, y cobrando «por protección» a tiendas y conductores.
Nos han contado de zonas controladas por pandillas, que al ver a una persona joven caminando por allí, le piden el ID, y si ven que la persona es de otro barrio, la matan sin mediar palabra, por miedo a que sea un espía de otra pandilla.
El tema de las pandillas es también un dolor de cabeza para los padres, sobre todo de varones adolescentes, ya que es en esta edad tan vulnerable donde las maras suelen reclutar nuevos miembros, endulzándoles el oído con dinero y vicios.
Es esta también la justificación que algunos dan para el trabajo infantil, tan común en el país, como un medio de distracción para los niños evitando así caer en garras enemigas.
Todo esto nos lleva a una conclusión: la problemática de las maras suele ser un tema de índole más interno.
Lo último que las pandillas quieren es que sus enfrentamientos alcancen nivel internacional, por eso es muy extraño que una mara le haga algo a un extranjero.
El principal enemigo del turista es el mismo que podemos ver en cualquier país: la delincuencia común.
Uno se tiene que cuidar del oportunista que busca robar celulares o plata, no de la pandilla de maras.
Claro que no se descarta la posibilidad de terminar accidentalmente en medio de una balacera de arreglo de cuentas, pero así con todo, no significa que esto sea el pan de cada día.
Sí, El Salvador se gana su fama por algo, pero jamás le diríamos a alguien que no visite el país por la inseguridad, porque si alguien tiene cierta impunidad frente a estas problemáticas sociales, es precisamente el turista que está de paso.
Holaaaa chicos, como estan?
Aun se encuentran por tierras nicaraguenses??
Me dejaron con toda la curiosidad por saber que contiene esa «salsita negra» che…
Ah bueno muchachos, se ganan mis felicitaciones eh!
La BBC nada mas y nada menos,que lo tiro, se van para arriba muchachos, ahora seria genial que cuenten cual fue ese dichoso articulo donde utilizaron la foto de ustedes, no nos dejen con la intriga por favor, jeje.
Bueno chicos, se me cuidan, si?
Que aca estare yo pendiente y ansiosa por leer proximamente sus aventuras por Belice.
Hola Claudia, ¿todo bien?
ahora mismo estamos en Guatemala, sobre el final en el depto de Petén, cerca ya de Belice.
El articulo en cuestión del cual fuimos en persona a reclamar es este:
https://www.laprensagrafica.com/internacional/30-anos-de-la-caida-del-Muro-de-Berlin-el-extrano-destino-de-algunos-de-sus-trozos-y-en-que-paises-de-America-Latina-hay-20191107-0565.html
en particular la foto del trozo del muro de Berlin que esta en Costa Rica.
Lo de la salsa negra, la verdad que ni idea que llevaba jaja, y nunca nos dimos cuenta de preguntar!
Gracias por comentar y seguirnos, saludos!
Wa