Si bien, luego de Quito, nuestra próxima meta era alcanzar el Oriente, zona de la selva Ecuatoriana, para realizar nuestra travesía por el Amazonas con destino Brasil, teníamos ganas de hacer un pequeño desvío primero… uno chiquito, chiquitito, casi como quien va a comprar leche a la esquina y camina además media cuadra más para tomarse un helado en el kiosco de la esquina.
Queríamos cruzar unos días a Colombia para visitar el Santuario de Lajas.
Por este motivo, decidimos parar primero en Ibarra, una ciudad a escasos 114 kilómetros de Tulcán, ciudad frontera con el vecino país rey del café, y alrededor de la cual podíamos también observar algunas cosas interesantes.
¿Y por qué visitar Lajas estando en Ecuador, y no cuando estemos en Colombia?
Lo que pasa es que cuando visitemos Colombia, será por el Norte, ya que pensamos ir allí luego de visitar las Guyanas (siempre y cuando no cambiemos de idea en el camino, y modifiquemos todo, como suele pasar) y el Santuario de Lajas está muy al Sur del territorio, tan al Sur que no sé si llegaremos a ir hasta allí cuando estemos en dicho país; por eso, tomando en cuenta que Ecuador es tan pequeño, consideramos mejor darnos una escapada al Sur colombiano ahora, y ya quitar ese pendiente de nuestra lista mental de lugares que queremos visitar, para no «obligarnos» a ir muy al sur después, cuando estemos por allá.
Aclaraciones innecesarias resueltas, déjenme que sigo.
OTAVALO
¿Se acuerdan cuando dije que alrededor de Ibarra podíamos ver cosas interesantes?
Bueno, eso es porque en Ibarra mismo, como ciudad, no hay nada demasiado memorable que podamos mencionarles, pero diferente es el caso de Otavalo.
Otavalo es una ciudad que se encuentra a unos 26 kms al Sur de Ibarra, y es la feliz portadora de una de las ferias de artesanías más importantes de América, y la más grande de Ecuador.
Además, sus habitantes tienen la curiosa característica de tener un pasaporte que les permite viajar a cualquier país del mundo sin necesitar visado de ningún tipo.
Esto, en teoría, se les otorgó para mantener su calidad de comerciantes, tradición que la mayor parte del pueblo mantiene a través del tiempo.
Ahora, lo más llamativo a simple vista en Otavalo, son dos cosas que si estás ahí las ves o las ves, y que nos hizo querer volver al lugar a curiosear, la primera vez que pasamos sobre 4 ruedas en nuestra ruta hacia Ibarra:
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Vestimenta
La ropa que usan los lugareños es completamente distinta a la ropa que vas a ver en cualquier otra parte de Ecuador. De hecho, si ves a alguien que viste así en otra parte, es de Otavalo.
Si bien los hombres usan pantalón y camisa que no llaman particularmente la atención, siendo únicamente su clásico sombrero que completa el atuendo, no podemos decir lo mismo de las mujeres, quienes destacan de sobremanera.
Ellas visten una pollera larga llamada «anaco», que consiste en dos trozos de tela, una blanca por debajo, y una más oscura encima envuelta hacia el otro lado, que deja entrever la de abajo.
Nos dimos cuenta que no era una pollera en sí, sino un trozo de tela envuelto alrededor del cuerpo, cuando me acerqué a preguntar su precio a una tienda llena de vestimenta típica. Los 25 dólares que me anunciaron, me espantaron un poco, pero yo no sé nada de calidad de telas así que prefiero no prejuzgar.
En cuanto a la parte superior, usan una blusa blanca con diseños en colores, generalmente con algunos detalles calados, y las mangas amplias.
Y sobre esta blusa, un trozo de tela atado sobre un hombro.
Además, si el sol está muy fuerte, suelen llevar a modo de sombrero, un trozo de tela doblado sobre la cabeza. Muy práctico todo.
Por suerte, Wa logró tomar una foto en donde capta perfectamente todo lo que acabo de contarles, así que acá se las dejo (y refelexiono que todo lo que escribí describiéndoles la ropa, no tiene ya sentido).
Ahora que lo pienso, casi la totalidad de su vestimenta consiste en trozos de tela dobladas o atadas, sin llegar a ser ropa fabricada… es como si fueran a una institución de enseñanza en donde el último día les dijeron que para recibirse de Otavalenses tienen que vestirse enteramente con telas, sin coser nada, pero creando un estilo estéticamente lindo y particular que las diferencie de las demás. Y lo lograron.
Divagues míos, como siempre.
La imagen de la mujer de Otavalo se completa con collares de perlas cargados y caravanas de colores, aunque esto no era algo tan característico ya que no todas llevaban bisutería.
La verdad, es que nos gustó mucho ver esto, y no lo decimos como quien va al zoológico y ve una especie exótica, sino más bien como una proclamación arraigada a la cultura de la gente del lugar.
Nos gustó encontrar un pueblo en donde la gente mantiene una tradición de tantos años, y la lleva con orgullo, no como un peso sobre la espalda.
Demuestra identidad, y fuerza de un pueblo que no está siquiera en miras de ser comido por el mundo moderno, que, si bien hay tecnología, ésta constituye una herramienta más que una necesidad de primera categoría o una destructora de la tradición del pueblo indígena que habita este lugar.
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Adornos en las calles
Otra cosa que nos llamó la atención visual de Otavalo, fue la forma en la que está decorada la ciudad.
Toda la ciudad tiene un toque de prolijidad y color, con vitrós en la vereda, bastante limpieza, y colores fuertes hacia donde mires.
El mejor ejemplo de esto, lo encontramos en las farolas de las calles.
Yo personalmente quedé encantada con ellas, y te juro, le mandaría una carta a la intendencia de Montevideo para proponerles la idea. No sé, vitrós con forma de mate, no importa, pero vitrós.
MERCADO DE LOS PONCHOS
Con este nombre tan sugerente y profético se conoce a la feria de artesanías de Otavalo, la cual se desarrolla los días sábado desde las 8 de la mañana hasta las 16-17 hs.
Cuando estás allá entendés enseguida por qué le pusieron ese nombre: no solo ponchos, sino todo tipo de telas por doquier son ofrecidas en esta feria artesanal.
Lo no-tan-positivo del asunto, es que todo lo nativo de la zona queda opacada por la cantidad de turistas. Cuando nosotros fuimos, no había tantos, pero toda la gente que nos cruzábamos que no fuesen vendedores, eran turistas, mayormente americanos.
Esto hacía que, además, los vendedores ofrecieran sus productos en inglés. Perdí la cuenta de cuántas veces tuvimos que decir «no gracias» ante los ofrecimientos de «¿blankets my friend? ¿Hats?».
Había cosas tentadoras, no te voy a decir que no, pero no sucumbimos ante ninguna tentación… a pesar de que estaban esos picaflores de metal que se colocan sobre los vasos para decorarlos que casi me matan de lo lindos que eran.
Yo creo que antes de ser mochilero rata como nosotros, todos pasamos algún tipo de prueba en algún momento donde nos ponen delante productos muy tentadores para nosotros y uno tiene que rechazarlos a la voz de «no puedo gastar plata, no puedo llevar más peso en la mochila, no lo necesito realmente», y después, si pasamos la prueba, viene un tipo como los de Men in Black, nos borra la memoria de ese momento, y ya estamos listos para viajar.
Bueno, volviendo al tema de la feria, sí, es un lugar especial para visitar, sobre todo tomando en cuenta que es la feria del pueblo comerciante por excelencia de Ecuador y que es la más grande de Sudamérica, pero lo que encontrás entre un puesto y otro es más o menos lo mismo. Es gigante, sí, pero no hay una variedad acorde a su extensión.
Aun así, insisto, es recomendable de visitar si estás en Otavalo o sus alrededores.
Y si tenés suerte, podés hasta ver la performance de algunos lugareños que alegran el gentío con danzas típicas.
Y sino, también tenés el mercado de la ciudad, que ese sí, abre todos los días, y sus productos son más parecidos a los que encontrás en cualquier parte del mundo.
LAGUNA CUICOCHA
Otro día, lo dedicamos a visitar la laguna de la que todo el mundo nos hablaba en Ibarra.
¿Cómo llegar a la laguna Cuicocha?
Para llegar hasta la laguna, hay que llegar primero hasta Cotacachi, un pueblo a unos 35 kms al Sur de Ibarra.
Se puede llegar de forma fácil y económica tomando un bus local que cuesta 2 dólares por persona, más 10 centavos que cobra la terminal cada vez que te vas a tomar bus. El bus es bastante evidente porque suele decir «Cotacachi» al costadito.
Una vez te bajás en la terminal del pueblo, tenés dos opciones, una de las cuales desconocíamos en su momento, pero te las estoy contando acá para que no te pase lo mismo:
-La opción aventurera:
Podés tomar un bus local que vá hasta un pueblo cercano a la laguna, y una vez allá, te bajás, caminás un rato y llegás a la laguna. No sabemos decirte mucho más al respecto porque nosotros nos enteramos de esto caminando cerca de la laguna y viendo pasar ese bus, pero al menos ya sabés que esa opción existe y podés preguntar por ella cuando te bajes en la terminal.
-La opción pal turista:
Llo que nosotros hicimos al bajar en la terminal, fue preguntar que bus nos dejaba en la laguna, y nos dijeron que teníamos que ir en unas camionetas que estaban allí estacionadas para eso. La camioneta nos cobró 3 dólares cada uno, y nos dejó adentro del parque mismo donde está la laguna. Ok, es cierto que el camino era de tierra, y que el servicio era muy bueno porque nos dejó al ladito de la laguna, pero si hubiéramos sabido lo del bus antes, probablemente hubiésemos elegido esa opción (porque ratas, hola).
Aviso: si eligen la opción de la camioneta, lleven cambio. A nosotros nos pasó que no teníamos, y cuando Wa fue a hacer cambio con la gente de los puestitos de recuerdos que había en el parque, nadie quiso darle. Después entró al hotel (porque sí, hay un hotel al lado de la laguna) y lo pasearon para todos lados y al final nadie le dio… tuvo que terminar comprando un jugo a precio más elevado de lo normal, para que le dieran cambio.
Ok pero… ¿Y la laguna qué tal?
Bueno, a eso iba, no me apuren che.
La laguna es hermosa. Punto.
Agua azul, cristalina, con dos borlas verdes en medio, y verde también alrededor.
Tenés un trekking que podés hacer, que rodea toda la laguna, y te puede llevar varias horas, porque, aunque dé la sensación de ser chiquita porque podés verla entera, en realidad tiene una extensión considerable si la vas a rodear caminando.
Nosotros, de puro rebeldes que somos nomás, se nos dio por meternos en caminos alternativos, y terminamos saliendo a la ruta, caminando entre casas de campo (metiéndonos en algunas sin darnos cuenta, también), ya sin ver la laguna.
En eso, una jauría de perros adorables nos empezó a seguir, y de todos, uno de ellos que no tendría más de 6 meses, se quedó con nosotros. A partir de ese momento, pasaría de ser «el cachorrito que nos seguía» a ser Firulais.
O «Firulai» para los amigos.
Con Firulai, nos metimos en un campo donde había personas sembrando, y a escondidas de ellos, lo atravesamos y llegamos a alguna parte del trekking que rodea la laguna.
Como el Firulai me daba pena, haciéndolo caminar tanto siendo tan chiquito, a veces lo llevaba a upa un rato, mientras el se dedicaba a darme besos en la cara.
A partir de ahí sí, caminamos un poco por el «camino oficial», y paramos en un lugar a sentarnos y disfrutar de las vistas… y morirnos de frío porque soplaba un viento que no te puedo explicar.
Aún así, valía la pena el esfuerzo de aguantar el viento, para apreciar semejante vista. Además, había muchísima paz, nadie pasaba, Firulai nos alegraba el momento, todo era perfecto.
Les dejo un video musical que hizo Wa con un fragmento de nuestro momento en Cuicocha.
MI PRIMER CUMPLEAÑOS FUERA DE CASA… ¡QUE NO, NO SOY NAZI!
A ver, a Wa le pasó primero, porque su primer cumple fuera de casa fue el año pasado en viaje, pero el nunca le hace caso a sus aniversarios así que ni se inmutó. Pero yo soy más cursi.
Quería que mi primer cumpleaños de viaje fuera especial, y que, de alguna forma, me ayude a no pensar lo mucho que se extraña la familia… porque claro, son esos los días en los que te das cuenta que nunca es lo mismo celebrar algo si no estás rodeado de tu gente. Que puede ser hermoso y especial, sí, pero siempre va a rechinar algo ahí adentro.
Bueno.
Les cuento.
Mi primer cumpleaños, nos la pasamos siendo acusados de nazis.
Sí, así como lo leen. Pero dejen, les cuento.
Resulta que en Ibarra nos quedábamos en casa de una señora que nos quiso recibir, y cuando llegó mi cumpleaños, ella con toda la buena intención invitó a una pareja de amigos suyos con el hijo y a una señora amiga de ella. Wa y yo cocinamos, y ella preparó panqueques con frutilla, y entre todos me cantaron el feliz cumpleaños, mientras yo apagaba una velita.
Es innegable que fue un momento memorable, y que es lindo cuando alguien que no tiene ninguna obligación con uno, tenga ese gesto.
Pero la cosa vino después.
La señora que era amiga de nuestra anfitriona, empezó a preguntar cosas sobre Uruguay, porque claro, eramos el objeto de entrevista de las personas invitadas, lo cual es entendible y está perfecto porque nada mas lindo que hablar de las diferentes culturas cuando estás con gente de otros lados.
El problema empezó cuando, esta señora en cuestión, empezó a decir que ella leía muchos libros y que sabía que muchos alemanes nazis habían escapado a Uruguay al final de la segunda Guerra. Encima, para echar más leña al fuego, hace poco salió la noticia de que Menguele estuvo viviendo en Uruguay, y esta señora lo sabía.
Lo que empezó como una conversación llena de cultura e historia, se fue tornando un pelín agresiva hacia nosotros, porque si bien nosotros le insistíamos a la señora de que no habían tantos alemanes en Uruguay, le contábamos que incluso nosotros en todos nuestros años nunca habíamos conocido a nadie con descendencia alemana siquiera, que todos eramos más bien descendientes de italianos y españoles, esta señora estaba convencida de saber más que nosotros, que vivímos allá por 30 años.
Y convengamos que la “rubiez” de Wa no ayudaba para nada.
En un momento esta señora le grita:
-Dime la verdad, ¿te casarías con una negra? ¿Verdad que no?
Y sin darle siquiera la chance de contestar, continuó con una verborragia llena de odio hacia los alemanes, y por consiguiente, hacia nosotros (porque claro, parece que en Uruguay somos todos alemanes, y por ende, nazis). Ella misma afirmaba que sabía todo esto porque “ella leía mucho”. Señora, yo leo mucho también, pero no ando acusando a la gente de nada por eso, ni estigmatizándola por el hecho de haber nacido en un determinado país, mucho menos sin basarme en nada que acredite mi teoría.
Esta doña terminó diciendo: “seguro que la única persona buena en Uruguay es el Pepe Mujica” (pensamiento dado porque, obviamente, ella había leído un libro de Mujica) , a lo que la anfitriona de la casa dijo “ustedes tienen que contestarle -eso lo dice porque no nos conoce a nosotros-“ a modo de defendernos, y aflojar un poco el ambiente.
Quiero aclarar que la señora ni nos dejaba hablar prácticamente, es decir, no es que nosotros hayamos dicho algo para ofenderla ni nada, ella hablaba solita. Las únicas veces que pudimos intervenir era para explicarle que no había tantos alemanes en Uruguay, que había mas italianos y españoles, pero ella no estaba dispuesta a creernos.
Al final, y luego de varios intentos de los demás por ponerle humor a la situación y salir del tema, lograron hacer que la señora quedara callada, y se pasó a hablar de otras cosas mas felices y menos acusadoras.
Pero ufff, qué momento.
Así que podríamos decir que me pasé mi cumpleaños diciéndole a una señora que vi una sola vez en mi vida, que yo de Nazi tenía tanto como Shrek de color azul.
Pero más allá de todo, la intención de la señora de celebrar mi cumple fue buena, y aunque no tuve a mi familia cerca, su presencia nunca se vá de mi corazón, así que celebraron el cumpleaños conmigo, como siempre.
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