Cuenca fue una de esas ciudades que fuimos porque nos la recomendó gente local en el camino. De hecho, nuestra idea era seguir por la costa para entrar a la sierra más adelante, y ni siquiera sabíamos si llegaríamos a la altura de Cuenca, pero al final, como eso de los itinerarios no se nos da bien, nos amoldamos a lo que nos aconsejaron tanto.
Y bien hecho, Joy y Wa del pasado, muy bien hecho.
CUENCA
Hay señales del universo que te hacen saber que todo va a estar bien… hay otras señales que te hacen saber cuando algo va a salir mal… pero díganme ustedes, como interpreto yo cuando nos encontramos con este cartel al poco tiempo de llegar a Cuenca:
No sé si en vuestros respectivos países, esta palabra tenga la connotación que tiene en el nuestro, pero sólo déjenme decirles que, en Uruguay, decir que vas a tomar caldo de bolas es que se te rían en la cara por al menos, toda tu vida. Si encima decís que te gusta olvidate… ya sabés cual va a ser tu epitafio.
Yo lo tomé como una señal de que Cuenca iba a estar genial (no es que me parezcan geniales las… bueno, ya me entienden) o que al menos iba a ser divertido.
Y déjenme decirles que oh si, Cuenca fue genial en varios aspectos.
Primero, desde el momento que entrás te das cuenta que, si bien es una ciudad grande, no solo está muy prolija y linda como ciudad, sino que tiene varias zonas con mucha naturaleza mezclada entre el hormigón. De hecho, cuatro son los ríos que atraviesan Cuenca, el Tomebamba, Yanuncay, Machangara y Tarqui, motivo por el cual, según nos contaron, un poeta Ecuatoriano la llamo “Cuenca, la ciudad de los cuatro ríos”.
Vamos a empezar con el clásico, admiración de los amantes de la arquitectura colonial o de los atrevidos como nosotros que se hacen los fotógrafos capturando balconcitos y fachadas milenarias como unos campeones.
CENTRO HISTÓRICO DE CUENCA
Al llegar al centro, quedamos embelesados con las construcciones coloniales, que ok, no es algo nuevo para nosotros, pero no dejan de ser lindas a la vista.
De hecho, no conozco un solo ser humano que no se pierda en esos balconcitos con flores, farolitos, y paredes de piedras.
Claro que estas construcciones están un poco mezcladas con los edificios y las tiendas de moda, pero en parte, hasta podríamos tomarlo como un descanso a la vista, por ejemplo: moda, moda, moda, restaurante, BALCONCITO, barbería, restaurante, ferretería, BALCONCITO, edificio, moda, tienda de celulares, BALCONCITO, supermercado, peluquería, etc.
Eso significaba también, que en cualquier punto encontrabas lugar para una linda foto (o si sos un queso como yo para sacar fotos, simplemente una foto con algo lindo).
Un dato curioso que nos daba un poco de gracia, era que de repente veías un local super chic, de ropa última moda, y en la entrada (adentro) una mesita con un cajón lleno de limones y un cartel que decía “25 limones U$S 1”; evidentemente, mucha gente tenía plantaciones en su casa, y aprovechaba el lugar de trabajo para vender su mercadería también, aunque no pegara ni con Poxipol respecto al rubro de la tienda.
Tampoco podían faltar las iglesias majestuosas, con esa arquitectura Europea que no deja de ser hermosa, y combinaba perfectamente con las casitas de adoquines, recuerdos del Cristianismo que vino para quedarse.
Cuenca es una de esas ciudades que te hacen creer que estás en Europa… sí, lo dice alguien que nunca estuvo en Europa, pero capaz es justamente por eso: uno se imagina Europa, como lo es Cuenca.
Igual, acá hay que aclarar que no es la primer ciudad donde nos sucedió eso, porque antes lo habíamos experimentado en Ushuaia.
El hecho de que anduviera el metro, recorriendo las calles de la ciudad, acentuaba esta sensación.
Bueno, le decían metro, pero era un tranvía.
Igual, si me preguntas a mí, en una ciudad como esta yo hubiera dejado los tranvías como los de Valparaíso, más rústicos, clásicos, como uno se los imagina cuando te dicen la palabra «tranvía» (al menos alguien del tercer mundo).
EL AMOR NO ES ROJO, ES BLANCO.
Yo sé que Cuenca tiene muchas cosas para que la recuerde con una sonrisa de enamorada en los labios, pero lo que yo más voy a recordar, es que allá fue donde lo conocí a él… señoras y señores, estamos hablando del jugo de coco.
El jugo de coco es mi ambrosía.
Es más, ya mismo me estoy subiendo al Olimpo a decirle a Zeus que su ambrosía no es nada al lado de la mía.
Había ya visto los carteles que lo anunciaban y al principio pensaba que se referían al agua de coco, la cual si bien me gusta, no me enloquece.
Pero cuando vi su color blanco, entendí que estábamos hablando de otra cosa… y tenía gusto a coco… no podía salir mal.
Pero claro, como somos ratas no queríamos gastar plata en algo «innecesario»… al menos no hasta satisfacer las necesidades básicas y constatar que todavía podamos darnos algún gusto (cosa que no sucede muy seguida tampoco).
El universo, que ya nos había anticipado que todo iba a estar bien con su cartel de «caldo de bolas», hizo que diéramos con un localcito que vendía una hamburguesa con papas, y un vaso de jugo de coco a un dólar.
¿Y saben cuál es la mejor parte? Que Wa me dejó su jugo porque a él no le gusta mucho el coco.
En ese momento, en ese localcito de comida rápida, me enamoré de ese elixir blanquecino.
Y Wa supo que no iba a poder parar, así que cuando salimos del local, pasamos por un puestito que vendía específicamente jugo de coco, a comprar una botellita de unos 350 ml para que me la tomara yo solita.
ESO, SEÑORAS Y SEÑORES, ES AMOR.
CIUDAD TURÍSTICA, CON PRECIOS LOCALES
Pero dejemos de hablar de este jugo que ya se me está haciendo agua la boca, y pasemos a otro tema de Cuenca que lo acabamos de rozar, ligeramente, como quien no quiere la cosa.
Y eso es, los precios.
Si partimos de la base de que Cuenca es una ciudad turística, y que además, es famosa por albergar a mucha gente de EE.UU que luego de retirarse se van a vivir allí, lo primero que pensamos es «uy, debe ser carísimo». Pues déjenme decirles que están en un error de acá a la China, ida y vuelta.
Cuenca es una de las ciudades más baratas que estuvimos de Ecuador, sino la más barata.
Ya saben lo que dicen, “el que se quema con leche ve una vaca y llora”; estábamos tan traumados con el tema de que en Perú nos trataran de cobrar de más siempre, en cualquier tienda, que le sacamos foto a este cartel en Cuenca, donde figuraban los precios sugeridos de los refrescos… sólo por si acaso. Al final, mas pronto que tarde nos daríamos cuenta que en Ecuador, eso prácticamente no es necesario, y que definitivamente, no estábamos en Perú.
Es cierto que en general la comida es barata en todo Ecuador, pero en Cuenca podías notarla un poco más a precio, y más si tomamos en cuenta lo popular que es para gente de otras latitudes.
SOL… AH NO, LLUVIA.
Y otro detalle notorio, es el clima.
Claro que, como es época de lluvias, no se asusten si les sorprende el chaparrón después de haberse tostado a pleno sol.
Cargar con un paraguas en Cuenca es, claramente, señal de residente local… o de que te hiciste el laciado y no te querés quedar como Beakman, pero ese obviamente, no era nuestro caso.
En nuestro caso, veníamos del calor agobiante de la costa, y pasamos a un fresquito considerable, en donde llevar algún abrigo ligero se hacía necesario, pero sobre todo, llegamos a un lugar donde, al menos en temporada de lluvias como lo es febrero, tenés que estar siempre preparado para mojarte y volverte a secar en cuestión de minutos.
Nos pasó varias veces estar caminando bajo un sol agradable tirando a rotisería, y de golpe y porrazo tener que salir corriendo a refugiarnos bajo algún techo porque caían pingüinos de punta… y así avanzando bajo techos llegábamos a una zona, unas cuadras más adelante, donde no llovía más, y a los minutos, otra vez el sol onda rotisería.
Sí, el clima de Cuenca es muy loco. Siempre tenés que salir con paraguas y un abriguito, por las dudas.
RECUERDOS CUENCANOS
Además de todas estas cosas que hicieron de Cuenca un lugar memorable, no puedo dejar de mencionar dos hechos, que si bien pueden darse en cualquier ciudad, se dieron acá, y hace que la recuerde con todavía más cariño (porque ya saben que la mayoría de las veces, la impresión que tengamos de un lugar la hace la gente que conociste ahí y las vivencias que tuviste).
Allá en Cuenca «hicimos de niñeros» de un cachorrito Bull Terrier de 1 mes de edad… y para que entiendan mi entusiasmo, les tengo que contar que ésta es una de mis razas favoritas de perros… y si a esto le sumamos que es cachorro, ya saben, casi exploto chorreando arcoíris en vez de sangre.
Pero una imagen vale más que mil palabras… y un video más todavía.
Y como segunda cosa memorable, es que en esta ciudad tuvimos el gustazo de quedarnos unos días con un chico que era ávido lector, en proceso de escritor (como yo, ponele) y además, gamer.
Eso se tradujo en días llenos de charlas sobre libros, cómics, y sobre todo, muchas, MUCHAS horas de juego frente a la xBox.
Y sé que esto puede sonar mundano, pero no saben qué lindo es para unos frikis como nosotros, después de tantos meses, volver a pasar horas frente a un videojuego, y poder hablar de eso con alguien.
Porque sí gente, si viajar es romper estereotipos, nosotros vamos a romper ese que dice que ningún «gamer» o “friki» sale de su casa, y que se pasan la vida encerrados jugando.
Acá estamos nosotros, recorriendo el mundo, y volviendo a nuestras raíces de vez en cuando, sin dejar de patear el globo. Tomá pa vos.
(hashtag: los gamer tambien viajamos… hashtag: con el gba en la mochila… hashtag: y la mochila tiene orejas de Pikachu ¿y qué?).
MIRADOR DE TURI
Si sos de esas personas que le gusta ver cada lugar al que va desde arriba, y ya que me bancaste las gansadas hasta acá, quedáte un poquito más.
Para llegar al mirador de Turi tenés que ir en subida, claro, ¿cómo sino veríamos todo desde lo alto? *Aplausos*
Igual, bromas aparte sobre mi inteligencia sobrenatural, digo esto para que seas consciente que te vas a fatigar un cacho.
Lo bueno es que podés elegir el camino «fácil», es decir, ir subiendo por una especie de gradas-escaleras que te llevan al mirador, o podés elegir el camino alternativo, como hicimos nosotros (y como solemos hacer porque claro, ¿a quién no le gusta sufrir no? re normal todo) y meterte en estrechos pasajes entre la espesura, y subiendo, siempre subiendo a través del barro y los pastizales.
Acá hago una pausa para contar que cuando estábamos de camino al mirador, ya subiendo entre los pastos, me di cuenta que había perdido el gorro… sí, ese gorro de visera tan carismático que tengo, con la cara de un oso panda porque ¿por qué no?
Una vez llegamos a la cima, disfrutamos un poco el paisaje, rellenamos la botella de agua en un caño a ras del suelo que encontramos, y nos sentamos un ratito en un banco a descansar.
En sí, el mirador vale la pena por el motivo obvio, es decir, las vistas; pero no vas a ver algo sumamente llamativo allá arriba.
Es algo interesante de hacer si ya estás por allá, pero si sólo pudieras hacer una sola cosa en Cuenca, nos parece más valioso recorrer las callecitas coloniales que subir hasta el mirador.
A la vuelta, en principio habíamos pensado en bajar por la parte «fácil», es decir, por los escalones de hormigón, pero al final, volvimos por casi todos los mismos caminos embarrados que a la ida, para ver si encontrábamos el gorrito perdido.
Cuando alcanzamos la acera, lo dimos ya por desaparecido, porque como buenos tercermundistas que somos pensábamos «ya está, si se perdió acá en plena calle, cualquiera que pasó ya se lo llevó». Además, era hora pico, lo cual, si bien en esta zona no había mucha gente, en ese momento había un poco más que a la ida.
De repente, una mancha negra y blanca en medio de la acera.
Sólo tenía algún pisotón, pero allá estaba él, mi gorrito de oso panda, esperando a que volviera a agarrarlo.
En su honor, y aunque no hiciera nada de sol, me volví todo el camino de vuelta con el puesto… y además, también me puse un poco más de «esperanza en la humanidad», pero no en la cabeza, sino en el corazón.
PARQUE NACIONAL DE CAJAS
Otro destino adquirido en el momento.
Tanto nos hablaron de este parque, que decidimos volver a través de él, que al final de cuentas, quedaba en nuestro camino hacia Guayaquil… así que déjenme corregirme: decidimos hacer una parada en el parque, y no solamente atravesarlo.
Lo que no habíamos tomado en cuenta es que en Ecuador es invierno, y que el Parque está ubicado en plena zona de sierra, con alturas entre 3000 y casi 4500 metros… entonces claro, hace frío. De hecho, esta es la parte más antigua de la cordillera de los Andes.
Lo más impresionante del Parque Nacional Cajas es, que si tenés tiempo de recorrerlo, seguro que vas a poder ver muchas lagunas y lagunitas, porque tiene más de 700 desperdigadas por toda el área que ocupa.
Y si sos alguien como yo, a quien le gustan mucho esos plumíferos y simpáticos seres que sobrevuelan el planeta tierra, llevate binoculares y armate de paciencia… pero solo un poco, no vas a necesitar mucha, porque una consecuencia de que haya tantas lagunas es que este parque está lleno de aves migratorias.
Nosotros llegamos bajo lluvia, y caminamos bastante hasta llegar a un refugio llamado «Toreadora». Creíamos que allí podríamos acampar libremente, con alguna facilidad extra, como, por ejemplo, un baño (o algún orificio que oficie de…).
Error.
Desconocemos si en los demás refugios será así, pero al menos en el Toreadora te exigían un pago de 4 dólares por persona para hacer uso del refugio, que según escuchamos, eran camas en alguna parte techada.
Preguntamos si no podríamos simplemente poner la carpa en alguna parte, y nos dijeron que «claro que sí, pero igual tendrían que pagar los 4 dólares cada uno».
No, no tenía sentido.
Así que lo que hicimos fue comprar algo de comer en el parador (lo más barato que encontramos, cosa que teniendo en cuenta el lugar, los precios estaban algo inflados) y salir de la zona de refugio para buscar un lugar más alejado y escondido donde acampar sin nadie que nos quiera cobrar.
Finalmente, nos plantamos al lado de una casa que parecía algo abandonada… es decir, evidentemente era la entrada a algún sendero o algo porque había un cartel que daba la bienvenida a quien ingresara en esa parte, seguido de las reglas que rigen el Parque (como la de «prohibido hacer fogatas» regla que corre para cualquier lado del parque) pero a su vez, se veía como si nadie del personal del lugar hubiera ido en bastante tiempo; de hecho, estuvimos golpeando todas las puertas que vimos y nunca recibimos señales de vida.
Ese lugar estaba bastante bien ubicado, porque teníamos un laguna justo en frente, y además, nos metimos detrás de unos arbustos que impedían que los autos que pasaran por la ruta pudiesen vernos.. . claro, también nos cortaba un poco la vista a la laguna, pero bueno.
Y acá aprovecho a decirles, que para aquellos que les gusten las experiencias no-terrenales, ir a esta hermosa reserva natural puede llegar a ser una buena idea también, ya que hay relatos sobre avistamientos de ovnis sobre las lagunas del Parque de Cajas.
Nosotros no somos los mejores testigos de ello, ya que lo más raro que nos pasó, fue sentir como un pájaro se chocaba de lleno contra la carpa… aunque algún amigo por allí me preguntó «¿estás segura que era un pájaro?» y me dejó pensando.
La noche que pasamos allá no fue la mejor, ya que debido al clima lluvioso que había estado rompiéndonos los kinotos toda la tarde, sumado a algún inconveniente extra, dormir no fue la experiencia más agradable de la noche… o mejor dicho, sí, dormir fue el mejor momento de la noche, lástima que debido a estos percances, el sueño llegó muy tarde, y cuando llegó fue entrecortado.
¿Qué percances?
Que como había llovido todo el rato que estuvimos caminando (que fueron más de 2 horas) estábamos bastante mojados, y por más que intentásemos secarnos, no fue tarea fácil.
Si a eso le sumamos que mi colchoneta dio señales de fuga, porque se desinflaba a la media hora de haberla inflado, dejándome apoyada contra el piso frío a causa del agua que se acumulaba bajo la carpa, podrán entender, mis queridos lectores, por qué la noche en el Parque Cajas no fue la mejor del mundo.
Así con todo, es imposible dejar de reconocer la belleza de este lugar, que se aprecia aún bajo lluvia y rodeada de neblina, como nos tocó a nosotros.
El Parque Nacional Cajas tiene una extensión de 28.500 hectáreas, con muchísimos senderos de distintos niveles de dificultad, usualmente bien señalizados.
Y si bien creo que ya quedó claro, voy a responder a la pregunta que sé que algunos se hacen…
¿SE PUEDE ACAMPAR EN EL PARQUE NACIONAL CAJAS?
Sí, se puede acampar en el parque y podés hacerlo de dos formas: o en los refugios, en donde suelen cobrar (al menos en el que nosotros estuvimos, el Toreadora, sí lo hacían) pero que a veces te permiten una comodidad mayor, como era el caso de las camas, o podés acampar por cualquier lado salvaje que encuentres para meterte. Eso sí, si elegís esta última opción, tenés que estar preparado para el frío y dependiendo la época, la lluvia.
Y capaz, lidiar con alguna colchoneta rota que te haga la noche más… ¿entretenida?
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