De Jujuy nos fuimos directamente a La Quiaca, ciudad Argentina fronteriza con Bolivia.
Y déjenme decirles que en la frontera se respira más Bolivia que Argentina, definitivamente.
Para llegar a la parte de migraciones, hay que cruzar un pequeño puente cercado, en cuya entrada se podían ver señoras de rimbombantes polleras y simpáticos sombreros, barriendo la vereda del lado argentino. Este fue nuestro primer encuentro con las cholitas.
Nunca nos quedó claro por qué barrían la vereda del puente, pero lo cruzamos y nos dirigimos a la parte de migraciones para sellar nuestra salida de Argentina.
Acá fue donde se empezó a respirar el caos Boliviano.
Una fila con gente de todas las edades avanzaba lentamente, y ante semejante perspectiva, varias personas hacían caso omiso a la fila (sin siquiera intentarlo) y pasaban por el costado, obteniendo como resultado una catarata de griterío, por parte de los que sí estaban esperando su turno como corresponde, para traerlos al orden.
De todas formas, no era hasta que escuchaban la voz de la pobre y única funcionaria de migraciones que estaba atendiendo, pidiendoles que hagan fila, cuando entre bufidos y quejas volvían atrás y se ubicaban al final de la fila, murmurando excusas como «pero si es para pasar nada mas» o «no puedo esperar».
La parte graciosa de la cuestión, es que uno de los que más se quejaba de esta gente que se colaba, se coló delante nuestro; pero como somos seres tímidos y al final de cuentas toda la situación nos daba gracia (¿viste cuando te reís para no llorar?), nos sonreímos y no le dijimos nada.
La fila siguió avanzando, y tuvimos que presenciar más gente que intentaba entrar sin registrarse (uno de ellos hasta hizo salir de su puesto a la señora que atendía, para parársele en frente y regañarlo porque no le hacía caso), gente a la cual le faltaban papeles pero pretendían que se lo perdonasen, etc.
Cuando nuestro trámite quedó pronto (que demoró más por tratarse de pasaportes europeos, siendo que todos los demás eran o Bolivianos o Argentinos) nos dirigimos a la parte de migraciones de Bolivia, para que nos pongan el sellito de entrada.
El localcito quedaba un par de cuadras más allá de la frontera, y cuando les pedimos el sello de entrada, nos dijeron que no se ponía, que simplemente teníamos que conservar el papel que nos dieron en la parte de migraciones de Argentina, donde figuraba que teníamos 90 días de estadía en el país.
Por más que volví a insistirle que queríamos el sello en el pasaporte, la negativa del señor de migraciones Bolivianas, fue rotunda. Y así fue como nos quedamos sin sellito de Bolivia y nos quedamos en el limbo, porque a juzgar por el pasaporte, tenemos la salida de Argentina pero no tenemos ninguna entrada, entonces, ¿dónde estamos?
DESDE VILLAZON HASTA UYUNI
Nuestros primeros pasos en Bolivia fueron en la ciudad de Villazón, donde pensábamos tomar un tren que, según leímos, nos dejaría en Uyuni, así que nos pusimos a buscar la estación de trenes.
Esto del tren nos hacía bastante ilusión, porque no es algo muy común en nuestro país, de hecho, yo solamente me había subido a un tren una vez y Wa lo había usado un tiempo, pero muy poco (en Uruguay, solo hay 1 tren de pasajeros).
Cuando por fin encontramos la estación de trenes, nos desilusionó ver que estaba cerrada a cal y canto, así que preguntamos a gente que pasaba por la zona; una de ellas nos dijo que era raro porque siempre estaba abierta, mientras que la otra nos dijo que hacía un año que la estación estaba cerrada en Villazón, porque el agua se había llevado los rieles en aquella zona. Este último testimonio concordaba más con las puertas cerradas de la estación, así que buscamos un plan B.
Como nos encontrábamos en una ciudad, y nos habían hablado tanto de lo económico que era el transporte en Bolivia (y lo imposible de hacer dedo gratis) decidimos tomar un bus que nos dejara en Tupiza y luego allí buscar otro hasta Uyuni.
No era necesario buscar demasiado, porque en Bolivia el transporte te encuentra a vos.
Al grito de «Tupiza Tupiza Tupiza, faltan dos a Tupiza» unas cuadras antes de llegar a la terminal de buses, la gente te rodea y acelera la velocidad de modulación cuando te ve rasgos extranjeros. Parece una competencia extraña donde el ganador es aquel que logra meter más veces la palabra de destino en un minuto.
Rato después íbamos en un mini bus, el medio de transporte por excelencia en Bolivia, que no es más que una camioneta grande, adaptada con varios asientos para transportar unas 14-15 personas.
Hay mini bus locales, y mini bus con destinos más alejados, como fue el caso de los que tomamos para llegar a Uyuni.
Una vez en Tupiza, encontrar un mini bus a Uyuni sería sencillo, pensamos, ya que es el lugar turístico por excelencia en este país, pero lo que en ese momento no sabíamos era qué tan exagerada podía ser la diferencia de precios entre ellos, y comprendimos por qué nos habían aconsejado tanto regatear.
Inocentes de nosotros, nos metimos en la terminal de buses, y estábamos buscando a quien preguntarle cuando nos intercepta un señor al grito de «Oruro», a lo que nosotros negamos y le decimos que vamos hacia Uyuni. A el señor le brillan los ojitos como dos monedas y nos dice que esperemos, mientras él se va apurado.
Enseguida llega acompañado de una muchacha que nos ofrece llevarnos a Uyuni por 80 bolivianos. Haciéndonos los turistas sabiondos, le pedimos rebaja a lo que nos ofrece bajarnos el costo a 70, no menos que eso. Contentos, pensando que habíamos hecho negocio y sintiéndonos re avispados, concretamos, y ella nos da a llenar una planilla con nuestros datos. Antes de empezar a llenarla, le pregunto si hay baño, a lo que ella responde que sí, pero, en un tono muy amable casi maternal me dice «pero primero llenan la planilla y después van tranquilos al baño ¿sí?». En ese momento me pareció lo más lógico del mundo y no pensé que tuviera otra intención.
Llenamos la planilla, y salimos de la terminal por una puerta distinta que por la que entramos.
Al salir allí entendimos todo.
Habían alrededor de 15 personas, todas gritando distintos nombres de ciudades. Entre ellas, una señora alta y rubia se acerca y nos ofrece ir a Uyuni por 30 bolivianos en un coche cama… A ver si soy clara… MENOS DE LA MITAD de lo que nosotros, sintiéndonos tan vivos, habíamos negociado. Y en mejores condiciones.
Le explicamos que ya habíamos comprado y un poco enojados con nosotros mismos por haber aceptado la primera oferta, a sabiendas que tendríamos que haber averiguado más, fuimos al baño, donde tuvimos que pagar un boliviano para entrar, procedimiento que luego veríamos, es común en Bolivia. El baño SIEMPRE se paga, aunque esté en una terminal.
Luego, nos quedamos esperando a que el mini bus partiera… lo que sucedió más de 1 hora después, y encima se rompió en el camino así que tuvimos que esperar a que otro mini bus nos socorriera e ir más apretados. Encima, en Atocha, una ciudad intermedia donde pegamos cambiazo de bus nuevamente, perdí un llavero con importancia sentimental para mí.
Cuestión, que llegar a Uyuni llegamos, pero nos costó una lección que todo turista debe aprender en Bolivia; NUNCA te quedes con la primera oferta, aunque te parezca barata, y SIEMPRE consultá todas las alternativas posibles y no dejes de regatear.
No pienses que es ofensivo para los bolivianos, ya que ellos están acostumbrados al regateo y no es raro que se inflen los precios al turista. Y esto corre para todo, tours, transporte, comida, productos de supermercado, etc.
A nosotros nos cuesta bastante, pero una vez que entendés que esa es su dinámica de trabajo, y que no te van a tratar mal por pedir rebaja, te vas a ir acostumbrando.
Ahora, la verdad sea dicha, acostumbrarse no es sinónimo de disfrutarlo. Nosotros seguimos prefiriendo que los precios sean claros y justos, sin necesidad de negociar cada vez que necesites comprar algo, porque mal o bien, implica un desgaste en ese tire y afloje, y al final, nunca quedas del todo convencido si hiciste un buen negocio o si podía ser todavía mejor.
UYUNI
Apenas ponés un piso en Uyuni te das cuenta de que esta ciudad vive del turismo.
Desde la cantidad de extranjeros que te cruzás, hasta las cuadras y cuadras llenas de agencias que organizan tours al salar, a las lagunas, etc.
Las voces se multiplican, y ya no sólo ofrecen viajes baratos en mini bus, sino que ahora ofrecen también visitas guiadas y comida.
Y hablando de comida, lo que sí resulta llamativo, sobre todo para ser una ciudad tan turística, es la cantidad de mugre que hay en las calles. La gente tiene la costumbre de tirar los envoltorios a la buena de Dios, ya sea desde un bus, o simplemente tirando las cosas a la calle o dejando los envoltorios de comida sobre el alfeizar de una ventana. No es raro tener que ir esquivando basura, y de vez en cuando, sintiendo olores desagradables que se mezclan con el aroma del pollo rostizado, comida por excelencia en todo Bolivia.
Y claro que visitamos un mercado para comer junto con los locales. Por 13 bolivianos cada uno (unos dos dólares) nos sirvieron una sopa de fideos como entrada, y luego un plato de arroz con cuna especie de estofado. Luego veríamos que en Bolivia es común que por ese precio te sirvan dos platos, el cual el primero siempre es sopa, acompañado todo de un jugo, y a veces pan.
Ahora, hablando de los tours que ofrecen a grito pelado, si bien nosotros también fuimos bombardeados con ofertas de tours al famosísimo Salar de Uyuni, decidimos mantener nuestro plan inicial, que es, ir por nuestra cuenta.
¿Si se puede decís?
¡Pfff! ¡Vaya que se puede! Si querés saber cómo ir hasta el salar sin tours de por medio, y pasar la noche allá, con lujo de detalles, date una vuelta por nuestro post sobre el Salar de Uyuni.
Pero sí, volviendo al tema, la verdad es que cualquier transeúnte se convierte en un potencial agente de marketing, listo a gritarte en la cara el servicio que ofrece cuando te cruzas con él.
Y es que es triste decirlo, pero en Bolivia, y principalmente en ciudades turísticas como Uyuni, el extranjero se reduce a un billete con patas.
Todo el mundo va a intentar venderte algo, no importa que lleves puesta una mochila, que se note que llevás una carpa para evitar pagar hoteles, que tu ropa dé muestra viviente de no ver un jabón desde hace días, y que el tamaño de tu estómago demuestre que no te gastás miles de dólares en morfi… siempre vas a ser un billete con patas.
Ahora, así como decimos eso, también tenemos que destacar la amabilidad de la gente. Incluso cuando rechazás sus ofertas, el boliviano te va a sonreír y hacer una pequeña reverencia, casi como disculpándose por haber «molestado».
En ningún momento nos sentimos discriminados por ser turistas (y con rasgos tan diferentes, además), sino todo lo contrario, podría decirse que el ciudadano de Bolivia quiere cuidar a sus visitantes.
Claro que podés sentir miradas más penetrantes, pero eso es por el simple hecho de vernos distinto, no es que se sienta amenaza ni peligro en esas miradas, sino más bien la sorpresa o curiosidad naturales cuando observamos culturas diferentes a la propia.
Y hablando de culturas diferentes…
LAS CHOLITAS
Las cholitas son esos míticos personajes que se nos vienen a la mente cuando pensamos en Bolivia… pero, ¿son tan personajes como creemos?
En Uyuni fue donde nos dimos cuenta que las cholitas no eran atractivos turísticos, como solíamos creer antes de pisar territorio Boliviano.
Debo confesar, y muy a sabiendas de quedar como una ignorante, que yo creía que las Cholitas eran señoras que se vestían con estas polleras pomposas y gorritos prominentes, y peinaban sus cabellos en trenzas, para obtener beneficios turísticos, pero que era todo marketing.
No pensé que a día de hoy quedaran personas que mantuvieran esas costumbres tan arraigadas, en pleno siglo XXI, sin intereses económicos.
Afortunadamente, Bolivia nos pateó la cara en eso.
Nos dió mucho gusto ver que este país mantiene sus tradiciones sin dejarse influenciar tanto por grandes potencias que quieran venir a «modernizarlos». Y no me interpreten mal, no estoy en contra de la modernización en aspectos positivos, pero me dió mucho gusto ver que Bolivia todavía no está infectado de McDonalds y Starbucks, y que no toda la gente usa jeans rotos.
Las Cholitas son mujeres muy trabajadoras y fuertes, que eligen utilizar las ropas típicas porque así es como ellas lo prefieren, y así se las respeta. Según nos dijeron, ellas son descendientes directas de indígenas, y mantienen muchas costumbres originarias de sus pueblos, no solo la vestimenta.
Yo no sé ustedes, pero para mi, ser capaz de mantener tradiciones con tantos de años de antigüedad, en un mundo bombardeado de tendencias modernas por unos pocos países que tienen el poder, me parece admirable.
Y estas mujeres, sólo por el hecho de mostrarse como sienten que es correcto hacerlo, me parecen dignas de admiración y respeto.
Así que en resumen, si vos también creías que las cholitas era todo un tema marketinero, ya va siendo hora que reviertas tus pensamientos, porque las cholitas son mujeres como vos y como yo, independientes, fuertes y trabajadoras, que eligen mantener las costumbres de sus pueblos originarios, con todo lo bueno y malo que eso pueda implicar, pero sobre todo, con decisión y firmeza ante sus creencias.
Yo por mi parte, todavía tengo pendiente pedirle a una de ellas que me expliquen cómo se atan esa tela que llevan a modo de mochila en la espalda, donde parece que cargan el mundo entero. Me parece muy práctico y multiuso…
No me mires así Ariel, no te voy a sustituir, es simple curiosidad.
ORURO
Luego de visitar el Salar de Uyuni, seguimos camino hacia la ciudad de Oruro, y esta vez sí, logramos tomar el tren.
Como el tren salía a las 01:20 a.m (spoiler: al final terminó saliendo a las 02:00) nos quedamos gran parte de la noche esperando adentro de la estación, y luego de vernos durante un par de horas, un señor que trabajaba allí se arrimó para invitarnos a pasar a otra sala donde estaríamos más calentitos. Aprovechamos que teníamos todo lo necesario, y nos pusimos a escribir post para el blog.
Esa noche aprovechamos a dormir en el tren, el cual demoró unas 7 horas en llegar a Oruro.
Al igual que las demás ciudades por las que habíamos pasado, la entrada a Oruro parecía estar pintada de marrón; cientas de casa sin revocar, con ladrillos a la vista, nos daban la sensación de estar entrando a un lugar a medio construir.
El paisaje fue cambiando conforme el mini bus se fue adentrando en la ciudad, hasta llegar a una zona evidentemente céntrica, donde el marrón da lugar al gris y los colores de los letreros de los comercios.
Oruro es una ciudad grande, más moderna que las demás por las que habíamos pasado, pero aun así todavía pueden verse cholitas corriendo por las veredas asfaltadas, vendiendo comida o llevando a sus nietos a la escuela.
Tuvimos el agrado de asistir a un feria (o mercado), donde probamos algunas comidas típicas; nos sentamos a comer en medio de la feria, en un puestito que vendía un plato de comida gigantesco por 18 bolivianos, que no pudimos terminar, ni siquiera entre los dos.
En ese plato probamos, como cosa nueva, carne de llama, plátano cocido, un maíz de granos blancos y grandes, y oca (un tipo de papa que se parece a una larva gigante); el resto de las cosas ya las conocíamos.
Así con todo, la medalla de oro se la lleva la chicha de maní, bebida que ofrecen algunos de los muchos puestitos de venta de jugos express que podés encontrar en las ferias o incluso en las calles; y digo express porque te lo suelen servir en una copa de vidrio, para que lo tomes en el momento y luego sigas tu rumbo (si bien suelen tener también opción «para llevar» en vasitos de plástico).
La chicha de maní, a mi parecer, es agua mezclada con mantequilla de maní, pero ¡que manjar de los dioses resultó ser! Lo mejor es que en ese puestito aprendimos que muchas veces, si vos lo pedís, te regalan una yapa, es decir, la mitad de lo que ya tomaste, por ejemplo, si te compras un vaso de chicha, cuando lo terminás pedís la yapa, y te sirven medio vaso más, de forma gratuita.
Claro que no todas las personas que venden refrescos lo aplican, pero es un buen dato a tomar en cuenta e intentarlo siempre, por las dudas… nunca sabemos quién nos puede dar yapa.
Aparte de la feria, también estuvimos recorriendo la ciudad, y una de las cosas que encontramos fue un pequeño lugar lleno de maquinitas, de las cuales, la mayoría eran de la Tekken Tag Tournament, tentación que Wa no pudo resistir, tratándose de su juego de pelea favorito…
Después de semejante caminata, y de haber dormido más o menos en el tren, esa noche caímos fundidos… y no dormimos solos…
ORURO Y EL CULTO AL DIABLO
Otra de las cosas que pudimos visitar en Oruro fue un museo donde se exhibían momias de antiguas civilizaciones y también máscaras de demonios y demás representaciones diabólicas.
Algunos de los cráneos exhibidos presentaban formas bastante extrañas, como si pertenecieran a otro planeta…
Y también habían representaciones de una torre funeraria de aquella época, también llamada Chulpa.
Algunas herramientas hechas en la época…
Y para rematar, un supuesto meteorito que cayó, según dicen, en alguna parte de Oruro, pero no especifican en cual (un poco dudosa la cosa, pero yo por las dudas lo toqué… quizás sea la única vez en la vida en donde pueda tocar un meteorito).
En cuanto al carnaval y el culto al diablo había muchísimo para ver.
Según averiguamos luego, el Carnaval de Oruro (declarado patrimonio de la humanidad) está dentro de los carnavales más importantes del mundo, y es el cual se bailan las llamadas «diabladas», donde la gente se disfraza con trajes llamativos y máscaras que representan al diablo. Estás tradiciones son de alguna forma, una mezcla de tradiciones cristianas y andinas, y comenzó a ponerse en práctica por la gente que trabajaba en las minas, hace cientos de años atrás.
Lamentablemente, no llegamos en una fecha donde pudiésemos presenciar estas danzas, pero ya tendríamos luego oportunidad de ver más material al respecto.
Y si bien puede resultar curioso, estas «diabladas» tienen también mucho que ver con la Virgen del Socavón, la cual tiene una estatua enorme a donde se puede acceder a través de un teleférico.
VIRGEN DEL SOCAVÓN
El teleférico de Oruro se habilita los días de feria en la zona, es decir, miércoles y sábados.
Tiene un costo de 10 bolivianos para los turistas y 2 bolivianos para los locales.
Una vez arriba, vas a tener una hermosa vista de toda la ciudad, y lo que no es menos impactante, una representación gigante de la Virgen del Socavón con el niño en brazos.
No importa que tengas creencia religiosa o no, me atrevería a decir que esta estatua pone la piel de gallina a quien quiera que la mire.
En mi caso, no podía sacarle los ojos de arriba, y no estoy segura si la sensación que me daba era de respeto absoluto o miedo.
Creo que la diferencia entre ver un edificio de la misma altura, y ver a esta virgen, es la semejanza con la figura humana. Ese es el punto que, creo, al menos en mi, generó esa sensación.
Suponemos que la idea de erguir semejante monumento en las alturas, es para intensificar la sensación de protección que, como suele suceder con la virgen, se intenta transmitir.
Y como no podía ser de otra forma, tratándose de países andinos, despedimos el post con una llama que le hace caso a los carteles.
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