Y dejamos atrás las serpientes de Campeche, las murallas, los piratas y los tiburones, y aun a riesgo de ser tachada de sensacionalista mencionando todas esas cosas que suenan muy Hollywood, lo cierto es que Campeche fue mucho de todo eso. Eso y más.
A dedo llegamos hasta Champotón, un pueblo del cual empezamos a buscar la salida a la ruta para continuar haciendo dedo, pero nos enamoró en pocas cuadras, así que decidimos pasar unas horas allí.
No es que fuese un lugar tan especial, pero nos atrajo su rambla llena de pelícanos, su prolijidad desprolija, su tranquilidad de pueblo alejado del turismo sin caer en el caos total de las calles embarradas ni de los edificios a medio construir.
Un pueblito prolijo y autóctono.
EL SEÑOR DEL PALO BAJO EL BUZO
Hasta en un pueblo pequeño como lo es Champotón, vivimos la misma situación que solemos experimentar en casi toda Iberoamérica cuando nos sentamos en algún banco público.
Es triste que sucedan estas cosas, sobre todo porque significa que hay un problema social que no está siendo solucionado, que hay gente en situaciones muy malas, y gente que quizás no está en mala situación, pero se aprovecha de lo normalizado que está y lo fácil que resulta hacerlo. Ya habíamos vivido la experiencia más incómoda al respecto en Brasil, pero es algo que, lamentablemente, suele darse en toda Iberoamérica.
Teníamos unos dulces típicos que nos había regalado el amigo que hicimos en Campeche, así que después de sacarle fotos a las aves, reclinados sobre la baranda de la rambla, y a la estatua del inconfundible guerrero Azteca (ocēlōpilli en lengua náhuatl) con piel de jaguar en la cabeza que allí se alzaba, nos sentamos en un banquito a disfrutar de los snacks.
No habíamos comido ni la mitad de uno cuando se acerca un señor de ropas sueltas y algo sucias, con un andar que se debatía entre la izquierda y la derecha, y algo grande, evidentemente mal escondido, bajo su ropa.
Nos pregunta si hablamos inglés o español, y se alegra cuando se da cuenta que va a poder conversar largo y tendido con nosotros en su lengua.
Nos tira una primera frase con todo el gancho: «en esa plaza de ahí atrás, conocí al amor de mi vida… ¿saben cuánto demoré en enamorarme de ella? Adivinen«.
Ninguna de nuestras respuestas dio en el blanco, así que el disparó: «15 segundos. Ese fue el tiempo que me tomó darme cuenta que estaba perdidamente enamorado de aquella extranjera pelirroja«.
Nos contó cómo se casó, cómo tuvo hijos, y como las cosas terminaron mal y ahora el deambulaba por las calles, siendo perseguido por personas que le querían pegar (por motivos que nunca supimos), y de debajo de su ropa, saca lo que todos sabemos que tenía, aunque él se esforzara en disimularlo: un tronco de árbol tamaño bate de beisbol. Comienza a revolearlo a pocos centímetros de nuestras cabezas, para demostrarnos lo capaz que era de darle una paliza a sus perseguidores… aunque nosotros temíamos por la integridad de nuestros cráneos; esos movimientos acompañados del bamboleo que le daba el alcohol que corría por sus venas, no eran la mejor combinación.
Su charla derivó en una lección de vida, donde nos decía que nos cuidemos entre nosotros, que no nos peleemos, que el amor es importante, y los ojos se le hacían agua mientras lo decía. Nos juraba que él no nos quería molestar ni pedir nada, que sólo quería que valoremos las cosas que valen la pena, y para ello nos contó memorias de su vida, al mejor estilo maestro milenario shaolin, donde se mezclan vivencias cotidianas con metáforas y moralejas.
Media hora aproximada fue lo que duró la charla unilateral; nuestros snacks seguían congelados en nuestras manos, a medio comer por un tema de respeto (nos parecía de mal gusto comer frente a él) cuando la pregunta llegó disparada, apenas unos minutos después de que nos aclarase que no nos iba a pedir nada: «regálame esos zapatos amigo» le dice a Wa.
Como le dijimos que no, mira los snacks y nos pide que se los demos.
Le explicamos que eran un regalo y que recién los estábamos probando. No nos quiso creer. Insistió más ferozmente.
Yo me acordaba del palo, el cual el tocaba cada tanto debajo de su buzo, o porque se le estaba cayendo o para que no olvidemos que lo tiene.
Cuando entró en la etapa de pedir directamente dinero, se acercaron dos muchachos fornidos, y nos dijeron «Hey hi!» mientras nos daban la mano como si nos conocieran de toda la vida.
El señor del palo los miró asustado, y se alejó en seguida, cruzando la calle a toda velocidad.
Cuando volvimos a mirar a los muchachos ya estaban a varios pasos de distancia, y sin dejar de andar, volteando la cabeza, nos sonríen mientras guiñan un ojo y levantan el dedo pulgar.
Nuestra sonrisa de respuesta fue un agradecimiento mudo.
No necesitábamos más para hacernos entender.
EL MEJOR PATÉ FOIE FRANCÉS… PERO EN ESCÁRCEGA.
Tenemos que ser sinceros: no nos gustó Escárcega.
Nada en este pueblo, también alejado del turismo, hizo que nos quisiésemos quedar una semana, pero lo hicimos en virtud de la paz que encontramos entre 4 paredes.
Con la simple petición de cortar el pasto, alguien nos prestó su casa para quedarnos por el tiempo que quisiésemos.
Como ya hemos mencionado en alguna oportunidad, en una vida donde el movimiento es la rutina, y al igual de quien intenta escapar de la oficina para irse a la playa, nosotros buscamos a veces escapar de nuestra rutina movediza, parando un poco. Y después del año de viaje, esto se va convirtiendo cada vez más en una necesidad, en un «auxilio» que el cuerpo grita cada vez más seguido.
Esta oportunidad de hacer «vida de concubinos» por unos días, sumado a la falta de atractivos que, a nuestro parecer, había en Escárcega, hizo que nos quedásemos la mayor parte del tiempo dentro de la casa.
En ese momento no imaginamos que no mucho tiempo después, ya no sería el cuerpo el único que nos pediría reclusión, sino una situación de alerta mundial.
Escribimos, descansamos, nos dimos maña para cocinar utilizando únicamente un calentador de agua, hicimos videollamadas largas, y editamos videos.
Ok, quizás no descansamos tanto a nivel mental, pero a nivel físico fue un buen descanso.
Un buen día, nos anunciaron que una pareja de franceses que viajaban en bicicleta llegaría a la casa y se quedarían por una noche.
Nos tomó por grata sorpresa descubrir que los muchachos franceses que esperábamos, eran dos adorables personas de alrededor de 70 años cada una.
Setenta años y aguantaban más de 70 kms diarios en bicicleta como si nada… y yo que me hice puré cuando no pude frenar en una esquina de Uruguay, hace no tantos años como los que me gustaría admitir.
Ella hablaba algo de español, el nada.
Ella le traducía lo que decíamos entre sonrisas.
La señora no entendía por qué nosotros decíamos «ustedes», ya que ella había aprendido, allá en Europa, que la palabra correcta sería «vosotros». Le explicamos lo romántico y añejo que sonaba esa expresión para nosotros los latinoamericanos, mientras que en España era normal.
Ellos nos enseñaron a arreglar la podadora cuando no supimos como cambiar el hilo, y nosotros los ayudamos con una función de su celular.
Nos fascinaba este intercambio de conocimientos, tan marcado por las edades.
A la mañana siguiente, cuando continuarían viaje, nos anuncian que hay algo que traen desde Francia, y no usaron porque estaban buscando la situación ideal.
En su corazón, nosotros éramos las personas que generaron esa situación que estaban esperando.
Pusieron sobre la mesa una lata dorada, con letras manuscritas en color negro, la combinación ganadora de la alta alcurnia.
– ¿Conocen el paté foies?
– Solo de nombre. Probamos el paté de pato, pero ninguno francés.
– Este es el clásico en Francia, no se parece a los que venden en otros países. Esta marca no es económica, por eso se suele comer en Navidad. Es la única lata que tenemos y queremos compartirla con ustedes.
Tenían razón.
Nada tiene que ver el paté foies con el paté de pato del Devoto, y me atrevería a arriesgar que ni siquiera con el de Tienda Inglesa.
Y comiendo los últimos trozos de paté, mojándolo en el aceite que quedaba en el plato, nos despedimos de los franceses, prometiéndonos recibimientos y largas estadías en Francia o en Uruguay respectivamente, en algún futuro no demasiado lejano.
CENOTE MIGUEL COLORADO
Sabíamos que Yucatán estaba llena de cenotes.
Sabíamos que el agujero azul de Belice era un cenote en el agua.
Y tambien que un cenote era una especie de agujero muy profundo, con agua en su interior.
Hasta sabíamos que muchos tenían túneles subterráneos por donde se perdieron restos de algunas de las personas que murieron ahogadas en esta enorme masa acuática.
Sabíamos que eran un gran atractivo turístico.
Sabíamos muchas cosas de los cenotes, menos el detalle que nos hizo querer visitar uno y que solo supimos cuando ya casi no teníamos ninguno cerca: que México es el lugar con más cenotes del mundo.
Si bien hay algunos en otras partes, como Florida y Australia, es México, y más concretamente la península de Yucatán el lugar del mundo por excelencia con más cenotes; alrededor de 2400 de estos agujeros de agua se extienden por todo el estado.
Yucatán ya estaba lejos para nosotros, pero afortunadamente, cerca de Escárcega nos quedaba la última esperanza: el Cenote de Miguel Colorado.
Llegar al Cenote Miguel Colorado
Aprovechando el carácter de pueblo de Escárcega, los bajos costos de transporte, y los 30 kms que nos separaban, probamos suerte con el bus local que, en teoría, nos dejaría en el cenote.
Fuimos directamente a la terminal de buses y pedimos dos boletos para el cenote Miguel Colorado.
Los buses pasan cada media hora, desde las 6 de la mañana hasta la tarde, así que por falta de frecuencia no va a ser.
Lo que nadie nos dijo, es que, en realidad, el bus va por la ruta, y se detiene en la entrada del camino que lleva al pueblo donde se encuentra el cenote… que está a 10 kms de la ruta. Y que, una vez llegados al pueblo, hay que caminar 3 kms más para llegar al cenote.
Diga que, para nosotros, que no sabíamos que bajando del bus aún nos separarían 13 kms del cenote, no nos representa un gran inconveniente, porque sabemos que haciendo dedo se llega a cualquier lado (o casi), pero no vislumbramos el detalle de que Miguel Colorado es un pueblo muy pequeñito, y casi no pasan vehículos en esa dirección.
Como no contábamos con esta espera, tampoco habíamos elegido ir en un horario muy holgado.
Dudamos.
Dudamos mucho.
¿Caminamos? Demoraríamos muchas horas, llegaríamos muertos y sobre la hora.
¿Nos tomamos la mototaxi que había pasado, la única que tenía el pueblo de Miguel Colorado, intentando cobrarnos 60 pesos cada uno por llevarnos 10 kms hasta el pueblo, y que, comparado con el bus que nos había llevado casi 20 kms por 27 cada uno, nos parecía excesivo?
Amagamos a empezar a caminar.
Nos arrepentimos y paramos debajo de la sombra del único árbol lo suficientemente cercano a la ruta.
Ninguno de los pocos autos que pasaban intentaban detenerse.
Estábamos ya pensando en volver a la ruta principal y regresarnos a Escárcega, cuando una camioneta frenó.
El señor de bigote mexicano y sonrisa tímida estaba construyendo una casita en Miguel Colorado, y transportaba bolsas de portland.
Nos dijo que, si lo esperábamos a que dejara el material en la casita, él nos llevaría hasta la entrada del cenote, es decir, los 13 kms completos.
MIGUEL COLORADO
El pueblo era de esos en donde los entes estatales tienen forma de casa de familia.
Donde los caminos son de tierra y es más común que se te cruce un ganso en vez de un perro.
Un niño encerrado en cuerpo de adulto por azares de la naturaleza, nos saluda muy efusivamente desde el frente de su casa, donde tocaba un pianito de juguete.
Una señora que abría parte de su hogar para convertirla en almacén, nos vendía algo de tomar a precio local, porque en estos pueblos no suelen hacer diferencias con los turistas.
La casita de Turismo del pueblo nos llamó la atención, no porque tuviera forma de casa normal, sino porque existía en un pueblo tan pequeñito.
La muchacha que lo atendía tenía la única compañía de un perrito chihuahua, y aunque no pudo complacernos en nuestra petición de un mapa del lugar (ilusos nosotros al pedir aquello) nos mostró un plano plastificado que indicaba el camino al cenote.
La verdad es que para cuando fuimos allí ya habíamos visitado el cenote, pero le agradecimos la atención.
La mototaxi que se había detenido en la ruta pasó nuevamente, pero esta vez por los caminos de tierra.
Ese transporte pequeño y rojo era el único disponible, para aquellos que no tuviesen transporte propio en el pueblo.
Así de chiquito y especial era Miguel Colorado.
EL CENOTE
Una vez llegás al parque donde está el cenote, las tarifas van de 50 en 50 y son las siguientes:
-Entrar al cenote, hacer los trekkings alrededor y nadar: 50 pesos mexicanos.
-Todo lo anterior + alquiler de kayak: 100 pesos mexicanos.
-Todo lo anterior + tirolesa: 150.
La tirolesa es como se le llama a eso que otros llaman muy profesionalmente «canopy», y a que yo me refiero como «tirarse por la piolita».
Ojalá se esté entendiendo la idea.
El caso es que Wa eligió la tarifa que incluía kayak, y como a mí me daba miedo, me quedé con la más barata, la que incluía entrar al muelle del cenote, hacer los trekkings y nadar (cosa última que no haría).
Pero estando en el muelle, admirando esas paredes «empapeladas» naturalmente de un color verde intenso, y mientras le sacaba fotos a Wa, me empezaron a dar cosquillas en la panza.
Era lunes, y nadie más estaba en el cenote. Solo Wa, el señor que acomodaba los kayaks y ayudaba a subir y bajar de ellos, y yo.
Este muchacho me cuenta, mientras a mí se me perdía la mirada en lo alto, que entendía mi decisión de no subirme al kayak si me daba miedo «la vida hay que cuidarla» decía.
Por dentro, yo agradecía que, finalmente, alguien entendía lo que se siente tenerle miedo a las profundidades. Que no importaba el chaleco salvavidas obligatorio que nos hacían poner a TODOS al entrar al cenote.
Que iba más allá de eso.
Un grito interrumpió mis alivios internos.
Alguien se tiraba por la piolita (tirolesa) allá, arriba de nuestras cabezas.
El cable metálico atraviesa todo el cenote, y era divertido ver las patas volando de las personas allá en lo alto mientras el grito se movía de izquierda a derecha de forma continua.
Eso sí me gustaba, pero ya era muy caro.
Me quedé ensimismada en mis pensamientos… me abstraía pensar en las semejanzas dentro de las diferencias que nos hacen humanos, en cómo me parecía genial la idea de volar, pero me aterraba la de flotar (o peor aún, no flotar).
¿Son nuestros miedos una advertencia o una llamada a superarnos? ¿Pueden ser las dos?
Otra pareja llegó al cenote, y se subieron a un kayak doble.
Los miré por un rato, esperando el inevitable vuelco de la embarcación… vuelco que nunca llegó.
Mientras tanto, Wa seguía dando vueltas en su kayak individual.
– ¿Quiere subir? -me sacó de la nube el muchacho que ordenaba los kayaks.
– ¿Cómo? ¿Al kayak?
– Si quiere puede subir a uno doble con su pareja. No pasa nada.
– Bueno, me estoy tentando… ¿no se da vuelta el kayak?
– No, no se dan vuelta. Si se anima, les traigo uno doble.
– Pero yo pagué la tarifa sin kayak… no debería usarlos.
– No pasa nada, yo no voy a decir nada.
Después de preguntarle como 3 veces si estaba seguro que el hecho que yo me suba no le perjudicaría en su trabajo, y el asegurarme las 3 veces que no, acepté.
Acepté y le agradecí.
Le agradecí a la persona que minutos atrás le agradecía por entender mi miedo y por no insistirme en subir al kayak.
A esa persona le agradecía ahora el haber visto en mis ojos las ganas que en realidad tenía de hacerlo y darme el empujoncito que necesitaba, sin presión, sin soberbia, con sutileza.
Cuando Wa llegó al muelle, lo que menos se esperaba era que yo le dijera que se subiera a otro kayak, pero esta vez conmigo.
Claramente, lo que más le sorprendía no era el hecho de que nos dejaran hacer eso sin haberlo pagado.
– ¿Segura? ¿No te da miedo?
– Sí, pero a ellos no les pasó nada -le dije señalando a la otra pareja-. Voy yo adelante, y remo.
Y antes de darme cuenta, ya estaba subida en el kayak doble, muy divertida remando, moviéndome en ese círculo de agua, allá a donde mi curiosidad me llevase.
Wa se dejaba llevar. Era la primera vez, desde que nos conocemos, en la que yo lidero algo sobre el agua.
Las paredes de vegetación se veían más infinitas estando al lado, pude ver los pequeños bichitos del agua que desde el muelle no veía, me golpeé suavemente la cara con algunas ramas, y flotando en medio de ese agujero enorme, con cientos de metros de profundidad y miles de litros de agua por debajo, me sentí libre.
Por primera vez en muchísimos años, me sentí, de alguna manera que no puedo explicar.
¿Y el miedo?
Creo que se quedó en el muelle, mirándome con odio.
TREKKINGS EN EL CENOTE
Alrededor del cenote miguel colorado, dentro del parque mismo, hay trekkings.
Nos dijo el cuidador de kayak, que tuviésemos cuidado porque suelen haber animales salvajes, pero más allá de eso, el trekking no presenta dificultad.
Tuvimos la oportunidad de ver monos araña, colgando de las ramas de los árboles usando una cola con aires de mano.
En una parte del trekking, el camino se divide en dos; si seguís derecho, llegás a la entrada, es decir, le das la vuelta.
El desvío en cambio te va a conducir a otro cenote, llamado «Cenote de los patos», que casi nos atreveríamos a afirmar que es más lindo que el Miguel Colorado.
Aunque algunos cables metálicos lo atraviesan, dejando entrever un movimiento turístico que ya no tiene, el cenote de los patos está en estado natural, sin alteraciones humanas (más que esos cables en desuso).
Acá no hay muelle ni kayaks.
Y no, tampoco hay patos.
Volvimos a Escárcega medio en bus medio a dedo.
Llegamos caminando al pueblo de Miguel Colorado, y una camioneta nos llevó los 10 kms que nos separaban de la ruta.
El bus pasó pocos minutos después, y la ciudad nos recibió durante algunos días más.
Hacía calor, mucho calor, y no había forma de que pudiésemos imaginar en aquellos momentos, que en pocos días estaríamos durmiendo con 3 frazadas.
Interesante post.
Una cosita, sin ánimos de ofender muchachos,pero no dejen tanto espacio entre párrafo y párrafo, en algunos es demasiado y no voy a negar que choca un poco,solo eso.
Arriba con el blog, los empecé a leer hace 2 o 3 días atrás.
Saludos desde Argentina.
Hola!
Primero que nada, muchas gracias por leer nuestro blog, ojalá te guste lo que ves por acá.
En cuanto a lo de los párrafos, no te preocupes, de hecho nos sirve mucho que nos aconsejen desde la buena intención, es la mejor forma de mejorar lo que hacemos.
Vamos a tomar en cuenta lo que decís de los párrafos para próximos posts.
Muchas gracias por el consejo, es muy bien recibido 🙂 .
Saludos para vos también y todos los vecinos de al lado del charco (aunque ahora estemos bastante lejos del charco jeje)!!!
Ok, gracias para tomarlo para bien porque es algo que se los vi en otros post anteriores y tambien estaria bueno que lo tomen en cuenta para con esos si no es molestia.
saludos chicos.