SALTA
En Salta nos quedamos tres noches, durante las cuales aprovechamos un día para ir a la ciudad a hacer algunas averiguaciones sobre cómo ir hasta Tolar Grande, la opción B para llegar al Cono de Arita, porque NO, todavía no nos habíamos rendido del todo.
Sabíamos que desde Salta era posible llegar a Tolar Grande, desde donde salían tours hasta el Cono; después de averiguar el precio de los tour (4500 pesos el más barato), quisimos averiguar también cuanto costaba ir por separado, primero hasta Tolar Grande y después ir desde Tolar Grande al Cono, no sea cosa que uno llegara hasta allá tras mucho esfuerzo para encontrarse que al final no podía pagarse el viaje hasta el salar.
Bueno, menos mal que hicimos eso. Los costos de las excursiones hasta el Cono eran elevadísimos; incluso Wa consiguió el teléfono de una señora particular que podía ir hasta allí porque era guía, pero luego de hablar con ella, nos dijo que el único problema era que había que llevar auto, porque ella no tenía. También intentó comunicarse con una especie de comunidad indígena que encontró por internet, pero nunca nos respondieron.
Con todos los planes derrotados, nos hablaron de un museo al cual nos propusimos ir, como premio consuelo.
Se trataba del Museo James Turrell, o también conocido como Museo de la Luz; el mismo tenía entrada gratuita, pero había que reservar con anticipación vía e-mail, así que nos pusimos en contacto y esperamos.
Al día siguiente nos responden diciéndonos que no tenían lugares disponibles porque tenían eventos durante toda la semana.
Finalmente, nuestros grandes planes se vieron reducidos a uno muy simple: ver el partido de River-Boca que se jugaría ese fin de semana.
Tuvimos una invitación para ver el partido en una casa de familia en San Lorenzo, y luego aprovechar a ir hasta la “Quebrada de San Lorenzo”.
Nos pareció una excelente oportunidad así que fuimos.
SAN LORENZO
Una vez llegamos, nos ofrecieron lavarropas para lavar la ropa sucia que ya habíamos acumulado, mientras los dueños de casa nos decían que nos fuésemos a cambiar porque la piscina estaba divina para tirarse un rato.
Yo demoré un poco más en ir, porque tantos meses de viaje en invierno me habían convertido en un oso Greesley y quería revertir la situación, cosa que me llevó casi media hora. Cuando finalmente me metí en la bañera, a los diez minutos nos llamaban a comer, así que tuve que salir enseguida, pero fue suficiente para refrescarme.
Cuando llegamos a la mesa yo no sabía bien cómo reaccionar… había un plato grande, otro plato más chiquito en diagonal, y al lado del grande, una cuchara y un cuchillo de un lado y dos tenedores del otro… ¡dos tenedores! Yo a duras penas uso uno, ¿qué carancho iba a hacer con dos?.
Sin pelos en la lengua le pregunto a la muchacha que tenía al lado, cómo se suponía que debía usar los tenedores, a lo que ella responde “siempre de afuera hacia adentro”.
Obviamente que al final de cuentas terminé usando uno solo, y chau gracias.
La sobremesa vino acompañada de una amena charla con la abuela del grupo, quien había sido profesora de filosofía y con quien nos quedamos con ganas de charlar más, pero lamentablemente no pudo ser porque tuvimos que irnos a la Quebrada de San Lorenzo para que no se nos hiciera tarde para el partido.
QUEBRADA DE SAN LORENZO
Una de las cosas que nos advirtió una de las chicas de la casa antes de salir fue: “lo único que tienen que tener cuidado es de no salirse del sendero… mientras vayan por el sendero, van a estar bien”.
Más tarde sabríamos que ese consejo vino impulsado por el caso de dos señores que hace poco habían subido a la quebrada, y saliéndose del sendero, se perdieron. Uno de ellos se torció el tobillo y no podía caminar, y el otro, viendo que se venía la noche fue a buscar ayuda. Al final, los dos fallecieron, básicamente por el frío de la noche. Muy a grandes rasgos, esa era la historia.
Bien, ¿Qué nos pasó al poco rato de haber empezado la caminata?
Sí, adivinaron, Punto Martini para ustedes… nos salimos del sendero. En nuestra defensa, acoto que no fue intencional, sino que de golpe y porrazo nos dimos cuenta que no estábamos en el sendero. Aún así, como teníamos el GPS fue solo cuestión de tiempo y de escaladas volver a engancharlo.
La Quebrada de San Lorenzo es un lindo lugar para pasar el día, las quebradas de agua son lindas y uno se puede meter sin problema porque son poco profundas.
Se nota el clima estilo selvático y húmedo una vez te adentras en el sendero, y no te lleva más que un par de horas tranqui, subir y volver a bajar.
Ah, y si vas únicamente por el sendero marcado sin desviarte, seguro que es bastante más sencillo y no tenés que “escalar” nada.
A la vuelta, volvimos a la casa caminando, para enterarnos que el partido se había suspendido por disturbios varios, así que al poco rato de llegar, nos volvimos a Salta para pasar nuestra última noche.
Al día siguiente, nos tomamos un bus local que nos dejó en las afueras de Salta, desde donde continuaríamos haciendo dedo, rumbo a Jujuy, la ciudad en donde nos esperaba el mejor couchsurfer del mundo.
Ese día se jugaría el partido suspendido el día anterior, pero creímos que saliendo unas 6 horas antes de que empezara el partido tendríamos suerte.
Ilusos de nosotros.
Estuvimos haciendo dedo por muchas horas hasta que un señor en una camioneta del año del golero nos sube pero nos dice que sólo iba 10 kms más adelante, hasta la entrada de un lugar llamado “Dique Alegre”. Aceptamos, aunque solo fuera por cambiar de lugar a ver si teníamos más éxito.
El señor con cara de duende se baja del auto, nos ayuda a poner las mochilas atrás, y nos subimos todos. Al ratito de que iba manejando le dice a Wa, con su mejor voz de duende misterioso “¿Sabés conducir?”, a lo que el responde afirmativamente, y luego de unos segundos de suspenso, el hombrecito le susurra “¿te asustaría saber que quien te está llevando ahora tiene una sola pierna?”.
ZARAN ZARANNN!!!
Pero no, la verdad que más que asustarnos nos sorprendimos pero para bien; nos parece admirable como el hombrecito se las arreglaba para manejar el coche con una sola pierna. Brindo por más gente como él, que en vez de rendirse ante las inclemencias de la vida, lucha para salir adelante, como todos deberíamos hacerlo.
Cuando pasábamos por una montaña rocosa, nos explica que ahí fue donde perdió la pierna; trabajando hace muchos años, hubo un derrumbe y una de las piedras le cayó encima del miembro ahora inexistente.
Rato después, llegamos a la entrada de Dique Alegre. El duendecito se quedó en un almacén en donde nosotros compramos pan de ayer y panchos (que comimos “crudos”), y como no tenían vuelto nos dieron un durazno, es decir, el postre.
El cambio de lugar no nos hizo mella, los autos pasaban y nadie paraba.
Lo que sí pasaban y paraban eran vacas y caballos. Tenían un gusto especial por cruzar lentamente la ruta, justo cuando venía un auto.
Finalmente, a las 20:00 hs, cuando los últimos rayos del sol se estaban escondiendo, decidimos armar la carpa ahí mismo, al costado de la ruta.
Dos señoras y un señor que pasaron en una dirección y nos saludaron mientras hacíamos dedo, volvieron a pasar hacia el otro lado cuando armábamos la carpa, a lo que las señoras nos dicen, con translúcida piedad en la voz “uy tuvieron que armar la carpa… que pena” porque nadie nos había levantado, y el señor nos dijo “¡mucha suerte hermanos uruguayos!”.
La noche llegó con ruidos de todo tipo de bichos, de hecho, debe haber sido la noche más naturalmente ruidosa en la que acampamos. De repente, abrimos la puerta de la carpa, y nos quedamos anonadados… pequeñas lucecitas volaban de acá para allá convirtiendo al bosque en un arbolito de Navidad gigante.
Hacía al menos 20 años que no veía luciérnagas. Volver a encontrarme con ellas fue mágico.
En un momento dado, una de ellas se mete entre el cubretecho de la carpa y la carpa, entonces teníamos un foco de luz natural intermitente y durante unos minutos, nuestra casa andante se convirtió en algo sacado de un cuento de hadas.
Todo esto acompañado del sonido de cientos de grillos, ranas, bichos que no reconocíamos su cantar, y algún relincho de caballo o mugido de vaca a lo lejos.
Todo estaba siendo perfectamente mágico cuando a eso de las 22:30, una luz de auto ilumina de lleno la carpa y alguien golpea las manos desde la entrada. Cuando abrimos nos encontramos con la policía.
El muchacho nos preguntó de dónde éramos, y hacia dónde íbamos. Después nos dijo que nos iba a pedir los datos para registrarnos pero también para que, en caso que nos pasara algo, ellos pudieran avisar a nuestras familias. Muy alentador todo.
Luego del cuestionario, yo consideré que era mi turno así que le pregunté si era peligroso acampar ahí donde estábamos, a lo que el policía se queda un poco cortado, sin saber bien qué decir, y finalmente nos explica que en realidad esa zona es famosa por las caravanas de narcos que pasan. Pero enseguida nos dijo “no se preocupen, la gente de acá que los han visto pasar nos contaron que sólo los amenazan y les tapan la boca para que no digan nada, pero no los llegan a matar”… ok, gracias señor policía, seguro que si juntamos ese dato con su frase de “queremos sus datos porque si les pasa algo podemos avisar a sus familias”, voy a dormir como un angelito esta noche.
Y por si fuera poco, antes de irse nos comenta que también tenemos que tener cuidado con los borrachos, porque al ser domingo podían pasar algunos y ponerse agresivos.
Así con todo no teníamos más chance que aguantarnos ahí.
Intentamos que los sonidos de los animales nocturnos nos arrullaran, y no pudiendo hacer más nada, nos dispusimos a dormir con las lucecitas de las luciérnagas velando por nosotros… y el auto de policía, que cada cierto tiempo pasaba a cuidarnos (quiero creer).
JUJUY
Y como suele suceder después de una larga espera haciendo dedo (que en este caso duró más de un día), nuestros salvadores suelen ser Europeos.
Cuando comenzamos a hacer dedo a la mañana siguiente, nos tomó una hora más o menos para que un auto con dos viajeras francesas nos levantara.
Hablando en una mezcla de español con inglés, atravesamos una ruta hermosísima que nos hacía creer que estábamos en medio de la selva Amazónica, y esquivando caballos en la ruta llegamos a Jujuy. Las chicas nos dejaron a 3 kms de la casa de quien nos esperaba en Jujuy, así que sólo tuvimos que caminar un ratito para llegar… eso sí, al rayo del sol.
Cuando llegamos, al principio dudamos si nos habíamos equivocado. Eso no era una casa, era una mansión.
No voy a entrar en detalles porque no sé si sería respetuoso ni creo que sea algo que despierte demasiadas curiosidades, pero sólo voy a decir que la persona que nos alojó en Jujuy no tiene un corazón, sino que tiene como 10….mil.
Este señor, hospeda viajeros de forma continua y no sólo comparte su casa con todo lo que tiene adentro, sino que te dice que es tuya también. Se enoja si le das las gracias, y si le pedís quedarte más días, porque dice que, como es tu casa, no tenés que pedir nada ni agradecer nada.
Estar en su casa se sentía como estar viajando alrededor del mundo; en pocos días conocimos y convivimos con: una holandesa, una española, dos italianas, un inglés, un israelí, un portugués, una alemana, un serbio y una canadiense.
Aprendimos cosas de países en los cuales no estuvimos aún, y hasta nos llevamos algún recuerdo de alguno de ellos. Nos intercambiamos tips de viaje, y practicamos inglés y aprendimos italiano.
Para colmo de felicidades, tiene unos perritos hermosísimos a los cuales es imposible ignorar, por lo lindos que son, cariñosos y juguetones.
En Jujuy pasamos algunos de los días más lindos de nuestro viaje hasta ahora, y me arriesgaría a decir que serán de los más lindos incluso después de terminado todo el recorrido, porque los momentos que vivimos con nuestro anfitrión y los demás viajeros, no se borra del corazón nunca. Porque esta casa en Jujuy no es sólo un oasis en el sentido del descanso y alimentación, sino que, más importante que eso, es un oasis para el alma; el hecho de saber que existen personas como él, tan cálidas y que están dispuestas a compartir todo lo que tienen (incluso el amor) por el bienestar ajeno es impagable, y nos vuelve a recordar la bondad innata del humano.
Lo único malo de esta situación, es que uno nunca sabe cómo retribuir todo lo que recibe porque se siente como que no importa lo que hagas, nunca va a ser tanto como lo que el hizo por vos.
Realmente, un pedacito de nuestro corazón se queda en Jujuy, en esta casa, con este señor, para siempre.
Y basta que me pongo melancólica y me viene el llanto, pasemos a otro tema.
Recorrimos el centro de Jujuy un par de veces, una de ellas buscando lugar donde fotocopiar la versión beta del libro de cuentos que tuvo su origen acá, y otra vez para ver la final de Boca-River en un bar con otros viajeros, y sentir todo el fervor de la hinchada.
Esta última nunca se concretó, porque se terminó cancelando el partido, pero al menos pudimos comprobar por qué las calles de Jujuy están tan llenas de naranjos con frutos, y nadie se los lleva…
La respuesta es: parecen un limón disfrazado de naranja. Ácidas y secas, las naranjas que crecen en los árboles del centro de Jujuy son incomibles sin pestañar.
De todas formas, la peripecia estuvo genial… las caras de la gente que pasaba por la calle mientras bajábamos las naranjas compensó todo el esfuerzo.
Otra noche, fuimos todos, anfitrión y retoños adoptados, hasta un lugar donde se hacían peñas, es decir, donde tocaban la guitarra mientras disfrutas de una rica cena. Obviamente, fue una noche muy linda también, donde pasamos momentos muy lindos y dibujamos todos los mantelitos individuales que nos dieron.
CERRO DE LOS SIETE COLORES – PURMAMARCA
Aprovechando que nos estábamos quedando de Jujuy, y estábamos a unos 40-50 kms de Purmamarca, el lugar donde se encuentra el Cerro de los Siete Colores, decidimos ir en una escapada, junto con una italiana que se estaba quedando en esos momentos con nosotros.
Esperamos a las afueras de Yala haciendo dedo, y en menos de 15 minutos íbamos los tres en el auto de dos señoras que también iban a pasar la tarde allá.
Al llegar, lo primero que te encontrás es con toda la parte turística, es decir, una plaza principal, rodeada de restaurantes y hosteles, y muchas mesas llenas de indumentaria autóctona, tales como ponchos, tejidos, bolsitos, y muchas artesanías que te recuerdan que estuviste en Purmamarca. Los precios no eran desorbitantes, pero nos consta que eran pensados para turistas.
Por lo demás, la ciudad es super seca y mantiene mucho el estilo de otras ciudades por las que hemos pasado.
Atravesada la parte comercial, comenzamos por hacer los senderos marcados, y si bien los colores de las formaciones rocosas eran imponentes, nosotros queríamos verlos desde más arriba, asi que preguntamos a un señor que descansaba en su camioneta.
La casualidad quiso que el fuera un guía turístico de la zona, y sabía perfectamente a donde había que ir para tener la mejor vista; nos explicó cómo llegar a un lugar desde donde podíamos subir un caminito en una montaña y desde allí ver el cerro de los siete colores con plenitud. Según nos dijo, ese camino no era conocido, el lo tenía fichado por sus paseos guiados, pero casi nadie iba allí, todos se quedaban dando vuelta en los senderos “marcados” digamos.
Al final, la subida valía la pena.
Después simplemente dimos vueltas entre las montañas rojas, sacando algunas fotos y descubriendo paisajes que a veces nos hacían darnos cuenta de lo chiquitos que somos en realidad.
Aunque a veces nos daban ganas de hecharnos una siestita en una reposera natural.
Luego de eso, quisimos subir a un cerro bien chiquito que estaba en medio de la ciudad, y desde donde Wa había leído que se obtenía una linda vista de los cerros. Cuando llegamos al pie del cerro, una señora nos corta el paso y nos dice “se paga entrada señora”. La entrada costaba 10 pesos, es decir, casi nada, pero nos indignaba el hecho de que porque alguien se ponía con una mesita en frente del cerro ya era suficiente para cobrar entrada, a un cerro, algo natural. La italiana sobre todo estaba indignada porque nos contaba que en muchos lugares, los atractivos naturales son gratuitos por ser parte de la naturaleza, no de propiedad privada.
Más por un tema moral que económico, nos dimos la vuelta al cerro (cosa que llevaba menos de 2 minutos porque ya les digo, era chiquitito) y miramos si se podía escalar del lado de atrás.
A ver, poder, se podía, pero alguien se había empeñado en que no lo hiciéramos (ni nosotros ni nadie) poniendo primero un cartel de “PROHIBIDO PASAR”, y si esto no detenía a los más intrépidos, unos pasos más allá había otro cartel más grande que decía “PELIGRO DE DERRUMBE” con la silueta de un hombrecito cayéndose de las rocas.
Por si esto fuera poco, el único lugar por el cual se podía subir estaba bloqueado de muchísimas ramas con espinas, de esas espinas grandes que parecen escarbadientes gordos.
Pero no contaban con nuestra testarudez.
El primero que escaló fue Wa, poniendo las patitas en las rocas, al costado de la parte tapada con pinchos, fue escalando hasta que saltó del otro lado. Después fue la italiana, y por último fui yo.
Cuando llegamos a la cima, nos dimos cuenta que al final la vista no era la gran cosa, y después de alguna foto sacada más por obligación que por belleza, nos bajamos por el mismo lugar que subimos (para encontrarnos con un señor grande que hacía lo mismo que nosotros mientras su pareja esperaba sentada al otro lado de los pinchos).
Luego de todas estas peripecias, decidimos que ya habíamos visto todo, y nos volvimos de la misma forma que llegamos, a dedo. No nos costó mucho tiempo que nos llevaran, pero esta vez por separado.
En resumen, el Cerro de los Siete Colores es un lindo lugar para ir a ver, apto para presupuesto mochilero siempre y cuando no quieras comer ahí o comprar recuerditos (nosotros llevamos fruta y agua, asi que no gastamos un peso en nada y vimos todos los cerros desde todas las perspectivas) y fácil de conseguir que te lleven hasta ahí haciendo dedo.
Y por si te lo estabas preguntando, sí, los conté y son exactamente siete colores.
SALINAS GRANDES, CAMBIOS DE PLANES, Y DESPEDIDAS MUY DIFÍCILES
El día que nos fuimos de Jujuy (que fue pospuesto en repetidas ocasiones, a veces por nosotros y a veces a pedido de nuestro anfitrión), también fue el día del cambio de planes, una práctica muy común cuando se viaja de esta manera, y también del descubrimiento de otro lugar hermoso por casualidad, otra práctica común en este tipo de viajes.
En la mañana, nuestro anfitrión de Jujuy nos llevó hasta Yala para hacer dedo, y luego de una despedida muy difícil, con lágrimas que no querían quedarse discretamente en el borde del ojo, y la promesa de volvernos a ver, vimos alejarse el auto de ese hombre que tan generosamente nos adoptó como sus hijos durante tanto tiempo… fue también cuando nos dimos cuenta, muy a nuestro pesar, que no nos habíamos sacado una foto con él, y le envié un mensaje diciendo le “vamos a tener que volver a vernos porque no nos sacamos una foto contigo”… pero nunca esperaba que se cumpliera tan rápido. Sigan leyendo para entender de qué hablo.
Luego de 20 minutos, una camioneta nos dejó en Purmamarca, donde luego de una espera de una media hora, otro auto se detiene para socorrernos; esta vez es una pareja de Suiza que estaba yendo a Salinas Grandes, y podrían dejarnos allí.
El lugar es muy lindo, como su nombre lo dice, una salina muy grande. La ruta pasa por el medio del salar, y en una parte hay un pequeño espacio donde los visitantes estacionan el auto y pueden acceder a los tour que te llevan al centro de las salinas. También hay pequeños puestitos para comprar algo de comer, o algún recuerdito, como una llama hecha de sal y cosas por el estilo.
Según vimos, la única forma de llegar a este “centro” es yendo en auto, y contratando a un guía, en una pequeña caseta que hay allí. La verdad, no tenemos idea cuánto cobran, pero por lo que vimos se utiliza mucho. Si no contratas a un guía, no te dejan pasar a esa parte.
Allá, al costado del salar, estuvimos esperando durante unas 6 horas, asándonos lentamente (porque claro, el reflejo del sol en el salar, quema más de lo normal) hasta que un auto de policía, al cual por supuestísimo que le hicimos dedo, se detiene para decirnos que va a ser muy difícil cruzar por el paso de Jama a San Pedro de Atacama, porque los vehículos no se arriesgan a cruzar pasajeros por la frontera, y a pie no se puede cruzar… y en el excepcional caso que te lo permitan, luego de eso hay 150 kms de desierto.
En fin, cuestión que nos espantó un poco, y siendo que ya estaba anocheciendo, y habiendo consultado en la caseta de los guías si podíamos quedarnos allí, a lo cual respondieron que no, pero que podíamos ir a un camping a 1 kilómetro, decidimos volver a Jujuy tomando un bus que pasó casualmente, y desde allí buscar transporte directo a San Pedro de Atacama.
Nos bajamos en Purmamarca (porque no nos daba el dinero para ir hasta Jujuy) y desde allí, conseguimos un cajero automático, y compramos boletos de bus a Jujuy. Una vez en la estación de buses, cuando vimos los precios y los días que salían los buses a San Pedro de Atacama (era viernes y sólo salían lunes, martes y miércoles) decidimos hacer un cambio de planes radical que podríamos lograrlo con menos dinero y en un futuro inmediato… nos vamos a Bolivia.
El bus a Iquique salía a las 1:30 o a las 3:30 hs, y demoraba unas 4 horas. Una vez allí, ya podríamos cruzar la frontera enseguida. Elegimos el bus de las 3:30 para asegurarnos que íbamos a estar bien dormidos y así poder aplicar el truco de dormir en el bus.
A todo esto, nos estábamos comunicando a través de SMS con el couch que nos alojó por tanto tiempo en Jujuy (y a quien sentimos ya como un segundo padre); él nos preguntaba por dónde estábamos, y le contamos de nuestro repentino cambio de planes.
A todo esto, eran como las 23 hs, y con una espera de casi 5 horas por delante, decidimos ir al baño para luego acomodarnos en las sillitas de la terminal a esperar.
Cuando salgo del baño, Wa, que me estaba esperando en la puerta con las mochilas, me dice “mirá quién viene ahí”. No puedo decir que nos sorprendió porque sabemos que el corazón de este hombre es enorme, pero sí que nos emocionamos. Ahí venía nuestro segundo padre de Jujuy, con una sonrisa de oreja a oreja, y luego de saludarnos nos dice “bueno, vamos para casa, nos están esperando para cenar”.
Pasamos la noche en esa hermosa casa con gente aún más hermosa, donde nos alojamos tantos días en Jujuy. Cenamos cosas ricas, charlamos mucho con él y los demás viajeros con quienes habíamos compartido días previamente, y en la madrugada, vimos la película “Into the Wild” (por segunda vez para nosotros, primera para él) hasta que se hicieron las 3 de la madrugada y nos llevó de nuevo a la terminal.
Y por supuesto, esta vez la foto fue una realidad. Si es que a veces parece que el destino conspira para lograr tus deseos.
Con un abrazo y lágrimas mal disimuladas (otra vez) nos despedimos, ahora sí, de nuestro queridísimo couch, Luis de Jujuy, y nos subimos al bus que nos dejaría en la frontera con otro país que nos esperaba con toda su hermosura y su caos.
2 comentarios